Joaquín G. Losada

El último encargo

   No me duele encontrarme en este lecho
abocado por fin a la agonía.
Me muero... la mirada se extravía...
me falta el aire... se me oprime el pecho...

   Sé, Carmen, que al sepulcro voy derecho.
¿Qué no?... Lo sé muy bien, esposa mía.
Sé que el primer fulgor del nuevo día
ha de alumbrarme en ataúd estrecho.

   Lo sé todo, mujer, mas no me apura;
como a todo mortal, llegóme el plazo;
mañana dormiré en la sepultura.

   ¡Adiós, Carmen!... ¡Adiós!... Dame un abrazo...
Carmen... ¡Por caridad! Si viene un cura...
que le den de mi parte un estacazo.

Joaquín G. Losada



Exageraciones

   ¿Qué se dice en el pueblo? ¿Qué murmura
de mí esa ingrata y pervertida gente?
preguntó al sacristán, su confidente,
un párroco rural de Extremadura.

   -Dicen... ¡qué atrocidad!... una impostura.
-Háblame sin rodeos, francamente.
-Pues no hay por aquí chico viviente
que no le pertenezca, señor cura.

   Lanzó un suspiro místico frailuno
el pater, y exclamo: ¡Voto a mil santos!
¡cómo exageran las flaquezas de uno!

   Me gustan de las hembras los encantos,
y esos chicos... tal vez... tal vez alguno...
pero ya tantos, no. No, ¡ya no tantos!

Joaquín G. Losada



Furore

   «Ni aun el altar bendito en que te amparas
a mi justa venganza pondrá freno.
¡He de verte morir de gozo lleno!
¡He departirte en esas mismas aras!

   Antes que de mi cólera escaparas
nublárase por siempre el sol sereno,
cruzara el tiburón el valle a mano,
nadara el tigre por las ondas claras.»

   Dijo sacando airado su cuchillo,
que a la luz del augusto santuario
lanzaba rayos de siniestro brillo,

   y luego... el sacristán de Candelario
cortó la vela, se la echó al bolsillo,
y se fue a dar el toque del rosario.

Joaquín G. Losada



La confesión

   -¿Y te enmendaste ya de aquel pecado?
No, Padre, no he podido, harto lo siento:
sigo amando a la niña de Sarmiento
y a la consorte de Simón Cuadrado.

   -¡Réprobo! ¡Libertino! ¡Condenado!
-Un día, tras las tapias del convento
hablé a Juana... -¿Tú ignoras el tormento
que Satanás te tiene reservado?

   -Otra vez en la senda del cortijo...
-¡Piensa en la eternidad! ¡Piensa en la muerte!
-Después en el molino... -Amado hijo,

   no puedo de tus culpas absolverte.-
Fuese el joven y luego el cura dijo:
-Pero ¡qué atrocidad! ¡Jesús, qué suerte!

Joaquín G. Losada











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