Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución

 
Hasta hace poco, creer en Dios parecía incompatible con la ciencia. Ahora, inesperadamente, la ciencia parece convertirse en aliada de Dios y el materialismo, que es una creencia como cualquier otra, flaquea cada día más.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 9
 
 
El impacto de los descubrimientos revolucionarios
 
La muerte térmica del Universo es la primera de ellas. Partiendo de la teoría de la termodinámica aparecida en 1824, confirmada en 1998 por el descubrimiento de la expansión acelerada del Universo, esta muerte térmica implica que el Universo tuvo un comienzo; pero todo comienzo presupone un creador. Luego la teoría de la Relatividad, desarrollada entre 1905 y 1915 por Einstein y validada por numerosas confirmaciones. Afirma que el tiempo, el espacio y la materia están vinculados y que ninguno de los tres puede existir sin los otros dos. Lo que implica que, si hay una causa en el origen de nuestro Universo, ésta es necesariamente atemporal, no espacial y no material. El Big Bang, tercero, teorizado en los años 1920 por Friedmann y Lemaître y luego confirmado en 1964. Describe el origen del Universo de un modo tan preciso y espectacular que provocó una auténtica explosión en el mundo de las ideas, hasta el punto de que, en ciertos países, los científicos lo han defendido o estudiado arriesgando sus vidas. Dedicaremos un capítulo entero a las persecuciones y ejecuciones ignoradas u ocultas que demostraron, de manera trágica, la importancia metafísica de estos descubrimientos. La sintonía fina del Universo, cuarto, y el principio antrópico que resulta de él, ampliamente aceptado desde los años 1970, plantean un problema tal a los cosmólogos materialistas que, para sortearlo, se esfuerzan por desarrollar modelos de evolución puramente especulativos y perfectamente inverificables. universos múltiples, sucesivos o paralelos. La biología, por último, que destacó a finales del siglo XX la necesidad de una sintonía adicional del Universo: la que permitiera la transición de lo inerte a lo vivo. De hecho, lo que antes se pensaba que era sólo un salto de un lado al otro de la brecha que separa a los inertes más complejos conocidos de los seres vivos más simples conocidos, ha resultado en realidad el cruce de un inmenso abismo, que ciertamente no podría se han logrado únicamente mediante las leyes del azar. Y si hoy no sabemos cómo ocurrió esto ni, a fortiori, cómo replicar tal evento, sabemos lo suficiente para evaluar su infinita improbabilidad.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 11
 
 
Nuestra capacidad para aceptar una tesis, incluso si es científica, no depende sólo de las pruebas racionales que la sustentan, sino también del interés emocional asociado a las conclusiones de esta tesis.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 15
 
 
La aceptación de la verdad puede verse obstaculizada por las pasiones. Nuestra capacidad para aceptar una tesis, incluso si es científica, no depende sólo de las pruebas racionales que la sustentan, sino también del interés emocional asociado a las conclusiones de esta tesis. Así, por ejemplo, podemos constatar que hoy en día hay temas científicos apasionadamente neutrales, como por ejemplo la causa de la extinción de los dinosaurios, el origen de la Luna, el origen del agua en la Tierra o la repentina desaparición de El hombre de Neandertal, sobre el que los científicos debaten a veces vigorosamente, cada uno de los cuales puede defender tesis diferentes, incluso opuestas, pero cuyos resultados intelectuales, cualesquiera que sean, acabarán siendo aceptados por todos, porque estos temas carecen de cuestiones apasionantes. Pero tan pronto como entramos en temas sensibles que, incluso científicos, están en parte politizados, como el calentamiento global, la ecología, el interés de la energía nuclear, el marxismo económico, etc., la inteligencia ya no es tan libre para razonar normalmente, porque Las opciones políticas, las pasiones y los intereses personales interfieren con la razón. El fenómeno es particularmente agudo cuando abordamos el tema de la existencia de un dios creador. Ante esta cuestión, las pasiones son aún más fuertes, porque lo que está en juego no es el simple conocimiento, sino nuestra propia vida. Posiblemente tener que reconocer, al final de un estudio, que uno sólo puede ser una criatura derivada y dependiente de un creador es percibido por un gran número de personas como un desafío fundamental a su autonomía. Sin embargo, hay muchas personas que desean ser libres y autónomas, poder decidir sus propias acciones y no tener “ni Dios ni amo” tiene prioridad sobre todo lo demás. Su yo profundo se siente atacado por la tesis deísta y se defiende movilizando todos sus recursos intelectuales, no para la búsqueda de la verdad, sino para la defensa, considerada prioritaria, de su independencia y libertad. Por lo tanto, no es sorprendente que este tema provoque reacciones que a menudo van desde la aburrida indiferencia hasta la burla, el desprecio e incluso la violencia, en lugar de una argumentación reflexiva.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 15
 
 
El propósito de este libro es únicamente reunir en un solo volumen el estado más actualizado del conocimiento racional relativo a la posible existencia de un dios creador.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 17
 
 
Para poder establecer claramente el valor de la evidencia que vamos a presentar, comenzaremos estudiando qué es la prueba en la ciencia; Para ello, analizaremos la naturaleza de los mecanismos del razonamiento científico. Luego determinaremos las implicaciones que resultan de las dos tesis o creencias contrapuestas: creencia en la existencia de un dios creador versus creencia en que no existe nada más que el Universo material, ya que el materialismo es una creencia como otra. Veremos que las implicaciones que generan estas dos tesis son numerosas y pueden perfectamente validarse o invalidarse, según los casos, por su comparación con la observación del mundo real.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 17
 
 
La composición de esta obra puede parecer inusual y algunos pueden sorprenderse al encontrar conocimientos científicos modernos, reflexiones sobre la Biblia o incluso la historia de un milagro en Portugal. Pero todo esto tiene su lugar en este libro, porque la teoría " No hay nada fuera del Universo material " implica necesariamente que los milagros tampoco existen y que todas las historias, incluso las más asombrosas, siempre deben poder explicarse sin recurrir a hipótesis sobrenaturales. Por tanto, la posible observación de lo contrario constituiría una prueba perfecta de la inexactitud de esta teoría y por tanto de la exactitud de la teoría opuesta. En definitiva, Dios existe o no: la respuesta existe independientemente de nosotros y es binaria. ¿Es sí o no? Sólo nuestra falta de conocimiento ha sido un obstáculo hasta ahora. Pero el descubrimiento de un conjunto de evidencia convergente, numerosa, racional y proveniente de campos de conocimiento diferentes e independientes, arroja una luz nueva y quizás decisiva sobre esta cuestión.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 19
 
 
¿Qué es la prueba?
 
Presentar un panorama de las pruebas de la existencia de Dios privilegiando aquellas que provienen de los descubrimientos recientes de la Ciencia:, tal es el objeto de este libro.
 
Si todos tenemos una visión bastante clara de la definición de las palabras «Dios» y «ciencia», de lo que significan y cubren, tal vez no ocurra lo mismo con la palabra «prueba», que se emplea en dos sentidos bastante diferentes, lo que podría crear un malentendido acerca de la naturaleza y del alcance de las pruebas que vamos a presentar más adelante. Por lo tanto, es necesario aportar precisiones.
 
El presente capítulo, al ser independiente de los siguientes, puede ser dejado de lado por los lectores que lo consideren demasiado arduo.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 9
 
 
Recordemos que, en ciencia, para que una teoría sea verdadera, sus implicaciones deben al menos estar de acuerdo con la realidad observada. Así, dado que la existencia de un dios creador y su inexistencia son dos teorías, resulta apropiado investigar sus implicaciones y confrontarlas con la realidad.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 29
 
 
Así, si admitimos que la proposición “si el Universo es sólo material, no puede tener un comienzo” es verdadera, tiene como corolario la siguiente proposición: “Si el Universo tuvo un comienzo, existe un Creador.” Esta proposición, que siempre ha sido bien conocida, carecía anteriormente de valor argumentativo, porque era indecidible y se consideraba totalmente fuera del alcance del conocimiento humano. Sin embargo, lo extraordinario hoy es que la cuestión del origen del Universo se haya vuelto científica y decidible, diríamos incluso resuelta, desde los recientes descubrimientos de la muerte térmica del Universo y de la cosmología del Big Bang.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 9
 
 
¿Qué es una prueba?
 
Presentar un panorama de las pruebas de la existencia de Dios privilegiando aquellas que provienen de los descubrimientos recientes de la Ciencia: tal es el objeto de este libro.
 
Si todos tenemos una visión bastante clara de la definición de las palabras «Dios» y «ciencia», de lo que significan y cubren, tal vez no ocurra lo mismo con la palabra «prueba», que se emplea en dos sentidos bastante diferentes, lo que podría crear un malentendido acerca de la naturaleza y del alcance de las pruebas que vamos a presentar más adelante. Por lo tanto, es necesario aportar precisiones.
 
El presente capítulo, al ser independiente de los siguientes, puede ser dejado de lado por los lectores que lo consideren demasiado arduo.
 
I. Qué es una prueba en general
 
Según el diccionario de la Real Academia Española, una prueba es «la razón, argumento, instrumento u otro medio con que se pretende mostrar y hacer patente la verdad o falsedad de algo»; según Wikipedia, «una prueba científica es lo que sirve para sostener o refutar una teoría o una hipótesis». En todos los casos, los diccionarios están de acuerdo en decir que una prueba es «lo que sirve para establecer que una cosa o una teoría es verdadera». Esta definición resulta perfecta para nuestro estudio, cuyo objetivo es establecer cuál de estas dos tesis es verdadera, a saber: «el Universo fue realizado por un Dios creador», o lo que resulta ser casi lo contrario, «el Universo es exclusivamente material», en el sentido de excluir toda existencia fuera del Universo físico.
 
En general, la palabra «prueba» se emplea acerca de argumentos que no son demostraciones absolutas, si bien dejan un cierto lugar a la duda. Por ello, están abiertas a la contestación, pueden variar con el tiempo y no implican necesariamente una adhesión unánime. Por otro lado, también estamos familiarizados, desde que descubrimos las matemáticas, con el otro sentido de la palabra, que es el de «prueba absoluta». Ambos sentidos no se oponen: se diferencian por su campo de aplicación y por la fortaleza de sus resultados. Las pruebas absolutas constituyen por lo tanto un subconjunto de la palabra «prueba», un caso particular que solo se aplica a algunos ámbitos.
 
Vamos a empezar por el concepto de «prueba absoluta», porque es el más simple.
 
II. Las pruebas absolutas, pruebas del ámbito formal
 
El ámbito formal, o ámbito teórico, es el de la abstracción lógica y de los universos limitados. Incluye las matemáticas, los juegos, la lógica pura, la metafísica y algunos razonamientos filosóficos, así como todos los campos caracterizados por el hecho de que las reglas y la lista de hechos iniciales se encuentran fijados de antemano y en número limitado.
 
En este ámbito, se parte de axiomas, de principios y de hipótesis en número finito, lo que excluye todo tipo de imponderables: nada puede interferir en el razonamiento.
 
Por eso, en el ámbito formal, un razonamiento justo aplicado a datos correctos conduce siempre a una conclusión justa, indiscutible y definitiva.
 
Así pues, se puede demostrar que, en la geometría euclídea, un triángulo cuyos lados son iguales tiene tres ángulos idénticos, que el cuadrado de la hipotenusa de un triángulo rectángulo es igual a la suma del cuadrado de sus dos otros lados, o que, en una situación dada, en el juego del ajedrez, un jaque y mate en tres jugadas es absolutamente imparable.
 
Las pruebas en el campo formal son pruebas absolutas, y, por lo tanto, se hablará más bien de «demostración». Cuando son conocidas y se han verificado, concitan la convicción de todos, porque son universales y definitivas en el tiempo y en el espacio. Son absolutas, aun cuando el número de razonamientos sucesivos utilizados para alcanzarlas sea muy elevado.
 
Las ciento veinticinco páginas de razonamientos que fueron necesarias al matemático inglés Andrew Wiles para demostrar el célebre teorema de Fermat son la perfecta ilustración de ello. Para demostrar dicho teorema (según el cual Xn + yn = zn es imposible si n es superior o igual a 3), Andrew Wiles trabajó durante años, encadenando razonamientos que recurrían a diferentes ramas de las matemáticas, antes de publicar su demostración en 1995. Una vez verificado cada razonamiento por matemáticos competentes, en cada uno de los campos utilizados, la exactitud de la demostración de este teorema fue aceptada sin discusión ni excepción alguna por toda la comunidad científica. Sin embargo, la prueba experimental de la exactitud del teorema sigue siendo imposible, lo que constituye, sin duda, un hecho notable.
 
En matemáticas, hablaremos de demostración para referirnos a una prueba absoluta. Tales pruebas absolutas implican el asentimiento general y no pueden conocer ningún tipo de variación en el tiempo.
 
Sin embargo, las pruebas absolutas no existen en lo real, llamado habitualmente «ámbito empírico». A continuación, vamos a ver por qué.
 
III. Las pruebas del ámbito empírico
 
En el ámbito empírico, que es el de nuestro mundo concreto, un razonamiento justo aplicado a datos correctos no lleva necesariamente a una conclusión exacta. Ignorar esta verdad, que es, sin duda, sumamente contraintuitiva, lleva a menudo a los dirigentes a cometer graves errores cuando hay que decidir.
 
Efectivamente, para estar seguro de acertar hay que tener en cuenta el conjunto de todos los datos y parámetros que intervienen en el problema. Ahora bien, en el mundo real, difícilmente podemos ser exhaustivos y recabar todos los datos disponibles. Y aun cuando así fuera, su magnitud sería demasiado grande como para poder ser tomada en consideración.
 
Por consiguiente, en el ámbito empírico, las pruebas absolutas no existen, o, al menos, generalmente no están a nuestro alcance. Solo existen pruebas de fuerzas variables cuya suma puede, no obstante, conducir a una íntima convicción más allá de toda duda.
 
Una historia trágica y real ilustrará esta sorprendente realidad.
 
En los años 1950, la cosecha de trigo en China fue mala. Los responsables agrícolas informaron a Mao Tse-Tung de que los gorriones se comían gran parte de las semillas sembradas, lo que era verdad. Mao realizó un razonamiento justo, a saber: si se mataba a los gorriones, esa gran porción de semillas no iba a ser comida por los pájaros en cuestión, lo que era exacto, y que por ende las cosechas iban a aumentar en proporción, lo cual resultó ser falso. La decisión de hacer desaparecer a los gorriones fue aplicada en 1958, en la época del «Gran Salto Adelante», sin experimentación previa, de manera inmediata y en todo el país. Esto provocó una gran hambruna, que generó millones de muertos. Resulta que había un elemento que intervenía en este problema, elemento que no fue tomado en cuenta por Mao y sus consejeros: si bien los pájaros se comen efectivamente parte de las semillas, devoran sobre todo lombrices e insectos, que, a su vez, comen y destruyen de manera aún más notable las cosechas. Como lo vemos con esta trágica historia, un único dato que no fue tomado en cuenta condujo al resultado inverso que el razonamiento inicial hacía esperar.
 
En el ámbito empírico, o sea, en nuestro mundo, una prueba es más que un argumento, pero menos que una demostración matemática.
 
Como las pruebas comunes del mundo empírico no son absolutas, se procura por lo general aumentar su número y diversificar sus orígenes, para establecer de la manera más sólida posible la verdad de la tesis que supuestamente sostienen. Por ello, en el campo empírico, se habla por lo general de «pruebas» en plural, mientras que, en el ámbito formal, se habla de «prueba» o de «demostración» en singular, ya que basta, por definición, con una sola prueba o demostración.
 
Empecemos por ilustrar, gracias a dos ejemplos familiares, el carácter no absoluto de las pruebas del ámbito empírico corriente y la necesidad que se deriva de ello, a saber, el disponer de una pluralidad de pruebas procedentes de diversos horizontes.
 
Tomemos el ejemplo de un juicio en el marco de un caso criminal. El fiscal tendrá que aportar las pruebas de la culpabilidad del acusado. Dichas pruebas podrán ser materiales, o no. Tendrán, según el caso, una fuerza variable. Podrá tratarse de huellas ADN, del grupo sanguíneo de eventuales manchas de sangre, de huellas dactilares que corresponden a las del acusado o de huellas de pasos en el suelo. También deberá probarse el móvil del crimen y, por fin, aportar testimonios que acrediten la presencia del acusado en el lugar de los hechos. Los testimonios tendrán un valor más o menos importante según la personalidad del testigo, su edad, su profesión o incluso su reputación. Los testimonios convergentes de varios testigos independientes, o sea, que no se conocen entre sí, tendrán más importancia que los que provienen de un mismo grupo familiar. Cabe decir que ninguna de esas pruebas podría considerarse como absoluta, ya que hasta la presencia de una prueba material podría ser el resultado de un complot bien tramado. No obstante, si las pruebas son a la vez numerosas, fuertes, convergentes e independientes, los miembros del jurado podrán adquirir una íntima convicción, más allá de toda duda razonable, lo cual les va a permitir tomar una decisión acerca de la culpabilidad del acusado.
 
Otro ejemplo: si los habitantes de un pueblo descubren por la madrugada animales de su rebaño degollados, pueden sospechar la presencia de un oso en los alrededores y buscar pruebas para confirmarlo. Analizarán pues toda una serie de indicios posibles: presencia de mordeduras en las víctimas, huellas de pasos, restos de comida o, incluso, presencia de deyecciones. Por fin, interrogarán a una serie de testigos, directos o indirectos: al hombre que vio al hombre que vio al oso. El conjunto de estas pruebas, más o menos convincentes y de naturaleza bien distinta, les permitirá forjarse una opinión y tomar las medidas adecuadas.
 
Estos dos ejemplos ilustran el hecho de que, en el campo empírico, como ocurre en una investigación, es necesario disponer de un conjunto de pruebas, de la mayor cantidad posible de pruebas convergentes e independientes, para alcanzar una convicción más allá de toda duda razonable.
 
Desde esta perspectiva, este libro no pretende aportar la demostración de la existencia de Dios, sino un conjunto de pruebas racionales, numerosas, convergentes y que provienen de diferentes ámbitos, y, por lo tanto, independientes. Lo que en sí es mucho. Agrupadas, estas pruebas tendrían que ser capaces de ganarse la convicción del lector. Sin embargo, en última instancia, el lector juzgará por sí mismo.
 
IV. Las pruebas del ámbito empírico en ciencia
 
Las ciencias de la naturaleza forman parte del ámbito empírico: las pruebas absolutas tampoco existen en este campo. En las ciencias experimentales, los pasos habituales consisten en partir de la observación para construir una teoría que tenga predicciones observables en el mundo real.
 
Así pues, según Karl Popper, «en las ciencias empíricas, que son las únicas capaces de dar informaciones acerca del mundo en el que vivimos, las pruebas no existen, si se entiende la palabra «prueba» como un hecho que establece de una vez por todas la verdad de una teoría».
 
En ciencia experimental, la validez de una tesis se construye sobre el encadenamiento de dos etapas, al menos, de las cuatro posibles que citamos a continuación:
 
La primera etapa consiste en la creación de una teoría elaborada a partir de una observación. La teoría tiene como objeto crear un universo simple y manejable que sea una representación o una analogía del Universo real. Este universo teórico incluye una lógica interna que genera normalmente una serie de «conclusiones, implicaciones o predicciones». Estas predicciones son imprescindibles para poder establecer la validez de la teoría en cuestión.
La segunda etapa consiste luego en comparar estas predicciones con las observaciones en el Universo real. Si, una vez verificadas, las observaciones están en desacuerdo con las predicciones, entonces la teoría es falsa; ahora bien, si concuerdan, la teoría puede ser verdadera. Por otro lado, cuanto más numerosas son las implicaciones y cuanto más precisas, tanto más la teoría puede ser considerada como sólidamente establecida.
Estas dos primeras etapas constituyen la base mínima de toda teoría científica. En muchos casos, afortunadamente, se puede ir más lejos.
La tercera etapa consiste, cuando sea posible, en crear un modelo matemático del universo teórico, luego operar con él y estudiar los resultados y predicciones que se derivan de ello. Resultados y predicciones que luego compararemos con la realidad. Si el modelo corresponde a la realidad, el nivel de la prueba se verá reforzado, sobre todo si el modelo prevé consecuencias inesperadas que luego se revelan exactas.
La cuarta etapa, finalmente, cuando esta se puede realizar, tiene un valor demostrativo aún más fuerte; esta etapa consiste en la posibilidad de repetir la experiencia. Si la teoría puede ser verificada experimentalmente de manera repetida, el nivel de prueba conferido por esta cuarta etapa es entonces sumamente elevado.
 
Ilustración con la teoría de la gravedad de Newton.
 
Para ilustrar estas etapas, la teoría de la gravitación, que todos conocemos, resulta ideal. Constituye un ejemplo perfecto de encadenamiento de las cuatro etapas. Según se suele contar, fue observando una manzana al caer como Isaac Newton se preguntó por qué caía de manera perpendicular al suelo.
 
Primera etapa, la teoría: a partir de la observación inicial, Newton imagina una teoría según la cual los cuerpos son atraídos por una fuerza que solo es función de sus masas y de la distancia que los separa.
Segunda etapa, las predicciones: como primeras consecuencias verificables de su teoría, constata que efectivamente la manzana cae al suelo, y no lo contrario, porque la manzana es pequeña y porque la Tierra es grande. Por otro lado, una manzana del hemisferio sur caerá siempre sobre la tierra, aunque el manzano y los habitantes se encuentren «cabeza abajo», desde el punto de vista de un observador del hemisferio norte. Las implicaciones de la teoría resultan conformes a la realidad.
Tercera etapa, el modelo matemático: Newton desarrolla un modelo matemático de su teoría postulando que la fuerza de atracción entre dos cuerpos es proporcional a su masa e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa, según una fórmula de tipo F = G m1 m2 / d2. A partir de ese modelo, logra calcular la órbita de los planetas, llegando a formas elípticas que ni Copérnico ni Galileo habían podido imaginar, pero que Kepler había adivinado al observar el curso del planeta Marte. Finalmente, desarrollando su modelo, obtiene un calendario predictivo de los eclipses de Luna y de los planetas.
Cuarta etapa, la experimentación: el calendario y las predicciones en cuestión, que son verificables por todos en aquel entonces, se verifican y se revelan exactos. La comparación con la realidad funciona; mejor aún, la dimensión predictiva, inesperada, se confirma. La teoría se encuentra por lo tanto probada y la comunidad científica se adhiere a ella con prontitud.
 
Ulteriormente, la teoría de la gravitación de Newton fue remplazada por la teoría de la relatividad de Einstein, lo que no significa que la teoría de Newton sea errónea. Simplemente, se ha pasado de una buena aproximación de la realidad a una aproximación superior. Son teorías convergentes.
 
Las teorías científicas pueden ser clasificadas en grupos que corresponden a niveles de prueba diferentes.
 
La validez de una teoría depende, por lo tanto, del número de etapas a las que ha podido ser sometida con éxito.
 
Así, según sea confirmada por dos, tres o cuatro de las etapas enunciadas anteriormente, su nivel de fuerza podrá ser clasificada en grupos diferentes, que van del grupo 2, el más fuerte, al grupo 6, el más débil, ya que reservamos el grupo 1 para la prueba absoluta.
 
Grupo 1: prueba absoluta del campo teórico o formal.
Grupo 2: teorías que pueden ser cotejadas con la realidad, que se pueden modelizar (en el sentido matemático) y experimentar. Este grupo incluye una gran cantidad de ciencias, como la mayoría de los campos de la física, la mecánica, la electricidad, el electromagnetismo, la química, etc. Para este grupo, las pruebas son tan fuertes que se aproximan a pruebas absolutas y son difícilmente discutibles, incluso cuando puedan ser refinadas en el futuro gracias a nuevos modelos convergentes.
Grupo 3: teorías cotejables con la realidad, que se pueden modelizar pero no experimentar. Este grupo incluye numerosas ciencias como la cosmología, la climatología (particularmente las investigaciones sobre el calentamiento climático), la econometría, etc. Aunque no sean experimentables, estas teorías se pueden modelizar y las predicciones que resultan del modelo pueden ser verificadas. En este grupo, el nivel de prueba es alto.
Grupo 4: teorías cotejables con la realidad, experimentables, pero que no se pueden modelizar. Este grupo incluye la mayoría de los campos de las ciencias como la fisiología, la farmacología, la biología, etc. Estas teorías también son poderosas porque, aunque no se puedan modelizar, la repetición de la experimentación aporta un nivel de verificación elevado y, por lo tanto, altamente probatorio. En este grupo, como en el anterior, si bien por motivos diferentes, el nivel de prueba es elevado.
Grupo 5: teorías cotejables con la realidad, pero que no se pueden modelizar ni experimentar. Este grupo de teorías es más débil en términos de fuerza probatoria que los anteriores. Incluye, no obstante, numerosos campos que nadie imaginaría eliminar de la esfera científica. En este grupo se encuentra el evolucionismo darwiniano, que no se puede modelizar ni experimentar (o en todo caso, no fue posible hacerlo durante un siglo). Incluye también numerosas cuestiones científicas, como la paleontología (por ejemplo, la extinción de los dinosaurios, la desaparición del hombre de Neandertal, etc.), el origen de la vida en la Tierra, el origen de la Luna, el origen del agua en nuestro planeta, etc.
En este grupo, las teorías no se pueden modelizar ni experimentar, se verifican solamente gracias a la confrontación de sus conclusiones con lo que puede ser observado en el mundo real. A este grupo pertenecen las teorías antagónicas, a saber, «existe un Dios creador» y «el Universo es únicamente material». Efectivamente, estas dos teorías no se pueden modelizar ni experimentar, pero sus conclusiones lógicas, que son numerosas, como lo veremos, pueden ser cotejadas con la realidad exactamente como las otras teorías del mismo grupo.
 
Grupo 6: teorías que no se pueden cotejar con la realidad, ni modelizar, ni experimentar. Este grupo se limita a teorías especulativas, como la teoría de los multiversos o universos llamados «paralelos». Dado que estas teorías no generan ninguna implicación observable, no son sino totalmente hipotéticas y sin verificación posible.
Tipo de campo     Tipo de razonamiento    Fuerza de la prueba
Campo Teórico:Grupo 1: Matemáticas, Juegos, Lógica, Algoritmia   Demostración         Prueba absoluta
Campo real Posibilidad de teorizar    Confrontación con la realidad  Posibilidad de modelizar         Posibilidad de experimentar    
Grupo 2: física, mecánica, mecánica cuántica, electricidad, electromagnetismo, química                            Prueba muy fuerte, cercana a lo absoluto
Grupo 3: cosmología (Big Bang, muerte térmica, principio antrópico, etc.) climatología                      No     Prueba fuerte
Grupo 4: fisiología, farmacología, medicina             No           Prueba fuerte
Grupo 5: teoría de la evolución paleontológica, origen de la xida en la Tierra, origen del agua, existencia de un Dios creador              No     No     La fuerza de la prueba depende de la calidad y del número de correspondencias entre las implicaciones de la teoría y la realidad observable
Grupo 6: universos paralelos, multiversos, antes del Big Bang        No     No     No         Prueba nula: pura especulación
Cuadro que resume el posicionamiento de los seis grupos de pruebas.
 
Esta metodología a la que nos adherimos es análoga a la del filósofo de las ciencias de origen austríaco Karl Popper (1902-1994). Según Popper, la condición para que una tesis pueda ser considerada como científica es que proceda de una teoría, que a su vez provenga de una observación, y que esta teoría sea potencialmente refutable; en otras palabras, que tenga suficientes predicciones observables que puedan ser contrastadas, y, eventualmente, rechazadas. Para él, la refutabilidad es la verdadera clave que permite decir que una teoría o una tesis es científica o no.
 
Notemos que, según esto, las tesis de los multiversos no serían tesis científicas, ya que carecen de realidad observable; y que, a la inversa, la de la no existencia de Dios cumple con todos los requisitos para poder serlo.
 
Al respecto, hay que saber que cierto número de científicos y de filósofos comparten la opinión de que la tesis de la existencia de Dios o la de su inexistencia son tesis científicas. Es el caso, por ejemplo, de Richard Dawkins, uno de los jefes de fila del ateísmo contemporáneo, quien, en su exitoso libro El espejismo de Dios, afirma lo siguiente: «La hipótesis de Dios es una hipótesis científica sobre el Universo que hay que analizar con el mismo escepticismo que cualquier otra»; «O bien existe, o bien no existe. Es una cuestión científica; tal vez se conozca un día la respuesta, pero, mientras tanto, podemos pronunciarnos con fuerza acerca de su probabilidad». «Contrariamente a Huxley, diré que la existencia de Dios es una hipótesis científica igual que cualquier otra. Incluso si es difícil de verificar de manera práctica, pertenece a la misma categoría […] que las controversias acerca de las extinciones del Pérmico y Cretáceo».
 
Finalmente, dado que ninguna prueba es absoluta fuera del campo formal, lo que puede y debe convencer es la existencia de un conjunto de pruebas independientes y convergentes. Por ello, este libro no se limita a las pruebas que proceden del campo de la ciencia, sino que también presenta las que derivan de la filosofía y de la moral, así como las que proceden de los enigmas históricos para los cuales no existe ninguna explicación materialista aceptable.
 
Así pues, los capítulos de la segunda parte de este libro abordarán cuestiones relativas a la historia, la Biblia, la existencia de Jesucristo y un milagro en Portugal. Si estos capítulos pueden ser considerados por algunos como incursiones fuera del campo científico que no vienen al caso, no constituyen desbarres, sino que son el resultado de una decisión perfectamente justificada por la necesidad de reunir pruebas procedentes de diversos horizontes.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 30
 
 
 
Implicaciones que derivan de las dos teorías: «existe un Dios creador» versus «el Universo es exclusivamente material»
 
Acerca del Universo, dos teorías se enfrentan: una teoría materialista, según la cual este es exclusivamente material, y otra que postula la existencia de un Dios creador. Al no poder ser modelizadas ni experimentadas, solo se puede establecer la solidez de estas dos teorías opuestas gracias al examen de sus implicaciones respectivas, tal como hemos visto en el capítulo anterior.
 
Pero ¿acaso existen esas implicaciones?
 
En efecto, es bastante corriente considerar que no existiría ninguna consecuencia observable de la existencia o inexistencia de un Dios creador. Sin embargo, esta opinión es tan frecuente como errónea.
 
