La ciencia no podrá descubrir ni a Dios ni el papel que este
desempeña mientras lo excluya de su menú de explicaciones. Para que la ciencia
pueda abrigar la esperanza de aportar respuestas significativas y veraces a
nuestras preguntas más profundas, es preciso que salga de la cárcel del
secularismo en la que se ha encerrado ella sola.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 3
No deja de resultar interesante que los pioneros de la
ciencia moderna, como Kepler, Galileo, Boyle, Pascal, Linné y Newton,
incluyeran todos ellos el concepto de Dios en su perspectiva científica.
Hablaban de él a menudo, y consideraban que las investigaciones científicas que
llevaban a cabo construían el descubrimiento continuado de las leyes que él
había creado. Aquellos gigantes del intelecto demostraron cómo la ciencia y la
conciencia de Dios pueden trabajar conjuntamente cuando estudiamos la
naturaleza. Desde aquella época, la ciencia y Dios han ido por caminos
separados, y en la actualidad, en esencia, la ciencia descarta el concepto de
una deidad. Además, algunos científicos están profundamente inquietos ante la
perspectiva de que un encumbramiento de la religión como fuerza social pudiera
convertirse en un serio obstáculo para la ciencia. Por otra parte, encontramos
sugerencias de un interés renovado en Dios por parte de algunos científicos y
otras personas del ámbito académico. Esto es consecuencia, en parte, de
significativos descubrimientos recientes, como los exactísimos valores
necesarios para las fuerzas básicas de la física, y las complejas rutas metabólicas
de los seres vivos. Tales hallazgos suscitan serias dudas en cuanto a cualquier
sugerencia de que simplemente se dieran por casualidad. Cada vez es más
razonable creer en la existencia de un Dios que está detrás del origen del
universo, en lugar de aceptar las improbabilidades extremas que es preciso
postular para que el universo llegara a la existencia por sí solo.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 3
Los datos de la propia ciencia nos obligan en esencia a
llegar a la conclusión de que sucede algo fuera de lo común, y que da la impresión
de que un Dios sabio y trascendente estuvo implicado en la creación de las
complejidades que la observación científica descubre continuamente.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 6
Los científicos difieren muchísimo en su opinión en cuanto a
la cuestión de Dios. Usamos la expresión “la cuestión de Dios” de vez en cuando
para referirnos al asunto específico de si Dios existe o no.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 26
En lo tocante a la cuestión dominante del origen de la vida,
los conceptos sobresalientes que se evalúan incluyen: (a) que la vida
evolucionó por sí misma y que ningún Dios tuvo nada que ver (evolución
naturalista); (b) que hay algún tipo de diseñador (diseño inteligente); (c) que
Dios usó el proceso de la evolución (evolución teísta); (d) que Dios creó
diversas formas de vida a lo largo de miles de millones de años (creación
progresiva); (e) que Dios creó la diversas formas de vida hace unos miles de
años, como se colige de la Biblia (creación reciente).
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 26
Hay «pruebas contundentes de que “hay algo” que subyace a
todas las cosas. La impresión de diseño es abrumadora».
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 28
Hay una idea fascinante que lleva difundiéndose desde hace
más de medio siglo que supone un reto para la contraposición que algunos sugieren
que existe entre la ciencia y Dios. El concepto es que la ciencia se desarrolló
especialmente en el mundo occidental debido a sus antecedentes judeocristianos.
En otras palabras, lejos de que la ciencia y Dios no tengan nada que ver entre
sí, la ciencia debe su origen al tipo de deidad descrito en la Biblia. Una
cantidad impresionante de eruditos apoya esta tesis.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 29
El filósofo Alfred North Whitehead, afamado en el mundo
entero, que enseñó tanto en la Universidad de Cambridge como en la de Harvard,
propone que las ideas de la ciencia moderna se desarrollaron como «derivados
inconscientes de la teología medieval». El concepto de un mundo ordenado, tal
como se infiere del Dios único, racional y coherente de la Biblia (monoteísmo)
constituyó la base de la creencia en el concepto de causa y efecto usado en la
ciencia. Los muchos dioses impredecibles paganos de otras culturas eran
caprichosos y, por ello, no encajaban con la coherencia que posibilita la
ciencia. R. G. Collingwood, que fue profesor de filosofía metafísica de la
cátedra Waynflete en la Universidad de Oxford, señala que la creencia de que
Dios es todopoderoso facilitó el cambio en el punto de vista sobre la
naturaleza, pasando de la imprecisión a la precisión, y la precisión encaja
perfectamente en la exactitud obtenible en la ciencia. En Holanda, el
desaparecido Reijer Hooylcaas, profesor de Historia de la Ciencia en la
Universidad de Utrecht, también hace hincapié en que la cosmovisión bíblica
contribuyó al desarrollo de la ciencia moderna. De especial importancia fue el
relativo antiautoritarismo abrigado por la Biblia en comparación con las
prácticas restrictivas de la Edad Media. Contribuyó a liberar la ciencia del
dominio de los teólogos. Uno de los principales eruditos en este campo es
Stanley L. Jaki, quien, con doctorados en Física y Teología, cuenta con una
magnífica reputación como catedrático en la Universidad Seton Hall de Nueva
Jersey. Con gran perspicacia, Jaki señala que las culturas hindú, china, maya,
egipcia, babilónica y griega habían dado todas, en distintos grados, sus
primeros pasos en la ciencia, los cuales, sin embargo, acabaron de forma
abortiva. Lo atribuye a falta de creencia en la racionalidad del universo,
falta que era común a tales culturas. La tradición judeocristiana de la Biblia
proporcionaba el tipo racional de Dios necesario para el establecimiento de la
ciencia. Resulta paradójico que ese mismo Dios que puede ser la causa última
del establecimiento de la ciencia moderna se vea ahora completamente rechazado
por la actual postura secular de los científicos.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 29
RESUMEN
Los pioneros de la ciencia moderna, como, por ejemplo, Kepler,
Boyle y Newton, fueron devotos creyentes en Dios y en la Biblia. No percibían
conflicto alguno entre él y la ciencia, puesto que él creó los principios de la
ciencia. Es obvio que los grandes científicos pueden creer en un Dios que actúa
en la naturaleza. Desde aquella época, ha habido una separación de los caminos
respectivos. La ciencia ha ido sola por su lado, aislándose de la religión e
intentando dar respuesta a muchas cosas, incluyendo las cuestiones profundas de
nuestro origen y propósito, sin referirse a Dios para nada. Aunque hay muchos
científicos que creen en él, en la actualidad se lo excluye esencialmente de
todas las interpretaciones científicas. Los científicos contemporáneos de
primera fila, en especial, han marcado la pauta para una ciencia separada de
Dios.
Con el paso del tiempo ha surgido una redefinición de la
práctica de la ciencia, dato que es importante y debe ser tenido en cuenta. En
general, la mayoría considera que la ciencia es el estudio de hechos y
explicaciones sobre la naturaleza, pero los detalles de las definiciones pueden
variar tremendamente. Cuando los estudiosos empezaron a sentar las bases de la
ciencia moderna, quienes estudiaban la naturaleza (los científicos) recibían el
nombre de historiadores naturales o filósofos naturales, y tales personas
glorificaban en sus escritos al Dios cuya actividad consideraban que podía
percibirse en la naturaleza. A menudo, se referían a él como Creador de todo.
Puesto que estableció las leyes de la naturaleza, era, por ende, parte de la
interpretación científica. La importancia de Dios en la ciencia fue
disminuyendo gradualmente, especialmente a finales del siglo XIX. Ahora
observamos una fuerte tendencia a ignorar a Dios en la práctica de la ciencia y
quien se esfuerce por incluirlo será considerado anticientífico. Por
definición, Dios es excluido sin más. Esta perspectiva cierra las puertas a la
posibilidad de que la ciencia lo descubra. Así, la ciencia ya no está abierta a
la búsqueda de la verdad, y puede llevar al error, ¡especialmente si Dios
existe realmente!
En este libro proponemos que un científico debería estar
abierto a la posibilidad de que Dios exista, y que la ciencia debería seguir
los datos de la naturaleza al lugar adonde apunten, sea el que sea. Nuestra
inquietud es encontrarla verdad, no encajar nuestras conclusiones dentro de una
definición estrecha de la ciencia. En las páginas que quedan por delante
consideraremos a grandes rasgos que la ciencia es, como se ha mencionado
anteriormente, el estudio de los hechos e interpretaciones sobre la naturaleza.
Una cuestión básica que abordaremos en el último capítulo es por qué la ciencia
ahora prefiere excluir a Dios de su menú explicativo.
Las últimas décadas han sido testigo de una tendencia
moderada al deshielo hacia religión y Dios en el campo de la ciencia y se está
abordando con seriedad la cuestión de Dios; ello refleja algunas de las formas
en que la ciencia y Dios han ido de la mano en el pasado. Además, la deidad
descrita en la Biblia es un Ser coherente y racional que encaja perfectamente
en los principios científicos de causa y efecto. En realidad, en lo que
respecta a los enfoques racionales fundamentales, Dios y la ciencia no son tan
diferentes, y la brecha que se ha abierto entre ellos merece ser eliminada.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 33
Las últimas décadas han sido testigo de una tendencia
moderada al deshielo hacia religión y Dios en el campo de la ciencia y se está
abordando con seriedad la cuestión de Dios; ello refleja algunas de las formas
en que la ciencia y Dios han ido de la mano en el pasado. Además, la deidad
descrita en la Biblia es un Ser coherente y racional que encaja perfectamente
en los principios científicos de causa y efecto. En realidad, en lo que
respecta a los enfoques racionales fundamentales, Dios y la ciencia no son tan
diferentes, y la brecha que se ha abierto entre ellos merece ser eliminada.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 32
Algunos astrónomos de fama, como Robert Jastrow, que afirma
ser agnóstico, y Hugh Ross, que es cristiano, ven en la Gran Explosión la
prueba de que Dios puso las cosas en marcha en el principio. Además, no es
difícil entender que se diera un proceso similar cuando la propia Biblia afirma
que Dios «extendió los cielos» en al menos cinco pasajes. ¿Podría Dios haberse
valido de un proceso similar al Big Bang para crear el universo? No lo sabemos.
No es preciso que dependamos de una gran explosión como prueba para creer en
Dios. Como veremos más adelante, la materia del universo está organizada de
formas tan precisas y polifacéticas que, con independencia del Big Bang, parece
que es preciso un Dios diseñador.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 48
Sir Martin Rees, astrónomo real, señala con gran agudeza que
«la teoría del Big Bang lleva más de treinta años viviendo peligrosamente».
Sobrevive en parte, sencillamente, porque los científicos no han propuesto nada
mejor, y en parte porque algunos daros importantes la apoyan realmente, aunque
otros daros la cuestionen. Los argumentos que apoyan el Big Bang incluyen: (a)
la evidencia de que el universo se está expandiendo; (b) la proporción del
hidrógeno con respecto al helio, que es cercana a lo que cabría esperar del Big
Bang; (c) una impresionante radiación de fondo de microondas que se encuentra
en todo el universo y sigue un patrón similar a lo que sugiere la teoría del
Big Bang. En esta radiación se han encontrado variaciones minúsculas que
algunos científicos interpretan que fueron las responsables de la formación de
las galaxias. El concepto del Big Bang también tiene serios problemas,
especialmente si se supone que el proceso ocurrió sin ningún tipo de diseñador:
(1) ¿Cómo pudo darse, sin más, la precisión necesaria para cuanto vemos?
Consideraremos algunos de los detalles más abajo. (2) Tenemos el desconcertante
problema de la naturaleza misteriosa de la materia oscura, que tiene el
potencial de cambiar muchas ideas. (3) También es significativo el problema de
la singularidad durante los primeros instantes del Big Bang, de la que se
reconoce abiertamente que excluye las leyes de la ciencia tal como las
conocemos.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 49
La mayoría de los cosmólogos admiten que no saben cómo se
produjo el Big Bang, mientras que otros ven en ese misterio una posible prueba
de Dios.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 50
La ciencia ha calculado la probabilidad de que la
organización del universo pudiese ocurrir por puro azar, y resulta que es
muchísimo menor que cualquier interpretación de las posibilidades plausibles.
En el contexto de las probabilidades, Roger Penrose, físico y matemático de la
Universidad de Oxford, señala: ¿Qué tamaño tenía el volumen […] del espacio de
fases original al que tuvo que apuntar el Creador para proporcionar un universo
compatible con la segunda ley de la termodinámica y con el que ahora
observamos? […] Una precisión de una parte en (1010)123. Se trata de una
probabilidad increíblemente pequeña. Tales cifras implican que, sin un Creador,
el tipo de universo que tenemos representa una probabilidad entre el número 1
seguido de 10123 ceros. Si se nos ocurriese intentar escribir ese número in
extenso poniendo un cero en cada átomo del universo conocido, se nos acabarían
los átomos mucho antes que los ceros. El universo solo tiene aproximadamente
1078 átomos. Improbabilidades semejantes llevarían a cualquiera a buscar
alternativas distintas al mero azar para el origen del universo. Muchos
científicos reconocen estas improbabilidades, pero no han presentado
alternativas realistas que encajen en los confines de las interpretaciones
materialistas que excluyen la existencia de Dios.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 60
Pocos niegan la naturaleza inusual de los daros que indican
que nos encontramos ante un universo con ajuste preciso, aunque algunos le
quitan importancia. La lista de características inusuales engloba muchas más
que las que hemos citado. El cosmólogo Hugh Ross enumera unos 74 ejemplos, al
igual que varios parámetros adicionales necesarios para la existencia de la
vida.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 61
Tal como se entiende normalmente, el principio antrópico
tiene al menos cuatro formas: la débil, la fuerte, la participativa y la final.
Aunque las cuatro formas son difíciles de definir, la débil se centra, a
grandes rasgos, en el hecho de que los observadores tienen que estar en
condiciones compatibles con la vida. La forma fuerte recalca que el universo
tiene que tener las condiciones adecuadas para que se desarrolle la vida en
algún momento. La participativa toma algunas ideas de la teoría cuántica y
presenta la peculiar propuesta de que la participación del observador es una
fuerza motriz en el cosmos. El principio antrópico final mira al futuro y
propone que el tratamiento de la información avanzará en el universo hasta el
extremo en que incluso nuestra consciencia se preserve, alcanzando así una
especie de inmortalidad. Los científicos emplean a veces el principio antrópico
para recalcar nuestra especial posición de privilegio en el universo. Un
universo sin vida no se deja observar; de aquí que nuestra situación sea
inusual, y miramos las cosas desde una perspectiva de observador seleccionada,
aunque limitada. Hasta ahí el principio puede tener cierta validez, pero
nuestro inusual privilegio de observadores también puede significar un diseño
especial por parte de Dios, lo cual no es, en absoluto, la interpretación
habitual del principio. En ocasiones, algunos responden a la pregunta del
ajuste preciso del universo señalando que, si no fuese así, sencillamente no
estaríamos aquí. Aquí tenemos una incongruencia, pues la respuesta no se aplica
a la pregunta. Es similar a estar en un desierto y preguntar de dónde viene el
agua de un oasis y recibir como respuesta que, si no estuviese presente, los
árboles no crecerían en él.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 62
Hay un elemento de cautela al que a veces habría que prestar
atención en el aforismo de que dos cosmólogos están a menudo en el error, pero
rara vez se les plantean dudas.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 64
Refiriéndose al concepto de una cantidad infinita de
universos, Hugh Ross comenta con mucho acierto: «Esta sugerencia es un abuso
flagrante de la teoría de la probabilidad. Se arroga en beneficio propio una
muestra de tamaño infinito sin evidencia alguna de que el tamaño de la muestra
supere la unidad».
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 65
La única muestra de la que tenemos noticia es nuestro propio
universo, y no parece que haya más. Hay que postular un número enorme de
universos para intentar reducir las muchas improbabilidades señaladas para el
ajuste perfecto del universo en que vivimos. Semejante sugerencia ignora
deliberadamente el principio científico denominado navaja de Ockham (llamado
también criterio de la máxima parsimonia). El principio estipula que las
explicaciones deben ser pocas en número, y tan sencillas como sea posible.
Postular muchos universos es especulación desbocada, no razonamiento meticuloso
basado en hechos conocidos.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 65
RESUMEN
Aunque el universo es enorme, encontramos también que está
compuesto en su totalidad de partículas subatómicas diminutas. Todas esas
partes están relacionadas entre sí mediante leyes físicas y varios factores más
que posibilitan la existencia de un universo capaz de sostener la vida. La
precisión que vemos indica manifiestamente que tras el universo hay un
diseñador. Algunos científicos aceptan la conclusión; otros no.
Varios de los últimos intentan a menudo atribuir la
existencia de esos factores precisos a un vago principio antrópico de
naturaleza incongruente, y otros a una multiplicidad de universos imaginarios.
Sin embargo, ¿a cuántas coincidencias de ajuste preciso puede enfrentarse uno
antes de tener que reconocer que, en efecto, necesitan una explicación? Si se
quiere evitar la conclusión de que hay un diseñador, se puede recurrir a las
alternativas dadas anteriormente. No obstante, en esencia son distracciones que
evitan afrontar los daros científicos auténticamente aplastantes que indican
que alguna inteligencia tiene que haber puesto a punto con minuciosidad la
materia y las fuerzas del universo para que fuese adecuado para la vida.
Obviamente, cualquier Diseñador tal superaría al universo que creó.
EL PERFECTO AJUSTE DEL UNIVERSO
MATERIA:
La materia está perfectamente organizada en más de cien
tipos de elementos que interactúan para formar cualquier cosa, desde los
minerales de los planetas a las moléculas tremendamente organizadas de los
organismos. Los átomos de estos elementos complejos están compuestos de
partículas subatómicas que tienen que tener características precisas. Por
ejemplo, si la masa del protón variase en una parte por mil, no habría átomos
ni elementos.
CARBONO:
El carbono, elemento absolutamente esencial para la vida, tiene
un nivel de resonancia que favorece muchísimo su incidencia. Si ese nivel de
resonancia hubiese sido un 4% menor, o si el del oxígeno hubiese sido solo un
1% mayor, casi no habría carbono.
SOL:
El sol nos da continuamente la cantidad de luz exacta necesaria
para la vida en la tierra. Si el sol estuviera solo el 5% más cerca o el 1% más
alejado de la Tierra, ello privaría a nuestro planeta de todo tipo de vida.
ITERACIÓN NUCLEAR FUERTE
La interacción o fuerza nuclear fuerte une entre sí las
partes del núcleo de los átomos. Si esa fuerza fuese un 2% mayor, no habría
hidrógeno, y, por ende, tampoco habría Sol, ni agua ni vida. Si fuese un 5% más
débil, habría exclusivamente hidrógeno; nada más.
ITERACIÓN NUCLEAR DÉBIL:
La interacción o fuerza nuclear débil controla parte de la
desintegración radiactiva de los átomos. En el Sol regula la fusión del
hidrógeno en helio. Si esa fuerza fuese ligeramente superior, no se formaría
helio, y si fuese ligeramente inferior, no quedaría hidrógeno.
FUERZA ELECTROMAGNÉTICA:
Esta fuerza impera en partículas cargadas, como los
electrones, y, por ende, controla los cambios químicos que se dan entre los
átomos. Es un componente muy importante de la luz. Si fuese ligeramente mayor,
las estrellas como el Sol serían estrellas rojas, y mucho más frías. Si fuese
ligeramente menor, las estrellas serían estrellas azules muy calientes de vida
sumamente breve.
GRAVEDAD:
La gravedad mantiene cohesionadas las galaxias, los soles y
la Tierra. La relación precisa de su fuerza con respecto a la de la fuerza
electromagnética es crucial en sumo grado. Si cualquiera de estas fuerzas
variase solo en el menor grado, el resultado sería desastroso ara estrellas
como el Sol.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 67
La resistencia a la verdad puede ser formidable.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 71
Si la vida en la Tierra surgió por sí misma, ¿cómo se
juntaron al azar todas las partes oportunas para producir el primer ente
viviente?
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 75
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 3
En 1953 Stanley Miller, trabajando en el laboratorio que el
premio Nobel Harold Urey tenía en la Universidad de Chicago, dio cuenta de un
experimento que hizo época, y que se ha convertido en un símbolo para los
partidarios de la generación espontánea. El experimento se proponía simular el
tipo de condiciones que podrían haber imperado en la Tierra antes de que se
originase la vida y que podrían haber dado origen a los seres vivos. Usando un
aparato químico cerrado que excluía el oxígeno, Miller sometió a descargas
eléctricas una mezcla constituida por los gases metano, hidrógeno y amoniaco, y
por vapor de agua. El aparato tenía una trampilla para recoger las delicadas
moléculas orgánicas que pudieran producirse. Después de muchos días descubrió
que se habían formado muchos tipos diferentes de moléculas orgánicas,
incluyendo algunos de los aminoácidos que se dan en los seres vivos. Los
investigadores han repetido muchas veces el experimento, y aportado mejoras al
mismo, y parece que puede crear los diferentes tipos de aminoácidos que se
encuentran en las proteínas, cuatro de las cinco bases de los ácidos nucleicos,
y algunos azúcares. Los profesores de biología han hablado del experimento a
millones de alumnos, y los científicos y maestros lo han presentado en todo el
mundo como prueba de que la vida podría haber surgido por sí misma. Desde hace
medio siglo el experimento despierta agitación. En realidad, hay una multitud
de problemas que siguen sin resolver.
