Elegía
Madre,
desde los bosques más profundos me hablas.
Donde tu boca se hizo raíz de los hayedos
y dio a tu voz el viento entre los robles.
Donde tu ilimitado corazón
es ahora una piedra
que calientan hormigas amorosas.
Donde la yerba y la hojarasca juntan
olor de lluvia y resonar de ríos.
Donde el tiempo es oscuro.
Donde el tiempo es oscuro como un tiempo olvidado
y hay una nube disolviéndose
que todavía miras con tus ojos inmóviles.
Restos de luz en una cesta.
Joaquín Sánchez Vallés
Esa rosa
En sangre y sombra deshace
la rosa del amor.
Aquella que sembramos a la aurora
para aroma en el monte y brisa entre las playas,
que fue bandera
y vela
y buque desplegado en busca de las islas,
Aquella que regaba cada tarde el manantial de las umbrías
junto a un cuerpo tendido más desnudo que el aire.
Aquella que aturdía el corazón.
Después de veinte años he sabido quién eras,
después de veinte años como veinte ciudades incendiadas,
una sonrisa que se abre para decir que todo está perdido,
que fluye luminosa mientras los dientes crujen.
Sí,
por fin te conozco,
pasas ante mis ojos atravesando el día
como un trampa de la luz,
en mitad de las plazas vas moviendo las manos
convocando miradas de perros y mendigas.
Pero ya no me engañan las sucesivas formas de la sierpe,
que me silbes o adoptes disfraces vespertinos.
Tú eres terriblemente una sonrisa que triunfa de dolor,
la belleza más pura que la angustia alimenta.
En ásperos jardines
acontece a la rosa su fracaso.
Aquella que encontramos cuando fuimos necios niños de oro.
Aquella que quebramos por el mero placer.
Aquella que era solo la ignorancia.
Fados huérfanos.
Joaquín Sánchez Vallés
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