Daniel Utrilla Vizmanos Mi ovni de la Perestroika


La noticia del primer vuelo espacial tripulado, lanzada a los cuatro vientos por la agencia TASS, despegó y dio la vuelta al mundo en el mismo momento en que Gagarin aterrizaba sano y salvo con su mono naranja en un patatal de la provincia de Sarátov, junto al Volga. La cápsula de descenso de dos toneladas y media quedó varada en el seco oleaje del sembrado como ese nabo gigantesco del más popular de los cuentos populares rusos que una pareja de ancianos logra arrancar de la tierra tirando de sus hojas con la incorporación progresiva de personajes que, agarrándose por la cintura en una suerte de conga campestre, se van uniendo a la gesta hortícola: primero la nieta, después el perro del hortelano, a continuación un gato y, por último, un ratón que permite dar el tirón definitivo para sacar el tubérculo. Algunos han querido ver en este cuento una metáfora de la solidaridad innata en la comunidad rural rusa, semilla del comunismo si se quiere, aunque otros ven en él la expresión de la cabezonería prodigiosa de este pueblo ante los retos imposibles (entre arrancar un nabo gigante y plantar una semilla de metal de casi cinco toneladas en el cosmos no hay mucha diferencia). En 1961, Serguéi Koroliov, el ingeniero visionario que apadrinó el despegue de la aventura espacial soviética, logró sacar fuera de la Tierra su tubérculo de metal con el empuje y la determinación de sus ingenieros.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 30
 
 
Antonio Ribera, considerado el padre de la ufología en España, fue uno de los más reputados ummólogos: no solo tomó cartas en el asunto, sino que las recibió durante años. De facciones alargadas de lord inglés y gruesas gafas de miope, Ribera combinaba la investigación exhaustiva con un refinado sentido del humor, del que hacía gala en sus intervenciones públicas. En 1967 entrevistó a supuestos testigos del avistamiento de San José de Valderas, en particular a una niña del colegio de las Hermanas del Amor de Dios (entonces los castillos eran usados como colegio por religiosas de esa congregación) que le dijo que el ovni le pareció «una tortilla». Ribera aseguraba haber hablado con un ingeniero que circulaba aquella tarde por la carretera de Boadilla del Monte (que le describió el símbolo como el dibujo que llevan los coches para el cambio de marchas) y con una mujer que dijo haber visto desde la ventana cómo el ovni, después de atravesar la Nacional 5, se posó brevemente frente a un restaurante llamado La Ponderosa, en un lugar donde luego aparecieron unos tubitos cilíndricos de metal que contenían un líquido con la textura del agua y unas laminillas de plástico con el símbolo de Ummo. En 1968, el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial emitió un informe que determinó que la tira de plástico presentaba una composición química muy parecida a la del polifloruro de vinilo, mientras que el metal era níquel en un 99 %. Para Ribera, la prueba irrefutable de la autenticidad de aquellas fotos era un plano de planta y de alzado de las evoluciones del objeto elaborado a partir de la secuencia de las nueve fotos, resultando «un perfecto itinerario». Frente a la legión de ufólogos que en los años noventa echaron por tierra el ovni de Valderas, sobre todo tras la supuesta detección de un hilo en los análisis de los negativos, se eleva la voz del infatigable investigador Juan José Benítez, irredento defensor de las fotografías. Para el ufólogo navarro, el famoso hilo delator sería una arruga propia de un negativo muy manoseado. «Los negativos los analizó, entre otros, el laboratorio de la imagen de la Guardia Civil en Madrid, y el famoso negativo donde se decía que había un hilo del que pendería la maqueta no era un hilo, sino una rayadura del negativo, y yo vi en el microscopio cómo se ve el rayón. No es cierto que se hiciera una maqueta. Eso son inventos que luego se hicieron posteriormente. La nave estuvo ahí», afirmaba en un programa titulado Rastreadores de misterios, emitido por Telemadrid en 2012, frente a quienes afirman que, en realidad, se trató de una sencilla maqueta de no más de treinta centímetros que los autores del montaje habrían colgado de un hilo muy fino. Otro argumento que permite a J. J. Benítez salvar la cara del fenómeno Ummo es su antigüedad, ya que —sostiene en libros y entrevistas—, antes de que saltara el caso en España en 1966, testigos vieron naves con la hache en la panza en Brasil, México, Sudáfrica, España (en Albacete, en los años veinte) e incluso en la China milenaria. Según el ufólogo, en mayo de 1964 un operador de cámara de la base naval de EE. UU. en las Bahamas vio de noche tres objetos con la famosa hache de Ummo en la panza y lo filmó, aunque sus superiores le requisaron la película. En una de sus expediciones a África, el investigador navarro comprobó que la tribu de los dogón, que veneran desde antiguo a dioses de aspecto anfibio que bajaban del cielo en barcas con este símbolo, todavía lo conservan en sus máscaras y escudos. Por descontado, J. J. Benítez cree que José Luis Jordán Peña mintió cuando anunció en 1993 que los ummitas eran criaturas de su invención. «Ese experimento se me ha ido de las manos», decía, dolido por la aparición de algunas sectas que usaron Ummo para envolver de incienso cósmico sus fechorías. Hasta su muerte en 2014, Jordán Peña se reivindicó como el demiurgo del planeta Ummo. De hecho, la hache ummita apareció impresa en la necrológica que publicó el diario El Mundo, al parecer por expreso deseo de su hijo. Con un hilo de voz muy tenue, quejumbroso y titubeante, casi ummita, Jordán Peña respondía así en el programa La sombra del espejo, entrevistado por David Cuevas, siete años antes de morir, a la pregunta de si contó con ayuda de algún organismo oficial a la hora de montar la trama: —Vamos a ver. Me pregunta usted una cosa muy delicada. Yo le puedo decir que no fue ningún organismo oficial español, como el servicio de información del antiguo CESID. No hubo ninguna ayuda de un organismo oficial español. Pero la pregunta se extiende a otros países y yo me reservo callarme. ¿Estaba la cortina de hierro detrás de la cortina de Ummo? La cuestión de si la CIA o el KGB movían los hilos de Ummo nunca dejó de gravitar sobre el caso. Ya en 1979, Antonio Ribera confesaba abiertamente sus suspicacias sobre esta cuestión en una emisión del programa Más allá, presentado por el psiquiatra Fernando Jiménez del Oso, barbudo patriarca del periodismo de misterio en la televisión española de los años setenta y ochenta. Ribera admitía que el decoro y la felicidad que prevalecían en el mundo de los ummitas, según quedaba reflejado en sus cartas («la familia se reúne en torno a una mesa presidida por el pater familias; hay que estar muy sonrientes en la mesa»), así como su asepsia (antes de comer se rocían las manos con un hidrosol que al solidificarse crea una fina película protectora), le recordaba de lejos a la distopía Un mundo feliz de Aldous Huxley y, un poco más de cerca, al «estilo de vida americano». «Este es uno de los informes que me han hecho pensar que detrás de todo el asunto Ummo está la NASA», le confesó Ribera a Jiménez del Oso en aquella entrevista. En 1993, el investigador francés Renaud Marhic le daba definitivamente la vuelta a la tortilla y defendía la conexión rusa, sugiriendo que el caso Ummo fue urdido por el KGB. En su libro El asunto Ummo. Los extraterrestres que venían del frío, recordaba una serie de rasgos del planeta Ummo («individualismo marginado», «horripilante pragmatismo científico», «gestión informática del planeta donde la producción económica es severamente controlada», «control de la educación a partir de los trece años») que encajarían con una visión socialista propia de la URSS y de un Gran Hermano. El investigador francés, siguiendo la estela de la escuela junguiana del miedo colectivo, que veía rusos en el envés de cada platillo volante en los albores de la Guerra Fría, concluye que «las cartas ummitas han permitido la propagación en Occidente de una ideología marxista y profundamente antiamericana». De haber sido así, los rusos, ajustándose el mono de ummita (con la fisonomía nórdica como parte más conseguida del disfraz), habrían conseguido dar forma real al mito colectivo de los ovnis, identificado a un nivel subconsciente con la amenaza nuclear que encarnaban los soviéticos, tal y como deja caer Jung en su famoso ensayo y reflejaron películas fundacionales del género como Ultimátum a la Tierra (1951). Pero ¿en qué quedamos? ¿«American way of life» o «Proletarios del mundo uníos»? El caso Ummo conectaba los extremos del mundo bipolar, uniendo el capitalismo estadounidense y el comunismo soviético, esos dos universos paralelos, por una suerte de agujero de gusano. Bajo el prisma de la utopía ummita, las potencias antagónicas de la Guerra Fría guardaban cierto parecido, compartían una misma marca de fábrica o de nacimiento. Un chiste soviético alumbrado al calor del derrumbe de la URSS, setenta y cuatro años después de la Revolución de 1917, lanzaba la pregunta: «¿Qué es el socialismo?»; y respondía: «El camino más largo para llegar al capitalismo». Julio Camba intuyó que capitalismo y socialismo eran extremos que se tocaban cuando visitó Nueva York en los años treinta: «Ambas representan la máquina contra el individuo, la cantidad contra la calidad, el automatismo contra la inteligencia. Hombres eugenésicos y gallinas de incubadora. Una humanidad en serie, opinando en serie y divirtiéndose en serie». Hoy habría que añadir: «… y con series». Marhic fue el primero en estampar la hoz y el martillo en la panza del ovni de San José de Valderas, pero la idea siempre flotó en el ambiente. En 1991, un jovencísimo Javier Sierra, ayudante y discípulo de Antonio Ribera, recordaba en el canal ETB-2 que el universo ummita tenía bastante de «socialismo utópico»: «todos los servicios están a disposición de todo el mundo, cuando tú deseas algo lo tienes generalmente al alcance de la mano y todo aquello está gobernado por una especie de Consejo Supremo, que es el UMMOAELEWE». Sin embargo, la conexión rusa se cortocircuita con ese «cuando tú deseas algo lo tienes generalmente al alcance de la mano» si pensamos en las colas que en 1989 hacían los soviéticos para obtener azúcar con talones de racionamiento. En cuanto a las jornadas de trabajo de los ummitas —de unas tres horas al día—, poco o nada que ver con la idolatría del trabajo y el estajanovismo en la URSS.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 72
 
