La noticia del primer vuelo espacial tripulado, lanzada a
los cuatro vientos por la agencia TASS, despegó y dio la vuelta al mundo en el
mismo momento en que Gagarin aterrizaba sano y salvo con su mono naranja en un
patatal de la provincia de Sarátov, junto al Volga. La cápsula de descenso de
dos toneladas y media quedó varada en el seco oleaje del sembrado como ese nabo
gigantesco del más popular de los cuentos populares rusos que una pareja de
ancianos logra arrancar de la tierra tirando de sus hojas con la incorporación
progresiva de personajes que, agarrándose por la cintura en una suerte de conga
campestre, se van uniendo a la gesta hortícola: primero la nieta, después el
perro del hortelano, a continuación un gato y, por último, un ratón que permite
dar el tirón definitivo para sacar el tubérculo. Algunos han querido ver en
este cuento una metáfora de la solidaridad innata en la comunidad rural rusa,
semilla del comunismo si se quiere, aunque otros ven en él la expresión de la
cabezonería prodigiosa de este pueblo ante los retos imposibles (entre arrancar
un nabo gigante y plantar una semilla de metal de casi cinco toneladas en el
cosmos no hay mucha diferencia). En 1961, Serguéi Koroliov, el ingeniero
visionario que apadrinó el despegue de la aventura espacial soviética, logró
sacar fuera de la Tierra su tubérculo de metal con el empuje y la determinación
de sus ingenieros.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 30
Antonio Ribera, considerado el padre de la ufología en
España, fue uno de los más reputados ummólogos: no solo tomó cartas en el
asunto, sino que las recibió durante años. De facciones alargadas de lord
inglés y gruesas gafas de miope, Ribera combinaba la investigación exhaustiva
con un refinado sentido del humor, del que hacía gala en sus intervenciones
públicas. En 1967 entrevistó a supuestos testigos del avistamiento de San José
de Valderas, en particular a una niña del colegio de las Hermanas del Amor de
Dios (entonces los castillos eran usados como colegio por religiosas de esa
congregación) que le dijo que el ovni le pareció «una tortilla». Ribera
aseguraba haber hablado con un ingeniero que circulaba aquella tarde por la
carretera de Boadilla del Monte (que le describió el símbolo como el dibujo que
llevan los coches para el cambio de marchas) y con una mujer que dijo haber
visto desde la ventana cómo el ovni, después de atravesar la Nacional 5,
se posó brevemente frente a un restaurante llamado La Ponderosa, en un lugar
donde luego aparecieron unos tubitos cilíndricos de metal que contenían un
líquido con la textura del agua y unas laminillas de plástico con el símbolo de
Ummo. En 1968, el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial emitió un informe
que determinó que la tira de plástico presentaba una composición química muy
parecida a la del polifloruro de vinilo, mientras que el metal era níquel en un
99 %. Para Ribera, la prueba irrefutable de la autenticidad de aquellas fotos
era un plano de planta y de alzado de las evoluciones del objeto elaborado a
partir de la secuencia de las nueve fotos, resultando «un perfecto itinerario».
Frente a la legión de ufólogos que en los años noventa echaron por tierra el
ovni de Valderas, sobre todo tras la supuesta detección de un hilo en los
análisis de los negativos, se eleva la voz del infatigable investigador Juan
José Benítez, irredento defensor de las fotografías. Para el ufólogo navarro,
el famoso hilo delator sería una arruga propia de un negativo muy manoseado.
«Los negativos los analizó, entre otros, el laboratorio de la imagen de la
Guardia Civil en Madrid, y el famoso negativo donde se decía que había un hilo
del que pendería la maqueta no era un hilo, sino una rayadura del negativo, y
yo vi en el microscopio cómo se ve el rayón. No es cierto que se hiciera una
maqueta. Eso son inventos que luego se hicieron posteriormente. La nave estuvo
ahí», afirmaba en un programa titulado Rastreadores de misterios, emitido por
Telemadrid en 2012, frente a quienes afirman que, en realidad, se trató de una
sencilla maqueta de no más de treinta centímetros que los autores del montaje
habrían colgado de un hilo muy fino. Otro argumento que permite a J. J. Benítez
salvar la cara del fenómeno Ummo es su antigüedad, ya que —sostiene en libros y
entrevistas—, antes de que saltara el caso en España en 1966, testigos vieron
naves con la hache en la panza en Brasil, México, Sudáfrica, España (en
Albacete, en los años veinte) e incluso en la China milenaria. Según el
ufólogo, en mayo de 1964 un operador de cámara de la base naval de EE. UU. en
las Bahamas vio de noche tres objetos con la famosa hache de Ummo en la panza y
lo filmó, aunque sus superiores le requisaron la película. En una de sus
expediciones a África, el investigador navarro comprobó que la tribu de los
dogón, que veneran desde antiguo a dioses de aspecto anfibio que bajaban del
cielo en barcas con este símbolo, todavía lo conservan en sus máscaras y
escudos. Por descontado, J. J. Benítez cree que José Luis Jordán Peña mintió
cuando anunció en 1993 que los ummitas eran criaturas de su invención. «Ese
experimento se me ha ido de las manos», decía, dolido por la aparición de
algunas sectas que usaron Ummo para envolver de incienso cósmico sus fechorías.
Hasta su muerte en 2014, Jordán Peña se reivindicó como el demiurgo del planeta
Ummo. De hecho, la hache ummita apareció impresa en la necrológica que publicó
el diario El Mundo, al parecer por expreso deseo de su hijo. Con un hilo de voz
muy tenue, quejumbroso y titubeante, casi ummita, Jordán Peña respondía así en
el programa La sombra del espejo, entrevistado por David Cuevas, siete años
antes de morir, a la pregunta de si contó con ayuda de algún organismo oficial
a la hora de montar la trama: —Vamos a ver. Me pregunta usted una cosa muy
delicada. Yo le puedo decir que no fue ningún organismo oficial español, como
el servicio de información del antiguo CESID. No hubo ninguna ayuda de un
organismo oficial español. Pero la pregunta se extiende a otros países y yo me
reservo callarme. ¿Estaba la cortina de hierro detrás de la cortina de Ummo? La
cuestión de si la CIA o el KGB movían los hilos de Ummo nunca dejó de gravitar
sobre el caso. Ya en 1979, Antonio Ribera confesaba abiertamente sus
suspicacias sobre esta cuestión en una emisión del programa Más allá,
presentado por el psiquiatra Fernando Jiménez del Oso, barbudo patriarca del
periodismo de misterio en la televisión española de los años setenta y ochenta.
