CUESTIONES SECRETAS
Los mares de algún río y las noches
de una sombra constante asedian
en la soledad mis sentidos
si insisten en descubrir tus orígenes.
Si insisten en descubrir tus orígenes
el cielo se desprende del ala
de la rosa desconocida
que te envuelve como el día a los ojos.
No repetiré tu nombre a esta hora
para que no se espante el goce
verdadero de las cuestiones secretas.
No repetiré la mentira sin límites
de haberte por desventura hallado
para exacerbar la necesidad de buscarte.
Para exacerbar la necesidad
de buscarte el agua de los barcos
se podía convertir en campana
que despertara en el amanecer las tormentas.
Para exacerbar la necesidad
de perderte la gran oscuridad
me ofrecía una ventana en la noche.
desde donde ver hacia los días de antaño.
Desde donde ver hacia los días de antaño
mi corazón abría como un árbol
las hojas de sus dedos insomnes.
Abría hacia la desesperanza los ojos
sintiendo en vano afuera tu existencia
como materia intemporal de este mundo.
Hesnor Rivera
INVENCIONES
A Celalba.
Era el tiempo de las invenciones
vehementes. Habíamos
descubierto que las palabras
en su vaivén de la imaginación
a la memoria solamente servían
para ganar perdiendo
—para perder ganando.
Y hablábamos de comarcas
que se adornaban con el lustre
de los animales de feria. De ese
modo logramos deducir
la composición por piezas
de la eternidad concebida
para justificar los giros
de la ciudad en torno de la puerta
cotidiana de la taberna más bella.
Enloquecíamos para llenar
de significación el hastío
de las multitudes sin rumbo.
¿Qué es el hambre? Un caballo
de peltre que se astilla cuando
galopa bajo el sol de la tarde.
¿Qué es la noche? La pradera
llameante donde se multiplican
las palmeras amadas por los elefantes
enanos. ¿Y la copa? Nada más
que el punto donde el amor
recobra su soledad primitiva.
De ese modo logramos adivinar
el peso exacto de la realidad
donde las astromelias existen.
Donde las mujeres que jamás
existieron visten su desnudez
con la rama de la existencia infinita.
De ese modo moríamos
para vivir a fondo sobre
la superficie del hallazgo de estar
perdiendo sin solemnidades el tiempo.
¿Qué es el puerto? La alcoba
con espejos donde se exhibe el pubis
de la adolescente atisbada desde
la ventana a oscuras
de una inocencia sin manchas.
La montaña es el buque
que camina sobre los propios lomos
de sus pesadillas donde
no dejan de brillar las estrellas.
Era el tiempo de viajar sin siquiera
remover la piedra de las ilusiones
para entonces perdidas ganándole
a las palabras la apuesta
sobre el enigma sin sentido
de su plenitud insaciable.
Recogimos en la selva las flores
más asemejables al veneno
de las serpientes que se confeccionaban
con los ruidos de las hojas sus alas.
Y era entonces hermoso
conversar —gritarles cara
a cara a los esbirros que embrollan
la serenidad de los infiernos nocturnos
que la libertad es la fiera
roja con que el corazón del suicida
enaltece el delirio
de las ciudades insomnes.
Era el tiempo de las invenciones
vehementes. ¿Qué es el viento?
Un amanecer que pasa sólo
para que los árboles suenen —sólo
para que la eternidad no moleste
con las apariciones y desapariciones
de una realidad ilusoria.
Hesnor Rivera
LABERINTO DE APARIENCIAS
Perdimos hace tiempo el rumbo.
Perdimos —alma extraña— el rastro
de sus ocultamientos más esplendorosos
que el alba donde beben los árboles.
No le escucho al porvenir el fuego
con que tejía tu mirada la noche
de la desaparición en camino.
¿Qué es lo que realmente
perdimos? Algo de improviso
se cae de las paredes
en cuyas aguas volaban
los delfines colorados del sueño.
