Fray Arcángel de Alarcón

Sonetos

- I -

   Hoy la rama ha su tronco producido,
y el arroyo a su clara y limpia fuente,
y el rayo al mismo sol resplandeciente
de quien el ser y hombre ha recibido.

   Hoy la vara de Aarón ha florecido
sin humor de la tierra procedente,
y la zarza de Sina en el ardiente
fuego, verde y entera ha parecido.

   Hoy recibe la Virgen nuevo nombre,
admirable y gozoso a los mortales,
de hija de su Dios, madre y esposa.

   Cantemos, pues, con coros celestiales
la manera moral hecha gozosa
que el hombre es Dios inmenso y Dios es hombre.

- II -

   ¿Quién es la que del valle miserable
de lágrimas asciende tan lozana
que ni el alba rosada a la mañana
ni el sol a su beldad es comparable?

   ¿Más que la luna hermosa y agradable
decoro a la naturaleza humana,
como escuadrón fortísimo que allana
la enemiga virtud hecho admirable?

   Las que con tanta gloria se nos muestra
que hinche la tierra y cielo de alegría
y en perfecta humildad a todos pasa,

   es la que el Hijo y Dios pone a su diestra
sobre las soberanas jerarquías,
pues más que ellas de amor divino abrasa.

- III -

   Buscan al Niño el padre putativo
y la Virgen purísima afligidos,
con lágrimas, sollozos, y gemidos,
¡oh caso lastimoso y compasivo!

   Y aunque en su alma llevan al Dios vivo,
niño lo buscan, de su amor heridos,
entre parientes y entre conocidos,
con dolor penalísimo, excesivo.

   Y no lo hallan, dándonos ejemplo,
Jesús, de que si hallarte deseamos
no entre carne y sangre te busquemos.

   Y, pues tu Madre purísima en el templo
lo halla, también nos verte podremos
si en las cosas de Dios nos ocupamos.

- IV -

   ¡Oh qué dulces saetas se tiraron
de amor el hijo y madre lastimada
cuando de lo buscar llegó cansada
al templo do sus ojos lo encontraron!

   No disputando, o doctrinando, hallaron
la infinita Sapiencia disfrazada
con pueriles miembros y ocultada
a los que en sus respuestas se admiraron;

   Mas con mucha humildad escucha el Niño,
y con prudencia, a veces, les pregunta
como quien doctrinado ser desea.

   ¡Oh Cordero más blanco que el armiño!
la alta humildad, que ese silencio apunta,
dad, que mi alma siempre imite y lea.

Fray Arcángel de Alarcón











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