Ribera admitía que el decoro y la felicidad que prevalecían en el mundo de los
ummitas, según quedaba reflejado en sus cartas («la familia se reúne en torno a
una mesa presidida por el pater familias; hay que estar muy sonrientes en la
mesa»), así como su asepsia (antes de comer se rocían las manos con un hidrosol
que al solidificarse crea una fina película protectora), le recordaba de lejos
a la distopía Un mundo feliz de Aldous Huxley y, un poco más de cerca, al
«estilo de vida americano». «Este es uno de los informes que me han hecho
pensar que detrás de todo el asunto Ummo está la NASA», le confesó Ribera a
Jiménez del Oso en aquella entrevista. En 1993, el investigador francés Renaud
Marhic le daba definitivamente la vuelta a la tortilla y defendía la conexión
rusa, sugiriendo que el caso Ummo fue urdido por el KGB. En su libro El asunto
Ummo. Los extraterrestres que venían del frío, recordaba una serie de rasgos
del planeta Ummo («individualismo marginado», «horripilante pragmatismo
científico», «gestión informática del planeta donde la producción económica es
severamente controlada», «control de la educación a partir de los trece años»)
que encajarían con una visión socialista propia de la URSS y de un Gran
Hermano. El investigador francés, siguiendo la estela de la escuela junguiana
del miedo colectivo, que veía rusos en el envés de cada platillo volante en los
albores de la Guerra Fría, concluye que «las cartas ummitas han permitido la
propagación en Occidente de una ideología marxista y profundamente
antiamericana». De haber sido así, los rusos, ajustándose el mono de ummita
(con la fisonomía nórdica como parte más conseguida del disfraz), habrían
conseguido dar forma real al mito colectivo de los ovnis, identificado a un
nivel subconsciente con la amenaza nuclear que encarnaban los soviéticos, tal y
como deja caer Jung en su famoso ensayo y reflejaron películas fundacionales
del género como Ultimátum a la Tierra (1951). Pero ¿en qué quedamos? ¿«American
way of life» o «Proletarios del mundo uníos»? El caso Ummo conectaba los
extremos del mundo bipolar, uniendo el capitalismo estadounidense y el
comunismo soviético, esos dos universos paralelos, por una suerte de agujero de
gusano. Bajo el prisma de la utopía ummita, las potencias antagónicas de la
Guerra Fría guardaban cierto parecido, compartían una misma marca de fábrica o
de nacimiento. Un chiste soviético alumbrado al calor del derrumbe de la URSS,
setenta y cuatro años después de la Revolución de 1917, lanzaba la pregunta:
«¿Qué es el socialismo?»; y respondía: «El camino más largo para llegar al
capitalismo». Julio Camba intuyó que capitalismo y socialismo eran extremos que
se tocaban cuando visitó Nueva York en los años treinta: «Ambas representan la
máquina contra el individuo, la cantidad contra la calidad, el automatismo
contra la inteligencia. Hombres eugenésicos y gallinas de incubadora. Una
humanidad en serie, opinando en serie y divirtiéndose en serie». Hoy habría que
añadir: «… y con series». Marhic fue el primero en estampar la hoz y el
martillo en la panza del ovni de San José de Valderas, pero la idea siempre
flotó en el ambiente. En 1991, un jovencísimo Javier Sierra, ayudante y
discípulo de Antonio Ribera, recordaba en el canal ETB-2 que el universo ummita
tenía bastante de «socialismo utópico»: «todos los servicios están a
disposición de todo el mundo, cuando tú deseas algo lo tienes generalmente al
alcance de la mano y todo aquello está gobernado por una especie de Consejo
Supremo, que es el UMMOAELEWE». Sin embargo, la conexión rusa se cortocircuita
con ese «cuando tú deseas algo lo tienes generalmente al alcance de la mano» si
pensamos en las colas que en 1989 hacían los soviéticos para obtener azúcar con
talones de racionamiento. En cuanto a las jornadas de trabajo de los ummitas
—de unas tres horas al día—, poco o nada que ver con la idolatría del trabajo y
el estajanovismo en la URSS.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 72
A los astronautas siempre les cae encima la pregunta del
platillo volante, como si los periodistas diéramos por hecho que están más
cerca del fenómeno extraterrestre solo por haber orbitado alrededor de la
Tierra. La suposición está tan cogida por los pelos como la de pensar que
alguien que vive en un decimoquinto piso está más familiarizado con las
golondrinas. No suelen mojarse los hombres del espacio en cuestiones
ufológicas. Sin embargo, la perestroika y la glásnost también encontraron eco
en el espacio y los cosmonautas empezaron a alzar la voz y a hablar de sus
avistamientos extraordinarios sin temor ya a que les hicieran el vacío. Fue el
caso de Guennadi Strekálov, que el 28 de septiembre de 1990 vio desde la estación
soviética Mir, durante apenas diez segundos y a unos 20-30 kilómetros sobre la
superficie terrestre, una esfera plateada, brillante e iridiscente que
«recordaba a la bola de un árbol de Navidad» y era mayor que «un gran barco»,
según dijo cuando fue entrevistado por radio. Uno de los avistamientos más
llamativos de ovnis desde el espacio ocurrió el 31 de marzo de 1991, cuando el
cosmonauta Musá Manárov captó con su cámara un objeto con forma de cigarro
cuando se disponía a filmar la llegada de un vuelo de carga a la estación Mir
(en internet puede encontrarse fácilmente la grabación, en la que se aprecia
cómo el extremo del «cigarro» se enciende en determinado momento).
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
Sospecho que cuando Popóvich me confesó que quería volar de
nuevo, lo decía para volver a sentir ese pálpito de eternidad ante la visión
conmovedora del orden cósmico.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
A diferencia del escritor, que no sabe muy bien lo que busca
cuando busca, y que otea y espera mientras observa con paciencia de pescador (o
de cosmonauta obligado a pasar quince días en órbita), el periodista olfatea
nervioso, busca y dispara porque necesita presas frescas que envolver con el
periódico de cada día.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
«Hay que resistir. ¿En qué sentido digo resistir? En el de
seguir siendo una persona normal y sencilla como eras antes. Y lo logró
perfectamente. Se encontraba con todas las categorías de personas: koljosianos,
científicos, ministros, reyes», me contó Popóvich, que recordaba cómo en una
ocasión, sentado ante la reina Isabel II, Gagarin —azorado ante el cúmulo
de tenedores, cuchillos y cucharas— le confesó abiertamente a la monarca que no
sabía qué cubiertos usar de todos los dispuestos en la mesa, herramientas todas
ellas desconocidas para el piloto hijo de campesinos e inviables para arreglar
una escotilla antes del despegue. «Míster Gagarin, yo me eduqué en el palacio
de Buckingham y tampoco sé por dónde empezar. Hagámoslo como nos resulte más
cómodo», me dijo Popóvich que le dijo la reina de Inglaterra al primer
cosmonauta. Popóvich me contó con orgullo que una vez.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
Por su condición de venerable conquistador del espacio,
Pável Popóvich fue, probablemente, el ufólogo más respetado de la era
soviética. Su nombramiento como presidente de la asociación nacional de
ufología, creada en 1990, fue un indicio claro de que soplaban nuevos aires
para la investigación ovni. La perestroika daba carrete al hilo de los ovnis y
Moscú dejaba espacio a los extraterrestres en su visión pragmática y
cuadriculada del cosmos como campo de juego de la Guerra Fría. Pero no siempre
había sido así. En la URSS los platillos volantes estaban mal vistos, tanto o
más que la vajilla de los Romanov, y los ufólogos que en los años sesenta se
encomendaron públicamente a la ufología podían perder su empleo o ser incluso
recluidos en psiquiátricos, lo que condenó a los entusiastas de los ovnis a
otear el firmamento agazapados en el subsuelo, desde el universo paralelo del
underground.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
Si Tunguska es el Big Bang de la ufología soviética, ese
segundo sol que flotó brevemente sobre Siberia supuso el «hágase la luz» de la
narrativa de Stanisław Lem, uno de los patriarcas de la ciencia ficción. El
escritor polaco recogió el testigo de Kazántsev en su primera novela
Astronautas (1950), que arranca como lo haría una crónica periodística, narrando
con frialdad y pulcritud el fenómeno Tunguska y la estela de elucubraciones que
arrastraba entonces. Así arranca de la obra, en la primera traducción en
castellano publicada por Impedimenta en 2016: «El 30 de junio de 1908, miles de
habitantes de la Siberia central pudieron observar un extraordinario fenómeno
de la naturaleza. Aquel día, a primera hora de la mañana, apareció una cegadora
bola blanca que atravesó el cielo de sureste a noroeste a una velocidad
impresionante».
