Ante la exposición que a continuación se presenta, en la que
se indagan algunas de las relaciones existentes entre la psicología analítica,
la Alquimia, el gnosticismo y, sobre todo, la Astrología es menester realizar
una introducción a fin de orientar al lector que no pertenezca al oficio de la
psicología. Lo que sigue en adelante se refiere a observaciones realizadas en
el alma humana. Dichas observaciones pueden ser, como de hecho han sido y, con
toda probabilidad aún serán por mucho tiempo, consideradas como difíciles de
contemplar o de difícil acceso. A algunos, incluso, les pueden parecer
elucubraciones metafísicas, más o menos personales, carentes de validez por
incluirse en el marco de una concepción individual o, a lo sumo, grupal. Sin
embargo, es un hecho sorprendente, y en ocasiones exasperante por la porfía con
la que se defiende, que hasta el más incompetente de los legos cree estar al
corriente de todo cuanto hay que saber de psicología. De esta ciencia él
parecer ser quien más puede saber y, por supuesto, la psicología es, ante todo
y sobre todo, su propia psicología. Uno no deja de enfrentarse ante la nada
anodina situación de tener que enmudecer, mientras el profano trata de dar
magistrales lecciones de psicología, por supuesto su psicología. Pareciera que
los conocimientos sobre esta difícil ciencia estuvieran al alcance de todos,
por tratarse de un área de conocimientos de lo más accesible, conocida y
abarcable. Nada más lejos de la realidad. Pues quien tenga un mínimo
conocimiento del alma compartirá conmigo que se trata de uno de los dominios
más oscuros, inaccesibles y refractarios al saber consciente general de cuántos
se ofrecen a nuestra experiencia. En este terreno misterioso uno jamás deja de
aprender. En el quehacer de todo psicólogo, y de aquellos individuos a quienes
les ha tocado en destino la ardua y peligrosa tarea de embarcarse en un viaje
de autoexploración profunda, no hay día que no se encuentre uno ante
situaciones extrañas e inesperadas. Desde luego que los contenidos de lo
inconsciente no dejan de ser complejos y sólo accesibles bajo determinadas
condiciones, bien alejadas de lo superficial y cotidiano. Pero le son
accesibles a todo aquel que disponga de los conocimientos requeridos y emplee
la metodología que le es propia a este tipo de domino especial. De la
incompetencia y del desconocimiento de los profanos no es responsable el
psicólogo. El proceso analítico, es decir, la dialéctica entre la consciencia y
lo inconsciente deja al descubierto una tendencia hacia la finalidad. En otras
palabras, un proceso que conduce a un fin, cuyo máximo logro es la totalidad
del individuo. A este proceso, cuyo objetivo es la realización plena de las
facultades o potencias inherentes, aunque inicialmente inconscientes, del ser
que habita y abarca al ser humano se lo designa con el nombre de proceso de
individuación o autorrealización. Ejemplos de este proceso se pueden encontrar
en el libro de Abraham Maslow El hombre autorrealizado. Lamentablemente la
senda que conduce a la individuación es intrincada y está colmada de caminos
que no hacen sino dar rodeos. Esa vía larguísima no tiene nada de regia. Es un
camino serpenteante que nos hace discurrir a través de experiencias que se
repiten de un modo cíclico. Podríamos comparar esa vía con el movimiento de una
hélice que va subiendo de nivel a medida que realiza un giro completo. Cada
vuelta de hélice finaliza en un momento en el cual parece culminar un ciclo de
experiencias vitales, al tiempo que nos inicia a una nueva vuelta helicoidal
que nos elevará, Dios Mediante, de nivel.
José Antonio
Delgado González
Psicología y Astrología, página 1
La labor de traer al ámbito de la consciencia los contenidos
de lo inconsciente fue el trabajo al que encomendaban su vida los alquimistas.
