María Malusardi

A propósito de “artista del hambre”

El lenguaje hace posible lo imposible pero siempre se queda corto. Es decir, la poesía pone en evidencia lo inefable, aquello que no se puede contar sin banalizarse. Porque nombrar la miseria y el dolor de quienes injustamente han caído en el olvido, de los que no tienen ni tendrán voz, es el lugar común de quienes miramos y no hacemos nada más que enmudecer y acercar un gesto caritativo. ¿Y qué más podríamos? Es una buena pregunta. Y la ausencia de respuesta nos deja vaciados y ausentes ante el espejo de la buena conducta. Lo que haya para hacer está lejos y es urgente. La caridad es un paliativo medieval. La solidaridad es otra cosa. Pero acaba siendo un mendrugo si no se sistematiza ni se sostiene en el tiempo con tesón y compromiso. Tema extenso y que elude todo exabrupto. Hoy más que nunca, claro está, hay que cambiar el mundo.

artista del hambre –así, con minúscula siempre- es un libro concebido enteramente como un corpus (breves poemas que van conformando una trama inasible) y nace de la impotencia y el desasosiego. Pero también del silencio, como quería Rilke. Porque el lenguaje poético viene del silencio. El poeta calla y espera. El lenguaje lanza la piedra sobre el agua y se adelanta al sentido. Como la magia, entonces, el poema sucede. Llega sin aviso. Con su prepotencia y su audacia, el lenguaje es un tsunami de orfebrería: ambicioso, irreverente, preciso.

“hubo un día y no recuerdo si el temblor de la palabra o el relámpago en la lengua empastaron mi boca con muertos hubo un día ese día el hambre traficó y cayeron huesos como panes hubo ese día y sollozaba entre añicos quería matar afilar el vidrio ese borde eficaz para darle un envión un vuelco a tanto error a tanto desamparo”

En ocasiones me preguntan por qué minúscula, por qué no puntuación, por qué prosa y no verso. Y respondo: porque durante el proceso creativo se producen imposiciones. El lenguaje llega como “chorro de sangre” (Sylvia Plath), luego el o la poeta sintetiza y labra. Trabajo obsesivamente sobre las palabras siempre en diálogo con lo que me proponen. En mi caso, no hay ni comienzo ni final: las minúsculas deparan una continuidad constante, acaso cósmica. La puntuación vibra por omisión. Es prosodia. Está, aunque no se vea. La puntuación es ritmo y respiración. Imposible su renuncia. El corte de versos –la escansión- funciona del mismo modo, como una arritmia que no mata. No surge de mi voluntad sino de mi espera y de mi escucha. El lenguaje señala, indica. Si me convence, acato, si no confronto. No es prosa: son versos ansiosos que no respetan la distancia.

María Malusardi




Antes de nacer y derrumbarse el amor presenta, como rasgo ineludible y sonoridad de choque contra el viento, el desví­o y el daño    

te amo para escribirme y desahuciarme para ser en mí­ un espacio de animal y de palabras en mí­ arrancándome desligándote para anunciarte como una pérdida como una estrella seca en el paladar de la conciencia estás y caés para arruinarme y maldecirme en mi poema el amor es una trampa ineludible para morir un poco menos estás para renunciar al dolor de tu infancia en mis ojos y no saberte nunca desdichado y no encontrarte nunca malherido y mantenernos así­ ardiendo en la lejaní­a que nos une    

si la vida fuera lineal yo serí­a las cenizas de un trompo después del incendio si la vida fuera lo que es (un desacierto una rebelión de lobos en mi boca) caminarí­a descalza sobre mi propio cuerpo para amarte

lo que me atrae del dolor es que no puedo complacerlo nunca alcanzo su voluntad ni logro denunciarlo agua turbia sobre el mundo nadie puede detenerlo ni sobornarlo lo que me gusta del dolor es su pureza: nada corrompe su compromiso con la vida apretar el nervio hasta reí­r de espanto y de compasión    