 
 
A los astronautas siempre les cae encima la pregunta del platillo volante, como si los periodistas diéramos por hecho que están más cerca del fenómeno extraterrestre solo por haber orbitado alrededor de la Tierra. La suposición está tan cogida por los pelos como la de pensar que alguien que vive en un decimoquinto piso está más familiarizado con las golondrinas. No suelen mojarse los hombres del espacio en cuestiones ufológicas. Sin embargo, la perestroika y la glásnost también encontraron eco en el espacio y los cosmonautas empezaron a alzar la voz y a hablar de sus avistamientos extraordinarios sin temor ya a que les hicieran el vacío. Fue el caso de Guennadi Strekálov, que el 28 de septiembre de 1990 vio desde la estación soviética Mir, durante apenas diez segundos y a unos 20-30 kilómetros sobre la superficie terrestre, una esfera plateada, brillante e iridiscente que «recordaba a la bola de un árbol de Navidad» y era mayor que «un gran barco», según dijo cuando fue entrevistado por radio. Uno de los avistamientos más llamativos de ovnis desde el espacio ocurrió el 31 de marzo de 1991, cuando el cosmonauta Musá Manárov captó con su cámara un objeto con forma de cigarro cuando se disponía a filmar la llegada de un vuelo de carga a la estación Mir (en internet puede encontrarse fácilmente la grabación, en la que se aprecia cómo el extremo del «cigarro» se enciende en determinado momento).
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
 
 
Sospecho que cuando Popóvich me confesó que quería volar de nuevo, lo decía para volver a sentir ese pálpito de eternidad ante la visión conmovedora del orden cósmico.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
 
 
A diferencia del escritor, que no sabe muy bien lo que busca cuando busca, y que otea y espera mientras observa con paciencia de pescador (o de cosmonauta obligado a pasar quince días en órbita), el periodista olfatea nervioso, busca y dispara porque necesita presas frescas que envolver con el periódico de cada día.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
 
 
«Hay que resistir. ¿En qué sentido digo resistir? En el de seguir siendo una persona normal y sencilla como eras antes. Y lo logró perfectamente. Se encontraba con todas las categorías de personas: koljosianos, científicos, ministros, reyes», me contó Popóvich, que recordaba cómo en una ocasión, sentado ante la reina Isabel II, Gagarin —azorado ante el cúmulo de tenedores, cuchillos y cucharas— le confesó abiertamente a la monarca que no sabía qué cubiertos usar de todos los dispuestos en la mesa, herramientas todas ellas desconocidas para el piloto hijo de campesinos e inviables para arreglar una escotilla antes del despegue. «Míster Gagarin, yo me eduqué en el palacio de Buckingham y tampoco sé por dónde empezar. Hagámoslo como nos resulte más cómodo», me dijo Popóvich que le dijo la reina de Inglaterra al primer cosmonauta. Popóvich me contó con orgullo que una vez.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
 
 
 
Por su condición de venerable conquistador del espacio, Pável Popóvich fue, probablemente, el ufólogo más respetado de la era soviética. Su nombramiento como presidente de la asociación nacional de ufología, creada en 1990, fue un indicio claro de que soplaban nuevos aires para la investigación ovni. La perestroika daba carrete al hilo de los ovnis y Moscú dejaba espacio a los extraterrestres en su visión pragmática y cuadriculada del cosmos como campo de juego de la Guerra Fría. Pero no siempre había sido así. En la URSS los platillos volantes estaban mal vistos, tanto o más que la vajilla de los Romanov, y los ufólogos que en los años sesenta se encomendaron públicamente a la ufología podían perder su empleo o ser incluso recluidos en psiquiátricos, lo que condenó a los entusiastas de los ovnis a otear el firmamento agazapados en el subsuelo, desde el universo paralelo del underground.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
 