Una cuestión básica que precisa consideración es la
fidelidad con que los experimentos de laboratorio reproducen las hipotéticas
condiciones de la Tierra primigenia. Con su uso de equipos sofisticados y
productos químicos purificados, es posible que los químicos de los laboratorios
no estén presentando un buen ejemplo de la situación que habría existido hace
mucho tiempo en una Tierra primigenia desnuda. A veces es posible hacer
corresponder debidamente las observaciones del laboratorio con lo que la teoría
supone que ocurrió en el pasado, pero otras veces no. Por ejemplo, el
experimento de Miller protegía los productos deseados de los efectos
destructivos de la fuente energética de las chispas recogiéndolos en una
trampilla especial. El uso de una trampilla protectora no simularía realmente
lo que cabría esperar en una Tierra primitiva.
Es preciso que tengamos en cuenta que hablamos de un mundo
sin vida, sin laboratorios y sin científicos. Cuando los científicos entran en
sus laboratorios y efectúan experimentos basados en su inteligencia y empleando
información y equipos producto de siglos de experiencia, lo que hacen se parece
más a lo que esperaríamos de un Dios inteligente que de una Tierra vacía. En
muchos sentidos, el científico representa las actividades creadoras divinas más
que condiciones aleatorias primitivas. La evolución química requiere que
sucedan cosas positivas de todo tipo por sí solas, no bajo la supervisión de
científicos inteligentes que trabajan en sofisticados laboratorios.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 78
¿Dónde estaba la sopa? Los evolucionistas echan mano de
cuanta «sopa orgánica tibia» esté a su alcance. Los organismos son tan
complejos que la probabilidad de que se organicen solos es tan sumamente remota
que cuanto más sopa se tenga, mayor será la posibilidad de que la vida pudiera
haber surgido espontáneamente en algún lugar. La sopa que se postula habría
sido algo así como un consomé o un caldo. Para aumentar el potencial de
formación de proteínas, permitamos que sea igual al volumen de todos los
océanos del mundo. El problema es que, si tuviéramos una sopa orgánica de tal
entidad en la Tierra primitiva durante muchos millones de años, con el fin de
que se acumularan las moléculas necesarias, cabría esperar encontrar muchas
pruebas de ello en las rocas más viejas de la Tierra. Aunque deberían contener
todo tipo de restos de materia orgánica, los investigadores no han encontrado
casi nada de todo eso. La idea de una sopa primitiva ha sido muy popular, y se
presenta a menudo como un hecho. Por ello, tal como señala el biólogo Michael
Denton, se percatarse de que no hay en absoluto prueba positiva alguna de su
existencia produce una especie de Shock.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 80
¿Qué ocurriría si las rutas metabólicas sencillamente
siguiesen funcionando indefinidamente? El resultado sería caótico.
Afortunadamente, suelen disponer de un elaborado mecanismo de control (asociado
con el primer paso) que regula la producción de las moléculas que se necesitan.
Tales sistemas reguladores pueden responder de formas diversas a lo que
determinan delicados sensores en cuanto a si el organismo necesita la molécula
final de la ruta. Sin los mecanismos reguladores, la vida sería imposible. Las
enzimas seguirían produciendo moléculas sin parar; y, como una casa en llamas,
todo se descontrolaría. Esto suscita otro problema de la evolución química.
¿Qué evolucionó antes: la ruta metabólica o el sistema de control? Si lo hizo
el ciclo bioquímico, ¿qué haría las veces de sistema de control? Pero si fue el
sistema de control, ¿por qué llegó tan siquiera a la existencia, dado que no
tenía nada que regular? Los seres vivos requieren que muchísimas cosas
aparezcan todas a la vez.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 87
¿Cómo se formaron las células? Hay un abismo increíblemente
grande que se abre entre las desorganizadas moléculas simples del muy aclamado
experimento de Miller y la estructura intrincada de una célula viva, incluyendo
la multitud de sistemas operativos controlados de esta última.
Desgraciadamente, los libros de texto de biología rara vez señalan este hecho.
Como señala el filósofo Michael Ruse, «si hay una fea laguna en nuestro
conocimiento, ¡la mejor línea de acción es decir la nada y decirla con
firmeza!».
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 88
¿Cómo desarrolló su membrana la primera célula viva?
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 89
¿Cuál es la probabilidad de que una célula pudiese haber
aparecido simplemente por casualidad?
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 90
El origen de los sistemas de verificación y corrección del
ADN. Cuando una célula se divide, todas las bases que forman el código genético
del ADN, cuyo número se encuentra entre cientos de miles y miles de millones,
tienen que pasar por un proceso de duplicación. Algunos errores de copia son
inofensivos y, en casos infrecuentes, pueden incluso ser benéficos, pero casi
todos los demás son perjudiciales, e incluso fatales. Afortunadamente, los
seres vivos tienen varios sistemas especiales para verificar el código copiado,
eliminar errores y reemplazarlos con las bases adecuadas. Dado que tales
sistemas inhiben las mutaciones, su sola existencia supondría una interferencia
para la evolución. Sin el proceso de verificación y corrección realizado por
las proteínas, el índice de los errores de copia puede llegar al 1%, cifra del
todo incompatible con la vida. La desactivación de este sistema corrector en
las células causa algunos tipos de cáncer. Los elaborados sistemas de
corrección pueden aumentar la precisión de la copia en millones de veces, y
ello permite que la vida continúe por muy reiteradamente que se dividan las
células, pues se mantiene la precisión de su ADN. Esto suscita otro
interrogante para el modelo de la generación espontánea de la vida. ¿Cómo
llegaron tan siquiera a evolucionar los complejos sistemas de verificación en
un sistema que habría sido tan incoherente en su capacidad de copia antes de la
existencia de los mismos? Un científico dice que esa dificultad constituye “un
problema no resuelto de la biología teórica”.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 92
IDEAS ALTERNATIVAS
Hay muchos científicos que se dan cuenta de la
improbabilidad de que la vida haya surgido espontáneamente. Por ello, no es de
extrañar que hayan propuesto varias explicaciones alternativas. Sin embargo,
como las explicaciones dadas antes, rayan lo imposible. Incluyen: (1) La vida
se originó a partir de información especial que se halla en los átomos. No
encontramos evidencia alguna de tal cosa. (2) Un tipo de vida mucho más simple
dio origen a la vida actual. Lamentablemente, tampoco contamos con mucha más
evidencia de esto. (3) Un sistema cíclico de generación automática de proteínas
J de ARN podría haber dado origen a la vida. Sin embargo, las moléculas
implicadas son difíciles de producir y tienden a degradarse rápidamente. Especialmente
problemático es el hecho de que tal ARN sintetizado carece de la gigantesca
biblioteca de información genética necesaria tan solo para el organismo más
simple. (4) Posiblemente la vida se formara en manantiales termales en lo
profundo de los océanos. El calor de un entorno tan limitado podría destruir
fácilmente las moléculas delicadas, y tampoco da pie a la vasta información
genética requerida para un sistema vivo. (5) La vida podría haberse originado
usando patrones de minerales como la pirita (el oro de los tontos) o de
minerales arcillosos como plantilla para las moléculas complejas de los seres
vivos. Aunque tales minerales cuentan con una disposición ordenada de átomos,
el patrón se repite continuamente, y, por ende, no podría dar pie a la variada
y compleja información necesaria para la vida. Desgraciadamente, los
científicos confunden a menudo la abundancia de orden (característica de los
minerales arcillosos) con la complejidad que encontramos en el ADN. Es algo así
como tener un libro que contenga únicamente las letras A, B y C repetidas
constantemente de principio a fin cuando lo que se necesita es un diccionario
Espasa cargado de información con sentido. (6) La vida se originó como ARN,
porque el ARN tiene propiedades enzimáticas y un minúsculo indicio de réplica.
Ésta ha sido muy popular. Sin embargo, aunque un químico bien preparado puede
hacer ARN en el laboratorio, no parece que ello fuera posible en la Tierra
primordial antes de que hubiera vida alguna. El bioquímico Gerald F. Joyce, especialista
en esta área, pese a seguir mostrando sus simpatías por el modelo del ARN,
advierte que hay un hombre de paja tras otro para llegar al punto en que el ARN
sea una primera biomolécula viable. Además, igual que ocurre en las otras
sugerencias dadas más arriba, ¿de dónde va a salir la información específica
necesaria para la vida? (7) Si es tan difícil que la vida comience en la
Tierra, ¿por qué no pensar que llegó desde algún punto del espacio exterior,
tras viajar quizá en un cometa o en una partícula de polvo? Pero esto sirve de
bien poco, porque simplemente traslada el mismo problema a otro lugar. Las
mismas improbabilidades y los mismos problemas que encontramos en la Tierra
tenemos que afrontarlos también en cualquier otro lugar. Las siete sugerencias
alternativas tienen problemas serios y ninguna logra explicar en absoluto el
origen de la vasta información integrada que encontramos en el ADN, que tan
esencial es para el funcionamiento y la reproducción de incluso el más simple
organismo independiente que conocemos.
Algunos de los daros presentados más arriba han generado una
de las mayores conmociones a la que se ha enfrentado la comunidad erudita en
mucho tiempo. El legendario filósofo británico Anthony Flew ha escrito casi dos
docenas de libros sobre filosofía, lleva siendo para los ateos todo un paladín
emblemático durante décadas, y se ha dicho de él que es el ateo filosófico más
influyente del mundo. Sin embargo, recientemente ha llegado a la conclusión de
que parte de la evidencia del terreno científico es muy convincente, y ha
alterado su punto de vista, pasando del ateísmo a creer que hay involucrado
algún tipo de Dios para explicar lo que la ciencia está descubriendo. Según sus
propias palabras, tuvo “que ir a donde lleva la evidencia”. Señala que «dos
argumentos más impresionantes de la existencia de Dios son aquellos que son
apoyados por los descubrimientos científicos recientes». Flew se refiere al
preciso ajuste del universo, y en particular a la capacidad reproductora de los
seres vivos, y señala que los evolucionistas “deben dar alguna explicación” de
tales cosas. Además, ahora me parece que los hallazgos de más de cincuenta años
de investigación sobre el ADN han proporcionado material para un argumento
nuevo y enormemente pujante a favor del diseño. Aunque Flew no ha adoptado una
religión tradicional, ha renunciado al ateísmo debido a la propia naturaleza de
los daros científicos.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 93
RESUMEN
Una de las cuestiones más profundas que afrontamos es cómo
se originó la vida. Pasteur demostró que la vida proviene únicamente de vida
anterior. Desde entonces, una auténtica plétora de científicos lleva
investigando cómo la vida podría haber surgido por sí misma, pero tal empeño no
ha sido una búsqueda particularmente fructífera. Estamos descubriendo que una
«simple» célula es inmensamente más compleja de lo que nadie podría haber
imaginado, y que aún nos queda mucho por aprender.
Los científicos han tenido cierro éxito en la creación de
moléculas orgánicas simples, como los aminoácidos, en lo que se supone que son
las condiciones primigenias de la Tierra. Sin embargo, la relación de sus
experimentos de laboratorio con lo que podría haber ocurrido realmente en una
Tierra desnuda y vacía es de dudosa autenticidad. Aparre de este éxito
cuestionable, la evolución química ha topado con multitud de problemas
insuperables. La ciencia no ha hallado evidencia alguna de la sopa orgánica
primordial en el propio registro geológico. Las moléculas necesarias para la
vida son demasiado delicadas como para sobrevivir a los rigores de una Tierra
primitiva. Los experimentos que producen biomoléculas simples no proporcionan
la configuración óptica requerida, y en ellos aparecen mezcladas con todo tipo
de moléculas innecesarias y dañinas. ¿Cómo se seleccionaron solo las
apropiadas? Nada parece facilitar la información específica necesaria para las
macromoléculas, como las proteínas y el ADN.
Muchos factores interdependientes, como los encontrados en
el código genético, la síntesis del ADN y las rutas metabólicas, suponen un
reto para la idea de que tales cosas se hubieran podido desarrollar
gradualmente, con un valor evolutivo de supervivencia en cada etapa, hasta que
se encontraran presentes todos los factores necesarios. Los modelos
alternativos son poco realistas o resultan insatisfactorios, e ignoran por
completo el hecho de que la vida requiere muchísima información coordinada.
También está la cuestión de formar todas las partes de una célula y lograr que
esas partes se reproduzcan. Todos los cálculos matemáticos indican
probabilidades en esencia imposibles. El investigador Dean Overman esboza el
dilema evolucionista: «Basándonos en la religión, podemos escoger creer en las
teorías de la autoorganización, pero tal creencia debe basarse en las
suposiciones metafísicas de cada cual, no en la ciencia ni en las
probabilidades matemáticas».
La incapacidad de la evolución química de presentar un
modelo factible y el empeño de los científicos en procura de uno cuestionan
seriamente el ejercicio actual de la ciencia. Muchos científicos tienen fe en
modelos del origen de la vida construidos atendiendo a una multitud de
propuestas esencialmente imposibles, pero se niegan a tomar en consideración la
fe en algún diseñador cósmico. ¿Por qué? ¿Revela tal conducta un prejuicio contra
Dios en el pensamiento científico actual? ¿Evita esa actitud que la ciencia
encuentre roda la verdad? Toda una muestra de sesgo.
COMPOSICIÓN ESTIMADA DE UNA SOLA CÉLULA DE ESCHERICHIA COLI
COMPONENTE - NÚMERO DE MOLÉCULAS - NÚMERO DE TIPO DE
MOLÉCULAS
Proteínas - 2.400.000 − 4.288
Ribosomas - (20.000) - (1)
ADN - 2 − 1
ARN - 255.480 − 663
Polisacáridos - 1.400.000 3
Lípidos - 22.000.000 − 50
Metabolitos pequeños e iones - 280.000.000 − 800
Agua - 40.000.000.000 − 1
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 95
Las cosas complejas son complicadas, pero no es preciso que
las cosas complicadas sean complejas si las partes no tienen conexión real con
las demás, ni relaciones mutuas. En la gran cuestión de si la ciencia está
descubriendo a Dios es importante distinguir entre lo complejo y lo complicado.
Desgraciadamente, hay muchas personas, incluidos algunos científicos, que
confunden ambos términos.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 100
Hace dos siglos, el filósofo inglés William Paley
(1743-1805), especialmente interesado en la ética, publicó un famoso libro
titulado Natural Theology, que se convirtió en un auténtico icono filosófico
popular, pues se hicieron muchas ediciones del mismo. El libro era la respuesta
a sugerencias de que la vida se pudiera haber originado por sí misma y de que
no había Dios. Paley argumentaba que los seres vivos tenían que tener algún
tipo de hacedor, y llegó a esa conclusión mucho tiempo antes de que tuviésemos
la menor idea de lo sumamente complejos que eran. Su ejemplo más famoso versa
acerca de un reloj. Señaló que si, andando, tropezásemos con una piedra,
probablemente no podría explicar cómo se originó. En cambio, si encontrábamos
un reloj en el suelo, llegaríamos de inmediato a la conclusión de que el reloj
tenía un hacedor. Lo había montado alguien que comprendía su construcción y su
uso. Puesto que la naturaleza es más intrincada que un reloj, también ella
tiene que tener un hacedor. Además, defendía que puesto que un instrumento como
un telescopio tenía un diseñador, tenía que ocurrir lo mismo en el caso de algo
tan complejo como los ojos. Paley planteó un reto a la idea de que el avance
evolutivo era resultado de una multitud de cambios pequeños, e ilustró su punto
de vista refiriéndose a la estructura indispensable, denominada epiglotis, que
los seres humanos tenemos en la garganta. Cuando tragamos, evita que la comida
y la bebida entren en los pulmones cerrando la tráquea. Si la epiglotis se
hubiese desarrollado gradualmente a lo largo de mucho tiempo, habría sido
inútil la mayor parte de las veces, puesto que no cerraría la tráquea hasta que
hubiese alcanzado su pleno tamaño por medio de la evolución. Hace mucho que sus
argumentos son objeto de crítica, y hay personas que afirman a menudo que
Darwin y su concepto de la selección natural dieron buena cuenta de los
ejemplos de Paley. En su libro El relojero ciego, Richard Dawkins, famoso
profesor de Oxford, aborda en especial el ejemplo del reloj, y señala que es
«erróneo, gloriosa y rotundamente erróneo». También dice que el «único relojero
que existe en la naturaleza es la fuerza ciega de la física», y añade que
«Darwin posibilitó ser ateo completo intelectualmente hablando». Sin embargo, los
recientes avances de la biología moderna, al revelar una amplia gama de
sistemas interdependientes, han hecho que muchos se pregunten si Paley y su
ridiculizado reloj no habrán dado en el clavo.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 100
La evolución ha sido incapaz de dar una explicación
satisfactoria del desarrollo gradual de los sistemas complejos compuestos de
partes interdependientes. Por el contrario, el proceso mismo que supuestamente
impulsa la evolución puede en realidad interferir con el desarrollo de la
complejidad. En 1859 Charles Darwin publicó su obra seminal El origen de las
especies. Proponía que la vida evolucionó de formas simples a formas avanzadas,
un paso minúsculo cada vez, mediante un proceso que denominó selección natural.
Razonaba que los organismos varían constantemente, y que la reproducción
excesiva lleva a que compitan unos con otros para obtener alimento, espacio y
otros recursos. En tales condiciones, los organismos que tengan alguna ventaja
sobreviven más fácilmente que los inferiores. Así tenemos el avance evolutivo
por la supervivencia del más apto. A primera vista, el sistema puede parecer
perfectamente razonable, y es aceptado de forma generalizada, aunque algunos
evolucionistas optan solo por los cambios, sin selección natural de ningún tipo
que eche una mano. La supervivencia del más apto debería eliminar los
organismos débiles y aberrantes, pero no explica la evolución de sistemas
complejos con partes interdependientes. Tales sistemas no funcionan, ni tienen
valor de supervivencia, hasta que estén presentes todas las subunidades
necesarias. En otras palabras, la selección natural actúa para eliminar los
organismos inferiores, pero no puede diseñar sistemas complejos. Además de eso,
la selección natural no es un proceso que apoye necesariamente el concepto de
evolución. Sería de esperar la supervivencia de los organismos más aptos, hayan
evolucionado o hayan sido divinamente creados.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 102
Para que se dé un avance evolutivo se precisa nueva
información genética, no simplemente cambios en las proporciones de genes
preexistentes.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 104
Las mutaciones son notablemente perjudiciales. Una
proporción que se menciona a menudo es que se da únicamente una mutación
beneficiosa de cada mil dañinas, pero en realidad no disponemos de datos
sólidos al respecto. Sin embargo, no cabe duda de que, en lo que respecta a las
mutaciones aleatorias, la selección natural tiene que vérselas con muchos más
cambios dañinos que positivos. La evolución precisa ir en la dirección de las
mejoras, no de la degeneración. Teniendo esto en cuenta, algunos cálculos
suscitan el interrogante de cómo la raza humana ha logrado tan siquiera
sobrevivir tanto tiempo a pesar de probabilidades tan adversas. Cabría esperar
que casi cualquier tipo de cambio aleatorio accidental, como una mutación,
fuese dañino, puesto que estamos ante seres vivos complejos. Los cambios en
tales sistemas normalmente provocan que no trabajen tan bien o que dejen de
funcionar por entero. Cambiar un solo aspecto de un sistema complejo puede ser
perjudicial para otras partes que dependen del funcionamiento de la parte
alterada. A modo de ilustración, ¿cuántas mejoras esperaría el lector que se
produjeran, mediante la inserción de cambios tipográficos accidentales, en la
página que está leyendo? Cuantos más se introduzcan, peor quedará. Cuanto más
complejo es un sistema, más difícil es cambiarlo de modo que siga funcionando.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 105
Uno de los retos más importantes que afronta el modelo
evolutivo es su incapacidad para explicar cómo pudieron evolucionar los órganos
y los organismos complejos con partes interdependientes. El problema básico es
que las mutaciones aleatorias no pueden planificar las cosas de antemano para
diseñar gradualmente sistemas intrincados, y la aparición de una multitud del
tipo adecuado de mutaciones, surgidas todas a la vez, es poco plausible. Si
cosas así de complejas tuvieran que producirse gradualmente, el proceso mismo
propuesto por Darwin de la selección natural mediante la supervivencia del más
apto tendería a evitar su evolución. Hasta que se hayan ensamblado todas las
partes necesarias de un sistema complejo, de modo que el sistema pueda
funcionar de verdad, éste carece de valor de supervivencia. Antes de que tal
cosa suceda, las partes adicionales sin función de un sistema incompleto en desarrollo
son inútiles, todo un engorroso impedimento. Cabría esperar que la selección
natural se deshiciera de tales cosas. Por ejemplo, ¿qué valor de supervivencia
tendría que comenzase a evolucionar un nuevo músculo esquelético sin un nervio
que lo estimulase para contraerlo, y qué propósito tendría un nervio sin un
intrincado mecanismo de control para darle el estímulo necesario?