Este capítulo tiene como objeto mostrar que esas implicaciones existen y que incluso son numerosas. Algunas de ellas, como «el Universo tuvo un comienzo» o «las leyes del Universo no deben poder ser constatadas como muy favorables a la vida», predicciones que durante mucho tiempo se creyeron fuera del alcance del conocimiento humano, se han vuelto temas sobre los cuales, actualmente, los científicos están en condiciones de debatir.
 
En el cuadro siguiente aparecen las implicaciones de cada una de estas dos teorías:
 
Si el Universo es solo material (en el sentido de los materialistas), entonces:
         Si el Universo procede de un Dios creador, entonces:
 
1. El Universo no puede tener un comienzo. 1. Podemos esperar que el Universo tenga una finalidad.
2. El Universo no puede tener un fin del tipo muerte térmica, porque un fin de ese tipo supone un comienzo.        2. Se puede esperar que el Universo tenga un orden y sea inteligible.
3. Las leyes de la naturaleza derivan solamente del azar y, por consiguiente, es sumamente improbable que sean favorables a la vida.    3. Se puede esperar que el Universo tenga un principio.
4. No puede haber milagros.    4. Los milagros son posibles.
5. No puede haber profecías ni revelaciones.         5. Las profecías y las revelaciones son posibles.
6. El bien y el mal se pueden decidir democráticamente, sin límite alguno. 
7. Los «espíritus» no existen, ni el diablo, ni los ángeles, ni los demonios. 
Ante las dos columnas que se ven en el cuadro, destacan claramente tres hechos relevantes:
 
En primer lugar, el número de implicaciones observables es elevado, lo que es muy favorable para decidir entre las dos teorías. En efecto, cuantas más implicaciones observables y cotejables con la realidad existan, más sólidamente fundada resultará ser la decisión final acerca de la veracidad de una u otra teoría.
 
En segundo lugar, las implicaciones que derivan de las dos teorías no son simétricas. La teoría de un Universo exclusivamente material genera muchas más implicaciones que la de un Universo procedente de un Dios creador. Sobre todo, sus implicaciones son mucho más tajantes y precisas que las que implica la teoría opuesta. Por eso, el camino más directo para validar la existencia de un Dios creador pasa por la demostración de la imposibilidad de un Universo puramente material.
 
En tercer lugar, si bien no se pueden modelizar ni experimentar, estas dos teorías forman parte del grupo 5 de nuestra clasificación de pruebas, ya que tienen importantes implicaciones contrastables con la realidad. Recordemos que en ese grupo las teorías pueden verse validadas o invalidadas gracias a la confrontación de sus implicaciones con el mundo real. Así es como las dos teorías, «el Universo es únicamente material» y «el Universo procede de un Dios creador», se sitúan en el mismo plano que las otras teorías científicas del grupo 5, al que pertenece, por ejemplo, la teoría de la evolución, teoría que a nadie se le ocurriría excluir del campo de la ciencia.
 
Cada una de estas implicaciones será ahora el objeto de un análisis más detenido, con el fin de determinar sus razones de ser y su alcance.
 
I. Estudio de las implicaciones de la tesis «el Universo es exclusivamente material»
Si el Universo es exclusivamente material, entonces:
 
El Universo no puede tener un comienzo.
Efectivamente, y por dos motivos, uno de ellos filosófico y el otro científico:
 
a. Filosófico, ya que, como Parménides expuso en el año 450 a. C., «de la nada absoluta no puede salir nada» y ningún filósofo serio cuestionó, nunca, esa evidencia lógica.
 
b. Científico, ya que una de las leyes del Universo mejor establecidas indica que «nada se pierde y nada se crea» y que la materia y la energía son equivalentes, dando un total estable. Por consiguiente, toda variación del total masa-energía es imposible. Y una aparición de masa-energía a partir de nada al principio del Universo violaría esa ley.
 
Esta primera implicación es capital para nuestro estudio, ya que es binaria y ofrece solamente dos posibilidades. Por lo tanto, si se admite como verdadera la afirmación: «si el Universo es solamente material, no puede tener un inicio», dicha afirmación tiene como corolario la siguiente: «si el Universo tuvo un inicio, existe un creador». Dicha afirmación, harto conocida, carecía anteriormente de valor argumentativo porque era indecidible y considerada como totalmente fuera del alcance del conocimiento humano. Actualmente, cosa extraordinaria, la cuestión del comienzo del Universo se ha vuelto científica y puede ser decidida, hasta diríamos zanjada, especialmente desde los descubrimientos recientes de la muerte térmica del Universo y de la cosmología del Big Bang.
 
No nos sorprenderemos de que dichas afirmaciones sean rechazadas por los eruditos materialistas. Para ellos se trata de una necesidad, porque no pueden admitir la consecuencia que derivaría de un comienzo del Universo, a saber, la existencia de un Dios creador. Por ese motivo siempre van a preferir sostener cualquier otra hipótesis, aunque carezca de fundamento.
 
El Universo no puede tener un fin (muerte térmica), ya que un fin implica un inicio.
El segundo principio de la termodinámica definido por Clausius a partir de los estudios de Carnot establece que, sin aporte exterior de información o de energía, todo sistema cerrado se desgasta y ve crecer su entropía.
 
Pasa con el Universo lo mismo que con una vela que va consumiéndose poco a poco; si miramos hacia el futuro, tarde o temprano se acabará. Al mismo tiempo, si miramos hacia el pasado, la entropía disminuye, o sea, que el orden crece, pero no puede crecer de manera infinita, lo que implica que un sistema cerrado que se degrada y se consume desde la eternidad sea inconcebible. Como ya lo habían notado los materialistas, como Ernst Haeckel, en reacción a estos descubrimientos, si el segundo principio de la termodinámica es verdadero, dicho principio entraña un comienzo del Universo, ya que, si el Universo existiera desde siempre, se encontraría desgastado desde la eternidad.
 
Convencido por el carácter evidente de ese razonamiento, el célebre filósofo marxista Friedrich Engels le escribió a Karl Marx el 21 de marzo de 1869: «El estado de gran calor original a partir del cual todo se enfría es absolutamente inexplicable; es incluso una contradicción y esto presupone la existencia de un Dios». Por lo que llegó a sostener que el segundo principio de la termodinámica tenía que ser falso, ya que aceptarlo llevaba a reconocer un comienzo del Universo y, por lo tanto, un creador, hipótesis incompatible con el materialismo dialéctico.
 
Las leyes deterministas se aplican de manera general y las cosas se distribuyen según las leyes de azar.
Si no hay Dios y si el Universo es exclusivamente material, entonces tiene que ser regido por leyes fijas e inmutables, excluyendo todo tipo de finalidad. Por lo tanto, todos los procesos en acción en el Universo solo pueden ser fruto del azar, que se convierte así, necesariamente, en el único motor de la evolución de las cosas. Por consiguiente, debe descartarse que las leyes del Universo son muy favorables al ser humano (salvo en el caso de la teoría especulativa de los multiversos). El ajuste fino del Universo y el principio antrópico, en ese caso, son imposibles.
 
No pueden existir los milagros.
Si las leyes del Universo material se aplican siempre y en todos lados de manera determinista, los milagros son imposibles y los hechos que se cuentan solo pueden ser puras invenciones o errores de apreciación.
 
No pueden existir las profecías ni las revelaciones.
Por los mismos motivos, no puede haber profecías, o sea, descripciones claras de un acontecimiento improbable e imprevisible en un lejano porvenir, y dichas profecías solo pueden derivar de la credulidad o de una forma de confabulación. Del mismo modo, toda revelación es imposible.
 
El bien y el mal no existen de manera absoluta, se pueden determinar de manera democrática, sin límites.
El mundo de los espíritus —diablo, ángeles, espíritus malignos, posesiones, exorcismos— no existe.
II. Estudio de las implicaciones de la tesis «existe un Dios creador»
A la inversa, si el Universo proviene de un Dios creador, entonces:
 
Se puede esperar que el Universo tenga un objetivo, una finalidad.
Si la creación del Universo procede de una intención inteligente, es lógico que la evolución del Universo se entienda como un orden y se desarrolle en una dirección predeterminada.
 
Se puede esperar también que el Universo presente un orden y sea inteligible.
Si el Universo ha sido creado por un dios perfecto e inteligente, si fue concebido para que surja la complejidad en general y el hombre en particular, es lógico que exista un orden y sea inteligible.
 
Se puede esperar que el Universo tenga un comienzo.
Si procede de un creador, es lo más natural.
 
Los milagros son posibles.
Ya sea por las causas primeras (cuestionamiento de las leyes corrientes del Universo), ya sea por las causas segundas (coincidencias providenciales).
 
Las profecías y las revelaciones son posibles.
Un Dios creador, omnisciente, conoce el futuro: las profecías por lo tanto son posibles, del mismo modo que las revelaciones.
 
III. Lo que un materialista coherente tendrá que considerar como verdadero
Ante las implicaciones que hemos evocado, un materialista coherente no podrá contentarse con creer exclusivamente en la materialidad del Universo, o sea, en la inexistencia de un dios, de un diablo y de las almas, creencias que son finalmente fáciles de sostener.
 
Si quiere ser lógico y coherente, tendrá también que creer y sostener simultáneamente todas las afirmaciones evocadas a continuación, afirmaciones que son concretas, analizables y exigentes.
 
El Universo carece de comienzo.
El Universo no se dirige hacia su muerte térmica, contrariamente a lo que se acepta hoy, de manera general.
El Universo es ciertamente favorable al hombre (ajuste fino del Universo), pero, ya que se trata de algo estadísticamente imposible, deben existir necesariamente miles de millones de millones de universos, aunque se trate de una mera hipótesis de la que no se tiene hoy prueba alguna.
Algunas leyes de la física, entre las más importantes, admitidas como universales e inamovibles, han sido transgredidas en algunos momentos de la historia del Universo (por ejemplo, el principio de conservación de masa-energía en el momento del comienzo del Universo).
En el campo filosófico y moral, el bien y el mal, al no tener un carácter absoluto, carecen de límites y se pueden decidir democráticamente.
Todos los hechos de milagros, profecías y revelaciones conocidos no son sino ilusiones y charlatanismo.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 32
 
 
… artículo de B. Brunor en sus Indices Pensables: “Fue el gran Parménides, hacia el año 500 a. C., quien tuvo esta idea sencillamente brillante. Se dice a sí mismo: en realidad, si lo piensas bien, nunca ha existido la nada absoluta. ¿Por qué dices esto, Parménides? Pregúntale a sus interlocutores. — Porque si hubiera existido la nada absoluta, seguiría ahí y nada existiría.” (en El azar no escribe mensajes, volumen III)
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 37
 
 
 
Albert Einstein también se opuso durante mucho tiempo a la idea de la irreversibilidad del tiempo y a la de la expansión del Universo, pero cambió de opinión sobre ambos temas y admitió la evidencia. A principios del siglo XX, Planck utilizó el segundo principio para explicar la radiación del cuerpo negro y Einstein que, en 1905, mediante el estudio del efecto fotoeléctrico, había interpretado estos paquetes de energía como cuantos, acabó declarando que el segundo principio de La termodinámica era "la primera ley de toda ciencia".
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 47
 
 
Sorprendentemente, no se dedujeron todas las consecuencias lógicas del descubrimiento y aceptación de la segunda ley de la termodinámica. Se mantuvo la creencia general de que el Universo era eterno y no hubo gran discusión sobre la hipótesis teórica de un comienzo. ¿Cómo explicarlo? Por supuesto, debido a los prejuicios filosóficos de los científicos, pero también porque en los años 1915-1925 la cosmología aún no era considerada una ciencia. Es reveladora la siguiente anécdota: Ernest Rutherford, uno de los físicos más brillantes de la época, prohibió cualquier discusión sobre cosmología en su laboratorio, bajo el pretexto de que se trataba de pseudociencia. Fue necesario el descubrimiento de la existencia de otras galaxias porHubble en 1924 y los primeros trabajos publicados por el Abbé Lemaître sobre la expansión del Universo en 1927 basados en la teoría de la Relatividad General de Einstein de modo que el campo de la cosmología fue adquiriendo paulatinamente sus cartas de nobleza, pero durante mucho tiempo ningún cosmólogo fue considerado para el Premio Nobel. Friedmann, Lemaître, Hoyle o Gamow lo habrían merecido pero el comité 31 del Nobel no reconoció la cosmología como ciencia. Esto no empezó a cambiar hasta 1953, el año en que Hubble murió accidentalmente de un derrame cerebral mientras era nominado al Premio Nobel. Además, entre 1931 y 1965, los animados debates sobre la hipótesis del Big Bang oscurecieron cualquier otro enfoque, de modo que, durante todos estos años, las consecuencias de la segunda ley de la termodinámica no fueron objeto de debate y la idea del inicio del Universo seguía siendo inimaginable para casi todos los científicos.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 48
 
 
Finalmente, contrariamente a lo que se esperaba, Saul Perlmutter, Brian Schmidt y Adam Riess probaron en 1998 que la expansión del Universo se acelera actualmente en lugar de decelerar, como se había imaginado.
 
En 2011, dicho avance capital les valió el Premio Nobel de Física a sus autores. Desde entonces, sus trabajos se vieron ampliamente confirmados gracias a la medida de la curvatura espacial muy débil del Universo, realizada por las misiones de observación WMAP (2001) y Planck (2009). Por lo tanto, actualmente, la hipótesis de un Big Crunch ha perdido todo fundamento. El fenómeno de la expansión acelerada se explica perfectamente gracias a las ecuaciones de la relatividad general, si se acepta la idea de una constante cosmológica permanente; también corresponde a las observaciones, que parecen indicar que la expansión no acabará nunca.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 50
 
 
Georges Lemaître también tuvo que sufrir por su vocación sacerdotal, que algunos se oponían a él como prueba de su parcialidad. Se sospechaba que era un concordista, es decir, que quería hacer coincidir la teoría de los orígenes con el relato bíblico de la creación ex nihilo, " de la nada " (2 M 7,28) 14 descrito en el Génesis. Una prueba de intenciones dudosa... ¡y quién olvida rápidamente que Nicolás Copérnico, teórico del heliocentrismo, así como Gregor Mendel, padre de la genética, fueron respectivamente canónigo y monje católico! ¡El hábito no hace al monje, pero el estado eclesiástico tampoco deshace al científico! Sin embargo, para los ateos, la teoría del Big Bang se convertiría inmediatamente en el enemigo a derrotar.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 64
 
 
Empecemos por el tiempo. ¿A qué podría parecerse antes del Big Bang? La respuesta que da en concreto Stephen Hawking en los años 1980 es sorprendente: ¡para él, antes del Big Bang, el tiempo no era real, sino tal vez «imaginario»! El tiempo de todos los días, el que medimos con los relojes, se mide gracias a números que los matemáticos llaman «reales», o sea, números que son positivos al cuadrado. Por ejemplo, 2 o -2 tienen, ambos, un cuadrado igual a 4. En cambio, las matemáticas postularon números que siempre son negativos al cuadrado. Ya desde el siglo XVII, el filósofo Descartes llamó a esos números diferentes números «imaginarios». En el siglo XXI, algunos científicos, como Stephen Hawking, intentaron invocar ese concepto de tiempo imaginario para eliminar un comienzo cósmico o una singularidad temporal. Sin embargo, la utilización del tiempo imaginario por Hawking no alcanza esa meta. El tiempo imaginario tan solo es una herramienta de cálculo para resolver una de las ecuaciones de Einstein, ocultando momentáneamente la singularidad temporal. Pero cuando, en una etapa intermedia, los números imaginarios se vuelven a convertir en números reales, tal como tienen que serlo para que la ecuación describa la realidad, la singularidad vuelve a aparecer. En todo caso, no es absurdo pensar que, antes del Big Bang, el tiempo era diferente, de otra naturaleza, y eventualmente medible gracias al equivalente de números imaginarios. En ese caso, la materia tampoco podía existir tal como la conocemos. ¿Qué podemos imaginar en su lugar? Tal vez algo inmaterial, que podría ser la información. Antes del Big Bang —más exactamente en el instante cero—, el tiempo aún sería, en ese caso, puramente imaginario, y la realidad no existiría en esta etapa, sino bajo la forma de una información pura, una especie de código de esencia matemática.
Una información primordial, pues, que habría «programado», con una precisión que desafía la imaginación, el nacimiento del Universo en el momento del Big Bang y luego su evolución a lo largo de miles de millones de años. Razonamientos que remiten una vez más a la pregunta evidentemente legítima: si existía una información matemática antes del Big Bang, ¿quién es el fabuloso «programador» que se encuentra detrás de semejante código? Se trata de una pregunta que se vuelve a plantear, de manera repetida, y que volveremos a encontrar más adelante.
• Después de 10−43 segundos (tiempo de Planck) podemos empezar a imaginar la evolución del Universo, con la teoría de la inflación (que, si bien no tiene aún confirmación formal, es aceptada por una mayoría de cosmólogos), con la teoría de la relatividad general en lo que se refiere a la fuerza de gravitación, y con el modelo estándar de la física de las partículas para las tres otras fuerzas. En un espacio ínfimo de 10−35 metros, a una temperatura de 1032 kelvin y con una energía de 1019 GeV, no hay ninguna materia estable. Este espacio sumamente denso solo contiene una forma de energía pura. A partir de ese instante, en que surgió de golpe, la cantidad de masa-energía se encuentra fijada y ya no va a variar, salvo bajo el efecto de la expansión del Universo (leve aumento con la energía del vacío del espacio creado por la expansión y disminución con la pérdida de energía vinculada al desplazamiento hacia el rojo de las emisiones de fotones).
• Después de 10−35 segundos (era inflacionaria), debido a la separación de la fuerza nuclear fuerte de las otras dos interacciones, la formidable energía contenida en un campo hipotético llamado «inflatón» hace que el espacio entre en expansión acelerada. El Universo se dilata hasta 1026 veces (por lo menos) durante 10−32 segundos, inaugurando un período inflacionario que conduce a un vertiginoso descenso de la densidad de energía del Universo y a un enfriamiento rápido. Durante este periodo, la fuerza nuclear fuerte se separa de la fuerza electrodébil, que a partir de entonces va a dominar.
• Después de 10−12 segundos (era de los quarks), la fuerza electrodébil se divide en interacción electromagnética e interacción débil. Es probablemente la interacción débil la que creerá la ínfima rotura de simetría entre la materia y la antimateria, que perdura hasta nuestros días. Las cuatro fuerzas fundamentales están entonces definitivamente separadas. El Universo está lleno de un plasma quark-gluones caliente y denso, que contiene quarks, electrones y otros leptones, así como sus antipartículas.
• Después de 10−11 segundos (diferenciación de las cuatro fuerzas), la fuerza electrodébil se escinde en interacción electromagnética e interacción débil; esta última va a crear, probablemente, una ínfima ruptura de la simetría entre la materia y la antimateria. Las cuatro interacciones fundamentales quedan, de esta manera, separadas definitivamente.
• Entre 10−6 y 10−4 segundos (era de los hadrones), los quarks se combinan para formar definitivamente el conjunto de los hadrones, es decir, los protones y neutrones que constituirán los elementos fundamentales de toda la materia. Los neutrones, que son inestables y cuya duración no va más allá del cuarto de hora, deben asociarse rápidamente a protones en núcleos estables. En efecto, después de esta corta fase de los hadrones, la creación de nuevos protones y neutrones nunca más será posible en el Universo.
• A un segundo (desaparición de la antimateria), la leve disimetría que aparece entre materia y antimateria conduce a la destrucción casi total de la antimateria.
• Entre un segundo y 15 minutos después del Big Bang (primera nucleosíntesis), se efectúa definitivamente la nucleosíntesis de todos los elementos ligeros: hidrógeno (que constituye en ese momento 75% de la masa del Universo), helio (25%), deuterio y litio (en cantidad mucho menor), que no podían ser creados sino en las condiciones extremas de los primeros minutos del Big Bang.
• Al cabo de 15 minutos (materia), la composición de la materia del Universo queda prácticamente establecida. Está compuesta mayormente de núcleos de hidrógeno (92% en número), de núcleos de helio (8%), de vestigios de deuterio (0,002%) y de litio en cantidad infinitesimal (1 sobre 1012). La temperatura desciende por debajo de mil millones de grados y, a partir de ahí, el número de esos núcleos ligeros queda fijo y limitado para siempre.
• Entre 15 minutos y 380 000 años (era de los fotones), el Universo continúa su expansión rápida, dominada por la agitación de los fotones, muy energéticos. Estos obstaculizan la constitución de átomos, ya que impiden la asociación estable de los electrones a los núcleos existentes.
• A los 380 000 años (formación de los primeros átomos y primera luz), la temperatura bajó hasta 3000 kelvin, y los fotones ya no tienen energía suficiente como para quebrar los átomos que se forman cuando los núcleos existentes capturan electrones. El Universo se vuelve entonces transparente y, por lo tanto, observable, ya que los fotones pueden en adelante viajar libremente en línea recta por el espacio. Esta liberación de la primera luz visible produce la primera radiación, emitida desde todos los puntos del Universo en todas las direcciones. Constituye la famosa radiación del fondo cósmico (CMB, por Cosmic Microwave Background, en inglés) descubierta en 1964 por Penzias y Wilson. Aún hoy, convivimos con esas partículas venidas del Big Bang, puesto que, en cada centímetro cúbico de nuestro espacio se encuentran 411 fotones provenientes de la CMB. Cabe mirar de otro modo la «nieve» que parasita un televisor de tubo catódico: efectivamente, ¡un pequeño porcentaje de esos parásitos se remontan a la CMB! Dado que el Universo aumentó 1000 veces su volumen desde la liberación de la primera luz visible, la temperatura disminuyó de manera equivalente y los fotones del CMB tienen ahora una temperatura de 2,725 kelvin.
• Entre 380 000 y 1000 millones de años (primera edad oscura y primeras estrellas), el Universo entra en una primera edad oscura, pero las leves diferencias de densidad de materia (anisotropía del orden de 1/100 000 solamente) conducen poco a poco a la producción de cúmulos que, al concentrarse, después de 150 a 200 millones de años, van a permitir alumbrar las primeras estrellas, agrupadas en las primeras galaxias (detectadas hoy en forma de cuásares)[
• Después de 3000 a 5000 millones de años (formación de los elementos pesados), las primeras generaciones de estrellas terminan su vida en supernovas, creando las condiciones de formación de todos los elementos pesados de la tabla periódica de Mendeléiev. De este modo, aparte del hidrógeno, del helio, del deuterio y del litio ya formados, todos los átomos que constituyen los componentes de nuestro planeta, de nuestro cuerpo y de todos los objetos que utilizamos a diario, provienen de esos «polvos de estrellas».
• Después de 9000 millones de años (Sol), el Sol empieza a constituirse, como una estrella de tercera generación. Así pudieron finalmente nacer, al término de una historia de casi 13 800 millones de años, el sistema solar, nuestra Tierra, la vida y cada uno de nosotros…
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 74
 
 
El “modelo estándar del Big Bang”: una teoría muy sólida, constantemente reforzada y confirmada por la observación En conclusión, el modelo estándar del Big Bang está avalado por toda una serie de observaciones convincentes y los cosmólogos aceptan unánimemente sus líneas generales. Describe con mucha precisión un Universo que se formó en los albores de los tiempos. Este Universo no es eterno en el pasado, sino que surge en un pasado finito. El origen del Universo que postula este modelo es un origen absoluto, con un cambio conceptual radical que debe medirse en toda su extensión: no sólo la materia y la energía, sino también el tiempo y el espacio. singularidad cosmológica inicial... ¿Cómo no preguntarse entonces por la posibilidad de un gesto creativo en el origen de esta singularidad? ¿Y Dios, en todo esto? El Big Bang nos lleva al límite. Para decirlo sin rodeos, estamos contra la pared cuando se trata de la idea de Dios. El comienzo absoluto del Universo aparece como un punto de unión entre la físicay la causa creadora, externa al Universo. Gracias a las investigaciones de los científicos, podemos imaginar cómo se produce este inicio a partir del momento Planck, por lo que es obligatorio plantearse la pregunta del antes y el por qué. Para los defensores de la tesis “existe un dios creador”, en teoría había dos posibilidades: • o el Universo es estacionario y surge repentinamente como lo es hoy; • o el Universo se crea de forma no estacionaria y experimenta una evolución desde un comienzo absoluto del espacio, el tiempo y la materia. En este caso, podemos esperar que todo comience en un punto. Sin embargo, ahora sabemos con certeza que el Universo no es estacionario y que se desarrolla de manera extremadamente precisa y organizada, tal como una planta, un animal o un hombre se desarrolla a partir de una célula inicial. Y las leyes y los datos iniciales del Universo estructuran y subyacen al desarrollo y desarrollo futuro de todas las cosas. 55 En resumen, el Big Bang corresponde perfectamente, nos atrevemos a decirlo, a la idea que tenemos de la creación del Universo por Dios. El hecho de que no podamos pensar en el tiempo anterior al Big Bang, porque las categorías de tiempo, espacio y materia no pueden concebirse fuera de esta singularidad inicial, refuerza la idea de un gesto creativo. Por último, cabe señalar que los descubrimientos de los investigadores despiertan admiración: ¡poder imaginar nuestro Universo con 10 -43 segundos de vida y describirlo con precisión a partir de 1 segundo! Resolvieron brillantemente la cuestión de cómo se formó nuestro Universo; y esta descripción corresponde perfectamente a la razón última postulada por los creyentes: una voluntad creadora creó el Universo de la nada
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 78
 
 
Resumen de la historia de la cuestión y de su alcance filosófico
 
Con excepción notable y sorprendente de los lectores de la Biblia, todo el mundo, o casi, creyó siempre que el Universo era infinito en el tiempo[108], y esto por dos razones:
 
• Primero, porque esa idea es intuitiva, y es la que se impone. Efectivamente, lo que el hombre percibe es que la Tierra es plana, que el Sol gira alrededor de la Tierra y que el Universo parece infinito en el espacio y en el tiempo, porque no se ve cómo podría tener un límite. Desgraciadamente, a veces, las intuiciones nos engañan. Se van a necesitar grandes científicos y descubrimientos importantes para mostrar que las intuiciones en cuestión estaban equivocadas.
 
• Segundo, admitir un principio absoluto del Universo equivale, ipso facto, a admitir la existencia de un Dios creador, porque, según la famosa fórmula de Parménides, retomada por Lucrecio, «ex nihilo nihil» («de la nada absoluta nada puede salir»). Queda por lo tanto claro que nunca hubo una nada absoluta, que forzosamente algo existió siempre. Entonces quedan dos posibilidades: o bien es el Universo, o bien es un dios trascendente, exterior al Universo, del que es su creador.
 
Se entiende, por lo tanto, que los materialistas de todos los tiempos hayan defendido con constancia la idea de la eternidad del Universo, porque no tenían, literalmente, otra opción. Tanto Parménides, Heráclito, Demócrito, Epicuro y Lucrecio como Marx, Engels, Lenin, Mao y Hitler, pasando por Nietzsche, Schopenhauer, Feuerbach, Hume, Sartre, los filósofos ateos del siglo XIX, o aun Espinoza, Auguste Comte, Mach, Arrhenius, Haeckel, Berthelot, Russell, Crick, etc., todos se han visto obligados a afirmar que la materia era, de un modo o de otro, eterna en el pasado y que el Universo nunca había comenzado.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 113
 
 
Esta nueva corriente filosófica consiste en reubicar la realidad en el marco de un materialismo dialéctico riguroso. Según lo que los intelectuales comienzan a llamar el «marxismo-leninismo», la realidad reposa únicamente sobre la materia y carece de cualquier otra dimensión, sobre todo de dimensión «espiritual». Más precisamente, el materialismo dialéctico de Marx y Lenin consiste en el empleo del método dialéctico para analizar la realidad en el marco del materialismo, teniendo como axioma la eternidad de la materia. El pensamiento materialista se inspira, pues, en la dialéctica de Hegel (despojada de su dimensión «idealista») para representar la transformación eterna de la realidad, sin comienzo ni fin. ¿El espíritu? Una invención. ¿Dios? Cuando se lo preguntan al inicio de la revolución a Lenin, que, con el desmantelamiento del orden zarista, tiene otras prioridades, se limita a encogerse de hombros.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 119
 
 
El 7 de mayo de 1923, retomando los cálculos paso a paso, termina por convencerlo (con la ayuda del imprescindible teórico Paul Ehrenfest, amigo de Einstein desde siempre) de que el enfoque de Friedmann es el que corresponde. Y a su regreso a Berlín, el 21 de marzo de 1923, el padre de la relatividad escribe a la revista Zeitschrift für Physik esta nota que se ha vuelto histórica: «El señor Krutkoff y una carta del señor Friedmann me convencieron, mi objeción se basaba en un error de cálculo. Reconozco los resultados del señor Friedmann como correctos. Aportan un nuevo enfoque». ¡Un error de cálculo! El reconocimiento es contundente. La nota se publica el viernes 29 de junio de 1923. Con estas pocas líneas acababa de nacer la cosmología moderna.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 123
 
 
Hay que reconocer que Hörbiger le facilita la tarea, ya que, en su delirio cosmogónico, el ingeniero insiste en el surgimiento, en el corazón del hielo, de una raza superior de gigantes rubios de ojos azules, flor y nata de una nueva humanidad. De este modo, a partir de 1932, cerrando los ojos ante las enormes inverosimilitudes del modelo, Lenard le presenta la «buena ciencia alemana» de Hans Hörbiger a Heinrich Himmler, alto dignatario del Tercer Reich y brazo derecho de Hitler. Himmler, totalmente ignorante en términos de ciencia, queda conquistado. La idea delirante de un Universo eterno provoca inmediatamente el entusiasmo de Hitler. El resultado es que, en marzo de 1933, la absurda «cosmología glacial» se convierte en la teoría oficial del Tercer Reich y Himmler decide dotar de un nuevo uniforme a los soldados SS bajo su mando. Para ello, nada mejor que recurrir a la teoría del hielo eterno. Sus SS deberán llevar ¡un uniforme «glacial»! Así nació, con ayuda del creador Hugo Boss, el siniestro uniforme negro de los SS. Un atuendo literalmente escalofriante, que supuestamente encarnaba el reino eterno del Tercer Reich en el seno de un Universo sin comienzo ni fin.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 153
 
 
Una noche de 1934, invitado a un banquete oficial al que asistía Bernhard Rust, Reichminister de Educación, este se dirigió a él con una risita amable: «Diga, señor profesor (se refiere a David Hilbert), ¿cómo van las matemáticas en Gotinga ahora que se liberaron de la influencia judía?». Hilbert no respondió inmediatamente. Al poco, encogiéndose de hombros, refunfuñó: «¿Las matemáticas en Gotinga? ¿Qué matemáticas?». Y luego se retiró de la mesa sin mirar atrás.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 161
 
 
Otoño de 1945. Un aire nuevo sopla ahora en el mundo, disipando los estruendos criminales que sacudieron la Alemania nazi y borraron en un relámpago más de 100 000 vidas en Japón. Poco a poco, la humanidad se repone del diluvio de hierro y de fuego que se abatió sobre ella durante la guerra. Progresivamente, las ideas vuelven a circular en los canales del conocimiento.
 
