Anji Carmelo y Luján Comas ¿Existe la muerte?: Ciencia, vida y trascendencia

 Así que podríamos decir que la vida es el lapso que ocurre entre una primera inspiración y una última espiración, pero la conciencia que éramos y que toma un cuerpo tridimensional para vivir una experiencia tridimensional se queda aquí, es prestado, se deja cuando ha concluido el tiempo de aprendizaje de la experiencia, como dejamos el abrigo cuando nos vamos de vacaciones al Caribe.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
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Creo que tenemos una hora de entrada y una hora de salida decidida previamente por nuestra alma, así como creo que ella decide la manera de irse, por envejecimiento natural o, si es antes, a través de una enfermedad o un accidente.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
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Hay evidencias científicas de que la conciencia continúa cuando el cerebro, que es el órgano más sensible al déficit de oxígeno, deja de recibirlo por haberse parado el corazón y cesado la respiración espontánea. Hay evidencias innegables en varios estudios científicos realizados en diferentes países de que durante las experiencias cercanas a la muerte (ECM) hay una conciencia más plena, con la capacidad de ver (incluso ciegos de nacimiento), de oír, de percibir, de ver a gente desconocida y luego ser capaz de reconocerla cuando nunca la había visto antes; somos capaces de pensar y de recordar. Si todo ello es función del cerebro y este está monitorizado y no registra actividad cerebral, ¿cómo es posible que esto ocurra? No tenemos explicación científica aún, pero no podemos negar que las ECM ocurren, y cada vez más, debido a la mejora de aparatos y técnicas de reanimación cardiopulmonar. Las personas que han tenido una ECM vuelven sabiendo que la muerte no existe, no porque se lo haya dicho alguien o lo hayan leído, sino porque lo «saben», lo han experimentado, y, cuando retornan, viven de una manera diferente, buscan dar sentido a sus vidas, cambian valores, se vuelven más apegadas a la naturaleza, la cuidan y la preservan, intentan ver y vivir la «nueva» vida bajo un prisma de mayor espiritualidad, pues añoran esa paz y ese amor incondicional que sintieron, y muestran un cambio de actitud hacia ellas y hacia los demás que se vuelve mucho más amorosa.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
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La muerte es un tema importantísimo para mí. Siento un compromiso con la vida para ayudar a cambiar el concepto de muerte, quitar lo que tiene de tabú y plantear, según los últimos conocimientos, que es un estado de conciencia continuado. Si cambiamos nuestra visión sobre ella, cambiaremos nuestra manera de vivir. Ya que la muerte es un estado de conciencia, vivamos conscientemente.
 
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Las ECM desmontan nuestro conocimiento médico sobre el cerebro y sobre la muerte.
 
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Pero todas las monedas tienen dos caras y la proximidad de la muerte también nos hace enfrentarnos a nuestro día a día, dar importancia a lo que realmente la tiene, cambiar nuestros valores y nuestras creencias. Nos hace replantearnos la vida, el aquí y ahora, y analizar si de verdad estamos «viviendo». Si estamos amando y lo expresamos. Si realizamos nuestros sueños. Si somos auténticos. Se trata de no esperar a llegar al fin de nuestros días para plantearnos estas preguntas y darnos cuenta entonces con tristeza de que no hemos hecho lo que realmente queríamos y que ya no hay tiempo, que la vida y las oportunidades ya han pasado… Estamos a tiempo, busquemos nuestra realización aquí y ahora.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
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Según los tibetanos, estamos sostenidos por dos hilos que nos conectan con nuestro yo superior, o alma: uno es el hilo de conciencia y el otro el de vida. El de conciencia se ancla en el centro de nuestro cerebro, cerca de la glándula pineal, y el de vida, en el corazón. Algunos lo llaman el cordón de plata. Durante el sueño se desconecta el de conciencia y en la muerte, ambos.
 
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Gracias al avance tecnológico de la medicina, en cuidados intensivos hoy es posible mantener de forma artificial la actividad cardíaca y ventilatoria de una persona cuyo corazón ha dejado de latir y no es capaz de respirar por sí misma, lo cual demuestra que el cese de actividad cardiorrespiratoria propia no significa estar muerto. El protocolo utilizado para el diagnóstico de la muerte en este caso es diferente y debe ser aplicado por especialistas en ciencias neurológicas, y se habla entonces de «muerte cerebral» o «muerte encefálica». En el pasado, algunos consideraban que el cese de la actividad eléctrica en la corteza cerebral (lo que implica el fin de la conciencia) era suficiente para determinar la muerte encefálica; es decir, el cese definitivo de la conciencia equivaldría a estar muerto. Hoy, en cambio, en casi todo el mundo se considera difunta a una persona (aunque tenga actividad cardíaca y ventilatoria gracias al soporte artificial de una unidad de cuidados intensivos) que presente un cese irreversible de la actividad vital de todo el cerebro, incluido el tallo cerebral (estructura más baja del encéfalo, encargada de la gran mayoría de las funciones vitales), comprobado mediante protocolos clínicos neurológicos bien definidos y soportado por pruebas especializadas.
 