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 105
Para que la selección natural preserve una estructura, el
cambio biológico tiene que tener alguna superioridad que suponga un valor de
supervivencia, pero los sistemas parciales no funcionales no tienen valor
alguno: son un exceso de equipaje inútil Resulta que el proceso evolutivo
propuesto de la supervivencia del más apto puede eliminar los organismos
débiles, pero no puede planificar las cosas de antemano para formar nuevos
sistemas complejos, y tendería a eliminar los sistemas complejos que se
estuviesen desarrollando gradualmente, puesto que no tendrían valor alguno de
supervivencia hasta que estuviesen presentes todas las partes necesarias.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 106
Los científicos llevan tiempo preocupados por el problema
que la complejidad plantea a la evolución. Un artículo publicado en la revista
Nature intenta demostrar cómo la evolución puede explicar el origen de «rasgos
complejos». Pero esa sugerencia tiene serios problemas, uno nada desdeñable de
los cuales es que existe una enorme brecha entre los sencillos «organismos
digitales» programados en el ordenador usado para el estudio y los organismos
vivos reales que existen en un entorno normal. Los autores pudieron dar con
algunas ventajas evolutivas simples usando secuencias definidas arbitrariamente
como beneficiosas. Este tipo de ejercicio representa más bien un diseño
inteligente que cambios aleatorios producidos por sí mismos en una naturaleza
desnuda, que es lo que postula la evolución. Los investigadores han usado otros
programas informáticos para intentar explicar la evolución de la complejidad,
pero ha habido biólogos de primera fila que han criticado tales tentativas por
ser demasiado simplistas y por no tener ninguna afinidad con el mundo realmente
complicado de la biología.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 107
Los sistemas complejos plantean varios retos importantes al
escenario evolutivo.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 109
LA PERSISTENTE POLÉMICA EN CUANTO AL OJO
La polémica aún en curso sobre el origen del ojo se mantiene
como asunto candente desde hace dos siglos. Quienes creen en un Dios creador
afirman que no es plausible imaginar que un instrumento tan complejo como un
ojo pudiera surgir por sí mismo; en cambio, los más dados al naturalismo
aseveran que podría ocurrir si contamos con tiempo suficiente. Charles Darwin
era perfectamente consciente del problema y dedicó varias páginas de El origen
de las especies al asunto en la sección «Órganos de perfección y complicación
extremas». Introduce el problema con la admisión de que «suponer que el ojo,
con todos sus inimitables mecanismos para ajustar su enfoque a distancias
diferentes, para admitir distintas cantidades de luz, y para la corrección de
las aberraciones esférica y cromática, pudiera haberse formado mediante la
selección natural parece, lo confieso abiertamente, absurdo en grado sumo».
Después, señala que en todo el reino animal observamos variedades de ojos de
todo tipo, desde el punto fotosensible más simple hasta el ojo del águila.
Según creía, los cambios diminutos podrían dar como resultado mejoras
graduales. Además, afirma que no es irrazonable pensar que «la selección
natural, o supervivencia de los más adecuados», actuando a lo largo de millones
de años en millones de especímenes, pudiera producir un instrumento óptico
(superior a uno de vidrio). Para él, el proceso de selección natural que
proponía era lo que hacía que los ojos se fueran haciendo más avanzados paso a
paso.
Un siglo más tarde, George Gaylord Simpson, prestigioso
profesor de la Universidad de Harvard, usaba el mismo tipo de argumento cuando
sugería que, puesto que los ojos en todo el abanico que va de lo simple a lo
complejo son todos funcionales, tienen que tener valor de supervivencia. Más
recientemente, Futuyma y Dawkins, fervientes defensores de la evolución,
emplean también el mismo enfoque. Pero toda la argumentación elude el asunto
crucial de la falta de valor de supervivencia de los sistemas incompletos, que
no funcionan hasta que estén presentes todas las partes interdependientes
necesarias. Por ejemplo, la mayoría de los avances evolutivos del ojo, como la
capacidad de distinguir los colores, serían inútiles hasta que el propio
cerebro pudiera interpretar colores diferentes. Cada proceso tiene dependencias
mutuas con el otro para que tenga una función útil. Además, el solo hecho de
que podamos poner los distintos ojos en una secuencia que parezca ir de lo
simple a lo complejo no es prueba de que evolucionaran unos de otros. Es
posible ordenar muchas cosas del universo, como los sombreros de señora, de lo
simple a lo complejo. Ni que decir tiene que los sombreros han sido diseñados y
creados por seres humanos; ¡no evolucionaron por sí mismos de otros sombreros
ni de ningún sombrero ancestral común!
Hay muchos animales que tienen algún tipo de «ojo» que
detecta la luz. Las estructuras tan fascinantes varían muchísimo. Un simple
gusano marino tiene lo que bien podríamos considerar un ojo sumamente avanzado,
mientras que el nautilo, popular molusco marino constituido por múltiples
celdas, tiene un ojo muy simple. El grado de complejidad de los ojos no sigue
un patrón evolutivo. Algunos seres unicelulares (protistas) tienen un simple
punto fotosensible. Las lombrices de tierra tienen células fotosensibles,
especialmente en los extremos de su cuerpo. Ciertos gusanos marinos pueden
tener más de diez mil «ojos» en sus tentáculos, y la humilde lapa tiene un
intrigante ojo con forma de copa. Organismos como los cangrejos, algunos
gusanos, los calamares, los pulpos, los insectos y los vertebrados (peces,
anfibios, reptiles, aves y mamíferos) tienen ojos que no solo detectan la luz,
sino que forman imágenes. Aunque los calamares son un tipo de animal muy
distinto de los seres humanos, sus ojos son notablemente similares a los
nuestros. Los calamares gigantes, que pueden alcanzar una longitud de 21 metros
y descender a grandes profundidades en las que la luz apenas penetra, necesitan
grandes ojos para concentrar la máxima posible. Estos gigantes poseen los
mayores ojos de los que tengamos noticia. El ojo de un calamar arrastrado a la
costa de Nueva Zelanda tenía un diámetro de cuarenta centímetros. ¡Ello es
significativamente mayor que los globos terráqueos habituales de treinta
centímetros! Un ojo así alberga lo que se calcula que son mil millones de
células fotosensibles. Sirva de comparación señalar que nuestros ojos tienen
aproximadamente solo 2,5 centímetros de diámetro.
Los ojos emplean muchos sistemas diferentes para formar
imágenes. Los vertebrados (yen ellos estamos incluidos los humanos) cuentan con
una lente (llamada cristalino) en la parte frontal del ojo que enfoca la luz
entrante en la retina sensible que hay en la parte posterior, lo que da como
resultado una imagen nítida. Otros animales, como el nautilo, carecen de lente.
En su lugar, un sencillo orificio sirve para concentrar la luz incidente en
partes diversas de la retina. Los insectos forman las imágenes de forma
completamente diferente, usando «tubitos» denominados omatidios, o, en latín,
ommatidia, que apuntan en direcciones ligeramente distintas. A continuación, se
combina la luz de cada tubo para formar la imagen de conjunto. Las libélulas
pueden tener hasta veintiocho mil omatidios en sus saltones ojos. Toda una
variedad de sistemas oculares intrincados alternativos tienen sus propios
diseños específicos de partes interdependientes, estando entre ellos el
sorprendente sistema de un copépodo diminuto, que recuerda a un cangrejo, que
forma la imagen de forma un tanto similar a un sistema de televisión: mediante
un barrido rápido línea a línea. Este conjunto de diseños tan diferentes y
complejos, con todas las partes interdependientes que comporta, es todo un reto
para la idea de que pequeños cambios graduales causaron la evolución del ojo.
Pasar de un sistema a otro requiere una forma de abordar la
conformación de la imagen de conjunto completamente diferente. La mayoría de
los evolucionistas reconocen las diferencias fundamentales y proponen que el
ojo evolucionó de forma independiente para cada sistema. Pero esto negaría la
sugerencia de otros evolucionistas, mencionados anteriormente, de que los ojos
complejos evolucionaron de los simples. Los sistemas son tan variados, o
aparecen sistemas similares de tipos de grupos animales tan tremendamente
diferentes, que algunos proponen que el ojo haya evolucionado
independientemente muchas veces, un ojo de otro, quizá un total de 66 veces.
Por otro lado, los investigadores han descubierto un gen
maestro en el ADN de una variedad de organismos que estimula el desarrollo del
ojo. Los evolucionistas consideran que la presencia generalizada de tal gen
refleja una ascendencia evolutiva. En cambio, quienes creen en un Creador ven
en el gen la impronta de una mente inteligente que usó eficientemente en
diferentes organismos un sistema funcional. Por ejemplo, los científicos pueden
tomar de un ratón el gen maestro de control para el desarrollo del ojo,
insertarlo en una humilde mosca de la fruta, y provocar el desarrollo de ojos
adicionales en las alas, en las antenas y en las patas. Ahora bien, la mosca de
la fruta tiene un tipo de ojo muy diferente al del ratón, pero el mismo tipo de
gen maestro puede estimular el desarrollo de cualquiera de los dos tipos de
ojo. Los biólogos calculan que hay varios miles de genes asociados con el
desarrollo embrionario del ojo de la mosca de la fruta. En consecuencia, parece
que nos encontramos ante un gen maestro de control que activa muchos genes
distintos que provocan la formación de tipos diferentes de ojos en organismos
variados. Las diferencias entre los diversos tipos de ojo proceden de los otros
genes, muchísimos, y el gen maestro de control sirve de poco para explicar cómo
podrían haber evolucionado los diversos tipos de sistemas visuales. El concepto
de que algunos genes maestros (Evo Devo) simplifiquen el proceso evolutivo se
complica en realidad por el descubrimiento de que se precisan múltiples niveles
tanto de activadores como de represores para lograr que los genes maestros
funcionen como es debido. La sincronización de la actividad es muy importante,
y el control mismo del debido sincronismo también habría tenido que
evolucionar.
El estudio de los trilobites ha revelado algunos aspectos
sorprendentes de sus ojos. Se parecen remotamente a los cangrejos de herradura.
Los evolucionistas consideran que los trilobites se encuentran entre los
animales más antiguos, pero algunos tienen ojos notables del mismo tipo. Sus
lentes están constituidos por cristales de calcita (carbonato cálcico). La
calcita es un mineral complicado que refracta los rayos luminosos incidentes y
salientes en diferentes ángulos, dependiendo de la orientación del cristal. Los
ojos de los trilobites orientaban la calcita de las lentes precisamente en la
dirección oportuna para darles el enfoque acertado. Además, la lente estaba
conformada de una manera especial, con una complicada curvatura que corregía la
pérdida de definición del enfoque (aberración esférica) que se da en lentes
simples ordinarias. Tal diseño refleja un conocimiento óptico sumamente
sofisticado. Ello es muy notable, pues, según se asciende por el registro
fósil, los ojos de los trilobites están entre los primeros con los que nos
topamos, y no parecen tener ningún antecesor evolutivo. Un investigador alude a
las lentes de estos ojos con la expresión «un hito sin precedentes de
optimización funcional».
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 111
En realidad, no vemos con los ojos, por mucho que la
intuición nos haga creer que sí. El ojo únicamente recoge y procesa información
que es enviada a la parte posterior de nuestro cerebro, la cual compone la
imagen. Sin cerebro, no percibiríamos nada. Millones de elementos de
información viajan rápidamente desde el ojo hasta el cerebro a través del nervio
óptico. Según parece, el cerebro analiza los daros correspondientes a los
diversos componentes, como el brillo, el color, el movimiento, la forma y la
profundidad. Luego el cerebro lo consolida todo en una imagen integrada. El
proceso es increíblemente complejo, increíblemente rápido y sigue su curso sin
esfuerzo consciente. Los investigadores de la visión comentan que «las tareas
visuales más simples, como la percepción de los colores y el reconocimiento de
rostros familiares, requieren cómputos sofisticados y mucha más circuitería
neuronal de la que jamás hemos imaginado».
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 117
En ocasiones Darwin no vaciló en presentar retos a los
críticos de su teoría. Inmediatamente después de presentar la evolución del ojo
en El origen de las especies, comentó: «Si se pudiese demostrar que existió un
órgano complejo que no pudo haber sido formado por modificaciones pequeñas,
numerosas y sucesivas, mi teoría se destruiría por completo; pero no puedo
encontrar ningún caso de esta clase». Aunque Darwin intentó proteger su teoría
con la exigencia de que se demostrase que no pudiera suceder «de modo alguno»,
él mismo se precipita en el problema de la falta de valor de supervivencia de
las partes interdependientes en desarrollo cuando habla de las «modificaciones
numerosas […] Ligeras». Las modificaciones ligeras son en especial un problema
para el mecanismo que Darwin defendía. Las partes interdependientes en
desarrollo lento que no funcionan hasta que estén presentes las otras partes
necesarias van a pasar muchísimo tiempo sin valor de supervivencia.
Lamentablemente, tal como sugiere Darwin, su teoría se ha desbaratado «por
completo».
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 118
EL OJO INCOMPLETO DE LA EVOLUCIÓN
Dan-E. Nilsson y Susanne Pelger, dos investigadores de la
Universidad de Lund, en Suecia, han publicado un interesante artículo sobre la
evolución del ojo. Se titula «Cálculo pesimista del tiempo requerido para que
evolucionara un ojo» y apareció en la prestigiosa publicación Proceeding of the
Royal Society of London. Llega a la sorprendente conclusión de que el ojo
podría haber evolucionado en solo 1.829 pasos de mejoras arbitrarias del 1%.
Teniendo en cuenta algunos factores de selección natural, llegan a la
conclusión de que a un corpúsculo fotosensible le habría llevado menos de
364.000 años evolucionar hasta convertirse en un «ojo de cámara» (un «ojo» con
un agujerito). Además, desde los comienzos del periodo cámbrico, que se calcula
que se dieron hace 550 millones de años, contaríamos con tiempo suficiente
«¡para que los ojos evolucionaran más de mil quinientas veces!». Su modelo de
la evolución del ojo comienza con una capa de células fotosensibles encajonada
entre una capa transparente encima y una capa pigmentada debajo.
En primer lugar, las capas se doblan gradualmente para
formar una copa primero y luego un ojo con un cristalino. Cada paso aporta una
ventaja óptica con respecto a la fase anterior, dando así valor evolutivo de
supervivencia a todo el proceso. ¡Tachan! ¡El ojo ha evolucionado en muy poco
tiempo!
Aunque podemos agradecer la forma analítica empleada por
esos autores para abordar el problema, es difícil que nos tomemos en serio su
modelo y también lo es que aceptemos su afirmación de que haya habido tiempo
suficiente para que un ojo con un cristalino haya evolucionado más de mil
quinientas veces. En realidad, hablan de un ojo que es tan simple que no
funciona. El concepto tiene muchos problemas de enorme magnitud:
1. El modelo omite la evolución de la parte más importante y
compleja del ojo: la retina fotosensible. Como se ha mencionado previamente, la
retina tiene una multitud de células de tipos diferentes para la detección y el
tratamiento de la información lumínica. Tienen que surgir nuevas moléculas
proteínicas especiales de todo tipo. Tarde o temprano, tienen que desarrollarse
en el escenario evolutivo todas las partes de los ojos avanzados, y excluir de
los cálculos la parte más complicada del ojo es una seria omisión que invalida
por completo la conclusión principal.
2. Tal como se ha propuesto, un ojo complejo es inútil sin
un cerebro que interprete los datos visuales, pero el modelo no considera el
problema de la evolución de las necesarias zonas del cerebro. Al menos en los
seres humanos, las partes del cerebro que tienen que ver con la visión son
mucho más complejas que la propia retina, y es preciso que la zona visual del
cerebro tenga una estrecha correlación con la retina para que haya
significación en lo que el ojo ve.
3. Para que un ojo sea de utilidad, tiene que haber una
conexión entre el cerebro y el ojo, lo que, en el caso de los humanos, conlleva
un nervio óptico que tiene más de un millón de fibras nerviosas por ojo, y las
fibras tienen que estar debidamente conectadas. El nervio óptico de un ojo se
cruza con el nervio óptico del otro, y tiene lugar una compleja clasificación
de la información visual. Algo más adelante en el sistema se da una
clasificación mucho más compleja cuando las células nerviosas llevan los
impulsos al interior del cerebro. Cabría esperar muchos ensayos aleatorios
antes de que la evolución estableciera los modelos adecuados de conexión.
4. El modelo sugerido ignora la evolución del mecanismo que
enfoca el cristalino. Hasta algunos gusanos tienen esta capacidad. Como ya
hemos señalado, es un sistema complejo que detecta cuándo la imagen de la retina
está desenfocada y luego ajusta la lente en el grado necesario para lograr un
enfoque preciso. El sistema cuenta con la participación de varios elementos
especiales. En algunos animales el enfoque se produce al mover la lente,
mientras que en otros tiene lugar cambiando la forma de la propia lente.
5. El modelo tampoco considera el tiempo necesario para el
desarrollo del mecanismo que regula el tamaño de la pupila. Aquí tenemos otro
sistema complejo más de los ojos complejos que cuenta con la participación de
músculos, nervios y un sistema de control Llevaría mucho tiempo producir un
sistema así una sola VC2, suponiendo que tal cosa pudiera hacerse. Tenemos que
incluir elementos así de importantes en cualquier cálculo realista del tiempo
que le llevaría evolucionar alojo.
6. Más o menos a mitad de camino del proceso evolutivo
propuesto empieza a aparecer un cristalino. Sería preciso un conjunto de
circunstancias sumamente fortuitas para que este nuevo componente funcionase
debidamente y tuviera valor de supervivencia. Se precisa una lente con la
proteína, la forma y la posición adecuadas, todo ello sincronizado en el
momento preciso. Que todo esto sucediese de repente, para darle un auténtico
valor de supervivencia, mediante mutaciones que ocurren esencialmente al azar
llevaría una cantidad de tiempo inmensa.
7. En los embriones de los vertebrados —como, por ejemplo,
en los peces, las ranas o las gallinas—, el ojo no se forma mediante el pliegue
de capas superficiales que haya en la superficie de la cabeza, como propone el
modelo de Nilsson y Pelger. Surge de una excrecencia del cerebro en desarrollo
que luego induce la formación del cristalino a partir de una capa superficial
De aquí que también sea preciso considerar el tiempo requerido para que un sistema
de desarrollo evolucione para convertirse en otro distinto.
8. Además, los vertebrados y algunos invertebrados emplean
un complejo sistema muscular para coordinar el movimiento de ambos ojos.
Algunas aves son capaces de ajustar la dirección de los ojos para lograr una
visión binocular perfectamente enfocada o una amplia perspectiva panorámica
cuando los ojos miran en direcciones diferentes. No se trata de sistemas
simples. El pulpo tiene seis músculos que controlan el movimiento de cada ojo,
igual que ocurre en nuestros ojos. En el pulpo encontramos unas tres mil fibras
nerviosas que llevan impulsos desde el cerebro hasta esos seis músculos para
controlar minuciosamente el movimiento de los ojos. Hay que insistir en que
estos sistemas también necesitarían muchísimo tiempo para evolucionar, y
deberíamos tener en cuenta ese hecho al estimar cuántas veces podría
evolucionar el ojo.
Nilsson y Pelger reconocen muy pocas de estas omisiones en
su informe, pero, lamentablemente, las ignoran tanto en su título como en sus
conclusiones. Su «cálculo pesimista» no tiene en cuenta la mayoría de las
partes complejas del ojo, ni la multitud de células nerviosas, y casi nada de
los tipos especiales de proteínas que tendrían que formularse. Recientemente,
los investigadores han descubierto una molécula proteínica especial en la córnea
del ojo que impide el desarrollo de vasos sanguíneos. La sustancia mantiene a
la córnea libre de los vasos sanguíneos encontrados en la mayoría de los
tejidos para que la luz pueda entrar sin dificultades en el ojo.
No se puede simplemente doblar algunas capas, añadir
arbitrariamente un cristalino, y luego afirmar que hemos determinado que el ojo
podría haber evolucionado «más de mil quinientas veces» en la historia
evolutiva. Este tipo de ejercicio raya en lo que podríamos describir como
ciencia de la que se ha destilado todo vestigio de hechos.
Sorprendentemente, el modelo ha recibido un decidido
respaldo. En la prestigiosa revista Nature, Richard Dawkins publicó una reseña
titulada «En un abrir y cerrar de ojos», en la que señalaba que los resultados
de Nilsson y Pelger eran «rápidos y decisivos» y que el tiempo requerido para
la evolución del ojo «es un parpadeo geológico». Además, Daniel Osorio, de la
Universidad de Sussex, en Inglaterra, quien estudia ojos de todo tipo, sugiere
que el artículo aplaca el problema de la evolución del ojo que tanta inquietud
causó a Darwin, —problema al que a veces se denomina «el escalofrío de Darwin».
El artículo de Nilsson y Pelger ha dado cierto ánimo a los evolucionistas que
presentan sus puntos de vista en internet. Un participante comentaba en uno de
esos foros que «el ojo se ha convertido en la MEJOR PRUEBA de la evolución».
Considerando los hechos reales del asunto, todo ello es una revelación
aleccionadora de lo subjetivos que pueden llegar a ser los conceptos humanos.
El entusiasmo de algunos evolucionistas con el modelo de
Nilsson y Pelger probablemente refleje lo serio que ha sido el problema del ojo
para la evolución a lo largo de los años. Un modelo que esencialmente ignora
todos sus sistemas complejos puede dar aliento al evolucionista convencido,
pero no puede hacer gran cosa por quien busque con seriedad la verdad y desee
considerar tantos daros disponibles como sea posible. Desgraciadamente, los
estudios como el de Nilsson y Pelger reducen la confianza no solo en la
evolución sino también en la ciencia en su conjunto. Es probable que Sir Isaac
Newton, quien ostentó el cargo de presidente de la Royal Society durante 24
años, y que tan cuidadoso fue en su trabajo, se hubiese sentido decepcionado de
ver un artículo como ese publicado en la revista oficial de su amada Royal
Society.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 119
La presente estructura de la retina parece ser un diseño
excelente que aporta a los activos bastones y conos de los organismos avanzados
el riego sanguíneo y los nutrientes que precisan. Además, es difícil discutir
con el éxito: ¡el ojo funciona muy bien! Si, como sugieren algunos
evolucionistas, el ojo está tan mal diseñado y si, como otros defienden, el ojo
puede evolucionar en un parpadeo, ¿por qué no produjo la selección natural un
ojo mejor hace mucho tiempo?