Las palmeras con colmillos de lámpara.
Las canoas con vaivén de doncellas.
Las paredes mismas se han caído
contra el bosque y el bosque se recuesta
como un caballo inválido
contra el cerco de sus alas finales.
Es evidente que han cambiado
de sitio los huesos vegetales
donde se afincaban mis sentidos
para sobrepasar de un salto
la zona arrebatada del tiempo.
Perdimos para siempre la noche.
La desolada noche de los ámbitos
bañados por el agua celestial
del asombro —los espacios
barridos por el polvo del ímpetu
que hace crecer las flores
y el plumaje de las piedras del riesgo.
Perdimos hace tiempo el rumbo y no importa
nada ahora que la música
vuelva a pasar con su bastón y su porte
de guía inagotable
hacia las calles más bellas.
Hacia los malecones con barcas
donde aprenden los héroes
la fatiga de la lucha
frente a la alucinación del retorno.
No importa nada porque advierto
que las casas —las tabernas.
Esa loca ventana que da vueltas
como la taraba de los desarraigos
deshechos el marco ardiente
de los paraísos emplumados de helechos.
Y el mar que carga a cuestas
su corazón de náufrago —que arrastra
por los suelos su túnica bordada.
y desbordada por las viudas
pendientes del final de los viajes.
Y hasta las tormentas que todavía
acechan su oportunidad ocultas
en la calma de unas antiguas sombras
no son más que recuerdos. Textos
de un calor transparente. Huellas
que se quedaron sin la arena aparente
donde echar a descansar tanto brillo.
¿Qué es lo que realmente
perdimos. Dónde sigues alma
extraña gobernando el misterio
de no estar y de estar en todas partes?
Si me atreviera a desafiar
el vacío cruzado por la órbita
de las furias con cara
de animal de convento.
Si me atreviera a descubrir la ruta
de la realidad donde lloran
como gatos en celo los jardines.
Donde los hospitales cantan
verdaderos prodigios por las bocas
de la herida del hambre.
Donde no se parte
ni se regresa nunca
como si ya se estuviera en el pasaje
inmóvil para el gran desfile
del laberinto de las apariencias
que embellecen la muerte.
Si me atreviera volvería
con seguridad a preguntar por tus señas.
Por el río de las cuatro puertas.
Por la puerta del cerro donde empiezan
los arcos. La ciudad
—el mundo con sus cielos sangrantes.
Los cielos con la alcoba en el centro
donde estás tendida satisfaciendo
por turnos mis necesidades
amorosas. Las de antaño.
Las de ahora —las que no se formulan.
Las de las aventuras y desventuras
siempre como es debido a destiempo.
Hesnor Rivera
“Los peces se aprendían de memoria el canto de los pájaros,
para alabar la transparencia de los amores del agua.”
Hesnor Rivera
NOMBRE DE LAS VISIONES
Antes de conocerte pude
dar con tu nombre —con tus señas
atmosféricas de divinidad
de montaña. Supe de antemano
que los dioses del azar estaban
detrás de tus sentidos confundiéndote.
Por eso cuando subiste la escalera
para alcanzar a oír mis versos
sobre las noches del sur supiste
que el hallazgo del nombre era
el comienzo de una larga
adivinanza maligna en torno
del amor y la muerte. Sobre fechas
e itinerarios de un viaje donde
la ternura resultaba ser un signo
de debilidades y culpas.
Más tarde en cualquier parte siempre
encontrabas un libro con historias
de genealogías dudosas. Con cifras
referentes a nuestros antepasados comunes.
Por eso huímos. Esa estrella
mortificante nos hizo caminar
demasiado bajo el cielo de los altiplanos
cruzando por los patios de bodegas
siniestras. Por las salas de hospitales
sin rumbo. Corriendo por los callejones
de los baños públicos —de las rifas
clandestinas que empiezan sólo
con el primer canto del gallo. Por mercados
donde se vendían animales
inútiles como la escolopendra
a rayas semejantes
a las de los trajes de baño antiguos
Como la serpiente que sabía
cantar remedando el acento
de las cotorras. De los gatos en celo.