En estos casos, la determinación de la muerte puede ser una tarea dificultosa. Un electroencefalograma, que es la prueba más utilizada para determinar la actividad eléctrica cerebral, puede no detectar algunas señales eléctricas cerebrales muy débiles o pueden aparecer en él señales producidas fuera del cerebro y ser interpretadas erróneamente como cerebrales. Debido a esto, se han desarrollado otras pruebas más confiables y específicas para evaluar la vitalidad cerebral, como son la tomografía por emisión de fotón único (SPECT cerebral), la panangiografía cerebral y el ultrasonido transcraneal.
 
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Una ECM es un estado especial de conciencia que experimentan algunas personas durante un paro cardiorrespiratorio que puede sobrevenir en diversas situaciones próximas a la muerte. Las ECM suelen ocurrir en las muertes clínicas, por enfermedad, suicidio o accidente, con sensaciones no captadas por los sentidos físicos. Pueden darse a cualquier edad, en cualquier cultura, religión y sexo, y no muestran diferencias por ello. También pueden darse experiencias compartidas con individuos muy próximos afectivamente al que se va o personas que mueren juntas.
 
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Los sucesos que experimentan las personas cuando están clínicamente muertas o cercanas a la muerte se llaman ECM.
 
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Respecto a las ECM compartidas con el ser querido que se va sin que la otra persona esté próxima a la muerte, Moody piensa que son una fuerte evidencia de que la mente existe con independencia del cerebro, porque las personas que las experimentaban no tenían en absoluto las funciones cerebrales alteradas en aquel momento: «No hay ningún problema con el flujo de oxígeno a sus cerebros y, sin embargo, ellos tienen experiencias idénticas a las que he escuchado de personas que sí que estaban próximas a la muerte». Una evidencia de ECM compartida que Raymond Moody contó durante una entrevista para The Epoch Times es el caso de un cura y una monja que sufrieron juntos un accidente automovilístico en Sudáfrica; ambos tuvieron un paro cardíaco seguido de una ECM. Después de ser reanimados, los dos contaron que experimentaron haber salido de sus cuerpos y que, juntos, entraron en una luz; todos los detalles eran idénticos.
 
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Las ECM son experiencias que ocurren. Cada vez se habla más abiertamente de ellas y eso permite que afloren más en lugar de que las personas que las han tenido se las guarden por temor a ser tachadas de locas. Actualmente hay más medios, tanto materiales como tecnológicos, para investigarlas, y esto nos abre la posibilidad de saber científicamente que la vida sigue más allá de la muerte.
 
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La mayoría de las ECM se acompañan de ciertos elementos comunes:
 
Conciencia de estar muerto y percibir el propio cuerpo desde fuera de él. Percepción del cuerpo completo, sin limitaciones.
El cuerpo se vuelve sutil y puede atravesar paredes y puertas. Ven seres terrenales, pero no pueden comunicarse con ellos.
Los sordos oyen y repiten lo que se ha dicho.
Sensación de paz.
Ausencia de dolor.
Sensación de túnel.
Visión de personas fallecidas, conocidas previamente o no.
Visión de una intensa luz que los envuelve y comunicación telepática con esta.
Sensación de amor y de aceptación incondicional.
Sensación de paz, armonía y luz.
Revisión de la propia vida como actor y como espectador, a veces bajo la tutela de un ser de luz, en la cual se percibe cómo se ha vivido, qué repercusiones ha tenido y cómo lo han vivido los demás. Dura fracciones de segundo, pero da una gran comprensión de la propia vida.
Perciben la no existencia del tiempo ni del espacio.
Se les dice que tienen que volver, a lo que la mayoría se opone.
Muchos vuelven de manera brusca, coincidiendo con las maniobras de reanimación.
Ven sucesos invisibles a los demás que están pasando donde se hallan o a distancia. Oyen y recuerdan conversaciones que se están manteniendo y saben quién dijo qué.
En muchos casos, posteriormente se observa un aumento de las capacidades paranormales.
Todas las experiencias son muy lúcidas y se recuerdan a la perfección y exactamente igual que cuando ocurrieron, aunque hayan pasado años. No como en un sueño, que con el tiempo permanece la idea, pero no la exactitud de los detalles.
Las ECM son tan potentes que dan lugar a cambios de vida, de valores y de actitudes que se mantienen en el tiempo y no son pasajeros. En otro tipo de experiencias similares pero que no se consideran ECM no existen repercusiones
 
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¿Existe la muerte?: Ciencia, vida y trascendencia, página 32
 
 
Las ECM desbordan todo lo que la ciencia ha descubierto hasta ahora sobre el cerebro y su funcionamiento.
 
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En medicina nos han enseñado que el cerebro es el órgano más sensible a la falta de oxígeno. Si la respiración se detiene y no se inicia la reanimación en menos de diez minutos, el cerebro del paciente muere. En caso de disminución de oxígeno, como ocurre en un fallo cardíaco o en tensiones arteriales muy bajas, hay agitación y no esa sensación de paz. En el despertar de un coma por falta de oxígeno el paciente tiene recuerdos poco claros, está agitado y padece trastornos de la memoria. Esto no ocurre en las ECM, en las que la experiencia es muy lúcida y los recuerdos son muy precisos y se mantienen en el tiempo.
 
