Nazaret Ranea

Coronación
 
Nariz de boxeador,
encías negras raspadas
de compartir el ruibarbo de los frailes,
de morder matorrales:
yo era aquel mirón
que predecía catástrofes.
 
Llueven cortezas de abedul
y la tierra suplica
que le ponga un cubo encima
tan grande como las cimas del honor
donde la avalancha siempre se esquiva:
el despeño de Dios, la gran ola china.
 
No hay imperios de paja que me importen
ni bocas abiertas o cerradas
que puedan impedir al hombre
patear un pecho ajeno,
una barriga.
Devolverle el dedo al trono
del que sale la espina.

Nazaret Ranea



Dejadme sola

Dejadme sola,
para que me funda con la colcha
y no molestar a nadie
con mis sollozos de aire.

Sola, para taparme la cara
con estas manos tan gordas,
infladas a rascarse los ojos,
a teñirse de sangre,
rojas ya de apretar limosnas,
de secarme la boca.

Dejadme sola,
porque tengo hambre,
porque tengo frío,
los dedos llenos de sabañones,
el pecho cogido.

Dejadme que me tire del pelo,
que se me desquicien los oídos
de aguantar en la garganta

mi medio grito,
de escuchar un zumbido quieto
que llegó porque me he ido.

Dejad que me entre sed,
que me ciegue un relámpago,
que salte y corra el riesgo de caer
por no atarme los zapatos.

Dejadme sola,
a ver si así adivino
por qué me vine aquí
a pasar penas,
a tener sueño,
a olvidarme de lo mío.

Nazaret Ranea



Lluvia horizontal

Sudo tinta china,
sudo temblores,
y a las nueve
me recorre por la nuca
un chirrido de bujía.

Las ocho horas siguientes
son puñaladas sin gracia
que se despegan de mi abrigo
como una película de grasa.

Si la semana tiene siete días,
yo duermo dos, lo que se queda
más o menos, en cuarenta piquetitos.

Sudo bajo un cazo
de luz hirviendo, aquí,
entre las llamas y su fondo
de paraguas de entierro.

Nazaret Ranea



Vocerío

Lloro cuando me quedo en silencio
porque entonces recuerdo
que no soy lista ni tonta,
buena ni mala,
que tampoco soy niña
sino mujer de cuello largo
y hombros de hueso.

Recuerdo el vocerío aunque
también recuerdo la calma,
la que ya no llega cuando
me quedo en silencio
porque entonces recuerdo
que hay gente en otros lados
que está descansando mejor
o que no está tan cansada.

Nazaret Ranea



Ya me da hasta vergüenza

Ya me da hasta vergüenza

querer lamerte el olor a cabra
de las botas, la chaqueta,
de entre los dedos.

Y aunque huelas a corral,
a forraje quemado,
a pasto seco,
yo te quiero lamer
el olor a cabra
cuando regresas del huerto
cubierto de hierba,
con la camisa mojada.

Que te quiera limpiar de tierra
como las bestias, los erizos,
como las ratas,

ya me da hasta vergüenza.














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