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 127
No hay nada en las leyes de la ciencia que requiera que
debamos tener consciencia. La consciencia es algo que elude el análisis actual.
No tenemos evidencia alguna de que sea una característica de la materia. La
existencia de la consciencia señala una realidad que está más allá de nuestra
comprensión mecanicista ordinaria. Sin embargo, no es preciso que dependamos
del fenómeno de la consciencia para que lleguemos a la conclusión de que es
necesaria una planificación deliberada para la existencia de nuestra mente. La
comparación entre el cerebro y los ordenadores no hace sino reforzar la
evidencia de un Dios diseñador, pues todos sabemos que los ordenadores no se
organizan, sin más, por sí mismos. Son el resultado de un diseño deliberado que
pone en juego un conocimiento previo que lleva a complejidad llena de
relaciones mutuas. Lo mismo se aplica a nuestro complejísimo cerebro. Contiene
una cantidad de conexiones mil veces superior a las estrellas que conforman
nuestra galaxia. Exige mucha credulidad tan solo sugerir que un conjunto tan
organizado se originase simplemente como resultado de un accidente o del azar.
¿Cómo podría un proceso aleatorio producir algo que se aproximase una
complejidad de esta magnitud? Como ya hemos señalado, la selección natural es
perjudicial para la evolución gradual de sistemas con partes interdependientes.
Además, para la mayoría de las personas, el cerebro alberga una mente que
procesa e integra información rápida y sumamente bien.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 131
La evolución es el mejor modelo que la ciencia puede
presentar si vamos a excluir a Dios, pero se queda muy corta en el campo de la
plausibilidad. La perseverancia que han puesto de manifiesto los evolucionistas
es digna de encomio. Sin embargo, tras dos siglos de búsqueda esencialmente
estéril, parece que ya va siendo hora de que los científicos den debida
consideración a alternativas no naturalistas. La participación de alguna
inteligencia racional como la de Dios parece necesaria para explicar muchas
cosas que la ciencia está descubriendo.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 133
RESUMEN
Los organismos avanzados nos proporcionan muchos ejemplos de
sistemas complejos con partes interdependientes. La selección natural plantea
un problema para la evolución de tales sistemas. Aunque la selección natural
puede eliminar los tipos aberrantes y débiles, no puede planificar las cosas de
antemano para desarrollar gradualmente las diversas partes requeridas para las
complejas relaciones mutuas que se dan. La selección natural se limita al éxito
inmediato en la supervivencia. En consecuencia, también cabría esperar que
eliminase las diversas partes nuevas de sistemas complejos, con subunidades
interdependientes, que estuviesen inmersos en una evolución gradual. Tales
elementos nuevos serían impedimentos inútiles y engorrosos mientras no
estuviesen presentes todos los aspectos necesarios para producir un sistema
funcional con algún valor inherente de supervivencia. Por lo tanto, parece que
el sistema de la supervivencia del más apto, esgrimido por Darwin, en realidad
interfiere en el avance evolutivo de los sistemas complejos.
La mayoría de los sistemas biológicos son complejos, pero el
ojo y el cerebro son ejemplos de órganos de suma intrincación. No parece que
ninguno de esos órganos pudiese haberse desarrollado sin planificación
inteligente. Con ellos, estamos ante datos que, sin duda, apoyan la idea de que
hay un Dios.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 133
El catastrofismo ha vuelto por la puerta grande, peto no se
trata del enfoque clásico de hace dos siglos, en el que el diluvio bíblico era
el factor geológico dominante. En la actualidad los geólogos aceptan sin
problemas muchos tipos de acontecimientos catastróficos, pero dan por sentado que
pasó muchísimo tiempo entre ellos. El término neocatastrofismo (nuevo
catastrofismo) está ganando aceptación como forma de identificar la perspectiva
emergente. Más importante es la lección que podemos aprender de los cambios en
las interpretaciones. Durante milenios, los pensadores aceptaron que las
catástrofes eran parte normal de la historia de la Tierra. Después, durante más
de un siglo, las catástrofes casi desaparecieron de las explicaciones
geológicas. Los geólogos tenían que interpretar que los cambios eran graduales
y estaban circunscritos al ámbito de los procesos activos del presente. Ahora
se vuelve a dar la bienvenida a las catástrofes. A veces ocurre que las ideas
antiguas, otrora rechazadas, ¡eran, a fin de cuentas, las acertadas!
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 141
Cuando la evaluamos con meticulosidad, descubrimos que la
evolución dispone de muy poco tiempo con respecto al que de verdad necesita.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 143
Relacionados con la cuestión del origen de la vida están los
debates recientes en cuanto a cómo identificar las primeras formas de vida. Los
iconos incondicionales de la primera forma de vida en la Tierra se han visto
rodeados de controversias escenificadas en varias revistas científicas y en
otros ámbitos. Lo que un día la ciencia consideró que eran hechos obvios sin
vuelta de hoja ha resultado ser muy diferente después de estudios ulteriores.
Un investigador de primera fila en esta disciplina comenta con mucho acierto
que «para cada interpretación hay una contrainterpretación equivalente». Parece
que varias de las rocas más importantes en las que se había supuesto que se
daban las formas de vida más antiguas no son del tipo que se alegaba, y sus
fósiles son únicamente cosas que se parecen a los fósiles pese a que en
realidad son cosas distintas. Este problema ha contrariado en gran medida el
estudio de los fósiles precámbricos. Solo algunos de los hallazgos son
claramente indiscutibles. Un investigador enumera casi trescientas especies a
las que se ha dado nombre y que probablemente sean dudosas o falsos fósiles. No
es ésta una disciplina en la que podamos desear aceptar sin más lo que leemos
en la bibliografía científica.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 147
¿Sugiere el registro fósil que la vida evolucionó
gradualmente durante 3.500 millones de años? ¡En absoluto! Como se ha
mencionado anteriormente, la mayoría de los paleontólogos —es decir, los
científicos que estudian los fósiles— creen que la vida se originó hace
aproximadamente 3.500 millones de años. Lo asombroso es que durante la mayor
parte del tiempo que se postula que ha habido desde entonces no ha habido casi
avance evolutivo de ningún tipo. Después de que transcurriera lo que se supone
que fueron tres mil millones de años, lo que equivale a las cinco sextas partes
del tiempo evolutivo, la mayor parte de los organismos seguían consistiendo en
una sola célula, la prolongada época del Precámbrico en su conjunto no muestra
ningún aumento significativo en la complejidad.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 148
Ascendiendo por la columna geológica, llegamos a la parte
del Fanerozoico y, de repente, nos topamos con lo que los evolucionistas llaman
la explosión cámbrica (Gran Cañón, flecha de la izquierda), en la que aparecen
repentinamente gran número de los tipos zoológicos básicos. Los geólogos
denominan filos a estos tipos, y representan los grupos fundamentales del reino
animal. Cada grupo está definido por diferencias fundamentales de su diseño
corporal. Ejemplos fácilmente identificables de filos son los de los caracoles
(moluscos), las esponjas, las estrellas de mar (equinodermos) y el de los
animales con columna vertebral, como los peces y los seres humanos (cordados).
Los evolucionistas atribuyen únicamente entre cinco y veinte millones de años a
la explosión cámbrica, pero los límites temporales están muy difusos. Siendo
generosos con la evolución, podemos afirmar que la explosión cámbrica ocupó
menos del 2% de todo el tiempo evolutivo. En proporción, si el tiempo evolutivo
durase una hora, la mayoría de los filos animales aparecerían en menos de un
minuto. Samuel Bowring, del Massachusetts Institute of Technology, especializado
en la datación de rocas, comenta sarcásticamente: Que lo que me gusta preguntar
a algunos de mis amigos biólogos es a qué velocidad puede ir la evolución antes
de que empiecen a sentirse incómodos: o Un estudio integral de la distribución
de fósiles señala que en el Precámbrico aparecen únicamente tres diseños
corporales de filos animales (Cnidaria, Porifera y lo que parecen ser huellas
dejadas por gusanos), y no lo hacen muy abajo, sino cerca de las capas
cámbricas. En el Cámbrico (de unos cincuenta millones de años de duración)
aparecen diecinueve diseños corporales en los filos fósiles. ¡Y solo seis en la
totalidad de los periodos geológicos… posteriores, que representan quinientos
millones de años! Hay otras explosiones. Algunos sugieren una pequeña
«explosión de Ávalon» de extraños animales ediacaranos inmediatamente por
debajo de la explosión cámbrica. Más arriba en las capas fosilíferas
encontramos ráfagas de cambio de menor intensidad, como «la explosión de los
placentados en el Paleoceno» que entraña la mayoría de los grupos mamíferos
modernos. Encontramos la misma situación en la mayoría de los grupos de aves
vivas. Según la escala temporal normal de la geología, cada una de esas
explosiones tuvo una duración de menos de doce millones de años, lapso que
apenas deja tiempo para todos los cambios imaginados. Normalmente, una especie
está presente en el registro fósil de uno a tres millones de años; por lo
tanto, según esa evidencia, ¡hay tiempo para que únicamente una docena de
especies sucesivas produjeran los variados tipos de la mayoría de las aves y de
los mamíferos vivos! Reflexionando sobre tan breve tiempo para la evolución de
tantos tipos tan variados de mamíferos, un evolucionista comenta que «esto es
claramente absurdo», y sugiere algún tipo de evolución rápida a modo de
solución. Otros evolucionistas intentan resolver el problema sugiriendo que las
nuevas especies se segregaron de la generación de especies fósiles en un
periodo temprano, reduciéndose así el tiempo para que apareciera una nueva
especie. Sin embargo, para reducir significativamente la paradoja temporal, hay
que postular una cantidad tremenda de segregación del todo fortuita. Cabría
esperar que toda esta actividad quedase abundantemente reflejada en el registro
fósil, pero parece que no hay casi vestigios de tal cosa. Intentar explicar
tales explosiones biológicas de esta manera cae, desde luego, en la categoría
de las omisiones intencionadas. El grave problema que afronta la evolución es
cómo lograr que se den a la vez varias mutaciones aleatorias para que resulte
un valor de supervivencia para las partes interdependientes en vías de
evolución de los nuevos sistemas. Aunque los microorganismos, de reproducción
rápida, pueden experimentar cambios pequeños en poco tiempo, no ocurre lo mismo
en los organismos avanzados, que a veces pueden requerir que pasen años entre
generaciones sucesivas. Los cálculos de Michael Behe indican que las eras
geológicas, pese a su longitud, resultan demasiado breves para dar cumplida
explicación de las improbabilidades que hay en juego. Se trata de un problema
especialmente agudo en organismos avanzados como los reptiles, las aves y los
mamíferos, que se reproducen lentamente; y tales organismos aparecen
abundantemente en el registro fósil. La aparición abrupta de tipos
fundamentales de los reinos animal y vegetal se parece más a una creación obra
de Dios que a un desarrollo evolutivo gradual. La evolución precisa de mucho
tiempo para dar cabida a acontecimientos casi imposibles necesarios para producir
formas de vidas tan variadas y complejas. Sin embargo, los muchos tipos fósiles
que aparecen de repente sugieren que casi no transcurrió tiempo apreciable. Por
otro lado, los que somos partidarios de la hipótesis de Dios vemos en la
explosión cámbrica evidencia de la capacidad creadora de la divinidad. Algunos
lo interpretan específicamente como evidencia del primer grupo de organismos
enterrados durante el catastrófico diluvio bíblico.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 148
LA NUEVA TENDENCIA DEL EVOLUCIONISMO: LA CLADÍSTICA
Se ha venido gestando en la biología una revolución
tranquila, de la que el público apenas es consciente. Nuestra forma normal de
contemplar los organismos mediante sus agrupaciones tradicionales está siendo
sustituida por una «forma completamente evolutiva de contemplar la naturaleza».
Es una forma muy diferente de interpretar la variedad de organismos que
encontramos. El factor determinante en la agrupación de los organismos está
pasando a ser la supuesta ascendencia evolutiva de un organismo, no su aspecto.
Tal razonamiento permite a los evolucionistas afirmar que las aves son
dinosaurios, pues consideran que los dos grupos comparten más características
únicas (factores derivados o sinapomorfias) entre sí que entre otros grupos Y
estos novedosos estudios han introducido sofisticadas mejoras en el análisis,
haciéndose especial hincapié en ciertas características únicas, como huesos
largos en el cuello, etcétera, que no aparecen en otros grupos. Ello se
contrapone a fijarse en características generales inespecíficas, como se ha
hecho habitualmente cuando se clasifican organismos como serpientes o aves.
Estas comparaciones consideran gran variedad de diferentes
factores, y en los seres vivos las similitudes en el ADN a menudo afloran como
criterios fundamentales. Los investigadores dan por sentado que cuanto más
similar sea la estructura del ADN en dos tipos de organismos, más estrecha es
la relación evolutiva que los une y menos tiempo ha transcurrido desde que los
organismos evolucionaron el uno del otro. Ello tiene perfecto sentido si se da
por sentada la evolución. Pero las similitudes en el ADN son sencillamente lo
que cabría esperar de una creación por parte de Dios. El ADN determina cómo
será el organismo. Por tanto, huelga decir que organismos similares tendrán ADN
similar, y que cuanto más estrechas sean las similitudes, más cercano será el
patrón del ADN, hayan evolucionado los organismos, o hayan sido creados.
A veces los científicos ilustran las relaciones evolutivas
trazando líneas de conexión en diagramas denominados cladogramas, que pueden
darse con formas e interpretaciones un tanto diversas. En estos diagramas, los
organismos con relación evolutiva forman un grupo, al que se denomina clado,
que puede ser de cualquier tamaño, dependiendo de qué características únicas se
estén considerando. Usando el tipo oportuno de características «únicas», es
posible hacer un clado gigantesco que englobe todos los seres vivos y que
encaje en la creencia evolucionista de que todas las formas vivas están
emparentadas. Los vertebrados sirven de ejemplo por todos conocidos, y un libro
de texto básico de paleontología usaba este cladograma para introducir el
concepto. Según ascendemos por las líneas del cladograma, las propias líneas
sugieren las características únicas objeto de interés. En ese diagrama, la
designación «Terrápodos» se refiere a las cuatro extremidades de todos los
grupos que hay según se asciende a partir de ese punto. Sin embargo, la imagen
real de conjunto se complica más. Cuando abordamos factores únicos más detallados
dentro de los vertebrados, se obtiene una relación diferente, más compleja. Por
ejemplo, en la actualidad no se considera que la tradicional clase reptil
(lagartos, cocodrilos, tortugas, serpientes) sea un grupo (clado) válido,
porque comparte demasiadas características con otros grupos, en especial con
las aves. Es preciso no perder de vista que el uso indiscriminado de
características únicas puede sugerir a veces relaciones evolutivas muy
peculiares, como que los dipnoos (peces que disponen de un tipo peculiar de
pulmón) estén más estrechamente relacionados con las vacas que con otros peces.
Por lo general, los cladogramas indican en el diagrama qué
factores específicos consideran importantes en la determinación del patrón
evolutivo sugerido. La selección de estos factores puede ser difícil, y,
demasiado a menudo, se supone, sin más, que características similares, como el
ojo de un calamar y de un pez, que tienen la misma estructura básica,
evolucionaron independientemente más de una vez (evolución paralela,
convergencia) y que, por lo tanto, no están relacionadas. Ese tipo de
planteamiento introduce mucha conjetura al tratar de determinar las relaciones
evolutivas. Por otro lado, los cladogramas pueden ser sumamente sofisticados y
pueden representar un proceso complicado que analice minuciosamente las
similitudes únicas que se encuentran entre grupos de organismos usando la vía
más directa posible para representar las relaciones. El auténtico problema de
los cladogramas es que los patrones no significan necesariamente que los
organismos evolucionaran de la forma que se sugiere o de ninguna otra, y
algunos evolucionistas señalan este hecho. Su uso suele implicar evolución,
pero en realidad muestran similitudes únicas, no evolución. Podemos jugar a
hacer cladogramas con muchas cosas diferentes, como juguetes o casas. Por
ejemplo, un «cladograma» de la evolución de los sombreros de señora, pero todos
sabemos que no evolucionaron por sí mismos unos de otros, ni de un sombrero que
fuese su antepasado común. Antes bien, alguien los diseñó. La realidad en
cuanto a la relación de los organismos puede ser muy distinta de lo que
ilustran los cladogramas.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 151
A pesar de tales deficiencias, se sugiere que la evolución
de algunos de los tipos zoológicos básicos puede haberse dado ya en un punto
situado entre quinientos y mil millones de años antes de la explosión cámbrica,
pese a que, en realidad, no hemos hallado casi ningún fósil relevante
correspondiente a ese lapso. Tiene una duración igual de prolongada, o incluso
el doble, que el tiempo propuesto para la evolución de casi todos los
organismos desde la explosión cámbrica hasta el presente. Los paleontólogos,
que estudian los fósiles y prestan más atención a su significación, han sido
más cautos en sus cálculos de cuánto tiempo antes del Cámbrico evolucionaron
los diversos animales unos a partir de otros. Recordemos que las capas
cámbricas y la explosión cámbrica se encuentran en la base del Fanerozoico, y
en ellas encontramos muchísimos tipos diferentes de especies animales
perfectamente preservadas, amén de una ausencia casi total debajo de ellas.
Para explicar esa súbita aparición, los evolucionistas echan mano de escasos
fósiles diminutos y de dudosas huellas dejadas por animales que se hallan en el
Precámbrico. Si la evolución de los filos animales hubiese tenido lugar antes
de la explosión cámbrica, deberíamos encontrar al menos miles de fósiles
animales precámbricos válidos que representasen animales que estaban
evolucionando a otros tipos, pero no se encuentra casi ninguno. Resulta
especialmente deprimente ver tal cantidad de investigadores desoyendo los datos
válidos de que disponemos respecto de la distribución de los fósiles debido a
las nuevas tendencias en la clasificación evolucionista. Que tantos científicos
estén dispuestos a hacer algo así revela lo fácil que resulta que la teoría, y
no lo hechos de la naturaleza, pueda ser el motor de la ciencia. Hace más de
cincuenta años, Richard Lull, célebre paleontólogo y director del Peabody
Museum, de prestigio en el mundo entero y sito en la Universidad de Yale,
presentaba los fósiles como «el tribunal supremo de apelaciones cuando la
doctrina de la evolución se presenta ante el aparato judicial». Puede que así
fuera entonces, pero ahora, cuando el registro fósil afirma serios problemas
para la evolución, varios científicos no prestan atención alguna al mismo. El
tribunal supremo de apelaciones para la evolución puede llegar a ser únicamente
una dudosa aplicación del supuesto reloj molecular y la presuposición
refractaria a todo debate de que la evolución tuvo lugar.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 154
Algunos evolucionistas, como Stephen Gould, de Harvard, han
sugerido que la evolución se produce mediante saltos rápidos de menor entidad y
que durante tales saltos no hay tiempo para que se conserve gran cosa en el
registro fósil. Es el denominado modelo del equilibrio puntuado. Pero esta idea
no aporta gran cosa de cara a resolver el problema que afronta la evolución en
el registro fósil, porque la ausencia real de formas intermedias es sumamente
pronunciada entre los grupos fundamentales, como los filos animales, y el
problema parece aún más serio en el reino vegetal. En las grandes
discontinuidades que se dan entre los grupos importantes de organismos, cabría
esperar el mayor número de formas evolutivas intermedias para salvar la
discontinuidad, y precisamente ahí las formas intermedias brillan por su
ausencia. Donde deberíamos hallar muchísimos saltos de menor entidad, el
registro está, por el contrario, casi vacío, cuando no lo está del todo. Pese a
ello, algunos evolucionistas, incluyendo portavoces de la National Academy of
Sciences, afirman que la investigación ha rellenado muchas de las
discontinuidades. Pero, sencillamente, no es así. Los paleontólogos pueden
sugerir formas intermedias únicamente cuando hay discontinuidades pequeñas.
Además, es preciso tener presente que ni siquiera el hallazgo de una forma
intermedia demuestra la evolución: podría ser simplemente otra variedad creada
que los evolucionistas querrían interpretar como intermedia. Parece que muchos
evolucionistas no entienden el problema real del registro fósil. Señalan lo que
no son más que sugerencias aisladas de partes o formas intermedias.
