Alberto Chessa

"A mí eso de declararme lo que sea me da una pereza que me muero. Reclamar para mí la condición de murciano errante me parecería de una coquetería inadmisible, más aún en estos tiempos en los que cualquier hijo de vecino del primer mundo viaja lejos de casa dos o tres veces al año, reside largas temporadas en el extranjero o directamente levanta su predio en una ciudad distinta a la que le vio nacer. Este último es mi caso: llevo casi veinte años viviendo en Madrid, y antes tuve la llave de otras casas en Granada y Cagliari, la capital de Cerdeña, pero tampoco he perdido nunca (y espero no hacerlo) la llave de mi casa de Murcia. Nada de ello me genera —creo yo— eso que se llama conflicto de identidad, para empezar porque concederle al terruño una función de dispensador de identidades se me antoja un exceso. Digo yo que la identidad habrá de ser algo más complejo y exigente, una categoría que no se contente en exclusiva con el hecho de compartir con otros, por razón de cuna, un espacio, unos paisajes, unas costumbres e incluso una lengua. Quien agota la definición de sí mismo en virtud de esas señas de identidad me atrevo a decir que está condenado a transmutarlas en sañas de identidad. Y, por fortuna, no es mi caso. Vamos, que nunca me llamarán para algo así, pero, si me admites la broma, que nadie cuente conmigo jamás para dar el pregón sardinero o de las fiestas de San Isidro."

Alberto Chessa



"Algunas de las obsesiones temáticas del poeta ya se hacen notar en estos libros: el mar está tan presente, como la propia tinta. También acude en esta piel radiografiada a la obsesión por definirse."

Alberto Chessa



"El hombre del saco puede existir."

Alberto Chessa




Historia de dos ciudades

Vivió a caballo entre dos ciudades.
Cuando dormía en una amanecía en la otra.
Cuando miraba el mar lo miraba en las dos
Y en ninguna había mar.
Levantó dos hogares
Como dos gotas de agua uno del otro.
Tuvo amistades que eran réplicas,
Diccionarios facsímiles,
Amores impostores
Si no es porque olvidó a quiénes suplantaban.
Cada vez que volvía a su ciudad
Se alejaba de su ciudad.
Cada vez que mentaba su ciudad
Deletreaba un eco.
Dos ciudades le dieron sepultura

Alberto Chessa




La osamenta

Debiera uno vivir su vida lejos de sí mismo.
Lejos de todas las nubes de su infancia
Y de la tempestad del mediodía.
Lejos de la aspereza de los sueños más lúcidos,
Esos en los que cada rostro cobra una historia
Sancionada después en pingües callejeros,
En brújulas de saldo con agujas que hieren
O nada más que estrellas.
Lejos de la vejez que sólo es un invento
Y los colores que no existen
Aunque uno se desmuera por buscarlos.
Ceniza maloliente de tantos despertares.
Mano fría que quema cuanto toca.
Osamenta que dice
Lo que la piel humanizada calla

Alberto Chessa




“Los poetas llevamos el alma afuera, como un exoesqueleto.”

Alberto Chessa




Manan los nombres

mojado todavía
de sombras y pereza

Ángel González

Creo en tu cuerpo,
en la arcilla y el barro de tu vientre,
en la cavidad donde se refracta
el exterior que nos circunda,
mientras relleno el tiempo de la espera
con migajas de pan en cada verso.

Creo en tu cuerpo ayer y esta mañana,
porque también a mí me da escondrijo
y me recuerda que seremos vida,
que todo sigue oculto en lo visible

y todo lo visible aguarda
su solución,
su clave,
santo y seña.

Ajenas en el puro ser,
aún nadies,
nuestras dos diminutas odiseas
¿dejarán para siempre un vestigio o una ruina
en el cuévano de ese vientre?
¿Habrán sabido ya que la tristeza
del singular jamás irá con ellas?
¿Nos enseñarán a nosotros
a convivirnos con el miedo?

Creo en tu cuerpo y lo acaricio y toco
como las yemas se deslizan
por la extensión cerrada de un piano,
tentando los sonidos,
ensayando la noche,
dejando que la música se nazca
en continuo presente.

Cuando asomen por la bocana
esas dos manecillas sin reloj,
mar todavía sin orillas,
vivir quizá les quedará muy grande,
inmenso muro para un verso incipiente,
estatuas que irán tomando rostro
en la caja vacía de un museo.

Todavía no saben
que acabarán el viaje en el origen,
que solo hay una forma de apearse en la vida
y es manchándolo todo,
como se esparce el vino de un vaso derramado,
como manan los nombres
cuando se dicen en voz alta.