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También hay ECM negativas, que se dan en un porcentaje bajísimo y que llevan a sentimientos de culpabilidad, porque la mayoría de las personas que han tenido ECM la explican como una experiencia maravillosa y ellos no. Sin embargo, al recordarlas se les puede dar la vuelta para que se transformen en experiencias positivas. Generalmente, estas experiencias negativas no se explican a los demás por temor a que la gente se ría o a ser juzgado. Dado que la mayoría son experiencias positivas en las que se habla de paz, amor incondicional y belleza, se puede pensar que, si se habla de una ECM negativa, la gente creerá que ellos no merecen el «cielo». Estas experiencias negativas suelen dejar un miedo a la muerte.
 
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En el caso de haber pasado por una ECM negativa, sería bueno escribirla con todo detalle, leerla en voz alta varias veces, quemar lo escrito y pensar qué cambios se podrían o se deberían hacer. Buscar el «para qué» nos ha ocurrido, qué aprendizaje hemos sacado, qué no queremos más y qué es lo que sí que queremos a partir de ese momento.
 
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Sea como sea, todas las ECM se traducen en cambios.
 
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Después de una ECM se valora la vida y las pequeñas cosas, se vive más el aquí y ahora, no existe el miedo a la muerte, se adquiere una visión más imparcial de la vida, se aprecia más la naturaleza, se buscan valores espirituales, independientemente de la religión que se profesara antes, y se practica más la oración y la meditación para mantener la paz y la serenidad experimentada en la ECM.
 
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Las ECM han ocurrido en todas las épocas. Las conocían los egipcios, los indios norteamericanos, los chinos, los filósofos griegos, los alquimistas medievales, los pueblos oceánicos, los hindúes, los hebreos, los musulmanes… Existen testimonios de ellas en todos los tiempos.
 
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Se considera (así nos lo han enseñado) que la conciencia es un subproducto de los procesos neurológicos de nuestro cerebro, pero, si no le llega ni sangre ni oxígeno, ¿cómo es posible que estas personas puedan tener conciencia de sí mismas, de su situación, que puedan recordar las conversaciones exactas y reconocer quién ha dicho qué e incluso que los ciegos de nacimiento puedan ver? ¿Cómo es posible que luego puedan evocar situaciones, personas y hechos si las estructuras de la memoria del cerebro están sin oxígeno y, por tanto, sin actividad? Y no solo eso, sino que ¿cómo pueden reconocer después del coma a personas que no habían visto antes?, ¿cómo pueden recordar exactamente los hechos, a pesar de que hayan pasado diez años, por ejemplo?
 
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Hasta el año 2000, la mayoría de los estudios de las ECM eran retrospectivos, lo que significa que carecían de objetividad científica y, por tanto, era imposible comprobar los hechos. Solo se basaban en lo que contaba el protagonista del proceso, algo que no era constatable. Y se trataba siempre de situaciones o experiencias pasadas. Ahora los estudios son prospectivos, lo que significa que hay un diagnóstico definido de coma o parada cardíaca y, una vez que la persona se recupera, se le pregunta si tuvo algún recuerdo del período de inconsciencia, y los datos se pueden medir, comparar y verificar a través de las personas que estuvieron allí en ese momento.
 
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Para los científicos verdaderos, la autoridad última es la experiencia, no la teoría.
 
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Sam Parnia y Peter Fenwick están llevando a cabo, como decíamos, el proyecto Aware (Awareness during resuscitation, «Conciencia durante las maniobras de resucitación»), que es el primer estudio científico a gran escala sobre la conciencia durante el trance de la muerte. Para desarrollar su labor, los investigadores cuentan con técnicas sofisticadas que les permiten estudiar en condiciones de laboratorio la relación entre la mente y el cerebro durante el estado de muerte clínica en pacientes con paro cardíaco.
 
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El verdadero científico es el que se da cuenta de unos hechos e indaga, busca explicaciones, causas, y no se cierra a la evidencia.
 
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El sistema cartesiano de investigación y el newtoniano, que nos marca unas leyes inamovibles, fueron muy buenos en su momento, ya que, al dividir y separar las partes de nuestro cuerpo como las de un reloj, se podían estudiar creando un método científico de investigación. Esto fue fantástico para descubrir de qué estábamos hechos, pero somos algo más, y también para saber que el universo sigue unas leyes aplicables a las partículas, al macrocosmos, pero que existe el mundo de las subpartículas, que se rige por otras leyes. Llegará un momento en que se descubrirán unas nuevas leyes más amplias que incluirán a las newtonianas y a las cuánticas. Siguiendo el método cartesiano, un corazón, con el sistema circulatorio separado del cuerpo para su estudio, aunque funcione igual en todos en la teoría, en la práctica lo hará diferente. Porque, ante la misma situación, dos seres reaccionan, piensan y sienten de forma distinta, y el sistema circulatorio es sensible a las catecolaminas circulantes, a las hormonas o a los neurotransmisores que se producen ante situaciones que uno vive con miedo, por ejemplo. Dos seres diferentes reaccionan de distinto modo ante una misma situación. Se ha visto que no solo somos una máquina perfecta, sino que nuestra mente y nuestras emociones influyen en el comportamiento de nuestros diferentes órganos y sistemas.
 