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
La hipótesis del paleocontacto es una de las vertientes más
sugestivas del fenómeno ovni, pues no se basa en el etéreo testimonio de un
avistamiento visto y no visto de un objeto volátil, sino en representaciones
palpables, como las fantasmagóricas pinturas rupestres australianas de Wondjina
(ojos grandes negros y cabezas con un halo blanco que recuerdan a los icónicos
alienígenas grises) o las de Tassili (desierto de Argelia), que representan a
gigantes de cabeza abombada y aspecto envarado, como embutidos en escafandras.
La hipótesis alcanza su cenit con la popular teoría de los anunnaki, que remite
necesariamente a Zecharia Sitchin, estudioso de la lengua sumeria nacido en
1920 en la república de Azerbaiyán (invadida ese mismo año por el Ejército
Rojo), que en 1976 publicó El duodécimo planeta, donde habla del planeta
Nibiru, patria de los anunnaki, que —asegura— tarda 3600 años en completar su
órbita. Hereje para la ciencia y la arqueología oficial, Sitchin sugería que de
las estelas y textos cuneiformes se desprende la idea de que los anunnaki
visitaron la Tierra hace decenas de miles de años para crear una raza esclava
híbrida, mezclándose para ello con los primeros homínidos de nuestro planeta,
con el objetivo de extraer todo nuestro oro sin romperse las uñas. O garras o
lo que les salga de la punta de los dedos.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 100
Y la Luna es muy rara, que lo sepas…
—¿Perdón?
—Sí. Es una esfera perfecta, tiene cráteres poco profundos y nunca vemos el lado oscuro. Yo creo que es un satélite artificial que nos está grabando, como una cámara entre avispas.
—O sea, ¿que la Luna sería una especie de Estrella de la muerte, un planeta artificial?
—Sí.
—¿Puesto por quién? ¿Por los anunnaki?
—Sí.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 110
Escribo en el buscador de Google «Luna artificial hipótesis»
y choco de lleno con la insólita explicación de que nuestro satélite es un
planetoide hueco creado por una civilización avanzada hace miles de años,
supuestamente para observarnos. Lo que me sorprende es la paternidad rusa de la
lunática suposición (que me tomo como una señal del cielo). En 1969, los
científicos Mijaíl Vasin y Alexánder Shcherbakov, de la Academia de Ciencias de
la URSS, firmaron un artículo en la prensa soviética en el que sugerían que la
Luna es una creación artificial, tesis que apoyaban sobre evidencias que claman
al cielo: que el tamaño de la Luna es desproporcionado (demasiado grande como
para haber quedado atrapada por la gravedad de la Tierra); que siempre vemos la
misma cara de la Luna (como si no quisiera perdernos de vista); y que los
cráteres apenas tienen unos tres kilómetros de profundidad al margen de su
tamaño. Según ellos, esta fallida capacidad de los meteoritos para hollar la
superficie lunar se debe a que la «cáscara» de nuestro satélite no es natural y
se compone de dos capas: una primera protectora antimeteoritos, de unos cuatro
kilómetros de espesor, y otra protectora de blindaje. Debajo de esta segunda
capa (de unos quince kilómetros de espesor), la pareja presuponía que la Luna
aloja gigantescos mecanismos de propulsión y de reparación de las planchas del
cascarón blindado, así como cavidades habitables con atmósfera respirable por la
supuesta raza que se sacó del bolsillo esta versión de la Estrella de la
Muerte. A medida que leo más detalles sobre la Luna hueca, siento cómo se llena
de sentido mi teoría —largamente contrastada— de que la realidad y la ficción
tienden a eclipsarse en Rusia. Estos científicos rusos hablaban completamente
en serio. «No nos comprometemos a responder a la pregunta de quién, cuándo y
con qué propósito creó la Luna» —escribieron Vasin y Shcherbakov—, «pero los
hechos nos obligan a aceptar que es un cuerpo artificial». La hipótesis de los
rusos volvió a sonar con fuerza en los años setenta, después de que,
supuestamente, los sismómetros de las misiones Apollo registraran temblores que
hacían vibrar a la Luna «como una campana», metáfora que sigue propagándose por
el ciberespacio.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 111
Cuenta Haruki Murakami en De qué hablo cuando hablo de
escribir (2017) que cuando vio a E. T. reuniendo todo tipo de cachivaches que
encuentra por la casa para improvisar una antena con la que poder comunicarse
con los suyos a tres millones de años luz de la Tierra, se dio cuenta de que
eso era, precisamente, lo que hacen los escritores: reunir materiales de aquí y
de allá para comunicarse con lectores lejanos y con sus respectivos mundos
interiores («No es tan importante la calidad de los materiales en sí. Por
encima de cualquier otra consideración, deben provocar una especie de magia»).
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 127
¿Se puso nervioso el primer alienígena gris que salió de su
planeta en el primer ovni rudimentario de su especie?
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 130
Vorónezh se distingue mejor desde las nubes, como las líneas
de Nazca, los misteriosos círculos de las cosechas o esos pinos y abedules
plantados por leñadores soviéticos que formaban entre sí la palabra LENIN o
CCCP y que los satélites de Google Earth están rescatando ahora del olvido. A
vista de gaviota, de avión, de dron, de paracaidista, de ángel en caída libre,
de ovni —claro— o de satélite espía del Pentágono. Vorónezh salta a la vista en
la cartografía de la Tierra por el gran brazo de agua que se ensancha, como una
deforme hinchazón tumoral, e inunda el corazón urbano, cortando y separando las
dos orillas de la ciudad por dos kilómetros de agua de incierto color verdoso.
Ciudad doble a la vista.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 133
En septiembre de 1989, días antes de que la noticia del ovni
de Vorónezh alborotara medio planeta, Hanssen reveló al KGB que debajo de la
embajada soviética en Washington había un túnel secreto (y descubrir un túnel
secreto es lo más alto a lo que puede aspirar un topo).
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 157
¿No son acaso los extraterrestres la forma más evolucionada
del espionaje? Llegan, observan y se van sin hacer ruido ni causar excesivo
alboroto.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 150
¿Llegaron los gigantes de Vorónezh para espiar? Su discreta
forma de actuar (dejemos el cañón desintegrador de adolescentes a un lado) es
propia de los típicos agentes infiltrados del KGB o de la CIA. En el caso de
Vorónezh se habló de una «misteriosa piedra de color rojo oscuro» dejada por
los visitantes. Es probable que analizaran su composición, pero quizá se
olvidaron de comprobar si estaba hueca. ¿Y si dejaron un mensaje para un
contacto de otro planeta y usaron la Tierra como puentecillo de madera o punto
muerto de contacto? Al igual que los agentes ilegales en países enemigos, los
alienígenas se mimetizan con el entorno, metiéndose literalmente en la piel del
primer terrícola local que encuentran a su paso, espían nuestras mentes y nos
extraen información. En lugar de destapar túneles, a lo mejor su misión
consiste en descubrir agujeros negros entre galaxias enemistadas. Pero si
contemplamos el platillo volante como mero aparato espía, se corre el riesgo de
caer en el terreno de los escépticos, que uncen el fenómeno ovni al arranque
mismo de la Guerra Fría y de la carrera de armamentos, cuando el desarrollo del
espionaje por tierra, mar y aire se convirtió en un mecanismo ultrasecreto de
supervivencia entre las dos superpotencias. Para los primeros incrédulos de la
era bipolar, todos los ovnis venían de Moscú.