Y los procesos que les conducían a la pretendida y ansiada piedra filosofal, es
decir, el oro non vulgi eran los mismos que acontecen en la psicología
analítica moderna, si bien los primeros proyectaban sus contenidos al ámbito de
la materia, mientras que a los segundos le son accesibles a través de los
productos de lo inconsciente que emergen en las sesiones de terapia. Si la
Alquimia ha sido perseguida y atacada por la corriente ortodoxa del
cristianismo, no podía ser de otro modo que la Astrología, su hermana mayor, no
resultara anatematizada también. Y es que, en la Astrología, al igual que en la
Alquimia, encontramos un rico acerbo de símbolos, de manera que para el
psicólogo analítico este es un campo colmado de formaciones arquetípicas que le
proporcionan una valiosa ayuda en virtud de paralelos, de esclarecedoras
comparaciones y amplificaciones de contenidos provenientes de lo inconsciente
colectivo. Con ellos se le permite iluminar a la consciencia, gravemente
turbada cuando se producen emergencias de contenidos que amenazan su
estabilidad. Pues es fundamental que se le proporcionen a la consciencia,
frente a la cual se presentan imágenes de la fantasía de lo más extrañas y
amenazadoras, un contexto que facilite su comprensión y, eventual y
ulteriormente, su asimilación. Lo que se consigue, y la experiencia así lo
confirma, de un modo exitoso a través de la comparación de materiales
mitológicos (simbólicos), cual es el caso de aquellos que proporcionan la
Alquimia y la Astrología, de las que nos ocuparemos en este trabajo con
preeminencia.
José Antonio
Delgado González
Psicología y Astrología, página 8
Si el hombre no lo es sólo es debido a su propia culpa,
debiendo sufrir por sus pecados. Sin embargo, el dios alquimista, Mercurio, no
es en modo alguno la imagen de la Bondad sino, antes bien, una abigarrada
mezcolanza de luz y oscuridad, de hombre y mujer. Es un ser andrógino, una
serpiente mercurial que muere y renace y cuyo símbolo más elocuente es el
Ouroboros, la serpiente que se muerde la cola. Cuando el alquimista había
tenido una experiencia de comunión con esa deidad, ya no podía aceptar la imagen
colectiva de Dios, así como tampoco los caminos institucionalizados de
salvación del alma. Los alquimistas enfrentaron sus propias vivencias
individuales, proyectándolas al ámbito de la materia, en lugar de aceptar una
imagen colectiva que, en aquella época, le era impuesta desde el exterior. De
la esencia de Dios nada puede decir la psicología, pues se escapa a las mayores
tentativas de aprehensión.
José Antonio
Delgado González
Psicología y Astrología, página 14
Para comprender ese paralelo, entre psicología analítica y
Alquimia o Astrología, debemos recordar que los alquimistas proyectaban en el
ámbito de la materia sus procesos inconscientes. Así, cuando un alquimista
quería transformar el plomo en oro, lo que realizaba era un trabajo consigo
mismo. El plomo simbolizaba, es decir, se refería tanto al metal con el que
trabajaba, cuanto a su estado natural e instintivo, es decir, ese estado de
ignorancia, inconsciencia e irreflexión desde el cual partía la denominada
materia prima. Lo que la materia prima era concretamente no se puede saber con
certeza. Podía ser el plomo, la sal, el oro, el vinagre, el azufre, etc. Y esto
no nos debe extrañar pues de lo que se trata es justo de la materia desconocida
sobre la que se proyectaban los contenidos de lo inconsciente. Siendo esta la
base de la obra alquimista, y teniendo en cuenta que se trata de las partes de
la personalidad más conflictivas con las que había de trabajar para llegar a
armonizarlas, para cada alquimista, como para cada analizando, esta materia es
diferente. Así, la obra alquímica de la transformación de la piedra filosofal
en el oro non vulgi se refiere, en el ámbito psíquico, al trabajo de toma de
consciencia de los contenidos más conflictivos, oscuros y execrables de la
naturaleza del alquimista que, mediante las operaciones pertinentes, le
conducirían a convertirlos en cualidades que lo llevarían al despliegue de sí
mismo. Ese trabajo, como lo expresan los alquimistas, es muy laborioso, difícil
y peligroso pues en ello les va en juego su vida. Para efectuar ese trabajo el
alambique o matriz en la que tenían lugar las operaciones debía ser fuerte y
muy resistente, a fin de que no se rompiera. Además, debía permanecer sellado
para impedir que los gases, así como la temperatura, no se escaparan al
exterior. En un sentido psicológico, esto quiere significar que la consciencia
debe estar férreamente posicionada, así como continuar las operaciones con
devoción, pese a lo difíciles y penosas que pudieran éstas resultar. Por dicho
motivo, se comprenderá la importancia y necesidad de un compromiso moral para
con uno mismo que entraña semejante obra. Al igual que sucedió con la Alquimia,
que inicialmente fusionaba los procesos que tenían lugar en el terreno de la materia
y los que acontecían en el interior del individuo, la Astrología fue
desligándose cada vez más del ámbito material, hasta escindirse en dos
disciplinas diferentes: Astrología y Astronomía (Psíquica la una y Física la
otra). Esta escisión ha alcanzado tal dimensión que incluso astrónomos
profesionales y competentes rechazan a la Astrología considerándola una
pseudo-ciencia. Se esfuerzan por separar nítidamente una disciplina de la otra.
