Claustro conventual
Pueblan las altas bóvedas negruras
y las paredes arcos funerales;
por las amplias ventanas ojivales
la luna entra a besar las sepulturas.
Fingen fantasmagóricas figuras
los sauces y cipreses espectrales,
y hacen muecas obscenas y augurales
las gárgolas de extrañas sepulturas.
Un monje cruza el claustro solitario
y se estremece al ruido del rosario
que golpea en su mísero sayal,
mientras en las doradas hornacinas
hacen nidos de amor las golondrinas
y escala las columnas un rosal.
Arturo Pérez Camarero
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