 
Si Tunguska es el Big Bang de la ufología soviética, ese segundo sol que flotó brevemente sobre Siberia supuso el «hágase la luz» de la narrativa de Stanisław Lem, uno de los patriarcas de la ciencia ficción. El escritor polaco recogió el testigo de Kazántsev en su primera novela Astronautas (1950), que arranca como lo haría una crónica periodística, narrando con frialdad y pulcritud el fenómeno Tunguska y la estela de elucubraciones que arrastraba entonces. Así arranca de la obra, en la primera traducción en castellano publicada por Impedimenta en 2016: «El 30 de junio de 1908, miles de habitantes de la Siberia central pudieron observar un extraordinario fenómeno de la naturaleza. Aquel día, a primera hora de la mañana, apareció una cegadora bola blanca que atravesó el cielo de sureste a noroeste a una velocidad impresionante».
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
 
 
La hipótesis del paleocontacto es una de las vertientes más sugestivas del fenómeno ovni, pues no se basa en el etéreo testimonio de un avistamiento visto y no visto de un objeto volátil, sino en representaciones palpables, como las fantasmagóricas pinturas rupestres australianas de Wondjina (ojos grandes negros y cabezas con un halo blanco que recuerdan a los icónicos alienígenas grises) o las de Tassili (desierto de Argelia), que representan a gigantes de cabeza abombada y aspecto envarado, como embutidos en escafandras. La hipótesis alcanza su cenit con la popular teoría de los anunnaki, que remite necesariamente a Zecharia Sitchin, estudioso de la lengua sumeria nacido en 1920 en la república de Azerbaiyán (invadida ese mismo año por el Ejército Rojo), que en 1976 publicó El duodécimo planeta, donde habla del planeta Nibiru, patria de los anunnaki, que —asegura— tarda 3600 años en completar su órbita. Hereje para la ciencia y la arqueología oficial, Sitchin sugería que de las estelas y textos cuneiformes se desprende la idea de que los anunnaki visitaron la Tierra hace decenas de miles de años para crear una raza esclava híbrida, mezclándose para ello con los primeros homínidos de nuestro planeta, con el objetivo de extraer todo nuestro oro sin romperse las uñas. O garras o lo que les salga de la punta de los dedos.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 100
 
 
Y la Luna es muy rara, que lo sepas…
—¿Perdón?
—Sí. Es una esfera perfecta, tiene cráteres poco profundos y nunca vemos el lado oscuro. Yo creo que es un satélite artificial que nos está grabando, como una cámara entre avispas.
—O sea, ¿que la Luna sería una especie de Estrella de la muerte, un planeta artificial?
—Sí.
—¿Puesto por quién? ¿Por los anunnaki?
—Sí.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 110
 
 
Escribo en el buscador de Google «Luna artificial hipótesis» y choco de lleno con la insólita explicación de que nuestro satélite es un planetoide hueco creado por una civilización avanzada hace miles de años, supuestamente para observarnos. Lo que me sorprende es la paternidad rusa de la lunática suposición (que me tomo como una señal del cielo). En 1969, los científicos Mijaíl Vasin y Alexánder Shcherbakov, de la Academia de Ciencias de la URSS, firmaron un artículo en la prensa soviética en el que sugerían que la Luna es una creación artificial, tesis que apoyaban sobre evidencias que claman al cielo: que el tamaño de la Luna es desproporcionado (demasiado grande como para haber quedado atrapada por la gravedad de la Tierra); que siempre vemos la misma cara de la Luna (como si no quisiera perdernos de vista); y que los cráteres apenas tienen unos tres kilómetros de profundidad al margen de su tamaño. Según ellos, esta fallida capacidad de los meteoritos para hollar la superficie lunar se debe a que la «cáscara» de nuestro satélite no es natural y se compone de dos capas: una primera protectora antimeteoritos, de unos cuatro kilómetros de espesor, y otra protectora de blindaje. Debajo de esta segunda capa (de unos quince kilómetros de espesor), la pareja presuponía que la Luna aloja gigantescos mecanismos de propulsión y de reparación de las planchas del cascarón blindado, así como cavidades habitables con atmósfera respirable por la supuesta raza que se sacó del bolsillo esta versión de la Estrella de la Muerte. A medida que leo más detalles sobre la Luna hueca, siento cómo se llena de sentido mi teoría —largamente contrastada— de que la realidad y la ficción tienden a eclipsarse en Rusia. Estos científicos rusos hablaban completamente en serio. «No nos comprometemos a responder a la pregunta de quién, cuándo y con qué propósito creó la Luna» —escribieron Vasin y Shcherbakov—, «pero los hechos nos obligan a aceptar que es un cuerpo artificial». La hipótesis de los rusos volvió a sonar con fuerza en los años setenta, después de que, supuestamente, los sismómetros de las misiones Apollo registraran temblores que hacían vibrar a la Luna «como una campana», metáfora que sigue propagándose por el ciberespacio.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 111
 
 
Cuenta Haruki Murakami en De qué hablo cuando hablo de escribir (2017) que cuando vio a E. T. reuniendo todo tipo de cachivaches que encuentra por la casa para improvisar una antena con la que poder comunicarse con los suyos a tres millones de años luz de la Tierra, se dio cuenta de que eso era, precisamente, lo que hacen los escritores: reunir materiales de aquí y de allá para comunicarse con lectores lejanos y con sus respectivos mundos interiores («No es tan importante la calidad de los materiales en sí. Por encima de cualquier otra consideración, deben provocar una especie de magia»).
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 127
 
 
¿Se puso nervioso el primer alienígena gris que salió de su planeta en el primer ovni rudimentario de su especie?
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 130
 
 
Vorónezh se distingue mejor desde las nubes, como las líneas de Nazca, los misteriosos círculos de las cosechas o esos pinos y abedules plantados por leñadores soviéticos que formaban entre sí la palabra LENIN o CCCP y que los satélites de Google Earth están rescatando ahora del olvido. A vista de gaviota, de avión, de dron, de paracaidista, de ángel en caída libre, de ovni —claro— o de satélite espía del Pentágono. Vorónezh salta a la vista en la cartografía de la Tierra por el gran brazo de agua que se ensancha, como una deforme hinchazón tumoral, e inunda el corazón urbano, cortando y separando las dos orillas de la ciudad por dos kilómetros de agua de incierto color verdoso. Ciudad doble a la vista.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 133
 
 
En septiembre de 1989, días antes de que la noticia del ovni de Vorónezh alborotara medio planeta, Hanssen reveló al KGB que debajo de la embajada soviética en Washington había un túnel secreto (y descubrir un túnel secreto es lo más alto a lo que puede aspirar un topo).
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 157
 
 
¿No son acaso los extraterrestres la forma más evolucionada del espionaje? Llegan, observan y se van sin hacer ruido ni causar excesivo alboroto.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 150
 