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La conciencia, según los científicos, reside en el córtex cerebral y es el resultado de una simple combinación de compuestos químicos y células cerebrales. La química, pues, es responsable de las imágenes que se despliegan en nuestro cerebro y también es responsable del yo que realiza la observación. Pero la actividad cerebral por sí misma no explica la conciencia. No hay demostración de que nuestras neuronas fabriquen los pensamientos y los almacenen, como tampoco las emociones.
 
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Estamos vinculados, involucrados y somos inseparables de este campo. Einstein lo llamó «el campo como la única realidad». El universo es una trama de interconexiones. En el mundo subatómico todo es un campo unificado, una red energética y de interconexión. En nuestro cerebro, la formación reticular, el córtex cerebral, sobre todo, el frontal, el temporal, el parietal y las vías de conexión entre el córtex y el tronco cerebral a través del tálamo y del hipocampo nos permiten experimentar la conciencia. Pero no son la conciencia.
 
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Para mí, la conciencia es un estado del alma que se manifiesta en el físico a través de una capacidad de autorreflexión, de darse cuenta, de discernir, de decidir. No está en el cuerpo físico.
 
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A mí me parece que la conciencia es un campo electromagnético que el cerebro descodifica, igual que la televisión, que descodifica unas ondas electromagnéticas que le llegan y las transforma en luz y sonido, pero nadie en nuestro medio pensaría que las personas que salen en imágenes están vivas dentro del televisor. La conciencia es más que nuestro cerebro, simplemente lo utiliza y, cuando nuestro cerebro no está en condiciones, nuestra conciencia sigue existiendo: véanse las ECM, las parálisis cerebrales, el autismo… Lo que falla es la comunicación, no la conciencia.
 
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La luz tiene una propiedad que es la dualidad. Se puede comportar como materia (partícula) o como onda (energía electromagnética). Haciendo un símil, el cerebro sería la partícula, los corpúsculos, la materia; la mente sería la onda, o energía electromagnética, y la conciencia sería un campo unificado.
 
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Yo siempre digo que la crisis es lo mejor que puede pasarnos en la vida, aunque nos parezca un contrasentido.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
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Cuando todo se nos desmorona es cuando buscamos otras herramientas, valores y significados. En el caos se halla la fuerza ordenadora para lo nuevo. Ambas cosas son inseparables. Del sufrimiento muchas veces crece lo nuevo. La flor de loto, que es uno de los más antiguos y profundos símbolos del desarrollo espiritual, crece en los lugares pantanosos. Todo esto apunta a que para hacer la casa nueva a veces es necesario destruir la antigua.
 
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Los primeros veinticinco años de cada siglo son esenciales para el desarrollo de toda esa centuria que comienza. Realmente debe haber un cambio, como hemos dicho, en todos los campos, y en este avance debe estar incorporada otra visión de la muerte. A lo largo de este siglo, yo creo que se incorporarán nuevos aparatos de medición cerebral, nuevas cámaras de fotos que permitirán captar esa energía sutil que abandona el cuerpo en el momento de la muerte y nuevos métodos para determinar la relación mente-cerebro. Se determinará que no existe la muerte como final absoluto, sino que simplemente es un cambio de vibración y de dimensión. Todo ello nos ayudará a ver que la vida es una oportunidad de crecimiento, a saber, que lo que hagamos en esta vida es lo que nos llevamos y a perder los miedos.
 
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Saber que la muerte no existe como final de nuestro ser nos ayudará a vivir la vida de otra manera.
 
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Existen muchos miedos a la muerte, pero realmente lo único que debemos temer es que venga y no hayamos vivido. En función de cómo haya sido nuestra vida, así será nuestra muerte. ¡La muerte puede ser la experiencia más maravillosa de nuestra vida! Todo depende de cómo hayamos vivido.
 
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Mi cercanía con la muerte me ha dado una visión más amplia, y yo diría que más práctica, de la vida. Cuando estás cerca de la muerte, cuando convives con ella, aprendes a dar importancia a lo que realmente la tiene, te das cuenta de que lo único que nos queda es el momento presente, y esto te ayuda a vivirlo con otro sentido. Tener la muerte presente nos permite enfocar el día a día de otra manera, con otros valores y significados. La vida amanece cada día como un regalo (recordemos que la palabra «presente» significa «regalo»), y lo primero que podemos hacer al despertar es agradecer a la vida otra nueva oportunidad para amar, para hacer las cosas un poco mejor y desde el corazón, que es lo más presente en nosotros.
 