Sin embargo, si se dejase de considerarla como una especulación acerca del
movimiento de los cuerpos celestes, y se la entendiera como un campo colmado de
conocimiento psíquico proyectado, entonces se verificaría la tremenda ayuda que
le supone al psicólogo para elucidar los contenidos de lo inconsciente
colectivo y los procesos que allí tienen lugar. Ambas disciplinas, la Alquimia
y la Astrología, nos presentan unos magníficos mapas del desarrollo individual
del ser humano, es decir, del proceso de individuación. Los mandalas o dibujos
simbólicos circulares representan al arquetipo del Sí Mismo o personalidad
total.
José Antonio
Delgado González
Psicología y Astrología, página 18
El Ascendente
El Ascendente es un punto en el horóscopo o carta natal.
Muestra el inicio de las Casas astrológicas, siendo la cúspide de la Casa Uno.
Se trata del grado exacto del signo zodiacal que se eleva por encima del
horizonte oriental en el momento del nacimiento. Dado que coincide con nuestra
salida en escena, en la que se realiza la primera respiración independiente,
fuera ya del útero materno, representa el comienzo de un ciclo, el paso o etapa
inicial en el proceso del llegar a Ser un individuo autónomo e independiente de
la madre. De acuerdo con la sabiduría astrológica todo aquello que nace en un
momento dado refleja las cualidades de ese momento. Así pues, el Ascendente
representa el modo en que hemos sido dados a luz, así como la manera en que
vivenciamos ese parto. En otras palabras, el Ascendente simboliza la imago del
nacimiento, el arquetipo de la Iniciación. Atribuimos a la vida las cualidades
del signo que se encuentra en el Ascendente, lo que es tanto como decir que,
pese a que el arquetipo del doble nacimiento o de la iniciación sea universal,
cada individuo lo vivencia de modo diferente. La lente a través de la cual el
individuo filtra la experiencia es distinta. Por tal motivo, cada uno se
conduce, actúa y responde a la vida y al mundo de acuerdo con su lente
particular. Y, debido al hecho de que se actúa de conformidad al modo en que se
concibe o interpreta la experiencia, la vida responde a nuestras expectativas,
como si de una imagen especular se tratara. Dado que el Ascendente representa
el modo en que percibimos el mundo y, recíprocamente, lo que el mundo nos
parece mostrar como reflejo de ello, se colige que, del total de las diferentes
interpretaciones posibles de las situaciones, experiencias, comportamientos y
actitudes, sólo elegimos aquellas que se adecuan a nuestra perspectiva, al
cristal de nuestra lente o foco de consciencia. Y de acuerdo con lo filtrado,
con lo que se ha seleccionado del total, se organiza la experiencia vital.
Como representante del arquetipo de Iniciación, el
Ascendente simboliza el modo en que experimentamos todo nuevo comienzo. Así,
representa la actitud que adoptamos cuando nos enfrentamos a las diferentes
etapas o fases de la vida. Especialmente importante es su relación con el
arquetipo del segundo nacimiento. Pues, al igual que sucede con el nacimiento
biológico, tal y como se desprende de los trabajos del psiquiatra Stanislav
Grof, el renacimiento es vivenciado de modos diferentes y el signo y los planetas
que se encuentran en el Ascendente nos dan información de la cualidad de la
experiencia.De igual modo, la forma en que encaramos la vida, la máscara que
adoptamos para adaptarnos al entorno social viene simbolizado por el
Ascendente. Desde luego las funciones que debemos desempeñar para adaptarnos al
ambiente externo son muy importantes, en la medida en que también nos sirven
para desarrollar nuestra propia y peculiar identidad. Sin embargo, la
identificación que el ego consciente hace con las cualidades del Ascendente o
persona, provoca que la parte suplante al todo con las dramáticas consecuencias
de semejante acto.Debemos resaltar dos aspectos muy importantes cuando nos
referimos a la persona. Esta no sólo es la forma en que nos ven los demás y
nosotros mismos; es, también, el modo en que percibimos la experiencia. Y,
ambos aspectos son fundamentales si queremos llegar a comprender la importancia
de esta parte del Sí Mismo.