Sin embargo, las hipótesis que, en mayor o menor medida, se refieren a un posible origen del Universo encuentran dificultades para abrirse paso. Por supuesto, ya no se trata de eliminar físicamente, con la cárcel, la tortura o la ejecución, a los partidarios de la teoría original, como en el caso de los regímenes totalitarios. Las acciones contra el principio de una creación que marca un comienzo del Universo según un mecanismo trascendente son mucho más insidiosas, casi invisibles. Pero no son menos feroces para con los padres fundadores.
 
¿Friedmann? Desaparecido y olvidado. ¿El abad Lemaître? Ya casi nadie cree en su teoría del átomo primitivo. En 1948, hubo un intento por parte de George Gamow (recordemos que se trata del discípulo de Friedmann, el legendario padre del Big Bang) para enderezar las cosas. Pero sin gran éxito. Efectivamente, ese año, Gamow firma en Estados Unidos, con su alumno en doctorado Ralph Alpher, el famoso artículo que ya hemos evocado, titulado «El origen de los elementos químicos» en la prestigiosa Physical Review. El artículo en cuestión pretende que el Universo nació hace miles de millones de años, cuando era muy pequeño, muy denso y muy caliente. Más exactamente, los lectores (en su mayoría, escépticos) se enteran de que los elementos ligeros (en particular los núcleos de los átomos de hidrógeno) nacieron en los primeros minutos de vida del Universo, después del Big Bang. La noticia causa sensación, hasta en las salas de redacción de los periódicos de circulación masiva. Y el 15 de abril de 1948, los norteamericanos, atónitos, pudieron leer en el Washington Post este increíble titular: «¡El Universo nació en cinco minutos!».
 
¿Lograrán levantar cabeza los partidarios del Big Bang? No exactamente. Porque ese artículo sensacional sobre la nucleosíntesis de los elementos ligeros tuvo el gran defecto de publicarse el 1 de abril de 1948. Y muy pronto se difundió en toda Norteamérica, como un reguero de pólvora, el rumor según el cual el artículo en cuestión no era sino una broma propia de la fecha de las inocentadas.
 
El Bing Bang vacila. Solo falta darle el golpe de gracia. Es lo que ocurre el 28 de marzo de 1949, en Londres. Ese día, como ya lo hemos visto, sir Fred Hoyle, el influyente astrónomo de su majestad, el rey Jorge VI, en el Saint John’s College de Cambridge, está en un estudio de la BBC. A diferencia de Gamow, ignorado por los periodistas, Hoyle (quien no carece de humor y tiene siempre ocurrencias que hacen reír) es la sensación de todos los medios. Cuando le preguntan si, tal como lo afirma Gamow, el Universo podría haber tenido un origen en el pasado, se sale repentinamente de sus casillas. ¿Qué origen? Hoyle lanza una carcajada, que resuena en el estudio y se propaga por todas las antenas. Retomando aliento, desliza en tono confidencial, como para hacer un favor a sus oyentes, que lo que cuenta Gamow no es más que una monstruosa impostura. Acuciado por múltiples preguntas, se enardece, saca pecho y termina por lanzar con una sonrisa cruel: «¡El cosmos no nació de… pues de un "Big Bang!"».
 
¡Un Big Bang!
La expresión, una vez lanzada, va a dar la vuelta de Inglaterra y del mundo entero a la velocidad del rayo. Porque, aunque sea irónica y haya sido pronunciada por un encarnizado adversario de la idea de un origen del Universo, el hallazgo es genial y quedará para siempre en el vocabulario científico.
 
¡No hay nada que hacer! El astrónomo de la realeza insiste, ¡el Universo es eterno! Afable y sonriente, con el tono del sentido común y de la evidencia, repite a pleno pulmón que todo lo que cuentan Gamow y sus discípulos a los pobres norteamericanos que los escuchan no es más que una ilusión, elucubraciones que no sirven sino para asombrar a los meapilas. Convencido de tener razón, Hoyle decide lanzarse a la batalla. A base de conferencias y artículos, termina por imponer en Inglaterra y en el resto del mundo su teoría del Universo estacionario: un Universo fijo, que está desde siempre, sin comienzo ni fin.
 
Para Gamow y sus discípulos el golpe es duro. Pero no solo para ellos. Porque, en la suave pendiente de los años 50, es la idea misma del origen cósmico la que retrocede, ahogada bajo la ola que arrastra bien lejos la teoría del Big Bang.
 
En síntesis, la noción de Big Bang desaparece poco a poco en el discurso público y en las consideraciones privadas. Muy pronto, casi nadie habla de ella. En los tranquilos Estados Unidos de la época, como en el resto del mundo, las preocupaciones giran alrededor de la paz reencontrada. ¡Al diablo las ideas estrafalarias de un puñado de científicos acerca de la creación del Universo! De todos modos, no hay pruebas de ese supuesto Big Bang. Por lo que, en todas partes, tanto en las escuelas como en las sociedades académicas, se machaca con insistencia que la materia es eterna, y el Big Bang, una farsa. ¿Un ejemplo? Llevando el rechazo del comienzo hasta la caricatura, el físico marxista David Bohm llegará a proclamar que los partidarios del Big Bang son «unos traidores a la ciencia que rechazan la verdad científica para obtener conclusiones conformes con la Iglesia católica
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 163
 
 
El físico británico William Bonner, a su vez, no dudó en escribir que «el motivo subyacente es, evidentemente, la introducción de Dios como creador. Allí está, según parece, la ocasión que esperaba la teología cristiana desde que la ciencia se puso a reemplazar a la religión en el espíritu de los hombres de la razón a partir del siglo XVII». Tan virulento como él, el propio sir Arthur Eddington, uno de los mayores astrónomos de la primera mitad del siglo XX, se salía literalmente de sus casillas cuando oía hablar del Big Bang: «La noción de un comienzo me parece repugnante… Simplemente, no creo que el orden actual de las cosas haya podido nacer de un Big Bang. La idea de un Universo en expansión es absurda, increíble». La violencia de esos contraataques marcará un giro en la vida de los investigadores, que, en ese momento, se tambalean bajo los golpes de sus adversarios. Como ya lo hemos visto, muy afectado, George Gamow se aleja progresivamente de la física para orientarse hacia la biología. ¿Y Ralph Alpher, su mejor alumno? Las universidades le cierran la puerta en las narices. Pronto, buscando trabajo en los anuncios, termina por entrar en General Electric, donde trabajará hasta el final de su carrera. En cuanto a Robert Herman, su colega, se aleja para siempre de la investigación antes de integrar el grupo automovilístico General Motors. Después de haber predicho la radiación del Big Bang, se dedicará a crear vehículos de tamaño reducido con la esperanza de limitar los atascos en las calles. Sin embargo, unos diez años más tarde, la famosa prueba de que «algo» se produjo en un pasado muy lejano del Universo va a estallar. En 1964, Penzias y Wilson descubren la famosa «radiación cósmica de fondo», el misterioso eco de la creación, que será el primer pilar del Big Bang. En los años 1960, en Estados Unidos, George Gamow (1904-1968), Ralph Alpher (1921-2007) y Robert Herman (1914-1997) se ven obligados a abandonar definitivamente la física ante el rechazo de la teoría del Big Bang. ¿Y hoy? El 25 de enero de 2018, el muy serio Journal for the Scientific Study of Religion publicó un artículo rotundo titulado «Perceptions of Religious Discrimination Among U. S. Scientists». Los doctores Elaine H. Ecklund y Christopher P. Scheitle, ambos universitarios, muestran en dicho estudio que los científicos creyentes se encuentran más expuestos a acciones discriminatorias que sus colegas norteamericanos que no lo son: aún hoy, la identidad religiosa inspira reacciones de desconfianza hacia los científicos que la reivindican. En esta sólida encuesta realizada entre 879 biólogos y 903 físicos pertenecientes a instituciones calificadas como «establecimientos de investigación americanos» por el Consejo Nacional de Investigaciones, el 33,8% de los biólogos y físicos de confesión católica afirman haber sido víctimas de acciones discriminatorias más o menos explícitas en sus laboratorios o en el seno de sus equipos de investigación. El 40,3% de los investigadores de religión protestante declaran haber sufrido presiones cotidianas e incluso haberse visto profesionalmente marginados. La violencia de la novela negra del Big Bang y la debilidad de las numerosas teorías alternativas no hacen sino subrayar la fuerza de las pruebas que derivan de la expansión del Universo, de su muerte térmica y de su inicio. A estas alturas, aparece claramente que las dos primeras implicaciones de la tesis materialista son falsas: el Universo efectivamente tuvo un inicio y tendrá un final. Pero la tesis de la inexistencia de Dios tiene una tercera implicación, a saber, que el Universo no puede estar ajustado de manera precisa y ser favorable a la aparición de la vida. En las páginas que siguen, mostraremos que esta tercera implicación también se ve refutada por la realidad.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 166
 
 
El principio antrópico del Universo es, por lo tanto, una pieza maestra en nuestro panorama de las pruebas de la existencia de un Dios creador. Efectivamente, no existe ninguna respuesta materialista razonable ante la suma improbabilidad que caracteriza el Universo y su funcionamiento.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 177
 
 
John D. Barrow, profesor de Matemáticas en Cambridge, especialista del principio antrópico, escribió en 1988, en colaboración con Frank Tipler, The Anthropic Cosmological Principle[178], el libro de referencia sobre el tema, una recensión extraordinaria que detalla doscientos ejemplos de ese ajuste fino en seiscientas páginas. En la introducción de su libro, Barrow y Tipler, insisten en el hecho de que los descubrimientos más impresionantes se han ido acumulando en las últimas décadas. La noción de «principio antrópico» fue propuesta en los años 1970 por el físico australiano Brandon Carter, pero la historia del surgimiento de esta nueva prueba de la existencia de Dios cubre casi un siglo.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 177
 
 
Un año más tarde, Dicke da un nuevo paso. Esta vez, habla abiertamente y no duda en repetir a quien quiera escucharlo sobre lo que es la idea fija del astrónomo Fred Hoyle, a saber, que «el Universo es todo un montaje». Pero ¿cómo demostrarlo? Lanzándose a una serie de cálculos. Gracias a ecuaciones extremadamente complicadas, el astrónomo termina concluyendo que las condiciones iniciales en el momento del Big Bang estaban ajustadas con una precisión alucinante, y que nuestra existencia se debe a un milagro. Una conclusión que, por supuesto, irrita sumamente a sus colegas. Muchos le dan la espalda. Pero ahí están los hechos, procedentes de las fórmulas: una ínfima variación en un solo parámetro entre los numerosos parámetros cosmológicos en los que se fundamenta nuestro Universo —un 2 en lugar de un 3, en el enésimo decimal de un número— y el espacio-tiempo tal como lo conocemos nunca hubiese aparecido, así como tampoco la vida. Para Dicke, no hay lugar a dudas, y nunca cambiará de opinión al respecto: ¡el Universo no nació del azar! Más adelante, gran cantidad de investigadores y de científicos van a hacer las mismas constataciones: los ajustes de las condiciones iniciales, de las leyes, de las fuerzas, de las constantes y de las estructuras que determinan nuestro Universo están muy finamente ajustados, a veces con una precisión alucinante, y si ello no fuera el caso, no estaríamos aquí para evocar el tema…
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 179
 
 
Pero ¿en qué consisten esos misteriosos ajustes?
 
Es hora de mirar en detalle los descubrimientos científicos recientes que nos hicieron tomar conciencia de ese ajuste increíble de los datos iniciales, de las constantes, de las estructuras y de las leyes de nuestro mundo. Lo haremos a partir de una docena de ejemplos, a partir de la descripción de las etapas del desarrollo del Universo, en el orden que ya hemos visto en el capítulo 5 sobre el Big Bang.
 
1. En el origen, era necesario que la relación entre la cantidad de energía del Universo y su velocidad de expansión tuviese una precisión fenomenal
 
Al principio del tiempo, o sea, en el instante mismo del Big Bang, la mayoría de los físicos piensa que las cuatro fuerzas fundamentales que hoy forjan nuestra realidad estaban unidas: dos de ellas (la fuerza débil y la fuerza fuerte) actúan en lo infinitamente pequeño, a escala de las partículas elementales. Las otras dos (la fuerza electromagnética y la fuerza de gravitación) se despliegan en lo infinitamente grande, a escala de las estrellas. Esas cuatro fuerzas sustentan profundamente todos los procesos de la vida. Por ejemplo, la fuerza fuerte impide que se deshagan los átomos de nuestro cuerpo en una nube de partículas elementales. En el otro extremo, la fuerza electromagnética interviene en el núcleo del cerebro para asegurar en cada instante la producción y la transmisión de los pensamientos de una neurona a otra. El mismo fenómeno se da en los músculos (incluso en el corazón, que late más o menos rápido gracias a impulsos eléctricos). En definitiva, uno puede pensar y caminar gracias a una fuerza que nació en el instante del Big Bang, hace 13 800 millones de años. Pero en este punto el asunto se vuelve apasionante. Efectivamente, esas cuatro fuerzas que fundamentan todo lo que uno puede ver a su alrededor, como el Universo entero, se fundamentan a su vez… ¡en números! Más precisamente, en números «puros», sin dimensión (que se llaman en física «constantes de acoplamiento»). Esos números son llamados «puros» porque, siendo relativa la relación de las cuatro diferentes interacciones, son independientes de toda unidad de medida y su valor no puede descubrirse sino gracias a aparatos de medición. ¿A qué se parecen esas cuatro fuerzas fundamentales y los números que las caracterizan? ¿De dónde vienen sus valores respectivos? Misterio. El caso es que su fabuloso «ajuste» parece ser el resultado de un milagro. Así pues, si la fuerza fuerte tiene un valor de 1, la fuerza electromagnética es 137 veces más pequeña. Luego viene la fuerza débil, un millón de veces más pequeña que la fuerza fuerte (0,000001). Finalmente, la gravedad se sume en un abismo: ¡1000 millones de miles de millones de miles de millones de miles de millones más pequeña que la fuerza nuclear fuerte! ¿Cómo explicar esta caída increíble, pero al mismo tiempo tan precisa, de treinta y nueve (y no cuarenta y tres o treinta y cinco) órdenes de magnitud? ¿Por qué esos cuatro números tienen el valor que tienen desde el nacimiento del Universo, ese valor y no otro? ¿De dónde vienen? Por más que se busque, resulta imposible encontrar la menor respuesta. Hasta tal punto que el premio Nobel de Física, Richard Feynman, ante la imposibilidad de encontrar una explicación acerca del valor del número puro que funda la fuerza electromagnética, espetó un día: «Es uno de los mayores misterios de la física: un número mágico dado al hombre que no lo entiende. Se podría decir que "la mano de Dios" trazó ese número, y que se ignora qué es lo que hizo mover su pluma.
 
… si esos cuatro números puros que rigen el destino de las cuatro fuerzas elementales del Universo no se situasen en un intervalo muy estrecho, no existiría nada de lo que conocemos.
 
El cosmólogo budista Trinh Xuan Thuan fue más lejos aún al demostrar que, para que el Universo sea plano o carezca de curvatura, la densidad primitiva tenía que haber sido determinada con una precisión del orden de una parte sobre 1060, o sea, una improbabilidad «comparable a la de un arquero que, al lanzar una flecha al azar, alcanzaría un blanco de 1 cm2 situado en la otra punta del Universo». O sea, una probabilidad casi nula.
 
2. Efectos muy finos vinculados a la interacción débil contribuyen a la desaparición de la antimateria.
 
Al principio del Universo, la materia fue creada en partes iguales con la antimateria. Esta difiere de la materia por su carga (un electrón tiene la carga -e, un antielectrón la carga +e) y tiene la propiedad de poder aniquilarse con la materia para generar energía bajo la forma de radiación. Si la proporción inicial de materia y de antimateria hubiese sido conservada, habría habido aniquilaciones generadoras de haces de energía colosales, que únicamente habrían dejado en el Universo radiación. El Universo habría estado vacío de materia y habría resultado estéril. ¿Por qué no fue lo que ocurrió?
 
3. Las masas de las estructuras fundamentales del Universo (electrones, protones, neutrones) también están ajustadas a la perfección
 
Entre 10−6 y 10−4 segundos, los quarks se combinaron para formar los protones y los neutrones. Recordemos las cifras que son un desafío para la razón: la duración de vida del famoso protón podría ser de 1034 años —o sea, 1 000 000 de millones de miles de millones de miles de millones de miles de millones de años— mientras que la del neutrón en estado libre, aunque se encuentre al lado del protón dentro del núcleo, alcanza apenas… ¡quince pequeños minutos! El neutrón, por lo tanto, no tuvo sino un minúsculo cuarto de hora después del Big Bang —muy exactamente 878 segundos— para ensamblarse con el protón dentro de los primerísimos núcleos atómicos durante la brevísima nucleosíntesis primordial. Una vez terminada esta cortísima fase llamada «de los hadrones», la creación de protones y neutrones nunca más será posible. Entonces, ¿qué es lo que va a salvar a los neutrones inestables? Una vez más, es la velocidad de expansión del Universo. Efectivamente, la asociación del protón y del neutrón no puede subsistir a una temperatura demasiado elevada. Por lo tanto, es necesario que la expansión del Universo sea suficientemente rápida para que, al disminuir la densidad media de energía, haga bajar la temperatura rápidamente: de no ser así, todos los neutrones desaparecerían. Se estima que, con el ajuste de la expansión, solo cuatro neutrones sobre mil millones se salvaron… ¡y es lo que permitió la constitución del mundo! Si esta hubiese sido un poco menos o un poco más rápida, todos los neutrones habrían desaparecido.
 
4. El rescate de los neutrones, muy inestables, también es el resultado de un ajuste fino
 
Entre 10−6 y 10−4 segundos, los quarks se combinaron para formar los protones y los neutrones. Recordemos las cifras que son un desafío para la razón: la duración de vida del famoso protón podría ser de 1034 años —o sea, 1 000 000 de millones de miles de millones de miles de millones de miles de millones de años— mientras que la del neutrón en estado libre, aunque se encuentre al lado del protón dentro del núcleo, alcanza apenas… ¡quince pequeños minutos! El neutrón, por lo tanto, no tuvo sino un minúsculo cuarto de hora después del Big Bang —muy exactamente 878 segundos— para ensamblarse con el protón dentro de los primerísimos núcleos atómicos durante la brevísima nucleosíntesis primordial. Una vez terminada esta cortísima fase llamada «de los hadrones», la creación de protones y neutrones nunca más será posible. Entonces, ¿qué es lo que va a salvar a los neutrones inestables? Una vez más, es la velocidad de expansión del Universo. Efectivamente, la asociación del protón y del neutrón no puede subsistir a una temperatura demasiado elevada. Por lo tanto, es necesario que la expansión del Universo sea suficientemente rápida para que, al disminuir la densidad media de energía, haga bajar la temperatura rápidamente: de no ser así, todos los neutrones desaparecerían. Se estima que, con el ajuste de la expansión, solo cuatro neutrones sobre mil millones se salvaron… ¡y es lo que permitió la constitución del mundo! Si esta hubiese sido un poco menos o un poco más rápida, todos los neutrones habrían desaparecido. En resumidas cuentas, si no hubiese habido ese otro ajuste asombroso, no podríamos estar aquí debatiendo de todo esto…
 
5. La constante cosmológica está, a su vez, ajustada con una precisión que lo supera todo
 
La «constante cosmológica» que Einstein había agregado a sus ecuaciones de la relatividad para mantener la estabilidad del Universo y que reconoció como «el mayor error de su vida» (ver capítulo 5) después de haber constatado la expansión del Universo, finalmente parece existir, pero con un valor ínfimo. Y es en este punto en el que las cosas se vuelven realmente impactantes. Porque, cuando se quiere calcular el valor de esa famosa constante, las contribuciones positivas estimadas a partir del modelo estándar de la física de las partículas y la contribución negativa de lo que se llama una constante cosmológica «desnuda» se anulan hasta el decimal número 122 para corresponder al valor medido físicamente. Lo que significa que la constante se escribe 0, seguido de una coma y de 122 ceros… hasta encontrar por fin una cifra no nula en el 123.º rango. Para poner en valor el carácter alucinante de esa cifra, Brian Greene, en su conferencia TED, proyecta la imagen de este número: 0,000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 001 38: «Este número es espectacularmente pequeño. Y el misterio aparece cuando se intenta explicarlo. Quisiéramos que ese número emergiese de las leyes de la física, pero hasta ahora nadie encontró la manera de hacerlo». En otras palabras, la constante que regula la curvatura de nuestro Universo tan solo tiene una posibilidad sobre mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de recaer sobre el valor justo por el simple juego del azar. Encontramos una vez más un ajuste sumamente pequeño y preciso. De valor muy débil, la constante cosmológica corresponde a una pequeñísima «energía del vacío» y actúa como una fuerza repulsiva que equilibra la gravedad y produce una aceleración de la expansión del Universo observada hoy. Si hubiese sido apenas más grande, el Universo se habría dilatado demasiado rápido como para que las estrellas y las galaxias pudiesen tener tiempo de formarse. Ninguna forma de vida habría tenido la posibilidad de formarse. Ninguna forma de vida habría podido nacer. Al contrario, si hubiese sido levemente más pequeña, el cosmos se habría derrumbado sobre sí mismo desde hace muchísimo tiempo…
 
En otras palabras, la constante que regula la curvatura de nuestro Universo tan solo tiene una posibilidad sobre mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de mil millones de recaer sobre el valor justo por el simple juego del azar.
 
6. El ajuste de las fuerzas nucleares fuerte y débil es también impresionante e indispensable
 
Entre un segundo y quince minutos después del Big Bang se efectúa, de una vez por todas, la nucleosíntesis de todos los elementos ligeros: hidrógeno (o sea, el 92% de los átomos que constituyen la materia actual del Universo), helio (8%) y deuterio (que solo podían ser creados en las condiciones extremas de los primeros minutos del Big Bang), así como una pequeña proporción de litio y berilio. Esta síntesis de los primeros núcleos atómicos es posible gracias a la fuerza nuclear fuerte: de corto alcance, pero ¡1 000 000 de millones de miles de millones de miles de millones de miles de millones más intensa que la fuerza de gravedad! La fuerza débil también tuvo que ser ajustada con precisión para permitir la vida.
 
7. La improbable síntesis del litio
 
En los quince primeros minutos del Universo reinan de manera temporal las condiciones energéticas extremas que permiten la síntesis de los núcleos de hidrógeno, luego de helio, de litio, de berilio y de boro. Para el litio, no obstante, esta síntesis es problemática, ya que las constantes y los datos atómicos crean lo que se llama una «grieta energética» que hay que cruzar. Pero el ajuste fino de los parámetros del Universo permite a la materia franquear ese nuevo obstáculo gracias a un mecanismo sutil descrito por George Gamow
 
8. La prodigiosa conservación del berilio
 
El caso del berilio es más impresionante aún: para comprenderlo, compartimos la conclusión del premio Nobel de Física Steven Weinberg —cabe precisar que es un agnóstico declarado— en su superventas publicado en 1992, El sueño de una teoría final. Este libro, como un electrochoque, suscitó un debate intenso en la comunidad científica. Digámoslo sin rodeos: uno de los fenómenos que evoca escapa del todo a la razón. ¿De qué se trata? Del comportamiento asombroso del berilio 8. Efectivamente, el isótopo más común del carbono, el carbono 12, se forma tras un proceso en dos etapas: primero, dos núcleos de helio entran en colisión y se combinan para formar un isótopo muy inestable, el berilio 8, cuya vida media es de 0,000 000 000 000 000 1 segundo. Si el berilio 8 no absorbe otro núcleo de helio durante ese lapso increíblemente corto, se desintegra y se vuelve indisponible para la formación del carbono. Pero como un núcleo de carbono posee el nivel de energía ideal para corresponder a la suma de las energías del berilio y del helio, este proceso se produce fácilmente en condiciones favorables dentro de las estrellas calientes. Tal como lo hace notar Steven Weinberg: «Esto se produce solamente gracias a una correspondencia de energía totalmente inesperada, muy fina y precisa, entre los dos núcleos. Si esto no se produjera, no habría ninguno de los elementos más pesados. No habría carbono, ni nitrógeno, no habría vida. Nuestro universo solo estaría compuesto de hidrógeno y de helio».
 
9. El ajuste «mágico» de la fuerza electromagnética también asombró profundamente a los más grandes científicos
 
Después de los quince primeros minutos y hasta 380 000 años, el Universo sigue su expansión rápida, dominada por la agitación de fotones muy energéticos, pero asociados a la materia ionizada. Como «prisioneros» de esta última, a causa de la temperatura elevada, son incapaces de «viajar»; sin embargo, al cabo de este periodo, los electrones pueden asociarse a los núcleos existentes, la materia se vuelve eléctricamente neutra y la asociación materia-radiación desaparece, lo que permite la emisión y la propagación de la primera luz sobre largas distancias y la emergencia del Universo visible. La fuerza electromagnética (137,035999 veces más grande que la fuerza débil) permite esta asociación de los electrones con los núcleos atómicos. Esta fuerza se encuentra determinada y regida por la «constante de estructura fina», introducida en 1916 por el físico alemán Arnold Sommerfeld; cercano a Einstein y mentor de los científicos galardonados por el Premio Nobel, Wolfgang Pauli y Werner Heisenberg. ¿Por qué esta constante de estructura fina tiene precisamente el valor de 0,007 297 352 537 3? Nadie lo sabe. Se sabe, en cambio, que, si el valor de la decimotercera cifra después de la coma fuese remplazado por otro, no funcionaría
 
10. La anisotropía de la radiación de fondo cósmico está también muy finamente ajustada
 
Alrededor de 380 000 años después del Big Bang, la liberación de la primera luz visible produce lo que se llama radiación cósmica de fondo, en un equilibrio térmico casi perfecto, a 3000 kelvin. Una temperatura más a menos comparable a la que se encuentra en la superficie del Sol. Pero esa radiación no es totalmente uniforme. Efectivamente, comporta ínfimas variaciones descubiertas por George Smoot y John Mather en 1992. Se habla de una «anisotropía» para designar el hecho de que el eco de esa radiación primordial del Universo no es homogéneo en todas las direcciones. Aparentemente insignificantes, de unas diez milésimas de grados, solamente, esas irregularidades son indispensables para la futura evolución del Universo en estrellas y galaxias. Las simulaciones informáticas muestran efectivamente que, si esa diferencia de temperatura, 380 000 años después del Big Bang, hubiese sido levemente mayor, nuestro Universo habría podido transformarse en un gigantesco campo de agujeros negros. Y si, por el contrario, esa anisotropía hubiera sido un poco menor, en lugar de la Tierra, de los planetas y de las estrellas, solo existiría un conjunto gaseoso informe. En 2006, cuando recibió el Premio Nobel por las imágenes, impresionantes, de la primera luz del Universo, George Smoot dedicó toda su conferencia a este tema. Dijo: «Es como ver el rostro de Dios. […] Vi el Universo en sus inicios, vi esa anisotropía que permitió la existencia del Universo». Explicó entonces que, como ya hemos dicho (ver más arriba), el Big Bang, lejos de ser un cataclismo, es por el contrario un proceso muy finamente organizado, con cierto número de acontecimientos secuenciales que se desarrollan en el tiempo: «La evolución del Universo está inscrita en sus inicios es, por decirlo así, una especie de ADN cósmico.
 
11. La constante de Planck, que regula universalmente los niveles de energía de todos los átomos, merece su sobrenombre de «constante teológica», ya que, sin ella, toda química sería imposible.
 
Una vez más, 380 000 años después del Big Bang, los átomos pueden por fin constituirse y, ¡milagro!, sus niveles de energía están predeterminados y son exactamente los mismos, siempre y en todas partes. Werner Heisenberg, uno de los fundadores de la mecánica cuántica, se sorprende, ya en 1920, de la estabilidad de las propiedades de los cuerpos que no se explica por la mecánica newtoniana: «Aquí deben pues actuar unas leyes naturales de tipo muy diferente, que permiten que se ordenen y muevan los átomos siempre de la misma manera para que así puedan surgir una y otra vez sustancias con las mismas propiedades estables». Si no fuera el caso, tendríamos la misma cantidad de átomos que de estados iniciales, dependiendo de las condiciones particulares locales. Entonces, ya no habría química posible. Efectivamente, para que se produzca una reacción, hace falta que los elementos sean homogéneos y energéticamente compatibles. Ahora bien, todos los átomos de un mismo elemento tienen exactamente el mismo nivel de energía gracias a la constante de Planck. Es la base de la mecánica cuántica, y si las leyes del Universo no lo hubiesen programado, el mundo que nos rodea no existiría. Es porque la constante de Planck estructura un Universo que permite la química que algunos la llaman «la constante teológica»: les parece que participa directamente en el proyecto de Dios.
 
 
12. La génesis del carbono y del oxígeno depende de los ajustes finos
 
De 3000 a 5000 millones de años más tarde, se forman los elementos más pesados de la tabla de Mendeléiev en la explosión de las estrellas de primera generación convertidas en supernovas. Respecto al carbono, esencial para la vida, existe una anomalía física que crea un efecto de resonancia y le permite formarse de manera sobreabundante.
 
13. La aceleración de la expansión del Universo constatada hoy
 
Unos 9000 millones de años después del Big Bang, después de una larguísima fase de expansión constante del Universo, el ritmo de la expansión, de repente, empezó a acelerarse: «Algo que es un misterio completo es cómo se explica la aceleración de la expansión del Universo, que empezó cuando tenía aproximadamente un 75% de su tamaño actual. […] Y es absolutamente crucial que entendamos qué es lo que desató ese impulso de expansión acelerada en el Universo», explicaba al principio de los años 2000 el cosmólogo John D. Barrow, profesor de Matemáticas en Cambridge, especialista en el principio antrópico. Porque esa aceleración, si bien no deja lugar a dudas, solo parece poder explicarse gracias a esa misteriosa «energía del vacío», que corresponde a un valor increíblemente débil de la «constante cosmológica», muy lejos de las previsiones teóricas.
 