una vez quedé muda me habí­an dejado en un patio a la intemperie mis pezones tiritaban como inviernos y encontré un camino una frazada un té caliente un sueño en el que me contabas que podí­as ayudarme a florecer dándome un hijo el barro fortalece me decí­as y yo: no hay dónde apoyar: la grieta está en la grieta el agua está en el agua todo se pierde dentro de sí­ mismo en mi cuerpo    

esta mañana extraño el cansancio de tu mirada porque ya no despertás sobre el detritus de mis sueños quién podrá sanarlos en su derrumbe esta mañana el otoño ha escrito sus primeras hojas crujientes y mi gato festeja los minúsculos aciertos del mundo en el cristal de la primera escarcha mi gato y su derramarse su estética de espacios alivia mi transición y nunca estás para mi entierro    

son palabras las heridas que nombro para que te vayas

María Malusardi
El desvío y el daño




Así somos las palabras

la sintaxis familiar descansa en la fragmentación del cuerpo la poesía infierno de mis partes: así somos las palabras

(“la carta de vermeer”, Ed. Alción, 2002)

Un poema no se explica. Se lo vive. Se lo recibe. Se lo deja entrar hasta donde pida. Hasta donde pueda llegar. Hasta donde no podamos con él. ¿Dentro del cuerpo? Pareciera haber, en este caso puntual, tres componentes para el enredo definitivo: la familia (su peso específico que roe, talla, destruye), el propio cuerpo atribulado dentro de una familia de la que nunca se podrá salir (ni aun cuando sus integrantes ya no estén) y las palabras. Con estos tres elementos me incito poema en estado de luz y desdicha.

Cuando el cuerpo se atiene a la palabra. Cuando la palabra olfatea al cuerpo. Cuando el cuerpo se desnuda ante la palabra. Cuando la palabra vampiriza al cuerpo. Cuando el cuerpo se ata a la palabra como Ulises al mástil. Cuando la palabra traiciona y se agazapa entre las escamas de las sirenas. Cuando el cuerpo sale disparado de una familia y se estrola sobre el asfalto de la palabra. Cuando el asfalto de la palabra recibe al cuerpo humillado y adora y lame la dispersión de su fragancia. Cuando el cuerpo se abraza al asfalto de la palabra y la ensucia con huesos. Cuando la palabra manchada hace de la destrucción del cuerpo un ritual. Cuando el cuerpo sale a escena y no encuentra el camino hacia la palabra que espera. Cuando la palabra esquiva al cuerpo. Cuando el desencuentro entre el cuerpo y la palabra. Cuando se funde el desencuentro. Cuando el desencuentro desarticula posibilidades y disipa. Cuando ya no sé qué soy: si cuerpo si palabra. Cuando da lo mismo el cuerpo que la palabra. Cuando decido renunciar al cuerpo para convalecer en la palabra. Cuando estoy palabra. Por encima del cuerpo.

Entonces la agonía. Y enmudecer. O cantar.

María Malusardi



Hierba en la caricia

En la textura de la hierba descifro la textura del poema. Se lee un poema como se acaricia la hierba. No se trata pues de reflexionar sobre los matices de la hierba sino de conquistar, en los bordes del acto de acariciar, la sustancia oculta del lenguaje mientras nombro la hierba en la caricia. Es una sensibilidad oculta en lo sensorial irrumpido por el pensar.

María Malusardi



Las palabras y los huesos

Lo que busco de la poesía es que me destierre de un golpe, me corra de mí, como una sonata para piano de Mozart, hasta la desintegración. “Sólo es hermoso el pájaro que muere / destruido por la poesía”, entona y alienta Luis María Panero. Porque las palabras, según agrega y justifica Vasko Popa, “yacen sobre la tierra muda / más pesadas que los huesos de la vida.”

María Malusardi
















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