Aḥmad Yamānī

A las cinco

Ni cuervo ni mosca ni pájaros se posan en la ventana. En la ventana sólo se posa una flor marchita que cayó del piso de arriba, y ahí se queda toda la tarde. Yo la observo bajo una luz que hace que los ojos sangren. En la pared hay un cuadro de Klimt en el que se apaga la vida de colores alegres ante el mensajero de la muerte que mira con aire de superioridad una montaña de cuerpos palpitantes, con sus cabezas inclinadas. En realidad, todos están muertos, incluso antes de que el ángel los apuñale con su lanza. Pongo la flor entre el esqueleto del ángel y las criaturas coloridas, pero la flor resulta molesta y falla como puente. ¿No se marchitó, también? La llevo al ojo vacío del ángel y allí se siente más cómoda. Pero la flor no se creó para llenar los ojos vacíos. La flor fue creada para llenar el balcón del piso de arriba, y ahora está muerta. La verdad es que se dirigió a mí porque estaba muerta; llegó a mi ventana, donde no se posan ni cuervo ni mosca ni pájaros.

Aḥmad Yamānī




Campanas

Fui de su pequeña casa a mi cama

en un viaje que recorrieron miles de hombres antes que yo

con sus corazones en formaldehído

abandonados en las grandes avenidas y en los estrechos callejones.

Vi cómo el viento arrastraba mi cabeza,

vi dos ojos saltones derramando lágrimas

y una flecha clavada en una córnea.

Yo sabía

a quién encontraría en esta calle,

quién aparecería de madrugada en la otra calle.

Sabía las palabras precisas

que debía dejar en todas partes

para que me permitieran un tránsito cómodo;

las palabras eran mi única provisión.

Cada vez que pensaba que estaba cerca de la cama,

que estaba a punto de alcanzar sus extremos

mis pies se deslizaban aún más lejos

y el camino se perdía en la distancia.

Una mujer tomó mi mano en el umbral,

acarició mi cara,

y dijo: ¿Puedes volver a casa

para comenzar desde allí de nuevo?

Debería haberle sonreído,

pero sentía la voz ahogada

y el acceso a una casa o a una cama

era un asunto con el que no podía contar

pues mi ropa estaba muy rozada,

había conseguido penetrar con las uñas en mi pelo enmarañado

y había llovido sobre mí.

Cuando cerré los ojos y volví a abrirlos

vi cómo su pequeña casa y mi cama

se balanceaban ante mí

como dos campanas gigantes en una iglesia vacía.

Tenía que aferrarme a una de ellas, al menos temporalmente,

pero no dejaban de moverse.

El viaje que planeé desde el primer día, y del que aprendí a regresar sin una gota de sangre. ¡Cuántas veces retorné ileso! Pero las calles de esta ciudad se torcieron más de lo debido y, aunque apenas conoce la niebla, la vista se vuelve borrosa por cualquier motivo. Así nadie puede pensar en regresar, ni a la casa, ni a la cama. Y todo lo que uno anhela es una pequeña acera y gente que aprecie la agonía de los amantes.

Ahmad Yamani



CUERPOS INCOMPLETOS

¿Cómo es la soledad?
Clavar la vista en todo sin involucrarse,
sentir que mi esqueleto pudo haber sido de otra forma.
A veces, pregunto sobre la utilidad de caminar y descansar
en aquellas noches en las que me quedé fuera del planeta
y percibí colores sin nombres en ese universo
en el que me vi descuartizado en otros cuerpos inhumanos,
cuerpos que iban a formarse algún día, pero que por algo
quedaron incompletos.
Durante muchos años fui esos cuerpos incompletos suspendidos en el vacío,
algo más que manos y pies,
lo que la naturaleza abandonó en el olvido.

Ahmad Yamani



"Dejé en tu casa un poema chino que había escrito en una hermosa caligrafía. Nunca volví a recogerlo. Sentí que una de sus oraciones me atravesaba un día, una frase en la que había un pequeño barco, hojas de otoño, una casa de madera sobre la que caía la lluvia y un hacha. Pienso en la oración como si fuera mía, una suma de palabras sin vínculos: me vendrá de repente una noche mientras estoy intentando acordarme de una aldea lejana que crucé un día sin que fuera completamente consciente de si mis pies se hundieron en el barro o si fue mi cabeza la que se hundió hasta el fondo al crear esta imagen."

Ahmad Yamani



ÉL VIO UNA CASA

Al ver él una casa
dijo que era suya.
Al ver una calle
dijo era suya.
Él vio otra casa y otra calle y se perdió.
Vio una ciudad
y dijo era suya.
Vio otras ciudades y se extravió.
Mas, al encontrarse con ella,
lo vio todo,
y al separarse,
dijo que este era su cementerio.
Sin embargo, no murió de inmediato,
volvió a ver una casa
y una calle
y dijo que eran suyas.
Vio otras ciudades y se extravió.
Jamás volvió a verla.
Dijo: ese era el cementerio
en el que nunca descansé.

Ahmad Yamani



"Me encontraba en tu cama y el cielo se extendía por todo el techo de la habitación, como si una mano lo hubiera dibujado, sin el brillo de los astros. Una habitación cuyo techo es el cielo entero. Mientras contemplaba el fenómeno y trataba de entenderlo, me pareció que el cristal de la ventana reflejaba la bóveda celeste. No era más que una interpretación preliminar: el cielo era verdadero; simplemente, no brillaba. Entonces, entraste en la habitación, y el cielo desapareció. Actué como un ladrón: me introduje en tu casa, descansé en tu lecho, me disculpé y me marché."

Ahmad Yamani



Resbalón

Había cuatro personas en el balcón del último piso. El balcón comenzó a quebrarse. No había duda de que se caería si alguien se movía un ápice. La única solución sería que una mano se extendiera para sostenerlo. Una quinta persona saltó corriendo; entonces, el balcón crepitó y giró en el aire. El derrumbe era inevitable, pero, súbitamente, se alzaron diez manos más, que llevaron a todos a la parte superior del edificio. Fue un milagro abrir los ojos y encontrarse en el tejado, en lugar de haber caído al asfalto. Después no hallaron la cuerda que habían extendido las diez manos, como si no hubiera existido nunca, como si nunca hubiera habido diez manos, ni un balcón en ruinas, ni un último piso.

Ahmad Yamani



"Tu beso en la calle no es el mismo que tu beso en la casa.

El beso en la calle es amplio, se traga una ciudad entera, la ciudad se estrecha como el ojo de una aguja; tu ciudad, que no te aporta nada. El beso en la casa es el hilo que consigues que pase por la aguja tras varios intentos y, entonces, lanzas un suspiro de alivio. El beso en la calle es desesperado, como si fuera el último; pretende alcanzar una profundidad que simplemente no existe, como si se tragara toda la calle. El beso en la casa es un beso feliz, porque no arrastra ninguna historia detrás; es un beso libre, sin testigos. Tu beso en la calle ejerce una presión y se adhiere como si se estuviera desvaneciendo en todo momento. Tu beso en la cama es soñoliento, como las sábanas. Dos besos en una ciudad: el ojo de una aguja y el hilo que lo atraviesa. "

Ahmad Yamani









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