Lamentablemente, eso no es lo que precisan para demostrar que la evolución
ocurriese realmente. En nuestros días hay ya identificados muchos millones de
fósiles que abarcan más de 250.000 especies. Cuantas más encontramos, mayor
seguridad hay en la afirmación de que la ausencia de formas intermedias es un
hecho real. Naturalmente, con tantas especies clasificadas, cabría esperar que
algunas fueran consideradas formas intermedias, y, efectivamente, los
paleontólogos sugieren algunos ejemplos, y podemos esperar que haya más. Sin
embargo, esas pocas excepciones sirven de poco a la hora de solucionar el
problema de la evolución. De hecho, muchas de ellas no son auténticas formas
intermedias, sino que son lo que denominamos mosaicos, en los que el organismo
presenta varias características de los dos grupos cuya separación supuestamente
salva, pero cada característica (como una pluma o un tipo de tobillo) está
completamente desarrollada y no es una estructura de transición. Si la
evolución hubiese ocurrido realmente, mientras los organismos intentaban
evolucionar a lo largo de miles de millones de años, con éxitos ocasionales y
muchísimos fracasos previsibles, deberíamos encontrar una sólida continuidad de
formas intermedias, no solo algunas excepciones cuestionables. Tal continuidad
debería ser especialmente pronunciada en la columna geológica inmediatamente
por debajo del punto en que los grupos principales aparecen de repente, como la
explosión cámbrica o la aparición de las aves y los mamíferos modernos. Las
rocas deberían estar repletas de muchos miles de formas intermedias en vez de
las pocas sobre las que tan a menudo disputan los paleontólogos. Realmente,
Charles Darwin formuló la pregunta acertada cuando, como se ha expuesto antes,
pensaba en voz alta: «¿Por qué, pues, cada formación geológica y cada estrato
no están repletos de estos eslabones intermedios?».
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 159
RESUMEN
La cuestión de cuál fue la celeridad del pasado ha dado origen
a un gran número de preguntas con profundas implicaciones para la cuestión de
Dios, así como profundas ramificaciones para la forma en que actúa la ciencia.
Nos enfrentamos a una plétora de conclusiones contradictorias en cuanto al
tiempo. Hemos visto que, en un primer momento, la ciencia aceptaba el
catastrofismo y después lo enterraba para, más recientemente, resucitarlo.
Importa poco que se invoquen miles de millones de años para
la evolución. Todo el tiempo geológico, por largo que sea, es del todo
inadecuado. Sin embargo, quienes creemos en la creación tenemos un Dios
omnipotente que no está supeditado al tiempo y que no precisa mucho tiempo para
crear. La evolución, en cambio, requiere muchísimo más tiempo del disponible.
En esencia, no hay tiempo bastante para producir ni siquiera una única molécula
proteínica específica en una voluminosísima y vetusta sopa primordial, y mucho
menos para que evolucionaran todas las formas de vida diversas desde el
microbio a la ballena.
No parece que la ciencia esté intentando encontrar a Dios.
Su ideología actual es una fuerte defensa de la evolución naturalista. El
desprecio de las implicaciones del registro fósil es pronunciado. Los problemas
incluyen: el brevísimo tiempo en la columna geológica para el origen de la
vida; la falta de tiempo para que se den cambios completos en los organismos
avanzados; el hecho de la explosión cámbrica y otras; y la ausencia de formas
intermedias entre los tipos fundamentales de fósiles. Todo ello ilustra con
cuánta facilidad la ciencia puede desestimar los datos. ¿Es éste el mismo tipo
de pensamiento que se manifiesta cuando la ciencia vuelve la espalda a la
evidencia de que hay un Dios?
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 161
Aún falta mucho para que se presente una buena explicación
de la evolución de las aves voladoras a partir de los dinosaurios o de algún
antepasado reptiliano desconocido.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 179
El 15 de octubre de 1999 la National Geographic Society
tenía programada una importante rueda de prensa en su Salón del Explorador, en
Washington, D. C. Anunció un nuevo hallazgo fósil, expuesto para su exhibición,
al que se dio el nombre de Archaeoraptor. Según afirmaba la Sociedad, se
trataba de un «eslabón perdido» entre los dinosaurios y las aves. El fósil
tenía cuerpo de ave, pero la cola era claramente la de un dinosaurio. Algunos
de los científicos presentes, que habían estudiado el fósil, comentaron:
«Estamos contemplando el primer dinosaurio que fue capaz de volar […]. Es poco
menos que abrumador». «Podemos por fin decir que algunos dinosaurios sí
sobrevivieron; los llamamos aves». Impresionados, como era preceptivo, los
medios públicos de difusión respondieron con otra oleada de dinomanía. El
anuncio precedió la publicación del número de noviembre de National Geographic
en el que figuraba el hallazgo fósil bajo el título de «¿Plumas para T. Rex?
Nuevos fósiles aviares son eslabones perdidos en la evolución de los
dinosaurios». Ese artículo, que contenía una ilustración de un modelo en vuelo
de Archaeoraptor y otra de un joven dinosaurio de la especie T. Rex cubierto de
plumón, afirmaba que «ahora podemos decir que las aves son [dinosaurios]
terópodos con la misma seguridad con la que decimos que los humanos somos
mamíferos» y que «todo, desde las fiambreras hasta las exposiciones en los
museos, cambiará para reflejar esta revelación». El artículo calificaba a
Archaeoraptor de «eslabón perdido entre los dinosaurios terrestres y las aves
que podían volar realmente». Además, esta mezcla de rasgos avanzados y
primitivos es exactamente lo que los científicos esperaban hallar en los
dinosaurios que realizaban experimentos con el vuelo. Era precisamente el tipo
de hallazgo que necesitaban las filas de los paleontólogos para dar apoyo a su
argumentación de que las aves evolucionaron de los dinosaurios. La euforia que
acompañó al anuncio no duró mucho. En cuestión de días algunos científicos
empezaron a cuestionar la autenticidad del fósil. Los ornitólogos de BAND
fueron especialmente suspicaces. En una carta abierta dirigida a Peter Raven,
secretario del Comité de Investigación y Exploración de la National Geographic
Society, Storrs Olson comentó que «National Geographic ha tocado fondo por
enzarzarse en un periodismo amarillista que no comprueba las cosas». También
señaló que la cría de T. Rex «cubierta de plumas […] es sencillamente
imaginaria, no hay cabida para tal cosa fuera de la ciencia ficción». Además,
«la verdad y la meticulosa ponderación científica de la evidencia han estado
entre las primeras víctimas» al apoyar el origen de las aves a partir de los
terópodos, «que en la actualidad se está convirtiendo a pasos agigantados en
una de los mayores fraudes científicos de nuestro tiempo». Al final resultó que
Archaeoraptor era un fósil compuesto que consistía en muchas partes pegadas
entre sí de forma primorosa. La cola de dinosaurio había sido añadida al cuerpo
de un ave. Además, las patas eran en realidad una sola pata derecha, usándose
su molde, tomado de la contraplaca pétrea suprayacente, como si fuera la otra
pata. En la actualidad el arqueorraptor es conocido como el «pájaro de
Piltdown», expresión derivada del famoso engaño de Piltdown, en el que alguien,
a comienzos del siglo XX, encajó de manera burda una quijada simiesca en una
calavera humana. Durante más de cuarenta años, antes de que un estudio más
minucioso pusiese el engaño de manifiesto, el fraude mantuvo una posición
respetada como eslabón perdido en la evolución humana. La historia del
arqueorraptor es igual de triste. Se originó en los famosos yacimientos fósiles
de Liaoning, en China, y se le pegaron partes adicionales para potenciar su
valor. Dado que es ilegal sacar esos fósiles de China, alguien lo introdujo de
contrabando en Estados Unidos y acabó apareciendo en una exhibición de gemas,
minerales y fósiles famosa en el mundo entero que se celebra en Tucson,
Arizona.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 179
Los medios de comunicación siguen clavando plumas al T Rex
aunque no se ha encontrado ninguna pluma asociada con los fósiles de T. Rex.
Keith Thomson, profesor y director del Museo de la Universidad de Oxford,
resume mordazmente el razonamiento empleado para dorar de plumas a T. Rex dando
el resultado final de «plumas 3, lógica 0».
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 183
Resulta que la teoría evolutiva sigue sin tener un modelo
verificado para el origen de las plumas, del vuelo o de las aves; y prosigue la
batalla entre los paleontólogos y los ornitólogos de BAND mientras que las
teorías, y no lo hechos, impulsan la ciencia. Nadie parece haber aprendido
lección alguna sobre la conveniencia de la cautela. ¡Desde el desastre de
Archaeoraptor, la National Geographic Society y el museo de Stephen Czerkas en
Urah han publicado libros con ilustraciones de dinosaurios con plumas!
Desgraciadamente, la evolución de las aves no es un caso aislado. En el libro
Icons of Evolution: Science or Myth? Why Much of What We Teach about Evolution
is Wrong [Iconos de la evolución: ¿Ciencia o mito? Por qué está mal gran parte
de lo que enseñamos sobre evolución], el biólogo Jonathan Wells documenta
varios ejemplos adicionales.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 183
Los cínicos afirman que «la historia pertenece a los
vencedores», y así ocurre a menudo. Una vez que un paradigma alcanza la
posición dominante, no es probable que quienes lo apoyan permitan que su logro
se eche en olvido. La ridiculización de otros paradigmas puede crear un «clima
de opinión» que fomente decididamente el punto de vista dominante, sea este
cierto o no. Una de las desgraciadas consecuencias de ello es que, en vez de
ahondar en las cuestiones más profundas de su investigación, los científicos
dejan de investigar y empiezan a publicar cuando sus daros parecen coincidir
con el paradigma aceptado. Esto puede mantener el paradigma, especialmente en
las áreas más especulativas de la ciencia, en las que disponemos de pocos
daros. No es fácil revisar un paradigma dominante, y cuando entran en juego los
medios de comunicación y la industria del espectáculo, como suele ocurrir en
los casos en los que están implicados los puntos de vista científicos
fundamentales, el cambio se hace aún más difícil. Los paradigmas tienen la
tendencia a cobrar vida propia, y, a veces, como ocurre en el caso de la
evolución, llegan mucho más allá de la comunidad científica.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 183
No es preciso que las ideas dominantes y los paradigmas
estén basados en hechos para lograr su aceptación. Con harta frecuencia, la
humanidad se sale por tangentes sin sustanciación, y la ciencia no está exenta
de ello. Algunos ejemplos bastan para ilustrarlo: 1. El famoso «juicio al mono»
se celebró en 1925 en la población de Dayron, Tennessee. Aunque se refería a
detalles técnicos sobre la enseñanza de la evolución en escuelas públicas, el
juicio acabó convirtiéndose en un combate público, famoso en el mundo entero,
entre la evolución y la creación. La opinión popular ha sostenido que Clarence
Darrow, famoso abogado de Chicago, que defendía la evolución, se impuso a
William Jennings Bryan, tres veces candidato a la presidencia de Estados
Unidos, que argumentaba en defensa de la creación. Eso fue lo que me contaron
cuando estaba en la facultad. La reciente revaluación del juicio por parte de dos
historiadores prominentes. Ronald Numbers, de la Universidad de Wisconsin, y
Edward Larson, de la Universidad de Georgia, pone de manifiesto que la
evolución no ganó. En el caso más favorable para la evolución, el resultado del
juicio fue un empate. Por otra parte, Darrow formuló varias preguntas sagaces
que Bryan no contestó bien. Además, muchos creyeron que la actitud ridícula y
arrogante de Darrow le hizo perder el caso. Se opuso a que se elevasen
oraciones en la sala, y el juez acabó imputándole desacato al tribunal. Muchos
informes periodísticos y otros documentos que aparecieron cuando concluyó el
juicio reflejaban la inquietante preocupación de que la evolución hubiese
perdido. La versión popular actual de que Darrow se impuso a Bryan refleja en buena
medida la posición del libro Only Yesterday [Solo ayer], del que se vendieron
más de un millón de ejemplares y de la conocida obra de teatro y la película
Inherit the Wind (Heredarás el viento o La herencia del viento, según donde se
proyectase). Ambos dan una visión distorsionada del juicio que favorece
muchísimo a Darrow. La amplia aceptación de la idea de que Darrow fue el
ganador es un invento moderno que se introdujo subrepticiamente mucho después
de que acabase el juicio. 2. Es posible que al lector le hayan presentado el
descabellado concepto de una tierra plana y de cómo Cristóbal Colón osó
desafiar ese falso dogma promovido por la iglesia. Colón soltó amarras rumbo a
«Norteamérica». ¡Y llegó allí sin caerse en el borde de la Tierra! Tal es la «sabiduría»
convencional presentada en muchos libros de texto y enciclopedias. Peto resulta
que se trata de uno de tantos conceptos erróneos. Una meticulosa investigación
llevada a cabo por Jeffery Burton Russell, profesor de historia en el campus de
Santa Bárbara de la Universidad de California, pinta un escenario completamente
distinto. En el libro Invmting the Fúu Earth: Columbus and Modern Historiam,
Russell explica cómo se convirtió en dogma la falsedad. En los primeros dos
milenios del cristianismo apenas hubo eruditos de la iglesia que creyeran en
una Tierra plana —casi todos consideraban que la Tierra era una esfera—, pero
en el siglo XIX hubo dos libros muy difundidos que lograron convencer al mundo
entero de lo contrario. Se trató de History of the Conflict Between Religion
and Science [Historia del conflicto entre la religión y la ciencia] y A History
of the Warfare of Science With Theology in Christendom [Historia de la guerra
de la ciencia con la teología en la cristiandad]. Ambos libros promovían la
superioridad de la ciencia y acusaban a la iglesia de propagar el error. Sin
embargo, sus autores eran precisamente los culpables de falsedad al presentar
su errónea afirmación de que la iglesia enseñase la existencia de una Tierra
plana. Afortunadamente, en los últimos años los libros de texto y las obras de
referencia han empezado a corregir el error. 3. En 1860, en la Universidad de
Oxford, en Inglaterra, se produjo un famoso enfrentamiento entre el obispo de
Oxford, Samuel Wilberforce, apodado «Sam el adulador», y Thomas Huxley, a quien
le pusieron el mote de «fiel bulldog de Darwin». Una de las anécdotas
preponderantes, contada una y otra vez por generaciones de evolucionistas,
narra que Thomas Huxley aplastó a Wilberforce. Existen varias versiones del
incidente. Según una, cuando Wilberforce disertaba sobre la ausencia de formas
fósiles intermedias, se volvió a Huxley de forma impertinente y descortés y le
preguntó si descendía de un simio por parte de abuela o de abuelo. Ello desató
una andanada de vítores y risotadas de la concurrencia oxomense, por entonces
mayoritariamente contraria al darwinismo. Huxley comentó de inmediato a un
amigo que el Señor había entregado al obispo en sus manos. Después, cuando
replicó de forma explícita a la duda del obispo, Huxley indicó que prefería
descender de un simio que de un hombre que utiliza su influencia para oscurecer
la verdad. Su ridiculización del respetado obispo despertó un clamor de
protestas y se cuenta que una mujer se desmayó, mientras que los propios partidarios
de Huxley daban vítores ruidosamente. En realidad, en el mejor de los casos
para Huxley, el resultado del encuentro fue un empate. Pero la historia ha
cobrado vida propia, pues se presenta como una tremenda victoria para Huxley.
La realidad parece ser muy diferente de la tradición popular actual. Una reseña
crítica del incidente llevada a cabo por el historiador de la Universidad de
Oxford J. R. Lucas indica que es probable que Huxley hubiese tergiversado el
resultado del encuentro y que, además, la pregunta de Wilberforce en cuanto a
la ascendencia simiesca no se dirigió a Huxley en modo alguno, sino que se
trató de una pregunta retórica dirigida a «cualquiera». Sin embargo, con el
paso de los años, la leyenda de la victoria de Huxley fue ganando aceptación a
medida que la evolución darwiniana se convertía en el punto de vista dominante,
al menos entre los científicos. 4. Hay muchos que consideran que Margaret Mead
fue la antropóloga cultural más famosa del siglo XX. En 1928 publicó el
legendario libro Coming of Age in Samoa [Adolescencia, sexo y cultura en
Samoa]. Fue un éxito inmediato, y acabó vendiendo millones de ejemplares, con
traducciones a 16 idiomas. El libro alababa las ventajas de la libertad de las
nociones culturales de urbanidad, y ponía como ejemplo digno de imitación el
estilo de vida de sexualidad libre de Samoa, en especial entre los jóvenes, que
se criaban en un entorno sin las trabas de una organización de tipo familiar
que ahoga la vida emocional. En buena lógica, también señalaba que los valores
familiares en Samoa tenían una prioridad baja. En los Estados Unidos, Mead se
convirtió en una gurú para muchos jóvenes y para sus progenitores en la
turbulenta década de 1960. Su famoso libro tuvo amplia influencia, pues hacía
hincapié en el papel de la cultura, más que la herencia, en la determinación de
la conducta. El tema tenía relación con el conflicto de «lo innato y lo
adquirido», que era un asunto candente en esa época y que ha seguido latente
desde entonces. La concepción de la sociobiología, que abordaremos más
adelante, está del lado de lo innato, de la naturaleza (los genes), mientras
que Mead y muchos sociólogos tienden a estar del lado de lo adquirido, de lo
asimilado (la cultura). Los historiadores han dado el calificativo de
deterministas culturales absolutos a Mead y algunos de sus colegas. Algunos
atribuyen a su libro el mérito de haber arrancado «por sí solo» el corazón del
próspero movimiento eugenésico de esa época, movimiento que se proponía la
mejora de la humanidad restringiendo la reproducción de individuos y grupos a
los que se consideraba genéticamente inferiores. Ahora parece que el libro fue
en gran medida una proyección de las fantasías de Mead, y que, además, pudiera
haber sido engañada para que llegase a conclusiones falsas. Algunos samoanos
cultos se sintieron muy molestos con la forma distorsionada en que se
presentaba su cultura, mientras que otros lugareños indicaron que si alguna vez
se le ocurría volver a Samoa ¡la atarían y la echarían a los tiburones! En el
libro Margaret Mead and Samoa: The Makingand Unmaking of an Anthropological
Myth, el antropólogo australiano Derek Freeman, que lleva años estudiando la
cultura de Samoa, señala que muchas de las afirmaciones de Mead están «en el
error de forma fundamental, y algunas de ellas son falsas hasta extremos
ridículos». Su libro, publicado por la Harvard University Press, fue merecedor
de un anuncio en la portada del Times de Nueva York cuando apareció en 1983.
Por suerte para Mead, salió de la imprenta tras su muerte. El estudio de
Freeman indica que la evaluación hecha por Mead del comportamiento sexual de
los samoanos fue en gran medida falsa. Los samoanos tienen unas normas sociales
sumamente restrictivas, mucho más que las tradicionales en Occidente. La
sociedad reverencia muchísimo el matrimonio y la virginidad, y era así aún
antes de la llegada del cristianismo al archipiélago. La reacción al libro de
Freeman fue violenta. Parte de ella recordaba más una campaña política que una
actuación propia de eruditos. Aparecieron todo tipo de puntos de vista, a favor
y en contra, en artículos, libros, reseñas de libros y reseñas de reseñas de
libros. Algunos vilipendiaban a Mead, otros atacaban a Freeman, y aún otros se
preguntaban cómo era posible que información tan errónea hubiera podido deparar
tanta fama a Margaret Mead. Nuestra inquietud aquí no es si lo innato, lo
adquirido o el libre albedrío determinan el comportamiento, pero las pruebas
parecen indicar que la inválida información de Mead provocó un cambio
importante de cosmovisión, o, al menos, influyó decisivamente para que se
produjera. Cabe preguntarse cuántos conceptos erróneos más se esconden en
nuestras bibliotecas, en nuestros libros de texto y en nuestras aulas. Los
cuatro ejemplos que acabamos de presentar ilustran lo fácil que resulta aceptar
ideas que pueden tener poco sustento en los hechos. Aunque deberíamos ser
tolerantes con los diversos puntos de vista, no conviene que seamos ingenuos.
No deberíamos aceptar sin sentido crítico las modas intelectuales ni en el
ámbito de la ciencia ni en ningún otro.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 111
No es preciso que las ideas dominantes y los paradigmas
estén basados en hechos para lograr su aceptación. Con harta frecuencia, la
humanidad se sale por tangentes sin sustanciación, y la ciencia no está exenta
de ello. Algunos ejemplos bastan para ilustrarlo:
1. El famoso «juicio al mono» se celebró en 1925 en la
población de Dayron, Tennessee. Aunque se refería a detalles técnicos sobre la
enseñanza de la evolución en escuelas públicas, el juicio acabó convirtiéndose
en un combate público, famoso en el mundo entero, entre la evolución y la
creación. La opinión popular ha sostenido que Clarence Darrow, famoso abogado
de Chicago, que defendía la evolución, se impuso a William Jennings Bryan, tres
veces candidato a la presidencia de Estados Unidos, que argumentaba en defensa
de la creación. Eso fue lo que me contaron cuando estaba en la facultad. La
reciente revaluación del juicio por parte de dos historiadores prominentes.
Ronald Numbers, de la Universidad de Wisconsin, y Edward Larson, de la
Universidad de Georgia, pone de manifiesto que la evolución no ganó. En el caso
más favorable para la evolución, el resultado del juicio fue un empate. Por
otra parte, Darrow formuló varias preguntas sagaces que Bryan no contestó bien.
Además, muchos creyeron que la actitud ridícula y arrogante de Darrow le hizo perder
el caso. Se opuso a que se elevasen oraciones en la sala, y el juez acabó
imputándole desacato al tribunal. Muchos informes periodísticos y otros
documentos que aparecieron cuando concluyó el juicio reflejaban la inquietante
preocupación de que la evolución hubiese perdido. La versión popular actual de
que Darrow se impuso a Bryan refleja en buena medida la posición del libro Only
Yesterday [Solo ayer], del que se vendieron más de un millón de ejemplares y de
la conocida obra de teatro y la película Inherit the Wind (Heredarás el viento
o La herencia del viento, según donde se proyectase). Ambos dan una visión
distorsionada del juicio que favorece muchísimo a Darrow. La amplia aceptación
de la idea de que Darrow fue el ganador es un invento moderno que se introdujo
subrepticiamente mucho después de que acabase el juicio.