De las tías solteras cuando
cuentan sus aventuras perdidas.
Huímos. Pero tus sentidos
se sabían de memoria el orden
de las confusiones heredadas.
Los pasos de las ceremonias
que consagran el caos como
cumbre de las desapariciones místicas.
Por eso comprendo todavía
no sin inquietud tus desmanes
amados: te bañabas desnuda
lo mismo en el océano a la hora
de siesta que a la medianoche
en la arena de la red de trillas
de los contrabandistas invictos.
Te acostabas a mirar las bahías
para que se incendiaran los barcos.
Huímos como perseguidos
por la estrella de tus visiones
de sombra. Pasando por entre gentes
que bailaban una música infame.
Por pensiones donde se refugiaban
ancianos desde la infancia huérfanos.
Por establos para caballos
sin dueño. Por las avenidas
de los iluminados que inventan
talismanes de hierba para conjurar
la furia descomunal de los santos
—la oscura sedosidad de los diablos.
Perseguidos finalmente
olvidados nuestros nombres. Nuestra
fuerza para evocar el destino
en los hechos que nos puedan
ocurrir hace tiempo en el mundo.
Hesnor Rivera
Para ser más humanos
La poesía siempre
es otra cosa.
Es la ventana –por lo menos
lo fue hasta hace poco–
que se derrama desde el frente
de mi casa hasta el lago.
Y enseguida deja de ser
las diez mil torres petroleras
y el brillo de los peces
que dan saltos mortales
cuando el viento casi inmóvil
sale de la alcoba donde el sol
duerme aún junto al alba.
La poesía sigue de largo
porque ya la poesía es otra cosa.
Por eso la belleza
–la del porvenir sobre todo–
será huella pasada. Será
eternamente pretérito
que se renueva libremente
sin pausas de este lado o del otro
de la superficie del tiempo
perdido entre las altas briznas
azules de sus propias lluvias.
La poesía baja ahora
de los árboles de oro
que alimentan las ruinas
y las humaredas muy vivas
del gran reino de antaño.
Pasa ahora por encima
de la transparencia del cielo
y se vuelve para alborotar
de nuevo con sus manos de duende
la cabellera de acertijos
de los milagros y la magia.
Vuela y entra de inmediato
por la misma ventana
que cae de espaldas.
La poesía deja de ser la casa
para ser la casa por eso.
Y desaparece y cobra
sin moverse la velocidad
perfumada del fuego
que destruye sus propias formas.
Y se bebe y sopla las palabras
previas al comienzo
de los resplandores inútiles.
La poesía siempre
es otra cosa.
Y es ordenada a cada paso
sin ton ni son por el azar
más íntimo y por tanto certero
–o por las circunstancias comunes
para que las imágenes
sean a todas horas libres–
sean en cualquier parte
la oscuridad y la duda
que nos apasionan hasta el vértigo
y nos hacen por pálpitos o a ciegas
cada vez más humanos.
Hesnor Rivera
Respiración de la memoria
No siempre suele empezar el tiempo
Por unas hojas húmedas y unas palabras
Recogidas en la soledad de un río inconstante
Y es así como existen caminos
Donde no es posible recordar
Hacia dónde se quiso partir.
Y es así como se anhela a veces
Retener un pedazo de mar
Con que orientarse en medio de la tierra.
Todo podría entenderse alegremente.
Todo podría estar frente a su justa sombra.
Pero en las madrugadas donde hay estrellas todavía
Y en los inmensos parques donde se queda el viento
Como un hombre a quien sólo le resta esperar
No cesan de existir naufragios.
Que reparten espectros de ademanes turbios
En torno del fuego y de la rosa más honda
Por donde ansía respirar la memoria.
Es inevitable entonces estar solo.