 
¿Llegaron los gigantes de Vorónezh para espiar? Su discreta forma de actuar (dejemos el cañón desintegrador de adolescentes a un lado) es propia de los típicos agentes infiltrados del KGB o de la CIA. En el caso de Vorónezh se habló de una «misteriosa piedra de color rojo oscuro» dejada por los visitantes. Es probable que analizaran su composición, pero quizá se olvidaron de comprobar si estaba hueca. ¿Y si dejaron un mensaje para un contacto de otro planeta y usaron la Tierra como puentecillo de madera o punto muerto de contacto? Al igual que los agentes ilegales en países enemigos, los alienígenas se mimetizan con el entorno, metiéndose literalmente en la piel del primer terrícola local que encuentran a su paso, espían nuestras mentes y nos extraen información. En lugar de destapar túneles, a lo mejor su misión consiste en descubrir agujeros negros entre galaxias enemistadas. Pero si contemplamos el platillo volante como mero aparato espía, se corre el riesgo de caer en el terreno de los escépticos, que uncen el fenómeno ovni al arranque mismo de la Guerra Fría y de la carrera de armamentos, cuando el desarrollo del espionaje por tierra, mar y aire se convirtió en un mecanismo ultrasecreto de supervivencia entre las dos superpotencias. Para los primeros incrédulos de la era bipolar, todos los ovnis venían de Moscú.
 
Tras las setas envenenadas y el aprendiz de espía, la tercera noticia que colocó a Vorónezh en el mapa de la información durante mis años de corresponsal saltó en 2010, cuando a la estatua de Lenin de la ciudad le colgaron el cartel de «Se vende», lo que debió dolerle más al fundador de la URSS que si la hubieran derribado para fundirla (que fue exactamente lo que hicieron los nazis con ella en 1942). La expresión «Se vende Lenin» entraña una paradoja en sí misma. ¿Se puede poner precio de mercado al hombre que suprimió el mercado? La iniciativa pequeñoburguesa corrió a cargo del gobierno local debido a la falta de fondos tras la quiebra de la empresa municipal encargada de su mantenimiento y restauración. Catorce toneladas de bronce traicionadas por veinte monedas de plata. Las autoridades advirtieron a los interesados que quedaba prohibida su fundición, su tuneo o su colocación en patios privados, huertos o jardines que no fueran de acceso público. Nadie se ofreció a pujar por la estatua.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 158-159
 
 
fue en 1977, el mismo año del estreno mundial de La guerra de las galaxias, cuando la NASA lanzó su mensaje al cosmos más peliculero. Iba fijado en las sondas Voyager 1 y 2 (lanzadas rumbo a los planetas exteriores del Sistema Solar) y consistía en un disco fonográfico de cobre cubierto de oro de treinta centímetros de diámetro con saludos en cincuenta y cinco idiomas, noventa minutos de música, sonidos y más de cien imágenes de la Tierra. Entre las grabaciones del disco (que lleva incorporada una aguja para reproducir la información) figuran sonidos terrícolas (una risa, un grillo, un tren, un chimpancé, latidos de corazón o el repiqueteo del código morse), piezas musicales que van desde la Consagración de la primavera de Stravinski a canciones iniciáticas para niñas pigmeas de Zaire; así como numerosas imágenes (un delfín, un feto humano, la Gran Muralla china, una madre amamantando a su bebé, un sapo en un árbol o una carrera de atletismo encabezada por el soviético Valeri Borzov, campeón en 100 y 200 metros en Múnich 72). En agosto de 2012 la Voyager 1 se convirtió en el primer artefacto de fabricación humana que rebasó la frontera de la heliopausa, donde el viento solar se une con el viento estelar de otros astros. En el momento en que cruzó la última frontera, como el barco cósmico de Čapek, captó y envió a la Tierra una prueba del sonido del espacio interestelar (salpicado de espaciados chillidos por efecto de la luz solar).
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 164
 
 
Puede que los americanos se lleven el Óscar a la puesta en órbita más espectacular de un mensaje terrícola destinado a extraterrestres, pero los rusos, fieles a su enceguecida vocación de pioneros, llamaron a la puerta de los alienígenas antes que nadie: ocurrió el 19 de noviembre de 1962 —diez años antes que la Pioneer 10— y consistió en un mensaje en morse transmitido por radio en dirección a Venus desde la antena de ocho espejos ADU-100 del Radar Planetario Eupatoria, en Crimea. El mensaje de radio contenía la palabra mir (que significa paz y mundo en ruso). Cinco días después se enviaron las palabras Lenin y CCCP. Dado que el disco de la Voyager no contiene ni una sola referencia al mundo comunista (sospecho que la imagen del atleta Valeri Borzov se les coló sin querer, lo que debería computar como éxito soviético de la carrera espacial), el mensaje de morse enviado por Moscú a Venus fue el único que exportó la idea de la Revolución de Octubre más allá de la Tierra.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 165
 
 
En el disco de oro de las Voyager, junto con los sonidos, la música y las imágenes, vuela en la inmensidad del espacio exterior el electroencefalograma de una mujer enamorada. Ann Druyan, integrante del equipo de Carl Sagan, propuso incluir una grabación de ondas cerebrales, con la idea en mente de que otras civilizaciones quizá serían capaces de descifrarlas, y se ofreció como cobaya. La grabación estaba prevista para el 3 de junio de 1977, pero dos días antes ocurrió algo inesperado: Ann Druyan se enamoró de Carl Sagan y ambos tomaron entonces la decisión de casarse. «Para ambos fue, simplemente, un momento de esos en los que se exclama “¡Eureka!”: la idea de que podríamos haber hallado la pareja perfecta», confesó Druyan. En un laboratorio del hospital Bellevue, en Nueva York, la futura esposa de Sagan se conectó a un ordenador que convertía en sonidos todos los datos de su cerebro y su corazón. Durante una hora pensó en la historia de la Tierra y de las ideas, en la civilización humana y sus tensiones económicas y sociales, pero algo más fuerte eclipsaba y envolvía todos sus pensamientos: el amor. «Mis sentimientos de mujer de veintisiete años locamente enamorada están en ese disco», algo que —asegura en el libro Murmullos de la Tierra— «será verdadero dentro de cien millones de años».
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 166
 
 
Para escribir hay que conectar el mundo interior con el mundo exterior por medio de una red de asociaciones («red de amor», diría Tolstói), atrapando en ella señales fugaces, frases de libros, sincronías, siempre atento a ese susurro de la metáfora que nunca sabemos de qué rincón de la galaxia nos ha llegado, como un meteoro indetectable.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 173
 
