Algoritmo recursivo
Las voces de la mente no vinieron a quedarse.
Lo sé.
Están a punto de irse.
Las atropella la escritura y las voces
revientan como un ejército de ríos asustados
por una descarga de metralla.
No las escucho más.
Dicen que la guerra nos rodea con sus muertos,
sus heridos, sus cansados,
y se ponen a imitar el sonido de los bosques
cuando estos demonios los incendian.
Las voces están solas,
no pueden volver para matarme.
Una mañana oscura las ignoré,
oculto en la línea curva del tiempo:
apenas salieron todos los soles
me puse a correr.
Me perseguían muchas sombras.
No sabía cuál era la mía.
Después me acostumbré.
Eran copias de mi propia muerte
en un modelo fractal hacia el infinito.
Solo había que dejarlas pasar.
Las voces y las sombras me atraviesan
como lenguas secas.
Pasan y pasan,
se desvanecen entre el frío y el miedo.
Ni siquiera me hizo falta temblar.
Daniel Calabrese
Ceda el paso
Hay que tener cuidado con las señales.
Este es un pueblo chico y siempre
ocurren algunas historias sencillas.
No falta el que bebe, como cree
que bebería Dylan Thomas si viviera,
y luego llega a su casa a medianoche
con los zapatos raspados, apuntando
una llave temblorosa con la mano.
Va dejando así una marca de luz
que permanece hasta que la borran
los faros de un automóvil
o simplemente se diluye en la humedad.
No falta el que bebe y después dice
que leyó completo En busca del tiempo perdido,
sí, completo, las siete novelas,
y que lloró al amanecer
frente a un mapa de Londres.
Tengan cuidado,
en la ruta de la entrada
suele cruzarse a veces un caballo,
algún rencor,
un árbol perdido.
Esto no es más que un pueblo chico,
aburrido y violento.
Daniel Calabrese
El regresador
Aquello que terminó
está sucediendo todavía.
Aquel amor que fue regresa.
Porque todo lo que lleva sangre o música
tarde o temprano se reanuda.
Pero cuidado.
Mi carne te conoce,
mis dedos caminaron ya cien veces
en la luz dormida de tu cuerpo.
Y no es agua la sed.
No es suficiente
clavar un puñal en el cielo
para desatar una tormenta.
Daniel Calabrese
Espera de abril
No se oye ningún ruido
pero les juro,
en el medio de esa tierra desolada
una bala está pasando sobre mi cabeza.
No se oye nada.
Si los ángeles tiemblan,
no se oye.
Si las paredes hablan,
no se oye.
Si la lluvia picotea un cráneo reluciente,
no se oye.
¿Estaremos muertos en este poema?
Muertos, es decir
¿libres de la muerte?
Daniel Calabrese
Obra
Esta clase de estructura es muy compleja.
Nunca se construyó algo parecido
y ya sentimos la presión por terminar a tiempo.
El dios de la muerte sigue acumulando muerte.
El dios de la risa sigue acumulando risa.
Iba a ser de hierro, de tungsteno,
con los balcones caídos
como las tetas de una perra vieja
y con algunas plantas amarillas por aquí,
por allá.
Iba a ser de nada, o tal vez apenas
más concreta: de luz
con ausencia de martillazos y un soporte
que dudamos sublimar entre la música
y los suicidios con gas.
No hubo mejor amor que el de la psicodelia,
pero llegamos a destiempo,
ligeramente niños.
El dios del miedo nos vendió los seguros.
El dios del absurdo sigue acumulando gente.
Daniel Calabrese
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