Torcuato Luca de Tena Carta del más allá




Tardé veinte minutos en llegar a la zona residencial en la que estaba mi casa. Estacioné el coche junto a la acera, descendí y me dispuse a cerrar la puerta del automóvil con el llavín. Saludé a mi padre, que me observaba desde la ventana de su dormitorio, e introduje la llave en la cerradura de la portezuela. La posición de la luz permitía que la ventanilla hiciera las veces de un pálido espejo y, mientras cerraba el coche, me vi reflejado en ella. Mi rostro parecía satisfecho. Pensé que no me faltaban razones para ello. Fue la última vez que me contemplé vivo.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 3
 
 
Alguien se acercó a mí y me volvió de frente para mirarme el rostro. Oí decir con toda claridad: —Está muerto. Y hubo murmullos de voces que repitieron lo mismo. Como si aquellas palabras fuesen una orden para echarme fuera, me incorporé y salí de mí. Pero no me alejé. Me sentía atraído por la contemplación de mi cuerpo tumbado en el suelo sobre una gran mancha de sangre roja. No es trivial decir que mi sangre era roja, porque eso significaba que yo veía. Y que distíngala los colores. No experimentaba ningún malestar físico ni psíquico, sino una rara ansiedad de saber, de comprender. Me veía a mí mismo (quiero decir, a mi cadáver); desdé fuera y no dejaba de ser alucinante para mí esta sensación nueva. Me pareció algo grotesca mi postura, poco digna. Y me agaché para desdoblar las piernas y cruzar los brazos sobre el pecho. Pero mis manos no eran prensiles: se hundían en los volúmenes, los cruzaban, sin aprehenderlos.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 4
 
 
Se oyó el ulular de una ambulancia y contemplé mi cuerpo con la nostalgia de quien despide a un viejo camarada hacia el que sentía afecto, pero que no era yo mismo, sino otro, o si se prefiere, otra cosa distinta a mí. Cuando se lo llevaron, me desinteresé de todo, salvo de mi nueva situación. Llegué a las siguientes conclusiones: yo era una mente lúcida, capaz de razonar y de recordar. Prueba de ello es que me vino a la memoria la sentencia cartesiana: pienso, luego existo. En efecto, yo «existía», independientemente de mi cuerpo, de ese cuerpo en el que había estado alojado a lo lardo de los cuarenta y seis años de su vida. Y ahora vagaba fuera de él y, por supuesto, sin necesitarle. Había perdido peso y volumen, pero en ningún momento dejé de poseer las potencias del espíritu ni las sensaciones inherentes a los movimientos del ánimo: deseo, curiosidad, desasosiego, memoria, juicio. Proseguí analizando mi nueva situación. Ya he dicho que «veía» y «oía». Y tal vez convenga aclarar esto. Yo carecía de ojos y de oídos. Mis oídos y mis ojos corporales estaban allá en mi cadáver, sordos y ciegos para siempre, en el interior de una ambulancia que transportaba esa carga inanimada e inútil: esa carga que sin mí no era nada, mientras que yo, sin ella, seguía viviendo. Por eso los verbos «oír» y «ver» pueden parecer inadecuados. Digamos entonces que entendía cuanto acontecía a mi alrededor, cual si viera las imágenes y escuchara sus sonidos, con la misma claridad e intensidad, o tal vez mayor, que si utilizara órganos auditivos y visuales. No obstante, emplearé a lo largo de este relato los términos «ver» y «oír» y todas sus equivalencias, pues éstos (que en mi nueva situación podrán parecer eufemismos) se acercan más a la realidad de mis experiencias que cualesquiera otros que existan en el tan incompleto lenguaje de los humanos. Repito que, en un momento dado, intenté con manos cambiar de postura el cadáver del hombre que fui. No lo conseguí. Pero lo intenté. ¿Luego tenía manos? Otra pregunta. Mientras consideraba todo esto, deambulaba por el centro de la calle, en la misma dirección en que había partido la ambulancia, con mi antiguo cuerpo dentro, sin temor a los automóviles que me traspasaban como lo harían con una ráfaga de viento. He dicho que deambulaba. ¿Luego tenía piernas? La respuesta no era sencilla para mí, porque estaba muy apegado todavía a las experiencias de mi vida mortal. Yo carecía de peso y de volumen. En el lenguaje terrenal esto equivale a carecer de cuerpo. No obstante algo había en mí que, en cierto modo, recordaba mi antigua silueta. Era «algo»; algo informe y sin embargo semejante a una forma: un cuerpo espiritual. Todo esto es indecible. Mas no porque yo no quiera revelarlo o porque me esté prohibido hacerlo, sino por carencia de un vocabulario apropiado. Cuando yo era hombre, no hubiera podido explicar a un ciego de nacimiento lo que es el amarillo o el malva; ni a un sordo el sonido del arpa o el rumor de una cascada; ni a un irracional un teorema matemático. Del mismo modo no puedo ahora utilizar palabras hechas a la medida humana para explicar lo que está más allá de lo humano. Los hombres han inventado una palabra límite, «INEFABLE», para expresar lo que no se puede esclarecer con palabras: lo que es indecible. Ello me obliga a hablar aquí por aproximación, apoyándome en metáforas o perífrasis y usando vocablos imprecisos. Entendiéndolo así, puedo decir que mi «mente lúcida» o mi «espíritu incorporal», o mi «cuerpo espiritual», despedía un «halo» que era invisible a los demás, del mismo modo que hay ciertas vibraciones que no capta el oído humano, pero sí el de los pájaros y que se usan para espantarlos, pues no pueden soportar una estridencia que a los hombres pasa inadvertida.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 5
 