 
En su libro El Estado y la Revolución (escrito en agosto de 1917) y que me he traído a Vorónezh como contrapeso al Diario de la revolución de Bunin, el sumo bolchevique hace una serie de consideraciones sobre la extinción del Estado burgués, sin soltar en ningún momento la mano de Marx, pero sobre todo la de Engels: 1) Tras la destrucción del Estado burgués por la revolución proletaria, se extinguirá —por innecesario— el Estado proletario; 2) La revolución sustituirá la «fuerza especial de represión» que es el Estado por otra del proletariado; 3) «La democracia también desaparecerá cuando desaparezca el Estado»; 4) Todo Estado ni es libre ni es popular; y 5) «La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es imposible sin una revolución violenta». Estos son los cinco argumentos que se deshacen hoy entre los dedos broncíneos de Lenin, que se habría quedado de una pieza si hubiera alcanzado a ver (murió siete años después de su revolución) cómo aquel provisional Estado proletario que habría de salir de escena por «innecesario» degeneró en la mayor máquina funcionarial de la historia, un omnipresente ejército gris de funcionarios atornillado en la placa base de la sociedad soviética que controló, dirigió, planificó y atascó la vida económica del país más grande del mundo durante setenta y cuatro años y cuyos tentáculos lo mismo contabilizaban con celo maquinal y estadístico ruedas de triciclo o huevas de caviar que torpedos nucleares, para que nada ni nadie se saliera del plan, del Gosplán (Comité Estatal de Planificación). Según postulaba Lenin, la dictadura del proletariado, que vendría seguida de la etapa del socialismo, era un tiempo de preparación antes de que se alcanzara la última fase en la historia de la humanidad, la sociedad comunista (esa que Jrushchov previó para 1990), una etapa desprovista de conflictos donde camparían a sus anchas la libertad y la igualdad. ¿Pecaba Lenin de ingenuo cuando escribió en 1917 que, una vez se alcanza el comunismo, «la necesidad de una máquina especial para la represión comienza a desaparecer», porque no habrá «nadie a quien reprimir, nadie en el sentido de clase»? ¿O vivía directamente en otro planeta?
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 192
 
 
 
En Los cosacos, Tolstói dejaba planteado su ya citado principio vital de acción: «Tender por doquier las redes del amor» como método para amar al prójimo; y pienso que los móviles nos permiten hacer esto mismo ahora, con la pequeña salvedad de que no es amor lo que motiva el tejemaneje de la red.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 200
 
 
¿Cómo comunicarse con otra raza interestelar?, se preguntan los científicos ante la posibilidad de un contacto con extraterrestres. Si Steven Spielberg dejó en el aire la idea de la música como lenguaje universal o de los Lacasitos como semilla de amistad interplanetaria, los buscadores reales de vida inteligente entienden que las matemáticas serían el mejor canal de interacción entre los pueblos del cosmos. ¿Y por qué no una pachanga? Al primer encuentro oficial con extraterrestres deberíamos acudir con un balón de fútbol (con la esperanza de que ellos no tengan más de dos extremidades). Que aún no hayamos descubierto un modo infalible de comunicación entre los dos sexos no debería desalentarnos. Ante una primera cita, yo suelo sentirme como Elliot en su primer intento de comunicación con E. T., al que enseña sus muñecos de Star Wars, sus peces y sus juguetes y, como única respuesta, el extraterrestre se mete en la boca el coche en miniatura que le tiende su amigo. Luego vendrá la comunicación telepático-emocional que los une sin palabras, lo que sería el verdadero amor, el que no necesita palabras ni diccionarios. Aelita tiene la capacidad de anticipar mis bromas, de retorcerlas y ofrecerme una variante mejor que me desarma. Creo que es por eso que me gusta. Porque me hace reír. La risa como atajo más corto entre dos universos. En el protocolo secreto de la ONU diseñado para afrontar la primera visita oficial de extraterrestres, seguro que figura el carcajeo como primera tentativa de comunicación (por delante incluso del malabarismo con frutas, el tequila o la danza del vientre).
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 200
 
 
Me he propuesto indagar el caso Vorónezh sin caer en la tentación de la mofa. Porque la guasa y el choteo son para los ovnis como la kryptonita para Superman.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 240
 
 
¿Cómo nos verán ellos a nosotros? En términos puramente racionales, casi me interesa más esto que verlos yo a ellos.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika
 
 
La perestroika e internet fueron revoluciones a cámara lenta.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 262
 
 
El astrofísico Jacques Vallée, alto, canoso y francés, considerado por muchos como «el mejor ufólogo del mundo» por su forma de abarcar el fenómeno sin estridencias y desde todos los ángulos posibles, fue uno de los primeros investigadores que sugirió que las apariciones de la Virgen de Fátima en 1917 y, en particular, la así llamada «danza solar» que acompañó la última de aquellas visiones del 13 de octubre de aquel año, se trató en realidad de un ovni. Según el testimonio de numerosos testigos que se congregaron aquel día en Cova da Iria, advertidos por los tres pastorcillos de la aparición de la Virgen, los cielos encapotados se abrieron y un sol más apagado de lo normal comenzó a lanzar destellos de colores y a moverse en zigzag, secando las ropas empapadas por la incesante lluvia de la mañana. Almeida Garrett, profesor de la Universidad de Coímbra que se encontraba entre la multitud, describió ese sol como «una rueda pulida» que giraba «locamente». «Parecía de repente soltarse del firmamento y, rojo como la sangre, avanzar amenazadoramente sobre la tierra como si fuera a aplastarnos con su peso enorme y abrasador», recoge su testimonio el libro Nuevos documentos de Fátima (1984). A la luz de los acontecimientos, Vallée sostiene que los asistentes no pudieron identificar lo que veían como un fenómeno ovni (aún faltaban treinta años para que Kenneth Arnold pasara a la historia como el primer testigo de platillos volantes) porque el fenómeno quedó «nublado por las distorsiones de la fe». Nuestro J. J. Benítez va más allá en la interpretación ufológica del más allá, cuando afirma que la propia Virgen de Fátima era un alienígena con atavíos de cosmonauta.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 310
 
 
Entrevistado en septiembre de 2016 en el programa Hora 23 de la televisión boliviana, el ufólogo navarro subrayaba que «todas las religiones han nacido en su origen de presencia ovni», de manifestaciones de luces, seres u objetos que descienden en determinados lugares, como ocurre con las apariciones marianas, de las que —sostiene— se han registrado «veintiuna mil» desde el siglo IX. En este sentido, recalca que la Virgen de Fátima no fue como nos la pintaron: «en realidad la descripción que hacen los testigos en 1917 es de una mujer o un hombre —no se sabe—, muy pequeña, un metro, con un casco como una pecera en la cabeza, y una bola de cristal en las manos, una capa y unos pantalones a cuadros. Claro, eso luego se ha cambiado porque a la Iglesia no le interesa este aspecto. Esto ha ocurrido siempre, y no digamos en el islam». En cuanto al escenario habitual de las apariciones marianas sobre los árboles (que es lo que nos ha traído hasta aquí de rama en rama), J. J. Benítez saca el hacha y se muestra más tajante todavía. «¡Yo no me imagino a la Virgen saltando por encima de los árboles como Tarzán!», proclamó en 2015 en el programa Ochéntame otra vez de TVE. Dos años después, en una charla en Capilla del Monte (Argentina), incidió en la misma idea: «Pero ¡¿qué pinta la Virgen María encima de un chaparro?! ¿Por qué la Virgen María se presenta encima de un roble o de una encina? ¿Por qué? ¿No puede bajar al suelo?».
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 311
 
 
 