Creo en tu cuerpo,
en Alicia,
en Lucía.

Me creo de tu cuerpo
y con eso me basta

Alberto Chessa




Música de fondo

Se descubrió seco por dentro,
Libre por fuera.
Profesó amigos con los pies de barro
Y la sonrisa de una grulla en vuelo.
Tuvo amor subjuntivo
Y amores sin reflejos.
Bilingüe de ceniza y astracán,
Sólo dijo dos cosas
Y aun ambas le dolieron.
Cuando quiso tener un hijo
Se descubrió libre por fuera,
Seco por dentro

Alberto Chessa




"Se me ha señalado la aparente paradoja de que omita, por un lado, el punto al término de cada composición cuando, por otro, es patente mi gusto por los cierres recios, con una contundencia poco disimulada. Puede ser. Lo único que sé es lo que te comentaba al principio: que la única que puede colocar en puridad el punto final a algo, incluido un poema, es la vida. De manera que sí: comulgo con lo que dices, y más aún con esa imagen tan sobrecogedora de una «metáfora ortográfica» del existir. Con tu permiso, me la anoto."

Alberto Chessa




Sincrónico y temperado
 
Tiempo al tiempo y, con tiempo, me destiempo.
La vida es un reloj desacordado,
Un reloj que hace tiempo, aunque atrasado,
Y vocea horas frescas o del tiempo.
 
¡Qué tiempos estos! ¡Vaya contratiempo
A tiempo no llegar ni haber llegado!
Y si el tiempo lo cura todo, a nado
Retornan las agujas del retiempo.
 
Tiempo muerto y, a un tiempo, tiempo al pez,
Que, ya sabemos, picará una vez,
Como se muerde (o no) el pezón pezuno.
 
El tiempo es oro. El tiempo, si presente
Al mentarlo, de golpe es tiempo ausente.
A su debido tiempo, es tres, dos, uno

Alberto Chessa



Speculum majus

ille extendens ceruicem silentio vitam postposuit
Vincent  de Beauvais

Tomo en brazos a Alicia y a Lucía
(acaban de cumplir un año)
y las confronto ante el espejo.
Así va dibujándose a la vida
vuestro rostro —fabulo a media voz—.
Como si devanase sin esfuerzo
un estambre cercano de futuros.
Como crece una piedra.

Su indiferencia (miran para otro lado, quieren
bajarse, dejarme solo en este juego que no entienden)
me recuerda a mi gato Chispo.
También a él, de adolescente,
lo obligaba a encararse con su imagen,
exactamente con el mismo éxito que ahora con mis hijas:
dos criaturas con piel de nieve
y una enfática glosolalia
que andan a la altura de los zócalos
y me están enseñando a aprenderlo todo por primera vez.

Por ejemplo que la felicidad y el tormento
caben juntos en el mismo zapato y la misma noche.

la luna es una rana
la rana es una runa
la runa es una lana
la lana es una runa

Pero yo sigo enfrente del espejo,
con Lucía y Alicia en cada hombro,
lo mismo que hace más de un par de décadas
me asomaba buscando una respuesta de mi gato.
Cualquier respuesta, nada hubiera sido decepcionante:
sorpresa, burla, miedo, irritación,
todo menos aquella languidez,
esa apatía, esta indolencia de mis hijas ante su imagen,
que al cabo logra que la vista vire a mi propio reflejo
y recuerde con ello, una vez más,
que los mañanas también tienen memoria.

¿Quiénes sois? ¿Qué diablos o diablesas sois vosotras
a este lado y al otro? —mascullo mientras me voy auscultando la dentadura
y un hielo me recorre el alma hasta los pies.

la lana es una luna
la runa es una lana
la rana es una runa
la luna es una rana

Alberto Chessa




Todo poeta joven que se precie,
(que se precie joven, ergo todo poeta)
aspira a que sus versos se transcriban
con tinta de la luna. En esa noche
de altas sombras en la que persevera
su alma enrejada, al punto cenicienta,
el hierro de los días, el sarmiento
de cada despertar, cien mil abrojos
cotidianos que cuelgan tan pesados
como un dogal del cuello, la tarántula
del frío que recorre bien su piel,
el resol de las dudas, los celajes
del zarzal, entallados en la verja
del cielo, los cantiles de lo no
decible, el jeroglífico del alba
frente al cual nuestro héroe se aposta
como quien se prepara para ver
el mismo instante de la creación
de nuevos mundos…, todo, todo (¡todo!)
pasa al final, se espeja en la mismísima
vida. Y resulta que cuando la vida
corre que se las pela -la cabrona-
deviene poco menos que una mancha 

Alberto Chessa









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