Solo los que nos dejan una cicatriz en la memoria viven para
siempre. No tienen que venir necesariamente del más allá ni ser criaturas con
capacidades sobrenaturales, aunque puedan atesorarlas. Simplemente, habitan
entre nosotros.
Javier Sierra
El plan maestro, página 11
¿Se ha dado cuenta de que irrumpen solo cuando desean
confiar a los humanos lecciones importantes? Aunque pueda parecérselo, tales
historias no son una mera cuestión de fe. Los antropólogos contemporáneos
llaman «maestros instructores» a la clase de deidades que surgen de la nada en
momentos difíciles y que entregan a la humanidad información valiosa. Los
encontrará en todas partes. Son los que en los mitos más antiguos enseñaron a
nuestros antepasados a arar la tierra, a domesticar animales, a seleccionar el
trigo y el maíz, a construir con adobes, a mirar las estrellas y a
reconocerlas…
Javier Sierra
El plan maestro, página 33
La historia del arte está sembrada de miradas que apelan al
instinto y no a la razón.
Javier Sierra
El plan maestro, página 96
La gran revelación del doctor Fovel fue enseñarme que el
arte es un umbral que nos permite asomarnos a otros mundos tan reales como el
nuestro. El arte es un espejo mágico, un reflejo universal que, de alguna
manera, ha impregnado nuestros genes desde la noche de los tiempos y emerge en
los sueños y en nuestras obras creativas como mensajes de esos mundos. Solo nos
falta una llave, una palabra mágica, un pasaporte, para atravesar esa puerta y
descubrir lo que se oculta tras ella.
Javier Sierra
El plan maestro, página 106
Lo que nos provoca el arte demuestra, de modo experimental,
que el alma existe.
Javier Sierra
El plan maestro, página 107
Ya no vemos el arte como algo sagrado, sino vulgar. Y eso
nos está empobreciendo.
Javier Sierra
El plan maestro, página 17
Los buenos museos se comen el tiempo de sus visitantes. Son
monstruos silenciosos que parecen dormidos, pero que atraen a los humanos del
mismo modo que lo hacen las plantas carnívoras. Al principio muestran sus
mejores flores y después hipnotizan a sus víctimas mientras las devoran.
Javier Sierra
El plan maestro, página 113
¿No sabes que los secretos terminan hiriendo siempre a quien
los guarda? Son como un ácido: por mucho que los escondas en un lugar seguro,
acaban corrompiéndolo todo. Solo es cuestión de tiempo.
Javier Sierra
El plan maestro, página 126
—Creer en lo mágico abre expectativas peligrosas, querido
Jon, y el materialismo es lo único capaz de neutralizarlas. Por eso lo usamos.
Pero nos hemos confiado pensando que el arte antiguo había sido superado. Sin
embargo, en plena era de internet, todo vuelve a mirarse con ojos mágicos. Es como
este libro —dijo tomando de la silla de al lado el volumen que Einar había
visto al llegar y acariciándolo suavemente. Era un tomo de cubierta dorada, con
un rostro que parecía emerger como de un haz de rayos—: la portada apela a algo
imposible, pero, por alguna razón, en vez de provocar rechazo, atrapa al que lo
ve. Hay una verdad sutil en ella imposible de ocultar. Es algo que te atrae.
Eso es el viejo arte. Y es nuestro campo de batalla.
Javier Sierra
El plan maestro, página 149
—Los museos, con esas inabarcables colecciones de pinturas
mágicas, o las cavernas con sus imágenes chamánicas, deberían estar vacíos… ¡Y
cada vez están más llenos! —lamentó—. Por eso es necesario silenciar de una vez
por todas historietas como la de Fovel y ahuyentar a las masas de esa
contemplación mística, individualista, del arte. Estamos en la era de lo
colectivo y, para los que pensamos con razón y orden, lo colectivo es el
futuro.
Javier Sierra
El plan maestro, página 149
No existe nada más oscuro que la prehistoria humana.
Javier Sierra
El plan maestro, página 196
Hay cuadros que se pasan siglos buscando a sus guardianes.
Cuando los encuentran, se alegran porque saben que, solo entonces, empezarán a
cumplir su función más sagrada: enseñar al mundo a ver el arte desde el alma.
Javier Sierra
El plan maestro, página 303
—Oh, mi cielo, no te asustes —se agachó, dándole un beso en
la frente—. Es normal que no sepas de qué hablamos. Este hombre trabaja para un
ángel como los de la Biblia, de esos de los que te hablan en el colegio. Su
jefe es una especie de policía que va de dimensión en dimensión buscando a
otros como yo, que queremos compartir con los humanos conocimientos que ellos
—lo señaló— no quieren que os alcancen. Los llamamos «los vigilantes». Hay
muchos viejos libros que hablan de su labor.