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Si tú quieres trascender el tiempo y las limitaciones y adquirir voluntad, pon ritmo en tu vida.
 
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Yo siempre digo que aquí venimos a solucionar las relaciones, y la primera tendría que ser con uno mismo. No debemos culpabilizarnos ni criticarnos, sino perdonarnos, querernos. Observemos nuestros pensamientos hacia nosotros mismos. ¿Qué nos decimos? Nos daremos cuenta de que con mucha frecuencia son negativos.
 
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Si nosotros estamos bien, armonizamos todo nuestro entorno.
 
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Debemos expresar lo que sentimos en el momento; de esa manera, al no ir acumulándolo, lo diremos sin agresividad ni enfado y el resultado será diferente. Muchas veces callamos para que no se arme y aguantamos y no nos damos cuenta de que lo que soportamos saldrá en el momento más inoportuno, cuando hayamos acumulado demasiado. Entonces el receptor lo recibirá mal y contestará agrediendo. Nuestro cerebro recibe antes la agresión que la captación del contenido de lo que decimos. Cuando creemos que deberíamos hablar y no lo hacemos, nos estamos agrediendo a nosotros mismos, porque esa energía que no sale va acumulándose en alguna región de nuestro cuerpo, especialmente en la tiroides.
 
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Tomar conciencia nos ayuda y modifica cualquier cosa en esta vida.
 
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¿Existe la muerte?: Ciencia, vida y trascendencia
 
 
Siempre planteo la misma pregunta: ¿quién nos hace más daño: la persona que hizo ese comentario o nosotros, que estamos día y noche, las veinticuatro horas, repetitivamente pensando en lo que nos ha dicho y en el daño que nos causó?
 
Anji Carmelo y Luján Comas
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Nosotros somos nuestros máximos carceleros. Pero no olvidemos que también somos nuestros máximos libertadores, porque nuestro cerebro es un amigo obediente que nos da aquello que le pedimos. Si nuestros pensamientos son de odio, el cerebro pone en marcha todos los neurotransmisores para que nuestro cuerpo no solo «piense» en odio, sino para que, además, «sienta» odio y, al sentirlo, se segregan más neurotransmisores que harán que «pensemos» en más odio. Es un círculo vicioso que solo podemos romper nosotros mismos al darnos cuenta de ello, a través de nuestra conciencia y nuestra voluntad.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
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Somos inmortales. La vida es como el hilo de un collar de perlas y las distintas encarnaciones son como las perlas, que, a medida que se van ensartando en el collar, lo enriquecen, le dan más brillo y más valor, hasta que el collar está completo.
 
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En la Iglesia católica estaba aceptada la reencarnación hasta que en el año 325 d. C. el emperador romano Constantino el Grande convirtió el cristianismo en el culto oficial del Imperio y, junto con Helena, su madre, eliminó las referencias a la reencarnación contenidas en el Nuevo Testamento; sin embargo, no fue hasta unos años después, en el 380 d. C., que el emperador Teodosio proclamó el cristianismo como la religión oficial del Imperio romano. El Segundo Concilio de Constantinopla, en el año 553 d. C., estuvo presidido por el emperador Justiniano, quien declaró herética la idea de la reencarnación. Proclamó un edicto que consideraba anatema al autor de cualquier escrito sobre la enseñanza de la preexistencia del alma así como del retorno a la tierra, es decir, que lo condenaba por hereje a la excomunión. El papa Virgilio, que no estuvo presente en dicho concilio como cabeza de la Iglesia, tuvo que retractarse de sus creencias al respecto para no ser desterrado.
 
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El tema de los médiums es delicado porque hay que discernir, como en todo, lo verdadero de lo que no lo es, como sería aprovecharse de la necesidad, del dolor por la pérdida, de los miedos, de la curiosidad por lo desconocido… Es importante hacer estudios serios al respecto y desechar lo falso para que ese campo no caiga en el descrédito. Hace falta un equipo multidisciplinar formado por científicos serios, psiquiatras que efectúen diagnósticos y descarten las enfermedades mentales y las falsedades, psicólogos, especialistas en estadística y médicos. Son vitales para estas evaluaciones y para las pruebas posteriores.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
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Podemos vivir con esperanza o decepción, con ilusión o indiferencia, con toda una gama de actitudes, pero tenemos que saber que no solo influenciamos con nuestra forma de vivirnos, sino que tarde o temprano podemos convertirnos en eso. Si vivimos nuestras promesas o nuestros temores, si lo hacemos despiertos o adormilados, vamos construyendo una constante que con el tiempo se convierte en la expresión principal de nuestra vida.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
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Podemos vivir con esperanza o decepción, con ilusión o indiferencia, con toda una gama de actitudes, pero tenemos que saber que no solo influenciamos con nuestra forma de vivirnos, sino que tarde o temprano podemos convertirnos en eso. Si vivimos nuestras promesas o nuestros temores, si lo hacemos despiertos o adormilados, vamos construyendo una constante que con el tiempo se convierte en la expresión principal de nuestra vida.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
¿Existe la muerte?: Ciencia, vida y trascendencia, página 140
 
