Olga Suárez

Caranchos en la niebla 

Las membranas de la memoria
se desgranan
pierden sentido
aúllan en la niebla. 

Cuánto aguanta un cuerpo
los embates de la impunidad. 

Horas de desolación que el poema calma. 

Me resta tu piel
estallar el linde para acariciarte.
Solo poseo
palabras punzantes
para cortar la niebla.

 Olga Suárez

 

 

Dido

                                                                                                            a Mariano Acosta

Un espí­ritu, desde mis pies a las pupilas
No me veo delante del fuego en la estirpe del Fénix
ciudad de pie ante el buey, cercada por el éxito,
mi culto.
Ficción de la mujer que reina. 

Cartago, frente al mar, infinitesimal en la cosmovisión de los hombres. 

¿Dejarán que gobierne? 

Sonámbula en la predestinación
deambulo entre dos elefantes funámbulos
ese sueño de bucles ensortijados,
ese hombre de empuñadura.
En el oráculo comienzan los prejuicios
pero quiero liberarme del yugo de los otros
ser una estela en el agua,
taparte los ojos
transformarte en inicio, en  poesí­a.

Olga Suárez




El caudal del silencio 

                                                                                                            a Fiorina, siempre 

La nieve que nunca palpamos flota invisible en tu silencio.
Escalar la cima del pájaro fue mi huida
hacia el paí­s donde las huellas te dejan atrás
para evitar ser conjuradas por una boca sin tiempo.
Me he instalado en el ala del ángel
fuera de la cordura dorada de las cosas,
he llegado a hablar solo de a ratos
en un borde de palabras que asemejan bordados:
crochet, vainillas que el olvido siempre
me oculta. 

Las palabras se gestaron allí­, entre puntadas
entre hilos, en la silla petisa
con la abuela petisa, que a cuatro ojos coloreaba
fulgores del otoño.
Llamo palabras a horas detenidas
y espero alumbrar la noche.

No han nacido aún, sin embargo las presiento
huidizas en la punta de la lengua o la memoria,
como perdigones sin blanco,
estallido de pólvora en mis manos.
No son ni la mitad de la pena los dolores
que se quedan ocultos en la noche.
No son ilusorias las huellas
que móviles se inscriben en mi alma
machacando la furia, entorpeciendo la luz
en espera de verte.
Quién dice que el recuerdo es cristalino,
quién dice que bastó cerrar los ojos.
Es imposible que la imagen permanezca
y no quede reducida a la décima parte
el olor del pan y la manteca.
No te encuentro cuando golpeo el mármol.
No es suficiente lavar tu nombre en la piedra
sostenida por un ángel sin zarcillos
sin oros en el í­ndice,
un ángel que no anuncia nada
a la niña que mira.
No llevé las flores a tu muerte aunque me pediste
que siguiera el recuerdo. 

Eso a mí­ no me alcanza y maldigo tu muerte,
maldigo las flores y toda la distancia.
 
La nieve que nunca conocimos nos separa.

Olga Suárez




Helena 

La niña se ausculta en el espejo
ensaya
las caras del horror. 

Valerosa Helena, ser fantasma y ser lujuria
en el relato:
yo prefiero el ardor de las sábanas
el tálamo manchado por el fluido del engaño,
el estertor del tiempo fundido al roce. 

La niña viste ropajes transparentes,
se mece en el idí­lico sabor del sexo.
Tensión del cuerpo que se eriza por completo
hasta arquear el fabuloso órgano
de los sonidos en el tiempo que gime. 

Helena vuelve a Esparta,
aprieta los dientes:
su piel no olvidará
el beso junto a la muralla
la zozobra
las manos crispadas por el sueño
el vértigo de lo prohibido
sobre el arco del deleite.

Olga Suárez



Piensa
liberarse de estacas,
en el ocaso de la tarde
sueña. 

Frente al sembrado
aguarda
paciente
el dialecto de los pájaros.

Olga Suárez













No hay comentarios: