Hasta hace poco, creer en Dios parecía incompatible con la ciencia. Ahora, inesperadamente, la ciencia parece convertirse en aliada de Dios y el materialismo, que es una creencia como cualquier otra, flaquea cada día más.
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La segunda etapa consiste luego en comparar estas predicciones con las observaciones en el Universo real. Si, una vez verificadas, las observaciones están en desacuerdo con las predicciones, entonces la teoría es falsa; ahora bien, si concuerdan, la teoría puede ser verdadera. Por otro lado, cuanto más numerosas son las implicaciones y cuanto más precisas, tanto más la teoría puede ser considerada como sólidamente establecida.
Estas dos primeras etapas constituyen la base mínima de toda teoría científica. En muchos casos, afortunadamente, se puede ir más lejos.
La tercera etapa consiste, cuando sea posible, en crear un modelo matemático del universo teórico, luego operar con él y estudiar los resultados y predicciones que se derivan de ello. Resultados y predicciones que luego compararemos con la realidad. Si el modelo corresponde a la realidad, el nivel de la prueba se verá reforzado, sobre todo si el modelo prevé consecuencias inesperadas que luego se revelan exactas.
La cuarta etapa, finalmente, cuando esta se puede realizar, tiene un valor demostrativo aún más fuerte; esta etapa consiste en la posibilidad de repetir la experiencia. Si la teoría puede ser verificada experimentalmente de manera repetida, el nivel de prueba conferido por esta cuarta etapa es entonces sumamente elevado.
Segunda etapa, las predicciones: como primeras consecuencias verificables de su teoría, constata que efectivamente la manzana cae al suelo, y no lo contrario, porque la manzana es pequeña y porque la Tierra es grande. Por otro lado, una manzana del hemisferio sur caerá siempre sobre la tierra, aunque el manzano y los habitantes se encuentren «cabeza abajo», desde el punto de vista de un observador del hemisferio norte. Las implicaciones de la teoría resultan conformes a la realidad.
Tercera etapa, el modelo matemático: Newton desarrolla un modelo matemático de su teoría postulando que la fuerza de atracción entre dos cuerpos es proporcional a su masa e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa, según una fórmula de tipo F = G m1 m2 / d2. A partir de ese modelo, logra calcular la órbita de los planetas, llegando a formas elípticas que ni Copérnico ni Galileo habían podido imaginar, pero que Kepler había adivinado al observar el curso del planeta Marte. Finalmente, desarrollando su modelo, obtiene un calendario predictivo de los eclipses de Luna y de los planetas.
Cuarta etapa, la experimentación: el calendario y las predicciones en cuestión, que son verificables por todos en aquel entonces, se verifican y se revelan exactos. La comparación con la realidad funciona; mejor aún, la dimensión predictiva, inesperada, se confirma. La teoría se encuentra por lo tanto probada y la comunidad científica se adhiere a ella con prontitud.
Grupo 2: teorías que pueden ser cotejadas con la realidad, que se pueden modelizar (en el sentido matemático) y experimentar. Este grupo incluye una gran cantidad de ciencias, como la mayoría de los campos de la física, la mecánica, la electricidad, el electromagnetismo, la química, etc. Para este grupo, las pruebas son tan fuertes que se aproximan a pruebas absolutas y son difícilmente discutibles, incluso cuando puedan ser refinadas en el futuro gracias a nuevos modelos convergentes.
Grupo 3: teorías cotejables con la realidad, que se pueden modelizar pero no experimentar. Este grupo incluye numerosas ciencias como la cosmología, la climatología (particularmente las investigaciones sobre el calentamiento climático), la econometría, etc. Aunque no sean experimentables, estas teorías se pueden modelizar y las predicciones que resultan del modelo pueden ser verificadas. En este grupo, el nivel de prueba es alto.
Grupo 4: teorías cotejables con la realidad, experimentables, pero que no se pueden modelizar. Este grupo incluye la mayoría de los campos de las ciencias como la fisiología, la farmacología, la biología, etc. Estas teorías también son poderosas porque, aunque no se puedan modelizar, la repetición de la experimentación aporta un nivel de verificación elevado y, por lo tanto, altamente probatorio. En este grupo, como en el anterior, si bien por motivos diferentes, el nivel de prueba es elevado.
Grupo 5: teorías cotejables con la realidad, pero que no se pueden modelizar ni experimentar. Este grupo de teorías es más débil en términos de fuerza probatoria que los anteriores. Incluye, no obstante, numerosos campos que nadie imaginaría eliminar de la esfera científica. En este grupo se encuentra el evolucionismo darwiniano, que no se puede modelizar ni experimentar (o en todo caso, no fue posible hacerlo durante un siglo). Incluye también numerosas cuestiones científicas, como la paleontología (por ejemplo, la extinción de los dinosaurios, la desaparición del hombre de Neandertal, etc.), el origen de la vida en la Tierra, el origen de la Luna, el origen del agua en nuestro planeta, etc.
En este grupo, las teorías no se pueden modelizar ni experimentar, se verifican solamente gracias a la confrontación de sus conclusiones con lo que puede ser observado en el mundo real. A este grupo pertenecen las teorías antagónicas, a saber, «existe un Dios creador» y «el Universo es únicamente material». Efectivamente, estas dos teorías no se pueden modelizar ni experimentar, pero sus conclusiones lógicas, que son numerosas, como lo veremos, pueden ser cotejadas con la realidad exactamente como las otras teorías del mismo grupo.
Tipo de campo Tipo de razonamiento Fuerza de la prueba
Campo Teórico:Grupo 1: Matemáticas, Juegos, Lógica, Algoritmia Demostración Prueba absoluta
Campo real Posibilidad de teorizar Confrontación con la realidad Posibilidad de modelizar Posibilidad de experimentar
Grupo 2: física, mecánica, mecánica cuántica, electricidad, electromagnetismo, química Sí Sí Sí Sí Prueba muy fuerte, cercana a lo absoluto
Grupo 3: cosmología (Big Bang, muerte térmica, principio antrópico, etc.) climatología Sí Sí Sí No Prueba fuerte
Grupo 4: fisiología, farmacología, medicina Sí Sí No Sí Prueba fuerte
Grupo 5: teoría de la evolución paleontológica, origen de la xida en la Tierra, origen del agua, existencia de un Dios creador Sí Sí No No La fuerza de la prueba depende de la calidad y del número de correspondencias entre las implicaciones de la teoría y la realidad observable
Grupo 6: universos paralelos, multiversos, antes del Big Bang Sí No No No Prueba nula: pura especulación
Cuadro que resume el posicionamiento de los seis grupos de pruebas.
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Si el Universo procede de un Dios creador, entonces:
2. El Universo no puede tener un fin del tipo muerte térmica, porque un fin de ese tipo supone un comienzo. 2. Se puede esperar que el Universo tenga un orden y sea inteligible.
3. Las leyes de la naturaleza derivan solamente del azar y, por consiguiente, es sumamente improbable que sean favorables a la vida. 3. Se puede esperar que el Universo tenga un principio.
4. No puede haber milagros. 4. Los milagros son posibles.
5. No puede haber profecías ni revelaciones. 5. Las profecías y las revelaciones son posibles.
6. El bien y el mal se pueden decidir democráticamente, sin límite alguno.
7. Los «espíritus» no existen, ni el diablo, ni los ángeles, ni los demonios.
Ante las dos columnas que se ven en el cuadro, destacan claramente tres hechos relevantes:
Si el Universo es exclusivamente material, entonces:
Efectivamente, y por dos motivos, uno de ellos filosófico y el otro científico:
El segundo principio de la termodinámica definido por Clausius a partir de los estudios de Carnot establece que, sin aporte exterior de información o de energía, todo sistema cerrado se desgasta y ve crecer su entropía.
Si no hay Dios y si el Universo es exclusivamente material, entonces tiene que ser regido por leyes fijas e inmutables, excluyendo todo tipo de finalidad. Por lo tanto, todos los procesos en acción en el Universo solo pueden ser fruto del azar, que se convierte así, necesariamente, en el único motor de la evolución de las cosas. Por consiguiente, debe descartarse que las leyes del Universo son muy favorables al ser humano (salvo en el caso de la teoría especulativa de los multiversos). El ajuste fino del Universo y el principio antrópico, en ese caso, son imposibles.
Si las leyes del Universo material se aplican siempre y en todos lados de manera determinista, los milagros son imposibles y los hechos que se cuentan solo pueden ser puras invenciones o errores de apreciación.
Por los mismos motivos, no puede haber profecías, o sea, descripciones claras de un acontecimiento improbable e imprevisible en un lejano porvenir, y dichas profecías solo pueden derivar de la credulidad o de una forma de confabulación. Del mismo modo, toda revelación es imposible.
El mundo de los espíritus —diablo, ángeles, espíritus malignos, posesiones, exorcismos— no existe.
II. Estudio de las implicaciones de la tesis «existe un Dios creador»
A la inversa, si el Universo proviene de un Dios creador, entonces:
Si la creación del Universo procede de una intención inteligente, es lógico que la evolución del Universo se entienda como un orden y se desarrolle en una dirección predeterminada.
Si el Universo ha sido creado por un dios perfecto e inteligente, si fue concebido para que surja la complejidad en general y el hombre en particular, es lógico que exista un orden y sea inteligible.
Si procede de un creador, es lo más natural.
Ya sea por las causas primeras (cuestionamiento de las leyes corrientes del Universo), ya sea por las causas segundas (coincidencias providenciales).
Un Dios creador, omnisciente, conoce el futuro: las profecías por lo tanto son posibles, del mismo modo que las revelaciones.
Ante las implicaciones que hemos evocado, un materialista coherente no podrá contentarse con creer exclusivamente en la materialidad del Universo, o sea, en la inexistencia de un dios, de un diablo y de las almas, creencias que son finalmente fáciles de sostener.
El Universo no se dirige hacia su muerte térmica, contrariamente a lo que se acepta hoy, de manera general.
El Universo es ciertamente favorable al hombre (ajuste fino del Universo), pero, ya que se trata de algo estadísticamente imposible, deben existir necesariamente miles de millones de millones de universos, aunque se trate de una mera hipótesis de la que no se tiene hoy prueba alguna.
Algunas leyes de la física, entre las más importantes, admitidas como universales e inamovibles, han sido transgredidas en algunos momentos de la historia del Universo (por ejemplo, el principio de conservación de masa-energía en el momento del comienzo del Universo).
En el campo filosófico y moral, el bien y el mal, al no tener un carácter absoluto, carecen de límites y se pueden decidir democráticamente.
Todos los hechos de milagros, profecías y revelaciones conocidos no son sino ilusiones y charlatanismo.
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Una información primordial, pues, que habría «programado», con una precisión que desafía la imaginación, el nacimiento del Universo en el momento del Big Bang y luego su evolución a lo largo de miles de millones de años. Razonamientos que remiten una vez más a la pregunta evidentemente legítima: si existía una información matemática antes del Big Bang, ¿quién es el fabuloso «programador» que se encuentra detrás de semejante código? Se trata de una pregunta que se vuelve a plantear, de manera repetida, y que volveremos a encontrar más adelante.
• Después de 10−43 segundos (tiempo de Planck) podemos empezar a imaginar la evolución del Universo, con la teoría de la inflación (que, si bien no tiene aún confirmación formal, es aceptada por una mayoría de cosmólogos), con la teoría de la relatividad general en lo que se refiere a la fuerza de gravitación, y con el modelo estándar de la física de las partículas para las tres otras fuerzas. En un espacio ínfimo de 10−35 metros, a una temperatura de 1032 kelvin y con una energía de 1019 GeV, no hay ninguna materia estable. Este espacio sumamente denso solo contiene una forma de energía pura. A partir de ese instante, en que surgió de golpe, la cantidad de masa-energía se encuentra fijada y ya no va a variar, salvo bajo el efecto de la expansión del Universo (leve aumento con la energía del vacío del espacio creado por la expansión y disminución con la pérdida de energía vinculada al desplazamiento hacia el rojo de las emisiones de fotones).
• Después de 10−35 segundos (era inflacionaria), debido a la separación de la fuerza nuclear fuerte de las otras dos interacciones, la formidable energía contenida en un campo hipotético llamado «inflatón» hace que el espacio entre en expansión acelerada. El Universo se dilata hasta 1026 veces (por lo menos) durante 10−32 segundos, inaugurando un período inflacionario que conduce a un vertiginoso descenso de la densidad de energía del Universo y a un enfriamiento rápido. Durante este periodo, la fuerza nuclear fuerte se separa de la fuerza electrodébil, que a partir de entonces va a dominar.
• Después de 10−12 segundos (era de los quarks), la fuerza electrodébil se divide en interacción electromagnética e interacción débil. Es probablemente la interacción débil la que creerá la ínfima rotura de simetría entre la materia y la antimateria, que perdura hasta nuestros días. Las cuatro fuerzas fundamentales están entonces definitivamente separadas. El Universo está lleno de un plasma quark-gluones caliente y denso, que contiene quarks, electrones y otros leptones, así como sus antipartículas.
• Después de 10−11 segundos (diferenciación de las cuatro fuerzas), la fuerza electrodébil se escinde en interacción electromagnética e interacción débil; esta última va a crear, probablemente, una ínfima ruptura de la simetría entre la materia y la antimateria. Las cuatro interacciones fundamentales quedan, de esta manera, separadas definitivamente.
• Entre 10−6 y 10−4 segundos (era de los hadrones), los quarks se combinan para formar definitivamente el conjunto de los hadrones, es decir, los protones y neutrones que constituirán los elementos fundamentales de toda la materia. Los neutrones, que son inestables y cuya duración no va más allá del cuarto de hora, deben asociarse rápidamente a protones en núcleos estables. En efecto, después de esta corta fase de los hadrones, la creación de nuevos protones y neutrones nunca más será posible en el Universo.
• A un segundo (desaparición de la antimateria), la leve disimetría que aparece entre materia y antimateria conduce a la destrucción casi total de la antimateria.
• Entre un segundo y 15 minutos después del Big Bang (primera nucleosíntesis), se efectúa definitivamente la nucleosíntesis de todos los elementos ligeros: hidrógeno (que constituye en ese momento 75% de la masa del Universo), helio (25%), deuterio y litio (en cantidad mucho menor), que no podían ser creados sino en las condiciones extremas de los primeros minutos del Big Bang.
• Al cabo de 15 minutos (materia), la composición de la materia del Universo queda prácticamente establecida. Está compuesta mayormente de núcleos de hidrógeno (92% en número), de núcleos de helio (8%), de vestigios de deuterio (0,002%) y de litio en cantidad infinitesimal (1 sobre 1012). La temperatura desciende por debajo de mil millones de grados y, a partir de ahí, el número de esos núcleos ligeros queda fijo y limitado para siempre.
• Entre 15 minutos y 380 000 años (era de los fotones), el Universo continúa su expansión rápida, dominada por la agitación de los fotones, muy energéticos. Estos obstaculizan la constitución de átomos, ya que impiden la asociación estable de los electrones a los núcleos existentes.
• A los 380 000 años (formación de los primeros átomos y primera luz), la temperatura bajó hasta 3000 kelvin, y los fotones ya no tienen energía suficiente como para quebrar los átomos que se forman cuando los núcleos existentes capturan electrones. El Universo se vuelve entonces transparente y, por lo tanto, observable, ya que los fotones pueden en adelante viajar libremente en línea recta por el espacio. Esta liberación de la primera luz visible produce la primera radiación, emitida desde todos los puntos del Universo en todas las direcciones. Constituye la famosa radiación del fondo cósmico (CMB, por Cosmic Microwave Background, en inglés) descubierta en 1964 por Penzias y Wilson. Aún hoy, convivimos con esas partículas venidas del Big Bang, puesto que, en cada centímetro cúbico de nuestro espacio se encuentran 411 fotones provenientes de la CMB. Cabe mirar de otro modo la «nieve» que parasita un televisor de tubo catódico: efectivamente, ¡un pequeño porcentaje de esos parásitos se remontan a la CMB! Dado que el Universo aumentó 1000 veces su volumen desde la liberación de la primera luz visible, la temperatura disminuyó de manera equivalente y los fotones del CMB tienen ahora una temperatura de 2,725 kelvin.
• Entre 380 000 y 1000 millones de años (primera edad oscura y primeras estrellas), el Universo entra en una primera edad oscura, pero las leves diferencias de densidad de materia (anisotropía del orden de 1/100 000 solamente) conducen poco a poco a la producción de cúmulos que, al concentrarse, después de 150 a 200 millones de años, van a permitir alumbrar las primeras estrellas, agrupadas en las primeras galaxias (detectadas hoy en forma de cuásares)[
• Después de 3000 a 5000 millones de años (formación de los elementos pesados), las primeras generaciones de estrellas terminan su vida en supernovas, creando las condiciones de formación de todos los elementos pesados de la tabla periódica de Mendeléiev. De este modo, aparte del hidrógeno, del helio, del deuterio y del litio ya formados, todos los átomos que constituyen los componentes de nuestro planeta, de nuestro cuerpo y de todos los objetos que utilizamos a diario, provienen de esos «polvos de estrellas».
• Después de 9000 millones de años (Sol), el Sol empieza a constituirse, como una estrella de tercera generación. Así pudieron finalmente nacer, al término de una historia de casi 13 800 millones de años, el sistema solar, nuestra Tierra, la vida y cada uno de nosotros…
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La expresión, una vez lanzada, va a dar la vuelta de Inglaterra y del mundo entero a la velocidad del rayo. Porque, aunque sea irónica y haya sido pronunciada por un encarnizado adversario de la idea de un origen del Universo, el hallazgo es genial y quedará para siempre en el vocabulario científico.
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• numerosos científicos lo hicieron y los cálculos de probabilidades que presentamos son los de cada autor;
• las proteínas pertenecen al ámbito de lo inerte y su aparición, por lo tanto, no tiene que ver con las leyes de la evolución. La consecuencia de ello es que el cálculo de probabilidad de esa aparición no está afectado por la selección natural.
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• La muerte térmica del Universo solo se conoce desde 1998.
• El necesario principio del Universo, sea cual sea (teorema de Borde-Guth-Vilenkin), se remonta solamente a 2003.
• El descubrimiento de los ajustes finos del Universo se remonta solamente a los años 1980.
• El descubrimiento de la complejidad del ADN y de la menor célula viva, que induce la improbabilidad del paso, gracias únicamente al azar, de lo inerte a lo vivo, tiene también menos de una generación.
Actualmente, estos descubrimientos generan polémicas que se parecen a las que provocaron en su tiempo los descubrimientos de Galileo o de Darwin. Estas controversias son probablemente tan inevitables como las que tuvieron lugar en su momento.
¿Cuánto tiempo fue necesario para que los descubrimientos de Darwin fuesen aceptados? ¿Cien años, ciento cincuenta, tal vez? No dudemos de que las nuevas pruebas de la existencia de Dios tardarán también cierto tiempo en surtir efecto.
En este sentido, en el primer estudio Pew, es notable que el porcentaje de personas que creen en «algo» sea mucho más elevado entre los jóvenes científicos americanos (representan el 66% en dicho grupo) que entre sus mayores, de 65 años y más (donde representan solo el 46%). Esta encuesta muestra que asistimos tal vez hoy al principio de un vuelco de la opinión entre los científicos.
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En realidad, Gödel es muy coherente; intenta hacer en neurología y biología lo que hace en la lógica: construir un teorema que muestre la incompletitud de los razonamientos materialistas.
En neurología, ese teorema afirmaría que, a pesar de su ingente cantidad, no hay en las neuronas del cerebro humano una capacidad de almacenamiento suficiente como para producir todas las operaciones realizadas por una mente. Del mismo modo, otro teorema mostraría que, a pesar de la inmensidad de los tiempos geológicos, no hay suficiente tiempo como para que el conjunto de los seres vivos y de sus órganos complejos puedan derivar de la primera célula gracias a un proceso de tipo darwiniano, basado únicamente en mutaciones que resultan del azar y de la selección natural.
A pesar de ser un teórico, Gödel no dejó de experimentar en este ámbito. En las cartas dirigidas a su madre, explica que hizo más de doscientas pruebas con su esposa Adèle, muy dotada, según él, para la intuición, y ¡capaz de adivinar barajas sin verlas con una probabilidad muy superior a la de un resultado aleatorio!. Además, Gödel escribió mucho acerca de la intuición, cuyo carácter repentino e instantáneo, en oposición al proceso de adquisición de los conocimientos, le parecía ser una prueba suplementaria de la naturaleza no material del espíritu humano.
Pero, si el espíritu humano no es material y si no es el producto del cerebro, ¿podrá subsistir después de la muerte? Gödel da una respuesta positiva a esa pregunta.
Entre julio y octubre de 1961, el lógico le escribe cuatro cartas a su madre, Marianne, quien se había quedado en Viena. Ambos ignoran si se van a volver a ver en vida, por lo que Marianne le pregunta si volverán a verse después de la muerte.
Gödel, que era hiperracional y ponía la lógica y la razón por encima de todo, nunca hubiese podido deformar su pensamiento para consolar a alguien, aunque se tratara de su propia madre: le hubiese parecido una terrible traición a la lógica y a la razón. Por eso podemos estar seguros de que sus palabras (escritas en este caso en un lenguaje simple y accesible, ya que su madre no sabía nada de ciencias) expresan el fondo de su pensamiento. Este es el razonamiento, íntegro, que se encuentra en su carta del 23 de julio de 1961: «El mundo no es caótico ni arbitrario, sino que, como lo muestra la ciencia, la regularidad más grande y el orden más grande reinan por todas partes. El orden es una forma de racionalidad. La ciencia moderna muestra que nuestro mundo, con todas sus estrellas y sus planetas, tuvo un comienzo y tendrá probablemente un final. Por lo tanto, ¿por qué solo habría de existir este mundo? Ya que un día aparecimos en este mundo sin saber ni cómo, ni desde dónde, lo mismo puede producirse de nuevo en otro mundo, del mismo modo. Si el mundo está ordenado de manera racional y tiene un significado, entonces tiene que haber otra vida. ¿Para qué serviría producir una esencia (el ser humano) dotada de un número tan grande de posibilidades de desarrollos individuales y de evoluciones en sus relaciones, pero a la que no se le permitiría realizar sino una milésima parte de ellas? Sería como establecer los cimientos de una casa haciendo grandes esfuerzos, para luego dejar que todo se desmoronase[».
En el marco de nuestro libro, resulta muy interesante destacar que, si bien era demasiado temprano para que Gödel pudiese hablar del famoso ajuste fino, él afirmase, no obstante, que el Universo tuvo un comienzo. Según él, la ciencia revela que la regularidad y el orden reinan en todos lados en el Universo, y como regularidad y orden prueban que el mundo está ordenado de manera racional, esto implica que tiene un significado. Como la observación del ser humano muestra que su potencial es mucho más vasto que el que puede utilizar y hacer fructificar durante su vida, sería ilógico que no hubiese vida después de la muerte. Ya que no hay ningún motivo para que haya un «islote de irracionalidad» en un mundo supremamente racional.
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Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 301
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Entre todos los documentos que se conocen de la Antigüedad, la Biblia es el único que no situó al Sol y la Luna en un pedestal.
Veamos los principales momentos de la Biblia en que esa percepción única aparece claramente:
- «Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años; y sean por luminarias en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la Tierra» (Gn 1, 14).
- «E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas» (Gn 1, 16).
- «Hizo la Luna para los tiempos, el Sol conoce su ocaso» (Sl 104, 19).
- «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Sl 19,1).
- «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, y la Luna y las estrellas que has creado» (Sl 8, 3).
- «Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, y todo su ejército por el aliento de su boca» (Sl 33, 6).
- «Él hizo la Osa, el Orión y las Pléyades, y los lugares secretos del sur» (Jb 9,9).
- «Al que hizo las grandes lumbreras […] El Sol para que señorease en el día, […] La Luna y las estrellas para que señoreasen en la noche» (Sl 136, 7-9).
- «Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres» (Is 40, 26).
En las grandes civilizaciones de la Antigüedad, el Sol y la Luna siempre son objeto de divinización.
- Para los sumerios, es Enlil, el rey de los dioses, quien engendró a Nanna, la divinidad que personifica a la Luna, que a su vez engendró a Utu, el dios Sol.
- Esta concepción de un dios solar secundario se encuentra también entre los acadios, los asirios y los babilonios, con Ilu que engendró al dios Sin (la Luna), quien es, a su vez, la madre del dios Shamash (el Sol), asociado a la justicia y al derecho (sus hijos). Sol y Luna eran venerados en diferentes santuarios de Mesopotamia, desde los tiempos más remotos.
- Para los egipcios, el dios sol Ra, con su cabeza de halcón, es uno de los dioses más importantes. Es el que aporta la vida en el Universo gracias a su luz. Proveniente de un océano primordial (Nun) y del dios Ptah, engendra el mundo y a los otros dioses. A él se le rinden los cultos más importantes del antiguo Egipto, como en Heliópolis, la «ciudad del sol», cerca de la ciudad moderna de El Cairo.
- Para los persas, el dios Mitra está asociado al Sol (cuyo nombre, «Ciro», fue retomado por Ciro II, llamado también «el Grande», fundador del Imperio persa), y Mah es el genio de la Luna.
- Para los griegos, el sol y los astros forman parte del mundo divino, e incluso los filósofos más importantes comparten esta opinión. El propio Aristóteles, en su tratado Sobre el cielo, estima que el Sol y la Luna tienen un alma y son seres vivos.
- Para los romanos, el conjunto del mundo astral también tiene una dimensión divina, y Júpiter, el amo de los dioses del Olimpo, recibe su brillo del Sol.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 316
Civilizaciones Sol Luna
Sumerios Utu Nanna
Egipcios Ra Thot o Khonson
Asirios Shamash Sin
Babilonios Shamash Nanna
Persas Mithra Mylissa
Griegos Helios y Apolo Selene y Artemisa
Romanos Sol y Febo Luna y Diana
Fenicios Melkart Astarté
Aztecas Huitzilopochtli Coyobxauhqui
Incas Inti Mama Quilla
Indios Jíbaros Etsa Nantu
Hindúes Surya Chandra o Soma
Chinos Xihe Heng-Ngo o Chang
Japoneses Amaterasu Tsuki
Celtas Belenos Sirona
Cuadro indicando los nombres de los dioses del Sol y de la Luna en las diferentes civilizaciones.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 318
Sin telescopios, sin relojes ni conocimientos matemáticos, era imposible llegar a la conclusión de que el Sol y la Luna solo eran objetos luminosos. Los trabajos de Pitágoras, Tales, Euclides, Hiparco constituían principios notables sobre el conocimiento de los objetos celestes, pero permanecieron confidenciales, y seguían confiriendo a los astros un carácter divino. Además, esos descubrimientos se realizaron después de que los hebreos consignaran en la Biblia que esos astros no eran sino objetos. Siglos más tarde, habló la ciencia: ¡un desastre para la divinización de los astros! Herederos de los saberes de la Biblia, los cristianos siempre supieron que la Luna y el Sol eran solo objetos. Con el tiempo, observaciones científicas cada vez más precisas convergieron con esas certezas adquiridas desde los tiempos bíblicos. Así, es en 1609 cuando el inglés Thomas Harriot, unos meses antes que Galileo, efectuó las primeras observaciones de la Luna con un telescopio. Los hebreos tuvieron por lo tanto razón varias decenas de siglos antes que todo el mundo, antes incluso de disponer de los saberes y de los instrumentos necesarios para probarlo.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 320
El Universo tuvo un principio absoluto, fue creado a partir de nada por un Dios exterior al Universo: una noción bíblica a contracorriente de todas las cosmogonías
Una vez más, el pueblo judío toma el camino contrario de sus vecinos. Afirma que el Universo tuvo un principio absoluto, o sea, que fue creado a partir de nada, por un Dios único y exterior al Universo. Esa verdad metafísicamente esencial vuelve como un leitmotiv en los textos de la Biblia:
«En el principio creó Dios los cielos y la Tierra» (Gn 1, 1).
«Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz» (Gn 1,3).
«Te ruego que observes el cielo y la Tierra, y pienses en todo lo que hay en ellos. Dios hizo todo esto de la nada, y de la misma manera hizo la raza humana» (2 Mac 7,28).
«Así dice Jehová, tu Redentor, que te formó desde el vientre: Yo Jehová, que lo hago todo, que extiendo solo los cielos, que extiendo la Tierra por mí mismo» (Is 44, 24).
«Así dice Jehová Dios, Creador de los cielos, y el que los despliega; el que extiende la Tierra y sus productos» (Is 42, 5).
«Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, Y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca» (Sl 32, 6).
«Señor, Señor Dios, creador de todas las cosas» (2 Mac 1, 24).
«El que vive por los siglos ha creado todo maravillosamente» (Ec 18, 1).
«Desde el principio Tú fundaste la Tierra, y los cielos son obra de tus manos» (Sl 102, 25).
«Antes que los montes fueran engendrados, y nacieran la Tierra y el mundo, desde la eternidad y hasta la eternidad, Tú eres Dios» (Sl 90, 2).
Por el contrario, los pueblos geográficamente cercanos a los judíos creían que los dioses estaban en el mundo y formaban parte de él, que provenían de materias primordiales existentes desde siempre.
• Para los sumerios, los acadios, los asirios y los babilonios, que tienen la misma concepción de los orígenes, la diosa Nammu, mar primordial, engendra el cielo y la Tierra. Es el antepasado que dio nacimiento al mundo y a los otros dioses, a partir de dos principios: el primero, femenino, Tiamat, el agua salada, y el otro, masculino, Apsu, el agua dulce.
• Para los egipcios, el Universo emerge de un montículo o de un huevo a partir de las aguas primordiales (Nun), que son al mismo tiempo caos. La cosmogonía varía levemente según las regiones, con tres o cuatro grandes mitos de la creación en Heliópolis, Menfis, Hemiópolis o Tebas.
• Para los persas, en el origen, se encuentra un espacio vacío entre dos principios primordiales hostiles y los mantiene separados, pero finalmente el principio malo declara la guerra y crea demonios. A modo de respuesta, el principio bueno crea los ángeles y los hombres.
• Para los griegos, dos versiones coexisten. Según la Teogonía de Hesíodo, al principio era el Caos (elemento primordial), un todo inconmensurable en el cual los elementos que constituyen el mundo actual estaban mezclados. Cuatro entidades se separaron de él: Gaya (la Tierra), Eros (el Deseo amoroso visto como fuerza creadora primordial), Erebo (las Tinieblas de los Infiernos) y Nix (la Noche). La tradición órfica difiere levemente. Según ella, el agua y unos elementos formaron espontáneamente la Tierra, de la que surgió un Cronos monstruoso, que creó el Éter, Erebo y el Caos, luego engendró un huevo de donde nació Eros, que a su vez dio nacimiento a la Luna y al Sol, luego a la Noche, con quien concibió a Urano y Gaya. A partir de ellos, se generan todos los dioses.
• Los romanos van a retomar la cosmogonía de los griegos.
La idea de un principio absoluto del Universo es la gran ausente de esas cosmogonías de la Antigüedad: ¡cómo imaginar algo más contraintuitivo que este concepto!
Efectivamente, si nos fiamos de lo que vemos, el espacio nos aparece geográficamente infinito en todas sus dimensiones, inmóvil y sin movimiento, y, por lo tanto, sin principio ni fin. Será necesario esperar a mediados del siglo XX para que surjan dudas acerca de lo que había parecido evidente durante tanto tiempo.
El propio Einstein se va a negar durante cierto tiempo a creer en ello y modificará sus ecuaciones para que el Universo resulte ser estacionario y de ese modo conforme a sus prejuicios. ¡Ese arreglo bien conocido es la prueba del carácter antinatural de un principio al Universo!
Ahora bien, contrariamente a lo que se podía esperar, los hebreos sostuvieron desde siempre, y con constancia, esa verdad, a saber, que el Universo tuvo un comienzo.
Así pues, esta segunda verdad comporta todos los criterios que permiten identificarla como humanamente inalcanzable. Ninguna explicación racional puede explicar de manera satisfactoria la existencia de ese conocimiento, en esa época, en ese pueblo.
3. El Universo se dirige hacia su fin siguiendo la flecha de un tiempo unidireccional
La mayoría de las civilizaciones de la Antigüedad, ya sea en Mesopotamia, en Asia, en América o en Grecia, concebían el tiempo como un fenómeno cíclico, por analogía con los ciclos de la naturaleza: día/noche, retorno de las estaciones, nacimiento/muerte. «El mito del eterno retorno», recuperado de la filosofía de la Antigüedad por Mircea Eliade, funda las creencias religiosas y filosóficas de esos pueblos.
En esa perspectiva de la temporalidad, el hombre no puede inscribirse en la singularidad de un tiempo histórico, porque todo siempre vuelve a empezar, lo que simbolizan por ejemplo los ritos efectuados en fechas fijas, que anulan el tiempo transcurrido para inaugurar un nuevo periodo, virgen de todo antecedente.
Dentro de esta percepción del tiempo, la singularidad de toda vida o acción humana se valora bastante poco. Efectivamente, la creencia en la reencarnación, a menudo asociada a una concepción temporal cíclica, implica una relativización de la vida presente, ya que podrá ser mejorada en las vidas futuras. Fatalismo y pasividad se encuentran a menudo asociados a la creencia en el eterno retorno.
En la otra punta del espectro de la percepción de un tiempo cíclico, los materialistas afirman necesariamente que el Universo es eterno.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 321
La idea de un principio absoluto del Universo es la gran ausente de esas cosmogonías de la Antigüedad: ¡cómo imaginar algo más contraintuitivo que este concepto! Efectivamente, si nos fiamos de lo que vemos, el espacio nos aparece geográficamente infinito en todas sus dimensiones, inmóvil y sin movimiento, y, por lo tanto, sin principio ni fin. Será necesario esperar a mediados del siglo XX para que surjan dudas acerca de lo que había parecido evidente durante tanto tiempo. El propio Einstein se va a negar durante cierto tiempo a creer en ello y modificará sus ecuaciones para que el Universo resulte ser estacionario y de ese modo conforme a sus prejuicios. ¡Ese arreglo bien conocido es la prueba del carácter antinatural de un principio al Universo! Ahora bien, contrariamente a lo que se podía esperar, los hebreos sostuvieron desde siempre, y con constancia, esa verdad, a saber, que el Universo tuvo un comienzo.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 323
La mayoría de las civilizaciones de la Antigüedad, ya sea en Mesopotamia, en Asia, en América o en Grecia, concebían el tiempo como un fenómeno cíclico, por analogía con los ciclos de la naturaleza: día/noche, retorno de las estaciones, nacimiento/muerte. «El mito del eterno retorno», recuperado de la filosofía de la Antigüedad por Mircea Eliade, funda las creencias religiosas y filosóficas de esos pueblos.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 324
Contrariamente a los hebreos, la mayoría de los pueblos paganos pensaban que el hombre tenía un vínculo con las divinidades, un lazo diluido o lejano pero real. En muchas mitologías, efectivamente, los hombres hacen remontar su origen a un acontecimiento que escenifica el cuerpo de divinidades creadoras. En esas tradiciones, de una manera o de otra, hay algo divino en el cuerpo humano. Un pequeño panorama mitológico nos da la prueba de ello:
Para los sumerios, los acadios y los asirios, el hombre fue modelado por iniciativa del dios Marduk, a partir de una arcilla mojada en la carne y en la sangre de un dios sacrificado, dando de este modo a la criatura una parte de la inteligencia divina.
Para los babilonios, el hombre y el Universo fueron creados a partir del desmembramiento del cuerpo de la diosa Tiamat, vencida y sacrificada.
En el mundo egipcio, «los hombres son las lágrimas de mi ojo», dice el dios Atum, creador de la mayoría de los otros dioses, en unos textos que fueron encontrados en sarcófagos (2000-1780 a. C.).
Para los griegos, existen varios mitos relativos a la creación del hombre. El más enigmático afirma que habría nacido a partir de los dientes de la serpiente Ofión, pisoteada por la diosa Tierra, Gaya. El más célebre es el de Prometeo, cuyo nombre significa «precavido», y de su hermano Epimeteo, o sea, el «que reflexiona demasiado tarde». Prometeo modela el hombre con agua y arcilla, pero el hombre no está en condiciones de resistir a los animales creados por Epimeteo, quien les dio, sin pensar demasiado en ello, fuerza, rapidez, plumas, pelos, alas, caparazones, etc. Prometeo, que no quería dejar a su criatura sin protección, va entonces a robar el fuego del cielo para dárselo a los hombres. En un tercer mito, la primera generación humana surge de las entrañas de la diosa madre Gaya, antes de que Zeus cree una segunda y luego una tercera generación de humanos.
Los romanos, poco interesados por estas cuestiones, adoptaron los mitos de los griegos.
En la versión védica de los mitos hindúes, todos los seres descienden de la división del ser primitivo Purusha: «En el origen, Purusha existía solo. Tenía la amplitud de un hombre y de una mujer que están abrazados. Se dividió en dos: de allí nacieron el esposo y la esposa».
En la versión brahmánica, Brahma crea a los hombres haciendo caer su simiente, mientras persigue a su hija Sarasvati o Sandhya, la hija de Shiva, en otra versión.
Entre los tamiles, la tierra (Prithvi) es representada bajo la forma de una vaca y sus beneficios están simbolizados por su leche. Da nacimiento a Manu, el ancestro de la humanidad, bajo la forma de un ternero.
Para los nórdicos, un gigante descomunal, Ymir, que se formó a partir de hielo y de calor, es la primera criatura viva. Mientras dormía, unos gigantes salieron de su cuerpo y de sus axilas surgieron un hombre y una mujer.
Para los mayas, los dioses crearon cuatro hombres y cuatro mujeres a partir del maíz amarillo y blanco. Esos hombres eran muy sabios, por lo que los dioses tuvieron miedo de que llegasen a igualarlos. Para impedir que eso sucediera, les soplaron vapor en los ojos, para alterar su sabiduría.
Según los aztecas, Quetzalcóatl, bajo la forma de Xólotl, el dios perro, fue a robar en los infiernos de Mictlantecuhtli los huesos secos de los muertos y los regó con su sangre para dar vida a los hombres.
En Japón, la visión sintoísta postula el nacimiento del cielo y de la Tierra a partir de un huevo primordial, que genera la primera pareja divina, Izanagi e Izanami, su hermana. Finalmente, Izanagi cobra forma humana, después de haber intentado intervenir en el reino de los muertos para traer a Izanami de vuelta.
En Corea, dos diosas, Gung-hee y So-hee, engendraron, cada una, a dos hombres celestes y a dos mujeres celestes; de ambas nacieron doce niños, los ancestros de los humanos.
¿De dónde viene el hombre? ¿De qué está hecho? Estas son las preguntas a las que estos diferentes relatos mitológicos intentan contestar. Pero hoy, con los avances de los conocimientos científicos, estas preguntas ya no existen. Sabemos que el cuerpo del hombre está constituido exclusivamente de los componentes de la materia o, más precisamente, que es materia evolucionada después de un largo proceso de creciente complejidad.
Así pues, el cuerpo del hombre no es sino una máquina material inteligente. Solo su alma, si se admite que existe, es de otra naturaleza.
Esta concepción del cuerpo del hombre, comúnmente admitida, podría parecernos una evidencia. Sin embargo, no es nada natural, ya que es sumamente humillante para el «ego» humano, a quien le cuesta aceptarla plenamente, incluso a veces hoy.
Una vez más, nos encontramos ante un misterio: los hebreos poseían de manera inexplicable un saber contraintuitivo, una verdad mayor con implicaciones metafísicas esenciales. Lo cual da que pensar…
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 326
Original y revolucionaria, la Biblia hace que las fuerzas de la naturaleza dejen de ser mitología; para los hebreos, mares, bosques, manantiales, colinas, montañas, ríos, tormentas y rayos no comportaban nada divino.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 329
La mayoría de los pueblos de la Antigüedad, ante la preocupación y la incomprensión suscitadas por los fenómenos naturales, intentaban encontrarles una explicación interpretándolos como el signo de una actividad divina. Es así como, para los griegos, Poseidón es quien pone en movimiento el mar y hace temblar la tierra, Zeus, el que envía los rayos, el arcoíris es la huella dejada por Iris, la mensajera de los dioses, y los ríos están habitados por náyades. Original y revolucionaria, la Biblia hace que las fuerzas de la naturaleza dejen de ser mitología; para los hebreos, mares, bosques, manantiales, colinas, montañas, ríos, tormentas y rayos no comportaban nada divino.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 329
La cuestión del origen de los hombres fue durante mucho tiempo objeto de intensos debates entre científicos. Los filósofos de las luces, luego algunos científicos, hasta los años 1930, decían estar convencidos de que las razas provenían de linajes diferentes. El descubrimiento de los cromosomas cerró el debate. Más tarde, el descubrimiento del genoma humano permitió precisar las cosas. Diferentes estudios sobre el genoma pusieron en evidencia, gracias al análisis del cromosoma Y (que solo se transmite de padre a hijo), que todos los hombres descienden de un mismo padre que es llamado «Adán Y-cromosómico». Del mismo modo, el estudio de la ascendencia matrilineal realizada sobre el ADN mitocondrial (que solo se transmite por la madre) establecería que la humanidad derivaría de una única madre, llamada «Eva mitocondrial». Tan extraño como pueda parecer, algunos piensan que el Adán y la Eva en cuestión vivían en épocas diferentes; esta hipótesis, sin embargo, se ve cuestionada desde 2013. Lo que la ciencia tiende a descubrir hoy había sido revelado a los hebreos hace tres mil años y se había transmitido a través de las generaciones gracias a la lectura de la Biblia.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 333
He aquí las siete respuestas que se dieron a lo largo de la Historia y que son, por otra parte, las únicas respuestas lógicamente posibles a la pregunta «¿Quién puede ser Jesús?» (¡se han intentado todo tipo de respuestas!).
I. No existió. Es un mito creado a posteriori. (Tesis de algunos ateos y de algunos otros a partir del siglo XVIII: Bauer, Couchoud, Onfray).
II. Es un gran sabio (Tesis de Renan, Jefferson, de numerosos francmasones y parte del gran público).
III. Es un loco (Tesis sostenida por cierto número de filósofos a partir del siglo XIX —Strauss, Nietzsche— y luego, en el siglo XX, por médicos y psiquiatras, como Binet-Sanglé y William Hirsch).
IV. Es un aventurero que fracasó (Tesis del Talmud y del judaísmo).
V. Es un profeta (Tesis de los musulmanes y de algunos de sus contemporáneos).
VI. Es el Mesías y un hombre extraordinario, pero solamente un hombre (Tesis de los arios y de los cátaros).
VII. Es el Mesías y Dios hecho hombre (Tesis de los cristianos y de los judíos mesiánicos).
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 337
El Talmud atestigua más que ningún otro documento la existencia de Jesús y nos aporta, además, el testimonio valioso de una estancia en Egipto, de los prodigios que realizaba, de las multitudes entusiasmadas por su enseñanza, de su condena y de su ejecución por los romanos en la víspera de Pascuas.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 343
El surgimiento de un mito responde siempre a un horizonte de expectativas. ¿Su razón de ser? Hacer soñar o entusiasmar a un pueblo, permitir la unión de una nación dándole un orgullo o una esperanza. Nada de todo eso en el caso de un Jesús mítico. ¿Por qué imaginar una figura mítica sacrílega para los judíos, absurda para los paganos, que termina su vida con un estrepitoso fracaso y una muerte infame? Tal hipótesis acumula demasiadas inverosimilitudes.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 346
Todos los testimonios históricos o arqueológicos son unánimes: Jesús no es un mito, efectivamente existió. Se descarta pues, definitivamente, la hipótesis del «mito de Jesús».
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 346
¿Por qué los discípulos habrían prolongado la mascarada?
Se había autoproclamado el Mesías y murió. La mentira sale entonces a la luz puesto que el Mesías, por definición, estaba destinado por Dios a ser el «Gran Rey», «el liberador de Israel». Los discípulos quedan, por lo tanto, desamparados y dejados a su suerte. Quedan muy pocos. Todos los otros fieles de Jesús huyeron, tal como nos informan los Evangelios.
¿Vamos a creer, entonces, que este puñado de cobardes haya podido concertarse en algunas horas para montar la mayor estafa de la Historia?
¡Hacer pasar a quien no era finalmente más que un aventurero, perfectamente mortal, por un Dios que bajó a la Tierra! ¡Ir a robar su cuerpo, enterrarlo de nuevo y proclamar su resurrección!
¿Cuál podría ser la finalidad de este cuento rocambolesco? La única imaginable es un proyecto de toma de poder. Los discípulos abrigarían la idea de tomar el poder en su país en nombre de Jesús, argumentando la espera de su regreso. Pero, en ese caso, ¿por qué no hacer frente común, sin moverse de allí? ¿Por qué partir a la otra punta del mundo, cada uno por su lado, sin mujer, sin dinero, sin hijos, para contar una historia de un Mesías resucitado a paganos que ignoraban la palabra y el concepto mismo de Mesías?
¿Y con qué resultado? Según la tradición, Pedro fue crucificado en Roma en el año 64; Pablo fue decapitado en Roma en el año 67; Juan, exiliado en la isla de Patmos; Santiago el Mayor, decapitado por Herodes en el año 41; Andrés, crucificado en Patras en el 45; Bartolomé, martirizado en Abanópolis, en Armenia en el 47; Simón el Zelote, martirizado en Mauritania alrededor del año 60; Mateo, martirizado por el fuego en el Alto Egipto en el 61; Santiago el Menor fue arrojado del pináculo del Templo y luego lapidado en el año 62; Judas Tadeo murió ahorcado y atravesado por flechas en Armenia en el 65 por orden del rey Sanatruk; Matías, lapidado y crucificado en Etiopía y sepultado en Biritov; Tomás, desollado vivo y atravesado por una lanza en Meliapor, al sur de Madrás (India) en el año 72; Felipe, colgado por los pies y luego crucificado en Hierápolis, en Frigia, alrededor del año 95; Lucas, mártir en Tebas en el 76; Marcos, asesinado en Alejandría.
¡Una serie macabra que, vista con ojos humanos, haría cambiar de opinión a más de uno!
Como vemos, desde un punto de vista racional, la hipótesis de Jesús aventurero no tiene sentido.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 356
¿Por qué la prédica de los apóstoles tuvo tanto éxito?
Hacía apenas treinta años que Jesús había sido crucificado y ya, en los años 60, los cristianos estaban por todas partes. Hasta en Roma, donde serán injustamente acusados del incendio de la ciudad en el año 64 y donde los arrojan a los leones. ¿Quién puede imaginar un instante que unos pobres aventureros judíos, venidos para enseñar absurdidades en países lejanos y hostiles, hayan podido sin espada, sin dinero, sin instrucción, cambiar pacíficamente la faz del mundo antiguo? ¡Es imposible!
¿De dónde sacaron la idea absurda de sostener hasta una muerte violenta una superchería inventada por ellos? ¿Y de dónde sacan el coraje y la obstinación para llevar a cabo ese proyecto?
Escuchemos a Pablo: «Cinco veces fui azotado por los judíos con los treinta y nueve golpes; tres veces fui flagelado, una vez fui apedreado, tres veces naufragué, y pasé un día y una noche en medio del mar. En mis innumerables viajes, pasé peligros en los ríos, peligros de asaltantes, peligros de parte de mis compatriotas, peligro de parte de los extranjeros, peligros en la ciudad, peligros en lugares despoblados, peligros en el mar, peligros de parte de los falsos hermanos, cansancio y hastío, muchas noches en vela, hambre y sed, frecuentes ayunos, frío y desnudez. Y dejando de lado otras cosas, está mi preocupación cotidiana: el cuidado de todas las Iglesias» (2 Co 11, 24-28), etc. Si no son más que aventureros en búsqueda de un objetivo temporal, ¿para qué hacer todo eso?
La difusión del cristianismo es tan rápida que Tertuliano escribe en el año 190: «De ayer somos y ya hemos llenado todo lo vuestro: ciudades, islas, fortalezas, municipios, aldeas; los mismos campos, tribus, decurias, palacio, Senado, Foro; a vosotros solamente os hemos dejado los templos. […] Hubiéramos podido, sin recurrir a las armas, apartándonos de vosotros, combatiros ya por el mero hecho de ese divorcio desdeñoso. […] Sin duda alguna hubierais quedado espantados ante vuestra soledad, ante el silencio de las cosas y de ese como estupor del orbe muerto».
No estamos en el terreno de la aventura, de la demostración de fuerza, del desafío lanzado al destino y a la sociedad. Lo que está en juego es de otro orden, pertenece a otra dimensión. Como las precedentes, la tesis del aventurero se derrumba.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 357
¿Quién es Jesús? Séptima hipótesis. Vuelve el silencio. Retomemos todo.
Subrayemos en primer lugar el enfoque extraordinario que aportan, a pesar de sí mismas, las versiones divergentes de los adversarios de Jesús. El Talmud quiso considerarlo como un aventurero, Renan, como un sabio; y los mitólogos modernos como un mito. Ahora bien, el Talmud lanza una flecha mortal a Renan y a los mitólogos, Renan asesina la versión del Talmud y ambos aniquilan a los mitólogos. Gracias a ellos, ¡no fue necesario citar al más mínimo autor cristiano!
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 363
No existe ninguna explicación racional al éxito inaudito de la prédica de los apóstoles. ¿Cómo explicar que un puñado de hombres, desprovistos de todo, hayan podido convertir pacíficamente al Imperio romano proclamando una superchería de la que eran autores y se hicieran matar por ella? Es propiamente insensato.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 365
¿Qué fue de los godos, los visigodos, los ostrogodos, los vándalos, los pictos, los anglos, los sajones, los hunos, los galos, los francos? Y en Oriente, ¿qué fue de los persas, medos, asirios, fenicios, filisteos, cananeos, hititas, jebuseos, etc.? ¡Nada! Desaparecieron, diluidos por esta gran máquina de mezclar y borrar la identidad de los pueblos que es la Historia, con sus guerras, sus migraciones y sus mezclas.
Según los sociólogos y los historiadores, para considerar que un pueblo ha sobrevivido, se necesitan tres condiciones:
• que habite la misma tierra;
• que hable la misma lengua;
• que haya conservado la misma religión.
De acuerdo con estos criterios, los franceses de hoy no pueden ser identificados con los galos o los francos, porque su cultura, su lengua y su religión han cambiado. Por las mismas razones, los italianos no son ya los romanos de hace dos mil años, ni los actuales egipcios el mismo pueblo que el del tiempo de las pirámides. Los babilonios y los persas duraron durante siglos y luego desaparecieron: no queda nada de ellos, ni su lengua, ni su religión.
El pueblo judío parece pues ser el único superviviente de la Antigüedad, una verdadera pieza de museo, un espécimen prehistórico, un dinosaurio viviente de la Historia antigua, viejo con más de 3500 años. Si se tratase de un pueblo originario de un país inmenso como China, de una región protegida por altas montañas como el Tíbet o de una isla aislada como Japón, se comprendería que haya podido resistir al mestizaje general, pero no es el caso. Es todo lo contrario, dado que la planicie costera de Israel es el paso obligado para poner en relación con esos grandes reinos que eran, por un lado, Egipto y, por el otro, los de Mesopotamia y de Oriente Medio.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 372
El hebreo, que era la lengua del pueblo hebreo y de la Biblia, había desaparecido en tanto que lengua viva a partir del exilio en Babilonia, en 597 a. C. Se mantenía únicamente como la lengua de la Biblia, de la liturgia y de los debates rabínicos. A partir del 1800, conoció, sin embargo, cierto renacimiento en la literatura. Pero fue a finales del siglo XIX, después de veinticinco siglos de letargo, cuando volvió a ser una lengua viva. Es la única lengua «muerta» del mundo que haya resucitado y que es hablada corrientemente por varios millones de personas. Como el hebreo antiguo era pobre, hubo que crear desde cero las palabras del mundo moderno. Lo cual fue iniciado en el siglo XIX por Eliezer Perlman (1858-1922), luego llamado Ben Yehouda. Publicó un Thesaurus y organizó una Academia de la Lengua Hebrea, destinada a enriquecer el lenguaje proponiendo las palabras usuales que faltaban. Desde 1917, los ingleses hicieron del hebreo la lengua oficial del hogar del pueblo judío en Palestina; seguidamente, se convirtió en la lengua oficial del país, a partir de su creación en 1948.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 388
Jerusalén es uno de los principales puntos de tensión geopolítica de nuestra época y podría incluso un día ser el origen de una guerra de gran alcance. Sin embargo, objetivamente, esta ciudad es un sitio sin interés. Se encuentra a 700 metros de altura, sobre colinas semipeladas, sin río ni ruta comercial interesante, no posee ninguna mina o riqueza agrícola particular. Es, incluso, una de las pocas capitales del mundo sin mar, sin río (a excepción del pequeño torrente del Cedrón) y sin agua. Durante varios miles de años, Jerusalén vivió gracias a pozos, cisternas y derivaciones artificiales de fuentes de agua más lejanas. ¿Se puede imaginar un lugar menos atractivo? Durante mucho tiempo, los manantiales estaban situados en el exterior de la ciudad y, en ese entonces, hubo que construir subterráneos para hacer llegar el agua hasta la urbe.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 390
Se cuenta, entre los judíos, con una gran proporción de intelectuales, inventores o artistas. Algunos han emitido la hipótesis de que las persecuciones obligan a defenderse y fortalecen, pero la Historia no confirma en absoluto esa hipótesis, y nada equivalente sucedió con los armenios, palestinos, libaneses, etc.
22% de los premios Nobel son judíos, aun cuando solo representan el 0,25% de la población mundial: 194 premios Nobel, sobre un total de 871, han sido atribuidos a laureados de origen judío. La lista siguiente de 2017 da las cifras para cada categoría:
• Fisiología y Medicina: 55 sobre 204, o sea, 26,5% de los laureados son judíos;
• Economía: 29 sobre 69, o sea, 41% de los premios atribuidos;
• Física: 52 sobre 193, o sea, 26% de los premios atribuidos en esta categoría;
• Química: 36 sobre 160, o sea, 22% de los premios en esta categoría;
• Literatura: 12 sobre 108, o sea, 11% del total;
• Paz: 9 sobre 101, o sea, 9% de los laureados en esta categoría.
De hecho, de manera más general, es verdad que la historia de las ideas se ha visto marcada por grandes figuras como Marx, Freud o Einstein
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 391
Después de esta incursión en un milagro cosmológico de resonancia bíblica, proponemos en este capítulo explorar una pista, sin duda menos espectacular, pero igual de importante, que conduce a detectar la existencia de un dios. Una vía experimental, podríamos decir. Pero no se preocupe, no pretendemos encontrar a Dios gracias a un microscopio o en el fondo de un tubo de ensayo. Le ofrecemos mucho mejor que eso: sentirlo en usted, oír el eco de su voz en el corazón de su conciencia (como se puede aún —en otro orden— percibir el eco del Big Bang original). Recordemos esta venerable sugerencia de san Agustín: «No salgas afuera; vuelve a ti mismo. La verdad mora en el hombre interior». Pero ¿cómo se puede hacer una cosa semejante? Es muy simple: vamos a tratar de que preste atención a esa parte de usted mismo en que la voz de Dios se expresa, sin que la identifiquemos, en general, como su voz. Queremos hablar de nuestra alma, donde reside nuestra conciencia moral. Para ello, vamos a hacerle, estimado lector, dos preguntas con el objetivo de hacer reaccionar, si existe, esa conciencia moral inscrita en su alma.
Tal vez, aquí, algunos protesten: dirán que la moral no necesita a Dios para existir ni para ser conocida; o, al contrario: que, ya que Dios no existe, no existe ninguna moral universal, que en este campo todo es relativo. Pero, en lugar de lanzarnos a una discusión filosófica abstracta y aburrida, le proponemos sumergirse en una situación real que podría hacer surgir, en su interior, un inexplicable grito.
Primera pregunta: ¿Acaso está permitido, con la reserva de una mayoría parlamentaria suficiente, matar en cámaras de gas a los judíos, restablecer la esclavitud, practicar la eutanasia de los ancianos, prolongar el derecho al aborto hasta los nueve meses, autorizar la pedofilia? ¿Sí o no? Sin duda contestará: «¡No, de ninguna manera, incluso si hubiese unanimidad en el Parlamento!».
Segunda pregunta: Si le propusieran cien millones de euros por apretar un botón que mataría, en la otra punta del planeta, a una familia numerosa que nunca vio, sabiendo que la impunidad y el secreto le están perfectamente garantizados, ¿qué haría? Y si prefiriese rechazar esa suma fabulosa que pondría solución a sus problemas económicos, ¿acaso sería capaz de decir por qué? ¿Acaso no es usted nada más que un animal evolucionado, tan solo un poco más que esos insectos a los que aplasta sin remordimientos durante el verano? ¿Acaso el planeta no cuenta con demasiados habitantes? ¿No iría incluso en el interés general reducir una población humana ya demasiado numerosa, cuando queda establecido sin lugar a dudas que es tóxica para el planeta? Además, ¿qué es una familia de menos en la otra punta del mundo cuando las guerras, los cataclismos y las epidemias matan de todos modos, cada día, miles de veces más?
Si, a pesar de ello, ha contestado: «¡Pues no, de ninguna manera!» a esas dos preguntas, tendrá que reflexionar sobre las razones de ese rechazo sorprendente, y, por lo tanto, sobre el origen de las normas morales que se imponen a su conciencia. ¿De dónde vienen? ¿De dónde viene la voz que nos ordena gritar: «¡no!»? Porque, si Dios no existe, tampoco existe el mal, y entonces todo está permitido.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 441
Si considera que es insoportable cometer ciertos actos, que existen acciones absolutamente malas, inconcebibles, si se niega, con todas sus fuerzas, a la idea de que su sentimiento de obligación interna pueda ser una simple ilusión darwiniana, entonces hay que sacar las consecuencias de ello. El rechazo categórico que usted siente cuando le proponemos apretar un botón para ganar cien millones no es un rechazo de prudencia, o el resultado de un mero cálculo (el temor a ir a la cárcel). Tampoco es una astucia de los genes, porque, a partir de ahora, conociendo esa inclinación genética del mismo modo que su origen, es usted capaz de liberarse de ella: se trata, efectivamente, del descubrimiento de una prohibición absoluta. Y, ya que hemos agotado las fuentes internas de la naturaleza física, no nos queda más que suponer una fuente exterior, «de otro orden», como habría dicho Pascal. Pues bien, esa fuente de otro orden es nuestra alma. Y nuestra alma es el lugar en el que oímos esa voz. Nuestra alma no es, ella misma, esa voz. Porque lo que habla en nosotros, cuando de moral se trata, parece superarnos como individuos.
Siguiendo esta lógica, resulta que nuestra alma, en última instancia, lleva la huella de un designio que nos supera. Espiritual y absoluta, encuentra necesariamente su origen en una causa espiritual y absoluta, trascendente al orden de las cosas físicas. Y los imperativos incondicionales que esa causa espiritual confirió a nuestra alma son el indicio de una finalidad, en sí, incondicional. La existencia tiene un sentido. Y no fue determinado por la evolución darwiniana ni por la sociedad. La causa espiritual, de la que nuestra alma es pariente, es la autora de ese sentido. Así, hemos llegado a la respuesta: si algunos actos provocan en nosotros rechazo, si usted retrocede de horror ante la idea de herir a un alma inocente, es porque la voz de Dios resuena en su alma. Y si tenemos que vivir a la altura de hombre o mujer, es porque Dios nos dio nuestra naturaleza para inscribirla en un designio mayor que nosotros mismos.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 448
Se podría pensar que, después de semejante ofensiva, no quedó nada de las pruebas de la existencia de Dios. Fue esto verdad durante cierto tiempo. Digamos dos siglos. Pero los teístas no habían dicho su última palabra. Desde los años 1960, primero en los Estados Unidos, luego en todo el mundo anglófono, y progresivamente en la Europa continental, la metafísica ha vivido un gran retorno. ¿Por qué?
Simplemente porque las objeciones de los ateos de los siglos XVIII y XIX no eran decisivas.
En primer lugar, la «máquina de guerra» montada por Kant perdió mucha fuerza y prestigio: excelentes filósofos se esforzaron por mostrar que gran cantidad de sus argumentos no funcionaban; en particular, que es totalmente falso que la razón pueda demostrar todo y su contrario acerca de las grandes cuestiones metafísicas. Además, la ciencia ha mostrado desde Kant —gracias a Einstein— que se puede perfectamente razonar acerca del Universo considerado en su totalidad y, lo que, es más, que el Universo tuvo muy probablemente un comienzo; lo que contradice totalmente las afirmaciones de Kant, según las cuales es imposible pronunciarse sobre esas cuestiones.
Luego, el cientificismo, según el cual no existe nada más que átomos en el vacío eterno, se encuentra hoy totalmente desacreditado; se trata de una vieja ideología del siglo XIX. Es falso que todo lo que existe sea explicable gracias a interacciones electroquímicas entre partículas elementales: la conciencia, por ejemplo, es irreductible a ese tipo de realidad, es de otra naturaleza. Supone propiedades que están fuera del alcance de la ciencia física matematizada.
En cuanto a los pensadores de la sospecha, durante mucho tiempo desanimaron tal vez a mucha gente de ocuparse de Dios, pero en realidad, no refutaron nada. ¡Que puedan existir motivos equivocados para creer en Dios (el resentimiento contra la existencia, el deseo de huir del mundo, la búsqueda de consuelo ante una sociedad injusta, la nostalgia de un padre ausente) no implica que Dios no exista! Y, sobre todo, todos esos motivos equivocados denunciados por los pensadores de la sospecha no anulan los buenos motivos que puede haber para creer en Dios. En resumidas cuentas, las críticas psicológicas, morales o sociológicas de la religión no tienen, en realidad, nada que ver con la cuestión de saber si Dios existe.
A partir de los años 1960, se puede decir que todas esas objeciones contra las pruebas de la existencia de Dios habían sido examinadas, evaluadas y finalmente consideradas como no decisivas. No quedaba más que volver a empezar de cero. Fue lo que ocurrió en Gran Bretaña y en Estados Unidos, donde una verdadera revolución silenciosa tuvo lugar en los departamentos de Filosofía durante los años 1960 y 1970. Muchos filósofos universitarios volvieron a la metafísica. No todos para probar la existencia de Dios, es verdad, pero al menos para reconocer que la pregunta merecía ser planteada. ¡De modo que nunca se escribieron tantos libros con el propósito de proponer pruebas filosóficas de la existencia de Dios como en nuestra época! Citemos algunos nombres contemporáneos: Peter Forrest, Alvin Plantinga, Richard Swinburne, William Craig, Alexander Pruss, Robert Koons, Edward Feser, Joshua Rasmussen, Robin Collins, David S. Oderberg, Emanuel Rutten…
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 456
I. La suprema inteligencia
El primer argumento parte de un hecho que maravillaba a Platón, como también maravillaba a Einstein: el Universo es inteligible. Más precisamente, el universo físico es descriptible gracias a las matemáticas, hasta tal punto que parece literalmente «tejido». No solo las matemáticas permiten expresar las leyes de la mecánica o de la química, sino que ciertas teorías matemáticas desarrolladas libremente, sin ningún vínculo con la ciencia física, y según exigencias puramente formales, se revelan, décadas más tarde, proveedoras de las herramientas necesarias para la descripción del mundo. Los números complejos, los espacios de Hilbert, la teoría de grupos… Todas esas entidades matemáticas fueron descubiertas sin ninguna relación con la realidad física, pero luego ofrecieron a los científicos herramientas perfectamente adaptadas a la formalización de la física cuántica y de la relatividad. Precisemos lo siguiente: mientras nos atenemos a la aritmética elemental, se puede considerar que las matemáticas derivan simplemente de la realidad física; por lo tanto, no es sorprendente que la realidad corresponda a las matemáticas: ¡es que derivan de ella! Pero, cuando se trata de estructuras matemáticas infinitamente más complejas, elaboradas sin ningún vínculo con las manipulaciones concretas de la vida cotidiana (como el conteo o la agrimensura), la teoría empirista ya no funciona y estamos ante un verdadero enigma. Porque de esta correspondencia milagrosa no hay, aparentemente, otra explicación más que la «dichosa coincidencia». Es lo que llevó a Eugene Wigner, premio Nobel de Física, a hablar en un capítulo célebre de la «irrazonable eficacia de las matemáticas». Sea cual sea la filosofía de las matemáticas que se adopte, nos encontramos efectivamente en un callejón sin salida: si se considera, con la escuela realista, que las matemáticas tienen un objeto real —entidades inmateriales y eternas—, no vemos por qué la realidad física, material y cambiante tendría que conformarse a ellas. Sobre todo, teniendo en cuenta que lo que caracteriza a las ideas inmateriales y eternas es el hecho de no tener eficacia causal. No actúan sobre el mundo. Existen aparte, simplemente. Ahora bien, si se considera, con la escuela convencionalista, que las matemáticas no son más que un lenguaje inventado por el hombre, una convención coherente pero que no describe nada real, no estamos mucho mejor: porque no vemos tampoco —tal vez aún menos— por qué la realidad se encontraría en acuerdo con ellas. En ambos casos, la correspondencia entre las investigaciones llevadas libremente por los matemáticos y la realidad física permanece inexplicable, salvo gracias a una coincidencia que raya en el milagro. Tal aporía apunta evidentemente hacia la única solución: que las formas matemáticas hayan determinado la formación misma del mundo, o sea, que el mundo haya sido concebido por una inteligencia.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 459
Escuchemos también el testimonio del físico australianobritánico Paul Davies: «La tentación de creer que el Universo es el producto de una especie de designio, la manifestación de un arbitraje matemático estéticamente sutil, es aplastante. Sospecho que una mayoría de físicos creen como yo que hay "algo detrás de todo esto"».
El argumento es el siguiente:
• Si el mundo no fue concebido por una inteligencia, la aplicabilidad de las matemáticas es una coincidencia.
• Ahora bien, es muy improbable que la aplicabilidad de las matemáticas sea una coincidencia.
• Por lo tanto, es muy probable que el mundo haya sido concebido por una inteligencia.
La primera proposición se demuestra por el callejón sin salida explicativo que hemos descrito: ni el empirismo, ni el realismo ni el convencionalismo funcionan. La segunda proposición deriva simplemente del sentido común. La conclusión es la consecuencia lógica.
Notemos de paso que la resolución del callejón sin salida también permite zanjar una duda entre las diferentes teorías de las matemáticas: los realistas se suelen preguntar «dónde» y «cómo» pueden existir las entidades matemáticas. Efectivamente, parece absurdo suponer que ciertas ideas existen en sí, suspendidas en el cielo inteligible, sin un pensador para pensarlas (una idea sin pensador es como una canción sin cantante). Ahora bien, si una inteligencia creó el mundo, la solución está al alcance de la mano: las ideas matemáticas existen en el intelecto divino que las piensa. Por otro lado, si el mundo fue creado conformemente a ideas matemáticas, es evidente que la tesis convencionalista se viene abajo: las ideas matemáticas concebidas por los hombres no son convenciones arbitrarias, ni meras herramientas, ya que existen en el propio entendimiento divino. Entonces, los realistas tienen razón.
Para terminar, una pequeña clarificación acerca de la conclusión: podríamos objetar que la inteligencia que estamos llevados a postular no es forzosamente «Dios», en el sentido pleno del vocablo. Podría tratarse de una especie de «demiurgo», o sea, de un artesano supremo, organizador de una materia preexistente, del modo en que lo supone Platón en su diálogo titulado Timeo. En realidad, no es el caso, por el motivo siguiente: no existe materia no organizada de manera absoluta, absolutamente caótica; todo, incluso las últimas partículas elementales, se puede describir por medio de las matemáticas; en consecuencia, no existe nada que pueda existir independientemente de la acción de la inteligencia suprema. No hay «residuo». Lo único absolutamente informe no es una cosa, es la nada. Por consiguiente, todo sale de la inteligencia de la que hablamos. Por lo tanto, no es solo formadora, también es creadora.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 461
II. Lo Único necesario
Este argumento parte de una pregunta tan simple como vertiginosa: «¿Por qué hay algo en lugar de nada?». Observen que esta pregunta, tan impactante, es perfectamente legítima. En el plano puramente lógico, puede tener cabida sobre la base de un principio muy sólido, que se llama —desde Leibniz— el «principio de la razón suficiente». Dicho principio, que es el resorte de cualquier investigación, se enuncia de la manera siguiente: todo lo que existe tiene una explicación de su ser, o bien en sí mismo, o bien en otra cosa. Se puede notar que, si este principio fuese falso, tendríamos que vivir en un mundo caótico, imprevisible, donde toda clase de cosas surgirían sin explicación, en cualquier momento. Evidentemente, no es el caso. Por lo tanto, confortados por la experiencia, podemos aplicar ese principio sin reticencia alguna y preguntarnos por qué el Universo existe. En este punto de la reflexión, considerando que la ciencia ha mostrado una excelente competencia para explicar los fenómenos, podríamos tener la tentación de confiarle la resolución de esta última pregunta. Razonaríamos entonces del siguiente modo: tomemos el Universo en un instante dado; la existencia del Universo en ese instante se explica por la del Universo en el instante precedente, mediante la aplicación de las leyes de la naturaleza. Ese estado precedente, por su parte, puede ser explicado a su vez por un estado precedente, y así sucesivamente, hasta el infinito. El Universo en toda su duración puede ser definido como la suma total de sus propios estados, y cada estado tiene una explicación en un estado precedente, por lo que todo estaría así explicado sin que sea necesario recurrir a una causa exterior. Nuestra gran pregunta metafísica perdería todo su fuelle y encontraría una solución al mismo tiempo. Pero esa explicación no se sostiene. Al remitir de este modo una causa a otra causa, hasta el infinito, no explicamos la existencia del Universo; explicamos tan solo sus transformaciones. Explicamos por qué, admitiendo que un Universo existe, se encuentra en tal o tal estado en los diversos momentos de su historia. Pero la pregunta fundamental —la de la existencia de la serie entera— queda abierta. La ciencia física no puede, por construcción, contestar a esta pregunta: trata, efectivamente, de todo lo que se encuentra dentro del Universo, pero admite necesariamente como un dato bruto la existencia misma del Universo. Una explicación científica de la existencia del Universo tendría que referirse a un estado precedente del Universo, o sea, presuponer esa existencia misma. De ese modo, se limitaría a retrasar el problema hasta un punto anterior, sin resolverlo. Hay que aceptar la evidencia: incluso si el Universo era eterno en el pasado, incluso si no tuvo comienzo, esta inmensa serie de causas y de efectos encadenados necesitaría una explicación. Se razona entonces de la manera siguiente: Todo lo que existe tiene una razón de ser en sí (cosa necesaria) o en otra cosa (cosa contingente). Ahora bien, la totalidad de las cosas contingentes no puede tener su razón de ser en sí. Por lo tanto, la totalidad de las cosas contingentes tiene su razón de ser en otra cosa. Ahora bien, esa otra cosa es forzosamente una cosa necesaria. Por lo tanto, la totalidad de las cosas contingentes tiene su razón de ser en un ser necesario. Ahora bien, el Universo forma parte de la totalidad de las cosas contingentes. Por lo tanto, el Universo tiene su razón de ser en un ser necesario. Ahora bien, un ser necesario está desprovisto de todas las características propias de los seres contingentes: espacio-temporalidad, limitación cuantitativa, composición. Por lo tanto, la totalidad de las cosas contingentes (entre ellas, el Universo) tiene su razón de ser en un ser no espacial, atemporal y simple. Lo llamaremos «Dios». Como vemos, si se aceptan las ocho primeras proposiciones, la conclusión deriva de manera necesaria. Si se la quiere rechazar, hay que rechazar al menos una de las proposiciones en cuestión. Retomemos el razonamiento, paso a paso. La proposición n.º 1 enuncia el principio de la razón: al mismo tiempo, define la diferencia entre las realidades necesarias (que tienen su explicación en sí mismas) y las realidades contingentes (que tienen su explicación en otra cosa). Cabe precisar aquí que, para distinguir entre las dos, se procede de la manera siguiente: nos preguntamos si es posible concebir de manera coherente que la cosa en cuestión haya sido diferente (por ejemplo, en otro mundo). Si es imposible, se trata de una cosa necesaria, que tiene su razón de ser en sí; si es posible, se trata de una cosa contingente, que tiene su razón de ser fuera de sí misma, en lo que se llama comúnmente una causa. Tomemos un ejemplo: es imposible concebir que «1+1= 2» sea falso, incluso en otro mundo. Parece, por lo tanto, que la realidad —inmaterial— descrita por esta proposición sea absolutamente necesaria, en sí. Lo mismo ocurre con las leyes de la lógica. Estas son las únicas realidades corrientemente accesibles que gozan de la necesidad absoluta. En cambio, si tomamos las frases «nací el 7 de mayo» o «la torre Eiffel mide 320 metros», o aun «el electrón tiene una masa de 9,109 × 10−31 kg», vemos perfectamente que enuncian verdades contingentes. No hay, en efecto, ninguna dificultad para concebir que sea de otro modo. Describen hechos, ciertamente, pero no se ve ningún obstáculo lógico para que sea de otro modo. Habría podido nacer el 8 del mes de mayo, la torre Eiffel habría podido tener dos metros menos y —al menos en otro mundo— el electrón podría tener una masa diferente. Si no es el caso, es que hay una razón exterior, una causa. Aunque no se la conozca. Las proposiciones n.º 2 a 5 son consecuencias lógicas de la primera: si reunimos en un gran paquete (¡gracias al pensamiento!) la totalidad de los seres contingentes (los que tienen una explicación fuera de sí mismos), se obtiene una gran entidad contingente, que tiene, por lo tanto, su explicación fuera de sí misma. Como contiene todos los seres contingentes, no puede ser explicada por un ser contingente. Por lo tanto, es forzosamente explicada por un ser necesario. Es coherente con lo que decíamos más arriba acerca de la seudoexplicación científica del Universo: una cadena infinita de seres contingentes no se explica por sí, porque es necesariamente contingente. Por lo tanto, hay que ir a buscar una causa exterior. La proposición n.º 6 afirma que el Universo forma parte de la categoría de los seres contingentes. Algunos estarán tentados de objetar que, si las cosas compuestas son efectivamente contingentes (y necesitan causas), su materia constitutiva, a su vez, tiene su razón de ser en sí misma, y, por lo tanto, no necesita explicación exterior. Así pues, dirán que la materia-energía es el ser necesario que buscamos. La materia tendría que ser puesta en el mismo plano que las realidades matemáticas y lógicas. Es la tesis panteísta de Spinoza: «Dios es la Naturaleza». Por lo tanto, la búsqueda tendría que detenerse con el descubrimiento de la materia-energía. Pero es imposible. Porque la materia no lleva en sí su propia explicación: está, al contrario, marcada por todos los estigmas de la contingencia. Las mentes científicas lo reconocen: las características fundamentales de la materia no tienen ningún carácter de necesidad, o sea, que se puede perfectamente concebir, sin contradicción, que hubieran sido diferentes.