Tras las setas envenenadas y el aprendiz de espía, la
tercera noticia que colocó a Vorónezh en el mapa de la información durante mis
años de corresponsal saltó en 2010, cuando a la estatua de Lenin de la ciudad
le colgaron el cartel de «Se vende», lo que debió dolerle más al fundador de la
URSS que si la hubieran derribado para fundirla (que fue exactamente lo que
hicieron los nazis con ella en 1942). La expresión «Se vende Lenin» entraña una
paradoja en sí misma. ¿Se puede poner precio de mercado al hombre que suprimió
el mercado? La iniciativa pequeñoburguesa corrió a cargo del gobierno local
debido a la falta de fondos tras la quiebra de la empresa municipal encargada
de su mantenimiento y restauración. Catorce toneladas de bronce traicionadas
por veinte monedas de plata. Las autoridades advirtieron a los interesados que
quedaba prohibida su fundición, su tuneo o su colocación en patios privados,
huertos o jardines que no fueran de acceso público. Nadie se ofreció a pujar
por la estatua.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 158-159
fue en 1977, el mismo año del estreno mundial de La guerra
de las galaxias, cuando la NASA lanzó su mensaje al cosmos más peliculero. Iba
fijado en las sondas Voyager 1 y 2 (lanzadas rumbo a los planetas
exteriores del Sistema Solar) y consistía en un disco fonográfico de cobre
cubierto de oro de treinta centímetros de diámetro con saludos en cincuenta y
cinco idiomas, noventa minutos de música, sonidos y más de cien imágenes de la
Tierra. Entre las grabaciones del disco (que lleva incorporada una aguja para
reproducir la información) figuran sonidos terrícolas (una risa, un grillo, un
tren, un chimpancé, latidos de corazón o el repiqueteo del código morse),
piezas musicales que van desde la Consagración de la primavera de Stravinski a
canciones iniciáticas para niñas pigmeas de Zaire; así como numerosas imágenes
(un delfín, un feto humano, la Gran Muralla china, una madre amamantando a su
bebé, un sapo en un árbol o una carrera de atletismo encabezada por el
soviético Valeri Borzov, campeón en 100 y 200 metros en Múnich 72). En
agosto de 2012 la Voyager 1 se convirtió en el primer artefacto de
fabricación humana que rebasó la frontera de la heliopausa, donde el viento
solar se une con el viento estelar de otros astros. En el momento en que cruzó
la última frontera, como el barco cósmico de Čapek, captó y envió a la Tierra
una prueba del sonido del espacio interestelar (salpicado de espaciados
chillidos por efecto de la luz solar).
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 164
Puede que los americanos se lleven el Óscar a la puesta en
órbita más espectacular de un mensaje terrícola destinado a extraterrestres,
pero los rusos, fieles a su enceguecida vocación de pioneros, llamaron a la
puerta de los alienígenas antes que nadie: ocurrió el 19 de noviembre de 1962
—diez años antes que la Pioneer 10— y consistió en un mensaje en morse
transmitido por radio en dirección a Venus desde la antena de ocho espejos
ADU-100 del Radar Planetario Eupatoria, en Crimea. El mensaje de radio contenía
la palabra mir (que significa paz y mundo en ruso). Cinco días después se
enviaron las palabras Lenin y CCCP. Dado que el disco de la Voyager no contiene
ni una sola referencia al mundo comunista (sospecho que la imagen del atleta
Valeri Borzov se les coló sin querer, lo que debería computar como éxito
soviético de la carrera espacial), el mensaje de morse enviado por Moscú a
Venus fue el único que exportó la idea de la Revolución de Octubre más allá de
la Tierra.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 165
En el disco de oro de las Voyager, junto con los sonidos, la
música y las imágenes, vuela en la inmensidad del espacio exterior el
electroencefalograma de una mujer enamorada. Ann Druyan, integrante del equipo
de Carl Sagan, propuso incluir una grabación de ondas cerebrales, con la idea
en mente de que otras civilizaciones quizá serían capaces de descifrarlas, y se
ofreció como cobaya. La grabación estaba prevista para el 3 de junio de 1977,
pero dos días antes ocurrió algo inesperado: Ann Druyan se enamoró de Carl
Sagan y ambos tomaron entonces la decisión de casarse. «Para ambos fue,
simplemente, un momento de esos en los que se exclama “¡Eureka!”: la idea de
que podríamos haber hallado la pareja perfecta», confesó Druyan. En un
laboratorio del hospital Bellevue, en Nueva York, la futura esposa de Sagan se
conectó a un ordenador que convertía en sonidos todos los datos de su cerebro y
su corazón. Durante una hora pensó en la historia de la Tierra y de las ideas,
en la civilización humana y sus tensiones económicas y sociales, pero algo más
fuerte eclipsaba y envolvía todos sus pensamientos: el amor. «Mis sentimientos
de mujer de veintisiete años locamente enamorada están en ese disco», algo que
—asegura en el libro Murmullos de la Tierra— «será verdadero dentro de cien
millones de años».
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 166
Para escribir hay que conectar el mundo interior con el
mundo exterior por medio de una red de asociaciones («red de amor», diría
Tolstói), atrapando en ella señales fugaces, frases de libros, sincronías,
siempre atento a ese susurro de la metáfora que nunca sabemos de qué rincón de
la galaxia nos ha llegado, como un meteoro indetectable.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 173
En su libro El Estado y la Revolución (escrito en agosto de
1917) y que me he traído a Vorónezh como contrapeso al Diario de la revolución
de Bunin, el sumo bolchevique hace una serie de consideraciones sobre la
extinción del Estado burgués, sin soltar en ningún momento la mano de Marx,
pero sobre todo la de Engels: 1) Tras la destrucción del Estado burgués por la
revolución proletaria, se extinguirá —por innecesario— el Estado proletario; 2)
La revolución sustituirá la «fuerza especial de represión» que es el Estado por
otra del proletariado; 3) «La democracia también desaparecerá cuando
desaparezca el Estado»; 4) Todo Estado ni es libre ni es popular; y 5) «La
sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es imposible sin una
revolución violenta». Estos son los cinco argumentos que se deshacen hoy entre
los dedos broncíneos de Lenin, que se habría quedado de una pieza si hubiera
alcanzado a ver (murió siete años después de su revolución) cómo aquel
provisional Estado proletario que habría de salir de escena por «innecesario»
degeneró en la mayor máquina funcionarial de la historia, un omnipresente
ejército gris de funcionarios atornillado en la placa base de la sociedad
soviética que controló, dirigió, planificó y atascó la vida económica del país
más grande del mundo durante setenta y cuatro años y cuyos tentáculos lo mismo
contabilizaban con celo maquinal y estadístico ruedas de triciclo o huevas de
caviar que torpedos nucleares, para que nada ni nadie se saliera del plan, del
Gosplán (Comité Estatal de Planificación). Según postulaba Lenin, la dictadura
del proletariado, que vendría seguida de la etapa del socialismo, era un tiempo
de preparación antes de que se alcanzara la última fase en la historia de la
humanidad, la sociedad comunista (esa que Jrushchov previó para 1990), una
etapa desprovista de conflictos donde camparían a sus anchas la libertad y la
igualdad. ¿Pecaba Lenin de ingenuo cuando escribió en 1917 que, una vez se
alcanza el comunismo, «la necesidad de una máquina especial para la represión
comienza a desaparecer», porque no habrá «nadie a quien reprimir, nadie en el
sentido de clase»? ¿O vivía directamente en otro planeta?
