William Seabrook

"¡Hitler! Eres el enemigo del hombre y del mundo; por eso te maldecimos. Te maldecimos por cada lágrima y gota de sangre que has hecho brotar. ¡Te maldecimos con las maldiciones de todos los que te han maldecido!"

William Buehler Seabrook



"No hay nada que no pueda solucionarse con una pistola."

William Seabrook ¿?



"Sabía bien, como si fuese de un desarrollado ternero, no tan joven, pero no todavía como un filete de res. Fue definitivamente como eso, y no fue como otra carne que no había probado nunca. Un carne muy cerca de ser una buena ternera, que considero que ninguna persona con un paladar de sensibilidad común y corriente podría distinguirla de aquella. Era suave, buena carne sin otro sabor definido o muy característico, como por ejemplo, lo tienen la cabra o el cerdo en alto grado. En el estofado la carne fue ligeramente más dura que aquella de ternera, un poco fibrosa, pero no demasiado dura o fibrosa para que sea agradablemente comestible. El asado, del que corté y comí una rebanada central, estuvo tierno, en color, textura, olor y sabor, fortaleciendo mi certeza de que de todas las carnes que habitualmente conocemos, es la carne de vacuno la que esta carne con la que es exactamente comparable."

William Seabrook



"Una alfombra de terciopelo rojo se extendía hasta un enorme trono en el que se sentaba una chica vestida con una túnica verde, con pelo cobrizo rizado y zuecos de oro en los pies. Sus altos tacones dorados descansaban sobre un taburete de cuero, y dos diademas de brillante metal unidas por una cadena de hierro resplandeciente ataban sus muslos. Sonrió y levantó una mano para darnos la bienvenida. Rodeando y uniendo sus muñecas había otras relucientes cadenas que tintineaban como campanillas. Mi abuela soltó mi mano, y me adelanté solo para sentarme en el taburete de cuero y rodear las rodillas de la señorita con mis brazos. Ella apretó gentilmente mi cabeza contra sus rodillas y me acarició el pelo. Guió mis manos sobre los suaves pliegues de seda hacia sus pies encadenados, y las dejó allí hasta que yo mismo sostuve las cadenas con las manos y las apreté más fuerte. Estaba temblando de felicidad. Me aferré a sus pies, miré hacia sus ojos verdes con destellos dorados y apreté mi cara contra sus muñecas, alzadas y extendidas como en una bendición.

Esta visión fue mi sueño más profundo hecho realidad; fue la llave a mi necesidad oculta, fue mi deseo supremo concedido. Porque –ya desde antes que esa visión viniera, de hecho desde el principio de mi vida –  todo pensamiento, vista, imagen, fotografía, historia, cuento o mera sugerencia de una chica encadenada, o con las manos atadas, era para mí más deseable que cualquier otra imagen; fuera en el mundo objetivo de las revistas, libros, ilustraciones e historias, o en el subjetivo de mi propia imaginación infantil."

William Seabrook




















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