¿Es parte intrínseca de los ovnis su fugacidad? Parecen diseñados para sobrecogernos, pero luego apenas sí comparecen. ¿Por qué no se quedan a pasar la tarde?
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 319
 
 
Como los rusos en 1991, por aquel entonces yo descubrí el dinero. «Hasta entonces yo detestaba el dinero, porque no sabía qué era exactamente […]. Podría decirse que crecimos en un país donde el dinero no existía. Mi salario era de ciento veinte rublos, como el de todos, y me alcanzaba para todo. La perestroika trajo el dinero», dice una de las voces reunidas por Svetlana Alexiévich en El fin del «Homo sovieticus». «El descubrimiento del dinero fue como la deflagración de una bomba atómica» o «tener dinero se convirtió en sinónimo de libertad», dicen otras de estas voces exsoviéticas, con la nostalgia atravesada por el recuerdo de aquel largo recreo del comunismo. Porque la palabra infancia se acaba cuando la letra efe —ese periscopio feliz— rompe filas, se coloca delante del vocablo y nos susurra al oído: financia.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 322
 
 
Por muy rápido que se desplacen en zigzag, la sombra de la falsedad nunca ha dejado de seguir de cerca a los ovnis.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 327
 
 
En 2017 se supo que el vídeo de la autopsia de un supuesto alien estrellado en Roswell (que en 1995 invadió los hogares de medio mundo en formato VHS) era un montaje. Lo reconoció el creador de la cinta. Al parecer, no solo había gato encerrado, sino cordero, vaca, cerdo y oveja, animales de cuyas vísceras se valieron para embutir el embuste del alienígena de pega. A finales de diciembre de 1980, un grupo de soldados estadounidenses destinados en la base de Woodbridge, en Rendlesham Forest (Suffolk, Inglaterra), vieron unas luces extrañas moviéndose entre los árboles y un objeto luminoso no identificado (una especie de cono metálico), en lo que se dio en llamar el «Roswell británico». Casi cuatro décadas después, el investigador David Clarke trocó el objeto cónico en cómico, lanzando la hipótesis de que pudo tratarse de una broma pesada de un grupo de militares británicos deseosos de vengarse de sus colegas norteamericanos (que los habrían sometido a un rudo interrogatorio), valiéndose para ello de globos de helio de color negro dirigidos por control remoto envueltos en luces parpadeantes de colores. Otro platillo que se descolgó del iconostasio sagrado fue el de la foto tomada en Petit-Rechain, el más popular de la oleada belga de ovnis triangulares de 1989-1990, que resultó ser una maqueta de poliestireno. «Hicimos el modelo con poliestireno, lo pintamos y luego le añadimos cosas, lo suspendimos en el aire… y sacamos la foto», dijo el supuesto autor de la broma en 2011 a Radio Televisión Luxemburgo. «Puedes hacer mucho con poco. Nos las apañamos para engañar a todo el mundo», se jactaba Patrick, el autor de la bufonada que se perpetró en abril de 1990, cuando tenía dieciocho años. La década pasada unos jubilados reconocieron en la tele que el así llamado ovni de Bélesta (de otra oleada francesa acaecida en 1954) no fue otra cosa que una rueda de bicicleta a la que acoplaron luces. «En los periódicos y en la radio solo se hablaba de ovnis y pensamos: “quieren ovnis, ¡vamos a dárselos!”», dijeron los exadolescentes.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 327
 
 
La españolidad como salvoconducto. Los españoles somos un poco como los ewoks de la galaxia, que nos hacemos de querer cuando salimos fuera.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 336
 
 
… desde junio de 2017 muchos ya dan por muerta la conexión extraterrestre de la señal Wow! tras comprobaciones del astrónomo Antonio Paris, que asegura que fue la estela de hidrógeno del cometa 266P/Christensen (descubierto en 2010 y que pasó cerca de la Tierra en agosto de 1977) lo que generó la señal. Después de tanto ruido, de nuevo, el silencio.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 340
 
 
 
El silencio que separa a la Tierra de otras civilizaciones es tan espeso como el que separa a los ufólogos de los científicos.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 346
 
 
Los entrevistadores tenemos que saber captar las señales de ese otro mundo que es un entrevistado.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 369
 
 
En mi consejo virtual de ufólogos, Jiménez del Oso equivaldría al veterano maestro jedi Obi-Wan Kenobi, mientras que Javier Sierra, por su dicción atropellada y abrumadora capacidad para procesar información, sería el robot políglota C-3PO. J. J. Benítez tiene algo de Han Solo, con ese chaleco curtido en mil odiseas y la mirada torva de quien anda peleado con el universo (y con el Dios eclesiástico y con los militares endiosados). Me convence su convencimiento, la forma serena de articular las palabras del gremio —«criatura», «aeronaves tripuladas», «disco estrellado»—, que consigue dibujar en nuestra mente con tan solo pronunciarlas. Huelga decir que Iker Jiménez es el Luke Skywalker del cuarteto, por su cándida perplejidad, esa que desgrana en largos monólogos apasionados pero reflexivos.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 381
 
 
Todos los ufólogos tienen algo de niño.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 382
 
 
En mi caso, los ovnis son el último globo de la infancia que me resisto a soltar. Esa última piñata que me niego a romper. A los cuarenta hay quien se compra un Ferrari; yo quiero subirme a un ovni. Necesito encontrar a mi Jean Claude Silvente de Vorónezh. Sin niño no hay libro.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 382
 
 
A rebufo de los grandes objetos celestes que se acercan a la Tierra siempre nos invade la ilusión de lo extraterrestre.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 386
 
 
El escritor Alexánder Kazántsev, considerado por Ziégel como el hombre que encendió la mecha de la ufología soviética por su tesis alienígena del meteorito de Tunguska, inventó e introdujo en el idioma ruso decenas de palabras nuevas, entre ellas, инопланетяне [inoplanetianie], la versión más popular que circula hoy entre rusos para designar a los alienígenas, por delante de пришелец [prishelets] que significa, literalmente, visitante. Para lograr su palabra mutante, Kazántsev modificó la palabra extranjero —иностранец [inostranets]— conservando el prefijo ino-, que denota extranjería, y sustituyendo страна [straná] —país— por планета [planeta].
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 397
 
 
La literatura como bálsamo, antídoto y medicamento del alma. Deberían existir boticas literarias donde se nos recetaran libros según la dolencia psíquica de cada cual.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 402
 
 
En Moscú casi todos los abrigos son negros. Muñecos de nieve en negativo.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 403
 
 
¿Agarrarse a otro ser angustiado para vencer la angustia? ¿No es acaso eso el amor?
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 405
 
 
¿Dónde está la verdad? ¿Existe la verdad?
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 414
 
 
Le entrego una bolsa morada de plástico con un sobre de paleta de bellota ibérica cortada a mano, Sierra de Monesterio, un Rioja y aceite de oliva virgen, que es lo que llevaremos los españoles en los módulos espaciales de carga cuando en el siglo XXX vayamos a conquistar planetas extrasolares.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 423
 
 
Las entrevistas, como las galaxias, se expanden. Solo hay que apretar los botones adecuados de la nave.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 433
 
