Antonio y Cleopatra
   Recibe, ¡oh, mi Cleopatra!, la postrera		
respiración del pecho enamorado,		
que justamente al cielo ha decretado		
que el que vivió a tu luz, a tu luz muera.		
   La fama quiso el hado que mintiera,
que fuera grande impropiedad del hado,		
que yo muriera, cuando desdichado,		
y así aguardóme a que dichoso fuera.		
   Dichoso, pues, que muero, cuando miro,		
que quedas viva tú, que de otra suerte,
fuera morir dos veces de una herida.		
   Beban tus labios mi último suspiro,		
será quedando en ti dulce mi muerte,		
y tú de entrambos vivirás la vida.
Joseph de Valdivieso
Soneto
   El Canto encantador de la Sirena		
que enamorado dulcemente encanta;		
La Lira que en las obras, que levanta		
el mar, dio a Ario que le sacó a la arena;		
   el plectro que al Tebano muro ordena
de grúa sirviendo al Cisne que en el canta		
la suavidad de su sutil garganta		
que a Eurídice libró de la cadena.		
   La erudición del que en lugar de Clava		
con la lengua venció por el oído
del rebelde Francés la referencia.		
   Cifra en aquella maravilla octava		
no a Mercurio al del Cielo preferido		
para enseñar a España su Elocuencia.
Joseph de Valdivieso
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