Conclusión
 
Podemos dejar aquí la descripción de los ajustes increíbles que constituyen el «principio antrópico», ya que la acumulación de todas las improbabilidades físicas que acabamos de enunciar tendría que poner un punto final, de modo matemático, a toda discusión: el Universo no nació del azar. No vemos cómo evitar llegar a la conclusión de la existencia de un Dios creador. Esta prueba es, a nuestro parecer, tan fuerte como las que derivan de la muerte térmica del Universo y de la cosmología. Cabe por fin señalar que estas pruebas diferentes son perfectamente independientes unas de otras.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 189-198
 
 
El principio antrópico del Universo nos acorrala contra una pared; es imposible eludir las cuestiones metafísicas que plantean esos ajustes extraordinariamente precisos. ¿Cómo explicarlos? ¿Acaso tendrían un autor? Ahora bien, ante este problema, solo hay dos opciones: o bien existe un Dios creador o bien todo es resultado del azar. En la hipótesis del azar, la probabilidad de obtener un universo como el nuestro se ha estimado, al menos, en una posibilidad sobre 1060; por otro lado, para que tal improbabilidad pueda realizarse, era necesario suponer la existencia del orden de 1060 universos independientes, dotados, en su totalidad, de leyes diferentes, o sea, un número gigantesco de universos que existirían «en otro sitio» del mismo modo que la existencia de una máquina creadora de universos, de la que no sabemos nada, que estaría bien ajustada (¿por quién?), y tendría la capacidad natural de hacer variar las constantes fundamentales de esos universos eligiéndolos dentro de una franja adecuada[218]. Esta hipótesis, tan insensata como inverificable, ha sido, no obstante, estudiada. Efectivamente, a menos de admitir la existencia de un Dios creador, no existía ninguna otra respuesta racional al problema que planteaba el principio antrópico. Por lo tanto, dio lugar a numerosas teorías…
 
Hugh Everett y la «teoría de los mundos múltiples»
 
Alan Guth y la «teoría de la inflación»
 
A partir de los años 2000, se pasa de «la teoría de la inflación» a una inflación de teorías acerca de los multiversos
 
Multiversos y técnicas de evitación
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 199
 
 
Se elaboraron más de cincuenta teorías a partir de la de Alan Guth, sin contar todas las otras. Algunas de ellas son completamente descabelladas, pero muchas de ellas se siguen estudiando, como la teoría de la gravitación cuántica de bucles, que es muy especulativa, o la teoría de cuerdas, a pesar de su nivel de complejidad creciente y de las dudas que suscita cada vez más entre los físicos. Se pueden clasificar estas teorías en dos categorías: • Las que imaginan multiversos en dimensiones paralelas, que probablemente nos resultan, irremediablemente y para siempre, inaccesibles. Se encuentran dos tipos de casos: -teorías que imaginan universos evolucionando en dimensiones paralelas a las de nuestro espacio-tiempo; -otras teorías que suponen universos paralelos que se situarían plenamente «en otro sitio», sin relación alguna con nuestro espacio-tiempo. • Las que imaginan multiversos sucesivos con relación al espacio de nuestro Universo, difícilmente accesibles, pero acerca de los cuales se puede eventualmente razonar. En este caso, una vez más, se distinguen dos subcategorías: -las teorías que suponen que «universos burbujas» surgen constantemente en un espacio en expansión. El Universo que percibimos no sería más que un universo burbuja más dentro de una multitud, pero los otros son inaccesibles y no interactúan con nuestro Universo, ya que se alejan de nosotros a una velocidad superior a la de la luz; -las teorías que imaginan modelos cíclicos, siempre dentro de nuestro Universo. Sea cual sea la proliferación de los universos múltiples, una «singularidad inicial» (un Big Bang) sigue siendo necesario en todos los casos.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 201
 
 
Los multiversos podrían eventualmente aportar una solución al ajuste fino constatado en nuestro mundo, aunque sea multiplicando de manera vertiginosa los universos; pero incluso en ese caso, no resuelven en absoluto el problema del inicio de nuestro Universo.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 203
 
 
El principio antrópico y el comienzo del Universo siguen siendo auténticas dificultades para los científicos materialistas.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 203
 
 
Los multiversos aparecen en realidad como escapatorias para evitar la interrogación metafísica.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 203
 
 
No olvidemos que esta revolución cosmológica y sus implicaciones metafísicas son sumamente recientes; no forman aún parte, plenamente, del paisaje mental común, aunque se abren camino lentamente. La confirmación de la termodinámica remonta a principios del siglo XX. La confirmación del Big Bang tuvo lugar en 1965. La primera formulación del principio antrópico tuvo lugar en 1973 y las confirmaciones no dejan de acumularse desde entonces. La invalidación del Big Crunch solo se acepta desde 1998. El teorema de Borde-Guth-Vilenkin, que demuestra que no puede haber un pasado eterno y que existe, forzosamente, una singularidad inicial, es de 2003…
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 208
 
 
Los multiversos, o el último comodín materialista
 
Los multiversos son hoy la última esperanza a la que se aferran los científicos materialistas. Pero esas construcciones teóricas, por más ingeniosas que sean, no aportan solución alguna al problema de improbabilidad planteado por el ajuste fino del Universo. Todas las teorías de los multiversos necesitan efectivamente ciertos procesos de creación de universos que deben a su vez estar sumamente bien ajustados para generar universos múltiples, entre los cuales algunos serían favorables para la vida. En otras palabras, el desafío de la improbabilidad es simplemente transferido a los mecanismos que generan nuevos universos, sin proporcionar explicación a su ajuste fino. De hecho, estos modelos tampoco aportan una solución a la cuestión del comienzo del Universo: el problema queda simplemente desplazado hacia un universo «madre» del que lo ignoramos todo. Pero es imposible remontar así al infinito en el pasado, hay forzosamente un principio absoluto en todo ello, tal como nos lo demuestra el teorema de Borde-Guth-Vilenkin. Para resumir, la hipótesis materialista de los multiversos resulta puramente especulativa y se revela incapaz de refutar la tesis de un Dios creador.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 208
 
 
La tesis de un Dios creador es, efectivamente, mucho más simple y tiene fundamentos más sólidos que la de los multiversos; un espíritu racional tendría por lo tanto que tender a privilegiarla. Es más simple porque, entre una sola entidad creadora y una inflación vertiginosa de universos, la opción más racional es la que descarta las hipótesis superfluas. Tiene, sobre todo, cimientos más sólidos, porque los multiversos solo pertenecen al último grupo de la clasificación de las pruebas, el grupo 6; un grupo cuyas teorías no generan implicaciones conocidas y acerca de las cuales no se puede realizar ninguna constatación, mientras que las tesis de la existencia de un Dios creador y la tesis contraria forman parte del grupo 5, y generan implicaciones lógicas, claras, numerosas, que se pueden confrontar con la realidad, y que, de hecho, así ha sido.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 210
 
 
¿Ya serían pues las palabras finales?
 
Como vemos ya en la primera parte de este panorama, hemos llegado a conclusiones esenciales. La cosmología por sí sola ha podido aportar pruebas suficientes de la existencia de un Dios creador. Podríamos detener aquí este libro y el lector su lectura. Pero sería una pena limitarse a una única perspectiva de análisis.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 211
 
 
Los descubrimientos de la cosmología nos han permitido invalidar la tesis de un Universo totalmente material. Pero los progresos efectuados en muchos otros campos del conocimiento han aportado numerosos elementos concordantes. Este es el caso de la biología, con el salto de lo inerte a lo vivo.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 211
 
 
Lo que se consideraba, hace menos de un siglo, como una simple zanja, se reveló un auténtico abismo. La biología moderna puso en evidencia la complejidad insólita de la menor de las células vivas, comparable a una fábrica ultrasofisticada. Y se sabe hoy que el paso de lo inerte a lo vivo, a pesar de su carácter sumamente improbable, se efectuó en un corto intervalo de tiempo. La consecuencia de todo ello se impone por sí misma: la tesis de la emergencia de la vida como mero resultado del azar, en un Universo que no hubiese sido concebido de antemano para favorecer la aparición de la vida, resulta imposible de sostener.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 211
 
 
Un ajuste fino de orden biológico viene a sumarse al ajuste fino cosmológico La única explicación racional posible para la aparición natural de la vida en nuestro planeta es que se trata del resultado de leyes del Universo aún desconocidas o, al menos, de efectos aún desconocidos de leyes que prevalecieron en la época de ese salto y que fueron ajustadas de manera muy precisa. Lo que equivale a admitir que existe un segundo principio antrópico del Universo, el de lo viviente, que vendría a añadirse al que ya hemos visto en cosmología para la constitución del Universo.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 211
 
 
Si bien nadie sabe cómo pudo aparecer la vida en nuestro planeta, hay, no obstante, tres hechos de los que estamos hoy absolutamente seguros: El paso de lo inerte a lo vivo se produjo efectivamente en algún momento, ya que estamos aquí. Se produjo hace al menos 3800 millones de años, o sea, menos de 700 millones de años después de la aparición de la Tierra. Ese salto fue enorme, ya que necesitó la coordinación simultánea de numerosos factores, todos sumamente improbables. Esas improbabilidades han sido cifradas por los científicos y veremos más adelante que resultan vertiginosas por lo minúsculas que son
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 212
 
 
No hay lugar solo para el azar en la aparición de la vida El objetivo de este capítulo es mostrar que solo la «mano invisible» de un ajuste muy preciso de leyes, o de efectos de leyes de la naturaleza aún desconocidos, pudo guiar ese sorprendente proceso. En primer lugar, la materia se organizó sola, de manera cada vez más elaborada, en quarks, átomos, moléculas y polímeros, que desembocan en los lenguajes complejos del ARN, del ADN y de las proteínas, que van a permitir las funciones replicativas, reproductivas y metabólicas necesarias para la emergencia de la vida. Todas estas funciones se asociaron para formar los primeros organismos vivos unicelulares que, en el curso de la evolución, condujeron al último antepasado común de todos los seres vivos terrestres, que los científicos llamaron LUCA (Last Universal Common Ancestor): un sistema celular ya marcadamente complejo, caracterizado por un código genético universal que asocia el ADN/ARN a las proteínas, y en que el ribosoma desempeña el papel de «traductor». Este principio antrópico de lo vivo, reconocido como tal, constituye un nuevo e importante obstáculo a la tesis materialista, que, por hipótesis, está obligada a afirmar que el Universo no puede ser particularmente favorable a la aparición de la vida. Se trata de un sólido argumento adicional en favor de la tesis de la existencia de un Dios creador.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 212
 
 
A pesar de los avances realizados a lo largo de los últimos cincuenta años, la brecha que existe entre la materia inerte y la materia viva no se ha reducido de manera significativa.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 215
 
 
Si se agrandara 10 millones de veces ese inerte artificial más complejo, que resulta ser un trozo de proteína de 10−10 metros aproximadamente, tendría el tamaño de una pequeña pieza de 3 centímetros en cada dirección, o sea, un volumen de 3×3×3= 27 cm3. Ampliando a la misma escala el organismo vivo más simple, o sea, un organismo unicelular como una bacteria, de 2×10−7 metros, obtendríamos entonces 2 metros de largo en todas sus dimensiones, o sea, el equivalente a un coche que ocupa un volumen de ~8m3, lo cual significa que es 300 000 veces más grande. El salto que habría que dar en términos de dimensión consiste por lo tanto en pasar de una pieza de 27 cm3 a un conjunto de 8 millones de cm3. Dicho en otras palabras, lo inerte más grande obtenido hasta ahora representa 1/300 000º de lo que habría que lograr sintetizar para obtener un organismo unicelular mínimo. O sea, el equivalente de una palabra respecto al conjunto de palabras que contienen dos libros como el que tiene actualmente en sus manos. Para seguir evaluando la inmensa brecha que es necesario colmar, ahora hay que mirar precisamente lo inerte más complejo obtenido por la experiencia y compararlo con lo que es el ser vivo más pequeño que se puede concebir.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 216
 
 
Los elementos constitutivos de la vida parecen ser un resultado inevitable del Universo.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 219
 
 
La muy compleja química que lleva a la vida se construyó probablemente a partir de numerosas y diferentes leyes del Universo. Estas leyes llevan a la aparición de los primeros elementos constitutivos de la vida, que son pozos energéticos, o sea, combinaciones naturalmente estables. En ciertas condiciones, las que hemos visto, esos elementos constitutivos se forman de manera espontánea y permanecen luego estables y sólidos. Sin embargo, si ciertos procesos químicos prebióticos pueden probablemente dar como fruto unos pequeños péptidos y ARN informacionales, también queda claro que ninguna de estas moléculas es generada por la simple elaboración de una «sopa primordial». Queda aún mucho por hacer para entender la historia de la vida en el Universo.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 219
 
 
 
III. El organismo vivo más sencillo
 
El desarrollo de los microscopios electrónicos permitió explorar lo infinitamente pequeño y confirmar que todos los seres vivos están compuestos al menos de una célula, y que incluso las más pequeñas de esas unidades (0,2 micra para la más pequeña bacteria imaginable, frente a 20 micras= 2 centésimos de milímetro, aproximadamente, para una célula humana) se caracterizan por una organización de un notable nivel de complejidad. El organismo unicelular es el ser vivo más pequeño, pero su estructura es infinitamente compleja El ser más pequeño que se pueda concebir actualmente, más pequeño aún que el ser vivo más pequeño conocido actualmente, tendría un tamaño mínimo de 0,2 micrómetros (2×10−7 metros), y no podría vivir, es decir, ser autónomo, desarrollarse y reproducirse sin una estructura sumamente densa y organizada. Ese organismo necesitaría al menos, dentro de su membrana celular, en sí muy compleja, un genoma ADN de al menos 250 genes, o sea, aproximadamente 150 000 pares de bases nucleótidas que han de estar asociadas según un orden muy preciso. Un sistema ARN (lector del ADN) también sería necesario, del mismo modo que un ribosoma (intérprete del ARN); por fin, sería indispensable que ese sistema complejo pudiese producir por lo mínimo 180 tipos de proteínas diferentes, decenas de enzimas y orgánulos locomotores. ¡Toda esa parafernalia tan solo para una célula, y la más diminuta de ellas!
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 220
 
 
Actualmente, el ser casi vivo más pequeño que se haya descubierto es la bacteria Nasuia deltocephalinicola, descubierta en 2013, que comporta 225 genes en un genoma con 112 000 pares de nucleótidos. En realidad, no se trata de un organismo suficientemente complejo como para ser autónomo. Debe aprovisionarse en nutrimentos procedentes de otro ser vivo. Por lo tanto, también se trata de un parásito, pero posee toda la maquinaria que permite asimilarlo a un ser vivo capaz de duplicarse, con ADN, ARN y ribosoma para fabricar sus propias proteínas. Sin embargo, ni el ADN, ni el ARN ni los ribosomas pueden existir solos en la naturaleza, en estado libre. Sin la membrana protectora de la célula, privados de mecanismos de protección y de regeneración propios de lo vivo, se degradarían rápidamente. En resumidas cuentas, estas tres estructuras fundamentales de la vida solo existen en una célula y solo son fabricadas dentro de ella, cuando hace un duplicado de ella misma. La célula, por lo tanto, no puede subsistir sin ADN/ARN, el cual, a su vez, no puede existir independientemente de la célula. Actualmente, la ciencia no tiene una explicación clara de ello. Y llegamos a la pregunta primordial: ¿cuál pudo ser el mecanismo natural que condujo a la aparición de la primera célula?
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 221
 
 
Si ampliamos 10 millones de veces la más pequeña entidad viva concebible, esa bacteria de 0,2 micrón anteriormente evocada, 100 veces más pequeña que una célula del cuerpo humano[254], tendría el tamaño de un coche de 2 metros, y cada una de los cientos de miles de proteínas que la componen tendría, a esa escala, el tamaño de elementos de 1 a 10 centímetros. ¿Qué veríamos, entonces[255]?. En la superficie de la célula aparecerían cientos de aperturas, como las ventanillas de una nave, abriéndose y cerrándose para permitir la circulación de un flujo continuo de componentes que entran y salen. Si se penetrase en la estructura por uno de sus orificios, un mundo de una inmensa complejidad aparecería ante nosotros. Veríamos una red de pasillos y de conductos ramificados en todas las direcciones a partir del perímetro de la célula, que llevan hacia unidades de tratamiento de la información y cadenas de montaje. Las células primitivas sin núcleo (procariotas) evolucionaron posteriormente hacia células con núcleo (eucariotas), infinitamente más complejas y grandes, que tienen el equivalente de un banco de memoria central comparable a una cámara esférica, como un domo geodésico, que almacena decenas de metros de cadenas trenzadas de finísimas moléculas de ADN perfectamente apiladas en hileras ordenadas. Quedaríamos sorprendidos por el nivel de control que rige el movimiento de tantos objetos a través de tantos pasillos. Habría máquinas avanzando en todas las direcciones, como robots. Notaríamos que los componentes funcionales más simples de la célula, las moléculas de proteínas, son piezas de una maquinaria molecular de una complejidad asombrosa, cada una compuesta de miles de átomos, dispuestos en una configuración altamente organizada. Y veríamos también que la vida de la célula depende de la actividad coherente de numerosas moléculas de ARN y de, al menos, 180 tipos de proteínas diferentes, como ya hemos mencionado. Nos daríamos cuenta de que todas las características de nuestras propias herramientas tecnológicas avanzadas tienen su análogo en la célula: lenguaje artificial y sistema de decodificación, bancos de datos para almacenar y extraer información, sistemas de comando dirigiendo el ensamblaje automatizado de las partes y de los componentes, dispositivos de seguridad de correcciones utilizados para el control de calidad, procedimientos de ensamblaje fundados en los principios de la prefabricación y de la construcción modula…
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 222
 
 
Seríamos los espectadores de una máquina en plena actividad, infinitamente más compleja que un coche y semejante a una fábrica totalmente automatizada, en movimiento perpetuo y ¡dotada de la capacidad extraordinaria de duplicarse íntegramente en un lapso de tiempo que varía entre unos minutos y unas horas! ¡La más pequeña de nuestras células es capaz de algo con lo que soñaría cualquier industrial!
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 224
 
 
Estamos aún muy lejos de comprender los mecanismos naturales que condujeron a la síntesis de ese ser vivo más pequeño imaginable, cuya insólita complejidad sigue suscitando el asombro de los científicos: «La vida comienza solo con la primera célula funcional que puede exigir, aun siendo la más primitiva, al menos varios centenares de macromoléculas específicas diferentes. ¿Cómo pudieron ensamblarse semejantes estructuras, de por sí, ya muy complejas? Sigue siendo para mí un misterio», decía Werner Arber, microbiólogo, premio Nobel en 1978.
 
Pero, si la célula en su conjunto es uno de los mayores enigmas científicos, sus principales componentes, ADN, ARN, proteínas, ribosoma y enzimas, tienen también su parte de misterio.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 224
 
 
El ADN resulta ser el ensamblaje de informaciones más elaborado que se conoce en el Universo Es una auténtica hazaña tecnológica en términos de almacenamiento de la información. Para escribir la información que el ADN logra almacenar en un núcleo de seis milésimas de milímetros, se necesitaría un millón de páginas, o sea, más de treinta veces el tamaño de la Encyclopædia Britannica. Con esa tecnología, ¡todos los libros escritos por el ser humano (estimados en 30 000 000 de veces la Encyclopædia Britannica) cabrían tan solo en una pequeña cucharita de té! Este dispositivo genial hace soñar a los científicos que, hoy en día, no se acercan, ni de lejos, a tal eficacia, ya que la densidad de información dentro del ADN es 40 mil millones de millones de veces más grande que lo que los científicos logran realizar actualmente, en el siglo XXI.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 225
 
 
4. Las enzimas o los increíbles reductores del tiempo
 
Las enzimas son proteínas particulares indispensables: sin ellas, las innumerables reacciones químicas que advienen cada segundo en las células tendrían duraciones redhibitorias. Richard Wolfenden, profesor de Bioquímica en la Universidad de Carolina del Norte, especialista de las enzimas y de las cinéticas bioquímicas, miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos, afirma que, sin la enzima adecuada, la «descarboxilación del monofosfato de orotidina» que corresponde a una reacción «absolutamente esencial[269]» para la síntesis del ADN y del ARN, necesitaría 78 millones de años para que pudiese tratarse solo la mitad del sustrato… Gracias a las enzimas, el mismo trabajo se efectúa en 18 milisegundos, a saber, ¡una ganancia de rapidez y eficacia del orden de 1017!. Ahora bien, como la mayoría de las enzimas, es una proteína, cuya síntesis depende del ADN y del ARN. Del mismo modo, para que la mitad del sustrato necesario para una reacción vital para la síntesis de la clorofila y de la hemoglobina se modifique, se necesitarían normalmente 2300 millones de años, pero, gracias a sus aptitudes en términos de reconocimiento de forma, las enzimas permiten una reacción en unos milisegundos. ¿Cómo explicar la existencia de las enzimas y su presencia en el lugar adecuado, en el momento adecuado? Por ahora, nadie tiene respuesta a ello
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 229
 
 
Toda vida supone, efectivamente, que estén presentes esos dos lenguajes (ADN y proteínas), cada uno de ellos tiene su propio alfabeto (4 bases para el ADN, 22 aminoácidos para las proteínas), su propio vocabulario y su gramática. Para que puedan comunicar, el sistema de traducción del ribosoma es un intermediario indispensable. En el caso del ADN, la analogía con el lenguaje va muy lejos. Las 4 bases se reagrupan de a 3 en los codones, con 4×4×4= 64 combinaciones posibles de «palabras», pero se ha verificado que solo 61 se utilizan para dar, a través de los genes, instrucciones que programan nuestro desarrollo. ¿Qué ocurre con los 3 codones inutilizados? Pues ¡sirven simplemente para puntuar (son llamados «codones stop»), de modo que marcan el principio y el fin de las frases! ¡Nuestras normas de ortografía no son ninguna novedad!
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 230
 
 
¿Cómo pudo la naturaleza instalar, sola, hace más de 3850 millones de años, ese sistema ultracomplejo que caracteriza la vida en la Tierra? ¿Cómo ese código, que es la única clave de la vida presente en la Tierra, ha podido crearse solo, ser inmediatamente operacional, y no haber evolucionado desde entonces? Todas esas preguntas siguen aún pendientes de respuesta.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 231
 
 
 
En definitiva, lo vivo no puede reducirse a un ensamblaje de componentes sumamente improbables, ya que también es necesario que aparezca el movimiento que constituye ese sistema químico cinético y estable que llamamos «vida».
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 232
 
 
 
A todo lo que precede viene a sumarse la necesidad de la instauración del metabolismo, es decir, de esa multitud de movimientos y de operaciones bioquímicas complejas y altamente coordinadas que deben efectuarse en cada instante para que un organismo viva. Porque, si reunimos todos los componentes de la célula en un mismo momento, en un mismo lugar, y en la disposición adecuada, solo obtenemos una célula muerta: el equivalente de una fábrica llena de máquinas que estuvieran todas detenidas. Ahora bien, se trata tanto de componer una estructura viva, o sea, dotada de movimientos autónomos para realizar acciones precisas —asimilar, eliminar y renovar constantemente los elementos materiales que integra— como de efectuar constantemente multitudes de operaciones altamente complejas, adaptarse, regenerarse si hace falta, reproducirse y evolucionar. El metabolismo implica la puesta en marcha de cantidad de nanomáquinas catalíticas indispensables para la realización de cantidad de interacciones y de procesos químicos coordinados en cada segundo, y esa coordinación indispensable para la vida sigue siendo muy difícil de explicar.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 232
 
 
Para tomar la medida de lo que la naturaleza realizó por sí misma, se puede calcular la probabilidad de la aparición de una proteína como fruto del azar.
 
Ese cálculo de probabilidad gracias exclusivamente al azar tiene un sentido, por tres motivos:
 
• es matemáticamente alcanzable;
• numerosos científicos lo hicieron y los cálculos de probabilidades que presentamos son los de cada autor;
• las proteínas pertenecen al ámbito de lo inerte y su aparición, por lo tanto, no tiene que ver con las leyes de la evolución. La consecuencia de ello es que el cálculo de probabilidad de esa aparición no está afectado por la selección natural.
 
Las proteínas son cadenas compuestas por 150 a varios miles de aminoácidos. ¿Cuál es la probabilidad mínima de que una cadena compuesta por 1000 aminoácidos de 22 tipos diferentes esté dispuesta en el buen orden? Para ese cálculo, no tomaremos en cuenta ni la cuestión de su ordenación correcta 3D, que es muy improbable, ni la necesidad de que todos los aminoácidos estén ligados por enlaces peptídicos, lo que ocurre para cada uno de ellos la mitad de las veces, ni la conformación isomérica izquierda que los aminoácidos deben tener, toda vez que una conformación derecha también es posible. En estas condiciones simplificadas, la probabilidad es matemáticamente de 1 sobre 221000, o sea, de 1 sobre 101500 aproximadamente.
 
Esa cifra, imposible de comprender, corresponde a un acontecimiento menos probable que el de ganar a la ruleta (o sea, sacar 6 números, en el buen orden, entre el 1 y el 49, es decir, una posibilidad sobre 10 000 millones) todas las semanas durante 150 semanas, o sea, durante más de dos años… Se trata, por lo tanto, de un acontecimiento radicalmente imposible gracias al simple azar. Lo que quiere decir, en la práctica, que se necesitaría mucho más que la duración del Universo para que una única proteína pueda constituirse gracias al azar a partir de aminoácidos que estuvieran disponibles alrededor de ella. Ahora bien, ya que lo vivo más simple comporta al menos 200 proteínas, las improbabilidades a las que se llega son alucinantes, sobre todo teniendo en cuenta que, para que viva una célula, no se necesitan solamente 200 proteínas, sino también, como lo hemos visto, el ADN, los ARN, los genes, las enzimas y muchos otros parámetros más, principalmente el metabolismo.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 234
 
 
Si bien se puede esperar que un día se consiga sintetizar un organismo vivo, la comprensión de las condiciones en las que la vida pudo aparecer de manera natural es hoy totalmente desconocida.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 238
 
 
 
Ciertos biólogos tuvieron ocasión de calcular que la probabilidad para que un millar de enzimas absolutamente esenciales a la vida se acercasen entre sí de manera ordenada para formar una célula viva a lo largo de una evolución de varios miles de millones de años es menor a 1 sobre 101000.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 239
 
 
La molécula de citocromo c, presente en casi todo el reino vivo y esencial para la respiración celular, está compuesta de un centenar de aminoácidos. Hubert P. Yockey calculó que su probabilidad de aparición aleatoria es de 1 sobre 1065. Incluso llenando la totalidad de los océanos de aminoácidos (o sea, del orden de 1042 moléculas), pero teniendo en cuenta las necesidades debidas a la quiralidad (exclusión de los aminoácidos dextrógiros), dicha probabilidad cae a 1 sobre 1094, tal como lo explicó en la Tacoma Conference (Nueva York, junio de 1988).
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 240
 
 
Robert Shapiro, profesor de Bioquímica en la Universidad de Nueva York, centra sus investigaciones sobre las bacterias. Estimó en 1 sobre 1040000 la probabilidad de formación, por azar, de las 2000 especies de proteínas presentes en una simple bacteria.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 240
 
 
Por fin, el biofísico Harold Morowitz, de la Universidad de Yale —especialista de la aplicación de la informática y de la termodinámica a la biología— calculó que la probabilidad de que la célula viva más simple pudiera nacer por casualidad es de 1 sobre 10340000, lo que es evidentemente equivalente a cero.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 240
 
 
Las cifras son implacables, y todos los datos que hemos citado son elocuentes: el azar puro ya no puede ser considerado como una explicación del paso de lo inerte a lo vivo. Por consiguiente, las diferentes leyes y necesidades fisicoquímicas que rigen la aparición de la vida (que hubiesen podido tener otros valores) remiten necesariamente a la existencia de un diseñador inteligente. Los capítulos anteriores, dedicados a la cosmología, concluían que los ajustes finos del Universo tenían 1 posibilidad sobre 10120 de ser lo que son. ¡Ese número ha sido considerado una auténtica locura! Pero la biología ha rebasado nuestro entendimiento al llegar a probabilidades del orden de 10340000, considerando que ¡nada puede superar 10120 en el Universo observable! El ajuste fino de las leyes del Universo constituye, por lo tanto, una auténtica prueba de la existencia de un diseñador, en el sentido de que se trata de un elemento absolutamente convincente para acreditar una tesis, «más allá de toda duda razonable». Fred Hoyle, que pasó del ateísmo al deísmo, considera que el rechazo de una inteligencia creadora solo se explica como el resultado de un bloqueo psicológico o ideológico: «La teoría según la cual la vida fue creada por una inteligencia es tan evidente que uno se pregunta por qué no es comúnmente aceptada. Las razones son psicológicas más que científicas.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 241
 
 
Por lo tanto, quien opte por la hipótesis materialista solo tendrá a su disposición dos posibilidades para explicar la aparición de la vida:
 
• O bien aceptará que, a pesar de todo, ese paso es el resultado del azar y no del ajuste fino de las leyes del Universo, lo que significa que prefiere creer en una historia cuya probabilidad es tan infinitesimal que resulta ser perfectamente inverosímil, y no en la existencia de un Dios creador acerca del cual todo muestra que la probabilidad es infinitamente superior.
 
En ese caso, se puede decir que su elección es del todo irracional y es más bien la consecuencia de un rechazo por principio de la existencia de un Dios creador que de un pensamiento sensato.
 
• O bien preferirá pensar que dicho paso resulta de las leyes del Universo, leyes en efecto extraordinariamente favorables, y que solo pueden derivar de la existencia de una infinidad de multiversos; acude entonces a ese comodín que hemos visto anteriormente, lo cual es otra manera de rechazar los hechos de la ciencia y de optar por lo que hoy puede asemejarse a la ciencia ficción.
 
Quien acepte la hipótesis de un Dios creador dispondrá también de dos posibilidades explicativas:
 
• O bien admitirá que existen efectivamente leyes que determinaron de manera natural el salto de lo inerte a lo vivo, lo que significa que ese Dios creador dotó, desde el inicio, a su Universo de una programación muy precisa capaz de alcanzar el desarrollo cosmológico y el desarrollo de la vida que en él conocemos.
 
• O bien considerará que ningún conjunto de leyes es capaz de provocar un salto tan grande; tendrá entonces que aceptar que esa etapa se produjo gracias a la acción concreta de ese Dios creador.
 