Por consiguiente, debemos considerar que la materia fundamental del Universo es contingente: para que no lo sea, sería necesario que las proposiciones gracias a las cuales se la describe tengan la misma evidencia cegadora que las proposiciones de la lógica o de las matemáticas. Lo cual, a todas luces, no es el caso. La proposición «el electrón tiene una masa de 9,109 × 10−31 kg» lo tiene todo de una proposición arbitraria, le falta cruelmente una explicación, contrariamente a «1+1= 2», que no requiere ninguna explicación particular, ya que la tiene en sí misma. La proposición n.º 7 se limita a sacar la conclusión de las precedentes: si el Universo, considerado en su materia constitutiva, es contingente, entonces su existencia debe tener una explicación, y esta no puede residir de manera última sino en un ser necesario. Viendo perfilarse una conclusión que temen, habrá algunos que intentarán resistir a esta proposición. Dirán que el principio de la razón, si se aplica en el interior del Universo, no tiene que aplicarse al Universo tomado como un todo. Mantendrán entonces que la existencia del Universo no tiene explicación alguna. Ya no es la tesis de Spinoza, sino la de Sartre: se reconoce que el Universo es contingente, pero se añade que es completamente absurdo, que no tiene explicación alguna, de ningún tipo. El problema esta vez es que para sostener esa tesis hay que hacer una excepción al principio de la razón. Pero ¿cómo justificarla? La carga de la prueba incumbe a quienes hacen excepciones. En general, invocan un motivo muy simple: no puede haber explicación del Universo… porque no existe nada fuera de él. ¿Cómo saben que no existe nada fuera del mundo físico? ¡Esto es precisamente de lo que se trata! El sentido común nos pide más bien mantener las dos verdades más firmes: el Universo es contingente y el principio de la razón suficiente es válido. La conclusión entonces es inmediata: si el Universo existe, es simplemente que tiene una explicación causal fuera de él. La proposición n.º 8 atrae nuestra atención sobre las características bien particulares de la primera causa: ya que explica la totalidad de los seres físicos, no puede ser física; es por lo tanto inmaterial. Noten bien que, si la causa necesaria tuviese propiedades espaciotemporales, se podrían formular respecto de ella todas las preguntas que se hacen a propósito de la materia: «¿Por qué está determinada cuantitativamente de esa manera, y no de otra?», etc. En fin, sería contingente. Esa causa está, por lo tanto, libre de todo lo que hace que lo contingente necesite una explicación externa: es inesperada, no tiene extensión, no tiene determinación cuantitativa de ninguna especie, no depende de nada, no tiene partes que la constituyan, no es finita (porque, ante toda magnitud dada, se puede replicar «¿y por qué no otra?»). Dicho positivamente: no tiene causa, es absolutamente simple, inmaterial, no es esto o aquello, sino el ser absoluto, sin restricción. En realidad, si pudiéramos intuir directamente la esencia de ese ser —lo que nos es imposible— deberíamos tener la misma impresión de evidencia absoluta que cuando consideramos una verdad lógica: no nos veríamos llevados a formular la más mínima pregunta, porque nada podría ofrecer el menor asidero a una petición de explicación. Es toda la diferencia que existe entre lo arbitrario y la necesidad. ¿Por qué llamar «Dios» a semejante ser? Por dos razones: la primera es que la causa primera es inmaterial. Ahora bien, conocemos dos tipos de seres inmateriales: las abstracciones y los espíritus. Y la causa primera no puede ser una abstracción (como un número o bien una función matemática) por el simple motivo de que las abstracciones no tienen poder causal (no es el número 15 el que gana la partida, sino los quince jugadores del equipo). Ahora bien, la causa primera, como su nombre indica, tiene un poder causal; y no cualquiera. Tiene, por lo tanto, que ser algo análogo a un espíritu. De hecho, este punto es coherente con la conclusión del primer argumento. Además, se desprende de las características del ser necesario que es forzosamente único. Imaginemos por un momento que haya dos seres necesarios: ya que no son materiales, no podrían ser distinguidos de manera espaciotemporal. Sería, por lo tanto, necesario distinguirlos por su definición; pero es imposible, ya que es propio del ser necesario, precisamente, el ser la existencia sin definición, o sea, sin restricción, sin determinación particular, sin contorno que requiera una explicación exterior; en definitiva, el ser en su plenitud. Ahora bien, no puede haber dos maneras distintas de ser «el ser puro». Por lo tanto, si hubiese dos seres necesarios, serían absolutamente indiscernibles y, por lo tanto, serían… el mismo ser. Resumamos: la causa necesaria es un espíritu todopoderoso único. Difícilmente se puede hacer un retrato-robot más parecido a la figura comúnmente llamada «Dios».
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 462
III. El Creador del tiempo
Hemos dicho en el argumento precedente que, aunque fuese eterno, el Universo necesitaría una explicación exterior, capaz de explicar su origen. Después de todo, Dios habría podido crear perfectamente un mundo eterno, que dependiese eternamente de él. Pero ¿acaso estamos seguros de que el Universo pueda existir desde una eternidad? Esta pregunta merece ser formulada. Es el objeto del tercer argumento.
Ahora bien, si se reflexiona a fondo, resulta que el Universo no puede ser eterno, simplemente porque el pasado no puede ser infinito.
Pensémoslo: si el pasado fuese infinito, el presente nunca habría acaecido.
El Universo seguiría atravesando un número infinito de etapas que preceden al presente. Porque, del mismo modo que es imposible alcanzar el infinito gracias a sumas sucesivas, partiendo de cero, es imposible alcanzar el cero partiendo de menos el infinito. ¿Cómo podríamos provenir de un lugar que es imposible alcanzar? Es incluso peor que eso: es imposible «partir de menos el infinito», ya que esta carrera ni siquiera tiene punto de partida. «Provenir del infinito —dice William Craig— es como tratar de saltar fuera de un pozo sin fondo». Es una operación que tiene la forma siguiente: ∞ +1= ∞. No puede progresar. La conclusión se impone: el pasado es finito. Hubo, forzosamente, un comienzo radical. Habrán notado que este argumento no se funda en la astrofísica, la teoría del Big Bang ni nada por el estilo. El argumento es puramente filosófico. Consiste esencialmente en demostrar que la existencia de un pasado infinito se topa con imposibilidades lógicas y metafísicas. Además de la imposibilidad de realizar una travesía infinita, también se puede mostrar que un pasado infinito supone una cadena causal sin comienzo, y que tal cadena lleva a contradicciones irresolubles. Se puede proponer una experiencia de ejercicio mental para ilustrar esta última contradicción. Admitamos que el Universo se reduzca a dos partículas existentes desde un tiempo infinito: Alfa y Beta. Alfa vibra todos los segundos. Añadamos que una sola vibración de Alfa basta para hacer pasar Beta de un estado – a un estado +. Y esto, de manera definitiva. Observemos ahora la partícula Beta, en el instante t. En buena lógica, vamos a constatar que está en un estado + (ya que, sea cual sea el instante en que se mira, ya hubo un número infinito de vibraciones periódicas de Alfa). Pero una pregunta surge entonces: ¿gracias a qué vibración precisa Beta llegó a ese estado? ¿Gracias a la vibración que tuvo lugar en t-1? No, evidentemente, porque antes de la vibración en t-1, hubo una vibración en t-2. El problema es que esta anotación también vale para t-2, y, por lo tanto, para t-n. En realidad, tan lejos como se vaya, siempre tenemos que concluir que hay que retroceder una vez más. Llegamos entonces a una contradicción: Beta tiene que estar forzosamente en el estado +, pero ninguna vibración Alfa puede haberla puesto en ese estado. Es absurdo. Ahora bien, la absurdidad de esta situación es únicamente generada por el carácter infinito de la cadena causal. Se puede concluir que semejante cadena es imposible. Ningún fenómeno, ningún acontecimiento pueden tener una historia causal infinita.
La conclusión intermedia nos parece por lo tanto sólida: el tiempo empezó. Sin embargo, este simple hecho es vertiginoso…
Porque no estamos hablando del comienzo de algo que esté dentro del tiempo, sino del comienzo del propio tiempo, o sea, del comienzo radical. Hay que entenderlo bien: del mismo modo que es absurdo preguntar lo que hay «al norte del Polo Norte», es absurdo preguntar lo que hay «antes del tiempo». No hay un antes. Que el tiempo tenga un comienzo implica que toda realidad física espaciotemporal concebible (aquí, pongan todos los «multiversos» que quieran) tiene necesariamente un comienzo radical. O sea, un principio no precedido de ningún tipo de tiempo ni, por lo tanto, de ningún tipo de realidad espaciotemporal. ¿Quiere ello decir que todo surgió sin causa? ¡En absoluto! El principio de causalidad se aplica: todo lo que empieza a existir tiene una causa. Negarlo es optar por la magia y sostener que algo puede surgir de la nada. El Universo, por lo tanto, tiene una causa. Simplemente, esta causa no es banal: está fuera del tiempo (ya que es su causa), está fuera del espacio (todo lo que tiene extensión se mueve y todo lo que se mueve está en el tiempo), es infinitamente potente (ya que produjo la totalidad del mundo físico sin actuar sobre una materia preexistente). En definitiva, no actuó antes del primer instante del Universo, sino en el primer instante del Universo y permanece, ya que es atemporal.
El argumento se sintetiza de la manera siguiente:
Todo lo que empieza a existir tiene una causa.
Ahora bien, la totalidad de la realidad espaciotemporal empezó a existir.
Por lo tanto, la totalidad de la realidad espaciotemporal tiene una causa.
Si la totalidad de la realidad espaciotemporal tiene una causa, esa causa es atemporal, no espacial, sin causa e infinitamente potente.
Por lo tanto, la totalidad de la realidad espaciotemporal fue causada por un ser no espacial, atemporal, sin causa e infinitamente potente.
La proposición n.º 1 es evidente. La proposición n.º 2 se basa en la imposibilidad de atravesar un infinito real; la proposición n.º 3 es una consecuencia de las dos proposiciones precedentes; la proposición n.º 4 describe las propiedades necesarias de la causa en cuestión: la causa del tiempo no puede, so pena de contradicción, ser precedida por algo, sea lo que sea, ni estar ella misma en el tiempo. La conclusión se deriva de manera necesaria.
Hagamos un balance: dadas las pasiones que levanta el nombre de Dios, es bastante natural que sigan las controversias y que no se llegue a un acuerdo unánime de los filósofos acerca de estos tres argumentos. Pero grandes filósofos contemporáneos sostienen los argumentos que acabamos de exponer: citaremos, entre muchos otros, a David Oderberg, Joshua Rasmussen, Robert Koons y Alexander Pruss. Y, lo que, es más, esos argumentos convencieron a ateos rigurosos, dotados de fuertes exigencias intelectuales. Vale la pena leer, entre estos, el testimonio de un filósofo norteamericano contemporáneo, Edward Feser:
«No sé exactamente cuándo tuvo lugar el desencadenante. No fue un acontecimiento único, sino más bien una transformación gradual. Mientras daba unas clases acerca de las pruebas de la existencia de Dios y reflexionaba sobre el tema, en particular sobre el argumento cosmológico, primero pensé: "Esos argumentos no son buenos"; luego, me dije: "Esos argumentos son un poco mejores de lo que se dice habitualmente"; luego: "Esos argumentos son en verdad muy interesantes". Al final, fue como un golpe en la cabeza: "Pero, diantre, bien mirado, ¡esos argumentos son buenos!". ¡En el verano del 2001, me vi tratando de convencer a mi cuñado, físico, de que el teísmo filosófico tenía fundamentos sólidos!».
Si los tres argumentos que acabamos de presentar son válidos —y creemos que lo son— podemos concluir que el Universo, y de manera más general toda realidad contingente, conocida o desconocida por nosotros, tienen como causa un ser necesario, simple, único, inmaterial, atemporal, sin causa, infinitamente potente e inteligente. ¡No nos parece exagerado llamarlo «Dios»!
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 469
El materialismo no ha sido siempre más que una creencia; ahora, es una creencia irracional. Siempre podrá existir la libre elección de un gran número de personas, pero será una elección desprovista de todo fundamento racional. Su principal razón de ser consistirá en aportar una justificación intelectual al individualismo y al rechazo de toda referencia moral.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 473
¿Qué enseñanzas el lector va a retener de este libro, una vez acabada la lectura?
A los creyentes, este libro les permitirá comprender hasta qué punto sus convicciones tienen fundamentos racionales sólidos, si bien nuestra época no deja de repetirles lo contrario. Este amplio conjunto de pruebas les dará las armas necesarias para responder a ese dictado de lo «intelectualmente correcto» que repite sin parar que la creencia en Dios pertenece al campo de lo irracional y que debe, por ello, limitarse a la esfera interior. Ahora bien, esto es totalmente falso. La verdad es incluso exactamente lo contrario: en efecto, la creencia irracional es más bien lo que supone el materialismo.
A los que se interrogan de manera esporádica acerca de la existencia o no de realidades espirituales o acerca de las razones por las cuales existe algo en lugar de nada, este libro les permitirá tomar conciencia de hasta qué punto la hipótesis materialista no es realista y, a la inversa, hasta qué punto la tesis teísta está fundada.
Finalmente, a los materialistas, que han tenido la paciencia y la valentía de leernos hasta el final, porque se esfuerzan por mantener su propia coherencia, este libro les permitirá tomar la medida del desafío al que se ven ahora confrontados. Dicho desafío no consiste, ciertamente, en refutar tal o tal prueba de la existencia de Dios presentadas en este libro, ¡sino todas aquellas que han sido presentadas al mismo tiempo! Porque si, en el campo de la lógica, una sola prueba válida basta para validar una tesis, a la inversa, para demostrar que una tesis es falsa (en el caso presente, la de la existencia de Dios), es necesario probar que todas las pruebas avanzadas son falsas.
Así pues, si quieren negar la existencia de Dios, no tendrán más opción que creer simultáneamente que:
• existe un número casi infinito de otros universos, distintos al nuestro, ya que este es hoy el único comodín posible que hay para escapar al problema del ajuste fino del Universo (tendrán que creerlo firmemente, aunque no exista el menor indicio de ello, ni la menor prueba de dicha tesis);
• el primero de esos universos en número casi infinito no surgió de la nada;
• el salto de lo inerte a lo vivo pertenece al campo de las probabilidades aceptables;
• Jesús no es más que un aventurero que fracasó;
• las sorprendentes verdades de la Biblia se deben a un golpe de suerte;
• el destino del pueblo judío no es algo fuera de lo común;
• el milagro de Fátima es una superchería;
• el bien y el mal no existen y, por consiguiente, todo está permitido.
El materialista que se sintiese presa de vértigo ante la ingente cantidad de estas creencias obligatorias, tan numerosas como escabrosas y de las que nunca había tomado conciencia (él que pensaba simplemente que no era creyente, y que ahora se da cuenta de que en adelante tendrá que aceptarlas para seguir siendo coherente), probablemente haya dado un paso importante hacia la verdad.
Pues Dios creó al hombre para que este lo busque.
Dios creó a los hombres «para que busquen a Dios, por si, tal vez, palpando, puedan hallarlo, aunque es cierto que no está lejos de cada uno de nosotros». (Act 17, 27). Esta afirmación del apóstol Pablo es una incitación a la reflexión, como lo es también este libro.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 474
Puntos de referencia cronológicos
• -13 800 000 000 años: Big Bang — T= 0
• 10−43 segundos después del instante 0: aparición simultánea del tiempo, del espacio y de la materia/energía en un diámetro de 10−35 metros con una temperatura de 1032 grados
• entre 10−12 y 10−6 segundos: aparición de los quarks y de los electrones
• entre 10−6 y 10−4 segundos: aparición de los protones y de los neutrones
• entre 3 y 15 minutos: aparición del hidrógeno, del helio, del litio y del berilio
• -13 799 620 000 años: primera emisión de luz (CMB por Cosmic Microwave Background en inglés) de un Universo a 3000 kelvin
• -10 000 000 000 aproximadamente: creación de los átomos pesados en las estrellas de primera generación transformadas en supernovas al final de su vida.
• -5 000 000 000: comienzo de la formación del Sol, estrella de tercera generación.
• -4 540 000 000: formación de la Tierra.
• -4 520 000 000: formación de la Luna.
• -3 800 000 000: primera vida unicelular con ADN en medio acuático.
• -2 100 000 000: aparición de la vida pluricelular en medio acuático.
• -542 000 000: explosión cambriana en medio acuático con aparición de la casi totalidad de los planes conocidos de organización.
• -480 000 000: aparición de las plantas terrestres.
• -445 000 000: primera de las cinco grandes extinciones con desaparición de 85% de las especies.
• -400 000 000: aparición de los insectos.
• -230 000 000: aparición de los dinosaurios.
• -200 000 000: aparición de los mamíferos.
• -150 000 000: aparición de los pájaros.
• -65 000 000: extinción masiva del Cretácico-Terciario, con la desaparición de los dinosaurios.
• -45 000 000: aparición de los monos.
• -3 000 000: surgimiento del género Homo.
• -300 000: primer Homo sapiens sapiens.
• -15 000: primeros dibujos en las grutas de Lascaux.
• -3500: invención de la escritura en Sumeria.
• -2000: Abraham.
• -1200: Moisés.
• -1000: David.
• -586: exilio de Israel en Babilonia.
• -475: Confucio.
• -450: Parménides enuncia el principio lógico según el cual «nada surge de la nada absoluta» y deduce de ello la eternidad del Universo y de la materia.