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 192
En Los cosacos, Tolstói dejaba planteado su ya citado
principio vital de acción: «Tender por doquier las redes del amor» como método
para amar al prójimo; y pienso que los móviles nos permiten hacer esto mismo
ahora, con la pequeña salvedad de que no es amor lo que motiva el tejemaneje de
la red.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 200
¿Cómo comunicarse con otra raza interestelar?, se preguntan
los científicos ante la posibilidad de un contacto con extraterrestres. Si
Steven Spielberg dejó en el aire la idea de la música como lenguaje universal o
de los Lacasitos como semilla de amistad interplanetaria, los buscadores reales
de vida inteligente entienden que las matemáticas serían el mejor canal de
interacción entre los pueblos del cosmos. ¿Y por qué no una pachanga? Al primer
encuentro oficial con extraterrestres deberíamos acudir con un balón de fútbol
(con la esperanza de que ellos no tengan más de dos extremidades). Que aún no
hayamos descubierto un modo infalible de comunicación entre los dos sexos no debería
desalentarnos. Ante una primera cita, yo suelo sentirme como Elliot en su
primer intento de comunicación con E. T., al que enseña sus muñecos de Star
Wars, sus peces y sus juguetes y, como única respuesta, el extraterrestre se
mete en la boca el coche en miniatura que le tiende su amigo. Luego vendrá la
comunicación telepático-emocional que los une sin palabras, lo que sería el
verdadero amor, el que no necesita palabras ni diccionarios. Aelita tiene la
capacidad de anticipar mis bromas, de retorcerlas y ofrecerme una variante
mejor que me desarma. Creo que es por eso que me gusta. Porque me hace reír. La
risa como atajo más corto entre dos universos. En el protocolo secreto de la
ONU diseñado para afrontar la primera visita oficial de extraterrestres, seguro
que figura el carcajeo como primera tentativa de comunicación (por delante
incluso del malabarismo con frutas, el tequila o la danza del vientre).
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 200
Me he propuesto indagar el caso Vorónezh sin caer en la
tentación de la mofa. Porque la guasa y el choteo son para los ovnis como la
kryptonita para Superman.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 240
¿Cómo nos verán ellos a nosotros? En términos puramente
racionales, casi me interesa más esto que verlos yo a ellos.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
La perestroika e internet fueron revoluciones a cámara
lenta.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 262
El astrofísico Jacques Vallée, alto, canoso y francés,
considerado por muchos como «el mejor ufólogo del mundo» por su forma de
abarcar el fenómeno sin estridencias y desde todos los ángulos posibles, fue
uno de los primeros investigadores que sugirió que las apariciones de la Virgen
de Fátima en 1917 y, en particular, la así llamada «danza solar» que acompañó
la última de aquellas visiones del 13 de octubre de aquel año, se trató en
realidad de un ovni. Según el testimonio de numerosos testigos que se
congregaron aquel día en Cova da Iria, advertidos por los tres pastorcillos de
la aparición de la Virgen, los cielos encapotados se abrieron y un sol más
apagado de lo normal comenzó a lanzar destellos de colores y a moverse en
zigzag, secando las ropas empapadas por la incesante lluvia de la mañana.
Almeida Garrett, profesor de la Universidad de Coímbra que se encontraba entre
la multitud, describió ese sol como «una rueda pulida» que giraba «locamente».
«Parecía de repente soltarse del firmamento y, rojo como la sangre, avanzar amenazadoramente
sobre la tierra como si fuera a aplastarnos con su peso enorme y abrasador»,
recoge su testimonio el libro Nuevos documentos de Fátima (1984). A la luz de
los acontecimientos, Vallée sostiene que los asistentes no pudieron identificar
lo que veían como un fenómeno ovni (aún faltaban treinta años para que Kenneth
Arnold pasara a la historia como el primer testigo de platillos volantes)
porque el fenómeno quedó «nublado por las distorsiones de la fe». Nuestro J. J.
Benítez va más allá en la interpretación ufológica del más allá, cuando afirma
que la propia Virgen de Fátima era un alienígena con atavíos de cosmonauta.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 310
Entrevistado en septiembre de 2016 en el programa Hora 23 de
la televisión boliviana, el ufólogo navarro subrayaba que «todas las religiones
han nacido en su origen de presencia ovni», de manifestaciones de luces, seres
u objetos que descienden en determinados lugares, como ocurre con las
apariciones marianas, de las que —sostiene— se han registrado «veintiuna mil»
desde el siglo IX. En este sentido, recalca que la Virgen de Fátima no fue
como nos la pintaron: «en realidad la descripción que hacen los testigos en
1917 es de una mujer o un hombre —no se sabe—, muy pequeña, un metro, con un
casco como una pecera en la cabeza, y una bola de cristal en las manos, una
capa y unos pantalones a cuadros. Claro, eso luego se ha cambiado porque a la
Iglesia no le interesa este aspecto. Esto ha ocurrido siempre, y no digamos en
el islam». En cuanto al escenario habitual de las apariciones marianas sobre
los árboles (que es lo que nos ha traído hasta aquí de rama en rama), J. J.
Benítez saca el hacha y se muestra más tajante todavía. «¡Yo no me imagino a la
Virgen saltando por encima de los árboles como Tarzán!», proclamó en 2015 en el
programa Ochéntame otra vez de TVE. Dos años después, en una charla en Capilla
del Monte (Argentina), incidió en la misma idea: «Pero ¡¿qué pinta la Virgen
María encima de un chaparro?! ¿Por qué la Virgen María se presenta encima de un
roble o de una encina? ¿Por qué? ¿No puede bajar al suelo?».
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 311
¿Es parte intrínseca de los ovnis su fugacidad? Parecen
diseñados para sobrecogernos, pero luego apenas sí comparecen. ¿Por qué no se
quedan a pasar la tarde?