Jung advirtió que constituía una experiencia fundamental lo
que él denominó la disolución de la persona, si se pretendía llegar a ser uno
mismo. El proceso de individuación, de hecho, daba comienzo con la disolución
de la máscara y el enfrentamiento con la sombra, es decir, con todos aquellos
contenidos que habían sido rechazados por el yo consciente por no adecuarse a
la imagen que se tiene de sí mismo, es decir, precisamente la persona o
máscara. Asimismo, observó que tras la maraña de contenidos de carácter
personal o biográfico, en el proceso analítico, así como en la individuación,
parecían emerger ciertos elementos, en sueños y fantasías, provenientes de lo
que él denominó inconsciente colectivo. Pues bien, una vez ingresado o iniciado
el individuo ha de diferenciar sus componentes colectivos, que de ese modo lo
convertirán en un individuo único. Uno de esos componentes a diferenciar es,
justamente, el arquetipo del Ascendente o persona. Sin embargo, en lugar de que
este se convierta en idéntico a la consciencia del ego, ahora se entiende como
un elemento más de la personalidad total. Una parte muy importante, pues
representa nada menos que la lente a través de la cual el individuo experimenta
las experiencias vitales. Esta nueva comprensión de la persona conduce a la
toma de consciencia del modo en que el individuo organiza la experiencia, de la
existencia de múltiples formas distintas de encarar la vida, así como de la
manera en que los otros perciben esas múltiples formas. En otras palabras, que
la perspectiva individual no sólo puede ser distinta, sino incluso opuesta a la
de los demás. De ese modo, entra en juego la tolerancia frente a puntos de
vista diferentes y se es consciente de que el punto de vista y, por tanto, la
perspectiva de uno mismo puede diferir con respecto a la de los demás, pues uno
mismo es diferente. La identificación con la persona como máscara o pose
colectiva, conduce justo a lo opuesto. A la imposición del punto de vista
propio y a la indignación cuando se es consciente de que el otro es
precisamente otro. Esa identidad inconsciente según la cual el punto de vista
de uno ha de ser compartido por los demás y, por consiguiente, lo que uno “vea,
opine, crea o entienda” necesariamente ha de ser visto, opinado, creído o
entendido por todos se disuelve también al tomar consciencia plena del
significado profundo del Ascendente. Lo que pensamos nos resulta muy claro a
nosotros mismos y creemos que es lo único real y válido y lo que los demás
deben pensar también. Sin embargo, cuando alguien no opina como nosotros nos
impacientamos y hasta nos violentamos pues ¡Cómo es posible que lo que nosotros
opinamos, pensamos o vemos no sea compartido por el otro! Y lo que los otros
ven, piensan u opinan no es válido o cierto si nosotros mismos no lo vemos,
pensamos u opinamos. O, al menos, tiene menos validez que lo que nosotros vemos
o pensamos. Cuando no hay un vínculo subjetivo con esas ideas u opiniones las
tenemos por inexistentes o altamente inverosímiles, sin reflexionar que lo que
no vemos, pensamos u opinamos puede tener el mismo valor. Simplemente no
atinamos a verlo. Esta es la actitud del “sólo lo que yo opine está bien y es
válido, es decir, existe y lo que se salga de ese campo de visión individual
carece de sentido o es estúpido o no existe”. Así, al darnos cuenta de nuestro
Ascendente, como lente a través de la cual filtramos la experiencia, se
modifica nuestra actitud, dando de ese modo un valor por lo menos igual a los
puntos de vista que difieran del propio. Esa apertura enriquece la experiencia
y amplía los horizontes, de manera que se hace posible comprender la
relatividad de la perspectiva propia. Con ello, modificamos el modo de
reorganizar la experiencia, al tiempo que ampliamos el campo de experiencias
que podemos enfocar. De lo dicho hasta el momento se desprende inmediatamente
la siguiente conclusión: que persona y personalidad, pese a derivar de una
misma raíz, no son términos que se identifiquen. No resulta extraño que muchos
individuos traten de identificarlos en sus propias vidas.
El Ascendente simboliza el modo en que nos mostramos ante la
sociedad, así como la manera en la cual ésta nos ve a nosotros.