 
El 20 de septiembre de aquel año 1977), decenas de testigos vieron, poco antes del amanecer, una suerte de medusa de luz cuyos tentáculos arqueados emanaban de un núcleo brillante con forma de platillo volante. Tras aquellos diez minutos de desconcierto lumínico, Moscú vio la luz y creó un programa secreto de investigación ufológica que, durante trece años, hasta la caída de la URSS, involucró a cientos de miles de marineros, soldados y pilotos. Dirigido por la Academia de Ciencias y el ministerio de Defensa, este programa —conocido posteriormente como Instituto 22— vino a ser la respuesta soviética al Proyecto Libro Azul de EE. UU. La aviadora sostenía que la Fuerza Aérea soviética y el KGB habían recuperado fragmentos de al menos cinco platillos volantes siniestrados en la URSS, entre ellos el causante del famoso incidente «Altura 611» ocurrido el 29 de enero de 1986 en Dalnegorsk, un remoto pueblo minero del Lejano Oriente ruso, donde una esfera rojiza se estrelló contra una colina sin generar el menor sonido ante la mirada de numerosos testigos. El caso fue bautizado como «el Roswell soviético».
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 446
 
 
No es normal que alguien te hable de burbujas energético-místicas un sábado por la mañana. Pero estoy en una provincia rusa escribiendo un libro sobre extraterrestres. No tengo argumento de autoridad. Lo escucho y asiento. Me dice que le han propuesto patentar su pirámide en EE. UU., pero que se ha negado porque —asegura— no quiere que salga de Rusia. Él se debe a Rusia y quiere ayudar a Rusia. «Soy nacionalista ruso», remacha con orgullo. En su intento por moldear una suerte de blindaje energético para los coches, Alexánder creó una pirámide de cartón y comprobó que el campo energético del vehículo se recuperaba, pero con un inconveniente: resultaba demasiado grande para llevarla. «¿Dónde ponerla?». Me apetece sugerirle que «encima del capó», como un cuerno enorme de dragón (los problemas de visión que ocasionaría al conductor mi propuesta no me interesan, pues solo me mueve un impulso estético), pero le dejo seguir. —La cuestión pasó a ser la siguiente: ¿cómo hacer la pirámide más pequeña, pero de tal forma que conservara su potencia? Al principio hice como una matrioshka, poniendo unas dentro de otras, pero no se produjo el efecto deseado. Y entonces se me ocurrió hacerla de esta forma: una pirámide de pirámides. Y comprobé que era más fuerte de lo normal. Era cinco veces más potente que las otras. No me lo podía creer. Habla con sosiego. Como si la novedad de aquel descubrimiento quedara ya muy lejos. —¿Y cómo comprueba que la pirámide funciona? —Con la varilla.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 518
 
 
 
Me bebo el vino y me como los embutidos ibéricos que había traído para el testigo ocular. El síndrome OVNI, me grita la portada del libro de Jiménez del Oso. «El síndrome VINO», le respondo con el vaso de tinto en la mano.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 528
 
 
¿Chirrían las portezuelas de los ovnis?
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 528
 
 
 
Antes de despedirnos, Alexánder —en cuya cara chata y barbuda asoma más que nunca el perfil de Sócrates— me dice algo que encaja en la conjetura de Jiménez del Oso con la misma armonía geométrica de sus pirámides, encabalgadas unas encima de otras: me explica que la humanidad está condenada, a menos que elevemos nuestro nivel espiritual de conciencia, y que Rusia tiene una misión espiritual (¿cósmica?) de alcance mundial de liderar ese resurgimiento. «Rusia tiene que salvarse a sí misma y a la humanidad», proclama, subrayando que «la conciencia de justicia, según la ley divina» es el rasgo fundamental de la nación rusa. «La revolución es inevitable», concluye. «¿Cuándo cree que tendrá lugar?», le pregunto, ya completamente abducido por sus vaticinios. —Usted será testigo. Creo que en unos dos años. No será como aquella [la de 1917], pero la gente va a recurrir a las armas, porque la están liquidando. China se expande por Siberia. Las compañías internacionales venden el territorio…
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 524
 
 
Jiménez del Oso recoge en su libro el testimonio de un contactado llamado Pedro Rivalta, que en 1969 entró en un platillo aterrizado en un camino secundario de Gerona y que comparó con el ovni de Ultimátum a la Tierra («Una vez dentro pude observar que no había nada. No había instrumentos… No había paneles… Una sala vacía»). Según le explicó el contactado, una de las informaciones que le trasladaron los extraterrestres fue la de que nos visitan a través de algo así como «pasillos interdimensionales», una suerte de agujeros o puertas, cuyo pomo, por decirlo de alguna forma, solo controlan ellos («ellos sí saben a qué hora y en qué punto se va a producir un agujero»). Sin embargo, lo que me lleva a relacionar esta historia con la profecía revolucionaria de Mosólov es la idea que aquel tal Rivalta le trasladó a Del Oso (corría el año 1983) sobre el advenimiento de una era agujereada: «estamos entrando en una época en la que los agujeros serán mayores e incluso tan grandes que habrá un momento en que no haya agujero ya y será un contacto total. Pienso que puede ser dentro de unos años. Antes del 2020. No pasará del 2020 que suceda esto. Tengo razones para decirlo así».
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 525
 
 
Me parece que la película de la autopsia de Roswell siempre estuvo impregnada del mismo problema de credibilidad que lastra el caso Roswell: su excesiva fisicidad, su rotunda terrenalidad. Cuando se define el caso Roswell siempre se habla de un platillo volante estrellado en Nuevo México, sin reparar en lo poco razonable de tamaña avería en términos cinético-cósmicos. Porque lo chocante de Roswell es que los ovnis no deben chocar. Durante la reentrada en la Tierra del módulo de descenso de la nave Vostok-1, Yuri Gagarin se eyectó en paracaídas antes de tiempo creyendo que se quemaba cuando vio que largas llamaradas se filtraban en la cápsula. Era la primera vez que el hombre se enfrentaba a un descenso espacial y se entiende el vértigo de ver tu nave hendida por espadones flamígeros. Pero en Roswell no pudo ser. La imagen de un alienígena herido, con esa pierna rota y carcomida, era demasiado terrenal. Dada su aura de perfección anatómica, tecnológica y espiritual, un extraterrestre debe estar fuera de las coyunturas terrestres.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 549
 
 
En Roswell se estrelló un ovni, mientras que en Vorónezh el único fallo de maniobrabilidad del objeto volador no identificado fue ese roce con el álamo. El supuesto platillo de Roswell no fue visto por nadie antes de caer, mientras que, en el caso soviético, el ovni fue visto por decenas de niños y adultos. Si en Nuevo México las pruebas físicas quedaron esparcidas por el terreno, en el caso soviético solo se habló de una piedra roja, que luego resultó no ser de origen extraterrestre.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 550
 
 
Cuando pensamos en extraterrestres, nos los imaginamos autosuficientes, de anatomía bruñida, sin aristas, sin bolsillos, que son las agallas de la pobreza.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 573
 