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 319
Como los rusos en 1991, por aquel entonces yo descubrí el
dinero. «Hasta entonces yo detestaba el dinero, porque no sabía qué era
exactamente […]. Podría decirse que crecimos en un país donde el dinero no
existía. Mi salario era de ciento veinte rublos, como el de todos, y me
alcanzaba para todo. La perestroika trajo el dinero», dice una de las voces
reunidas por Svetlana Alexiévich en El fin del «Homo sovieticus». «El
descubrimiento del dinero fue como la deflagración de una bomba atómica» o
«tener dinero se convirtió en sinónimo de libertad», dicen otras de estas voces
exsoviéticas, con la nostalgia atravesada por el recuerdo de aquel largo recreo
del comunismo. Porque la palabra infancia se acaba cuando la letra efe —ese
periscopio feliz— rompe filas, se coloca delante del vocablo y nos susurra al
oído: financia.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 322
Por muy rápido que se desplacen en zigzag, la sombra de la
falsedad nunca ha dejado de seguir de cerca a los ovnis.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 327
En 2017 se supo que el vídeo de la autopsia de un supuesto
alien estrellado en Roswell (que en 1995 invadió los hogares de medio mundo en
formato VHS) era un montaje. Lo reconoció el creador de la cinta. Al parecer,
no solo había gato encerrado, sino cordero, vaca, cerdo y oveja, animales de
cuyas vísceras se valieron para embutir el embuste del alienígena de pega. A
finales de diciembre de 1980, un grupo de soldados estadounidenses destinados
en la base de Woodbridge, en Rendlesham Forest (Suffolk, Inglaterra), vieron
unas luces extrañas moviéndose entre los árboles y un objeto luminoso no
identificado (una especie de cono metálico), en lo que se dio en llamar el
«Roswell británico». Casi cuatro décadas después, el investigador David Clarke
trocó el objeto cónico en cómico, lanzando la hipótesis de que pudo tratarse de
una broma pesada de un grupo de militares británicos deseosos de vengarse de
sus colegas norteamericanos (que los habrían sometido a un rudo
interrogatorio), valiéndose para ello de globos de helio de color negro
dirigidos por control remoto envueltos en luces parpadeantes de colores. Otro
platillo que se descolgó del iconostasio sagrado fue el de la foto tomada en
Petit-Rechain, el más popular de la oleada belga de ovnis triangulares de
1989-1990, que resultó ser una maqueta de poliestireno. «Hicimos el modelo con
poliestireno, lo pintamos y luego le añadimos cosas, lo suspendimos en el aire…
y sacamos la foto», dijo el supuesto autor de la broma en 2011 a Radio
Televisión Luxemburgo. «Puedes hacer mucho con poco. Nos las apañamos para
engañar a todo el mundo», se jactaba Patrick, el autor de la bufonada que se
perpetró en abril de 1990, cuando tenía dieciocho años. La década pasada unos
jubilados reconocieron en la tele que el así llamado ovni de Bélesta (de otra
oleada francesa acaecida en 1954) no fue otra cosa que una rueda de bicicleta a
la que acoplaron luces. «En los periódicos y en la radio solo se hablaba de
ovnis y pensamos: “quieren ovnis, ¡vamos a dárselos!”», dijeron los
exadolescentes.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 327
La españolidad como salvoconducto. Los españoles somos un
poco como los ewoks de la galaxia, que nos hacemos de querer cuando salimos
fuera.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 336
… desde junio de 2017 muchos ya dan por muerta la conexión
extraterrestre de la señal Wow! tras comprobaciones del astrónomo Antonio
Paris, que asegura que fue la estela de hidrógeno del cometa 266P/Christensen
(descubierto en 2010 y que pasó cerca de la Tierra en agosto de 1977) lo que
generó la señal. Después de tanto ruido, de nuevo, el silencio.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 340
El silencio que separa a la Tierra de otras civilizaciones
es tan espeso como el que separa a los ufólogos de los científicos.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 346
Los entrevistadores tenemos que saber captar las señales de
ese otro mundo que es un entrevistado.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 369
En mi consejo virtual de ufólogos, Jiménez del Oso
equivaldría al veterano maestro jedi Obi-Wan Kenobi, mientras que Javier
Sierra, por su dicción atropellada y abrumadora capacidad para procesar
información, sería el robot políglota C-3PO. J. J. Benítez tiene algo de Han
Solo, con ese chaleco curtido en mil odiseas y la mirada torva de quien anda
peleado con el universo (y con el Dios eclesiástico y con los militares
endiosados). Me convence su convencimiento, la forma serena de articular las
palabras del gremio —«criatura», «aeronaves tripuladas», «disco estrellado»—,
que consigue dibujar en nuestra mente con tan solo pronunciarlas. Huelga decir
que Iker Jiménez es el Luke Skywalker del cuarteto, por su cándida perplejidad,
esa que desgrana en largos monólogos apasionados pero reflexivos.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 381
Todos los ufólogos tienen algo de niño.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 382
En mi caso, los ovnis son el último globo de la infancia que
me resisto a soltar. Esa última piñata que me niego a romper. A los cuarenta
hay quien se compra un Ferrari; yo quiero subirme a un ovni. Necesito encontrar
a mi Jean Claude Silvente de Vorónezh. Sin niño no hay libro.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 382
A rebufo de los grandes objetos celestes que se acercan a la
Tierra siempre nos invade la ilusión de lo extraterrestre.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 386
El escritor Alexánder Kazántsev, considerado por Ziégel como
el hombre que encendió la mecha de la ufología soviética por su tesis
alienígena del meteorito de Tunguska, inventó e introdujo en el idioma ruso
decenas de palabras nuevas, entre ellas, инопланетяне [inoplanetianie], la
versión más popular que circula hoy entre rusos para designar a los
alienígenas, por delante de пришелец [prishelets] que significa, literalmente,
visitante. Para lograr su palabra mutante, Kazántsev modificó la palabra
extranjero —иностранец [inostranets]— conservando el prefijo ino-, que denota
extranjería, y sustituyendo страна [straná] —país— por планета [planeta].
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 397
La literatura como bálsamo, antídoto y medicamento del alma.
Deberían existir boticas literarias donde se nos recetaran libros según la
dolencia psíquica de cada cual.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 402
En Moscú casi todos los abrigos son negros. Muñecos de nieve
en negativo.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 403
¿Agarrarse a otro ser angustiado para vencer la angustia?
¿No es acaso eso el amor?
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 405
¿Dónde está la verdad? ¿Existe la verdad?
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 414
Le entrego una bolsa morada de plástico con un sobre de
paleta de bellota ibérica cortada a mano, Sierra de Monesterio, un Rioja y
aceite de oliva virgen, que es lo que llevaremos los españoles en los módulos
espaciales de carga cuando en el siglo XXX vayamos a conquistar planetas
extrasolares.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 423
Las entrevistas, como las galaxias, se expanden. Solo hay
que apretar los botones adecuados de la nave.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 433
El 20 de septiembre de aquel año 1977), decenas de testigos
vieron, poco antes del amanecer, una suerte de medusa de luz cuyos tentáculos
arqueados emanaban de un núcleo brillante con forma de platillo volante. Tras
aquellos diez minutos de desconcierto lumínico, Moscú vio la luz y creó un
programa secreto de investigación ufológica que, durante trece años, hasta la
caída de la URSS, involucró a cientos de miles de marineros, soldados y
pilotos. Dirigido por la Academia de Ciencias y el ministerio de Defensa, este
programa —conocido posteriormente como Instituto 22— vino a ser la respuesta
soviética al Proyecto Libro Azul de EE. UU. La aviadora sostenía que la Fuerza
Aérea soviética y el KGB habían recuperado fragmentos de al menos cinco
platillos volantes siniestrados en la URSS, entre ellos el causante del famoso
incidente «Altura 611» ocurrido el 29 de enero de 1986 en Dalnegorsk, un remoto
pueblo minero del Lejano Oriente ruso, donde una esfera rojiza se estrelló
contra una colina sin generar el menor sonido ante la mirada de numerosos
testigos. El caso fue bautizado como «el Roswell soviético».
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 446
No es normal que alguien te hable de burbujas
energético-místicas un sábado por la mañana. Pero estoy en una provincia rusa
escribiendo un libro sobre extraterrestres. No tengo argumento de autoridad. Lo
escucho y asiento. Me dice que le han propuesto patentar su pirámide en
EE. UU., pero que se ha negado porque —asegura— no quiere que salga de Rusia.
Él se debe a Rusia y quiere ayudar a Rusia. «Soy nacionalista ruso», remacha
con orgullo. En su intento por moldear una suerte de blindaje energético para los
coches, Alexánder creó una pirámide de cartón y comprobó que el campo
energético del vehículo se recuperaba, pero con un inconveniente: resultaba
demasiado grande para llevarla. «¿Dónde ponerla?». Me apetece sugerirle que
«encima del capó», como un cuerno enorme de dragón (los problemas de visión que
ocasionaría al conductor mi propuesta no me interesan, pues solo me mueve un
impulso estético), pero le dejo seguir. —La cuestión pasó a ser la siguiente:
¿cómo hacer la pirámide más pequeña, pero de tal forma que conservara su
potencia? Al principio hice como una matrioshka, poniendo unas dentro de otras,
pero no se produjo el efecto deseado. Y entonces se me ocurrió hacerla de esta
forma: una pirámide de pirámides. Y comprobé que era más fuerte de lo normal. Era
cinco veces más potente que las otras. No me lo podía creer. Habla con sosiego.