 
En cualquier caso (y esto fue para mí desde el primer momento de una evidencia cegadora) yo era una entidad individual. No estaba fundido con el cosmos. Yo era yo, y no otro. Mi capacidad de razonar era mía y el enjuiciamiento de las propias experiencias que estaba viviendo mías también. Y mías, en exclusiva.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 7
 
 
Súbitamente me sentí ingrávido y comencé a elevarme sobre la superficie de las cosas. Quise resistirme a esta levitación. ¿Iba a dejar este mundo sin averiguar quién había disparado contra mi cuerpo, quién me había separado de él tan sin causa? ¿O tal vez había una causa? ¡Si así era, yo deseaba averiguarla! Apenas lo pensé, la levitación cesó, y seguí deambulando por la calle en que fui asesinado y en la misma dirección en que había partido la ambulancia llevándose mi cadáver. ¿Qué va a ser ahora de mí?, pensé con una gran desazón, una suerte de desconsuelo infinito. Y como si la respuesta me fuera dada, volví a elevarme atraído por una fuerza a la que intenté, pero no me fue posible, esta vez, resistir. Era como si un gran remolino de agua negra me tragara; como si un gran viento me succionara por un túnel oscuro. Ésta es la verdadera muerte, pensé. Mas al punto consideré el despropósito de este razonamiento, puesto que pensar es vivir. En un instante dado sentí que me aproximaba a determinadas presencias. Y experimenté un gran consuelo, porque aquellas presencias hacia las que me acercaba se esforzaban en sosegarme. Vi a mi madre, a mis cuatro abuelos, bien que uno de ellos murió antes de nacer yo; a un compañero de colegio, al que me unió estrechísima amistad, a quien dejé de ver desde niño (y que yo ignoraba que hubiese muerto); a una hermana pequeña que falleció de meningitis, enfermedad que yo tuve al tiempo que ella, y de la que sobreviví; y a multitud de seres queridos; unos siempre recordados; otros que ya había llegado a olvidar. Todos me sonreían y animaban, aunque sin pronunciar palabra, y yo gozaba al persuadirme de su proximidad. Se diría que estuviesen ahí, más que para darme la bienvenida, para ayudarme y reconfortarme ante el trance que me esperaba. A medida que salía del pasadizo oscuro, o, si se quiere, cuando comencé a ver aquellas figuras entrañables que se comunicaban conmigo sin palabras y fortalecían mi espíritu con su sola presencia, sentí que la fuerza que me atraía, cuando entré en el túnel, era ahora más fuerte; del mismo modo que es mayor el magnetismo cuando la partícula de hierro está más próxima al imán.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 7
 
