Diana Carolina Daza

Carta a Alejandra Pizarnik 

El hastió por un padre, una madre y una hermana, condenados a los buenos modales. Demonio oculto bajo un rostro agrietado por la juventud, ángel incomprendido buscando la libertad en una habitación cubierta de sombras y fotografí­as. 

Sartre y las anfetaminas. Sasha, Flora, Buma, Blumita o Blí­mile, todas juntas desangrándose en las páginas. Una cajetilla tras otra consumida a escondidas. Olga, Liz, Julio y Bretón. El reposo en un pecho de cuarenta, el deseo ausente en una boca de veinte, el amor como naufrago, la soledad como gobierno.

Alejandra, tu nombre ensordece, puedes estar tranquila, dejaste de ser esa pregunta tartamuda, rebotando en un abismo.

Diana Carolina Daza


Carta a Dacia Maraini 

Tus noches de fin de año llegaron como el verbo que conjugaba el tiempo en el que viajábamos en casa. Fue difí­cil escapar de ese cuadro que pintabas con tus palabras. Ese espacio blanco cubierto de agua rota y cuellos torcidos. 

Llegaste con tus noches de fin de año y tu dragón de oro, para recordarnos que estos últimos dí­as han sido un largo y sostenido gemido de dolor. La música de mi madre y su cáncer, con su colección de cajas de hidromorfona y dextrosa. Ella que ya no habla, no se mueve, no mira con amor. 

Mi madre, esa herida en la que todos hemos ido cayendo.

 Diana Carolina Daza


 

 

 

Carta a Pina Bausch


Tú, sí­ que supiste Pina, aprovechar el aleteo de las extremidades, ese temblor que nos quiebra las rodillas frente al miedo, la diferencia entre caminar por caminar, correr por correr, correr y caminar, la vida trastornada por la música. Tú, sí­ aprendiste que el cuerpo, este rompecabezas de huesos y músculos que parece a veces desencajacarse con los dolores de la voluntad y de la carne, se hizo para volar. 

Nunca una pantera deseo ser mujer y ninguna serpiente lloró por no tener pies, hasta verte Pina, verte girar, elevarte, extenderte sobre la piel de un teatro con la fuerza de toda la naturaleza junta, así­ como yo nunca amé tanto los dedos de mis pies, al sentirlos tan independientes y juguetones. 

Te veo romper el café Mí¼ller y pienso en el tiempo que perdemos recorriendo las esquinas de siempre, buscando lirios y azulejos bajo los escombros, canciones estériles escritas con el cuerpo.

 Diana Carolina Daza


 

La muerte es la única brisa que visita mi ventana
he aprendido a reconocer la desesperación
en la punta de sus tacones
el deseo estancado en las orillas de su boca. 

La invito a atraparme en un beso
se niega
y quizás no lo hace
sabe de la tristeza que carcome esta carne
y de la falta de fe que hoy la alimenta. 

Huérfanas
ella de ganas
yo de todo
como niñas asustadas
contemplamos los globos reventados sobre el andén de los dí­as
la perdida luz
de la emoción sobre las cosas.

 Diana Carolina Daza



 

La Singer 

Abatida por el frí­o que envuelve la casa
la vieja Singer olvidó contar historias
los niños no creen que su pedal es un barco
ni su rueda un timón que dirige los sueños. 

Sus dedos ya no cosen
la fatiga de andar un dí­a tras otro
los uniformes para el colegio
el dobladillo del pantalón
el vestido de domingo de la muñeca. 

Nadie escarba entre sus cajones
buscando el hilo que remiende el paisaje
de una generación de pequeños animales
mezcla entre panteras
pájaros y hormigas
con corazón de ballena azul. 

El ojo de su aguja
afectado por el juego cotidiano de la vida
dejo de respirar. 

Como un cí­clope enfermo
se oculta en la soledad de la casa.
 
 Diana Carolina Daza




Triste canto el de las chicharras

 Cantan con angustia las chicharras
para prolongar la música de su luz
estrellas condenadas al adiós
grito de sombras
que no encuentran reflejo en el rí­o. 

Se quebranta y sangra
el canto de las chicharras en las tardes del campo
sacrificio que nos recuerda la despedida del sol
Un viaje sin pista de aterrizaje para los sueños
dí­as tan tristes
como el canto de las chicharras
que revienta de emoción al nacer.

 Diana Carolina Daza


















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