2. Es posible que al lector le hayan presentado el
descabellado concepto de una tierra plana y de cómo Cristóbal Colón osó
desafiar ese falso dogma promovido por la iglesia. Colón soltó amarras rumbo a
«Norteamérica». ¡Y llegó allí sin caerse en el borde de la Tierra! Tal es la
«sabiduría» convencional presentada en muchos libros de texto y enciclopedias.
Peto resulta que se trata de uno de tantos conceptos erróneos. Una meticulosa
investigación llevada a cabo por Jeffery Burton Russell, profesor de historia
en el campus de Santa Bárbara de la Universidad de California, pinta un
escenario completamente distinto. En el libro Invmting the Fúu Earth: Columbus
and Modern Historiam, Russell explica cómo se convirtió en dogma la falsedad.
En los primeros dos milenios del cristianismo apenas hubo eruditos de la
iglesia que creyeran en una Tierra plana —casi todos consideraban que la Tierra
era una esfera—, pero en el siglo XIX hubo dos libros muy difundidos que
lograron convencer al mundo entero de lo contrario. Se trató de History of the
Conflict Between Religion and Science [Historia del conflicto entre la religión
y la ciencia] y A History of the Warfare of Science With Theology in Christendom
[Historia de la guerra de la ciencia con la teología en la cristiandad]. Ambos
libros promovían la superioridad de la ciencia y acusaban a la iglesia de
propagar el error. Sin embargo, sus autores eran precisamente los culpables de
falsedad al presentar su errónea afirmación de que la iglesia enseñase la
existencia de una Tierra plana. Afortunadamente, en los últimos años los libros
de texto y las obras de referencia han empezado a corregir el error.
3. En 1860, en la Universidad de Oxford, en Inglaterra, se
produjo un famoso enfrentamiento entre el obispo de Oxford, Samuel Wilberforce,
apodado «Sam el adulador», y Thomas Huxley, a quien le pusieron el mote de
«fiel bulldog de Darwin». Una de las anécdotas preponderantes, contada una y
otra vez por generaciones de evolucionistas, narra que Thomas Huxley aplastó a
Wilberforce. Existen varias versiones del incidente. Según una, cuando
Wilberforce disertaba sobre la ausencia de formas fósiles intermedias, se
volvió a Huxley de forma impertinente y descortés y le preguntó si descendía de
un simio por parte de abuela o de abuelo. Ello desató una andanada de vítores y
risotadas de la concurrencia oxomense, por entonces mayoritariamente contraria
al darwinismo. Huxley comentó de inmediato a un amigo que el Señor había
entregado al obispo en sus manos. Después, cuando replicó de forma explícita a
la duda del obispo, Huxley indicó que prefería descender de un simio que de un
hombre que utiliza su influencia para oscurecer la verdad. Su ridiculización
del respetado obispo despertó un clamor de protestas y se cuenta que una mujer
se desmayó, mientras que los propios partidarios de Huxley daban vítores
ruidosamente. En realidad, en el mejor de los casos para Huxley, el resultado
del encuentro fue un empate. Pero la historia ha cobrado vida propia, pues se
presenta como una tremenda victoria para Huxley. La realidad parece ser muy
diferente de la tradición popular actual. Una reseña crítica del incidente
llevada a cabo por el historiador de la Universidad de Oxford J. R. Lucas
indica que es probable que Huxley hubiese tergiversado el resultado del
encuentro y que, además, la pregunta de Wilberforce en cuanto a la ascendencia
simiesca no se dirigió a Huxley en modo alguno, sino que se trató de una
pregunta retórica dirigida a «cualquiera». Sin embargo, con el paso de los
años, la leyenda de la victoria de Huxley fue ganando aceptación a medida que
la evolución darwiniana se convertía en el punto de vista dominante, al menos
entre los científicos.
4. Hay muchos que consideran que Margaret Mead fue la
antropóloga cultural más famosa del siglo XX. En 1928 publicó el legendario
libro Coming of Age in Samoa [Adolescencia, sexo y cultura en Samoa]. Fue un
éxito inmediato, y acabó vendiendo millones de ejemplares, con traducciones a 16
idiomas. El libro alababa las ventajas de la libertad de las nociones
culturales de urbanidad, y ponía como ejemplo digno de imitación el estilo de
vida de sexualidad libre de Samoa, en especial entre los jóvenes, que se
criaban en un entorno sin las trabas de una organización de tipo familiar que
ahoga la vida emocional. En buena lógica, también señalaba que los valores
familiares en Samoa tenían una prioridad baja.
En los Estados Unidos, Mead se convirtió en una gurú para
muchos jóvenes y para sus progenitores en la turbulenta década de 1960. Su
famoso libro tuvo amplia influencia, pues hacía hincapié en el papel de la
cultura, más que la herencia, en la determinación de la conducta. El tema tenía
relación con el conflicto de «lo innato y lo adquirido», que era un asunto
candente en esa época y que ha seguido latente desde entonces. La concepción de
la sociobiología, que abordaremos más adelante, está del lado de lo innato, de
la naturaleza (los genes), mientras que Mead y muchos sociólogos tienden a estar
del lado de lo adquirido, de lo asimilado (la cultura). Los historiadores han
dado el calificativo de deterministas culturales absolutos a Mead y algunos de
sus colegas. Algunos atribuyen a su libro el mérito de haber arrancado «por sí
solo» el corazón del próspero movimiento eugenésico de esa época, movimiento
que se proponía la mejora de la humanidad restringiendo la reproducción de
individuos y grupos a los que se consideraba genéticamente inferiores. Ahora
parece que el libro fue en gran medida una proyección de las fantasías de Mead,
y que, además, pudiera haber sido engañada para que llegase a conclusiones
falsas. Algunos samoanos cultos se sintieron muy molestos con la forma
distorsionada en que se presentaba su cultura, mientras que otros lugareños
indicaron que si alguna vez se le ocurría volver a Samoa ¡la atarían y la
echarían a los tiburones!
En el libro Margaret Mead and Samoa: The Makingand Unmaking
of an Anthropological Myth, el antropólogo australiano Derek Freeman, que lleva
años estudiando la cultura de Samoa, señala que muchas de las afirmaciones de
Mead están «en el error de forma fundamental, y algunas de ellas son falsas
hasta extremos ridículos». Su libro, publicado por la Harvard University Press,
fue merecedor de un anuncio en la portada del Times de Nueva York cuando
apareció en 1983. Por suerte para Mead, salió de la imprenta tras su muerte. El
estudio de Freeman indica que la evaluación hecha por Mead del comportamiento
sexual de los samoanos fue en gran medida falsa. Los samoanos tienen unas
normas sociales sumamente restrictivas, mucho más que las tradicionales en
Occidente. La sociedad reverencia muchísimo el matrimonio y la virginidad, y
era así aún antes de la llegada del cristianismo al archipiélago.
La reacción al libro de Freeman fue violenta. Parte de ella
recordaba más una campaña política que una actuación propia de eruditos.
Aparecieron todo tipo de puntos de vista, a favor y en contra, en artículos,
libros, reseñas de libros y reseñas de reseñas de libros. Algunos vilipendiaban
a Mead, otros atacaban a Freeman, y aún otros se preguntaban cómo era posible
que información tan errónea hubiera podido deparar tanta fama a Margaret Mead.
Nuestra inquietud aquí no es si lo innato, lo adquirido o el libre albedrío
determinan el comportamiento, pero las pruebas parecen indicar que la inválida
información de Mead provocó un cambio importante de cosmovisión, o, al menos,
influyó decisivamente para que se produjera.
Cabe preguntarse cuántos conceptos erróneos más se esconden
en nuestras bibliotecas, en nuestros libros de texto y en nuestras aulas. Los
cuatro ejemplos que acabamos de presentar ilustran lo fácil que resulta aceptar
ideas que pueden tener poco sustento en los hechos. Aunque deberíamos ser
tolerantes con los diversos puntos de vista, no conviene que seamos ingenuos.
No deberíamos aceptar sin sentido crítico las modas intelectuales ni en el
ámbito de la ciencia ni en ningún otro. La mejor manera que conozco de evitar
ser engañados por ideas populares y paradigmas erróneos es tener un pensamiento
independiente y profundizar con más ahínco en el estudio, sin confundir datos e
interpretaciones, prestando especial atención a los mejores datos.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 184
La mejor manera que conozco de evitar ser engañados por
ideas populares y paradigmas erróneos es tener un pensamiento independiente y
profundizar con más ahínco en el estudio, sin confundir datos e
interpretaciones, prestando especial atención a los mejores datos.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 189
CÓMO DISTINGUIR LA BUENA CIENCIA DE LA MALA CIENCIA
Una de las lecciones más importantes que podemos aprender es
la constatación de que hay buena ciencia, pero también la hay mala. El
descubrimiento de Archaeoraptor es un ejemplo de mala ciencia, pero la ubicación
del planeta Neptuno basándose en los datos del movimiento irregular de Urano es
una ilustración de ciencia muy buena. En nuestros días, en que la ciencia
desempeña un papel tan importante en nuestro pensamiento, es importante
distinguir entre sus formas buena y mala. Desgraciadamente, no resulta fácil,
en especial para los que no son científicos. Los datos incompletos o las falsas
premisas pueden engañar incluso a los mejores científicos. Sin embargo, ciertas
claves pueden ayudar a cualquiera a la hora de evaluar hasta qué punto pueden
ser fidedignas las interpretaciones científicas.
1. ¿Cuadra la idea con los hechos? ¿Engendra una conclusión
lógica, especialmente cuando consideramos una amplia gama de datos?
2. ¿Es comprobable lo que se reivindica? Especialmente, ¿es
experimentalmente repetible? Se considera que la ciencia empírica, como los
resultados de un experimento químico, es muy fiable. Por otra parte está lo que
llamamos ciencia histórica, que es más especulativa, y se la considera menos fiable.
Un ejemplo sería el estudio de un fósil que incluye únicamente parte de un solo
ejemplar y que, a partir de dicho estudio, intentemos deducir qué ocurrió en un
pasado que no podemos observar ahora. Algunas ideas son más fáciles de
comprobar que otras. Ni la evolución ni la creación, a las que se considera
hechos del pasado, son fáciles de comprobar mediante observaciones actuales.
Sin embargo, ello no quiere decir que no podamos valernos de observaciones
actuales para deducir lo que pueda haber ocurrido en el pasado. Lo que importa
es si la deducción encaja bien o no con los hechos. Algunos relacionan la
verificabilidad con la capacidad de poder refutar lo que se reivindica, y
concluyen que si no es susceptible de invalidación, no es en realidad ciencia.
3. ¿Puede usarse la idea para predecir resultados
desconocidos? Un ejemplo, mencionado antes, fue que el nivel energético de la
resonancia del carbono resultase ser exactamente la que Sir Fred Hoyle había
predicho que tendría. La predictibilidad es la ciencia en su máxima expresión.
4. ¿Está lo que se reivindica envuelto en controversias? Si
los científicos mantienen disputas al respecto, el conflicto sugiere que
también podrían ser sostenibles puntos de vista alternativos.
5. ¿Los datos de la naturaleza son la base de la conclusión,
o el resultado viene dictado por la teoría? No conviene fiarse de la potencia
de los paradigmas dominantes ni de los conceptos filosóficos. Hay que ser
especialmente cauro si una teoría concreta conlleva ventajas comerciales o
económicas. La investigación patrocinada por la industria tabaquera que sugiere
la inocuidad del cigarrillo es un ejemplo excelente de error inducido por
intereses económicos.
6. ¿Se reivindican cosas carentes de apoyo? Si es así,
conviene no fiarse. Los argumentos no comprobados hacen que la sombra de la
sospecha caiga sobre todo el conjunto. Especialmente común es la práctica de
confundir la correlación en la abundancia de dos factores con causa y efecto.
Por ejemplo, un estudio demostró que los consumidores de cigarrillos tenían
peores calificaciones en la facultad que los no fumadores. La correlación se
tomó en serio, y se dijo que la forma más sencilla de que los fumadores
obtuvieran mejores notas consistía en dejar de fumar. Pero esa conclusión podía
estar muy equivocada. Podía ser, más bien, que las malas notas llevaban a los
estudiantes a fumar. O que las personas que prefieran las actividades sociales
al estudio también tienden a fumar, produciéndose así la correlación con las
notas peores. El solo hecho de que dos factores parezcan estar relacionados de
forma cuantitativa no significa que uno sea causa del otro. Existe un grado de
correlación elevadísimo en el mundo entero entre los hogares que tienen
teléfono y los que tienen lavadora, pero todos sabemos que la posesión de uno
de esos artefactos no causa la del otro. No deberíamos fiarnos de las
conclusiones basadas en daros relacionados entre sí sin un estudio cuidadoso de
causa y efecto; sin embargo, tanto los científicos como los medios de
comunicación pasan por alto con frecuencia este factor decisivo.
Hay muchos componentes de nuestro complicado mundo que
pueden dar la apariencia de una relación de causa y efecto que no existe en
realidad. Para sacar el máximo provecho de la ciencia, hay que evaluar
atentamente lo que se dice y separar la buena ciencia de la mala ciencia,
porque, de ambas, hay de sobra.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 190
RESUMEN
El patrón del paradigma en la ciencia y en otros estudios
indica la poderosa influencia de las ideas aceptadas. Esto debería ponernos en
guardia y animarnos a ahondar en vez de seguir sin más el «clima de opinión»
prevaleciente.
La prolongada búsqueda de cómo podrían haber evolucionado
las aves no es el tipo de relato que pudiera convencer a nadie de que la
interpretación científica es impulsada por daros. Los muchos puntos de vista
contradictorios que los diversos grupos de científicos llevan manteniendo
fervientemente durante más de siglo y medio ilustran cómo las teorías, más que
los daros, pueden ser la fuerza motriz de la ciencia. Si la ciencia, como
afirma, es la búsqueda de la verdad sobre la naturaleza, ¿por qué caer en tanta
especulación acompañada de tribalismo intelectual y no dejar simplemente que
los hechos hablen por sí mismos? Reiteradamente, y más de lo que a muchos les
gustaría admitir, los científicos, como el resto de la humanidad, creen lo que
quieren creer, completando los daros ausentes con sus propias presuposiciones.
No me cabe duda de que algunos de mis colegas científicos encontrarán ofensiva
esta afirmación, y desearía que no fuese así, pero cuanto antes nos demos
cuenta de ello, mejor será para la ciencia en su conjunto.
Demasiado a menudo, la ciencia está más impulsada por las
teorías que por los datos. Por ello, resulta particularmente importante que hagamos
el esfuerzo de intentar separar la buena ciencia, que lleva a la verdad sobre
la naturaleza, de la mala ciencia, que no lo hace. Los científicos son muy
humanos, y puede ser difícil dar con uno que, como el resto de la humanidad, no
tenga unos intereses. Sin embargo, es más probable que los científicos que dan
prioridad a los daros por encima de la teoría descubran lo que realmente ocurre
en la naturaleza.
Todo lo anterior puede ser sumamente significativo para la
cuestión de Dios. En los capítulos 2 a 5 presentamos muchos ejemplos de daros
que indican la necesidad de un diseñador. Pese a tal evidencia, los científicos
eluden semejante conclusión. Impera el paradigma dominante en la actualidad,
según el cual la ciencia precisa explicarlo todo sin Dios, aunque para explicar
los datos que encontramos, a menudo, ello suponga la conjetura desenfrenada.
Con demasiada frecuencia, las actitudes personales y la sociología de la
comunidad científica acaban por determinar qué se acepta como verdad. Hay otros
factores distintos a los datos de la naturaleza que con frecuencia dan forma a
las conclusiones de la ciencia.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 193
Muchos científicos creen que la ciencia es superior a todos
los demás métodos de investigación. Sin duda, el gran éxito de la ciencia en
varias disciplinas ha contribuido a tal actitud, y es justificable cierto grado
de orgullo. A la ciencia se le da especialmente bien intentar responder
preguntas que cuestionan el cómo de las cosas, como la forma en que la gravedad
afecta el movimiento de los planetas, pero no le va tan bien a la hora de
abordar la pregunta del porqué, como por qué existe tan siquiera el universo.
Desde luego, existen preguntas legítimas más allá del ámbito de la ciencia. «Si
le dices a la ciencia que quieres fabricar una bomba atómica, te dirá cómo
hacerla. Si le preguntas a la ciencia si de verdad deberías fabricarla,
guardará silencio». Quien busca la verdad y profundizar en la realidad también
tiene derecho a formular preguntas que cuestionan el porqué de las cosas.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 196
En lo que a Dios respecta, la ciencia ha colgado ahora un
cartel de «PROHIBIDO EL PASO».
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 197
En ocasiones, la humildad puede ser un bien escaso entre los
científicos.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 198
Algunos científicos se sienten tan seguros que, de hecho, no
ven límite alguno a lo que la ciencia llegará a ser capaz de hacer. Postulando
una perspectiva mecanicista de la realidad y un conocimiento casi infinito,
podemos alcanzar lo que se denomina el punto omega, en el que la vida llega a
ser eterna y la resurrección de la vida pasada se convierte en realidad. La
ciencia nos dará la inmortalidad. La confianza en la superioridad de la ciencia
es tan grande que, en ocasiones, invade ámbitos que es incapaz de estudiar, y
luego intenta dar respuestas científicas para preguntas que no puede responder.
La sociobiología ofrece un ejemplo.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 199
Una de las críticas a la sociobiología introducidas por
Lewontin era que la investigación ha demostrado que los cambios en la
frecuencia de los genes en los grupos humanos ha sido sumamente lenta, mientras
que las transformaciones sociológicas a lo largo de la historia pueden ser muy
rápidas; por ello, los cambios genéticos no podían ser responsables de la
sociología humana.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 205
LA SOCIOBIOLOGÍA, CIENCIA DESCONTROLADA
La sociobiología tiene como objetivo investigar la evolución
del comportamiento social. Intenta responder preguntas de por qué los
organismos se comportan de la forma en que lo hacen desde una perspectiva
evolucionista y se adentra en las espinosas cuestiones de lo que influye en las
acciones humanas. No debe confundirse la sociobiología con la sociología de la
ciencia, aunque se solapen en parte. Aquella aborda las causas biológicas de
las acciones de organismos de todo tipo, mientras que esta estudia el
comportamiento de la comunidad científica.
Uno de los problemas que aborda la sociobiología es el
siguiente: Si, como Darwin propuso, el avance evolutivo tiene lugar porque los
más aptos sobreviven a expensas de los menos aptos, ¿cómo puede explicarse la
evolución del comportamiento altruista, cuando los organismos están dispuestos
a sacrificar su vida por el bien de los demás? Ello es suicidio, y carece de
valor de supervivencia para el organismo. ¿Por qué iban tan siquiera a
desarrollarse tales rasgos cuando el organismo no tiene la oportunidad de
transmitirlos a la siguiente generación? Un ejemplo habitual es la abeja, que
pica para proteger a los demás miembros de la colmena. Dado que se deja partes
vitales de su cuerpo clavadas en su víctima, muere poco después. Los
evolucionistas tienen varias explicaciones para tal conducta, entre las que
algunas sugieren que toda la colmena evoluciona como si se tratase de un único
organismo. Tales organismos tienen peculiaridades genéticas que podrían
favorecer esto. Así, la propia colmena, no la abeja individual, tiene valor de
supervivencia.
Más problemáticos son muchos ejemplos de conducta abnegada
hasta el sacrificio entre las aves y los mamíferos. Las suricatas son un tipo
de mangosta muy sociable que lucha por la existencia en el desierto del
Kalahari en África meridional. Viven en grupos que oscilan entre tres y treinta
individuos, en túneles subterráneos, y están entre los animales más
cooperativos que se conoce. Un miembro del grupo cuida de los pequeños y los
abraza mientras la madre biológica pasa largos periodos en busca de comida.
Otros montan guardia como centinelas en puestos de observación descubiertos,
donde son perfectamente visibles para los predadores. Su servicio de guardia
permite que otros miembros del grupo hagan su papel de ir en busca de alimento
sin preocupaciones. Si el centinela avista un depredador, como un águila o una
cobra, la suricata dará la voz de alarma, lo que conlleva mayor peligro para sí
misma, al llamar la atención a su emplazamiento, pero, a la vez, ello advierte
a las demás para que se pongan a salvo. Los centinelas arriesgan su vida por el
bien de los demás. ¿Por qué iba tan siquiera a evolucionar tal comportamiento,
dado que sería menos probable que los altruistas sobrevivieran? Y, en lo que
respecta a los humanos, ¿por qué se precipita una madre a una casa en llamas,
poniendo en juego su vida, para intentar salvar a sus hijos?. Tal
comportamiento abnegado hasta el sacrificio no es lo que cabría esperar de un
proceso evolutivo, en el que la meta es la supervivencia, no el altruismo.
Muchos han considerado que el comportamiento altruista supone un grave desafío
para la teoría evolutiva.