 
Os invito a grabar esta meditación para poder escucharla y meditar cuando lo necesitéis. Con esto en mente, utilizo la primera persona. Cierro los ojos. Soy consciente de mi respiración sosegada. Tranquilamente me observo. Observo mi respiración. Me permito todo el tiempo necesario para acceder a la quietud que acompaña mi paz interna. Descubro y acepto mi expansión, que me eleva hacia dimensiones cada vez menos densas. Observo la amplitud de mi ser. Me reconozco más allá de mi cuerpo, más allá de mis emociones, más allá de mis pensamientos. Entro en niveles progresivamente más sutiles. Permito que la armonía me rodee y me llene. Permito que la quietud me serene. Soy armonía, soy quietud. Con cada inspiración me envuelvo con más luz. Veo la muerte como un espacio inmenso de paz y luz. Está a un paso. Soy yo, sin apegos ni límites terrenales. Soy yo. Me alineo con la ampliación de mi luz, en mí y en mi entorno. Me acepto como la manifestación de luz que soy. Dejo que estas sensaciones se asienten. Soy un ser de luz en crecimiento y expansión. Soy crecimiento. Soy potencial. Me permito serlo. Mantengo una respiración armoniosa y tranquila y, cuando quiera, serenamente, pongo mi conciencia en el aquí y ahora. Cuando estoy preparado, abro los ojos. Observo mi entorno… Observo la armonía que existe entre mi entorno y yo… Doy gracias.
 
 
Anji Carmelo y Luján Comas
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Las meditaciones siempre nos permiten niveles de energía más sutiles, donde son posibles intuiciones inspiradoras. Muchas veces meditar puede ser el disparadero hacia nuevas maneras de vivir siendo, el primer paso que nos proporciona nuevos enfoques. Estos, a su vez, pueden provocar cambios de actitud que tarde o temprano se convierten en nuevas formas de ir por la vida.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
¿Existe la muerte?: Ciencia, vida y trascendencia
 
 
Cuando meditamos, la fuerza y la serenidad, el amor, la armonía, la paz y sensaciones de plenitud están con nosotros. Y, aunque haya pasado tiempo, en cualquier lugar podemos cerrar los ojos, respirar profundamente y en pocos segundos volver a ese estado que nos sosiega y que al mismo tiempo nos llena de energía. Esto crea una sensación de seguridad que potencia nuestra presencia en todo momento y lugar y nos completa. Son sentimientos altamente integrantes que fortalecen la confianza en nosotros y en la vida.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
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Nuestro compromiso está con el crecimiento y no con una lealtad al pasado o a ideales que pueden empezar a limitarnos.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
¿Existe la muerte?: Ciencia, vida y trascendencia
 
 
Cualquier lugar y cualquier tiempo es el ámbito de lo que muchas religiones llaman alma, cuerpo espiritual (doctora Elisabeth Kübler-Ross), orden superimplicado (David Bohm), conciencia objetiva (Gurdjieff ), conciencia búdica (teosofía), atman (jainismo y budismo), y podríamos seguir. Todos se refieren a nuestra trascendencia o esencia creadora, la cual nos impulsa y nos inspira a una expansión con captaciones y capacidades cada vez más completas y totales. Gracias a la elevación de nuestra frecuencia vibratoria accedemos a estos niveles. Normalmente lo hacemos cuando meditamos, oramos o estamos en lugares que nos proporcionan armonía y expansión, como puede ser la naturaleza o algún rincón en nuestro hogar lejos de las ocupaciones cotidianas o las preocupaciones.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
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Mi experiencia
 