Como si la novedad de aquel descubrimiento quedara ya muy lejos. —¿Y cómo
comprueba que la pirámide funciona? —Con la varilla.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 518
Me bebo el vino y me como los embutidos ibéricos que había
traído para el testigo ocular. El síndrome OVNI, me grita la portada del libro
de Jiménez del Oso. «El síndrome VINO», le respondo con el vaso de tinto en la
mano.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 528
¿Chirrían las portezuelas de los ovnis?
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 528
Antes de despedirnos, Alexánder —en cuya cara chata y
barbuda asoma más que nunca el perfil de Sócrates— me dice algo que encaja en
la conjetura de Jiménez del Oso con la misma armonía geométrica de sus
pirámides, encabalgadas unas encima de otras: me explica que la humanidad está
condenada, a menos que elevemos nuestro nivel espiritual de conciencia, y que
Rusia tiene una misión espiritual (¿cósmica?) de alcance mundial de liderar ese
resurgimiento. «Rusia tiene que salvarse a sí misma y a la humanidad»,
proclama, subrayando que «la conciencia de justicia, según la ley divina» es el
rasgo fundamental de la nación rusa. «La revolución es inevitable», concluye.
«¿Cuándo cree que tendrá lugar?», le pregunto, ya completamente abducido por
sus vaticinios. —Usted será testigo. Creo que en unos dos años. No será como
aquella [la de 1917], pero la gente va a recurrir a las armas, porque la están
liquidando. China se expande por Siberia. Las compañías internacionales venden
el territorio…
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 524
Jiménez del Oso recoge en su libro el testimonio de un
contactado llamado Pedro Rivalta, que en 1969 entró en un platillo aterrizado
en un camino secundario de Gerona y que comparó con el ovni de Ultimátum a la
Tierra («Una vez dentro pude observar que no había nada. No había instrumentos…
No había paneles… Una sala vacía»). Según le explicó el contactado, una de las
informaciones que le trasladaron los extraterrestres fue la de que nos visitan
a través de algo así como «pasillos interdimensionales», una suerte de agujeros
o puertas, cuyo pomo, por decirlo de alguna forma, solo controlan ellos («ellos
sí saben a qué hora y en qué punto se va a producir un agujero»). Sin embargo,
lo que me lleva a relacionar esta historia con la profecía revolucionaria de Mosólov
es la idea que aquel tal Rivalta le trasladó a Del Oso (corría el año 1983)
sobre el advenimiento de una era agujereada: «estamos entrando en una época en
la que los agujeros serán mayores e incluso tan grandes que habrá un momento en
que no haya agujero ya y será un contacto total. Pienso que puede ser dentro de
unos años. Antes del 2020. No pasará del 2020 que suceda esto. Tengo razones
para decirlo así».
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 525
Me parece que la película de la autopsia de Roswell siempre
estuvo impregnada del mismo problema de credibilidad que lastra el caso
Roswell: su excesiva fisicidad, su rotunda terrenalidad. Cuando se define el
caso Roswell siempre se habla de un platillo volante estrellado en Nuevo
México, sin reparar en lo poco razonable de tamaña avería en términos
cinético-cósmicos. Porque lo chocante de Roswell es que los ovnis no deben
chocar. Durante la reentrada en la Tierra del módulo de descenso de la nave
Vostok-1, Yuri Gagarin se eyectó en paracaídas antes de tiempo creyendo que se
quemaba cuando vio que largas llamaradas se filtraban en la cápsula. Era la
primera vez que el hombre se enfrentaba a un descenso espacial y se entiende el
vértigo de ver tu nave hendida por espadones flamígeros. Pero en Roswell no
pudo ser. La imagen de un alienígena herido, con esa pierna rota y carcomida,
era demasiado terrenal. Dada su aura de perfección anatómica, tecnológica y
espiritual, un extraterrestre debe estar fuera de las coyunturas terrestres.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 549
En Roswell se estrelló un ovni, mientras que en Vorónezh el
único fallo de maniobrabilidad del objeto volador no identificado fue ese roce
con el álamo. El supuesto platillo de Roswell no fue visto por nadie antes de
caer, mientras que, en el caso soviético, el ovni fue visto por decenas de
niños y adultos. Si en Nuevo México las pruebas físicas quedaron esparcidas por
el terreno, en el caso soviético solo se habló de una piedra roja, que luego
resultó no ser de origen extraterrestre.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 550
Cuando pensamos en extraterrestres, nos los imaginamos
autosuficientes, de anatomía bruñida, sin aristas, sin bolsillos, que son las
agallas de la pobreza.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 573
Cuando pensamos en extraterrestres, nos los imaginamos
autosuficientes, de anatomía bruñida, sin aristas, sin bolsillos, que son las
agallas de la pobreza. Solo en la película Distrito 9 se quiebra esta
estética, hacinándose las enormes gambas en cobertizos dentro de un gueto.
Marcianos de Alexéi Tolstói aparte, ¿habrá habido revoluciones galácticas? ¿Cañonazos
de naves nodrizas rebeldes? ¿Asaltos de hordas descontentas contra el palacio
N-45OK?
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 573
—¿De verdad que entrevistaste al embalsamador de Lenin? ¿Y
qué te contó? —Se llamaba Iliá Zbarski y fue director del mausoleo durante más
de treinta años, entre 1956 y 1989. Su padre fue el inventor del preparado para
conservar la momia a base de glicerina y acetato de potasio. Tenía ochenta y
ocho años cuando lo entrevisté en 2001. Murió hace unos diez, con noventa y
cuatro. Me contó que días después de la invasión alemana de la URSS, en julio
de 1941, tuvieron que llevarse la momia en tren a Tiumén, a Siberia, para
ponerla a salvo de la amenaza nazi. La momia iba en un cajón de madera y una
vez allí, tuvieron problemas porque no había agua destilada y se la llevaron en
avión desde Omsk. En otra ocasión empezaron a salirle al cadáver unas manchas
negras que finalmente lograron hacer retroceder. —¿En serio? ¡Qué historia tan
surrealista! Imagínate que su misión era salvar a un muerto. —Sí, salvar a un
muerto de la vida, de los microbios.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 575
John Steinbeck buscó en vano en las comisuras de las
estatuas de Lenin y en los bustos de los museos dedicados a él cuando visitó la
URSS en 1948 («todo sobre este hombre está ahí, todo excepto el humor. No hay
pruebas de que en toda su vida tuviera un pensamiento ligero o humorístico, un
momento de risa entregada o una tarde de diversión. No puede haber duda alguna
de que esas cosas existieron, pero históricamente quizá no se permite que las
tenga», escribió en su Diario de Rusia).
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 579
En inglés todo es más creíble. Incluso cuando se trata de lo
increíble. Javier Sierra recuerda que cuando lo visitó siendo adolescente,
Antonio Ribera le dio un único consejo para llegar a ser un buen ufólogo:
«Estudia inglés».
