Jessica Freudenthal

Abuela materna 

Era la última de doce hermanos. Quedó huérfana a los seis. 

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Una mañana de carnaval, mientras se preparaban los confites con almendras y pasas para el convite, el auto en el que iba su padre a la quinta cercana se desbarrancó. Su hermana iba en el coche y se salvó de milagro, la llevaron al pueblo con su disfraz de rosa ensangrentado. La muerte desde entonces siempre olerí­a a rosas. 

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Su nana, a quien de cariño decí­an Antuca, le contó que habí­a soñado con una fogata en medio del patio de su casa, un fuego azul que ardí­a sin parar. La noche siguiente la mujer soñó con un cura que le mostraba una cruz negra sobre el cemento del patio interior. Dicen que muchos años después, una familia de húngaros que compró la casa encontró el tapado.

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Le gustaba observar, después de la lluvia, como quedaba la estatua de cuero de la ciudad. Con el agua se hinchaba y el hombre de la imagen aparecí­a gordo y mofletudo, luego, con el sol a 4000 msnm, el agua se evaporaba dejando al hombre flaco y paspado. Nunca supo quién era el laureado. 

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Su padre tení­a una fuente de soda, una de las primeras del paí­s. Los empleados transportaban las sodas en mulas, y ella, muchas veces, se escondí­a y con los pantalones de su hermano, robaba una mula y se metí­a a los patios traseros de sus amigas, dándoles un gran susto. 

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Los negocios de su padre fueron prósperos durante un tiempo: la pista de patinaje (skating), la importación de chocolates, el cine, y la fuente de sodas. Ella subí­a unas altas gradas de caracol que llevaban al techo, se poní­a los patines y, literalmente, patinaba en los techos.

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Su abuelo fue un reconocido  abogado, pedagogo e historiador. Tenía una biblioteca maravillosa, que sus once hermanos mayores, y su madre, vendieron por kilo en la plaza del mercado… 

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Preparaba deliciosos tawatawas, panes, salteñas, trenzas, leche de Flandes, queques. La masa levantaba en enormes ollas, y el olor se esparcí­a por toda la casa.

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Los últimos años de su vida, adquirió una obsesión con la limpieza. Utilizaba bolsas de plástico en las manos para agarrar cualquier cosa, tení­a terror a los ladrones, y llevaba las llaves de su closet prendidas con un gancho a su ropa.

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Estuvo en el famoso apagón de Nueva York. En el hotel plaza, con dos de sus hijos, bajó muchí­simos pisos para conseguir luz. Subieron nuevamente las escaleras. Recuerda que los huéspedes y empleados del plaza, partí­an las velas en las escaleras, repartiendo, un cabito de vela para cada quien, formando así­ una estela de luz por las gradas, hasta el piso 30.

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Celaba muchí­simo a su hija, no le gustaban ni su novio ni sus amigos. Una tarde que los chicos fueron a tomar el té, ella pidió a los guardias de seguridad que asustaran a los jóvenes apuntando con las armas. No los dejaron entrar y ellos corrieron despavoridos.

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Hablaba quechua a la perfección.

Jessica Freudenthal




Abuela paterna 

Tenía miedo a los chimanes. Encerrados en sus jaulas por las noches, ella veía como los empleados de la quinta donde trabajaba su padre, les lanzaban comida. “Si te portas mal te lleva el chimán”, le decían. 

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Su asco a los gusanos era incontrolable. La fobia paralizaba su rostro y le producí­a un desmayo inusitado.

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Preparaba deliciosos platillos, de los cuales nunca compartía las recetas. “Yo hago el mejor majao colla”, decía orgullosa. 

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En su jardí­n de la andina ciudad en la que residí­a, logró hacer crecer plantas y flores imposibles de dar en el frí­o y la altura. 

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Alimentaba a las palomas, “caníbales” les decía, porque se comían hasta los huesos de pollo que les invitaba. 

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Una tarde, una de las palomas entró a su cuarto. Caminando despacito. La miró oscuramente con esos ojos pequeñitos. Luego salió por la ventana. Al dí­a siguiente la encontró muerta en el jardí­n. Una tristeza se colgó de la retama. 

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Perdió todas sus pertenencias jugando a las cartas. Apostó sus joyas, su vajilla y hasta sus sábanas y frazadas. 

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Le decí­an la choca, también la hija del pueblo. 

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Su padre la raptó junto a sus ocho hermanos por una supuesta infidelidad de su madre. Se escondí­an en el monte y en pueblos. Recuerda pasar las noches en pequeñas embarcaciones, o en la selva alrededor de una fogata, comiendo jochi o lagarto. 

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Su madre los siguió por todo el Beni en carretón. En cuanto estaba a punto de hallarlos, su padre emprendí­a el viaje para desaparecer de nuevo entre la maleza. 

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Fue la promotora del Patapata. Compró la patente de un juguete de plástico, una pelota hueca amarrada a una cuerda, con la que los niños de todo el paí­s saltaban al uní­sono de la música. 

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Una noche de navidad, su hermano mayor, sumido en una profunda tristeza, se pegó un balazo. Desde entonces le desagradan las fiestas de fin de año.

Jessica Freudenthal




"Creo que la poesía siempre ha sido un instrumento de denuncia, quiérase o no."

Jessica Freudenthal


Círculo de Mujeres

La mirada de tu madre
  de tu suegra los murmullos
el silencio de tu hermana
  de tu tía los presentes…

Manzanas y frutos rojos
te ofrecen en canastos.

Por los espejos miran
hablando                           a tus espaldas

                         Sacrificar                          tu corazón                           por el suyo

La sangre              caliente
bulle
desde la cocina                 hasta el dormitorio
por las venas
de la casa que                                           late
ardiente y húmeda

como el mejunje de un caldero.

Jessica Freudenthal




Mónica

David: Mommy if Pinocchio
became real and I become
 a real boy can I come home?
Monica: That’s just a story.
A.I. Steven Spielberg

Es una máquina
—me digo—
y a veces,
cuando lloro por las noches,
y te pienso
allí
—en animación suspendida—
me culpo
por su intensa belleza
—su inalcanzable perfección—

Sé que me ama
—espíritu de polímero y titanio—
“Voy a abandonarlo”
—me digo—
porque me aterra
amarlo como a ti.
Confundo sentimientos
y sus ojos me miran
como los tuyos
—llenos de miedo y amor—.

Cuando su voz me dice
“Mamá”
mi estómago
responde
con emociones prefabricadas.

Jessica Freudenthal



Orden natural

Adoro a mi progenie
y me siento
exquisitamente a tono
con mis hijas
y las canciones de cuna.

“Es tan creativa que es inmune al aburrimiento”.
“Para ella darles teta es como respirar”.

Atención
Devoción
Qué placer el de criar a los hijos.
          La realización.
Disciplina y sacrificio.
Mitos y mentiras.

Indiferencia y silencio.

Jessica Freudenthal


















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