• -428: Anaxágoras de Clazómenas enuncia que «Nada nace ni perece, sino que hay mezcla y separación de las cosas que existen», principio que será retomado posteriormente por Lavoisier.
• -400: Buda.
• -384: Aristóteles deja una monumental obra, que sigue resultando inspiradora, sobre les conceptos de Dios, del alma y del conocimiento.
• -333: Alejandro Magno.
• -300: Euclides establece los fundamentos de la geometría.
• -240: Eratóstenes evalúa correctamente el perímetro de la Tierra.
• -50: Julio César.
• -10: César Augusto.
• -5: nacimiento de JESUCRISTO.
• 150: Ptolomeo describe el movimiento de los astros.
• 400: san Agustín.
• 529: construcción del hospital por el emperador Justiniano.
• 622: Mahoma funda el islam.
• 800: primeras catedrales.
• 1000: el papa Silvestre II impone el sistema decimal en Europa.
• 1094: invención del reloj.
• 1150: fundación de la Universidad de París.
• 1150: primera fábrica industrial de papel en Europa, en Xàtiva (España).
• 1163: inicio de la construcción de Notre Dame de París.
• 1250: santo Tomás de Aquino.
• 1270: invención de los lentes.
• 1347: Ockham enuncia el «principio de parsimonia» conocido como la «navaja de Ockham», que se resume en estos términos: «Las hipótesis suficientes más simples son las más verosímiles».
• 1450: invención de la imprenta.
• 1492: Cristóbal Colón descubre América.
• 1517: Lutero inicia la Reforma protestante.
• 1543: Copérnico publica poco antes de su muerte Sobre las revoluciones de las esferas celestes.
• 1582: el papa Gregorio XIII decide adoptar el calendario gregoriano.
• 1609: Kepler enuncia las dos primeras leyes del movimiento de los planetas.
• 1633: condena de Galileo.
• 1663: invención del telescopio por James Gregory, puesto en práctica por Isaac Newton tres años más tarde.
• 1687: Newton establece los fundamentos de la mecánica clásica y enuncia la ley de gravitación universal.
• 1777: Lavoisier retoma la idea de Anaxágoras y la enuncia bajo la forma de un principio: «Nada se pierde, nada se crea, todo se transforma».
• 1787: Buffon estima la edad de la Tierra en 350 000 años.
• 1800: Laplace establece el determinismo, el cual pretende que se puede prever el porvenir si se conocen las leyes físicas, así como la posición y la velocidad de todas las partículas.
• 1805: Laplace contesta a Napoleón, que le pregunta: «¿Cómo explicáis todo el sistema del mundo sin mencionar a Dios?», «Sire, no he tenido necesidad de esa hipótesis».
• 1809: Lamarck descubre la evolución y enuncia la teoría «transformista».
• 1824: Sadi Carnot trabaja en las máquinas térmicas y define la entropía.
• 1838: descubrimiento de la antigua ciudad de Cafarnaún por Edward Robinson.
• 1839: nacimiento de la teoría celular con Theodor Schwann, quien afirma que la célula es la estructura elemental de todos los seres vivos.
• 1841: Richard Owen llama «dinosaurios» a los animales antiguos cuyos fósiles descubrió.
• 1848: Marx y Engels publican el Manifiesto del Partido Comunista.
• 1853: Arthur de Gobineau publica su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas.
• 1859: James Clerk Maxwell publica una teoría magistral del electromagnetismo, que tiene como consecuencia la existencia de ondas electromagnéticas, entre las cuales se encuentra la luz.
• 1859: Charles Darwin publica El origen de las especies por medio de la selección natural.
• 1860: Gustav Kirchhoff estudia el espectro de la luz y plantea el problema del «cuerpo negro».
• 1861: Louis Pasteur invalida el mito de la «generación espontánea».
• 1865: Clausius confirma a Carnot y enuncia el segundo principio de la termodinámica.
• 1869: Mendeléiev publica la tabla periódica de los elementos.
• 1869: Friedrich Miescher aísla la nucleína, esencial para la vida de todos los organismos.
• 1870: Ernst Haeckel combate la idea de entropía, en nombre de sus ideas filosóficas.
• 1878: Ludwig Boltzmann pone en pie las ecuaciones de la entropía; concluye que el Universo tuvo un comienzo y que en el origen estaba especialmente ordenado.
• 1884: Gregor Mendel, monje católico, funda la genética con las «leyes de Mendel», que definen la manera en que los genes se transmiten de generación en generación.
• 1888: los filamentos descubiertos en 1875 por E. Strasburger y observados en 1879 por W. Flemming son bautizados «cromosomas» («cuerpos coloreados») por H. W. Waldeyer.
• 1896: ley de Wien que enuncia que la longitud de la onda de la luz más potente, emitida por un cuerpo negro, es inversamente proporcional a su temperatura.
• 1896: Freud publica sus primeros artículos sobre el psicoanálisis.
• 1900: Max Planck define un «cuanto de acción» para explicar la radiación del cuerpo negro.
• 1900: Henri Poincaré es el primero en publicar la fórmula «E = mc2», retomada más tarde por Einstein.
• 1902: Henri Poincaré publica La ciencia y la hipótesis y se interroga sobre el tiempo absoluto, el espacio absoluto, tomando como invariante absoluta la velocidad de la luz.
• 1905: Albert Einstein publica su teoría de la relatividad restringida.
• 1908: ensayos de Jean Perrin (premio Nobel en 1926) que demuestran la existencia del átomo.
• 1911: Ernest Rutherford descubre el núcleo atómico.
• 1916: descubrimiento de la constante de estructura fina que rige la fuerza electromagnética por Arnold Sommerfeld.
• 1917: Albert Einstein publica su Teoría de la relatividad general.
• 1917: Freud publica su Introducción al psicoanálisis.
• 1919: Arthur Eddington verifica la distorsión del espacio-tiempo durante un eclipse solar, según el ángulo predicho por Einstein.
• 1920: Hermann Staudinger descubre las macromoléculas.
• 1922: Alexander Friedmann, basándose en los trabajos de Einstein, publica una primera teoría del Universo en expansión.
• 1923: descubrimiento del efecto Arthur Compton, que muestra que la luz también es un corpúsculo.
• 1924: Louis de Broglie introduce las funciones de onda que van a permitir modelizar la realidad y postula la dualidad onda/corpúsculo, lo que significa asociar una onda a las partículas.
• 1924: Wolfgang Pauli define el principio de exclusión en mecánica cuántica.
• 1924: Edwin Hubble y Milton Humason demuestran que el cosmos es mucho más grande de lo que se imagina: el Universo no está compuesto de una sola galaxia, sino de una multitud de galaxias.
• 1925: Erwin Schrödinger desarrolla la ecuación que permite determinar la onda de De Broglie.
• 1926: invención de la palabra «fotón» por el químico Gilbert Lewis, para designar un cuanto o una partícula de luz, que no pesa nada y es a la vez «onda y corpúsculo».
• 1927: Werner Heisenberg define el «principio de indeterminación» en mecánica cuántica.
• 1927: Georges Lemaître publica en los Anales de la Sociedad Científica de Bruselas un artículo sobre el origen del Universo en el que postula un «átomo primitivo».
• 1929: Hubble aporta, gracias a sus observaciones, la prueba de que el Universo es homogéneo, isótropo y se halla en expansión.
• 1930: descubrimiento progresivo de la fuerza nuclear fuerte.
• 1931: teoremas de incompletitud de Gödel, que demuestran los límites de las matemáticas y de la lógica, afirmando que todo sistema lógico contiene proposiciones verdaderas no demostrables.
• 1931: Georges Lemaître completa sus trabajos y habla de un «átomo primitivo».
• 1931: Albert Einstein visita a Edwin Hubble en el monte Wilson y admite la expansión del Universo.
• 1935: exposición de la paradoja EPR por Einstein-Podolsky-Rosen, la cual será resuelta por Alain Aspect.
• 1936: Enrico Fermi descubre la interacción débil.
• 1938: Lev Landau, futuro premio Nobel de Física (1962), alumno de Friedmann, es enviado a los campos de concentración soviéticos.
• 1938: Matvéi Bronstein, alumno de Alexander Friedmann, es fusilado a los 36 años en Rusia por haber difundido ideas acerca del «supuesto comienzo del Universo».
• 1945: Gamow publica el libro La creación del Universo, que describe por vez primera un escenario de principio del mundo.
• 1947: descubrimiento de los Manuscritos del mar Muerto en Qumrán.
• 1949: Fred Hoyle se burla de las ideas de Lemaître en la radio de la BBC e inventa la expresión «Big Bang».
• 1949: George Gamow predice la radiación fósil del Universo.
• 1949: el telescopio del monte Palomar es operacional.
• 1953: sir Francis Crick y James Watson descubren la estructura en doble hélice del ADN y revolucionan la comprensión de la vida (premios Nobel de Medicina en 1962).
• 1956: Tjio y Levan descubren que el número de cromosomas humanos es 46.
• 1960: concepción teórica del modelo oscilatorio del Universo, mantenida con insistencia para evitar la idea del comienzo absoluto que predice el modelo estándar del Big Bang.
• 1964: descubrimiento de la interacción hiperdébil.
• 1964: Arno Penzias y Robert Wilson, investigadores en la Bell Telephone Company, descubren por casualidad la radiación fósil a 2,7 kelvin (premios Nobel en 1978).
• 1969: Armstrong pisa la Luna.
• 1973: Brandon Carter teoriza el principio antrópico.
• 1977: Prigogine describe los sistemas caóticos a partir de las moléculas, abriendo la puerta a la idea de que ínfimas variaciones en lo indeterminado cuántico pueden cambiar el destino del Universo.
• 1982: Alain Aspect, en Orsay, demuestra la realidad del entrelazamiento cuántico, que establece la existencia de interacciones instantáneas, más rápidas que la velocidad de la luz.
• 1984: formalización de la teoría de cuerdas que conduce a múltiples tesis no validadas.
• 1987: descubrimiento de la antigua ciudad de Betsaida, en Galilea.
• 1992: George Smoot y el satélite COBE presentan el mapa del Universo primordial con un CMB a 2,725 kelvin en un equilibrio térmico casi perfecto, e ínfimas irregularidades, que explican la estructura del Universo actual (confirmación de la teoría del Big Bang).
• 1994: Arvind Borde y Alexander Vilenkin afirman la necesidad de un comienzo absoluto del Universo (artículo «Eternal Inflation and Initial Singularity» en Physical Review Letters).
• 1998: Saul Perlmutter, Brian Schmidt y Adam Riess demuestran de manera inesperada que la expansión del Universo se acelera, poniendo fin a la hipótesis de un Universo eternamente cíclico (Big Bounce) pasando de Big Bang a Big Crunch (premios Nobel de Física 2011).
• 2000: numerosos descubrimientos describen el ajuste fino del Universo.
• 2003: primer mapa del genoma humano y de sus 25 000 genes, establecido el 14 de abril, después de 12 años de trabajo, por un centenar de investigadores.
• 2003: teorema de Arvin Borde, Alan Guth y Alexander Vilenkin, que demuestra que no puede haber un pasado eterno y que existe forzosamente una singularidad inicial.
• 2003: Simon Conway Morris, profesor en Cambridge, paleontólogo, habla de «formas funcionales posibles predeterminadas desde el Big Bang» en su libro Life’s solution (La solución de la vida).
• 2004: descubrimiento en Jerusalén del estanque de la piscina de Siloé.
• 2006: Smoot habla de «el rostro de Dios» al referirse al mapa del cielo en el primer instante en que emerge la luz, cuando recibe el Premio Nobel.
• 2009: el Premio Nobel es atribuido a tres investigadores que demuestran «cómo funciona el traductor (ribosoma) entre los dos lenguajes, el del ADN y el de las proteínas».
• 2010: análisis por Svante Pääbo del ADN del hombre de Neandertal (entre 350 000 y 50 000 a. C.).
• 2012: se descubre el bosón de Higgs en el CERN.
En un futuro lejano:
• 4 500 000 000 años: muerte del Sol.
• Entre 1 000 000 000 000 y 100 000 000 000 000 años: fin de las estrellas, debido al agotamiento de la existencia de gas necesario para su formación (1012 a 1014 años).
• 1012 a 1014 años: desintegración de los protones en partículas más pequeñas, desaparición de los neutrones que, si están solitarios, solo tienen quince minutos de esperanza de vida.
• 10100 años: muerte térmica del Universo dilatado y fin de toda actividad.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 476
Órdenes de magnitud en biología
Los diferentes componentes del cuerpo humano (en número de elementos):
• 7 000 000 000 000 000 000 000 000 000 (7 × 1027) de átomos en el cuerpo humano, unos 60 elementos químicos diferentes. Casi el 99% de la masa del cuerpo humano está formada por seis elementos: oxígeno, carbono, hidrógeno, nitrógeno, calcio y fósforo. Solo alrededor del 0,85% está compuesto por otros cinco: potasio, azufre, sodio, cloro y magnesio
• 40 000 000 000 (4 × 1013) aproximadamente de bacterias de 500 tipos diferentes
• 30 000 000 000 000 (3 × 1013) de células de 200 tipos diferentes
• Entre las cuales unos 25 000 000 000 000 (2,5 × 1013) de glóbulos rojos que representan el 84% de las células humanas
• Entre las cuales unas 85 000 000 000 (8,5 × 1010) de neuronas
• 3 000 000 000 (3 × 109) de pares de bases en el genoma humano o el maíz, lo que es poco comparado con la cebolla (16 × 109) o con la Paris japonica, una planta herbácea de Japón, que cuenta con 150 000 millones de pares de bases (150 × 109).
• 20 000 genes
• 100 000 especies de moléculas diferentes
• 50 000 especies de proteínas diferentes
• 2000 enzimas diferentes
Los diferentes componentes de la célula humana:
• 176 000 000 000 000 (1,76 × 1014) de moléculas en cada célula de 20 micras
• Entre las cuales 174 000 000 000 000 (1,74 × 1014) de moléculas de agua (98,73% de las moléculas de la célula son moléculas de agua = 65% de la masa de la célula).
• Entre las cuales 1 310 000 000 000 (1,3 × 1012) de otras moléculas inorgánicas, o sea, 0,74% de las moléculas de la célula
• 19 000 000 000 (1,9 × 1010) de proteínas de 5000 tipos diferentes en cada célula
• 50 000 000 (5 × 107) de moléculas de ARN en cada célula
• 23 pares de cromosomas
• 280 000 000 (2,8 × 108) de moléculas de hemoglobina en 1 glóbulo rojo
• 574 aminoácidos en 1 molécula de hemoglobina
Los diferentes componentes de la bacteria más simple conocida (en sí ya muy compleja):
• 182 especies de proteínas diferentes para la Candidatus Carsonella ruddii descubierta en 2006
• 159 662 bases de nucleótidos en el más pequeño ADN desencriptado en esa bacteria
• 250 genes, como mínimo (estimación)
Número de átomos que constituyen las diferentes proteínas (siempre macromoléculas complejas):
• 551 739 átomos componen los 30000 aminoácidos que constituyen la titina, la proteína más grande conocida en el ser humano
• 3000 átomos componen los 150 aminoácidos que constituyen la proteína más pequeña
Número de átomos y resultados obtenidos en los experimentos de laboratorio con el fin de recrear las condiciones de emergencia de la vida (Stanley Miller y otros experimentos equivalentes):
• 500 átomos para las protoproteínas obtenidas gracias a experimentos en laboratorio: unas decenas de aminoácidos comportan, cada uno, entre 10 y 40 átomos
• 13 aminoácidos sobre 22 fueron obtenidos en laboratorio a partir de sopas primitivas
• 1 de las 4 bases de nucleótidos fue obtenida en laboratorio a partir de sopas primitivas.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 489
Glosario
Anisotropía:
Es isótropo lo que es uniforme en todas las direcciones. La anisotropía de la primera radiación del Universo designa las ínfimas variaciones que condicionan su desarrollo futuro.