Lo que asombró a un número bastante importante de científicos es que el paso de lo inerte a lo vivo se produjo a priori una sola vez en la historia de nuestro Universo, ya que existe un solo ancestro común a todos los seres vivos, el famoso organismo unicelular bautizado LUCA
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 242
 
 
Entre 1901 y 2000, las 654 personas que recibieron el Premio Nobel estaban vinculadas a 28 religiones diferentes. La mayoría de ellas (65,4%) aparecían culturalmente vinculadas al cristianismo. Más precisamente, los científicos identificados como cristianos o de origen cristiano obtuvieron el 72,5% de los premios de Química, 65,3% de Física, 62% de Medicina y 54% de Economía. Los judíos ganaron 17,3% de los premios en Química, 26,2% en Medicina y 25,9% en Física. Los ateos, los agnósticos y librepensadores ganaron 7,1% de los premios en Química, 8,9% en Medicina y 4,7% en Física. Los musulmanes se llevaron 13 premios en total, o sea el 2% (3 de ellos en la categoría científica).
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 275
 
 
Si los científicos son menos creyentes que el resto de la población puede ser que se deba simplemente a un nivel de vida más elevado.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 279
 
 
Ciertamente, no podemos afirmar que no haya ningún vínculo causal entre ciencia y creencia, porque los elementos para hacerlo no existen. Lo que podemos afirmar, en cambio, es que resulta imposible hoy sacar una conclusión de esta correlación. Si nos atenemos a los pocos elementos que existen, se puede incluso tener dudas al respecto. ¡Hemos visto más arriba, por ejemplo, que quienes recibieron el Premio Nobel en ciencias resultaban ser más creyentes que los que obtuvieron el mismo premio en literatura!
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 281
 
 
El carácter demasiado reciente de los descubrimientos que militan a favor de la existencia de Dios
 
Por lo demás, es importante señalar el carácter demasiado reciente de las pruebas científicas en favor de la existencia de un Dios creador. Todas tienen, efectivamente, menos de una generación:
• La muerte térmica del Universo solo se conoce desde 1998.
• El necesario principio del Universo, sea cual sea (teorema de Borde-Guth-Vilenkin), se remonta solamente a 2003.
• El descubrimiento de los ajustes finos del Universo se remonta solamente a los años 1980.
• El descubrimiento de la complejidad del ADN y de la menor célula viva, que induce la improbabilidad del paso, gracias únicamente al azar, de lo inerte a lo vivo, tiene también menos de una generación.
Actualmente, estos descubrimientos generan polémicas que se parecen a las que provocaron en su tiempo los descubrimientos de Galileo o de Darwin. Estas controversias son probablemente tan inevitables como las que tuvieron lugar en su momento.
¿Cuánto tiempo fue necesario para que los descubrimientos de Darwin fuesen aceptados? ¿Cien años, ciento cincuenta, tal vez? No dudemos de que las nuevas pruebas de la existencia de Dios tardarán también cierto tiempo en surtir efecto.
En este sentido, en el primer estudio Pew, es notable que el porcentaje de personas que creen en «algo» sea mucho más elevado entre los jóvenes científicos americanos (representan el 66% en dicho grupo) que entre sus mayores, de 65 años y más (donde representan solo el 46%). Esta encuesta muestra que asistimos tal vez hoy al principio de un vuelco de la opinión entre los científicos.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 281
 
 
Einstein, que no había tenido formación religiosa, hace claramente la distinción entre el dios que estaría en el origen del Universo y en el que cree —porque su existencia deriva, en cierto modo, de su propio trabajo científico— y el Dios de la Biblia en el que, personalmente, no cree. Si aceptamos esta pauta de lectura, lo que podría parecer incoherente se aclara. A partir de ahí, se pueden clasificar sus citas en dos grandes grupos: por un lado, la citas en las que afirma su creencia en un Dios creador y, por el otro, aquellas en que rechaza las religiones.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 285
 
 
¿En qué creía Gödel?
 
David Hilbert era uno de los más grandes matemáticos de principios del siglo XX. Había enunciado una cierta cantidad de problemas que las matemáticas tenían que resolver. Uno de ellos le parecía particularmente esencial: demostrar que las matemáticas constituían un sistema a la vez completo y coherente. Puede parecer anodino, pero es una cuestión que tiene un gran alcance filosófico. Efectivamente, si semejante demostración fuera posible, se podría entonces, en teoría, juzgar la falsedad o veracidad de cualquier tipo de proposición lógica. Hilbert no dudaba en llamar la solución «final» al problema de la lógica. Se ve aquí perfectamente cuál es la ideología que subyace en esta investigación. Siempre la idea de «enmarcar» la realidad, de cerrarla por completo, de decir «ya está, examinamos la cuestión de manera completa, circulen, no hay nada más que esperar, agotamos la realidad, la encerramos en nuestras ecuaciones», es la ideología que se encuentra en el corazón tanto del positivismo lógico como del materialismo dialéctico que reinaban por entonces en las ciencias.
 
Este proyecto va a venirse abajo el 7 de octubre de 1930, en Königsberg, la ciudad natal de Kant, en un coloquio en que la élite de las matemáticas estaba reunida en torno al tema «La epistemología de las ciencias exactas». Al final del coloquio, un muchacho bajo, delgado, tímido, con unas gafas finas, se levantó. Se llamaba Kurt Gödel, acababa de terminar su tesis en la Universidad de Viena bajo la dirección de Hans Hahn. El muchacho pronunció una sola frase: «Si se supone que las matemáticas clásicas son coherentes, se pueden construir proposiciones matemáticas que son contextualmente verdaderas pero indemostrables en el sistema formal de las matemáticas clásicas».
 
Los testigos de la escena dicen que Gödel había hablado con una voz lo bastante fuerte como para poder ser oído por todos. Pero, si bien la frase llegó a los oídos de los participantes, no llegó hasta su mente.
 
No hay nada más formal que la noción de verdad en matemáticas. Algo es verdadero si y solamente si se puede demostrar esa verdad. Ahora bien, el muchacho acababa de decir que ciertas proposiciones matemáticas podían ser a la vez verdaderas e indemostrables. Probablemente habían oído mal, no podía ser. Nadie reaccionó, nadie le hizo preguntas a Gödel. Un solo participante entendió lo que acababa de pasar: John von Neumann, uno de los genios del siglo XX, quien será más tarde el padre del primer ordenador y uno de los miembros clave del proyecto Manhattan de construcción de la bomba atómica.
 
«—Si lo que usted dice es verdad —le dijo a Gödel después del coloquio—, entonces es imposible mostrar la coherencia del conjunto de las matemáticas, incluyendo la aritmética.
 
—Así es —contestó Gödel—, se trata de mi segunda conclusión, ya está en la imprenta».
 
¡Ese resultado implica que todo sistema lógico coherente está inevitablemente incompleto! ¡Por eso mismo se habla de «teorema de incompletitud»!
 
Neumann vio inmediatamente que eso significaba el fin del programa de Hilbert: si el muchacho tenía razón, la lógica no podía fundamentarse en sí misma, la aritmética tampoco, ni las matemáticas.
 
Cuando Gödel publicó el año siguiente su demostración, fue un auténtico maremoto, un tsunami que se abatió sobre los matemáticos. Hermann Weyl, uno de los grandes matemáticos de la época, habló de «debacle» y de «catástrofe»: «El ideal de axiomatización inaugurado por Euclides hace dos mil años, el paradigma mismo de la racionalidad, acababan de ser pulverizados y, peor aún, el golpe fue asestado en el momento en que Hilbert acababa de lograr el perfeccionamiento de la idea misma de "sistema axiomático formal". Los resultados, así como los métodos empleados por Gödel en su demostración, eran tan sorprendentes que los matemáticos y los especialistas en lógica tardaron varios años antes de vislumbrar su auténtico alcance».
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 291
 
 
 
Durante más de quince años, esa amistad estará puntuada por el ritual inmutable del paseo cotidiano que hacen juntos en el inmenso parque de la universidad. La consideración muy particular de Einstein hacia Gödel subyace en esta confesión que el Maestro le hizo al economista Oskar Morgenstern: «Mi propio trabajo no significa gran cosa y, si vengo al Instituto, es por el privilegio de volver a casa en compañía de Gödel». Lamentablemente, las charlas entre los dos más grandes genios del siglo XX se perdieron para siempre, ya que, como se veían cada día, ¡nunca se escribían! Tenemos, no obstante, algunos fragmentos de sus conversaciones gracias el relato que Gödel hizo al respecto en las cartas a su madre.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 294
 
 
Hoy en día, si es infinitamente menos conocido que Einstein, Gödel es considerado por sus pares como un genio único. Se habla de la «revolución gödeliana» como de una de las más profundas en la historia de las matemáticas y de la lógica.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 295
 
 
Según él (Penrose), la posibilidad para la mente humana de acceder directamente a ese «mundo de las matemáticas» le otorga un poder superior al de los ordenadores, los cuales, por definición, no pueden tener acceso a él. En dos libros que provocaron escándalo entre los defensores de una concepción materialista de la mente humana, Penrose pretende demostrar que el teorema de Gödel basta para afirmar que la mente es superior a toda máquina. Uno de esos dos libros comporta de hecho la demostración más accesible del teorema de Gödel que se haya propuesto. Sin entrar en los detalles de su tesis, que suscita aún muchos debates en el mundo de la lógica, de las matemáticas y de la inteligencia artificial, el argumento de Penrose es el siguiente: si nuestra mente fuese comparable a un ordenador, utilizaríamos un sistema de axiomas «S» para determinar la verdad o la falsedad de las proposiciones en matemáticas, como pueden hacerlo hoy inteligencias artificiales que demuestran teoremas de manera automática. Ahora bien, ese sistema tendría forzosamente su propia proposición «G», la famosa proposición acerca de la cual vimos que es no demostrable en el sistema, pero que un observador humano entiende inmediatamente como verdadera. Para Penrose, esto implica que «no es utilizando un procedimiento de cálculo como los matemáticos humanos establecen la verdad de la proposición "G"». En otros términos, entendemos la verdad de esta proposición gracias a una forma de acceso que trasciende las verdades matemáticas. Se puede objetar en esta demostración que una imposibilidad semejante podría también existir para una mente humana. Es lo que pensaba el propio Gödel: si bien afirmó con firmeza, y de manera repetida, que la mente humana era de naturaleza inmaterial, consideraba que su teorema no bastaba para demostrar este carácter inmaterial. Gödel publicó poco durante su vida, pero dejó miles de páginas en unas libretas. Como Leonardo da Vinci, escribía utilizando un lenguaje codificado, recurría al Gabelsberger, una forma especial de lenguaje dactilografiado que muy pocas personas en el mundo pueden descifrar. Gracias a la pareja formada por John y Cheryl Dawson, que aprendieron ese lenguaje para poder traducir los escritos de Gödel, podemos hoy conocer sus ideas. Cuarenta años antes que Penrose, Gödel había escrito con su letra misteriosa en una de sus pequeñas libretas: «Mi teorema de incompletitud implica que o bien la mente no es mecánica [no es la producción de una máquina como el cerebro], o bien la menta humana no puede entender su propio mecanismo». Por consiguiente: • o bien el espíritu humano es una realidad independiente del mundo material • o bien los objetos matemáticos tienen una realidad fuera de ese mismo mundo material. Para Gödel, estas dos proposiciones eran absolutamente verdaderas, pero lo que su teorema demuestra es que, de las dos, al menos una era verdadera, lo que a sus ojos aseguraba la derrota del materialismo. Por eso mismo Gödel afirma: «Mi teorema muestra solamente que la mecanización de las matemáticas, o sea, la eliminación de la mente y de las entidades abstractas, es imposible
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 296
 
 
Gödel pensaba que el darwinismo, que llamaba el «mecanicismo en biología», algún día sería refutado de manera racional: «Creo que el mecanicismo en biología es un prejuicio de nuestro tiempo que será refutado. A mi parecer, la refutación tomará la forma de un teorema de matemáticas que mostrará que la formación a lo largo de los tiempos geológicos de un cuerpo humano gracias a las leyes de la física (o de otras leyes de naturaleza similar), a partir de una distribución aleatoria de partículas elementales, es tan poco probable como la separación por azar de la atmósfera en sus diferentes componentes».
En realidad, Gödel es muy coherente; intenta hacer en neurología y biología lo que hace en la lógica: construir un teorema que muestre la incompletitud de los razonamientos materialistas.
En neurología, ese teorema afirmaría que, a pesar de su ingente cantidad, no hay en las neuronas del cerebro humano una capacidad de almacenamiento suficiente como para producir todas las operaciones realizadas por una mente. Del mismo modo, otro teorema mostraría que, a pesar de la inmensidad de los tiempos geológicos, no hay suficiente tiempo como para que el conjunto de los seres vivos y de sus órganos complejos puedan derivar de la primera célula gracias a un proceso de tipo darwiniano, basado únicamente en mutaciones que resultan del azar y de la selección natural.
A pesar de ser un teórico, Gödel no dejó de experimentar en este ámbito. En las cartas dirigidas a su madre, explica que hizo más de doscientas pruebas con su esposa Adèle, muy dotada, según él, para la intuición, y ¡capaz de adivinar barajas sin verlas con una probabilidad muy superior a la de un resultado aleatorio!. Además, Gödel escribió mucho acerca de la intuición, cuyo carácter repentino e instantáneo, en oposición al proceso de adquisición de los conocimientos, le parecía ser una prueba suplementaria de la naturaleza no material del espíritu humano.
Pero, si el espíritu humano no es material y si no es el producto del cerebro, ¿podrá subsistir después de la muerte? Gödel da una respuesta positiva a esa pregunta.
Entre julio y octubre de 1961, el lógico le escribe cuatro cartas a su madre, Marianne, quien se había quedado en Viena. Ambos ignoran si se van a volver a ver en vida, por lo que Marianne le pregunta si volverán a verse después de la muerte.
Gödel, que era hiperracional y ponía la lógica y la razón por encima de todo, nunca hubiese podido deformar su pensamiento para consolar a alguien, aunque se tratara de su propia madre: le hubiese parecido una terrible traición a la lógica y a la razón. Por eso podemos estar seguros de que sus palabras (escritas en este caso en un lenguaje simple y accesible, ya que su madre no sabía nada de ciencias) expresan el fondo de su pensamiento. Este es el razonamiento, íntegro, que se encuentra en su carta del 23 de julio de 1961: «El mundo no es caótico ni arbitrario, sino que, como lo muestra la ciencia, la regularidad más grande y el orden más grande reinan por todas partes. El orden es una forma de racionalidad. La ciencia moderna muestra que nuestro mundo, con todas sus estrellas y sus planetas, tuvo un comienzo y tendrá probablemente un final. Por lo tanto, ¿por qué solo habría de existir este mundo? Ya que un día aparecimos en este mundo sin saber ni cómo, ni desde dónde, lo mismo puede producirse de nuevo en otro mundo, del mismo modo. Si el mundo está ordenado de manera racional y tiene un significado, entonces tiene que haber otra vida. ¿Para qué serviría producir una esencia (el ser humano) dotada de un número tan grande de posibilidades de desarrollos individuales y de evoluciones en sus relaciones, pero a la que no se le permitiría realizar sino una milésima parte de ellas? Sería como establecer los cimientos de una casa haciendo grandes esfuerzos, para luego dejar que todo se desmoronase[».
En el marco de nuestro libro, resulta muy interesante destacar que, si bien era demasiado temprano para que Gödel pudiese hablar del famoso ajuste fino, él afirmase, no obstante, que el Universo tuvo un comienzo. Según él, la ciencia revela que la regularidad y el orden reinan en todos lados en el Universo, y como regularidad y orden prueban que el mundo está ordenado de manera racional, esto implica que tiene un significado. Como la observación del ser humano muestra que su potencial es mucho más vasto que el que puede utilizar y hacer fructificar durante su vida, sería ilógico que no hubiese vida después de la muerte. Ya que no hay ningún motivo para que haya un «islote de irracionalidad» en un mundo supremamente racional.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 299
 
 
Gödel consideraba que el mundo era racional y estaba ordenado por leyes, hasta tal punto que una «incoherencia» como la no existencia de una vida después de la muerte le parecía imposible. Puede resultar sorprendente que no haya intentado aplicar su propio teorema de incompletitud al Universo, ya que, si este es coherente y se funda en un sistema de leyes provenientes de las matemáticas, ¿no podremos acaso deducir que está incompleto y, por consiguiente, podrá buscarse su origen fuera del propio Universo?
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 301
 
 
El que sus pares consideraban (a Gödel) como «el más grande lógico desde Aristóteles» demostró la trascendencia de la Verdad con respecto a la noción de demostración y el hecho de que «la eliminación del espíritu y de las entidades abstractas [era] imposible». Lo que confiere una gran credibilidad a todos los que dicen haber estado en contacto directo, fuera de toda demostración, con un «mundo de verdades matemáticas». Esto nos autoriza a pensar que existe efectivamente una vía que permite entrar en contacto con el mundo del espíritu. Como lo hemos visto, Gödel creía que el espíritu humano, incluso si estaba asociado a una máquina (el cerebro), no se fundaba en una base material. Mostró incluso el camino que permitiría obtener al respecto una demonstración racional, así como el que permitía demostrar que las leyes que rigen la evolución de la vida eran mucho más complejas y sutiles que las que se conocen actualmente. Por todos esos motivos, afirmaba con vigor que era lógico creer en la vida después de la muerte y en la existencia de Dios, lo cual intentó incluso demostrar. Pero su fuerza más grande reside en la deconstrucción de las tesis positivistas y reduccionistas que formaban lo que llamaba «el espíritu del tiempo». Así, el décimo punto de su «credo» se titula, sobriamente: «El materialismo es falso». Vemos por lo tanto que, para los grandes científicos como Newton, Faraday, Maxwell, Pasteur, o para nombrar a otro matemático, Bernhard Riemann (1826-1866), la práctica de la ciencia al nivel más alto parece más bien acercar a Dios que no alejar de él. Un elemento suplementario que concuerda perfectamente con los resultados de todas las investigaciones racionales sobre la cuestión de la existencia de Dios…
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 306
 
 
La idea según la cual el Universo no puede haber tenido un comienzo, la que consiste en creer que los ajustes del Universo solo provienen del azar, o incluso que el paso de lo inerte a lo vivo es un fenómeno natural, comprensible y replicable, aparecen hoy como tres implicaciones de la inexistencia de Dios puestas en tela de juicio por la ciencia. Por consiguiente, la tesis de la que derivan resulta insostenible. Podríamos acabar aquí. Pero sería una pena y nuestra reflexión estaría incompleta si terminásemos nuestro libro después de la primera parte, sin embargo, esencial. La razón de ello es que el campo de la racionalidad es mucho más amplio que el de la ciencia: la tesis de la inexistencia de Dios entraña consecuencias igualmente fuertes, tan binarias e interesantes como las anteriores. Recordemos algunas de ellas: No puede haber milagros. No puede haber profecías ni revelaciones. No existen enigmas que no puedan ser resueltos por explicaciones materialistas «normales». Ahora bien, como lo vamos a ver, estas nuevas implicaciones pueden también ser refutadas por la razón. Vamos, en efecto, a presentar al lector cuatro enigmas, acompañados de suficientes informaciones, para que pueda juzgar: Hace 3000 años, los hebreos eran los únicos en el mundo en saber que el Sol no era más que una luminaria: ¿de dónde provienen esas extraordinarias verdades cosmológicas y antropológicas reveladas por la Biblia? Todos los habitantes de nuestro planeta aceptan dar como fecha de nacimiento y firmar sus contratos a partir del año de nacimiento de Jesús de Nazaret. ¿Quién pudo haber sido? ¿Un sabio? ¿Un aventurero que fracasó? ¿O más que eso? El destino muy sorprendente del pueblo judío desde miles de años ¿acaso se debe solamente a un conjunto de casualidades? En Fátima, el milagro anunciado varios meses antes por unos niños iletrados, y que examinaremos de manera crítica, ¿puede encontrar una explicación materialista aceptable? ¿Ilusión o engaño?
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 307
 
 
El Sol y la Luna solo son objetos luminosos
 
El pueblo hebreo se diferenciaba de todos los otros por una percepción única del cosmos. Los judíos no identificaban el Sol y la Luna con ninguna divinidad o potencia superior, sabían que se trataba, según el término bíblico, de «lumbreras», o sea, de objetos luminosos. Es significativo que los arqueólogos no hayan encontrado en el mundo hebreo ningún templo dedicado a la Luna o al Sol.
Entre todos los documentos que se conocen de la Antigüedad, la Biblia es el único que no situó al Sol y la Luna en un pedestal.
Veamos los principales momentos de la Biblia en que esa percepción única aparece claramente:
  • «Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años; y sean por luminarias en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la Tierra» (Gn 1, 14).
  • «E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas» (Gn 1, 16).
  • «Hizo la Luna para los tiempos, el Sol conoce su ocaso» (Sl 104, 19).
  • «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Sl 19,1).
  • «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, y la Luna y las estrellas que has creado» (Sl 8, 3).
  • «Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, y todo su ejército por el aliento de su boca» (Sl 33, 6).
  • «Él hizo la Osa, el Orión y las Pléyades, y los lugares secretos del sur» (Jb 9,9).
  • «Al que hizo las grandes lumbreras […] El Sol para que señorease en el día, […] La Luna y las estrellas para que señoreasen en la noche» (Sl 136, 7-9).
  • «Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres» (Is 40, 26).
 
En las grandes civilizaciones de la Antigüedad, el Sol y la Luna siempre son objeto de divinización.
 
  • Para los sumerios, es Enlil, el rey de los dioses, quien engendró a Nanna, la divinidad que personifica a la Luna, que a su vez engendró a Utu, el dios Sol.
  • Esta concepción de un dios solar secundario se encuentra también entre los acadios, los asirios y los babilonios, con Ilu que engendró al dios Sin (la Luna), quien es, a su vez, la madre del dios Shamash (el Sol), asociado a la justicia y al derecho (sus hijos). Sol y Luna eran venerados en diferentes santuarios de Mesopotamia, desde los tiempos más remotos.
  • Para los egipcios, el dios sol Ra, con su cabeza de halcón, es uno de los dioses más importantes. Es el que aporta la vida en el Universo gracias a su luz. Proveniente de un océano primordial (Nun) y del dios Ptah, engendra el mundo y a los otros dioses. A él se le rinden los cultos más importantes del antiguo Egipto, como en Heliópolis, la «ciudad del sol», cerca de la ciudad moderna de El Cairo.
  • Para los persas, el dios Mitra está asociado al Sol (cuyo nombre, «Ciro», fue retomado por Ciro II, llamado también «el Grande», fundador del Imperio persa), y Mah es el genio de la Luna.
  • Para los griegos, el sol y los astros forman parte del mundo divino, e incluso los filósofos más importantes comparten esta opinión. El propio Aristóteles, en su tratado Sobre el cielo, estima que el Sol y la Luna tienen un alma y son seres vivos.
  • Para los romanos, el conjunto del mundo astral también tiene una dimensión divina, y Júpiter, el amo de los dioses del Olimpo, recibe su brillo del Sol.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 316
 
 
Civilizaciones       Sol    Luna
 
Sumerios    Utu    Nanna
Egipcios     Ra     Thot o Khonson
Asirios       Shamash     Sin
Babilonios  Shamash     Nanna
Persas         Mithra        Mylissa
Griegos       Helios y Apolo     Selene y Artemisa
Romanos    Sol y Febo  Luna y Diana
Fenicios      Melkart       Astarté
Aztecas       Huitzilopochtli     Coyobxauhqui
Incas Inti    Mama Quilla
Indios Jíbaros       Etsa  Nantu
Hindúes      Surya Chandra o Soma
Chinos        Xihe  Heng-Ngo o Chang
Japoneses   Amaterasu  Tsuki
Celtas Belenos       Sirona
 
Cuadro indicando los nombres de los dioses del Sol y de la Luna en las diferentes civilizaciones.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 318
 
 
Sin telescopios, sin relojes ni conocimientos matemáticos, era imposible llegar a la conclusión de que el Sol y la Luna solo eran objetos luminosos. Los trabajos de Pitágoras, Tales, Euclides, Hiparco constituían principios notables sobre el conocimiento de los objetos celestes, pero permanecieron confidenciales, y seguían confiriendo a los astros un carácter divino. Además, esos descubrimientos se realizaron después de que los hebreos consignaran en la Biblia que esos astros no eran sino objetos. Siglos más tarde, habló la ciencia: ¡un desastre para la divinización de los astros! Herederos de los saberes de la Biblia, los cristianos siempre supieron que la Luna y el Sol eran solo objetos. Con el tiempo, observaciones científicas cada vez más precisas convergieron con esas certezas adquiridas desde los tiempos bíblicos. Así, es en 1609 cuando el inglés Thomas Harriot, unos meses antes que Galileo, efectuó las primeras observaciones de la Luna con un telescopio. Los hebreos tuvieron por lo tanto razón varias decenas de siglos antes que todo el mundo, antes incluso de disponer de los saberes y de los instrumentos necesarios para probarlo.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 320
 
 
El Universo tuvo un principio absoluto, fue creado a partir de nada por un Dios exterior al Universo: una noción bíblica a contracorriente de todas las cosmogonías
 
Una vez más, el pueblo judío toma el camino contrario de sus vecinos. Afirma que el Universo tuvo un principio absoluto, o sea, que fue creado a partir de nada, por un Dios único y exterior al Universo. Esa verdad metafísicamente esencial vuelve como un leitmotiv en los textos de la Biblia:
 
«En el principio creó Dios los cielos y la Tierra» (Gn 1, 1).
«Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz» (Gn 1,3).
«Te ruego que observes el cielo y la Tierra, y pienses en todo lo que hay en ellos. Dios hizo todo esto de la nada, y de la misma manera hizo la raza humana» (2 Mac 7,28).
«Así dice Jehová, tu Redentor, que te formó desde el vientre: Yo Jehová, que lo hago todo, que extiendo solo los cielos, que extiendo la Tierra por mí mismo» (Is 44, 24).
«Así dice Jehová Dios, Creador de los cielos, y el que los despliega; el que extiende la Tierra y sus productos» (Is 42, 5).
«Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, Y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca» (Sl 32, 6).
«Señor, Señor Dios, creador de todas las cosas» (2 Mac 1, 24).
«El que vive por los siglos ha creado todo maravillosamente» (Ec 18, 1).
«Desde el principio Tú fundaste la Tierra, y los cielos son obra de tus manos» (Sl 102, 25).
«Antes que los montes fueran engendrados, y nacieran la Tierra y el mundo, desde la eternidad y hasta la eternidad, Tú eres Dios» (Sl 90, 2).
Por el contrario, los pueblos geográficamente cercanos a los judíos creían que los dioses estaban en el mundo y formaban parte de él, que provenían de materias primordiales existentes desde siempre.
 
• Para los sumerios, los acadios, los asirios y los babilonios, que tienen la misma concepción de los orígenes, la diosa Nammu, mar primordial, engendra el cielo y la Tierra. Es el antepasado que dio nacimiento al mundo y a los otros dioses, a partir de dos principios: el primero, femenino, Tiamat, el agua salada, y el otro, masculino, Apsu, el agua dulce.
 
• Para los egipcios, el Universo emerge de un montículo o de un huevo a partir de las aguas primordiales (Nun), que son al mismo tiempo caos. La cosmogonía varía levemente según las regiones, con tres o cuatro grandes mitos de la creación en Heliópolis, Menfis, Hemiópolis o Tebas.
 
• Para los persas, en el origen, se encuentra un espacio vacío entre dos principios primordiales hostiles y los mantiene separados, pero finalmente el principio malo declara la guerra y crea demonios. A modo de respuesta, el principio bueno crea los ángeles y los hombres.
 
• Para los griegos, dos versiones coexisten. Según la Teogonía de Hesíodo, al principio era el Caos (elemento primordial), un todo inconmensurable en el cual los elementos que constituyen el mundo actual estaban mezclados. Cuatro entidades se separaron de él: Gaya (la Tierra), Eros (el Deseo amoroso visto como fuerza creadora primordial), Erebo (las Tinieblas de los Infiernos) y Nix (la Noche). La tradición órfica difiere levemente. Según ella, el agua y unos elementos formaron espontáneamente la Tierra, de la que surgió un Cronos monstruoso, que creó el Éter, Erebo y el Caos, luego engendró un huevo de donde nació Eros, que a su vez dio nacimiento a la Luna y al Sol, luego a la Noche, con quien concibió a Urano y Gaya. A partir de ellos, se generan todos los dioses.
 
• Los romanos van a retomar la cosmogonía de los griegos.
 
La idea de un principio absoluto del Universo es la gran ausente de esas cosmogonías de la Antigüedad: ¡cómo imaginar algo más contraintuitivo que este concepto!
 
Efectivamente, si nos fiamos de lo que vemos, el espacio nos aparece geográficamente infinito en todas sus dimensiones, inmóvil y sin movimiento, y, por lo tanto, sin principio ni fin. Será necesario esperar a mediados del siglo XX para que surjan dudas acerca de lo que había parecido evidente durante tanto tiempo.
 
El propio Einstein se va a negar durante cierto tiempo a creer en ello y modificará sus ecuaciones para que el Universo resulte ser estacionario y de ese modo conforme a sus prejuicios. ¡Ese arreglo bien conocido es la prueba del carácter antinatural de un principio al Universo!
 
Ahora bien, contrariamente a lo que se podía esperar, los hebreos sostuvieron desde siempre, y con constancia, esa verdad, a saber, que el Universo tuvo un comienzo.
 
Así pues, esta segunda verdad comporta todos los criterios que permiten identificarla como humanamente inalcanzable. Ninguna explicación racional puede explicar de manera satisfactoria la existencia de ese conocimiento, en esa época, en ese pueblo.
 
3. El Universo se dirige hacia su fin siguiendo la flecha de un tiempo unidireccional
La mayoría de las civilizaciones de la Antigüedad, ya sea en Mesopotamia, en Asia, en América o en Grecia, concebían el tiempo como un fenómeno cíclico, por analogía con los ciclos de la naturaleza: día/noche, retorno de las estaciones, nacimiento/muerte. «El mito del eterno retorno», recuperado de la filosofía de la Antigüedad por Mircea Eliade, funda las creencias religiosas y filosóficas de esos pueblos.
 
En esa perspectiva de la temporalidad, el hombre no puede inscribirse en la singularidad de un tiempo histórico, porque todo siempre vuelve a empezar, lo que simbolizan por ejemplo los ritos efectuados en fechas fijas, que anulan el tiempo transcurrido para inaugurar un nuevo periodo, virgen de todo antecedente.
 
