Josué Cabrera

Ladrido 

Un perro pequeño camina bajo la lluvia.
Lo cubre un impermeable hecho a la medida,
un simulacro de abrigo
encima del abrazo de la piel, del pelo. 

Las patas reciben pedazos de peso,
fragmentos del volumen que arrastran por el mundo.
Las pequeñas extremidades abren el mundo y sus posibilidades
como si se pudiera escarbar
hasta revelarlo como un tesoro escondido en sí mismo.

Josué Cabrera

 

Leanedtogether 

Las flores del anturio se estaban marchitando. 

El agua caía sobre la tierra.
Desaparecía en ella
sin llegar a las flores que perdían color. 

La planta de fríjol crecía,
se aferraba a lo que iba encontrando,
apoyada en la tierra que ya era sed.
El rojo del anturio se convirtió en un recuerdo. 

Una raja partió la matera de cerámica.
Los brazos del fríjol buscaban algo en el aire,
algo que los salvara de la caída.
La tierra había ido de polvo a terruño,
de terruño a barro,
de barro a promesa
y de promesa a reguero en el piso.
Las flores pesadas cayeron como dados. 

La cerámica se riega por el suelo con un brillo quebrado.
Las hojas del fríjol siguen abiertas,
como recibiendo un regalo.
Entre el polvo y la tierra húmeda se dibujan pequeños mapas.
Las flores del anturio ya no buscan la luz.

El rojo que decoraba la matera mancha el suelo.
El fríjol que se movía a diario,
inventándose el cuerpo que no tenía,
ya conoce la quietud.
En la tierra revuelta se ven los gusanos,
raíces secas con raíces nuevas.
Las ramas del anturio están confundidas
sin un arriba,
sin un abajo.

Josué Cabrera













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