 
Al penetrar en la luz dejé de ver a toda otra figura. Sus presencias se diluyeron ante esa otra presencia infinitamente más real y poderosa, ante la que caí en éxtasis, interrumpiéndose en mí toda actividad volitiva mas no intelectiva. Esta presencia no sólo me abarcaba sino que estaba dentro de mí. ¿Qué aconteció entonces? Mal podré decirlo, bien que lo intentaré. ¿Cuánto duró? Pensé que tanto como mi vida mortal, aunque pronto me desengañé porque regresé a la tierra cuando acababa de morir. En aquel espacio (si es que puede decirse espacio) de tiempo (si es que puede decirse tiempo) reviví, paso a paso, mis pasos mortales. La vida, en la tierra, es una sucesión de momentos, un fluir de hechos. El recordarlos exige también un recorrido por los distintos itinerarios de la memoria alcanzando uno sucesivamente después de otro. Allá, no es así. Mi vida entera se me representó de golpe, completa y estática: como en una pantalla quieta, no como en un curso fluyente. Experimenté una profunda tristeza ante todo el mal que hice y el bien que dejé de hacer y sentí inexorable en mi interior el peso y el conocimiento de mi indignidad Necesitaba purgar, purificar el lastre de mis malas acciones. Anhelaba el dolor como precio de mi rescate como agua que purificase la inmundicia que yo era. Pedí a la Luz que me apartase de Sí, que no consintiese por más tiempo mi presencia junto a la Suya. Y me fue concedido lo que yo pedía, más un regalo gratuito: la Esperanza. La seguridad de que una vez purificado, volvería. Por si puede ser útil a quien me lea, quiero insistir en la importancia que advertí tenían las omisiones en este «juicio particular» al que fui sometido y en el que yo fui mi propio fiscal. El dejar de hacer el bien pudiendo haberlo hecho, era, a la luz de lo que entonces entendí, más grave que no pocas acciones negativas. Una de ellas, que en presencia de la luz me producía una gran aflicción, era haber omitido (al comprender que iba a morir) todo pensamiento de amor o de esperanza hacia quien había de recibirme y juzgarme con una piedad que yo no merecía. Mi solo pensamiento al morir fue: «¿Quién ha sido?». «¿Quién me ha disparado?». «¿Quién ha roto, y por qué, súbitamente la convivencia entre mi cuerpo y yo?». Si éste era mi ánimo, mi curiosidad sería satisfecha. Mi purgatorio consistiría en satisfacerla. Mi espíritu debería regresar a la Tierra, junto a los hombres, y vagar temporalmente lejos de los justos y los purificados hasta averiguar quién había sido mi asesino. Sentí un terrible desgarramiento al apartarme de la claridad. Comprendí que de todos los tormentos que han de sufrir quienes necesitan ser purificados, el mayor es el de esta separación entre el alma y su centro. Y abarqué, en todo su sentido, la palabra «destierro» aplicada por los místicos y los teólogos a los que viven apartados, aunque sea temporalmente, de su cuna y su destino. Desanduve el camino de ida, volví a sumirme en el túnel negro y vertiginoso del tiempo, y regresé a la Tierra cuando todavía mi cadáver daba tumbos dentro de la ambulancia, camino de un inútil hospital.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 9
 
 
El que más cháchara desplegaba era un personaje muy conocido en Madrid, del que yo había dicho alguna vez que era el hombre mejor enterado de cuanto sucedía en España, bien que sus noticias tenían estas tres particularidades: ser nuevas o desconocidas por todos sus oyentes, ser siempre sensacionales y no ser nunca deltas.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 12
 
 
Aunque es grande el temor a lo desconocido, todavía lo es más para lo experimentado.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 31
 
 
El Purgatorio no es un lugar. Es un estado del alma o, si se quiere, una circunstancia del espíritu. Yo no resido, no habito, no ocupo un espacio destinado a limpiar las almas no purificadas como pueda serlo en la tierra un lavadero público o un taller de tintorería donde se quitan las manchas en seco. No, no es eso. Yo no estoy en el Purgatorio, sino que vivo, estoy viviendo mi purgatorio. Si carezco de cuerpo, no necesito estar instalado, ubicado en un lugar que lo albergue. No estoy colocado, alojado, insisto, en una mansión, antro, cueva, piélago. Lo que estoy es expiando unas penas, y esta expiación, el hecho mismo de esta purificación purgativa, es lo que debe entenderse como purgatorio.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 33
 