Permitir que los sueños remonten la sangre
Y hagan cantar o llorar continuamente
Desde una ventana abierta hacia los árboles
O en una sombra.
Es inevitable sentirse andando lejos.
Hasta que en una tierra
A donde siempre se está llegando tarde
Se abre y caiga el cansancio como una fruta ciega.
Siempre el espacio empieza
Por una lluvia que lo apaga todo
Hesnor Rivera
ROSARIO A LOS CORRUPTOS
A Luis Buitrago Segura
Cuando uno ha nacido en medio de una dictadura ya antigua
y creció entre gentes poseídas por la férrea voluntad
de volverse monstruosamente ricas a como dé lugar
hay que preguntarse ¿es que vas a morir alma de dios
pobre diablo creyendo todavía en las volteretas mágicas
del azar y en sus combinaciones de payaso de aldea?
Es ahora cuando te percatas de que por andar leyendo
en la relación cambiante de los seres y las cosas
los libros que jamás se escribieron no aprendiste a contar.
No te diste cuenta de la red de arquitecturas aéreas
que tejían con sus dedos de virgen las delicadas computadoras
ni de las apasionadas maneras con que los banqueros
hablan sobre saldos y cámaras de compensación y encajes
para referirse no a la moral del oro de sus maquinaciones
alquímicas sino a las garras de la ruina cada vez
más siniestra que les comen el corazón y el hígado
a los bienaventurados perdidos en los pliegues de su propia miseria.
Es ahora cuando te percatas de que tu memoria
está llena de animales que desaparecieron. De doncellas
con alas de tela transparente aniquiladas por la lepra
del llanto mientras esperaban al héroe que se debatía
contra los fantasmas de los primeros diluvios.
Perdiste el tiempo consultando la letra menudita
que está al pie de la página de cada piedra. De cada
puerta doméstica concebida para asentar historias
de padres y de hijos que jamás se conocen y de novias
que recitan cantigas para los desafueros del forastero sin alma.
Consultando en fin los índices de las hojas y las flores del árbol
por entre cuyas ramas asoman sus cabezas los astros.
Entre tanto la ciudad ya había amamantado a otros héroes.
Por tus ciudades nativas ya Rosario —por ejemplo—
exhibía la noche artificial de sus ojos y su cabellera
de bailarina gitana mientras improvisaba las gestas
en forma de almanaque de los caballeros corruptos.
Si tú te entretenías y habías envejecido tratando
de descifrar la significación de las manchas de petróleo
en tus pantalones de caqui ¿cómo podías aspirar
a comprender el brillo heroico de las uñas de Rosario
más enceguecedor que el de los diamantes robados?
¿Cómo pretendías comprender la dimensión patriótica
del jet set y las batallas libradas en sus arenas
por la noble Leonor —la heroína abroquelada en sus trajes
del color del dólar? ¿Ni la demencia impagable
con que rubricó sus mejores hazañas la princesa Carmen
—la loca de la libido caída? ¿Ni los trabajos
y las penas del escudero negro doblegado bajo el peso creciente
de su patrimonio estimado justo en un ciento de millones sonantes?
Y ahora resulta que además de haber sido estafado
corres el mortificante riesgo de que se te declare culpable.
De que se te maldiga para siempre si es que intentas
levantar el dedo de la acusación contra los ladrones
de la mesa redonda —la misma de firmar falsos créditos.
Pagos y comisiones por obras y diligencias públicas ni siquiera
iniciadas. Viáticos por viajes que jamás se emprendieron.
Jubilaciones copiosas por enfermedades y defunciones apócrifas.
Todo eso te ocurre y te seguirá fatalmente ocurriendo
por haber nacido como naciste. Por haber crecido como por obra
y gracia del azar y de la providencia todavía amados.
Y sobre todo porque envejeciste y estás a punto de morirte
sin haber comprendido la embriaguez sagrada de los hippies.
