Con el corazón en la mano, recorrí la ciudad pisando la primera nieve del año. Y mi corazón, rociado con vino y vinagre, seguía pudriéndose al ritmo de mis 37 años, mientras las urracas se agolpaban en el hombro del tamborilero. Los huesos solos no me podían salvar. Ni siquiera tu nombre, Argentina, tierra prometida. Solo un gran perro amarillo se apiadó de mí, se acercó humildemente y se comió mi corazón, sin prisa. Luego se fue, alejándose hacia el horizonte como un inmenso girasol.
Doina Ioanid
Cuando te conocí, podría haber sido una heroína (tenía madera, de verdad), justo antes de cumplir los 25. Me habría marchado una noche de invierno llevando a rastras mi armadura. Pero cada día que pasaba junto a ti, mi valentía iba desapareciendo, hasta que entendí que la cobardía no es más que un tipo de amor. Y entonces sentí pena por los héroes.
Doina Ioanid
Envuelta en pañuelos de seda, espero en los confines del mundo como una niña buena. Y me sienta bien ser buena. Pero es que mi sangre no es tan buena como yo, ni tampoco lo son mis dedos empapados de tinta. Me repito a mí misma que he crecido, pongo cara seria y voy al trabajo, pero no veo la hora de volver a casa, que me quites suavemente los pañuelos (con la paciencia de un negociante de Damasco), que me des otro nombre y que me hables de nuestros cuerpos unidos, más hermosos que el Adriático.
Doina Ioanid
He frotado mi piel con agujas de pino, con corteza de árbol y serrín, con polvo y arena. He frotado mi piel hasta hacerla sangrar para escapar de todo lo aprendido hasta hoy. Así descubriré qué quiero en verdad, porque un cacho de carne ensangrentado no puede mentir. Y un grito bajo la lluvia ácida tampoco.
Doina Ioanid
Últimamente todo el mundo me pregunta qué he estado haciendo, qué tengo pensado hacer, y yo no sé qué contestar. Invento algo a toda prisa, finjo tener proyectos, pequeños y grandes, aunque de sobra sé que mis esfuerzos son en vano. Que solo mi tristeza ha sobrevivido. La misma que zarandea mi cuerpo de aquí para allá, que me sirve de vez en cuando un vaso de ginebra, me viste y me abandona en el mundo. Mi tristeza corrompida, que me vende y me compra con un solo roce. Mi tristeza, un bizcocho fallido. La tristeza de la que nacen mis días.
Doina Ioanid
Y cuando floto a la deriva en las aguas turbias del día a día, te veo en algún lugar de la superficie. Más allá de la palidez de tu cara, más allá de un cuerpo que la noche empieza a morder – la fuerza con la que me atraes hacia ti y vences mis miedos, penetrándome como un ancla antigua.
Doina Ioanid
No hay comentarios:
Publicar un comentario