 
Los teólogos hablan de dos clases distintas de penas para cuantos viven una circunstancia semejante a la mía: las llamadas «penas de daño» y las llamadas «penas de sentido». Yo sé harto más que el más sabio de todos ellos, pues cuanto digo nace de la experiencia, mientras que ellos hablaban sólo por deducción. Con esto y con todo, considero muy acertada la distinción entre aquellas dos clases de penas. La pena de daño es la separación entre el alma creada y su creador. Y es inefable, no explicable y terrible. Porque el alma tiende irresistiblemente a alcanzar lo que no puede; siente una sed insufrible por una agua que no le es dada, y tiene perfecta claridad de entendimiento para saber que ella misma es culpable de este contrasentido, lo cual a su vez acrece el arrepentimiento y con ello el dolor. La pena de sentido es de otro orden más terrenal, más apegado a los sentimientos de aquí abajo, más entendible para los que aún viven unidos a su cuerpo mortal. Esta pena —⁠dicen vagamente los teólogos⁠— está producida por causas externas. Y aciertan en esa vaguedad.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 34
 
 
… el cerebro —⁠ese robot del que sólo Dios tiene la clave⁠—
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 36
 
 
Mi purgatorio estaba condicionado al descubrimiento de mi asesino.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 40
 
 
Erraría quien pensara que los espíritus carecemos de humor. ¿No existen acaso los llamados «espíritus burlones»?
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 63
 
 
—¿Y el mechero? ¿Qué historia es esa de saber por «las interferencias» del mechero si yo fumo más o menos que mi padre? —¡Hijo mío! No crea nunca en brujerías. Que su padre fumaba mucho nos lo dijo usted mismo. Y que usted apenas fuma… ¡a la vista está! ¡No sabe ni manejar un cigarrillo!
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 65
 
 
 
Atendedme bien los que me leáis. Hacedlo despacio y no a la ligera.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 81
 
 
Cuantos hemos traspasado el límite de la vida mortal carecemos de Fe y de Esperanza, entendidas tal como las definen la doctrina y el lenguaje de los humanos. Si por Fe entendemos creer en la existencia de Dios, no es eso lo que hay en mí. Porque yo no «creo» que Dios exista. Yo sé que existe Dios. Entre el creer y el saber hay la distancia que va de la hipótesis al axioma; de la suposición a la certidumbre. Creer es tener una cosa por probable; creer es dar por cierto lo que no está demostrado. Axiomático, en cambio, es lo incontrovertible, lo evidente. Con la virtud teologal de la Esperanza acontece lo propio. Consiste en creer (¡de nuevo el verbo que supone!) que Dios nos dará en su día los bienes prometidos. Y yo no supongo, no aventuro hipótesis. Yo sé. Y sé porque he visto. ¡Ah, pero hay una tercera virtud teologal que adquiere en las almas purificadas, o en vías de purificación, una intensidad inefable que está perfectamente definida en la lexicografía cristiana! Y ésta es la Caridad: el Amor a Dios y a sus criaturas. Hoy voy a referirme sólo a las criaturas. En otro lugar dije que cuando mi alma esté totalmente purificada gozará de todas las cualidades de los cuerpos gloriosos: entre ellas la impasibilidad o incapacidad de padecer. ¡Pero yo no he adquirido aún esta cualidad! Lo recuerdo aquí para añadir que amor y dolor están intensísimamente ligados en la Caridad. Dolor por la separación de lo que más se ama, que es Dios; y dolor por el conocimiento de las miserias de las criaturas a quienes se ama ¡y a quienes no se deja de amar —⁠esto es muy importante entenderlo⁠— por muy grande que sea el dolor que produzca el conocimiento de sus miserias!
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 81
 
 
Muchas mujeres se creen casadas y son en realidad viudas…
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 84
 
 
¡Ah, la condición humana! Existe una innata tendencia en quien ha saltado la barrera de los prejuicios sociales o morales a que otros les sigan por el mismo camino. La soledad les incomoda. La compañía les justifica.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 84
 
 
El purgatorio consiste en saber esto, en penetrar hasta la entraña en el conocimiento de nuestra responsabilidad y en desear el castigo como un medio tardío de rectificación.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 111
 
 
El purgatorio consiste en saber esto, en penetrar hasta la entraña en el conocimiento de nuestra responsabilidad y en desear el castigo como un medio tardío de rectificación.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 121
 
