Acto primero
Un actor sale al silencio del escenario.
En una esquina, en penumbra,
el reflejo de un cuerpo apenas perceptible.
-He de ir-, dice el actor a la sombra.
En la fila tres del teatro, en la oscuridad,
una mujer aprieta la mano de su hombre.
Francisco Cenamor
Acto segundo
La actriz espera desnuda la llegada del hombre.
La espectadora de la fila ocho
mira anhelante los pasos que se acercan.
La actriz sale al encuentro.
La mujer mira a su lado el asiento vacío.
Francisco Cenamor
Aventuras de barrio
Amores imposibles cuando descubres a la chica que en el tren te mira a los ojos cada mañana haciendo cola en el banco con su novio. Miradas furtivas en la misa de once que acaban en una cita en el discobar. Bares con olor a frito donde se niegan penaltis. Goles marcados al sábado como si en ello nos fuese la vida. Aceras por descubrir (ínsulas extrañas do luchar contra los coches, los nuevos gigantes Sancho). Valiente muerte juvenil sobre las ruedas del fin de semana, equipo de piernas para sillas de ruedas. Mujeres con depresión que se asfixian subiendo al cuarto piso. David ecologista intentando abatir a Goliath ministerio de obras públicas. Cola del paro, Ley de extranjería, olmos y plátanos por palmeras y lianas
Sin salir de mi ciudad, el mundo se ha convertido en una apasionante aventura
Francisco Cenamor
Cansancio ajeno
Hay cada mañana una mujer María que se sienta al borde del abismo de su cama, mira hacia abajo antes de saltar, duda sin remedio de si irá al trabajo
Hay cada tarde un hombre Manuel que se sienta cansado en un banco del gimnasio, mira su contorno que no cede, piensa en sacar mañana todo su dinero e irse
Hay también cada mañana un joven Raúl que coge sus libros para ir al instituto, mira con ojos dormidos el desorden de su mesa, encuentra el cedé que le gustaría quedarse a escuchar
Hay cada atardecer una abuela Cipriana que abandona con paso cansado el cementerio, mira con envidia la tumba del marido, siente que pronto se liberará de su pesado cuerpo
Francisco Cenamor
El fin de la historia
Ya no tiene sentido la normalidad, ha llegado el momento de los disturbios espirituales, de cortar la calle con macetas, plantar magnolios en las autopistas, arruinar el futuro sembrando esperanzas, poner comas entre sujeto y predicado, correr de espaldas palpando el presente, subir de dos en dos las escaleras, abrir de par en par las ventanas de los viejos aposentos modernos, vaciar las estanterías metálicas
Acudir silbando a la biblioteca, enarbolar banderas transparentes que no nos amordacen los ojos, sorprendernos abrazados al paria, al que vino de lejos, a la prostituta, matar de risa al desamor, ir a la oficina de empleo cantando a Puccini, pagar la ópera con la cartilla del paro, recitar poesía desde el patíbulo, construir con firmeza en las nubes
Cada noche, soñarse escondido en el jardín, ignorando elecciones generales y tarjetas de crédito
Francisco Cenamor
De Amando nubes (Talasa Ediciones, Madrid, 1999)
Solo en Barcelona
Uno no se siente más yo que cuando está solo en una ciudad que no conoce, y además hay calles desabridas con hileras de dos faros que no se detienen y oloroso silencio frente a la Sagrada Familia (ese esqueleto de fantasma cuyas puntas se pierden en la noche del cielo) y el viento sopla frío y las farolas están tristes y las palmeras quedan ridículas en aquel frío y por fin La Rambla donde paseamos todos los forasteros y miramos cómo recogen las flores y las putas tan jóvenes y negras y bajamos los ojos y alguien mira y hace señas y la ciudad es hostil de repente y coges el metro en Drassanes hasta el frío hostal donde te alojas y en la habitación piensas estás solo pero es que esta vez querías estar solo
Por eso es mejor que ella no haya venido y hubiese mar y olor silencioso, fantasma de Sagrada Familia y ciudad que no conoces, farolas tristes y La Rambla, forasteros y putas y metro y la habitación del hostal donde estás solo porque esta vez quieres estar solo
Francisco Cenamor
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