Ni el estructuralismo ni la semiótica ni los trucos
horripilantes de la alienación y la sociedad de consumo.
Ni las encuestas ni la cultura de masas y el feminismo y los blue-jeans.
Ahora no es que debas resignarte pero al menos tendrás
que morderte la lengua mientras ves a la heroína Rosario y sus huestes
fabricarte estatuas por haber convertido —mediante técnicas
contables extraídas de los modernos arcanos— a las formas
más vulgares del crimen en modelos de honradez sin soslayos
—en paradigma invulnerable de honorabilidad ciudadana
incluido el fabuloso prodigio de transformar en algo útil
la locura ajena poniéndola al servicio de la estafa perfecta.
Perdiste el tiempo y en este instante en que ves a la nación
dando brincos como un pájaro al que acaban de robarle las alas
tendrás que poner a tono con la época al menos
lo que te resta de muerte bebiendo a grandes sorbos
el veneno del terror y del sexo —devorando sin grima
las porquerías exigidas por la sobrevivencia si es que quieres
asistir a las epifanías de los brujos del porvenir inmediato.
Hesnor Rivera
SEDUCCIÓN SIN ORIGEN
A las madrugadas que salen
de las ramas de las tempestades distantes
se superponen con sus flores
de calor cristalino
las que alimenta el cielo.
Y al fondo como detrás
de una pared levantada
con la mezcla radiante
de los más contrarios climas
sigue flotando la desnudez obsesiva
de tu sombra ciegamente amorosa.
Y a pesar de que nunca en realidad
te transformas. De que nunca
verdaderamente has cambiado
yaces de todos modos distinta.
Sólo parecida a ti misma
por el hecho incontrovertible
de que se te sigue en todas
partes amando. De que se te sigue
en todas partes buscando
tal y como la desesperación te ha
concebido a partir del instante
de perderte cuando estabas más cerca.
En los océanos con seguridad por eso
la naturaleza insiste en dispensarte
favores. No se sabe por qué suerte
de encontrados designios eres
la misma que serías más tarde
—la que fuiste en los puertos en donde
comienzan las irremediables partidas.
El lento torbellino de substancias
rabiosas con que se viste
sobre el mar la nostalgia.
Por ejemplo en las noches no se sabe
por qué juego de endemoniados destellos
dejas de ser la que debía estar
en el sitio donde terminan los viajes.
Y te vuelves cielo de insumisión
—navío que no espera por dioses
y no toma para nada en cuenta
a tantos inestables huéspedes. A sus señas
por azar parecidas a la caricia
en el vacío de alguna golondrina tardía.
A los días —a los tiempos que brotan
poco a poco de la piedra de una edad
inconstante se superponen con su atuendo
de viudos sin final ni comienzo
los que se bañan en la remembranza
de la llama de sus propias cenizas.
Y por encima o más bien por debajo
de la capa de viento donde bailan
como doncellas al borde del desmayo
las más bellas banderas tú multiplicas
tu seducción sin origen —tus rasgos
de mujer de algún modo desde siempre
desnuda para ser poseída sobre
la inclemencia de los cambios mortales.
Y una vez más —tal como sucederá
ese día en que se exterminen
al enfrentar su significación las palabras—
da vueltas el corazón a sus manos.
Así amasa con pedazos
de una realidad ordinaria
la forma por lo menos de tula vientre
de muchacha sagrada —de tu cadera
con brillos de centellazo en un bosque.
Por lo menos de tus muslos de aguacero
recordado frente a un fuego doméstico.
Por lo menos la atmósfera de ese
equilibrio sin querer inestable
a cuya sombra de inflorescencias marítimas
se te sigue como ahora y ahora
para siempre y en todas partes amando.
Hesnor Rivera
SIGNOS DE LA AMADA
¿Cómo saludar la forma
de tus palabras si nunca
hablaste. Si te mantenías
—como la sencillez de la eternidad—
en silencio? Adiviné
que tu presencia debía pertenecer
al centro del tiempo de otro tiempo.