Dentro de esta percepción del tiempo, la singularidad de toda vida o acción humana se valora bastante poco. Efectivamente, la creencia en la reencarnación, a menudo asociada a una concepción temporal cíclica, implica una relativización de la vida presente, ya que podrá ser mejorada en las vidas futuras. Fatalismo y pasividad se encuentran a menudo asociados a la creencia en el eterno retorno.
 
En la otra punta del espectro de la percepción de un tiempo cíclico, los materialistas afirman necesariamente que el Universo es eterno.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 321
 
 
La idea de un principio absoluto del Universo es la gran ausente de esas cosmogonías de la Antigüedad: ¡cómo imaginar algo más contraintuitivo que este concepto! Efectivamente, si nos fiamos de lo que vemos, el espacio nos aparece geográficamente infinito en todas sus dimensiones, inmóvil y sin movimiento, y, por lo tanto, sin principio ni fin. Será necesario esperar a mediados del siglo XX para que surjan dudas acerca de lo que había parecido evidente durante tanto tiempo. El propio Einstein se va a negar durante cierto tiempo a creer en ello y modificará sus ecuaciones para que el Universo resulte ser estacionario y de ese modo conforme a sus prejuicios. ¡Ese arreglo bien conocido es la prueba del carácter antinatural de un principio al Universo! Ahora bien, contrariamente a lo que se podía esperar, los hebreos sostuvieron desde siempre, y con constancia, esa verdad, a saber, que el Universo tuvo un comienzo.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 323
 
 
La mayoría de las civilizaciones de la Antigüedad, ya sea en Mesopotamia, en Asia, en América o en Grecia, concebían el tiempo como un fenómeno cíclico, por analogía con los ciclos de la naturaleza: día/noche, retorno de las estaciones, nacimiento/muerte. «El mito del eterno retorno», recuperado de la filosofía de la Antigüedad por Mircea Eliade, funda las creencias religiosas y filosóficas de esos pueblos.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 324
 
 
Contrariamente a los hebreos, la mayoría de los pueblos paganos pensaban que el hombre tenía un vínculo con las divinidades, un lazo diluido o lejano pero real. En muchas mitologías, efectivamente, los hombres hacen remontar su origen a un acontecimiento que escenifica el cuerpo de divinidades creadoras. En esas tradiciones, de una manera o de otra, hay algo divino en el cuerpo humano. Un pequeño panorama mitológico nos da la prueba de ello:
 
Para los sumerios, los acadios y los asirios, el hombre fue modelado por iniciativa del dios Marduk, a partir de una arcilla mojada en la carne y en la sangre de un dios sacrificado, dando de este modo a la criatura una parte de la inteligencia divina.
Para los babilonios, el hombre y el Universo fueron creados a partir del desmembramiento del cuerpo de la diosa Tiamat, vencida y sacrificada.
En el mundo egipcio, «los hombres son las lágrimas de mi ojo», dice el dios Atum, creador de la mayoría de los otros dioses, en unos textos que fueron encontrados en sarcófagos (2000-1780 a. C.).
Para los griegos, existen varios mitos relativos a la creación del hombre. El más enigmático afirma que habría nacido a partir de los dientes de la serpiente Ofión, pisoteada por la diosa Tierra, Gaya. El más célebre es el de Prometeo, cuyo nombre significa «precavido», y de su hermano Epimeteo, o sea, el «que reflexiona demasiado tarde». Prometeo modela el hombre con agua y arcilla, pero el hombre no está en condiciones de resistir a los animales creados por Epimeteo, quien les dio, sin pensar demasiado en ello, fuerza, rapidez, plumas, pelos, alas, caparazones, etc. Prometeo, que no quería dejar a su criatura sin protección, va entonces a robar el fuego del cielo para dárselo a los hombres. En un tercer mito, la primera generación humana surge de las entrañas de la diosa madre Gaya, antes de que Zeus cree una segunda y luego una tercera generación de humanos.
Los romanos, poco interesados por estas cuestiones, adoptaron los mitos de los griegos.
En la versión védica de los mitos hindúes, todos los seres descienden de la división del ser primitivo Purusha: «En el origen, Purusha existía solo. Tenía la amplitud de un hombre y de una mujer que están abrazados. Se dividió en dos: de allí nacieron el esposo y la esposa».
En la versión brahmánica, Brahma crea a los hombres haciendo caer su simiente, mientras persigue a su hija Sarasvati o Sandhya, la hija de Shiva, en otra versión.
Entre los tamiles, la tierra (Prithvi) es representada bajo la forma de una vaca y sus beneficios están simbolizados por su leche. Da nacimiento a Manu, el ancestro de la humanidad, bajo la forma de un ternero.
Para los nórdicos, un gigante descomunal, Ymir, que se formó a partir de hielo y de calor, es la primera criatura viva. Mientras dormía, unos gigantes salieron de su cuerpo y de sus axilas surgieron un hombre y una mujer.
Para los mayas, los dioses crearon cuatro hombres y cuatro mujeres a partir del maíz amarillo y blanco. Esos hombres eran muy sabios, por lo que los dioses tuvieron miedo de que llegasen a igualarlos. Para impedir que eso sucediera, les soplaron vapor en los ojos, para alterar su sabiduría.
Según los aztecas, Quetzalcóatl, bajo la forma de Xólotl, el dios perro, fue a robar en los infiernos de Mictlantecuhtli los huesos secos de los muertos y los regó con su sangre para dar vida a los hombres.
En Japón, la visión sintoísta postula el nacimiento del cielo y de la Tierra a partir de un huevo primordial, que genera la primera pareja divina, Izanagi e Izanami, su hermana. Finalmente, Izanagi cobra forma humana, después de haber intentado intervenir en el reino de los muertos para traer a Izanami de vuelta.
En Corea, dos diosas, Gung-hee y So-hee, engendraron, cada una, a dos hombres celestes y a dos mujeres celestes; de ambas nacieron doce niños, los ancestros de los humanos.
¿De dónde viene el hombre? ¿De qué está hecho? Estas son las preguntas a las que estos diferentes relatos mitológicos intentan contestar. Pero hoy, con los avances de los conocimientos científicos, estas preguntas ya no existen. Sabemos que el cuerpo del hombre está constituido exclusivamente de los componentes de la materia o, más precisamente, que es materia evolucionada después de un largo proceso de creciente complejidad.
 
Así pues, el cuerpo del hombre no es sino una máquina material inteligente. Solo su alma, si se admite que existe, es de otra naturaleza.
 
Esta concepción del cuerpo del hombre, comúnmente admitida, podría parecernos una evidencia. Sin embargo, no es nada natural, ya que es sumamente humillante para el «ego» humano, a quien le cuesta aceptarla plenamente, incluso a veces hoy.
 
Una vez más, nos encontramos ante un misterio: los hebreos poseían de manera inexplicable un saber contraintuitivo, una verdad mayor con implicaciones metafísicas esenciales. Lo cual da que pensar…
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 326
 
 
Original y revolucionaria, la Biblia hace que las fuerzas de la naturaleza dejen de ser mitología; para los hebreos, mares, bosques, manantiales, colinas, montañas, ríos, tormentas y rayos no comportaban nada divino.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 329
 
 
La mayoría de los pueblos de la Antigüedad, ante la preocupación y la incomprensión suscitadas por los fenómenos naturales, intentaban encontrarles una explicación interpretándolos como el signo de una actividad divina. Es así como, para los griegos, Poseidón es quien pone en movimiento el mar y hace temblar la tierra, Zeus, el que envía los rayos, el arcoíris es la huella dejada por Iris, la mensajera de los dioses, y los ríos están habitados por náyades. Original y revolucionaria, la Biblia hace que las fuerzas de la naturaleza dejen de ser mitología; para los hebreos, mares, bosques, manantiales, colinas, montañas, ríos, tormentas y rayos no comportaban nada divino.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 329
 
 
La cuestión del origen de los hombres fue durante mucho tiempo objeto de intensos debates entre científicos. Los filósofos de las luces, luego algunos científicos, hasta los años 1930, decían estar convencidos de que las razas provenían de linajes diferentes. El descubrimiento de los cromosomas cerró el debate. Más tarde, el descubrimiento del genoma humano permitió precisar las cosas. Diferentes estudios sobre el genoma pusieron en evidencia, gracias al análisis del cromosoma Y (que solo se transmite de padre a hijo), que todos los hombres descienden de un mismo padre que es llamado «Adán Y-cromosómico». Del mismo modo, el estudio de la ascendencia matrilineal realizada sobre el ADN mitocondrial (que solo se transmite por la madre) establecería que la humanidad derivaría de una única madre, llamada «Eva mitocondrial». Tan extraño como pueda parecer, algunos piensan que el Adán y la Eva en cuestión vivían en épocas diferentes; esta hipótesis, sin embargo, se ve cuestionada desde 2013. Lo que la ciencia tiende a descubrir hoy había sido revelado a los hebreos hace tres mil años y se había transmitido a través de las generaciones gracias a la lectura de la Biblia.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 333
 
 
He aquí las siete respuestas que se dieron a lo largo de la Historia y que son, por otra parte, las únicas respuestas lógicamente posibles a la pregunta «¿Quién puede ser Jesús?» (¡se han intentado todo tipo de respuestas!).
 
I. No existió. Es un mito creado a posteriori. (Tesis de algunos ateos y de algunos otros a partir del siglo XVIII: Bauer, Couchoud, Onfray).
 
II. Es un gran sabio (Tesis de Renan, Jefferson, de numerosos francmasones y parte del gran público).
 
III. Es un loco (Tesis sostenida por cierto número de filósofos a partir del siglo XIX —Strauss, Nietzsche— y luego, en el siglo XX, por médicos y psiquiatras, como Binet-Sanglé y William Hirsch).
 
IV. Es un aventurero que fracasó (Tesis del Talmud y del judaísmo).
 
V. Es un profeta (Tesis de los musulmanes y de algunos de sus contemporáneos).
 
VI. Es el Mesías y un hombre extraordinario, pero solamente un hombre (Tesis de los arios y de los cátaros).
 
VII. Es el Mesías y Dios hecho hombre (Tesis de los cristianos y de los judíos mesiánicos).
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 337
 
 
El Talmud atestigua más que ningún otro documento la existencia de Jesús y nos aporta, además, el testimonio valioso de una estancia en Egipto, de los prodigios que realizaba, de las multitudes entusiasmadas por su enseñanza, de su condena y de su ejecución por los romanos en la víspera de Pascuas.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 343
 
 
El surgimiento de un mito responde siempre a un horizonte de expectativas. ¿Su razón de ser? Hacer soñar o entusiasmar a un pueblo, permitir la unión de una nación dándole un orgullo o una esperanza. Nada de todo eso en el caso de un Jesús mítico. ¿Por qué imaginar una figura mítica sacrílega para los judíos, absurda para los paganos, que termina su vida con un estrepitoso fracaso y una muerte infame? Tal hipótesis acumula demasiadas inverosimilitudes.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 346
 
 
Todos los testimonios históricos o arqueológicos son unánimes: Jesús no es un mito, efectivamente existió. Se descarta pues, definitivamente, la hipótesis del «mito de Jesús».
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 346
 
 
¿Por qué los discípulos habrían prolongado la mascarada?
 
Se había autoproclamado el Mesías y murió. La mentira sale entonces a la luz puesto que el Mesías, por definición, estaba destinado por Dios a ser el «Gran Rey», «el liberador de Israel». Los discípulos quedan, por lo tanto, desamparados y dejados a su suerte. Quedan muy pocos. Todos los otros fieles de Jesús huyeron, tal como nos informan los Evangelios.
 
¿Vamos a creer, entonces, que este puñado de cobardes haya podido concertarse en algunas horas para montar la mayor estafa de la Historia?
 
¡Hacer pasar a quien no era finalmente más que un aventurero, perfectamente mortal, por un Dios que bajó a la Tierra! ¡Ir a robar su cuerpo, enterrarlo de nuevo y proclamar su resurrección!
 
¿Cuál podría ser la finalidad de este cuento rocambolesco? La única imaginable es un proyecto de toma de poder. Los discípulos abrigarían la idea de tomar el poder en su país en nombre de Jesús, argumentando la espera de su regreso. Pero, en ese caso, ¿por qué no hacer frente común, sin moverse de allí? ¿Por qué partir a la otra punta del mundo, cada uno por su lado, sin mujer, sin dinero, sin hijos, para contar una historia de un Mesías resucitado a paganos que ignoraban la palabra y el concepto mismo de Mesías?
 
¿Y con qué resultado? Según la tradición, Pedro fue crucificado en Roma en el año 64; Pablo fue decapitado en Roma en el año 67; Juan, exiliado en la isla de Patmos; Santiago el Mayor, decapitado por Herodes en el año 41; Andrés, crucificado en Patras en el 45; Bartolomé, martirizado en Abanópolis, en Armenia en el 47; Simón el Zelote, martirizado en Mauritania alrededor del año 60; Mateo, martirizado por el fuego en el Alto Egipto en el 61; Santiago el Menor fue arrojado del pináculo del Templo y luego lapidado en el año 62; Judas Tadeo murió ahorcado y atravesado por flechas en Armenia en el 65 por orden del rey Sanatruk; Matías, lapidado y crucificado en Etiopía y sepultado en Biritov; Tomás, desollado vivo y atravesado por una lanza en Meliapor, al sur de Madrás (India) en el año 72; Felipe, colgado por los pies y luego crucificado en Hierápolis, en Frigia, alrededor del año 95; Lucas, mártir en Tebas en el 76; Marcos, asesinado en Alejandría.
 
¡Una serie macabra que, vista con ojos humanos, haría cambiar de opinión a más de uno!
 
Como vemos, desde un punto de vista racional, la hipótesis de Jesús aventurero no tiene sentido.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 356
 
 
¿Por qué la prédica de los apóstoles tuvo tanto éxito?
 
Hacía apenas treinta años que Jesús había sido crucificado y ya, en los años 60, los cristianos estaban por todas partes. Hasta en Roma, donde serán injustamente acusados del incendio de la ciudad en el año 64 y donde los arrojan a los leones. ¿Quién puede imaginar un instante que unos pobres aventureros judíos, venidos para enseñar absurdidades en países lejanos y hostiles, hayan podido sin espada, sin dinero, sin instrucción, cambiar pacíficamente la faz del mundo antiguo? ¡Es imposible!
 
¿De dónde sacaron la idea absurda de sostener hasta una muerte violenta una superchería inventada por ellos? ¿Y de dónde sacan el coraje y la obstinación para llevar a cabo ese proyecto?
 
Escuchemos a Pablo: «Cinco veces fui azotado por los judíos con los treinta y nueve golpes; tres veces fui flagelado, una vez fui apedreado, tres veces naufragué, y pasé un día y una noche en medio del mar. En mis innumerables viajes, pasé peligros en los ríos, peligros de asaltantes, peligros de parte de mis compatriotas, peligro de parte de los extranjeros, peligros en la ciudad, peligros en lugares despoblados, peligros en el mar, peligros de parte de los falsos hermanos, cansancio y hastío, muchas noches en vela, hambre y sed, frecuentes ayunos, frío y desnudez. Y dejando de lado otras cosas, está mi preocupación cotidiana: el cuidado de todas las Iglesias» (2 Co 11, 24-28), etc. Si no son más que aventureros en búsqueda de un objetivo temporal, ¿para qué hacer todo eso?
 
La difusión del cristianismo es tan rápida que Tertuliano escribe en el año 190: «De ayer somos y ya hemos llenado todo lo vuestro: ciudades, islas, fortalezas, municipios, aldeas; los mismos campos, tribus, decurias, palacio, Senado, Foro; a vosotros solamente os hemos dejado los templos. […] Hubiéramos podido, sin recurrir a las armas, apartándonos de vosotros, combatiros ya por el mero hecho de ese divorcio desdeñoso. […] Sin duda alguna hubierais quedado espantados ante vuestra soledad, ante el silencio de las cosas y de ese como estupor del orbe muerto».
 
No estamos en el terreno de la aventura, de la demostración de fuerza, del desafío lanzado al destino y a la sociedad. Lo que está en juego es de otro orden, pertenece a otra dimensión. Como las precedentes, la tesis del aventurero se derrumba.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 357
 
 
¿Quién es Jesús? Séptima hipótesis. Vuelve el silencio. Retomemos todo.
 
Subrayemos en primer lugar el enfoque extraordinario que aportan, a pesar de sí mismas, las versiones divergentes de los adversarios de Jesús. El Talmud quiso considerarlo como un aventurero, Renan, como un sabio; y los mitólogos modernos como un mito. Ahora bien, el Talmud lanza una flecha mortal a Renan y a los mitólogos, Renan asesina la versión del Talmud y ambos aniquilan a los mitólogos. Gracias a ellos, ¡no fue necesario citar al más mínimo autor cristiano!
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 363
 
 
No existe ninguna explicación racional al éxito inaudito de la prédica de los apóstoles. ¿Cómo explicar que un puñado de hombres, desprovistos de todo, hayan podido convertir pacíficamente al Imperio romano proclamando una superchería de la que eran autores y se hicieran matar por ella? Es propiamente insensato.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 365
 
 
¿Qué fue de los godos, los visigodos, los ostrogodos, los vándalos, los pictos, los anglos, los sajones, los hunos, los galos, los francos? Y en Oriente, ¿qué fue de los persas, medos, asirios, fenicios, filisteos, cananeos, hititas, jebuseos, etc.? ¡Nada! Desaparecieron, diluidos por esta gran máquina de mezclar y borrar la identidad de los pueblos que es la Historia, con sus guerras, sus migraciones y sus mezclas.
Según los sociólogos y los historiadores, para considerar que un pueblo ha sobrevivido, se necesitan tres condiciones:
• que habite la misma tierra;
• que hable la misma lengua;
• que haya conservado la misma religión.
De acuerdo con estos criterios, los franceses de hoy no pueden ser identificados con los galos o los francos, porque su cultura, su lengua y su religión han cambiado. Por las mismas razones, los italianos no son ya los romanos de hace dos mil años, ni los actuales egipcios el mismo pueblo que el del tiempo de las pirámides. Los babilonios y los persas duraron durante siglos y luego desaparecieron: no queda nada de ellos, ni su lengua, ni su religión.
El pueblo judío parece pues ser el único superviviente de la Antigüedad, una verdadera pieza de museo, un espécimen prehistórico, un dinosaurio viviente de la Historia antigua, viejo con más de 3500 años. Si se tratase de un pueblo originario de un país inmenso como China, de una región protegida por altas montañas como el Tíbet o de una isla aislada como Japón, se comprendería que haya podido resistir al mestizaje general, pero no es el caso. Es todo lo contrario, dado que la planicie costera de Israel es el paso obligado para poner en relación con esos grandes reinos que eran, por un lado, Egipto y, por el otro, los de Mesopotamia y de Oriente Medio.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 372
 
 
El hebreo, que era la lengua del pueblo hebreo y de la Biblia, había desaparecido en tanto que lengua viva a partir del exilio en Babilonia, en 597 a. C. Se mantenía únicamente como la lengua de la Biblia, de la liturgia y de los debates rabínicos. A partir del 1800, conoció, sin embargo, cierto renacimiento en la literatura. Pero fue a finales del siglo XIX, después de veinticinco siglos de letargo, cuando volvió a ser una lengua viva. Es la única lengua «muerta» del mundo que haya resucitado y que es hablada corrientemente por varios millones de personas. Como el hebreo antiguo era pobre, hubo que crear desde cero las palabras del mundo moderno. Lo cual fue iniciado en el siglo XIX por Eliezer Perlman (1858-1922), luego llamado Ben Yehouda. Publicó un Thesaurus y organizó una Academia de la Lengua Hebrea, destinada a enriquecer el lenguaje proponiendo las palabras usuales que faltaban. Desde 1917, los ingleses hicieron del hebreo la lengua oficial del hogar del pueblo judío en Palestina; seguidamente, se convirtió en la lengua oficial del país, a partir de su creación en 1948.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 388
 
 
Jerusalén es uno de los principales puntos de tensión geopolítica de nuestra época y podría incluso un día ser el origen de una guerra de gran alcance. Sin embargo, objetivamente, esta ciudad es un sitio sin interés. Se encuentra a 700 metros de altura, sobre colinas semipeladas, sin río ni ruta comercial interesante, no posee ninguna mina o riqueza agrícola particular. Es, incluso, una de las pocas capitales del mundo sin mar, sin río (a excepción del pequeño torrente del Cedrón) y sin agua. Durante varios miles de años, Jerusalén vivió gracias a pozos, cisternas y derivaciones artificiales de fuentes de agua más lejanas. ¿Se puede imaginar un lugar menos atractivo? Durante mucho tiempo, los manantiales estaban situados en el exterior de la ciudad y, en ese entonces, hubo que construir subterráneos para hacer llegar el agua hasta la urbe.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 390
 
 
Se cuenta, entre los judíos, con una gran proporción de intelectuales, inventores o artistas. Algunos han emitido la hipótesis de que las persecuciones obligan a defenderse y fortalecen, pero la Historia no confirma en absoluto esa hipótesis, y nada equivalente sucedió con los armenios, palestinos, libaneses, etc.
 
22% de los premios Nobel son judíos, aun cuando solo representan el 0,25% de la población mundial: 194 premios Nobel, sobre un total de 871, han sido atribuidos a laureados de origen judío. La lista siguiente de 2017 da las cifras para cada categoría:
 
• Fisiología y Medicina: 55 sobre 204, o sea, 26,5% de los laureados son judíos;
 
• Economía: 29 sobre 69, o sea, 41% de los premios atribuidos;
 
• Física: 52 sobre 193, o sea, 26% de los premios atribuidos en esta categoría;
 
• Química: 36 sobre 160, o sea, 22% de los premios en esta categoría;
 
• Literatura: 12 sobre 108, o sea, 11% del total;
 
• Paz: 9 sobre 101, o sea, 9% de los laureados en esta categoría.
 
De hecho, de manera más general, es verdad que la historia de las ideas se ha visto marcada por grandes figuras como Marx, Freud o Einstein
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 391
 
 
Después de esta incursión en un milagro cosmológico de resonancia bíblica, proponemos en este capítulo explorar una pista, sin duda menos espectacular, pero igual de importante, que conduce a detectar la existencia de un dios. Una vía experimental, podríamos decir. Pero no se preocupe, no pretendemos encontrar a Dios gracias a un microscopio o en el fondo de un tubo de ensayo. Le ofrecemos mucho mejor que eso: sentirlo en usted, oír el eco de su voz en el corazón de su conciencia (como se puede aún —en otro orden— percibir el eco del Big Bang original). Recordemos esta venerable sugerencia de san Agustín: «No salgas afuera; vuelve a ti mismo. La verdad mora en el hombre interior». Pero ¿cómo se puede hacer una cosa semejante? Es muy simple: vamos a tratar de que preste atención a esa parte de usted mismo en que la voz de Dios se expresa, sin que la identifiquemos, en general, como su voz. Queremos hablar de nuestra alma, donde reside nuestra conciencia moral. Para ello, vamos a hacerle, estimado lector, dos preguntas con el objetivo de hacer reaccionar, si existe, esa conciencia moral inscrita en su alma.
 
Tal vez, aquí, algunos protesten: dirán que la moral no necesita a Dios para existir ni para ser conocida; o, al contrario: que, ya que Dios no existe, no existe ninguna moral universal, que en este campo todo es relativo. Pero, en lugar de lanzarnos a una discusión filosófica abstracta y aburrida, le proponemos sumergirse en una situación real que podría hacer surgir, en su interior, un inexplicable grito.
 
Primera pregunta: ¿Acaso está permitido, con la reserva de una mayoría parlamentaria suficiente, matar en cámaras de gas a los judíos, restablecer la esclavitud, practicar la eutanasia de los ancianos, prolongar el derecho al aborto hasta los nueve meses, autorizar la pedofilia? ¿Sí o no? Sin duda contestará: «¡No, de ninguna manera, incluso si hubiese unanimidad en el Parlamento!».
Segunda pregunta: Si le propusieran cien millones de euros por apretar un botón que mataría, en la otra punta del planeta, a una familia numerosa que nunca vio, sabiendo que la impunidad y el secreto le están perfectamente garantizados, ¿qué haría? Y si prefiriese rechazar esa suma fabulosa que pondría solución a sus problemas económicos, ¿acaso sería capaz de decir por qué? ¿Acaso no es usted nada más que un animal evolucionado, tan solo un poco más que esos insectos a los que aplasta sin remordimientos durante el verano? ¿Acaso el planeta no cuenta con demasiados habitantes? ¿No iría incluso en el interés general reducir una población humana ya demasiado numerosa, cuando queda establecido sin lugar a dudas que es tóxica para el planeta? Además, ¿qué es una familia de menos en la otra punta del mundo cuando las guerras, los cataclismos y las epidemias matan de todos modos, cada día, miles de veces más?
Si, a pesar de ello, ha contestado: «¡Pues no, de ninguna manera!» a esas dos preguntas, tendrá que reflexionar sobre las razones de ese rechazo sorprendente, y, por lo tanto, sobre el origen de las normas morales que se imponen a su conciencia. ¿De dónde vienen? ¿De dónde viene la voz que nos ordena gritar: «¡no!»? Porque, si Dios no existe, tampoco existe el mal, y entonces todo está permitido.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 441
 
 
Si considera que es insoportable cometer ciertos actos, que existen acciones absolutamente malas, inconcebibles, si se niega, con todas sus fuerzas, a la idea de que su sentimiento de obligación interna pueda ser una simple ilusión darwiniana, entonces hay que sacar las consecuencias de ello. El rechazo categórico que usted siente cuando le proponemos apretar un botón para ganar cien millones no es un rechazo de prudencia, o el resultado de un mero cálculo (el temor a ir a la cárcel). Tampoco es una astucia de los genes, porque, a partir de ahora, conociendo esa inclinación genética del mismo modo que su origen, es usted capaz de liberarse de ella: se trata, efectivamente, del descubrimiento de una prohibición absoluta. Y, ya que hemos agotado las fuentes internas de la naturaleza física, no nos queda más que suponer una fuente exterior, «de otro orden», como habría dicho Pascal. Pues bien, esa fuente de otro orden es nuestra alma. Y nuestra alma es el lugar en el que oímos esa voz. Nuestra alma no es, ella misma, esa voz. Porque lo que habla en nosotros, cuando de moral se trata, parece superarnos como individuos.
 
Siguiendo esta lógica, resulta que nuestra alma, en última instancia, lleva la huella de un designio que nos supera. Espiritual y absoluta, encuentra necesariamente su origen en una causa espiritual y absoluta, trascendente al orden de las cosas físicas. Y los imperativos incondicionales que esa causa espiritual confirió a nuestra alma son el indicio de una finalidad, en sí, incondicional. La existencia tiene un sentido. Y no fue determinado por la evolución darwiniana ni por la sociedad. La causa espiritual, de la que nuestra alma es pariente, es la autora de ese sentido. Así, hemos llegado a la respuesta: si algunos actos provocan en nosotros rechazo, si usted retrocede de horror ante la idea de herir a un alma inocente, es porque la voz de Dios resuena en su alma. Y si tenemos que vivir a la altura de hombre o mujer, es porque Dios nos dio nuestra naturaleza para inscribirla en un designio mayor que nosotros mismos.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 448
 
 
Se podría pensar que, después de semejante ofensiva, no quedó nada de las pruebas de la existencia de Dios. Fue esto verdad durante cierto tiempo. Digamos dos siglos. Pero los teístas no habían dicho su última palabra. Desde los años 1960, primero en los Estados Unidos, luego en todo el mundo anglófono, y progresivamente en la Europa continental, la metafísica ha vivido un gran retorno. ¿Por qué?
 
Simplemente porque las objeciones de los ateos de los siglos XVIII y XIX no eran decisivas.
 
En primer lugar, la «máquina de guerra» montada por Kant perdió mucha fuerza y prestigio: excelentes filósofos se esforzaron por mostrar que gran cantidad de sus argumentos no funcionaban; en particular, que es totalmente falso que la razón pueda demostrar todo y su contrario acerca de las grandes cuestiones metafísicas. Además, la ciencia ha mostrado desde Kant —gracias a Einstein— que se puede perfectamente razonar acerca del Universo considerado en su totalidad y, lo que, es más, que el Universo tuvo muy probablemente un comienzo; lo que contradice totalmente las afirmaciones de Kant, según las cuales es imposible pronunciarse sobre esas cuestiones.
 
Luego, el cientificismo, según el cual no existe nada más que átomos en el vacío eterno, se encuentra hoy totalmente desacreditado; se trata de una vieja ideología del siglo XIX. Es falso que todo lo que existe sea explicable gracias a interacciones electroquímicas entre partículas elementales: la conciencia, por ejemplo, es irreductible a ese tipo de realidad, es de otra naturaleza. Supone propiedades que están fuera del alcance de la ciencia física matematizada.
 
En cuanto a los pensadores de la sospecha, durante mucho tiempo desanimaron tal vez a mucha gente de ocuparse de Dios, pero en realidad, no refutaron nada. ¡Que puedan existir motivos equivocados para creer en Dios (el resentimiento contra la existencia, el deseo de huir del mundo, la búsqueda de consuelo ante una sociedad injusta, la nostalgia de un padre ausente) no implica que Dios no exista! Y, sobre todo, todos esos motivos equivocados denunciados por los pensadores de la sospecha no anulan los buenos motivos que puede haber para creer en Dios. En resumidas cuentas, las críticas psicológicas, morales o sociológicas de la religión no tienen, en realidad, nada que ver con la cuestión de saber si Dios existe.
 