Átomo primitivo:
La hipótesis del átomo primitivo es el nombre del modelo cosmológico propuesto a principios de los años 1930 por el abad Georges Lemaître para describir la fase inicial de la historia del Universo. La noción de átomo es aquí alegórica y no implica ninguna similitud con el mundo de las partículas atómicas.
Big Bang:
Término inventado en los años 1950 en las ondas de la BBC por el astrofísico inglés Fred Hoyle para designar de manera irónica el concepto de explosión original del Universo.
Big Bounce:
Modelo cosmológico cíclico de Universo «fénix», que imagina una alternancia sin fin de Big Bang y de Big Crunch; el Big Crunch siendo inmediatamente seguido por un Big Bang, y, por lo tanto, asimilado a un rebote (bounce).
Big Crunch:
Modelo de evolución del Universo que termina en un colapso final, o sea, en una fase de contracción consecutiva a una fase de expansión, la cual, después de haber decelerado, se invierte, permitiendo tal vez un nuevo Big Bang.
Big Freeze o Big Chill:
Ver «Muerte térmica del Universo».
Big Rip:
Modelo cosmológico en el cual todas las estructuras del Universo, desde los cúmulos de galaxias hasta los átomos, son finalmente destruidas por una expansión cada vez más fuerte que distiende, disloca, desgarra, dilacera y finalmente aniquila toda estructura.
Cero absoluto:
El cero absoluto es la temperatura más baja que pueda existir. Corresponde al límite bajo en la escala de temperatura termodinámica (-273,15 grados Celsius), o sea, el estado en que la entropía de un sistema alcanza su valor mínimo, marcado como 0. A esta temperatura, todas las moléculas están en reposo.
Ciencia:
La ciencia es el conocimiento. Y como hay diferentes tipos de conocimiento, hay diferentes tipos de ciencias. Su punto común es el ser abordadas a través del «logos», o sea, de la racionalidad. Así pues, la cosmología es el logos aplicado al cosmos; la biología, es el logos aplicado a la vida; la arqueología, es el logos aplicado a la antigüedad; lo mismo en el caso de la geología, la psicología, la paleontología, la ecología, la oceanología, la oncología, la cardiología, la dermatología, la neurología, la farmacología, la climatología, la criminología, la futurología, la grafología, la epistemología, la etnología, la escatología, la teología, la ontología, la enología, la oftalmología, etc. El sentido de la palabra «ciencia» se ha ido haciendo cada vez más restrictivo, hasta llegar a los criterios de Popper, que pretenden excluir de la ciencia todo lo que no es «refutable». Pero la ciencia también es, ante todo, lo que practican concretamente los científicos, y es difícil reducir su campo de manera demasiado arbitraria.
Concordismo:
Posición que consiste en interpretar los textos sagrados de una religión para que concuerden con la ciencia. La calificación de «concordismo» es hoy una acusación y casi un insulto. Sin embargo, si una revelación divina es auténtica, tiene forzosamente que «concordar» con la ciencia, que, a su vez, habla también del mundo real. En este sentido, en su visión, el papa Juan Pablo II presentaba la razón y la revelación como las «dos alas que llevan a la verdad», que es única. Pero, ya que, a priori, la revelación divina no afecta a la ciencia, ni a la historia, ni a la filosofía, es importante discernir lo que dice y lo que no dice, para evitar todo tipo de concordismo necio y fuera de lugar.
Constante cosmológica:
Parámetro relativo a la fuerza repulsiva que estira el Universo, agregado en 1917 por Albert Einstein a sus ecuaciones de la relatividad general de 1915, con el objetivo de que su teoría sea compatible con su convicción de un Universo estático. Ante la evidencia de la expansión del Universo, Einstein suprimió este artificio, lamentando «su error más grande». Sin embargo, en 1997, el descubrimiento de la aceleración del Universo obligó a introducir de nuevo esta constante cosmológica, que claramente existe, y que sigue siendo muy misteriosa.
Constante de estructura fina:
Constante sin dimensión que representa la relación de intensidad de la fuerza magnética y de la fuerza nuclear fuerte. Tiene un valor de aproximadamente 1/137, y se la representa habitualmente con el símbolo α. La fuerza electromagnética interviene en numerosos fenómenos físicos: en las interacciones entre la luz y la materia, en la física cuántica y en la fuerza electromagnética que fundamenta la cohesión de los átomos y de las moléculas, al «mantener» los electrones juntos.
Cosmogonía:
Teoría, modelo o relato mitológico que describe o explica la formación del Universo, de la Tierra, de los objetos celestes y del ser humano.
Cosmología:
Ciencia de las leyes físicas del Universo, de su estructura y de su formación.
Dark Era:
La expresión «Edad oscura» es empleada por la historiografía anglófona para designar los siglos posteriores al final del Imperio romano, o, más generalmente, todo periodo considerado como funesto o negativo en la historia de un pueblo o de un país. Es utilizada, por extensión, para designar el periodo pasado entre la emisión de la radiación de fondo cósmico y la formación de las estrellas y el periodo futuro, después de la muerte de las estrellas.
Dios:
Que trasciende nuestro Universo, eterno y todopoderoso, no espacial, no temporal, no material, causa primera de todo lo que existe, según la definición de las filosofías y de las religiones clásicas.
Efecto túnel:
Efecto puramente cuántico, por el cual ciertas formas de ondas cuánticas pueden tener una probabilidad no nula de pasar a través de una barrera, mientras que el franqueamiento de la barrera es imposible en mecánica clásica.
Entropía:
Término forjado en 1865 por Rudolf Clausius a partir de una palabra griega que significa «transformación», para expresar el principio irreversible de la energía, del crecimiento del desorden y de la degradación de todo sistema cerrado dado a lo largo del tiempo. En la medida en que la entropía es correlativa al desorden, se la puede considerar, con Claude Shannon, padre fundador de la teoría de la información, como lo contrario de la información.
Epistemología:
Ámbito de la filosofía que estudia la teoría del conocimiento. Analiza, estudia y critica todas las ciencias, así como sus postulados, su origen lógico, su valor, su alcance, sus métodos y sus descubrimientos.
Espacio-tiempo:
Entidad matemática concebida en el marco de la teoría de la relatividad general de Einstein, combinando las tres dimensiones del espacio y la dimensión del tiempo. Remplaza la concepción clásica del espacio y del tiempo absolutos.
Espacio de Hilbert:
Espacio abstracto que constituye el marco de la mecánica cuántica. Propuestos por el matemático David Hilbert, estos espacios extienden los métodos clásicos de los espacios euclidianos (como el espacio usual de tres dimensiones) a espacios de dimensión infinita. Los estados cuánticos forman un espacio de Hilbert.
Espacio plano:
La teoría de la relatividad postula que la geometría local del espacio se encuentra modificada por la gravedad. En un espacio plano, o «euclídeo», la suma de los ángulos de un triángulo es perfectamente igual a 180º. Un universo con curvatura positiva representa un universo esférico, o cerrado, en el que la suma de los ángulos de un triángulo es superior a 180º. Un universo con curvatura negativa es hiperbólico, o abierto, y la suma de los ángulos de un triángulo es inferior a 180º. ¿Y qué ocurre con el propio Universo a grandes escalas? ¿Acaso es «plano», o bien tiene una «curvatura», positiva (Universo esférico, cerrado) o negativa (Universo abierto, divergente)? Las últimas medidas del satélite Planck se inclinan claramente en favor de un Universo de curvatura muy levemente positiva, o sea, un universo esférico y cerrado, y parece difícil imaginar que sea de otro modo.
Fuerza nuclear débil o «interacción débil»:
Fuerza responsable de la desintegración radioactiva de los neutrones (radioactividad «beta») y que actúa sobre todas las categorías de fermiones elementales conocidas (electrones, quarks, neutrinos). Es una de las cuatro interacciones fundamentales de la naturaleza; las tres otras son la fuerza nuclear fuerte, la fuerza electromagnética y la fuerza gravitacional.
Fuerza nuclear fuerte o «interacción fuerte»:
Fuerza responsable de la cohesión del núcleo atómico, según el modelo estándar de la física de las partículas. Actúa a corta distancia para vincular los quarks entre ellos y constituir los protones y los neutrones. También mantiene los protones y los neutrones juntos para formar un núcleo atómico.
Incompletitud:
Los dos célebres teoremas de incompletitud demostrados por Kurt Gödel en 1931 marcaron un giro en la historia de la lógica, al aportar una respuesta negativa a la cuestión de la coherencia de las matemáticas planteada más de veinte años antes por el programa de Hilbert. Esos teoremas establecen que existe necesariamente en todo sistema lógico al menos una proposición verdadera no demostrable.
Interacción débil:
Ver «Fuerza nuclear débil».
Interacción fuerte:
Ver «Fuerza nuclear fuerte».
Kelvin:
Unidad del sistema internacional de medida de temperatura absoluta (símbolo K); cero kelvin correspondiendo a -273,15 grados Celsius, a saber, la más baja temperatura posible.
Logos:
Concepto muy complejo, utilizado desde los filósofos griegos, que significa a la vez el verbo, la palabra, el discurso, la razón, la racionalidad, el sentido, la inteligencia, las leyes, la lógica, la argumentación lógica, lo divino. Platón, Aristóteles, Newton, Leibniz y tantos otros no alzaban barreras entre ciencias, filosofía, metafísica o teología. La separación de los ámbitos solo existe desde el siglo XVI. La mayoría de los primeros filósofos griegos eran científicos. Trabajaban a partir del logos, y sus oponentes no eran ya los científicos, sino los poetas, que privilegiaban el pathos, o sea, el sentimiento, la emoción. En el mundo cristiano, el propio Dios es Logos (ver Jn 1, 1-14).
Muerte térmica del Universo:
O Big Freeze, o Big Chill; es el destino aparentemente inexorable hacia el cual nuestro mundo va a evolucionar en un porvenir muy lejano, hasta hacer finalmente imposible todo proceso termodinámico que permita asegurar el movimiento o la vida (entropía máxima).
Multiversos:
Hipótesis a priori inverificable acerca de la existencia de universos múltiples o paralelos al nuestro, generados por mecanismos tales como la inflación y las membranas de la teoría de supercuerdas. El carácter científico de esta hipótesis es ampliamente cuestionado, ya que es absolutamente imposible verificar la teoría de manera directa, dado que esos universos imaginarios nos son en principio inaccesibles.
Ontología:
Parte de la filosofía también llamada «filosofía del ser» o «ciencia primera», la cual trata de la naturaleza del ser y de la significación de esta palabra.
Prueba ontológica:
Argumento que busca probar la existencia de Dios a partir de la definición misma de un ser perfecto. Expuesta por Boecio (siglo VI), desarrollada luego por san Anselmo de Canterbury (siglo XI), trabajada más tarde por Descartes (siglo XVII) y por Leibniz (siglo XVIII), fue criticada por Kant (siglo XVIII y numerosos filósofos, pero Gödel la reactualizó por medio del lenguaje matemático de la lógica modal (siglo XX); últimamente, ha sido verificada por las herramientas informáticas ultrapotentes de Christoph Benzmüller (siglo XXI).
Principio antrópico:
Expresión introducida por el astrofísico Brandon Carter en 1974 para describir los trabajos de Robert Dicke y de muchos otros científicos sobre el ajuste sumamente fino de los parámetros fundamentales del Universo (condiciones iniciales, constantes, leyes) que permite la posibilidad de la vida y de nuestra existencia. El principio antrópico es objeto de diferentes interpretaciones filosóficas en los debates públicos. También se suele distinguir el principio antrópico «débil», que, sin buscar explicación alguna, se limita a constatar que, sin esas múltiples optimizaciones, la vida no habría podido desarrollarse y desembocar en la humanidad, frente al principio antrópico «fuerte», que estima que, para que todas esas exigencias prodigiosas sean satisfechas, incluso la de la aparición de la humanidad, hacen necesariamente falta, en el origen, un programa y una voluntad. Pero no se pueden poner estas dos interpretaciones en el mismo plano, porque el principio antrópico «débil» no es más que una dimisión de la razón.
Radiación de fondo cosmológico:
Nombre dado a la primera radiación electromagnética emitida por el Universo, 380 000 años después del Big Bang. Corresponde a una radiación emitida por un cuerpo negro en equilibrio térmico a una temperatura de 2,725 kelvin, que proviene de todas las direcciones del cielo. Anticipada desde 1948 y descubierta por casualidad en 1964, corresponde a la imagen más antigua que se puede obtener del Universo, y presenta ínfimas variaciones de temperatura y de intensidad. Esas anisotropías detalladas desde el principio de los años 1990 permiten recoger cantidad de informaciones acerca de la estructura, la edad y la evolución del Universo.
Relatividad general:
Teoría sobre la gravitación publicada por Albert Einstein en 1917. Engloba y sustituye a la teoría de la gravitación universal de Isaac Newton, enunciando principalmente que la gravitación no es una fuerza, sino la manifestación de la curvatura del espacio-tiempo. Esta teoría predice efectos tales como la expansión del Universo, las ondas gravitacionales y los agujeros negros, verificados ulteriormente.
Relatividad restringida:
Teoría elaborada por Albert Einstein en 1905 a partir del principio según el cual la velocidad de la luz en el vacío tiene el mismo valor en todos los referenciales galileanos o inerciales. Las ecuaciones correspondientes llevan a previsiones de fenómenos que chocan con el sentido común (pero ninguna de esas previsiones ha sido invalidada por la experiencia), siendo uno de los más sorprendentes la desaceleración de los relojes en movimiento, lo que permitió concebir la experiencia de pensamiento que se suele llamar «paradoja de los gemelos». Los principios de la relatividad restringida, que ya se habían apuntado en los trabajos de Henri Poincaré en 1902, tienen un fuerte impacto filosófico: obligan a plantear de manera diferente la cuestión del tiempo y del espacio, eliminando toda posibilidad de existencia de un tiempo y de unas duraciones absolutos en el conjunto del Universo, tal como se pensaba desde Newton.
Ribosoma:
Complejo ribo-núcleo-proteico (o sea, compuesto de proteínas y de ARN) presente en las células eucariotas (con núcleo) y procariotas (sin núcleo). Su función es sintetizar las proteínas descodificando la información contenida en el ARN mensajero. El origen del ribosoma es uno de los enigmas mayores de la biología celular.
Segundo principio de la termodinámica:
Enunciado por Sadi Carnot en 1824, postula la irreversibilidad de los fenómenos físicos, particularmente durante los intercambios térmicos, y la noción de desorden que solo puede crecer durante una transformación real en un sistema cerrado. Desde entonces, dio lugar a numerosas generalizaciones y formulaciones sucesivas por parte de Clapeyron (1834), Clausius (1850), Lord Kelvin, Ludwig Boltzmann (1873) y Max Planck, desde el siglo XIX hasta nuestros días.
Singularidad inicial:
La palabra «singularidad» describe el carácter singular de algo o de alguien. Aplicado al origen del Universo, designa el punto especial del espacio-tiempo en el cual las cantidades que describen la densidad masa-energía y la curvatura del espacio se vuelven infinitas y en el que las leyes físicas conocidas se desmoronan.
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 491
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