Minutos antes estaba ahí, en aquel mismo sitio, deambulando sin un horizonte fijo con la compañía de las hojas que con la brisa bailaban conmigo. No sé cómo llegué a salir del coche. Seguía oscureciendo. Recuerdo verme de pie al lado del coche, ver el accidente, gente que se acercaba, gritos y mis hojas. Yo no sé realmente dónde estaba ubicado, pero no podía ser que la vista fuera desde mi cuerpo. Me recuerdo verme sin rumbo, verme desde arriba, entre el humo y los papeles que cabrioleaban atrevidamente a mi alrededor. No puedo asegurar con exactitud mi ubicación ni el tiempo, pues esta imagen es difusa; no tengo una imagen con total claridad como otras que aún evoco con fiabilidad y lealtad. Pero recuerdo una visión de pájaro, desde arriba. Recuerdo mejor la sirena de la ambulancia, que debía correr mucho por las revoluciones del motor y los constantes cambios de marcha. En la ambulancia notaba cierto desespero a mi alrededor. Yo estaba tranquilo, pero me asustaba más la preocupación de los que estaban conmigo que lo que realmente pudiera pasarme. Alguien me cogía de la mano. Me dejé llevar, una paz inhumana, inexorable, que se empezó a apoderar de mí de un modo implacable. Me diagnosticarían traumatismo craneal, ataque epiléptico, hematoma cerebral, pérdida de conocimiento y de memoria, pero nunca en toda mi vida volví a sentirme tan íntegro, tan completo. Podía comprobar la plenitud de mi existencia, la virtuosidad y el vigor que nos ofrece cada aliento desde lo más profundo de mi ser. Me sentía en todos los sitios a la vez, podía escuchar las voces de cuando era niño, pero podía percibir mis sentimientos. Pasado y presente se fundían, los sentimientos tenían una dinámica diferente, incomprensible y hermosa. Sí, era increíble, podía emocionarme, alegrarme del amor que recibía de mis padres, pero también escuchar el agua del río correr donde nos bañábamos en verano, notar la ternura y las caricias en mi piel, percibir el frescor del agua, sentir el aire o el sol contentándonos y el profundo, intenso perfume de las flores. No tenía clara la noción del tiempo. Dios, ¿quién se quiere ir de ahí? Nadie. Era el cielo en la tierra. ¿Estaba muerto?, pues realmente tenía la impresión de que estaba más vivo que nunca, de estar más lúcido que nunca, de conocerme más profundamente que nunca, de conectar realmente conmigo mismo. En definitiva, en aquel momento era realmente yo y me sentía más yo, me concebía como parte de un todo. No era necesario luchar, solo dejarme llevar en armonía. Puedo decir que allí realmente me reconocí a mí mismo. Era como si mi vida y todo tuviera una razón de ser, estaba lleno de amor, veía mi vida pasar como una hermosa película donde pude sentir cada átomo de vida, solo había paz y amor, porque todo era concordia y estima, yo también era parte de esa paz y de ese amor, no era nada más. Esta sensación iba acompañada de una lenta y profunda, inexpresable e indescriptible atracción inhumana hacia una luminosidad blanca creciente que me atraía inexorablemente por la sensación de paz, una calma celestial. No era un punto de luz, porque todo era luz que irradiaba amor sagrado o intocable. Me uní irremediablemente a esa fuerza inimaginable que me atraía más y más, porque era parte de ella y me sentía en ella. Me adentraba a la luz con una paz que no es comprensible para la mente humana o que yo no puedo aún explicar. Nada, ningún sentimiento terrenal que hubiera vivido o que podría vivir, incluso el intenso y profundo amor que siento por mis hijos hoy, podría impedirme dirigirme a esa luz, nada había en este mundo ni material ni espiritual. La luz lo era todo. Pasado, presente y posiblemente futuro. Era como si la luz fuésemos todos y todos nos necesitáramos para ser. La luz era vida, pero yo era o me sentía parte de esa luz, no me era ajena, la luz me ofrecía una sensación de infinito amor, pero repito que yo también lo era. Yo quería permanecer allí, no irme nunca. Nadie podía ser indiferente a esa sensación. Una atracción realmente impactante que nunca se olvida, una insondable sensación de paz y amor, a la vez de tener la seguridad de pertenecer, de formar parte de algo superior. Cuanto más me acercaba a la luz, más amor, más blanca era y más vida tenía. Solo quería estar en la luz, no la quería dejar. Quería seguir allí, no sé realmente qué pasó, solo recuerdo un «ahora no es el momento, vuelve». No entendí cómo, rodeado de tanto amor, de tanta ternura, todo se rompía de una manera tan brusca, incluso podría decir ruda o hasta desagradable e inesperada sin razón alguna. Todo desapareció, me desperté chillando, empecé con un dolor intenso de cabeza, me incorporé en la cama del hospital, exclamaba alborotadamente, con todas mis fuerzas, creo que me caían hasta las lágrimas, vociferaba: «¡Dios existe!», decía que existía de verdad, que yo había estado con Dios, lo repetía una y otra vez, «Dios existe», y lo decía de verdad, no estaba loco, lo juraba, yo había estado con él y me había dejado bruscamente. Observé la cara de mi padre, que estaba muy asustado, la de mi madre, incrédula, mi novia los acompañaba. Alguien llegó y me pinchó e inmediatamente me relajé y me dormí. Cuando desperté mi cabeza era como un permanente terremoto dentro de mí. Llegué a la luz y volví. Estuve en el cielo en la tierra. En el fondo desperté enfadado, y el arrebato rebelde me costó bastantes años aceptarlo.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
¿Existe la muerte?: Ciencia, vida y trascendencia
 
 
Leí todos los libros posibles que caían en mis manos y estudié todas las explicaciones científicas y espirituales posibles. Tardé más en aceptar <Has llegado al límite de recortes para este elemento>
 
Anji Carmelo y Luján Comas
¿Existe la muerte?: Ciencia, vida y trascendencia
 
 
La ECM suele ser transformadora y provoca la pérdida del miedo a la muerte, cambios profundos en la visión de la vida y una sensibilidad intuitiva aumentada.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
¿Existe la muerte?: Ciencia, vida y trascendencia
 