A partir de los años 1960, se puede decir que todas esas objeciones contra las pruebas de la existencia de Dios habían sido examinadas, evaluadas y finalmente consideradas como no decisivas. No quedaba más que volver a empezar de cero. Fue lo que ocurrió en Gran Bretaña y en Estados Unidos, donde una verdadera revolución silenciosa tuvo lugar en los departamentos de Filosofía durante los años 1960 y 1970. Muchos filósofos universitarios volvieron a la metafísica. No todos para probar la existencia de Dios, es verdad, pero al menos para reconocer que la pregunta merecía ser planteada. ¡De modo que nunca se escribieron tantos libros con el propósito de proponer pruebas filosóficas de la existencia de Dios como en nuestra época! Citemos algunos nombres contemporáneos: Peter Forrest, Alvin Plantinga, Richard Swinburne, William Craig, Alexander Pruss, Robert Koons, Edward Feser, Joshua Rasmussen, Robin Collins, David S. Oderberg, Emanuel Rutten…
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 456
 
 
I. La suprema inteligencia
 
El primer argumento parte de un hecho que maravillaba a Platón, como también maravillaba a Einstein: el Universo es inteligible. Más precisamente, el universo físico es descriptible gracias a las matemáticas, hasta tal punto que parece literalmente «tejido». No solo las matemáticas permiten expresar las leyes de la mecánica o de la química, sino que ciertas teorías matemáticas desarrolladas libremente, sin ningún vínculo con la ciencia física, y según exigencias puramente formales, se revelan, décadas más tarde, proveedoras de las herramientas necesarias para la descripción del mundo. Los números complejos, los espacios de Hilbert, la teoría de grupos… Todas esas entidades matemáticas fueron descubiertas sin ninguna relación con la realidad física, pero luego ofrecieron a los científicos herramientas perfectamente adaptadas a la formalización de la física cuántica y de la relatividad. Precisemos lo siguiente: mientras nos atenemos a la aritmética elemental, se puede considerar que las matemáticas derivan simplemente de la realidad física; por lo tanto, no es sorprendente que la realidad corresponda a las matemáticas: ¡es que derivan de ella! Pero, cuando se trata de estructuras matemáticas infinitamente más complejas, elaboradas sin ningún vínculo con las manipulaciones concretas de la vida cotidiana (como el conteo o la agrimensura), la teoría empirista ya no funciona y estamos ante un verdadero enigma. Porque de esta correspondencia milagrosa no hay, aparentemente, otra explicación más que la «dichosa coincidencia». Es lo que llevó a Eugene Wigner, premio Nobel de Física, a hablar en un capítulo célebre de la «irrazonable eficacia de las matemáticas». Sea cual sea la filosofía de las matemáticas que se adopte, nos encontramos efectivamente en un callejón sin salida: si se considera, con la escuela realista, que las matemáticas tienen un objeto real —entidades inmateriales y eternas—, no vemos por qué la realidad física, material y cambiante tendría que conformarse a ellas. Sobre todo, teniendo en cuenta que lo que caracteriza a las ideas inmateriales y eternas es el hecho de no tener eficacia causal. No actúan sobre el mundo. Existen aparte, simplemente. Ahora bien, si se considera, con la escuela convencionalista, que las matemáticas no son más que un lenguaje inventado por el hombre, una convención coherente pero que no describe nada real, no estamos mucho mejor: porque no vemos tampoco —tal vez aún menos— por qué la realidad se encontraría en acuerdo con ellas. En ambos casos, la correspondencia entre las investigaciones llevadas libremente por los matemáticos y la realidad física permanece inexplicable, salvo gracias a una coincidencia que raya en el milagro. Tal aporía apunta evidentemente hacia la única solución: que las formas matemáticas hayan determinado la formación misma del mundo, o sea, que el mundo haya sido concebido por una inteligencia.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 459
 
 
Escuchemos también el testimonio del físico australianobritánico Paul Davies: «La tentación de creer que el Universo es el producto de una especie de designio, la manifestación de un arbitraje matemático estéticamente sutil, es aplastante. Sospecho que una mayoría de físicos creen como yo que hay "algo detrás de todo esto"».
 
El argumento es el siguiente:
 
• Si el mundo no fue concebido por una inteligencia, la aplicabilidad de las matemáticas es una coincidencia.
 
• Ahora bien, es muy improbable que la aplicabilidad de las matemáticas sea una coincidencia.
 
• Por lo tanto, es muy probable que el mundo haya sido concebido por una inteligencia.
 
La primera proposición se demuestra por el callejón sin salida explicativo que hemos descrito: ni el empirismo, ni el realismo ni el convencionalismo funcionan. La segunda proposición deriva simplemente del sentido común. La conclusión es la consecuencia lógica.
 
Notemos de paso que la resolución del callejón sin salida también permite zanjar una duda entre las diferentes teorías de las matemáticas: los realistas se suelen preguntar «dónde» y «cómo» pueden existir las entidades matemáticas. Efectivamente, parece absurdo suponer que ciertas ideas existen en sí, suspendidas en el cielo inteligible, sin un pensador para pensarlas (una idea sin pensador es como una canción sin cantante). Ahora bien, si una inteligencia creó el mundo, la solución está al alcance de la mano: las ideas matemáticas existen en el intelecto divino que las piensa. Por otro lado, si el mundo fue creado conformemente a ideas matemáticas, es evidente que la tesis convencionalista se viene abajo: las ideas matemáticas concebidas por los hombres no son convenciones arbitrarias, ni meras herramientas, ya que existen en el propio entendimiento divino. Entonces, los realistas tienen razón.
 
Para terminar, una pequeña clarificación acerca de la conclusión: podríamos objetar que la inteligencia que estamos llevados a postular no es forzosamente «Dios», en el sentido pleno del vocablo. Podría tratarse de una especie de «demiurgo», o sea, de un artesano supremo, organizador de una materia preexistente, del modo en que lo supone Platón en su diálogo titulado Timeo. En realidad, no es el caso, por el motivo siguiente: no existe materia no organizada de manera absoluta, absolutamente caótica; todo, incluso las últimas partículas elementales, se puede describir por medio de las matemáticas; en consecuencia, no existe nada que pueda existir independientemente de la acción de la inteligencia suprema. No hay «residuo». Lo único absolutamente informe no es una cosa, es la nada. Por consiguiente, todo sale de la inteligencia de la que hablamos. Por lo tanto, no es solo formadora, también es creadora.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 461
 
 
II. Lo Único necesario
 
Este argumento parte de una pregunta tan simple como vertiginosa: «¿Por qué hay algo en lugar de nada?». Observen que esta pregunta, tan impactante, es perfectamente legítima. En el plano puramente lógico, puede tener cabida sobre la base de un principio muy sólido, que se llama —desde Leibniz— el «principio de la razón suficiente». Dicho principio, que es el resorte de cualquier investigación, se enuncia de la manera siguiente: todo lo que existe tiene una explicación de su ser, o bien en sí mismo, o bien en otra cosa. Se puede notar que, si este principio fuese falso, tendríamos que vivir en un mundo caótico, imprevisible, donde toda clase de cosas surgirían sin explicación, en cualquier momento. Evidentemente, no es el caso. Por lo tanto, confortados por la experiencia, podemos aplicar ese principio sin reticencia alguna y preguntarnos por qué el Universo existe. En este punto de la reflexión, considerando que la ciencia ha mostrado una excelente competencia para explicar los fenómenos, podríamos tener la tentación de confiarle la resolución de esta última pregunta. Razonaríamos entonces del siguiente modo: tomemos el Universo en un instante dado; la existencia del Universo en ese instante se explica por la del Universo en el instante precedente, mediante la aplicación de las leyes de la naturaleza. Ese estado precedente, por su parte, puede ser explicado a su vez por un estado precedente, y así sucesivamente, hasta el infinito. El Universo en toda su duración puede ser definido como la suma total de sus propios estados, y cada estado tiene una explicación en un estado precedente, por lo que todo estaría así explicado sin que sea necesario recurrir a una causa exterior. Nuestra gran pregunta metafísica perdería todo su fuelle y encontraría una solución al mismo tiempo. Pero esa explicación no se sostiene. Al remitir de este modo una causa a otra causa, hasta el infinito, no explicamos la existencia del Universo; explicamos tan solo sus transformaciones. Explicamos por qué, admitiendo que un Universo existe, se encuentra en tal o tal estado en los diversos momentos de su historia. Pero la pregunta fundamental —la de la existencia de la serie entera— queda abierta. La ciencia física no puede, por construcción, contestar a esta pregunta: trata, efectivamente, de todo lo que se encuentra dentro del Universo, pero admite necesariamente como un dato bruto la existencia misma del Universo. Una explicación científica de la existencia del Universo tendría que referirse a un estado precedente del Universo, o sea, presuponer esa existencia misma. De ese modo, se limitaría a retrasar el problema hasta un punto anterior, sin resolverlo. Hay que aceptar la evidencia: incluso si el Universo era eterno en el pasado, incluso si no tuvo comienzo, esta inmensa serie de causas y de efectos encadenados necesitaría una explicación. Se razona entonces de la manera siguiente: Todo lo que existe tiene una razón de ser en sí (cosa necesaria) o en otra cosa (cosa contingente). Ahora bien, la totalidad de las cosas contingentes no puede tener su razón de ser en sí. Por lo tanto, la totalidad de las cosas contingentes tiene su razón de ser en otra cosa. Ahora bien, esa otra cosa es forzosamente una cosa necesaria. Por lo tanto, la totalidad de las cosas contingentes tiene su razón de ser en un ser necesario. Ahora bien, el Universo forma parte de la totalidad de las cosas contingentes. Por lo tanto, el Universo tiene su razón de ser en un ser necesario. Ahora bien, un ser necesario está desprovisto de todas las características propias de los seres contingentes: espacio-temporalidad, limitación cuantitativa, composición. Por lo tanto, la totalidad de las cosas contingentes (entre ellas, el Universo) tiene su razón de ser en un ser no espacial, atemporal y simple. Lo llamaremos «Dios». Como vemos, si se aceptan las ocho primeras proposiciones, la conclusión deriva de manera necesaria. Si se la quiere rechazar, hay que rechazar al menos una de las proposiciones en cuestión. Retomemos el razonamiento, paso a paso. La proposición n.º 1 enuncia el principio de la razón: al mismo tiempo, define la diferencia entre las realidades necesarias (que tienen su explicación en sí mismas) y las realidades contingentes (que tienen su explicación en otra cosa). Cabe precisar aquí que, para distinguir entre las dos, se procede de la manera siguiente: nos preguntamos si es posible concebir de manera coherente que la cosa en cuestión haya sido diferente (por ejemplo, en otro mundo). Si es imposible, se trata de una cosa necesaria, que tiene su razón de ser en sí; si es posible, se trata de una cosa contingente, que tiene su razón de ser fuera de sí misma, en lo que se llama comúnmente una causa. Tomemos un ejemplo: es imposible concebir que «1+1= 2» sea falso, incluso en otro mundo. Parece, por lo tanto, que la realidad —inmaterial— descrita por esta proposición sea absolutamente necesaria, en sí. Lo mismo ocurre con las leyes de la lógica. Estas son las únicas realidades corrientemente accesibles que gozan de la necesidad absoluta. En cambio, si tomamos las frases «nací el 7 de mayo» o «la torre Eiffel mide 320 metros», o aun «el electrón tiene una masa de 9,109 × 10−31 kg», vemos perfectamente que enuncian verdades contingentes. No hay, en efecto, ninguna dificultad para concebir que sea de otro modo. Describen hechos, ciertamente, pero no se ve ningún obstáculo lógico para que sea de otro modo. Habría podido nacer el 8 del mes de mayo, la torre Eiffel habría podido tener dos metros menos y —al menos en otro mundo— el electrón podría tener una masa diferente. Si no es el caso, es que hay una razón exterior, una causa. Aunque no se la conozca. Las proposiciones n.º 2 a 5 son consecuencias lógicas de la primera: si reunimos en un gran paquete (¡gracias al pensamiento!) la totalidad de los seres contingentes (los que tienen una explicación fuera de sí mismos), se obtiene una gran entidad contingente, que tiene, por lo tanto, su explicación fuera de sí misma. Como contiene todos los seres contingentes, no puede ser explicada por un ser contingente. Por lo tanto, es forzosamente explicada por un ser necesario. Es coherente con lo que decíamos más arriba acerca de la seudoexplicación científica del Universo: una cadena infinita de seres contingentes no se explica por sí, porque es necesariamente contingente. Por lo tanto, hay que ir a buscar una causa exterior. La proposición n.º 6 afirma que el Universo forma parte de la categoría de los seres contingentes. Algunos estarán tentados de objetar que, si las cosas compuestas son efectivamente contingentes (y necesitan causas), su materia constitutiva, a su vez, tiene su razón de ser en sí misma, y, por lo tanto, no necesita explicación exterior. Así pues, dirán que la materia-energía es el ser necesario que buscamos. La materia tendría que ser puesta en el mismo plano que las realidades matemáticas y lógicas. Es la tesis panteísta de Spinoza: «Dios es la Naturaleza». Por lo tanto, la búsqueda tendría que detenerse con el descubrimiento de la materia-energía. Pero es imposible. Porque la materia no lleva en sí su propia explicación: está, al contrario, marcada por todos los estigmas de la contingencia. Las mentes científicas lo reconocen: las características fundamentales de la materia no tienen ningún carácter de necesidad, o sea, que se puede perfectamente concebir, sin contradicción, que hubieran sido diferentes.
 
Por consiguiente, debemos considerar que la materia fundamental del Universo es contingente: para que no lo sea, sería necesario que las proposiciones gracias a las cuales se la describe tengan la misma evidencia cegadora que las proposiciones de la lógica o de las matemáticas. Lo cual, a todas luces, no es el caso. La proposición «el electrón tiene una masa de 9,109 × 10−31 kg» lo tiene todo de una proposición arbitraria, le falta cruelmente una explicación, contrariamente a «1+1= 2», que no requiere ninguna explicación particular, ya que la tiene en sí misma. La proposición n.º 7 se limita a sacar la conclusión de las precedentes: si el Universo, considerado en su materia constitutiva, es contingente, entonces su existencia debe tener una explicación, y esta no puede residir de manera última sino en un ser necesario. Viendo perfilarse una conclusión que temen, habrá algunos que intentarán resistir a esta proposición. Dirán que el principio de la razón, si se aplica en el interior del Universo, no tiene que aplicarse al Universo tomado como un todo. Mantendrán entonces que la existencia del Universo no tiene explicación alguna. Ya no es la tesis de Spinoza, sino la de Sartre: se reconoce que el Universo es contingente, pero se añade que es completamente absurdo, que no tiene explicación alguna, de ningún tipo. El problema esta vez es que para sostener esa tesis hay que hacer una excepción al principio de la razón. Pero ¿cómo justificarla? La carga de la prueba incumbe a quienes hacen excepciones. En general, invocan un motivo muy simple: no puede haber explicación del Universo… porque no existe nada fuera de él. ¿Cómo saben que no existe nada fuera del mundo físico? ¡Esto es precisamente de lo que se trata! El sentido común nos pide más bien mantener las dos verdades más firmes: el Universo es contingente y el principio de la razón suficiente es válido. La conclusión entonces es inmediata: si el Universo existe, es simplemente que tiene una explicación causal fuera de él. La proposición n.º 8 atrae nuestra atención sobre las características bien particulares de la primera causa: ya que explica la totalidad de los seres físicos, no puede ser física; es por lo tanto inmaterial. Noten bien que, si la causa necesaria tuviese propiedades espaciotemporales, se podrían formular respecto de ella todas las preguntas que se hacen a propósito de la materia: «¿Por qué está determinada cuantitativamente de esa manera, y no de otra?», etc. En fin, sería contingente. Esa causa está, por lo tanto, libre de todo lo que hace que lo contingente necesite una explicación externa: es inesperada, no tiene extensión, no tiene determinación cuantitativa de ninguna especie, no depende de nada, no tiene partes que la constituyan, no es finita (porque, ante toda magnitud dada, se puede replicar «¿y por qué no otra?»). Dicho positivamente: no tiene causa, es absolutamente simple, inmaterial, no es esto o aquello, sino el ser absoluto, sin restricción. En realidad, si pudiéramos intuir directamente la esencia de ese ser —lo que nos es imposible— deberíamos tener la misma impresión de evidencia absoluta que cuando consideramos una verdad lógica: no nos veríamos llevados a formular la más mínima pregunta, porque nada podría ofrecer el menor asidero a una petición de explicación. Es toda la diferencia que existe entre lo arbitrario y la necesidad. ¿Por qué llamar «Dios» a semejante ser? Por dos razones: la primera es que la causa primera es inmaterial. Ahora bien, conocemos dos tipos de seres inmateriales: las abstracciones y los espíritus. Y la causa primera no puede ser una abstracción (como un número o bien una función matemática) por el simple motivo de que las abstracciones no tienen poder causal (no es el número 15 el que gana la partida, sino los quince jugadores del equipo). Ahora bien, la causa primera, como su nombre indica, tiene un poder causal; y no cualquiera. Tiene, por lo tanto, que ser algo análogo a un espíritu. De hecho, este punto es coherente con la conclusión del primer argumento. Además, se desprende de las características del ser necesario que es forzosamente único. Imaginemos por un momento que haya dos seres necesarios: ya que no son materiales, no podrían ser distinguidos de manera espaciotemporal. Sería, por lo tanto, necesario distinguirlos por su definición; pero es imposible, ya que es propio del ser necesario, precisamente, el ser la existencia sin definición, o sea, sin restricción, sin determinación particular, sin contorno que requiera una explicación exterior; en definitiva, el ser en su plenitud. Ahora bien, no puede haber dos maneras distintas de ser «el ser puro». Por lo tanto, si hubiese dos seres necesarios, serían absolutamente indiscernibles y, por lo tanto, serían… el mismo ser. Resumamos: la causa necesaria es un espíritu todopoderoso único. Difícilmente se puede hacer un retrato-robot más parecido a la figura comúnmente llamada «Dios».
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 462
 
 
III. El Creador del tiempo
 
Hemos dicho en el argumento precedente que, aunque fuese eterno, el Universo necesitaría una explicación exterior, capaz de explicar su origen. Después de todo, Dios habría podido crear perfectamente un mundo eterno, que dependiese eternamente de él. Pero ¿acaso estamos seguros de que el Universo pueda existir desde una eternidad? Esta pregunta merece ser formulada. Es el objeto del tercer argumento.
 
Ahora bien, si se reflexiona a fondo, resulta que el Universo no puede ser eterno, simplemente porque el pasado no puede ser infinito.
 
Pensémoslo: si el pasado fuese infinito, el presente nunca habría acaecido.
 
El Universo seguiría atravesando un número infinito de etapas que preceden al presente. Porque, del mismo modo que es imposible alcanzar el infinito gracias a sumas sucesivas, partiendo de cero, es imposible alcanzar el cero partiendo de menos el infinito. ¿Cómo podríamos provenir de un lugar que es imposible alcanzar? Es incluso peor que eso: es imposible «partir de menos el infinito», ya que esta carrera ni siquiera tiene punto de partida. «Provenir del infinito —dice William Craig— es como tratar de saltar fuera de un pozo sin fondo». Es una operación que tiene la forma siguiente: ∞ +1= ∞. No puede progresar. La conclusión se impone: el pasado es finito. Hubo, forzosamente, un comienzo radical. Habrán notado que este argumento no se funda en la astrofísica, la teoría del Big Bang ni nada por el estilo. El argumento es puramente filosófico. Consiste esencialmente en demostrar que la existencia de un pasado infinito se topa con imposibilidades lógicas y metafísicas. Además de la imposibilidad de realizar una travesía infinita, también se puede mostrar que un pasado infinito supone una cadena causal sin comienzo, y que tal cadena lleva a contradicciones irresolubles. Se puede proponer una experiencia de ejercicio mental para ilustrar esta última contradicción. Admitamos que el Universo se reduzca a dos partículas existentes desde un tiempo infinito: Alfa y Beta. Alfa vibra todos los segundos. Añadamos que una sola vibración de Alfa basta para hacer pasar Beta de un estado – a un estado +. Y esto, de manera definitiva. Observemos ahora la partícula Beta, en el instante t. En buena lógica, vamos a constatar que está en un estado + (ya que, sea cual sea el instante en que se mira, ya hubo un número infinito de vibraciones periódicas de Alfa). Pero una pregunta surge entonces: ¿gracias a qué vibración precisa Beta llegó a ese estado? ¿Gracias a la vibración que tuvo lugar en t-1? No, evidentemente, porque antes de la vibración en t-1, hubo una vibración en t-2. El problema es que esta anotación también vale para t-2, y, por lo tanto, para t-n. En realidad, tan lejos como se vaya, siempre tenemos que concluir que hay que retroceder una vez más. Llegamos entonces a una contradicción: Beta tiene que estar forzosamente en el estado +, pero ninguna vibración Alfa puede haberla puesto en ese estado. Es absurdo. Ahora bien, la absurdidad de esta situación es únicamente generada por el carácter infinito de la cadena causal. Se puede concluir que semejante cadena es imposible. Ningún fenómeno, ningún acontecimiento pueden tener una historia causal infinita.
 
La conclusión intermedia nos parece por lo tanto sólida: el tiempo empezó. Sin embargo, este simple hecho es vertiginoso…
 
Porque no estamos hablando del comienzo de algo que esté dentro del tiempo, sino del comienzo del propio tiempo, o sea, del comienzo radical. Hay que entenderlo bien: del mismo modo que es absurdo preguntar lo que hay «al norte del Polo Norte», es absurdo preguntar lo que hay «antes del tiempo». No hay un antes. Que el tiempo tenga un comienzo implica que toda realidad física espaciotemporal concebible (aquí, pongan todos los «multiversos» que quieran) tiene necesariamente un comienzo radical. O sea, un principio no precedido de ningún tipo de tiempo ni, por lo tanto, de ningún tipo de realidad espaciotemporal. ¿Quiere ello decir que todo surgió sin causa? ¡En absoluto! El principio de causalidad se aplica: todo lo que empieza a existir tiene una causa. Negarlo es optar por la magia y sostener que algo puede surgir de la nada. El Universo, por lo tanto, tiene una causa. Simplemente, esta causa no es banal: está fuera del tiempo (ya que es su causa), está fuera del espacio (todo lo que tiene extensión se mueve y todo lo que se mueve está en el tiempo), es infinitamente potente (ya que produjo la totalidad del mundo físico sin actuar sobre una materia preexistente). En definitiva, no actuó antes del primer instante del Universo, sino en el primer instante del Universo y permanece, ya que es atemporal.
 
El argumento se sintetiza de la manera siguiente:
 
Todo lo que empieza a existir tiene una causa.
Ahora bien, la totalidad de la realidad espaciotemporal empezó a existir.
Por lo tanto, la totalidad de la realidad espaciotemporal tiene una causa.
Si la totalidad de la realidad espaciotemporal tiene una causa, esa causa es atemporal, no espacial, sin causa e infinitamente potente.
Por lo tanto, la totalidad de la realidad espaciotemporal fue causada por un ser no espacial, atemporal, sin causa e infinitamente potente.
La proposición n.º 1 es evidente. La proposición n.º 2 se basa en la imposibilidad de atravesar un infinito real; la proposición n.º 3 es una consecuencia de las dos proposiciones precedentes; la proposición n.º 4 describe las propiedades necesarias de la causa en cuestión: la causa del tiempo no puede, so pena de contradicción, ser precedida por algo, sea lo que sea, ni estar ella misma en el tiempo. La conclusión se deriva de manera necesaria.
 
Hagamos un balance: dadas las pasiones que levanta el nombre de Dios, es bastante natural que sigan las controversias y que no se llegue a un acuerdo unánime de los filósofos acerca de estos tres argumentos. Pero grandes filósofos contemporáneos sostienen los argumentos que acabamos de exponer: citaremos, entre muchos otros, a David Oderberg, Joshua Rasmussen, Robert Koons y Alexander Pruss. Y, lo que, es más, esos argumentos convencieron a ateos rigurosos, dotados de fuertes exigencias intelectuales. Vale la pena leer, entre estos, el testimonio de un filósofo norteamericano contemporáneo, Edward Feser:
 
«No sé exactamente cuándo tuvo lugar el desencadenante. No fue un acontecimiento único, sino más bien una transformación gradual. Mientras daba unas clases acerca de las pruebas de la existencia de Dios y reflexionaba sobre el tema, en particular sobre el argumento cosmológico, primero pensé: "Esos argumentos no son buenos"; luego, me dije: "Esos argumentos son un poco mejores de lo que se dice habitualmente"; luego: "Esos argumentos son en verdad muy interesantes". Al final, fue como un golpe en la cabeza: "Pero, diantre, bien mirado, ¡esos argumentos son buenos!". ¡En el verano del 2001, me vi tratando de convencer a mi cuñado, físico, de que el teísmo filosófico tenía fundamentos sólidos!».
 
Si los tres argumentos que acabamos de presentar son válidos —y creemos que lo son— podemos concluir que el Universo, y de manera más general toda realidad contingente, conocida o desconocida por nosotros, tienen como causa un ser necesario, simple, único, inmaterial, atemporal, sin causa, infinitamente potente e inteligente. ¡No nos parece exagerado llamarlo «Dios»!
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 469
 
 
El materialismo no ha sido siempre más que una creencia; ahora, es una creencia irracional. Siempre podrá existir la libre elección de un gran número de personas, pero será una elección desprovista de todo fundamento racional. Su principal razón de ser consistirá en aportar una justificación intelectual al individualismo y al rechazo de toda referencia moral.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 473
 
 
¿Qué enseñanzas el lector va a retener de este libro, una vez acabada la lectura?
 
A los creyentes, este libro les permitirá comprender hasta qué punto sus convicciones tienen fundamentos racionales sólidos, si bien nuestra época no deja de repetirles lo contrario. Este amplio conjunto de pruebas les dará las armas necesarias para responder a ese dictado de lo «intelectualmente correcto» que repite sin parar que la creencia en Dios pertenece al campo de lo irracional y que debe, por ello, limitarse a la esfera interior. Ahora bien, esto es totalmente falso. La verdad es incluso exactamente lo contrario: en efecto, la creencia irracional es más bien lo que supone el materialismo.
 
A los que se interrogan de manera esporádica acerca de la existencia o no de realidades espirituales o acerca de las razones por las cuales existe algo en lugar de nada, este libro les permitirá tomar conciencia de hasta qué punto la hipótesis materialista no es realista y, a la inversa, hasta qué punto la tesis teísta está fundada.
 
Finalmente, a los materialistas, que han tenido la paciencia y la valentía de leernos hasta el final, porque se esfuerzan por mantener su propia coherencia, este libro les permitirá tomar la medida del desafío al que se ven ahora confrontados. Dicho desafío no consiste, ciertamente, en refutar tal o tal prueba de la existencia de Dios presentadas en este libro, ¡sino todas aquellas que han sido presentadas al mismo tiempo! Porque si, en el campo de la lógica, una sola prueba válida basta para validar una tesis, a la inversa, para demostrar que una tesis es falsa (en el caso presente, la de la existencia de Dios), es necesario probar que todas las pruebas avanzadas son falsas.
 
Así pues, si quieren negar la existencia de Dios, no tendrán más opción que creer simultáneamente que:
 
• existe un número casi infinito de otros universos, distintos al nuestro, ya que este es hoy el único comodín posible que hay para escapar al problema del ajuste fino del Universo (tendrán que creerlo firmemente, aunque no exista el menor indicio de ello, ni la menor prueba de dicha tesis);
 
• el primero de esos universos en número casi infinito no surgió de la nada;
 
• el salto de lo inerte a lo vivo pertenece al campo de las probabilidades aceptables;
 
• Jesús no es más que un aventurero que fracasó;
 
• las sorprendentes verdades de la Biblia se deben a un golpe de suerte;
 
• el destino del pueblo judío no es algo fuera de lo común;
 
• el milagro de Fátima es una superchería;
 
• el bien y el mal no existen y, por consiguiente, todo está permitido.
 
El materialista que se sintiese presa de vértigo ante la ingente cantidad de estas creencias obligatorias, tan numerosas como escabrosas y de las que nunca había tomado conciencia (él que pensaba simplemente que no era creyente, y que ahora se da cuenta de que en adelante tendrá que aceptarlas para seguir siendo coherente), probablemente haya dado un paso importante hacia la verdad.
 
Pues Dios creó al hombre para que este lo busque.
 