Algunos evolucionistas han propuesto lo que consideran que
es una respuesta al rompecabezas: la selección de parentescos o selección
parental. En la selección parental lo importante no es la conservación del
organismo individual, sino la continuidad del tipo concreto de genes de cada
cual. Al conservar a la parentela más cercana, se protege el propio tipo de
genes, puesto que el pariente más cercano tiende a ser del mismo tipo. Los
hermanos comparten los mismos padres, y los primos tienen los mismos abuelos,
de modo que al salvar a parientes cercanos aumenta la posibilidad de mantener
para la posteridad el conjunto de genes específicos del individuo. En otras
palabras, si un animal diese su vida para conservar la vida de su pariente más
próximo, ello puede mantener la existencia del tipo de genes que porra, aunque
el propio animal muera. La matemática del mecanismo de la herencia es de tal
naturaleza que puede sugerirse que si se sacrifica la propia vida por salvar a
tres hermanos ya nueve primos, es probable que se favorezca la supervivencia
del propio patrón genético. Cuanto más estrecha sea la relación con aquéllos a
los que se salva, menos individuos es preciso salvar para conservar los genes
del propio tipo. Muchos biólogos consideran que la selección parental es una
explicación evolutiva del comportamiento altruista. La profunda implicación de
todo esto es que un acto altruista no lo es en absoluto: es una respuesta
egoísta para lograr que los genes de la propia parentela de cada cual se
propaguen por medio de los parientes que sobrevivan. El concepto darwiniano de
la supervivencia egoísta del más apto se convierte en la razón del
comportamiento altruista.
La teoría de la selección parental llegó a oídos de Edward
O. Wilson, famoso entomólogo de la Universidad de Harvard. Amplió el concepto
y, en 1975, lo presentó junto con ideas afines en un libro que provocó una de
las reacciones más virulentas contra un libro jamás presenciada. El volumen,
grueso en exceso y titulado Socio biología, 18 presenta el comportamiento
social de distintos animales, pero, sin duda, se trata de un manifiesto cuyo
propósito es dar razones evolutivas para la conducta social humana. El primer
capítulo, titulado «La moralidad del gen», da a entender que nuestras
emociones, como el amor, el odio, el temor y la culpa, surgieron por selección
natural. El último capítulo, «El ser humano: De la sociobiología a la
sociología», se adentra con claridad en el campo del comportamiento humano.
Hace hincapié en que los genes lo controlan todo.
Al año siguiente Richard Dawkins promovió ideas en parte
similares en su famoso libro El gen egoísta. Si parece que un organismo se
comporta de manera altruista, podemos dar por seguro, afirma Dawkins, que su
motivación es fundamentalmente egoísta. Los organismos están en gran medida
bajo el control de los genes, Y el principio de la supervivencia del más apto
promueve su propia supervivencia egoísta en detrimento de otros genes distintos.
En 1978 Wilson reapareció con el libro Sobre la naturaleza humana, ampliación
del especialmente controvertido capítulo final de su Sociobiología. Aquí
afirmaba que los actos altruistas a favor incluso de naciones no son
consecuencia de un acto amable, sino de la supervivencia darwiniana del más
apto. Además, se aventura en el delicado terreno de la religión: «Cuando se
examinan con más cuidado las formas superiores de la práctica religiosa, se
puede observar que confieren ventaja biológica». La religión no es algo que
elijamos por su valor o por su verdad: somos religiosos por la ventaja
evolutiva de supervivencia que proporciona.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 199
Todo esto era más de lo que podía soportarse. Desde el
momento en que se publicó la Sociobiología de Wilson en inglés, las reacciones
mordaces produjeron una guerra generalizada a base de palabras en la que los
protagonistas eran las personalidades y los libros y en la que se manifestaba
un raro sentido del humor. La oposición provenía de ámbitos inesperados,
incluidos algunas esferas intelectuales formidables. La batalla no se limitaba
únicamente a la naturaleza de la humanidad. Desencadenó muchos conflictos
sorprendentes. Los críticos declaraban que la sociobiología era falsa, maligna,
fascista y anticientífica. Algunos sociólogos veían en ella una invasión de su
campo por las ciencias biológicas. Una de las grandes inquietudes era el temor
de que la sociobiología restableciese el darwinismo social, según el cual la
sociedad permitiría que sobrevivieran los humanos superiores a expensas de los
inferiores limitando la reproducción de éstos (eugenesia). A diferencia de la
actitud hoy imperante de que todos los seres humanos deben recibir igual trato,
la sociobiología alentaría un regreso a la creencia en la superioridad de ciertas
clases basándose en la presencia de mejores genes. Esto entronca con el
conflicto entre lo innato y lo adquirido o, en una palabra, en si la naturaleza
(los genes) o lo que hemos asimilado (el entorno) determinan quiénes somos. La
distinción de clases era aceptable en la Inglaterra victoriana de Darwin, y
alcanzó niveles espantosos de inhumanidad durante la Segunda Guerra Mundial,
cuando los nazis usaron sus cámaras de gas para eliminar millones de seres
humanos a los que etiquetaron de inferiores. Medio siglo después, el Holocausto
sigue demasiado presente en la mente de la gente para permitir que se acepte de
forma generalizada la superioridad genética.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 202
A pesar de su débil apoyo científico, la sociobiología no
está muerta del todo. Libros como The Triumph of Sociobiology intentan rescatar
el concepto, pero los críticos calificaron el volumen de ser «un análisis
decepcionantemente superficial» que «usa la trasnochada táctica de descalificar
a los críticos con los términos más desmesurados». La sociobiología ha hecho
algunas mejoras a lo largo de los años al abordar algunas críticas, y sigue
siendo popular entre algunos biólogos, pero está muy lejos de poder verificar
la mayoría de sus reivindicaciones, y muchas parecen un error indudable. Por ejemplo,
considere el lector uno de los iconos fascinantes de la sociobiología: las
suricatas que mencionamos antes. Viven en grupos que habitualmente incluyen
visitantes o «inmigrantes» sin relación genética con la familia dominante del
grupo. Las suricatas sin parentesco también actúan de centinelas para el grupo
y cuidan de los pequeños. Dado que no tienen parentesco, su comportamiento
altruista no puede ser consecuencia del principio de selección parental de la
sociobiología. Tales datos desafían la explicación que la evolución da del
altruismo en estos tipos de organismos en el sentido de que es una forma de
proteger el tipo de genes de cada cual.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 206
Nuestra libertad de elección no es lo único atacado por la
supuesta pujanza de los genes. Según sugiere la sociobiología, nuestros
sentimientos de amor y preocupación por los demás no son tal cosa en absoluto.
Son meras motivaciones egoístas que únicamente parecen altruistas desde una
perspectiva sentimental. Todas nuestras acciones son, sencillamente, la
influencia de esos genes egoístas. La conclusión es que no somos realmente
buenos o generosos ni estamos preocupados por los demás: somos, sencillamente,
egoístas.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 209
RESUMEN
¿Adónde lleva todo esto? ¿Hay luz al final del túnel? En la
actualidad la ciencia tiende a excluir las áreas de la realidad que no forman
parte de su menú materialista. Muestra elitismo cuando se adentra en áreas como
la sociobiología e intenta responder preguntas más allá de su área de
especialización como si fueran ciencia. La ciencia secular atribuye factores
del comportamiento humano como el altruismo y la religión a factores
mecanicistas como los genes. Después, la izquierda académica entra en la
refriega y acusa a la ciencia de ser meramente un concepto social. La imagen de
conjunto es complicada, pero creo que han empezado a aflorar algunas
conclusiones importantes. En todo esto tenemos algunos datos científicos
fiables para guiar nuestro pensamiento.
El objetivo es encontrar lo que es verdad, o, en otras
palabras, lo que es real o existente. El patrón posmoderno de pensamiento de
algunos sociólogos, que sugiere que todo es relativo y que no hay absolutos, no
es solución. Ese tipo de pensamiento lleva más hacia el escepticismo que hacia
la verdad que buscamos. Además, resulta difícil tomarse en serio una premisa
como el posmodernismo, que sugiere que nada es objetivamente cierto. Ello
significaría que tampoco la premisa del posmodernismo es verdad objetiva. La
mejor solución es extraer las mejores conclusiones de que seamos capaces
basándonos en los mejores datos a nuestro alcance, y estar abiertos a todas las
posibilidades ya revisiones cuando esté disponible nueva información. Las
diversas facciones podrían beneficiarse todas al reconocer que hay cosas
valiosas más allá del campo particular de cada cual.
La ciencia ha sido exclusiva en exceso al evitar algunas
áreas importantes de investigación mientras permitía que ciertos paradigmas
dominantes determinaran lo que considera que es verdad. A veces esto ha metido
a la ciencia en problemas, como ocurrió cuando ignoró las muertes causadas por
los gérmenes de la fiebre puerperal o cuando negó la posibilidad de que se
produjeran catástrofes físicas importantes. Por otra lado, es preciso que
tengamos presente que la ciencia tiene muchas cosas buenas. Cuando leo opiniones
filosóficas, sociológicas, psicológicas y teológicas variadas, me suele
defraudar la falta de datos y la abundancia de conjeturas. Es posible que mi
forma de ver las cosas esté predeterminada por mi formación de científico, pero
siempre me alegro cuando vuelvo a la ciencia, en la que se pueden encontrar
algunos hechos claros y concretos de la naturaleza con los que empezar. Ello se
da especialmente en las ciencias empíricas, como la física y la química, y en
ellas encontramos algunas de las mayores pruebas de la existencia de Dios. La
biología es más compleja, lo que hace más difícil llegar a conclusiones firmes.
La psicología y la sociología son aún más difíciles, porque estos sistemas son
sumamente complicados y difíciles de analizar. En ellas abordamos la mente
humana, algo que no se entiende bien. Sin embargo, estos campos son todos
dignos de investigación meticulosa y de respeto. En todas estas áreas hay cosas
buenas y cosas malas, y es preciso que diferenciemos con claridad unas de
otras.
La ciencia tiene varios problemas, uno de los cuales es que
los científicos están demasiado centrados en su éxito. Algunos científicos no
vacilan a la hora de mostrar el éxito que ha tenido. El problema se intensifica
especialmente cuando los científicos pretenden que la ciencia lo puede explicar
casi todo. Aunque parte de ello es un comportamiento humano normal, y todos
deberíamos entenderlo así, no debemos olvidar, a pesar de todo, que no debemos
interpretar el éxito de la ciencia en ciertas áreas como una superioridad
universal ni como una licencia para el exclusivismo. La batalla de la
sociobiología nos enseña que en algunos campos la ciencia, sencillamente, no
puede hacer aportaciones aceptables. En consecuencia, es preciso que la ciencia
aprenda a mostrar el debido respeto por las áreas de la realidad que están más
allá del terreno que domina. Un ejemplo es el libre albedrío humano. La ciencia
se basa en la causa y el efecto. El libre albedrío, algo que la mayoría
coincidimos en que tenemos, no es causa y efecto. Si lo fuese, no sería libre.
Por ello, el libre albedrío es un ejemplo de una de esas realidades que están
más allá de la ciencia y que es preciso que la ciencia acate.
En conclusión, la ciencia no es tan mala como creen algunos
sociólogos, ni es tan buena como muchos científicos dan por sentado. Por
desgracia, la ciencia tiende a ser demasiado exclusiva y elitista. Con
demasiada frecuencia, los científicos se imaginan que la ciencia es un castillo
inexpugnable que se alza muy por encima de la llanura de la ignorancia. En
realidad, es más como una casa importante entre otras casas, como la historia,
el arte y la religión, cada una de las cuales tiene sus puntos fuertes y sus
puntos débiles. En la búsqueda de la verdad, todas las cosas son importantes.
El problema de la ciencia es que demasiados científicos de la casa de la
ciencia han corrido las cortinas y ya son incapaces de ver la iglesia que está
aliado mismo.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 215
El hecho de que los paradigmas dominen la ciencia es muy
pertinente para nuestra evaluación global de la cuestión de Dios. Los
paradigmas implican un componente sociológico de la ciencia, un componente que
supone un reto para la pureza, la objetividad y la apertura que a algunos
científicos les gusta reivindicar para su disciplina. Sin embargo, cuando, en
vez de poner de manifiesto un pensamiento independiente e individual, la
comunidad científica pasa en bloque de una inquebrantable lealtad a un
paradigma a la lealtad igual de inquebrantable a otro, como ocurrió en el caso
del desplazamiento de los continentes, es difícil no creer que las conclusiones
de la ciencia incorporan poderosos aspectos sociológicos. Muchos interpretan
que los cambios de paradigma son un progreso, pero el hecho de que a veces el
cambio devuelve a la ciencia a un viejo paradigma rechazado es un reto para tal
concepto. Así ocurrió en los ejemplos que dimos anteriormente en cuanto a la
generación espontánea de la vida y las catástrofes geológicas. Aunque en estos
casos el paradigma readoptado difiere de hecho en algunos detalles con respecto
al antiguo rechazado, tanto en la versión antigua como en la nueva, el
principio subyacente es el mismo. De aquí que la ciencia vuelva en ocasiones a
interpretaciones rechazadas. Dado que la información científica se acumula, no
hay duda de que la ciencia progresa de forma general hacia la verdad, pero
puede haber muchas correrías, algunas muy prolongadas, por las sendas de
paradigmas erróneos.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 225
Es preciso que nuestra búsqueda de la verdad real, la
realidad, o la verdad última, como algunos la llaman, incluya tanta información
como resulte posible, especialmente cuando se formulan preguntas de gran
alcance, como el origen de todas las cosas. Cuantas más posibilidades miremos,
más probable será que demos con las explicaciones acertadas.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 226
El exceso de éxito ha impedido que la ciencia encuentre
otros aspectos de la verdad.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 227
Los científicos tienen derecho a especializarse en la
ciencia, pero pueden meterse en problemas cuando no reconocen que una de las
desventajas de tanta especialización es que restringe la visión de conjunto.
Cada cual solo es capaz de pensar en poco más que la propia esfera limitada.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 227
Hay quienes se preguntan si la honestidad de la ciencia no
queda en entredicho cuando excluye arbitrariamente a Dios y, a la vez, afirma
tener la verdad en cuanto a las preguntas sobre los orígenes. Aunque en la
ciencia se da el engaño intencionado y ocasional, y aunque sería necio no
prestarle atención alguna, se trata de algo muy infrecuente y es probable que
no constituya un factor significativo en el debate sobre la cuestión de Dios. Y
no es preciso rebuscar mucho para encontrar muchas maldades deshonestas
realizadas bajo el estandarte de la religión o de Dios. El principal problema
no es el engaño deliberado, sino lo que se denomina autoengaño, por el cual los
científicos creen sinceramente que tienen razón y que los demás se equivocan.
Creen que pueden excluir a Dios porque, después de todo, ¿no intenta la mayoría
de los científicos explicarlo todo sin él? Por ejemplo, el autoengaño parece
evidencia cuando los científicos creen que ciertos organismos vivieron cientos
de millones de años antes de que podamos encontrarlos en el registro fósil
sencillamente porque están seguros de que evolucionaron a partir de otros tipos,
y porque saben que tal cosa llevaría mucho tiempo. Aunque los científicos
suelen creer que tienen razón, la historia nos enseña que, a menudo, la
ciencia, en el pasado, se equivocó. El autoengaño no es un problema de la
ciencia únicamente —es un defecto que todos tenemos—, pero la ciencia es
especialmente vulnerable por el éxito acostumbrado. Puede desviarse con más
facilidad siguiendo tangentes erróneas pensando que está en lo cierro. Los
científicos deberían centrar más la atención en los daros que en estar de
acuerdo con otros científicos.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 227
La definición de ciencia, tal como se practica actualmente
es nebulosa.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 231
LA EVIDENCIA CIENTÍFICA A FAVOR DE DIOS
Hay muchos daros científicos que señalan la necesidad de
algún tipo de intelecto perspicaz que planease el universo que nos rodea. Es
posible que algunos piensen que con ello nos estamos adentrando en la ciencia
histórica, que no es tan objetiva como la ciencia empírica, pero no es así. La
mayor parte de esos daros, como las fuerzas de la física y la compleja
bioquímica, provienen del tipo de ciencia basado en la observación, en los
experimentos y cuyos estudios son repetibles. Aquí contamos con la gran ventaja
de tratar con hechos, no con especulaciones. Ya hemos presentado gran parte de
esta evidencia, y no la repetiremos aquí salvo para recapitular algunas de las
cosas más destacadas. Al final del capítulo se resumen.
1. ¿Por qué iba a organizarse la materia por sí misma con
leyes que permiten la interacción de las partículas subatómicas, como los
quarks, los neutrones y los protones, dentro de parámetros muy precisos que
facilitan la formación de al menos cien tipos de elementos? Estos versátiles
elementos tienen la capacidad de combinarse entre sí de formas extraordinarias,
dando así lugar a la materia del universo y a las moléculas y los cambios
químicos necesarios para la vida, y pueden proporcionar luz para que podamos
ver. No sería preciso que existiese la materia, y, desde luego, para que
exista, no se precisan leyes tan elaboradas que la controlen. Podría ser,
simplemente, un conglomerado amorfo de mugre caótica. Las leyes y la ordenación
de la materia, tal como se ven en los átomos y sus partes, sugieren que fueron
ideadas para un universo cargado de intencionalidad. Por ejemplo, la masa de un
protón tiene que tener una precisión de una parte entre mil para que existan
los elementos que forman el universo.
2. Desde luego, el campo de acción y los valores sumamente
precisos de las constantes de las cuatro fuerzas básicas de la física no podrían
haberse producido por casualidad, aunque algunos científicos intentan sugerir
precisamente eso. Sin esas características exactas, no habría un universo
habitable. Si el valor de la fuerza electromagnética o de la gravedad variase
únicamente en un valor minúsculo, sería catastrófico para el Sol. El Sol lleva
muchísimo tiempo dándonos la cantidad justa de luz y calor. No solo estamos a
la debida distancia de él, sino que si las fuerzas básicas de la física
cambiasen aunque fuese ligeramente, el Sol y el resto del universo se
colapsarían en un instante. Además, la posición preferida del carbono, elemento
de suma importancia que hace posible que haya vida, en el patrón de formación
de los elementos, tiene toda la pinta de formar parte de un diseño intencional
que posibilita la existencia de la vida.
3. El origen de la vida es el problema más desconcertante
que afronta la evolución orgánica. La ciencia ha sido incapaz de presentar un
escenario plausible de cómo la vida podría haber surgido por sí misma. Las diversas
especulaciones ofrecidas no explican la formación de la multitud de las
moléculas proteínicas especiales necesarias, el origen de la compleja
información del ADN, las maravillas de los ribosomas, las elaboradas rutas
metabólicas, los sistemas de verificación y corrección ni la existencia o el
origen del código genético. El problema se agrava aún más cuando estudiamos las
demás partes de una célula normal. Y, para que haya vida, todo lo anterior
tiene que poder reproducirse para hacer más organismos similares. ¿Cómo podría
todo ello darse por sí solo? Desde luego, parece que tiene que haber estado
implicado algún tipo de diseñador sumamente inteligente.
4. Cuando llegamos a los organismos avanzados, se acumulan
más problemas para la interpretación mecanicista. Sencillamente, un cerebro
humano medio cuenta con cien mil millones de células nerviosas conectadas
mediante cuatrocientos mil kilómetros de fibras nerviosas, lo que supone cien
billones de conexiones. Como ocurre en el caso de los circuitos integrados de
un ordenador, es preciso contar con las conexiones oportunas para que las cosas
funcionen como es debido. Cuando estudiamos el ojo avanzado, no da la impresión
de que haya podido evolucionar. El ojo está dotado de muchos sistemas
complejos, como la bioquímica fotosensible integrada y la retina, así como
características de exposición y enfoque automáticos, que consisten en muchos
componentes que no funcionarían ni tendrían valor evolutivo de supervivencia
hasta que todas las partes estuvieran presentes. La visión cromática es otro
ejemplo de complejidad irreducible, porque la capacidad de separar diversos
colores en la retina no contribuiría a la producción de una visión cromática
sin un mecanismo cerebral que analizase los diferentes colores. Es preciso que
estén presentes receptores y analizadores específicos, amén de que funcionen
debidamente, para producir un sistema con valor inherente de supervivencia.
5. Aunque el tiempo es un factor importante para potenciar
la probabilidad de acontecimientos evolutivos improbables, resulta que, cuando
se los evalúa cuantitativamente, los eones propuestos para la edad de la Tierra
y del universo son del todo inadecuados. Los cálculos indican que a todos los
océanos de la Tierra les llevaría una media de 1023 años producir una simple
molécula proteínica a partir de aminoácidos preexistentes. De ahí que la edad
de cinco mil millones de años para la Tierra resulte al menos diez billones de
veces más breve de la cuenta. Además, aun la forma de vida más simple que
conocemos requeriría por los menos cientos de tipos distintos de moléculas
proteínicas. El ADN es mucho más complejo que las proteínas. Además, se
necesitan grasas (lípidos), hidratos de carbono, etcétera.
6. Parece que durante las primeras cinco sextas partes del
tiempo evolutivo hubo poca evolución. Luego, cuando se examina el registro
fósil, resulta que la mayoría de los filos animales aparecen repentinamente en
una explosión cámbrica que dura menos del 2% de todo el tiempo evolutivo. El
habitual surgimiento súbito de la mayoría de los grupos botánicos y zoológicos
no sugiere que la evolución ocurriese tan siquiera. Si la evolución se hubiese
dado realmente, cabría esperar una continuidad ininterrumpida de formas
intermedias fósiles de todo tipo, y de formas diversas, intentando evolucionar,
pero los evolucionistas sugieren únicamente algunos ejemplos de organismos que,
normalmente, están estrechamente relacionados. Las tasas de reproducción de los
organismos avanzados con sumamente lentas para que se haya dado la evolución.