 
A mi juicio, la ciencia supone hacer preguntas con una mentalidad abierta. La ciencia debería ser el intento de explicar nuevos misterios en lugar de aferrarse a los viejos conceptos. Aquel que jamás haya cambiado de opinión debido a su incapacidad de aceptar nuevos conceptos rara vez habrá aprendido algo. Necesitamos desesperadamente un nuevo cambio de paradigma en la ciencia, y espero sinceramente que el físico cuántico Max Planck estuviera equivocado cuando dijo: «Una nueva verdad científica no triunfa convenciendo a sus oponentes y haciéndoles ver la luz, sino más bien porque sus oponentes acaban muriendo y crece una nueva generación que está familiarizada con ella» (Planck, 1948). En mi opinión, la ciencia actual debe reconsiderar sus hipótesis relativas a la naturaleza de la realidad perceptible, porque estas ideas han conducido al descuido o a la negación de áreas significativas de la conciencia. La ciencia actual suele partir de una realidad basada exclusivamente en fenómenos físicos y objetivos. Sin embargo, al mismo tiempo cabe sentir (intuitivamente) que, además de la percepción sensorial objetiva, también desempeñan su papel los aspectos subjetivos tales como los sentimientos, la inspiración y la intuición. Un análisis puramente materialista de un ser vivo no puee revelar el contenido ni la naturaleza de nuestra conciencia. Por consiguiente, necesitamos una ciencia posmaterialista en la que se incluyan y se acepten todos los diferentes aspectos de la conciencia no local, incluida la idea de que la conciencia es fundamental. La ciencia posmaterialista no rechaza las observaciones empíricas ni el gran valor de los logros científicos alcanzados hasta la fecha. Aspira a expandir la ciencia con el fin de comprender mejor las maravillas de la naturaleza y, en el proceso, redescubrir la importancia de la mente y del espíritu como parte de la estructura esencial del universo. El posmaterialismo incluye la materia, que se concibe como un constituyente básico del universo. El paso de la ciencia materialista a la ciencia posmaterialista puede ser de vital importancia para la evolución de la civilización humana (Beauregard et al., 2014; Schwartz et al., 2018).
 
Anji Carmelo y Luján Comas
¿Existe la muerte?: Ciencia, vida y trascendencia
 
 
Los estudios científicos sobre la ECM ponen en tela de juicio nuestras concepciones actuales sobre la conciencia y su relación con el funcionamiento del cerebro, y esta visión de la conciencia como un fenómeno no local bien podría inducir un enorme cambio de paradigma en la ciencia occidental. La concepción de la continuidad de la conciencia, basada en las investigaciones científicas sobre la ECM, también transforma esencialmente nuestra opinión sobre la muerte debido a la conclusión casi inevitable de que, en el momento de la muerte física, la conciencia continuará siendo experimentada en otra dimensión que englobe todo pasado, presente y futuro. Como me escribió en cierta ocasión alguien que había tenido una ECM: «La muerte es solo el final de nuestros aspectos físicos». Pero deberíamos reconocer que la investigación sobre la ECM no puede proporcionarnos la prueba científica irrefutable de esta conclusión, porque las personas que tuvieron una ECM no murieron totalmente, pero estuvieron todas ellas muy cerca de la muerte, y sin un cerebro en funcionamiento. Pero, como he explicado, se ha demostrado científicamente que, durante la ECM, la conciencia aumentada se experimentaba con independencia de cualquier función cerebral. Citando una nota necrológica reciente: «Todo lo que tienes cae en decadencia, pero aquello que eres continúa viviendo más allá del tiempo y del espacio». Pues bien, tenemos un cuerpo y somos conscientes. Sin un cuerpo, podemos seguir teniendo experiencias conscientes, seguimos siendo seres conscientes. Recientemente, una persona que había tenido una ECM me escribió: «Puedo vivir sin mi cuerpo, pero, aparentemente mi cuerpo no puede vivir sin mí». Parece plausible concluir que siempre ha existido y existirá una conciencia infinita independientemente del cuerpo. Nuestra conciencia no tiene un principio ni tendrá jamás un final. Por esta razón, deberíamos considerar seriamente la posibilidad de que la muerte, al igual que el nacimiento, sea solo una transición hacia otro estado de conciencia y que, durante la vida, el cuerpo y el cerebro funcionen como una interfaz o un lugar de resonancia. Si nos basamos en las investigaciones sobre la ECM, existen buenos motivos para suponer que nuestra conciencia no siempre coincide con el funcionamiento de nuestro cerebro: la conciencia aumentada o no local puede experimentarse a veces separadamente del cuerpo. Una ECM supone tanto una crisis existencial como una intensa lección de vida. Las personas cambian después de una ECM, pues esta les brinda una experiencia consciente de una dimensión en la que el tiempo y la distancia no desempeñan ningún papel, en la que pueden vislumbrarse el pasado y el futuro, en la que se sienten plenas y sanadas y en la que experimentan un conocimiento ilimitado y un amor incondicional. Estos cambios vitales dimanan de la percepción de que el amor y la compasión por uno mismo, por los demás y por la naturaleza son requisitos esenciales para la vida.
 
Anji Carmelo y Luján Comas
¿Existe la muerte?: Ciencia, vida y trascendencia
 
 
 
 
 
 
 

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