A la inutilidad de un mundo sólo
comprensible para la extravagancia
de mi nostalgia constante.
Y estabas cerca como enseñándome
países que jamás conociste
—ciudades donde las neblinas
tenían como estrellas las flores.
Tenían como puro sortilegio
de evitar la solicitud del abismo
simples fórmulas de la soledad
como las visitas a domicilios distantes
—casas amigas donde se cultivaba
desde la antigüedad el hábito
de organizar las cosas según
la inevitable duración de las noches.
No hablabas y sin embargo
al lado de tus ademanes radiantes
—al lado de tu gracia de piedra
cuando apenas los volcanes la inventan
Al lado de tus sueños como
de tempestad inmemorial recién salida
del aire. Junto a los latidos
de tu extraña conformidad de víctima
pude entender que hay que enfrentarse
sin más armas que la palabra a la muerte.
Converso desde entonces a solas.
Me interrogo entre las dobles paredes
de los aposentos amoblados
por la imaginación y la memoria
sobre experiencias insólitas. Sobre
heroicidades protagonizadas
por quienes leen sin dificultad tu tiempo
que es el de mis referencias más sólidas.
Y ahora cuando pretendo
descifrar conversaciones comunes
no entiendo. Deduzco apenas
que me hablan de comarcas perdidas.
De grandes poblaciones nómadas
que se buscan sin descanso
como yo en tu silencio.
Por eso ahora si me preguntaran
cómo se podría llamarte —cómo
era el otro tiempo de los tiempos.
Como eran los indicios. Ni siquiera
me atrevería a responder
que todavía en realidad existes.
Hesnor Rivera
SOMBRAS DEL TIEMPO
No se trata de la soledad dejada
por tu presencia como la oscura huella
de un incendio por el cielo de un bosque.
Como los despojos de ceniza que cuelgan
los bellos meteoros en las ramas
de las ciudades frondosas.
Se trata de las sombras del tiempo.
La de los ojos como flores malignas
canta todavía tendida en los dinteles
de los malecones que no mueren
así no existan barcos ni naufragios
ni animales que vuelan con la gracia
de los mensajes mortales. La del vestido
fabricado con las telas del corazón de la piedra
te nombra todavía parada en ese parque
recubierto de plumas como el pie de la infancia.
(Ya murieron las mujeres tocadas
con sombreros concebidos a partir
del hilo que cultivan las perlas.
Ya desaparecieron los trágicos
bebedores de brandy amenizado con guitarras
parecidas al mueble del tesoro perdido).
Se trata del amor y su pierna
con alas como rueda de antaño
para que las extravagancias corras más a prisa
que la sangre de las ilusiones baldías
Se trata de encontrarte y que la muerte
no oscurezca la casa. No le ponga rayas
de envejecimiento al rostro
de los antifaces queridos. No se meta
a revolverle la intención de los seres
inmortales que protegen los giros
de nuestras desapariciones constantes.
Hesnor Rivera
Transparencia
Pero los días en que el sol sale alegre
como dispuesto a contar los secretos de un bosque.
Los días en que un árbol en los parques
es algo más relativo a los caminos
y a la lluvia que apaga los barcos en el mar.
No es necesario tener una ventana donde apoyarse
para sentir que el olvido
respira detrás de los ojos.
No es necesario anhelar ni tener nada.
Todo consiste en abrir hacia la luz la sangre.
En arrancarle unas llamas a la tarde.
Todo consiste en dejar que la estrella
se niegue a abandonar la arena
donde estuvo descansando la noche.
Y en el extremo más distante de una mirada entonces
la vida queda sola y pequeña
como una ciudad llena de cosas.
Hesnor Rivera
Vuelvo a los mismos lugares
de antaño: no han cambiado
y sin embargo parece
que pertenecieran a una ciudad
donde nunca he vivido.
Hesnor Rivera
No hay comentarios:
Publicar un comentario