Héctor Aní­bal Caldera

Calle Independencia

A la distancia el pantalón de la acera 
va relatando en silencio sus historias
se perciben aún lozanías de su primera salida 
la pulcritud del filo que vivió encuentros 
la proximidad de sus texturas ágiles 
para evitar ser cazado 

- Un simple trozo de tela

Amalgama momentos irrepetibles
dolores gestados de manera deshilvanada 
entre intimidades percudidas por la sombra

estar hoy a la intemperie no le resta autonomía 
lleva la indigencia en sus pliegues
propia de seres que dejaron de reconocerse 

Héctor Aní­bal Caldera




En la panadería 

Todas las mañanas
arrastras vencidas telas
con desvencijados ojos
hablas a solas 

-mentira 

lo que mueves
no es tuyo
lo que señalas
murmura adentro 

Emerges como luna
en cada desválido detalle 

Te reverencio
no sólo por ser
sino por las olas que traes

           aún en mí
           buscan orilla

Héctor Aní­bal Caldera





 La adicción 

Como la rata o los insectos
merodea
enseña sus dientes tenaza
en territorios ya conocidos
insiste en aquello que fue superado 

las mismas acrobacias de siempre
de naturaleza plástica
con su pasión de anime 

subasta los anhelos
pregunta qué preguntar
ante las compuertas del desagüe 

Por un instante
la lucidez insinúa presencia 

Mi ánimo sólo alcanza
a girar la manivela

Héctor Aní­bal Caldera




Misión:
Apuntes del diácono en su labor Vivienda:

Vejámenes
desde PB hasta cada descocada pared
Anatemas
entre los balcones inexistentes
Violación
a la intemperie de cualquier altar

Afuera
la soberbia celebra nuestra Distracción:
Como vecinos
a contragolpe
seguimos empantanados
en complejos
de vieja data
coloniales
heroicos
con su indígena
mulato o criollo
pidiendo
en cada vereda
de nuestra psique

Héctor Aní­bal Caldera




"Nos respiramos unos a otros, noción de bien común."

Héctor Aní­bal Caldera



Parodia 

Se volcó el agua por tantas simulaciones en tiempos en que la ironía desnudaba presencias 
se requiere cuerpo para comprender al otro
de todas maneras califico de etéreo lo que expresas 
mi máscara sigue calcificándose

Héctor Aní­bal Caldera



















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