Tales dificultades demandan la existencia de un Creador.
7. Algunos aspectos de nuestra mente apuntan a una realidad
que está por encima de los confines mecanicistas normales de la ciencia. A la
ciencia no le ha ido bien en esos remas, lo que indica que tales aspectos
actúan mucho más allá del simple sistema de causa y efecto de la ciencia. Tales
factores denotan un Dios trascendente para explicarlos. Uno de esos misterios
es nuestra consciencia, la sensación y la conciencia de la propia existencia.
No parece que la materia renga esta característica. Otro es nuestra capacidad
de elección, el libre albedrío. Si es libre de verdad, como coincidimos la
mayoría, está más allá del binomio causa-efecto de la ciencia. Considérese
también nuestro sentido del bien y el mal, reflejado a veces en nuestro
reconocimiento de la justicia y la injusticia. Nos parecen malla injusticia y
el maltrato de los débiles y los pobres, algo que contrasta vivamente con el
concepto evolutivo de competencia y de supervivencia, principalmente, del más
apto. Como seres humanos, tenemos ideales que están por encima de tan
despiadado comportamiento. Por otra parte, si de verdad evolucionamos, sin más,
el comportamiento y los deseos egocéntricos serían precisamente lo que habría
sobrevivido. ¿De dónde provienen todas las características más elevadas de
nuestra mente? Parece haber significación y bondad en la humanidad por encima
de lo que la ciencia ha encontrado y ofrece, pero la evolución no explica tal
cosa.
O hay un Dios que diseñó la naturaleza o no lo hay. Cuando
se estudian los daros concretos presentados más arriba, que van de la precisión
de las fuerzas de la materia y la complejidad de la vida (en especial las
maravillas de nuestro cerebro y nuestra mente), hay que reconocer la abundancia
de pruebas significativas que son sumamente difíciles de explicar si no se cree
en un Dios. Los datos científicos imponen el concepto de un Diseñador.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 233
En la actualidad, en esencia, los científicos han cerrado la
puerta a cualquier consideración de Dios en la ciencia. Como se ha mencionado
antes, no ocurría así cuando gigantes intelectuales de la talla de Kepler,
Boyle, Pascal, Galileo, Lineé y Newton sentaron las bases de la ciencia
moderna. Consideraban que estaban descubriendo los principios y las leyes que
Dios había creado. El presente ethos laicista no refleja las creencias de los
pioneros de la ciencia, a la par que tampoco representa las creencias de muchos
científicos contemporáneos. La afirmación un tanto burlona de que muchos
científicos creen en Dios, pero solo los fines de semana, cuando acuden a la
iglesia, tiene alrededor un halo de realismo. Recuérdese que un estudio revela
que el 40% de los científicos cree en un Dios que responde sus oraciones, que
el 45% no lo cree y que el 15% no está seguro. En la actualidad, Dios no está
de moda en la ciencia. Es probable que la mejor forma de explicar la postura
laicista de la ciencia sea señalando que es un fenómeno sociológico o de
actitudes, y hay varios expertos que han sugerido, además, que, en ocasiones,
la evolución puede adoptar la forma de una religión. El hecho de que la ciencia
lleve excluyendo a Dios durante siglo y medio sin ser capaz de aportar
respuesta alguna a las principales cuestiones sobre los orígenes debería ser
motivo de profunda inquietud.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 237
Si algo nos enseña la historia es que muchas de nuestras
ideas serán ridiculizadas en el futuro.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 238
La perspectiva científica actual se ha revestido con un
corsé intelectual que no permite que Dios forme parte del escenario, y muchos
científicos insisten en quedarse así a pesar de las pruebas convincentes en
sentido contrario. Pero el reconocimiento de lo que ha ocurrido en la ciencia
nos obliga a abordar otra pregunta significativa: ¿Por qué ocurrió? La cuestión
del comportamiento de los científicos —o, si a eso vamos, de cualquier otro
grupo de seres humanos— es demasiado compleja como para dar una respuesta
concluyente, pero hay algunas sugerencias que, desde luego, parecen
significativas. 1. Una razón, a la que se ha aludido antes, es que la ciencia
tiene que ver con el estudio de hechos y explicaciones de la naturaleza y el
científico se encuentra más cómodo con eso que pensando en Dios. Aunque es una
explicación válida, solo puede tratarse de una razón secundaria para que la
ciencia rechace a Dios, dado que los científicos contemplan ideas especulativas
de todo tipo. La ciencia, a la vez que descarta la relevancia de Dios, acepta
muchísimas ideas descabelladas sin antes haberlas evaluado. La existencia de
tales ideas demuestra serios prejuicios en la perspectiva científica actual. Ya
hemos considerado ejemplos de algunas ideas especulativas con las que la
ciencia se ocupa sus energías. Incluyen la singularidad al comienzo del Big
Bang, durante la cual, según creen muchos, las leyes de la ciencia no tenían
aplicación; múltiples universos, de los cuales no tenemos evidencia válida
alguna; un incongruente principio cosmológico antrópico; información en los
átomos que pudiera crear vida; o la supuesta evolución de organismos mucho
antes de que los encontremos en el registro fósil. La ciencia se toma en serio
todo tipo de ideas peregrinas, y su tolerancia hacia fantasiosas “historietas a
la carta” es casi increíble. Sin embargo, en lo tocante a Dios, en el momento
actual la disciplina no permite que forme parte de su panorama explicativo. Es
posible que los científicos se encuentren más a gusto con los datos de la
naturaleza, pero, dado que incurren en mucha especulación y muchas
teorizaciones que van más allá de los datos, también debería estar dispuestos a
considerar la posibilidad de que Dios exista. 2. Una segunda sugerencia
proviene Michael Polanyi, filósofo de la ciencia del siglo XX muy respetado,
quien atribuye el laicismo de la ciencia a una reacción excesiva a las
limitaciones del pensamiento medieval. En la época medieval se consideraba que
Dios era la causa de casi cualquier cosa. Según algunas ideas, creó los ratones
para enseñarnos a guardar los alimentos, y trajo a las chinches a la existencia
para impedir que durmiéramos demasiado. Polanyi afirma: “Aquí precisamente veo
el problema, el punto en el que parece estriba el profundo desencuentro entre la
ciencia y el resto de la cultura. Creo que este desencuentro fue inherente, en
su origen, al impacto liberador de la ciencia moderna sobre el pensamiento
medieval, y solo después se ha vuelto patológico”. La ciencia se rebeló contra
la autoridad. Rechazó la deducción [el razonamiento basado en premisas]
partiendo de causas primeras a favor de generalizaciones empíricas [percepción
sensorial]. Su meta última era una teoría mecanicista del universo. El péndulo
de la ciencia ha oscilado en exceso hacia el lado del laicismo recalcitrante.
Como se ha indicado antes, encontramos alguna evidencia de una tendencia
reciente que se aparta de una ciencia puramente secular, pero solo el tiempo
dirá si se trata de algo real o de una simple variación en el ruido de fondo.
3. No pocos científicos creen que permitir que Dios entre a formar parte del
escenario equivale a renunciar a la racionalidad. Un Dios imprevisible no
cuadra con el principio de causa y efecto que impera en la ciencia. Sin
embargo, este argumento pierde gran parte de su calado cuando se lo pone en el
contexto de la tesis perfectamente aceptada mencionada antes según la cual la
ciencia se desarrolló en el mundo occidental por el tipo de Dios racional de la
tradición judeocristiana. El temor de irracionalidad solo es válido si se
postula una deidad irracional. 4. Algunos científicos temen que permitir que
Dios entre a formar parte del escenario alentaría una toma al asalto de la
sociedad por parte de un conglomerado político-religioso de tipo fundamentalista,
algo que consideran peligroso para la ciencia. Les preocupa especialmente el
persistente debate en cuanto a la enseñanza de la creación junto con la de la
evolución en las escuelas públicas de los Estados Unidos. 5. El orgullo
intelectual en la ciencia puede ser otro factor. Los científicos tienen razón
para enorgullecerse de los avances de la ciencia, pero el autoritarismo puede
ser muy contagioso en un clima de éxito. Nos encanta el poder, pero los
dictadores, los jefes ejecutivos, los ideólogos y cuantas personas hay
favorecidas con el prestigio y el poder tienen dificultades para gestionar el
éxito. Demasiado a menudo se cumple la famosa afirmación de Lord Acton,
historiador británico: «Todo poder tiende a corromper, y el poder absoluto
corrompe absolutamente». No es un problema que afecte únicamente a los
científicos; es algo con lo que todos luchamos. En la ciencia, cuando
introducimos en el escenario a un Dios que creó la naturaleza, los científicos
tienen la sensación de que pierden el control de su edificio intelectual y de
su poder. Sin embargo, los logros de la ciencia no son tan grandes que podamos
ignorar a Dios, especialmente cuando la ciencia nos deja con tantas preguntas
sin respuesta. El orgullo y la aversión a Dios que vemos a menudo en la ciencia
en la actualidad contrastan vivamente con la humildad, la devoción y el respeto
a Dios mostrado por los genios que establecieron los cimientos de la ciencia
moderna. Señalamos que tal fue el caso de Newton, y pasó igual con Johannes
Kepler, quien, en un contexto de oración, escribió: «Si he sido seducido a caer
en la insolencia por la maravillosa belleza de tus obras, o si he amado mi
propia gloria entre los hombres mientras avanzaba en la obra destinada a su
gloria, perdóname con dulzura y misericordia; y, por último, dígnate con
gentileza a hacer que estas demostraciones puedan conducir a su gloria ya la
salvación de las almas, y que no sean obstáculo para ello en parte alguna.
Amén». No hay muchos científicos que puedan presumir de ser más grandes que
Kepler o Newton. Gigantes intelectuales de tal talla ejemplifican cómo pueden
cooperar la ciencia y Dios. 6. Factores como el ego y la libertad de cada cual
pueden obstaculizar el reconocimiento de Dios, especialmente en el caso de una
deidad ante la cual podamos sentirnos responsables. Como se mencionó en el
capítulo anterior, autores científicos de primera fila como Gould y Huxley se
refieren a la «máxima libertad» y la «Liberación» que permite una cosmovisión
sin Dios. 7. Otra razón por la que la ciencia excluye a Dios en la actualidad
es que, sencillamente, ése es el «espíritu científico» contemporáneo, la moda
científica actual, el paradigma de nuestro tiempo. Si alguien es científico, se
espera que se comporte así. Además, los sedicentes guardianes de la ciencia no
vacilarán en notificarle si se aparra de la senda. Con independencia de lo que
puedan decir los daros de la naturaleza, si alguien va a llamarse científico,
mejor será que no permita que la idea de Dios se cuele en el escenario. Scort Todd,
biólogo de la Universidad Estatal de Kansas, comenta en la revista Nature:
«Aunque todos los daros apuntaran a un diseñador inteligente, tal hipótesis se
excluye de la ciencia porque no es naturalista». Este tipo de ciencia es una
actitud y una filosofía laicista subjetiva que se niega a permitir que se sigan
los daros de la naturaleza allí donde lleven, sea donde sea. Tan estrecha
perspectiva de la ciencia excluiría a Newton y Kepler del cuadro de
científicos, dado que incluían a Dios en algunas de sus conclusiones sobre la
naturaleza, pero deducir que Kepler y Newton no fueran científicos es herejía.
Además, como se señaló en la última parte del capítulo 1, también varios
científicos modernos dan seria consideración a un Dios que actúa en la naturaleza.
El natural deseo de recibir aprobación, de lograr la supervivencia en la
sociedad y el progreso académico puede llevar a muchos científicos a
conformarse al patrón laicista de la ciencia. Gracias a una observación del
físico teórico Tony Rothman, logramos una pequeña vislumbre del atolladero en
que se encuentran ahora los científicos: «Cuando nos vemos confrontados con el
orden y la belleza del universo y con las extrañas coincidencias de la
naturaleza, resulta muy tentador dar el salto de la fe desde la ciencia a la
religión». Estoy seguro de que muchos físicos quieren darlo. Ojalá lo
admitiesen. Aunque muchos científicos creen en Dios, introducirlo en este
momento en el escenario, sencillamente, no está de moda. Para parecer
profesional hay que evitar el espectro de la religión. Impera el conformismo.
Las anteriores sugerencias son todas significativas, pero sospecho que las tres
últimas son las más importantes. La ciencia excluye a Dios principalmente por
factores personales y sociológicos relacionados, como el comportamiento de los
científicos, no por los datos científicos en sí.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 239
¿Hace falta la fe para creer en Dios? Sí. Sin embargo,
teniendo en cuenta todos los datos que apuntan a un Diseñador, hace falta mucha
menos fe para creer en Dios que para creer que toda la precisión, todas las
complejidades y toda la significación que encontramos en el universo ocurriesen
por simple casualidad.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 248
RESUMEN
Durante los tres primeros siglos de la ciencia moderna, Dios
formaba parte de las interpretaciones de la misma. En la actualidad, las ideas
de los científicos han cambiado y lo descartan. Sin embargo, muchos
descubrimientos científicos recientes muestran un grado de precisión y
complejidad en la naturaleza que es casi imposible de explicar tomando como
única base los cambios naturales aleatorios. Especialmente notables son el
perfecto ajuste de las fuerzas de la física, que tienen las constantes precisas
para posibilitar un universo habitable, y las complejidades, numerosas y
sumamente integradas, de los sistemas biológicos. Hay otros factores que
también parecen requerir una formulación elaborada que supera con mucho lo que
puede explicarse mediante incidencias naturales. Todos los descubrimientos de
este tipo apuntan a algún tipo de diseño complejo por parte de un planificador
inteligente, un Ser al que nos referiríamos como Dios. La ciencia ha
descubierto a Dios. Los datos científicos indican que Dios es necesario. Con un
poco de suerte, cada vez habrá más científicos que permitan que vuelva a entrar
en sus interpretaciones.
LAS PRUEBAS CIENTÍFICAS A FAVOR DE DIOS
MATERIA:
¿Por qué está organizada la materia en partículas
subatómicas que siguen las leyes que les permiten formar más de 100 elementos
que constituyen la materia del universo, al igual que los átomos, las moléculas
y los cambios químicos necesarios para la vida? Además, esta materia produce
luz para poder ver. La materia podría ser, sencillamente, caótica, sin leyes.
Las leyes sugieren una planificación inteligente. ¿Por qué la masa de estas
partículas subatómicas es a menudo exactamente lo que necesita con una
precisión de solo una parte entre mil?
FUERZAS:
El valor sumamente preciso y el campo de acción de las
cuatro fuerzas básicas de la física son exactamente los necesarios para
permitir la existencia de un universo que es adecuado para que exista vida. La
relación existente entre la fuerza de la gravedad y la fuerza electromagnética
tiene que ser sumamente precisa, o el Sol no daría regularmente a la tierra la
cantidad exacta de calor que necesitamos. Tal precisión tiene todo el aspecto
de ser un diseño de Dios.
VIDA:
Los organismos vivos más simples son tan intricados y
complejos que no parece posible que pudieran haberse originado sin una
planificación inteligente. Las complejidades incluyen el ADN, las proteínas,
los ribosomas, las rutas metabólicas, un código genético y la capacidad de
reproducir todo esto, incluido un sistema de verificación y corrección cuando
se duplica el ADN.
ÓRGANOS:
En todos los organismos encontramos muchos sistemas con
complejidad irreducible. Tienen partes interdependientes que no pueden
funcionar hasta que todas las partes necesarias estén presentes. Entre los
ejemplos estarían el mecanismo de enfoque automático y de exposición automática
del ojo, al igual que nuestro intricado cerebro, etc. Las partes individuales
de estos sistemas, inútiles por sí mismas, carecen de valor inherente evolutivo
de su supervivencia; de aquí que requerirían su planificación por parte de un
Diseñador.
TIEMPO:
Las prolongadísimas eras propuestas para la Tierra y el
universo son enormemente breves para dar cabida a los improbables
acontecimientos imaginados por la evolución. Los cálculos indican que la edad
de cinco mil millones de años atribuida a la tierra es billones de veces
demasiado breve comparada con el tiempo medio necesario para producir una única
molécula proteínica específica al azar. Dios parece absolutamente necesario.
FÓSILES:
Durante la mayor parte del tiempo evolutivo casi no se da
evolución de ningún tipo; después de repente, hacia el final, y durante menos
del 2% del tiempo evolutivo, aparece la mayoría de los filos animales fósiles,
en lo que se denomina explosión cámbrica. Además, no encontramos ningún
ancestro significativo de esos filos inmediatamente antes de la misma. También
aparecen de repente muchos otros grupos importantes, como si hubieran sido
creados. Los evolucionistas proponen lo que se ha sugerido que son algunas
formas intermedias, pero si la evolución hubiera tenido lugar, el registro
fósil debería estar repleto de formas intermedias de todo tipo intentando
evolucionar.
MENTE:
La mente posee características cuyo análisis la ciencia
encuentra grandes dificultades, y por ello, tales características señalan a una
realidad que trasciende a la esfera naturalista y apunta a un Dios
trascendente. Nuestro libre albedrío, si es libre de verdad, según coincidimos
la mayoría, está por encima de los principios normales de causa y efecto que
conoce la ciencia. Otros factores incluyen nuestra consciencia (o sea, la
sensación de que existimos) y nuestra percepción de que la realidad tiene
significado. También tenemos un sentido de la moralidad, al igual que amor e
interés por los demás. Tales características elevadas de la mente no se
encuentran en la materia ordinaria.
Ariel A. Roth
La ciencia descubre a Dios, página 248
La ciencia descubre a Dios, página 3
La ciencia descubre a Dios, página 3
La ciencia descubre a Dios, página 6
La ciencia descubre a Dios, página 26
La ciencia descubre a Dios, página 26
La ciencia descubre a Dios, página 28
La ciencia descubre a Dios, página 29
La ciencia descubre a Dios, página 29
La ciencia descubre a Dios, página 33
La ciencia descubre a Dios, página 32
La ciencia descubre a Dios, página 48
La ciencia descubre a Dios, página 49
La ciencia descubre a Dios, página 50
La ciencia descubre a Dios, página 60
La ciencia descubre a Dios, página 61
La ciencia descubre a Dios, página 62
La ciencia descubre a Dios, página 64
La ciencia descubre a Dios, página 65
La ciencia descubre a Dios, página 65
La ciencia descubre a Dios, página 67
La ciencia descubre a Dios, página 71
La ciencia descubre a Dios, página 75
La ciencia descubre a Dios, página 3
La ciencia descubre a Dios, página 78
La ciencia descubre a Dios, página 80
La ciencia descubre a Dios, página 87
La ciencia descubre a Dios, página 88
La ciencia descubre a Dios, página 89
La ciencia descubre a Dios, página 90
La ciencia descubre a Dios, página 92
La ciencia descubre a Dios, página 93
La ciencia descubre a Dios, página 95
La ciencia descubre a Dios, página 100
La ciencia descubre a Dios, página 100
La ciencia descubre a Dios, página 102
La ciencia descubre a Dios, página 104
La ciencia descubre a Dios, página 105
La ciencia descubre a Dios, página 105
La ciencia descubre a Dios, página 106
La ciencia descubre a Dios, página 107
La ciencia descubre a Dios, página 109
La ciencia descubre a Dios, página 111
La ciencia descubre a Dios, página 117
La ciencia descubre a Dios, página 118
La ciencia descubre a Dios, página 119
La ciencia descubre a Dios, página 127
La ciencia descubre a Dios, página 131
La ciencia descubre a Dios, página 133
La ciencia descubre a Dios, página 133
La ciencia descubre a Dios, página 141
La ciencia descubre a Dios, página 143
La ciencia descubre a Dios, página 147
La ciencia descubre a Dios, página 148
La ciencia descubre a Dios, página 148
La ciencia descubre a Dios, página 151
La ciencia descubre a Dios, página 154
La ciencia descubre a Dios, página 159
La ciencia descubre a Dios, página 161
La ciencia descubre a Dios, página 179
La ciencia descubre a Dios, página 179
La ciencia descubre a Dios, página 183
La ciencia descubre a Dios, página 183
La ciencia descubre a Dios, página 183
La ciencia descubre a Dios, página 111
La ciencia descubre a Dios, página 184
La ciencia descubre a Dios, página 189
La ciencia descubre a Dios, página 190
La ciencia descubre a Dios, página 193
La ciencia descubre a Dios, página 196
La ciencia descubre a Dios, página 197
La ciencia descubre a Dios, página 198
La ciencia descubre a Dios, página 199
La ciencia descubre a Dios, página 205
La ciencia descubre a Dios, página 199
La ciencia descubre a Dios, página 202
La ciencia descubre a Dios, página 206
La ciencia descubre a Dios, página 209
La ciencia descubre a Dios, página 215
La ciencia descubre a Dios, página 225
La ciencia descubre a Dios, página 226
La ciencia descubre a Dios, página 227
La ciencia descubre a Dios, página 227
La ciencia descubre a Dios, página 227
La ciencia descubre a Dios, página 231
La ciencia descubre a Dios, página 233
La ciencia descubre a Dios, página 237
La ciencia descubre a Dios, página 238
La ciencia descubre a Dios, página 239
La ciencia descubre a Dios, página 248
La ciencia descubre a Dios, página 248
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