Cuando se es capaz de diferenciar entre persona y
personalidad, comprendiendo que la primera es una parte de la segunda, entonces
se toma plena consciencia de que el Ascendente es el camino a recorrer para
llegar a desplegar la personalidad. Pues la persona, como lente a través de la
cual el individuo percibe el mundo, es aquella parte de la personalidad que le
conducirá al conocimiento de sí mismo y al despliegue de su propia identidad.
Ya hemos mencionado que la persona, en tanto que sinónima de
Ascendente, es una lente que percibe selectivamente la experiencia. De ese
modo, existe un a priori en la percepción de toda vivencia en el individuo. Ese
a priori lo constituyen aquellos modelos o patrones de ordenación del material
inconsciente que se denominan arquetipos. Así, hay un arquetipo que constituye
la base de la experiencia de toda iniciación, así como del modo y manera en que
nos presentamos al mundo y de cómo este nos percibe. Cuando un niño vivencia a
la madre como una persona fría, astuta, indigna de confianza, cruel, rígida y
despiadada sería aconsejable prestar atención al modo en que el resto de
hermanos experimentan a la madre. Probablemente ésta no sea más fría o rígida
que cualquier otra madre, pero el niño la experimenta bajo la experiencia de un
factor arquetípico que opera en su interior. Del mismo modo, si esta
experiencia se confirma cuando un joven intenta establecer un primer contacto
con una mujer, de modo que al verla peligrosa y astuta, desconfía de ella y
vacila hasta el extremo de retraerse en su presencia, entonces ese mismo factor
operará en el Ascendente del joven. Y dado que es así como se comporta en
presencia de las mujeres con las que entabla la primera cita o contacto, este
miedo interior provocará una reacción en la joven con quien se relacione y
activará en ella los elementos de su personalidad que más se adecuen a la
proyección. De ese modo, se produce una confabulación entre la imagen que el
joven proyecta y la actitud que moviliza en la mujer. Y así podrá decirse a sí
mismo: “Todas las mujeres son igual de frías y desconsideradas, indignas de
toda confianza”; o bien, “las mujeres no sirven sino para acostarse con ellas”;
o también, “es imposible confiar en ellas, son frías e interesadas por lo que
puedan sacarle a uno”. Pero lo cierto es que cabría preguntarse si esto es
realmente así. La experiencia confirma que la realidad es bien distinta. Si
bien, para el individuo que así lo vive, desde luego que siempre se confirma lo
mismo. Él no es consciente de que, en realidad, un factor inconsciente opera en
su interior y es el responsable de todas esas experiencias, atrayendo de
continuo idénticas situaciones.
Por norma general, todo arquetipo que esté en conjunción con
el Ascendente irradia hacia el exterior, de modo que los atributos del signo o
planeta astrológico que se hallen en él se amplifican, teniendo una importancia
crucial en el desarrollo de la personalidad total o Sí Mismo. Cuando esta norma
no se cumple, lo más probable es que exista en el individuo un conflicto de
energías contrapuestas que impiden la expresión de los potenciales existentes
en su Ascendente. La amplificación que la idea astrológica del Ascendente nos
ha permitido hacer con el término persona en psicología analítica ha puesto de
manifiesto que la máscara no es sólo aquella mera pose que el individuo
presenta ante mundo, la sociedad y ante sí mismo, una suerte de falsificación
de su verdadera personalidad.
A través de las funciones simbolizadas por el Ascendente
llegamos a manifestar quienes somos como entidades completas. Parece ser una
constante en psicología que este modo de contemplar la persona no tiene lugar,
paradójicamente, sino después de la disolución de la identificación del yo
consciente con la misma persona, en tanto que rol social, máscara o careta, en
definitiva, un recorte individual de la psique colectiva. Esa disolución pone
al individuo en contacto con su alter ego, con su sombra, con aquella parcela
de su personalidad que también es él, pero que ha permanecido oculta por
diversos motivos. Esa experiencia difícil, bien dirigida y asimilada, le
permite al individuo conectar con su inconsciente e iniciarse en la senda que
le llevará a su autorrealización. Esto nos permite comprender por qué el
Ascendente simboliza el arquetipo de la iniciación. Dado que en dicho proceso
tiene lugar un desplazamiento del centro regulador, trasladándose éste del
pretérito ego a la más amplia y completa personalidad total, que lo engloba y
sostiene. Ya no es la egoísta voluntad del yo consciente la que rige el destino
del individuo sino la propia personalidad. Y es precisamente cuando esta
transformación tiene lugar que la persona, en tanto que sinónima de Ascendente,
asume importancia y un valor sobresaliente en el arduo proceso de
individuación.