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 585
Mientras el taxi cruza la ciudad, veo en mi teléfono un
vídeo de YouTube titulado «Conclusiones sobre los ovnis» en el que Antonio
Ribera, figura paternal de la ufología española, aparece ante dos aparatosos
micrófonos. La grabación está fechada el 24 de agosto de 1989, es decir, un mes
antes del aterrizaje del ovni de Vorónezh. Me llama la atención la austera
puesta en escena: una mesa con tapete rojo, en cuyo extremo destaca un
ventilador blanco, que forma un extraño y aparatoso trío con dos enormes
micrófonos metálicos que se asientan con descaro sobre la mesa, con trípode y
cable. Tardo unos segundos en reconocer al chico con gafas que presenta el
acto. Es Javier Sierra, casi adolescente, al que Ribera siempre consideró su
«nieto ufológico».
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 584
Hoy todo está en la red. Hay tanto que a veces parece que no
hay nada.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 588
Llega la hora. Llega mi hora. Me hacen pasar a una sala que
tiene atrezo de cocina (grifos, armarios y una neverita frente a una camilla
sencilla). Aguardo en silencio unos minutos. Sé que me dirán que me quite la
chaqueta gris, pero no quiero hacerlo hasta que sea inevitable, así que me
aferro a ella, como el niño que tira de la manga de su madre. El peor trago de
la soledad es cuando toca batirse cuerpo a cuerpo con el cuerpo de uno mismo,
con sus vísceras y órganos, que van a lo suyo, centradas en su propia
funcionalidad, al margen de los borborigmos de la vida interior. Dejo los
libros encima de la camilla, el sobadísimo Mortal y rosa con la figura de un
niño tocando dos flautines, como un sátiro bueno. Ante los médicos todos nos
volvemos buenos. Y me acuerdo de ese hijo suyo, que ya casi es mío de tanto
releerlo, ese «niño en la prisión blanca de la clínica, en manos del dolor,
manipulado, pinchado, dolorido, el niño entre los niños que sufren». Soy un
niño de cuarenta y dos años, pero debo afrontar el veredicto como un hombre.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 590
La belleza es la otra polución de Moscú, más densa y
atosigante.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 595
En el amor, la guerra y el articulismo, todo vale.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 597
Subo hacia la plaza Lubianka, donde se distingue el edificio
de los servicios secretos, la antigua sede del KGB, además de cárcel política
desde cuya azotea Solzhenitsin (arrestado en 1945 por llamar «bigotudo» a
Stalin en una carta que escribió desde el frente) se recreaba en ver el cielo,
el único recorte de libertad. ¿Fue este edificio amarillo el nido del ovni de
Valderas y del ovni de Vorónezh? Los imagino como dos huevos de dinosaurio en
un cestillo de la azotea de la fortaleza secreta. El portalón de la fachada es
lo suficientemente alto como para que pasen los alienígenas de tres metros sin
necesidad de agacharse para no golpearse el bulto encefálico.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 597
El otro día me dijeron que en los trenes rusos ya no se
puede beber alcohol. No me lo creo. Si Rusia se encarrila por el camino
previsible de la corrección occidental corre el riesgo de ser menos Rusia. Lo
que fascina al extranjero de Rusia es que, siendo parecida a Europa, siendo
Europa, circula por una especie de universo paralelo, familiar, pero paralelo.
Bajo la capa de similitudes se ocultan desmesuras, absurdos y vivencias
desconcertantes que andan sueltas en medio de la convivencia civilizada, como
ese tigre que se pasea tranquilo entre habitaciones en el famoso cuento de
Cortázar. Y esa emboscada que cualquier desconocido te tiende en cualquier
vagón de tren ruso, dispuesto a beberse contigo una botella de vodka como si
fueras el último superviviente de una invasión marciana, es uno de esos
momentos entrañables en los que un extranjero en Rusia descarrila con gusto.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 600
El signo de Ummo es la marca de ganadería de mi infancia.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 602
Mi ovni de la Perestroika, página 30
Mi ovni de la Perestroika, página 72
Mi ovni de la Perestroika
Mi ovni de la Perestroika
Mi ovni de la Perestroika
Mi ovni de la Perestroika
Mi ovni de la Perestroika
Mi ovni de la Perestroika
Mi ovni de la Perestroika, página 100
—¿Perdón?
—Sí. Es una esfera perfecta, tiene cráteres poco profundos y nunca vemos el lado oscuro. Yo creo que es un satélite artificial que nos está grabando, como una cámara entre avispas.
—O sea, ¿que la Luna sería una especie de Estrella de la muerte, un planeta artificial?
—Sí.
—¿Puesto por quién? ¿Por los anunnaki?
—Sí.
Mi ovni de la Perestroika, página 110
Mi ovni de la Perestroika, página 111
Mi ovni de la Perestroika, página 127
Mi ovni de la Perestroika, página 130
Mi ovni de la Perestroika, página 133
Mi ovni de la Perestroika, página 157
Mi ovni de la Perestroika, página 150
Mi ovni de la Perestroika, página 158-159
Mi ovni de la Perestroika, página 164
Mi ovni de la Perestroika, página 165
Mi ovni de la Perestroika, página 166
Mi ovni de la Perestroika, página 173
Mi ovni de la Perestroika, página 192
Mi ovni de la Perestroika, página 200
Mi ovni de la Perestroika, página 200
Mi ovni de la Perestroika, página 240
Mi ovni de la Perestroika
Mi ovni de la Perestroika, página 262
Mi ovni de la Perestroika, página 310
Mi ovni de la Perestroika, página 311
Mi ovni de la Perestroika, página 319
Mi ovni de la Perestroika, página 322
Mi ovni de la Perestroika, página 327
Mi ovni de la Perestroika, página 327
Mi ovni de la Perestroika, página 336
Mi ovni de la Perestroika, página 340
Mi ovni de la Perestroika, página 346
Mi ovni de la Perestroika, página 369
Mi ovni de la Perestroika, página 381
Mi ovni de la Perestroika, página 382
Mi ovni de la Perestroika, página 382
Mi ovni de la Perestroika, página 386
Mi ovni de la Perestroika, página 397
Mi ovni de la Perestroika, página 402
Mi ovni de la Perestroika, página 403
Mi ovni de la Perestroika, página 405
Mi ovni de la Perestroika, página 414
Mi ovni de la Perestroika, página 423
Mi ovni de la Perestroika, página 433
Mi ovni de la Perestroika, página 446
Mi ovni de la Perestroika, página 518
Mi ovni de la Perestroika, página 528
Mi ovni de la Perestroika, página 528
Mi ovni de la Perestroika, página 524
Mi ovni de la Perestroika, página 525
Mi ovni de la Perestroika, página 549
Mi ovni de la Perestroika, página 550
Mi ovni de la Perestroika, página 573
Mi ovni de la Perestroika, página 573
Mi ovni de la Perestroika, página 575
Mi ovni de la Perestroika, página 579
Mi ovni de la Perestroika, página 585
Mi ovni de la Perestroika, página 584
Mi ovni de la Perestroika, página 588
Mi ovni de la Perestroika, página 590
Mi ovni de la Perestroika, página 595
Mi ovni de la Perestroika, página 597
Mi ovni de la Perestroika, página 597
Mi ovni de la Perestroika, página 600
Mi ovni de la Perestroika, página 602
El diablo se esconde en los detalles.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 657
El combustible que mueve el engranaje de toda búsqueda, de todo viaje, de todo libro, de toda escalada, es la esperanza de alcanzar la meta.
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 660
Mi ovni de la Perestroika, página 668
Mi ovni de la Perestroika, página 680
Mi ovni de la Perestroika, página 700
No hay comentarios:
Publicar un comentario