Dios creó a los hombres «para que busquen a Dios, por si, tal vez, palpando, puedan hallarlo, aunque es cierto que no está lejos de cada uno de nosotros». (Act 17, 27). Esta afirmación del apóstol Pablo es una incitación a la reflexión, como lo es también este libro.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 474
 
 
Puntos de referencia cronológicos
• -13 800 000 000 años: Big Bang — T= 0
• 10−43 segundos después del instante 0: aparición simultánea del tiempo, del espacio y de la materia/energía en un diámetro de 10−35 metros con una temperatura de 1032 grados
• entre 10−12 y 10−6 segundos: aparición de los quarks y de los electrones
• entre 10−6 y 10−4 segundos: aparición de los protones y de los neutrones
• entre 3 y 15 minutos: aparición del hidrógeno, del helio, del litio y del berilio
• -13 799 620 000 años: primera emisión de luz (CMB por Cosmic Microwave Background en inglés) de un Universo a 3000 kelvin
• -10 000 000 000 aproximadamente: creación de los átomos pesados en las estrellas de primera generación transformadas en supernovas al final de su vida.
• -5 000 000 000: comienzo de la formación del Sol, estrella de tercera generación.
• -4 540 000 000: formación de la Tierra.
• -4 520 000 000: formación de la Luna.
• -3 800 000 000: primera vida unicelular con ADN en medio acuático.
• -2 100 000 000: aparición de la vida pluricelular en medio acuático.
• -542 000 000: explosión cambriana en medio acuático con aparición de la casi totalidad de los planes conocidos de organización.
• -480 000 000: aparición de las plantas terrestres.
• -445 000 000: primera de las cinco grandes extinciones con desaparición de 85% de las especies.
• -400 000 000: aparición de los insectos.
• -230 000 000: aparición de los dinosaurios.
• -200 000 000: aparición de los mamíferos.
• -150 000 000: aparición de los pájaros.
• -65 000 000: extinción masiva del Cretácico-Terciario, con la desaparición de los dinosaurios.
• -45 000 000: aparición de los monos.
• -3 000 000: surgimiento del género Homo.
• -300 000: primer Homo sapiens sapiens.
• -15 000: primeros dibujos en las grutas de Lascaux.
• -3500: invención de la escritura en Sumeria.
• -2000: Abraham.
• -1200: Moisés.
• -1000: David.
• -586: exilio de Israel en Babilonia.
• -475: Confucio.
• -450: Parménides enuncia el principio lógico según el cual «nada surge de la nada absoluta» y deduce de ello la eternidad del Universo y de la materia.
• -428: Anaxágoras de Clazómenas enuncia que «Nada nace ni perece, sino que hay mezcla y separación de las cosas que existen», principio que será retomado posteriormente por Lavoisier.
• -400: Buda.
• -384: Aristóteles deja una monumental obra, que sigue resultando inspiradora, sobre les conceptos de Dios, del alma y del conocimiento.
• -333: Alejandro Magno.
• -300: Euclides establece los fundamentos de la geometría.
• -240: Eratóstenes evalúa correctamente el perímetro de la Tierra.
• -50: Julio César.
• -10: César Augusto.
• -5: nacimiento de JESUCRISTO.
• 150: Ptolomeo describe el movimiento de los astros.
• 400: san Agustín.
• 529: construcción del hospital por el emperador Justiniano.
• 622: Mahoma funda el islam.
• 800: primeras catedrales.
• 1000: el papa Silvestre II impone el sistema decimal en Europa.
• 1094: invención del reloj.
• 1150: fundación de la Universidad de París.
• 1150: primera fábrica industrial de papel en Europa, en Xàtiva (España).
• 1163: inicio de la construcción de Notre Dame de París.
• 1250: santo Tomás de Aquino.
• 1270: invención de los lentes.
• 1347: Ockham enuncia el «principio de parsimonia» conocido como la «navaja de Ockham», que se resume en estos términos: «Las hipótesis suficientes más simples son las más verosímiles».
• 1450: invención de la imprenta.
• 1492: Cristóbal Colón descubre América.
• 1517: Lutero inicia la Reforma protestante.
• 1543: Copérnico publica poco antes de su muerte Sobre las revoluciones de las esferas celestes.
• 1582: el papa Gregorio XIII decide adoptar el calendario gregoriano.
• 1609: Kepler enuncia las dos primeras leyes del movimiento de los planetas.
• 1633: condena de Galileo.
• 1663: invención del telescopio por James Gregory, puesto en práctica por Isaac Newton tres años más tarde.
• 1687: Newton establece los fundamentos de la mecánica clásica y enuncia la ley de gravitación universal.
• 1777: Lavoisier retoma la idea de Anaxágoras y la enuncia bajo la forma de un principio: «Nada se pierde, nada se crea, todo se transforma».
• 1787: Buffon estima la edad de la Tierra en 350 000 años.
• 1800: Laplace establece el determinismo, el cual pretende que se puede prever el porvenir si se conocen las leyes físicas, así como la posición y la velocidad de todas las partículas.
• 1805: Laplace contesta a Napoleón, que le pregunta: «¿Cómo explicáis todo el sistema del mundo sin mencionar a Dios?», «Sire, no he tenido necesidad de esa hipótesis».
• 1809: Lamarck descubre la evolución y enuncia la teoría «transformista».
• 1824: Sadi Carnot trabaja en las máquinas térmicas y define la entropía.
• 1838: descubrimiento de la antigua ciudad de Cafarnaún por Edward Robinson.
• 1839: nacimiento de la teoría celular con Theodor Schwann, quien afirma que la célula es la estructura elemental de todos los seres vivos.
• 1841: Richard Owen llama «dinosaurios» a los animales antiguos cuyos fósiles descubrió.
• 1848: Marx y Engels publican el Manifiesto del Partido Comunista.
• 1853: Arthur de Gobineau publica su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas.
• 1859: James Clerk Maxwell publica una teoría magistral del electromagnetismo, que tiene como consecuencia la existencia de ondas electromagnéticas, entre las cuales se encuentra la luz.
• 1859: Charles Darwin publica El origen de las especies por medio de la selección natural.
• 1860: Gustav Kirchhoff estudia el espectro de la luz y plantea el problema del «cuerpo negro».
• 1861: Louis Pasteur invalida el mito de la «generación espontánea».
• 1865: Clausius confirma a Carnot y enuncia el segundo principio de la termodinámica.
• 1869: Mendeléiev publica la tabla periódica de los elementos.
• 1869: Friedrich Miescher aísla la nucleína, esencial para la vida de todos los organismos.
• 1870: Ernst Haeckel combate la idea de entropía, en nombre de sus ideas filosóficas.
• 1878: Ludwig Boltzmann pone en pie las ecuaciones de la entropía; concluye que el Universo tuvo un comienzo y que en el origen estaba especialmente ordenado.
• 1884: Gregor Mendel, monje católico, funda la genética con las «leyes de Mendel», que definen la manera en que los genes se transmiten de generación en generación.
• 1888: los filamentos descubiertos en 1875 por E. Strasburger y observados en 1879 por W. Flemming son bautizados «cromosomas» («cuerpos coloreados») por H. W. Waldeyer.
• 1896: ley de Wien que enuncia que la longitud de la onda de la luz más potente, emitida por un cuerpo negro, es inversamente proporcional a su temperatura.
• 1896: Freud publica sus primeros artículos sobre el psicoanálisis.
• 1900: Max Planck define un «cuanto de acción» para explicar la radiación del cuerpo negro.
• 1900: Henri Poincaré es el primero en publicar la fórmula «E = mc2», retomada más tarde por Einstein.
• 1902: Henri Poincaré publica La ciencia y la hipótesis y se interroga sobre el tiempo absoluto, el espacio absoluto, tomando como invariante absoluta la velocidad de la luz.
• 1905: Albert Einstein publica su teoría de la relatividad restringida.
• 1908: ensayos de Jean Perrin (premio Nobel en 1926) que demuestran la existencia del átomo.
• 1911: Ernest Rutherford descubre el núcleo atómico.
• 1916: descubrimiento de la constante de estructura fina que rige la fuerza electromagnética por Arnold Sommerfeld.
• 1917: Albert Einstein publica su Teoría de la relatividad general.
• 1917: Freud publica su Introducción al psicoanálisis.
• 1919: Arthur Eddington verifica la distorsión del espacio-tiempo durante un eclipse solar, según el ángulo predicho por Einstein.
• 1920: Hermann Staudinger descubre las macromoléculas.
• 1922: Alexander Friedmann, basándose en los trabajos de Einstein, publica una primera teoría del Universo en expansión.
• 1923: descubrimiento del efecto Arthur Compton, que muestra que la luz también es un corpúsculo.
• 1924: Louis de Broglie introduce las funciones de onda que van a permitir modelizar la realidad y postula la dualidad onda/corpúsculo, lo que significa asociar una onda a las partículas.
• 1924: Wolfgang Pauli define el principio de exclusión en mecánica cuántica.
• 1924: Edwin Hubble y Milton Humason demuestran que el cosmos es mucho más grande de lo que se imagina: el Universo no está compuesto de una sola galaxia, sino de una multitud de galaxias.
• 1925: Erwin Schrödinger desarrolla la ecuación que permite determinar la onda de De Broglie.
• 1926: invención de la palabra «fotón» por el químico Gilbert Lewis, para designar un cuanto o una partícula de luz, que no pesa nada y es a la vez «onda y corpúsculo».
• 1927: Werner Heisenberg define el «principio de indeterminación» en mecánica cuántica.
• 1927: Georges Lemaître publica en los Anales de la Sociedad Científica de Bruselas un artículo sobre el origen del Universo en el que postula un «átomo primitivo».
• 1929: Hubble aporta, gracias a sus observaciones, la prueba de que el Universo es homogéneo, isótropo y se halla en expansión.
• 1930: descubrimiento progresivo de la fuerza nuclear fuerte.
• 1931: teoremas de incompletitud de Gödel, que demuestran los límites de las matemáticas y de la lógica, afirmando que todo sistema lógico contiene proposiciones verdaderas no demostrables.
• 1931: Georges Lemaître completa sus trabajos y habla de un «átomo primitivo».
• 1931: Albert Einstein visita a Edwin Hubble en el monte Wilson y admite la expansión del Universo.
• 1935: exposición de la paradoja EPR por Einstein-Podolsky-Rosen, la cual será resuelta por Alain Aspect.
• 1936: Enrico Fermi descubre la interacción débil.
• 1938: Lev Landau, futuro premio Nobel de Física (1962), alumno de Friedmann, es enviado a los campos de concentración soviéticos.
• 1938: Matvéi Bronstein, alumno de Alexander Friedmann, es fusilado a los 36 años en Rusia por haber difundido ideas acerca del «supuesto comienzo del Universo».
• 1945: Gamow publica el libro La creación del Universo, que describe por vez primera un escenario de principio del mundo.
• 1947: descubrimiento de los Manuscritos del mar Muerto en Qumrán.
• 1949: Fred Hoyle se burla de las ideas de Lemaître en la radio de la BBC e inventa la expresión «Big Bang».
• 1949: George Gamow predice la radiación fósil del Universo.
• 1949: el telescopio del monte Palomar es operacional.
• 1953: sir Francis Crick y James Watson descubren la estructura en doble hélice del ADN y revolucionan la comprensión de la vida (premios Nobel de Medicina en 1962).
• 1956: Tjio y Levan descubren que el número de cromosomas humanos es 46.
• 1960: concepción teórica del modelo oscilatorio del Universo, mantenida con insistencia para evitar la idea del comienzo absoluto que predice el modelo estándar del Big Bang.
• 1964: descubrimiento de la interacción hiperdébil.
• 1964: Arno Penzias y Robert Wilson, investigadores en la Bell Telephone Company, descubren por casualidad la radiación fósil a 2,7 kelvin (premios Nobel en 1978).
• 1969: Armstrong pisa la Luna.
• 1973: Brandon Carter teoriza el principio antrópico.
• 1977: Prigogine describe los sistemas caóticos a partir de las moléculas, abriendo la puerta a la idea de que ínfimas variaciones en lo indeterminado cuántico pueden cambiar el destino del Universo.
• 1982: Alain Aspect, en Orsay, demuestra la realidad del entrelazamiento cuántico, que establece la existencia de interacciones instantáneas, más rápidas que la velocidad de la luz.
• 1984: formalización de la teoría de cuerdas que conduce a múltiples tesis no validadas.
• 1987: descubrimiento de la antigua ciudad de Betsaida, en Galilea.
• 1992: George Smoot y el satélite COBE presentan el mapa del Universo primordial con un CMB a 2,725 kelvin en un equilibrio térmico casi perfecto, e ínfimas irregularidades, que explican la estructura del Universo actual (confirmación de la teoría del Big Bang).
• 1994: Arvind Borde y Alexander Vilenkin afirman la necesidad de un comienzo absoluto del Universo (artículo «Eternal Inflation and Initial Singularity» en Physical Review Letters).
• 1998: Saul Perlmutter, Brian Schmidt y Adam Riess demuestran de manera inesperada que la expansión del Universo se acelera, poniendo fin a la hipótesis de un Universo eternamente cíclico (Big Bounce) pasando de Big Bang a Big Crunch (premios Nobel de Física 2011).
• 2000: numerosos descubrimientos describen el ajuste fino del Universo.
• 2003: primer mapa del genoma humano y de sus 25 000 genes, establecido el 14 de abril, después de 12 años de trabajo, por un centenar de investigadores.
• 2003: teorema de Arvin Borde, Alan Guth y Alexander Vilenkin, que demuestra que no puede haber un pasado eterno y que existe forzosamente una singularidad inicial.
• 2003: Simon Conway Morris, profesor en Cambridge, paleontólogo, habla de «formas funcionales posibles predeterminadas desde el Big Bang» en su libro Life’s solution (La solución de la vida).
• 2004: descubrimiento en Jerusalén del estanque de la piscina de Siloé.
• 2006: Smoot habla de «el rostro de Dios» al referirse al mapa del cielo en el primer instante en que emerge la luz, cuando recibe el Premio Nobel.
• 2009: el Premio Nobel es atribuido a tres investigadores que demuestran «cómo funciona el traductor (ribosoma) entre los dos lenguajes, el del ADN y el de las proteínas».
• 2010: análisis por Svante Pääbo del ADN del hombre de Neandertal (entre 350 000 y 50 000 a. C.).
• 2012: se descubre el bosón de Higgs en el CERN.
En un futuro lejano:
• 4 500 000 000 años: muerte del Sol.
• Entre 1 000 000 000 000 y 100 000 000 000 000 años: fin de las estrellas, debido al agotamiento de la existencia de gas necesario para su formación (1012 a 1014 años).
• 1012 a 1014 años: desintegración de los protones en partículas más pequeñas, desaparición de los neutrones que, si están solitarios, solo tienen quince minutos de esperanza de vida.
• 10100 años: muerte térmica del Universo dilatado y fin de toda actividad.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 476
 
 
Órdenes de magnitud en biología
Los diferentes componentes del cuerpo humano (en número de elementos):
• 7 000 000 000 000 000 000 000 000 000 (7 × 1027) de átomos en el cuerpo humano, unos 60 elementos químicos diferentes. Casi el 99% de la masa del cuerpo humano está formada por seis elementos: oxígeno, carbono, hidrógeno, nitrógeno, calcio y fósforo. Solo alrededor del 0,85% está compuesto por otros cinco: potasio, azufre, sodio, cloro y magnesio
• 40 000 000 000 (4 × 1013) aproximadamente de bacterias de 500 tipos diferentes
• 30 000 000 000 000 (3 × 1013) de células de 200 tipos diferentes
• Entre las cuales unos 25 000 000 000 000 (2,5 × 1013) de glóbulos rojos que representan el 84% de las células humanas
• Entre las cuales unas 85 000 000 000 (8,5 × 1010) de neuronas
• 3 000 000 000 (3 × 109) de pares de bases en el genoma humano o el maíz, lo que es poco comparado con la cebolla (16 × 109) o con la Paris japonica, una planta herbácea de Japón, que cuenta con 150 000 millones de pares de bases (150 × 109).
• 20 000 genes
• 100 000 especies de moléculas diferentes
• 50 000 especies de proteínas diferentes
• 2000 enzimas diferentes
Los diferentes componentes de la célula humana:
• 176 000 000 000 000 (1,76 × 1014) de moléculas en cada célula de 20 micras
• Entre las cuales 174 000 000 000 000 (1,74 × 1014) de moléculas de agua (98,73% de las moléculas de la célula son moléculas de agua = 65% de la masa de la célula).
• Entre las cuales 1 310 000 000 000 (1,3 × 1012) de otras moléculas inorgánicas, o sea, 0,74% de las moléculas de la célula
• 19 000 000 000 (1,9 × 1010) de proteínas de 5000 tipos diferentes en cada célula
• 50 000 000 (5 × 107) de moléculas de ARN en cada célula
• 23 pares de cromosomas
• 280 000 000 (2,8 × 108) de moléculas de hemoglobina en 1 glóbulo rojo
• 574 aminoácidos en 1 molécula de hemoglobina
Los diferentes componentes de la bacteria más simple conocida (en sí ya muy compleja):
• 182 especies de proteínas diferentes para la Candidatus Carsonella ruddii descubierta en 2006
• 159 662 bases de nucleótidos en el más pequeño ADN desencriptado en esa bacteria
• 250 genes, como mínimo (estimación)
Número de átomos que constituyen las diferentes proteínas (siempre macromoléculas complejas):
• 551 739 átomos componen los 30000 aminoácidos que constituyen la titina, la proteína más grande conocida en el ser humano
• 3000 átomos componen los 150 aminoácidos que constituyen la proteína más pequeña
Número de átomos y resultados obtenidos en los experimentos de laboratorio con el fin de recrear las condiciones de emergencia de la vida (Stanley Miller y otros experimentos equivalentes):
• 500 átomos para las protoproteínas obtenidas gracias a experimentos en laboratorio: unas decenas de aminoácidos comportan, cada uno, entre 10 y 40 átomos
• 13 aminoácidos sobre 22 fueron obtenidos en laboratorio a partir de sopas primitivas
• 1 de las 4 bases de nucleótidos fue obtenida en laboratorio a partir de sopas primitivas.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 489
 
 
Glosario
 
Anisotropía:
 
Es isótropo lo que es uniforme en todas las direcciones. La anisotropía de la primera radiación del Universo designa las ínfimas variaciones que condicionan su desarrollo futuro.
 
Átomo primitivo:
 
La hipótesis del átomo primitivo es el nombre del modelo cosmológico propuesto a principios de los años 1930 por el abad Georges Lemaître para describir la fase inicial de la historia del Universo. La noción de átomo es aquí alegórica y no implica ninguna similitud con el mundo de las partículas atómicas.
 
Big Bang:
 
Término inventado en los años 1950 en las ondas de la BBC por el astrofísico inglés Fred Hoyle para designar de manera irónica el concepto de explosión original del Universo.
 
Big Bounce:
 
Modelo cosmológico cíclico de Universo «fénix», que imagina una alternancia sin fin de Big Bang y de Big Crunch; el Big Crunch siendo inmediatamente seguido por un Big Bang, y, por lo tanto, asimilado a un rebote (bounce).
 
Big Crunch:
 
Modelo de evolución del Universo que termina en un colapso final, o sea, en una fase de contracción consecutiva a una fase de expansión, la cual, después de haber decelerado, se invierte, permitiendo tal vez un nuevo Big Bang.
 
Big Freeze o Big Chill:
 
Ver «Muerte térmica del Universo».
 
Big Rip:
 
Modelo cosmológico en el cual todas las estructuras del Universo, desde los cúmulos de galaxias hasta los átomos, son finalmente destruidas por una expansión cada vez más fuerte que distiende, disloca, desgarra, dilacera y finalmente aniquila toda estructura.
 
Cero absoluto:
 
El cero absoluto es la temperatura más baja que pueda existir. Corresponde al límite bajo en la escala de temperatura termodinámica (-273,15 grados Celsius), o sea, el estado en que la entropía de un sistema alcanza su valor mínimo, marcado como 0. A esta temperatura, todas las moléculas están en reposo.
 
Ciencia:
 
La ciencia es el conocimiento. Y como hay diferentes tipos de conocimiento, hay diferentes tipos de ciencias. Su punto común es el ser abordadas a través del «logos», o sea, de la racionalidad. Así pues, la cosmología es el logos aplicado al cosmos; la biología, es el logos aplicado a la vida; la arqueología, es el logos aplicado a la antigüedad; lo mismo en el caso de la geología, la psicología, la paleontología, la ecología, la oceanología, la oncología, la cardiología, la dermatología, la neurología, la farmacología, la climatología, la criminología, la futurología, la grafología, la epistemología, la etnología, la escatología, la teología, la ontología, la enología, la oftalmología, etc. El sentido de la palabra «ciencia» se ha ido haciendo cada vez más restrictivo, hasta llegar a los criterios de Popper, que pretenden excluir de la ciencia todo lo que no es «refutable». Pero la ciencia también es, ante todo, lo que practican concretamente los científicos, y es difícil reducir su campo de manera demasiado arbitraria.
 
Concordismo:
 
Posición que consiste en interpretar los textos sagrados de una religión para que concuerden con la ciencia. La calificación de «concordismo» es hoy una acusación y casi un insulto. Sin embargo, si una revelación divina es auténtica, tiene forzosamente que «concordar» con la ciencia, que, a su vez, habla también del mundo real. En este sentido, en su visión, el papa Juan Pablo II presentaba la razón y la revelación como las «dos alas que llevan a la verdad», que es única. Pero, ya que, a priori, la revelación divina no afecta a la ciencia, ni a la historia, ni a la filosofía, es importante discernir lo que dice y lo que no dice, para evitar todo tipo de concordismo necio y fuera de lugar.
 
Constante cosmológica:
 
Parámetro relativo a la fuerza repulsiva que estira el Universo, agregado en 1917 por Albert Einstein a sus ecuaciones de la relatividad general de 1915, con el objetivo de que su teoría sea compatible con su convicción de un Universo estático. Ante la evidencia de la expansión del Universo, Einstein suprimió este artificio, lamentando «su error más grande». Sin embargo, en 1997, el descubrimiento de la aceleración del Universo obligó a introducir de nuevo esta constante cosmológica, que claramente existe, y que sigue siendo muy misteriosa.
 
Constante de estructura fina:
 
Constante sin dimensión que representa la relación de intensidad de la fuerza magnética y de la fuerza nuclear fuerte. Tiene un valor de aproximadamente 1/137, y se la representa habitualmente con el símbolo α. La fuerza electromagnética interviene en numerosos fenómenos físicos: en las interacciones entre la luz y la materia, en la física cuántica y en la fuerza electromagnética que fundamenta la cohesión de los átomos y de las moléculas, al «mantener» los electrones juntos.
 
Cosmogonía:
 
Teoría, modelo o relato mitológico que describe o explica la formación del Universo, de la Tierra, de los objetos celestes y del ser humano.
 
Cosmología:
 
Ciencia de las leyes físicas del Universo, de su estructura y de su formación.
 
Dark Era:
 
La expresión «Edad oscura» es empleada por la historiografía anglófona para designar los siglos posteriores al final del Imperio romano, o, más generalmente, todo periodo considerado como funesto o negativo en la historia de un pueblo o de un país. Es utilizada, por extensión, para designar el periodo pasado entre la emisión de la radiación de fondo cósmico y la formación de las estrellas y el periodo futuro, después de la muerte de las estrellas.
 
Dios:
 
Que trasciende nuestro Universo, eterno y todopoderoso, no espacial, no temporal, no material, causa primera de todo lo que existe, según la definición de las filosofías y de las religiones clásicas.
 
Efecto túnel:
 
Efecto puramente cuántico, por el cual ciertas formas de ondas cuánticas pueden tener una probabilidad no nula de pasar a través de una barrera, mientras que el franqueamiento de la barrera es imposible en mecánica clásica.
 
Entropía:
 
Término forjado en 1865 por Rudolf Clausius a partir de una palabra griega que significa «transformación», para expresar el principio irreversible de la energía, del crecimiento del desorden y de la degradación de todo sistema cerrado dado a lo largo del tiempo. En la medida en que la entropía es correlativa al desorden, se la puede considerar, con Claude Shannon, padre fundador de la teoría de la información, como lo contrario de la información.
 
Epistemología:
 
Ámbito de la filosofía que estudia la teoría del conocimiento. Analiza, estudia y critica todas las ciencias, así como sus postulados, su origen lógico, su valor, su alcance, sus métodos y sus descubrimientos.
 
Espacio-tiempo:
 
Entidad matemática concebida en el marco de la teoría de la relatividad general de Einstein, combinando las tres dimensiones del espacio y la dimensión del tiempo. Remplaza la concepción clásica del espacio y del tiempo absolutos.
 
Espacio de Hilbert:
 
Espacio abstracto que constituye el marco de la mecánica cuántica. Propuestos por el matemático David Hilbert, estos espacios extienden los métodos clásicos de los espacios euclidianos (como el espacio usual de tres dimensiones) a espacios de dimensión infinita. Los estados cuánticos forman un espacio de Hilbert.
 
Espacio plano:
 
La teoría de la relatividad postula que la geometría local del espacio se encuentra modificada por la gravedad. En un espacio plano, o «euclídeo», la suma de los ángulos de un triángulo es perfectamente igual a 180º. Un universo con curvatura positiva representa un universo esférico, o cerrado, en el que la suma de los ángulos de un triángulo es superior a 180º. Un universo con curvatura negativa es hiperbólico, o abierto, y la suma de los ángulos de un triángulo es inferior a 180º. ¿Y qué ocurre con el propio Universo a grandes escalas? ¿Acaso es «plano», o bien tiene una «curvatura», positiva (Universo esférico, cerrado) o negativa (Universo abierto, divergente)? Las últimas medidas del satélite Planck se inclinan claramente en favor de un Universo de curvatura muy levemente positiva, o sea, un universo esférico y cerrado, y parece difícil imaginar que sea de otro modo.
 
Fuerza nuclear débil o «interacción débil»:
 
Fuerza responsable de la desintegración radioactiva de los neutrones (radioactividad «beta») y que actúa sobre todas las categorías de fermiones elementales conocidas (electrones, quarks, neutrinos). Es una de las cuatro interacciones fundamentales de la naturaleza; las tres otras son la fuerza nuclear fuerte, la fuerza electromagnética y la fuerza gravitacional.
 
Fuerza nuclear fuerte o «interacción fuerte»:
 
Fuerza responsable de la cohesión del núcleo atómico, según el modelo estándar de la física de las partículas. Actúa a corta distancia para vincular los quarks entre ellos y constituir los protones y los neutrones. También mantiene los protones y los neutrones juntos para formar un núcleo atómico.
 
Incompletitud:
 
Los dos célebres teoremas de incompletitud demostrados por Kurt Gödel en 1931 marcaron un giro en la historia de la lógica, al aportar una respuesta negativa a la cuestión de la coherencia de las matemáticas planteada más de veinte años antes por el programa de Hilbert. Esos teoremas establecen que existe necesariamente en todo sistema lógico al menos una proposición verdadera no demostrable.
 
Interacción débil:
 
Ver «Fuerza nuclear débil».
 
Interacción fuerte:
 
Ver «Fuerza nuclear fuerte».
 
Kelvin:
 
Unidad del sistema internacional de medida de temperatura absoluta (símbolo K); cero kelvin correspondiendo a -273,15 grados Celsius, a saber, la más baja temperatura posible.
 
Logos:
 
Concepto muy complejo, utilizado desde los filósofos griegos, que significa a la vez el verbo, la palabra, el discurso, la razón, la racionalidad, el sentido, la inteligencia, las leyes, la lógica, la argumentación lógica, lo divino. Platón, Aristóteles, Newton, Leibniz y tantos otros no alzaban barreras entre ciencias, filosofía, metafísica o teología. La separación de los ámbitos solo existe desde el siglo XVI. La mayoría de los primeros filósofos griegos eran científicos. Trabajaban a partir del logos, y sus oponentes no eran ya los científicos, sino los poetas, que privilegiaban el pathos, o sea, el sentimiento, la emoción. En el mundo cristiano, el propio Dios es Logos (ver Jn 1, 1-14).
 
Muerte térmica del Universo:
 
O Big Freeze, o Big Chill; es el destino aparentemente inexorable hacia el cual nuestro mundo va a evolucionar en un porvenir muy lejano, hasta hacer finalmente imposible todo proceso termodinámico que permita asegurar el movimiento o la vida (entropía máxima).
 
Multiversos:
 
Hipótesis a priori inverificable acerca de la existencia de universos múltiples o paralelos al nuestro, generados por mecanismos tales como la inflación y las membranas de la teoría de supercuerdas. El carácter científico de esta hipótesis es ampliamente cuestionado, ya que es absolutamente imposible verificar la teoría de manera directa, dado que esos universos imaginarios nos son en principio inaccesibles.
 
Ontología:
 
Parte de la filosofía también llamada «filosofía del ser» o «ciencia primera», la cual trata de la naturaleza del ser y de la significación de esta palabra.
 
Prueba ontológica:
 
Argumento que busca probar la existencia de Dios a partir de la definición misma de un ser perfecto. Expuesta por Boecio (siglo VI), desarrollada luego por san Anselmo de Canterbury (siglo XI), trabajada más tarde por Descartes (siglo XVII) y por Leibniz (siglo XVIII), fue criticada por Kant (siglo XVIII y numerosos filósofos, pero Gödel la reactualizó por medio del lenguaje matemático de la lógica modal (siglo XX); últimamente, ha sido verificada por las herramientas informáticas ultrapotentes de Christoph Benzmüller (siglo XXI).
 
Principio antrópico:
 
Expresión introducida por el astrofísico Brandon Carter en 1974 para describir los trabajos de Robert Dicke y de muchos otros científicos sobre el ajuste sumamente fino de los parámetros fundamentales del Universo (condiciones iniciales, constantes, leyes) que permite la posibilidad de la vida y de nuestra existencia. El principio antrópico es objeto de diferentes interpretaciones filosóficas en los debates públicos. También se suele distinguir el principio antrópico «débil», que, sin buscar explicación alguna, se limita a constatar que, sin esas múltiples optimizaciones, la vida no habría podido desarrollarse y desembocar en la humanidad, frente al principio antrópico «fuerte», que estima que, para que todas esas exigencias prodigiosas sean satisfechas, incluso la de la aparición de la humanidad, hacen necesariamente falta, en el origen, un programa y una voluntad. Pero no se pueden poner estas dos interpretaciones en el mismo plano, porque el principio antrópico «débil» no es más que una dimisión de la razón.
 
Radiación de fondo cosmológico:
 
Nombre dado a la primera radiación electromagnética emitida por el Universo, 380 000 años después del Big Bang. Corresponde a una radiación emitida por un cuerpo negro en equilibrio térmico a una temperatura de 2,725 kelvin, que proviene de todas las direcciones del cielo. Anticipada desde 1948 y descubierta por casualidad en 1964, corresponde a la imagen más antigua que se puede obtener del Universo, y presenta ínfimas variaciones de temperatura y de intensidad. Esas anisotropías detalladas desde el principio de los años 1990 permiten recoger cantidad de informaciones acerca de la estructura, la edad y la evolución del Universo.
 
Relatividad general:
 
Teoría sobre la gravitación publicada por Albert Einstein en 1917. Engloba y sustituye a la teoría de la gravitación universal de Isaac Newton, enunciando principalmente que la gravitación no es una fuerza, sino la manifestación de la curvatura del espacio-tiempo. Esta teoría predice efectos tales como la expansión del Universo, las ondas gravitacionales y los agujeros negros, verificados ulteriormente.
 
Relatividad restringida:
 
Teoría elaborada por Albert Einstein en 1905 a partir del principio según el cual la velocidad de la luz en el vacío tiene el mismo valor en todos los referenciales galileanos o inerciales. Las ecuaciones correspondientes llevan a previsiones de fenómenos que chocan con el sentido común (pero ninguna de esas previsiones ha sido invalidada por la experiencia), siendo uno de los más sorprendentes la desaceleración de los relojes en movimiento, lo que permitió concebir la experiencia de pensamiento que se suele llamar «paradoja de los gemelos». Los principios de la relatividad restringida, que ya se habían apuntado en los trabajos de Henri Poincaré en 1902, tienen un fuerte impacto filosófico: obligan a plantear de manera diferente la cuestión del tiempo y del espacio, eliminando toda posibilidad de existencia de un tiempo y de unas duraciones absolutos en el conjunto del Universo, tal como se pensaba desde Newton.
 
Ribosoma:
 
Complejo ribo-núcleo-proteico (o sea, compuesto de proteínas y de ARN) presente en las células eucariotas (con núcleo) y procariotas (sin núcleo). Su función es sintetizar las proteínas descodificando la información contenida en el ARN mensajero. El origen del ribosoma es uno de los enigmas mayores de la biología celular.
 
Segundo principio de la termodinámica:
 
Enunciado por Sadi Carnot en 1824, postula la irreversibilidad de los fenómenos físicos, particularmente durante los intercambios térmicos, y la noción de desorden que solo puede crecer durante una transformación real en un sistema cerrado. Desde entonces, dio lugar a numerosas generalizaciones y formulaciones sucesivas por parte de Clapeyron (1834), Clausius (1850), Lord Kelvin, Ludwig Boltzmann (1873) y Max Planck, desde el siglo XIX hasta nuestros días.
 
Singularidad inicial:
 
La palabra «singularidad» describe el carácter singular de algo o de alguien. Aplicado al origen del Universo, designa el punto especial del espacio-tiempo en el cual las cantidades que describen la densidad masa-energía y la curvatura del espacio se vuelven infinitas y en el que las leyes físicas conocidas se desmoronan.
 
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolución, página 491






















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