El Ascendente es la máscara verdadera de la que uno no puede
desprenderse, por mucho que lo desee. Y es esa careta la que deja su impronta
en el ambiente que nos rodea, no sólo en la relación con los hermanos y amigos,
sino también en el sector profesional, como en cualquier otra esfera de la
vida. De hecho, algunos autores dicen ser capaces de conocer el Ascendente de
un individuo sólo con verles el rostro, el porte y la apariencia física
general. Hay incluso astrólogos que afirman ser capaces de corregir una hora de
nacimiento incierta, evaluando la configuración física y el aspecto de una
persona y correlacionándola con el signo Ascendente. No obstante, desde mi
punto de vista, adscribir el aspecto físico únicamente al signo Ascendente es
un tanto simplista. Por no mencionar lo difícil que resultaría si el individuo
en cuestión tuviera un Ascendente aspectado por múltiples planetas.
La idea que sí hay que tener en mente siempre que tratemos
del Ascendente, y lo que lo correlaciona con la persona, es el hecho de que
éste simboliza una encarnación física del individuo o una manifestación
concreta en una configuración o cuerpo físico de las múltiples posibles. Es la
máscara verdadera del individuo, la pose que mostrará siempre que aparezca,
produciendo un efecto o influencia sobre el ambiente toda vez que “salga a
escena”.
José Antonio
Delgado González
Psicología y Astrología
En Astrología, la sombra o el alter ego viene representada
por el descendente, es decir, el punto o ángulo opuesto al Ascendente.
José Antonio
Delgado González
Psicología y Astrología, página 36
El dilema eterno de Saturno-Neptuno se vivencia a lo largo
de la vida del individuo. Así, primero se va forjando y estructurando un ego,
afilando las facultades que le son propias (Ascendente), para adaptarse a las
expectativas sociales (Medio Cielo). Una vez diferenciado el ego e identificado
con la persona, el individuo adquiere un nombre, un status social, es
propietario de un coche y de una vivienda (asuntos relacionados con el Medio
Cielo), como resultado de su lente particular y, encontrándose, como reflejo de
ello, ante situaciones, circunstancias y oportunidades diversas que lo hacen
diferenciar aquellas facultades que son propias de su persona-Ascendente, etc.
Esta fase corresponde a la construcción de estructuras y, por lo tanto, se
relaciona con Saturno. Sin embargo, Neptuno ha quedado completamente fuera del
haz de luz de la consciencia. Pero, llegado el momento, el arquetipo neptuniano
se constela y hace acto de presencia en el ámbito de la consciencia. Sueños
típicos de esa irrupción son aquellos en los que se producen inundaciones,
diluvios, etc. Por ejemplo, un río puede desbordarse e inundar y arrastrar al
soñador, dejándole con la sensación de que se han destruido todos los diques
que él había construido para sentirse seguro y evitar así todo sentimiento de
desvalimiento y de incapacidad. Esa destrucción por disolución de estructuras
está asociada al arquetipo neptuniano, permitiéndole al individuo darse cuenta
de que existe algo más allá de los límites estrechos del ego consciente. Y no
sólo verlo, sino, también experimentarlo. Dicha experiencia de lo que de
inmortal y universal hay en el individuo da acceso a la comprensión de que todo
individuo, en un cierto nivel, está conectado con el resto de los seres vivos
que en la tierra habitan, siendo él una gota en el inmenso océano de lo
inconsciente. Esa vivencia, llevada un poco más al extremo, puede conducir al
individuo a tener una experiencia de unión con Dios, lo que le permitirá darse
cuenta de que existe una voluntad superior que guía su destino, allende la
egoísta voluntad del ego. Y, si dios quiere, en un nivel más elevado,
comprenderá que la voluntad del yo debe ser alineada con la voluntad de Dios o,
para expresarlo en términos de psicología analítica, del arquetipo del Sí Mismo
o Personalidad. En pocas palabras, es ese el dilema Saturno-Neptuno que el
individuo ha de arrostrar en el transcurso de su vida.
José Antonio
Delgado González
Psicología y Astrología, página 59
Psicología y Astrología, página 1
Psicología y Astrología, página 8
Psicología y Astrología, página 14
Psicología y Astrología, página 18
Psicología y Astrología
Psicología y Astrología, página 36
Psicología y Astrología, página 59
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