 
Cuando pensamos en extraterrestres, nos los imaginamos autosuficientes, de anatomía bruñida, sin aristas, sin bolsillos, que son las agallas de la pobreza. Solo en la película Distrito 9 se quiebra esta estética, hacinándose las enormes gambas en cobertizos dentro de un gueto. Marcianos de Alexéi Tolstói aparte, ¿habrá habido revoluciones galácticas? ¿Cañonazos de naves nodrizas rebeldes? ¿Asaltos de hordas descontentas contra el palacio N-45OK?
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 573
 
 
—¿De verdad que entrevistaste al embalsamador de Lenin? ¿Y qué te contó? —Se llamaba Iliá Zbarski y fue director del mausoleo durante más de treinta años, entre 1956 y 1989. Su padre fue el inventor del preparado para conservar la momia a base de glicerina y acetato de potasio. Tenía ochenta y ocho años cuando lo entrevisté en 2001. Murió hace unos diez, con noventa y cuatro. Me contó que días después de la invasión alemana de la URSS, en julio de 1941, tuvieron que llevarse la momia en tren a Tiumén, a Siberia, para ponerla a salvo de la amenaza nazi. La momia iba en un cajón de madera y una vez allí, tuvieron problemas porque no había agua destilada y se la llevaron en avión desde Omsk. En otra ocasión empezaron a salirle al cadáver unas manchas negras que finalmente lograron hacer retroceder. —¿En serio? ¡Qué historia tan surrealista! Imagínate que su misión era salvar a un muerto. —Sí, salvar a un muerto de la vida, de los microbios.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 575
 
 
 
John Steinbeck buscó en vano en las comisuras de las estatuas de Lenin y en los bustos de los museos dedicados a él cuando visitó la URSS en 1948 («todo sobre este hombre está ahí, todo excepto el humor. No hay pruebas de que en toda su vida tuviera un pensamiento ligero o humorístico, un momento de risa entregada o una tarde de diversión. No puede haber duda alguna de que esas cosas existieron, pero históricamente quizá no se permite que las tenga», escribió en su Diario de Rusia).
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 579
 
 
En inglés todo es más creíble. Incluso cuando se trata de lo increíble. Javier Sierra recuerda que cuando lo visitó siendo adolescente, Antonio Ribera le dio un único consejo para llegar a ser un buen ufólogo: «Estudia inglés».
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 585
 
 
Mientras el taxi cruza la ciudad, veo en mi teléfono un vídeo de YouTube titulado «Conclusiones sobre los ovnis» en el que Antonio Ribera, figura paternal de la ufología española, aparece ante dos aparatosos micrófonos. La grabación está fechada el 24 de agosto de 1989, es decir, un mes antes del aterrizaje del ovni de Vorónezh. Me llama la atención la austera puesta en escena: una mesa con tapete rojo, en cuyo extremo destaca un ventilador blanco, que forma un extraño y aparatoso trío con dos enormes micrófonos metálicos que se asientan con descaro sobre la mesa, con trípode y cable. Tardo unos segundos en reconocer al chico con gafas que presenta el acto. Es Javier Sierra, casi adolescente, al que Ribera siempre consideró su «nieto ufológico».
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 584
 
 
Hoy todo está en la red. Hay tanto que a veces parece que no hay nada.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 588
 
 
Llega la hora. Llega mi hora. Me hacen pasar a una sala que tiene atrezo de cocina (grifos, armarios y una neverita frente a una camilla sencilla). Aguardo en silencio unos minutos. Sé que me dirán que me quite la chaqueta gris, pero no quiero hacerlo hasta que sea inevitable, así que me aferro a ella, como el niño que tira de la manga de su madre. El peor trago de la soledad es cuando toca batirse cuerpo a cuerpo con el cuerpo de uno mismo, con sus vísceras y órganos, que van a lo suyo, centradas en su propia funcionalidad, al margen de los borborigmos de la vida interior. Dejo los libros encima de la camilla, el sobadísimo Mortal y rosa con la figura de un niño tocando dos flautines, como un sátiro bueno. Ante los médicos todos nos volvemos buenos. Y me acuerdo de ese hijo suyo, que ya casi es mío de tanto releerlo, ese «niño en la prisión blanca de la clínica, en manos del dolor, manipulado, pinchado, dolorido, el niño entre los niños que sufren». Soy un niño de cuarenta y dos años, pero debo afrontar el veredicto como un hombre.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 590
 
 
La belleza es la otra polución de Moscú, más densa y atosigante.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 595
 
 
En el amor, la guerra y el articulismo, todo vale.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 597
 
 
Subo hacia la plaza Lubianka, donde se distingue el edificio de los servicios secretos, la antigua sede del KGB, además de cárcel política desde cuya azotea Solzhenitsin (arrestado en 1945 por llamar «bigotudo» a Stalin en una carta que escribió desde el frente) se recreaba en ver el cielo, el único recorte de libertad. ¿Fue este edificio amarillo el nido del ovni de Valderas y del ovni de Vorónezh? Los imagino como dos huevos de dinosaurio en un cestillo de la azotea de la fortaleza secreta. El portalón de la fachada es lo suficientemente alto como para que pasen los alienígenas de tres metros sin necesidad de agacharse para no golpearse el bulto encefálico.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 597
 
 
El otro día me dijeron que en los trenes rusos ya no se puede beber alcohol. No me lo creo. Si Rusia se encarrila por el camino previsible de la corrección occidental corre el riesgo de ser menos Rusia. Lo que fascina al extranjero de Rusia es que, siendo parecida a Europa, siendo Europa, circula por una especie de universo paralelo, familiar, pero paralelo. Bajo la capa de similitudes se ocultan desmesuras, absurdos y vivencias desconcertantes que andan sueltas en medio de la convivencia civilizada, como ese tigre que se pasea tranquilo entre habitaciones en el famoso cuento de Cortázar. Y esa emboscada que cualquier desconocido te tiende en cualquier vagón de tren ruso, dispuesto a beberse contigo una botella de vodka como si fueras el último superviviente de una invasión marciana, es uno de esos momentos entrañables en los que un extranjero en Rusia descarrila con gusto.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 600
 
 
El signo de Ummo es la marca de ganadería de mi infancia.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 602
 
 

El diablo se esconde en los detalles.

Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 657




El combustible que mueve el engranaje de toda búsqueda, de todo viaje, de todo libro, de toda escalada, es la esperanza de alcanzar la meta.

Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 660





Viven en el futuro y nos previenen.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 668
 
 
En periodismo siempre hay que verificar. Y en ufología ya ni te cuento.
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 680
 
 
Iker Jiménez es el domovói de esta casa: «¿Por qué el coronavirus no se extiende por África si es tan contagioso? […] No tenemos verdades ni para unos ni para otros. Queremos saber». Su cara de duendecillo mofletudo y bondadoso se aparece en todas las habitaciones (como las caras de Bélmez).
 
Daniel Utrilla Vizmanos
Mi ovni de la Perestroika, página 700
 
 

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