AL LIBRO
Mucho te inquietas, ¡ay, libro mío!, y ardes por salir;
mas primero los consejos paternos escucha;
en breves palabras te enseñaré que suerte te han destinado los hados.
Puesto que prometes algo nuevo a los eruditos,
acudirán al instante los más curiosos;
mas cuando hayan leído un par de páginas,
tal vez te releguen a las tiendas y callejas,
donde se vende al pueblo llano la longaniza, la salmuera y el unto.
Mas no sufras: eso es bien frecuente,
incluso con las voluminosas Pandectas
que no raramente suelen parar en los cucuruchos
para la caballa, la pimienta o el pesado comino.
Bernardino Ramazzini
"... Ciertamente era mi intención disertar acerca de las enfermedades de las monjas y de su tratamiento pero estimé más conveniente adelantar esta sobre la conservación de su salud, por considerar que tiene mucho más mérito preservar de las enfermedades que curarlas."
Bernardino Ramazzini
"¿En qué trabaja usted?"
(quam artem exerceat)
Bernardino Ramazzini
Tomada del libro Los hijos de los días de Eduardo Galeano, página 148
"... Voy a contar un caso a propósito del cual por primera vez me surgió la ocasión de redactar De Morbis artificum diatriba (El Tratado de las enfermedades de los artesanos). En esta ciudad que, en proporción con su perímetro está bastante poblada y que, por consiguiente, tiene casas apiñadas y de considerable altura, es costumbre el que, cada tres años, en cada edificio se limpien las cloacas que recorren los barrios. Como esta operación se llevara a cabo en mi casa, al ver a uno de estos obreros efectuar el trabajo en aquel antro de Caronte con gran ansiedad y presteza, compadeciéndome de una labor tan ímproba, le pregunté por qué trabajaba tan aprisa y no hacía su tarea con más calma para no acabar, debido al mucho trabajo, completamente agotado; entonces el desgraciado, alzando hasta mí su vista desde aquel antro, y mirándome fijamente, me dijo que nadie -a no ser que lo supiera por propia experiencia - podía imaginar cual era el precio que había que pagar por permanecer en semejante lugar más de cuatro horas: sería lo mismo que volverse ciego. Después que salió de la cloaca, le examiné detenidamente los ojos y se los encontré bastante enrojecidos y nublados y, al preguntarle de nuevo qué remedio solían emplear los cloaqueros para aquella afección, él mismo -me dijo- que voy a emplear yo al instante: retirarse a casa, encerrarse en una habitación a oscuras y permanecer allí hasta el día siguiente, bañándome los ojos con agua tibia de cuando en cuando, con lo que encuentran algún alivio en su dolor. De nuevo le pregunté si sentían algún ardor en la garganta o alguna dificultad en respirar, si les dolía la cabeza, si el olor irritaba su nariz o sentían nauseas. Nada de eso -me respondió-; la única parte dañada en este trabajo son los ojos y, si me empeñara en proseguir esta tarea más tiempo, pronto perdería la vista, como ha ocurrido a otros. Y así, me dijo adiós y, cubriéndose los ojos con las manos, se marchó a su casa."
Bernardino Ramazzini
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