—¿Y por qué no quieren compartirnos lo que saben? —dijo la
pequeña, inocente.
—Porque si lo aprendierais seríais como ellos. O como yo. Y
saltaríais de mundo en mundo, trasladando vuestra imperfección por todo el
universo.
Javier Sierra
El plan maestro, página 373
—Fovel… —balbució. ¿El maestro del Prado? ¿Había escuchado
bien? Estaba al otro lado del Atlántico, lejos de aquel museo de pintura y, sin
embargo, la sombra de aquel nombre no dejaba de perseguirlo incluso allí.
—Él es nuestro gran pez —confirmó Xochiquétzal.
—¿Cómo?
—Nuestro gran pez, querido. El primero de los maestros. El
que lleva siglos transformándose y apareciéndose en todo el mundo para empujar
a los humanos a ese destino que vosotros queréis hurtarles. El que se enmascara
tras nombres que, cuando son revelados, desnudan su verdadera naturaleza.
—¿Fovel?
Xochiquétzal —que en la mitología mexica es la primera
esposa del dios acuático Tláloc y sabía bien de lo que hablaba— asintió. Sus
pupilas se dilataron como si acabara de encontrar el momento para decirle algo
aún más importante a aquel intruso.
—Fovel, sí. Su nombre es el eco de la palabra prediluviana
con la que se definió por primera vez a los hombres-pez —explicó solemne—.
«Nomen est omen», decían los romanos, ‘el nombre es un augurio’ que determina
tu misión. El fish de los anglosajones, el fiskur de los islandeses o el fisch
de los germanos deriva justo de esa olvidada expresión. Fisch-El, más tarde
Fosch-El. Fovel. El pez resplandeciente. Te abreviaré el cuento. Si te fijas
bien, su nombre tiene el mismo sufijo con el que los hebreos nombraron a Dios,
a su Elohim bíblico, o con el que marcaron el lugar resplandeciente de Beth-el,
aquel en el que los ángeles del Génesis plantaron la «escalera de luz» que
logró comunicar su mundo con este y que vio el patriarca Jacob en sueños. El
significó durante eones ‘el que brilla’, ‘el que fulgura’, porque su naturaleza
es la misma de las lejanas estrellas de las que procede.
Javier Sierra
El plan maestro, páginas 375-376
—Pero, monsieur Sierra, así actúan los ángeles en la Biblia.
Aparecen como si fueran humanos, realizan acciones humanas, entregan su mensaje
y después se van.
—No quiero creer en ellos, padre —le dije—. Quiero saber de
ellos.
Javier Sierra
El plan maestro, página 385
—En este momento están sucediéndose confluencias interesantes en el contiuum espacio-temporal que afectan a la barrera que separa nuestros mundos. Llevamos siglos intentando explicárselo a los humanos, recurriendo a metáforas y a disciplinas simbólicas como la astrología.
Javier Sierra
El plan maestro, página 428
—El arte se activa con la visión de quien lo mira, querido. Ese es el único y verdadero secreto de la pintura. El arte es un espejo que te devuelve lo que le das. Si buscas belleza, eso recibirás. Pero si esperas de él respuestas para algún misterio y le formulas las preguntas correctas, se te abrirá como si fuera una puerta y te conducirá más allá de lo que nunca hayas imaginado.
—Pero no todo lo que llamamos arte esconde esas puertas… —recordé de sus viejas lecciones.
—Así es. ¿Te acuerdas del arcanon del que te hablé cuando nos conocimos?
—El canon de los arcanos, la lista de cuadros con secreto de este museo, claro.
—Aquí, en el Prado, el arcanon abarca una selección muy especial. Es una lista que no aparece en ningún inventario oficial. Pero su elenco de umbrales no es único, no atañe solo a estas salas. También abarca obras del Louvre, de los Uffizi, de la National Gallery de Londres, de los Museos Vaticanos, del Metropolitan de Nueva York y de muchas de las grandes pinacotecas del planeta. Es como si ellas mismas conformaran un museo dentro de todos los museos que integra cuadros a los que une una sola pero fundamental característica: son obras de invocación. Lienzos, tablas o esculturas creados para solicitar la ayuda de fuerzas invisibles de las que se espera una intervención en la vida de los humanos; obras que se sacaron del lugar para el que fueron concebidas, pero que conservan intacto su poder. Cuando alguien las mira con los ojos adecuados, se activan y lo empujan a la dimensión perceptiva para la que fueron creadas.
Javier Sierra
El plan maestro, página 456
El arte, querido, cuenta más con los detalles que con las
grandes obviedades.
Javier Sierra
El plan maestro, página 466
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