 
—El cerebro —insistió mi antiguo socio⁠— es el ingrediente más complejo y excitante del amor…
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 130
 
 
Yo no veía ángeles en mi entorno ni otros espíritus celestes que me acompañaran, vigilaran o dirigieran en el largo peregrinaje de mi destierro. Pero hubo aquel día un extraño revuelo en mí, como de voces exteriores que me llamaban y cursaban órdenes, que producían un gran desasosiego, porque entenderlas, no las entendía. Me desplacé a unos lugares y a otros. En algunos casos fui inspirador, en otros, actor, o bien sencillo y sufrido espectador de cuanto veía o escuchaba.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 132
 
 
Nuestra situación no debe prolongarse. He creído quererte. Tal vez hayas creído que me querías. Nos hemos acompañado. Nos hemos regalado cada uno un poco de nuestra soledad. No tengo nada que reprocharte. Yo, en cambio, tengo mucho que reprocharme. ¡Ya ves, ahora me cuesta más desnudar mi alma ante ti que otras veces desnudar mi cuerpo! Nos hemos proporcionado compañía, pero no felicidad. Dejemos de vernos. Te escribo con melancolía, pero sin tristeza. Al dar este paso, quizá mañana sienta nostalgia, pero no arrepentimiento.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 133
 
 
El alma no duerme. Mientras el cuerpo de los mortales reposa, su espíritu vela. Esta vigilia es permanente: y se prolonga más allá de la muerte corporal hasta la eternidad. El sueño es un estado intermedio entre la muerte y la vida. Es un anticipo de lo que vendrá después porque los dos elementos de que se compone el hombre, tanto en el sueño como en la muerte, se disocian: uno descansa, otro levanta el vuelo.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 148
 
 
A veces, el mortal, al despertar, comenta: «Esta noche he soñado con mi madre o con aquel amigo que murió hace años». E ignoran que eso que llaman sueño ha sido una convivencia efectiva entre el alma del muerto y el espíritu del que dormía. Son visitas que hacemos a los que nos quisieron. Y son visitas gratuitas, sin un fin determinado. Se va a ver a quien se quiere, por el placer del encuentro. Y el amor, cuando pertenece al espíritu, se prolonga indefinidamente después de la muerte. En eso que los hombres llaman el más allá, los que se quisieron en la tierra se continuarán amando para siempre.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 149
 
 
A veces el espíritu del muerto acude al sueño del viviente con una intención específica: confortarle, consolarle o transmitirle un mensaje.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 149
 
 
Oí voces lejanísimas que me llamaban. Eran como un viento de violines. Todo mi ser parecía revivir como si saliera de un largo sueño. Y noté una presencia que decía: «Ha llegado la hora. Sígueme». Un aura apacible y suavísima me envolvió. —¿Quién eres? —He sido tu compañero inseparable desde que naciste. —Tu voz no me resulta conocida: es como un rumor dentro de otro rumor… —Y no obstante… ¡te he hablado tanto! —¿Eres mi conciencia? —He sido su inspirador. Olvídate de ti. La gran hora ha llegado. Escucha las campanas que te llaman, tan lejos y tan cerca de aquí. El aura se hizo brisa; la brisa, viento; el viento, huracán. Me noté arrebatado, y me elevé sobre la tierra, precedido del Ángel. Invertí los términos del Evangelio y exclamé: —¡Oh, Señor; yo no soy digno de entrar en tu casa! Toda la creación me fue mostrada: el universo entero compuesto de multitud de mundos cuyos distintos elementos obedecían, cual rebaños al pastor, a leyes no mudables. Vi los cuerpos celestes que fueron habitados, los que aún lo son y los que lo serán. Vi la Historia del Hombre desde su creación a su extinción. Y la vida futura, sin fronteras, más allá del tiempo y del espacio. Mi mente se iluminó y entendí lo que los hombres, en su ignorancia, llaman misterios. Contemplé a la Verdad fundida con la Sabiduría, me sumergí yo mismo en ellas, y recorrí las fuentes de la Vida, el Orden y la Armonía, que nacen como tres brazos de agua de un solo manantial. Fue una singladura gozosa a través de los mundos visibles e invisibles, ambos sin número y no obstante Finitos.
 
Torcuato Luca de Tena
Carta del más allá, página 153
 











 
 

No hay comentarios: