Rafael Llopis

1.ª) El progreso del conocimiento humano consiste esencialmente en una diferenciación cada vez más nítida entre Yo y No-Yo, es decir, entre sujeto y objeto, entre conciencia y cosmos. El primitivo, que carece de conciencia del Yo, lo vive proyectado —enajenado— en el cosmos y, en consecuencia, éste —el cosmos— se humaniza, se animiza se antropomorfiza. A la enajenación del Yo en el mundo corresponde así una plena apropiación del mundo por parte del Yo.

2.ª) La actividad operativa que corresponde a esta fusión original del Yo y del No-Yo es la magia. Como las emociones están en el mundo, su expresión mueve al mundo. Pese, sin embargo, a esta base implícita errónea, la magia es, ante todo, una praxis, y, como tal, permite un aprendizaje por tanteo. La conducta objetivamente adecuada obtiene una recompensa (refuerzo) en forma de éxito real. De este modo, del caos de la magia se va diferenciando el conocimiento racional del mundo, que no es sino la captación de las relaciones objetivas existentes entre las cosas entre sí, haciendo abstracción de las significaciones subjetivas, esto es, de las relaciones páticas establecidas entre las cosas y el sujeto.

3.ª) Parece lógico pensar que la conducta objetiva, racional, que es recompensada por el éxito práctico, suplantaría rápidamente a la conducta subjetiva e irracional que es la magia. Esto no sucede así. La magia persiste también en virtud de un mecanismo reflejo-condicionado. El rito mágico proporciona un alivio al sujeto angustiado que lo celebra. Este efecto, sin embargo, es eminentemente subjetivo, y dado que la conducta racional permite obtener éxitos objetivos que redundan en beneficio y progreso material de la colectividad, dicha conducta es la que se va imponiendo en la sociedad, de lo que resulta una creciente represión social del pensamiento mágico. Esta represión social se internaliza y da origen a una autorrepresión mayor o menor.

4.ª) El racionalismo, en ascenso, pero aún joven, no sólo niega la validez objetiva de la magia, sino que, llevado por la radicalidad propia de toda negación adialéctica, tiene tendencia a reprimir la magia en bloque, negando incluso su eficacia subjetiva. Este racionalismo joven y mecanicista engendra, por contraste, un irracionalismo que, en vez de limitarse a reivindicar la eficacia subjetiva de la magia, llega hasta postular su eficacia objetiva y propugnar la destrucción de la razón. Ambas posturas son igualmente erróneas y se hallan en mutua dependencia.

5.ª) La síntesis dialéctica de esta antinomia consiste en renegar la metafísica negación racionalista y completar la objetivación del mundo mediante la subjetivación del Yo. Estos dos procesos, íntimamente vinculados entre sí, corresponden respectivamente a la ciencia y a la estética. La primera es un conocimiento de las relaciones existentes entre las cosas entre sí. La segunda es la expresión de la relación inmediatamente vivida entre las cosas y el Yo.

6.ª) La estética, en este amplio sentido que yo le doy, es, sencillamente, una magia que se sabe puramente subjetiva. Es la expresión de emociones, el gesto, el rito, que se saben ineficaces para mover el mundo de la física, pero sí capaces de mover, de conmover, de modificar al Yo (y a otros Yos).

Rafael Llopis
En el Prólogo del libro Viajes al otro mundo de H. P. Lovecraft y E. Hoffmann Price y Thomas Owen, página 6



"Cualquiera que haya leído descripciones de experiencias psicodélicas se dará cuenta al instante de su semejanza con las vivencias expresadas por Lovecraft. Surge inmediatamente una pregunta ¿se drogaba Lovecraft? Parece que no. En sus cartas jamás alude a ello ni lo menciona ninguno de sus biógrafos. Sin embargo, de lo que no cabe duda es de que había logrado poner a punto una técnica que le permitía tener acceso al Otro Mundo arquetípico. A este respecto, es bien sabido que las drogas alucinógenas constituyen un «atajo químico» hacia el éxtasis, pero que éste puede alcanzarse mediante numerosas y variadas técnicas. Pues bien, parece que, entre todas, la vida que siguió Lovecraft para tener acceso al Otro Mundo fue la del dormir fisiológico y los ensueños. Acaso sin saberlo, obedeció, para alcanzar el éxtasis, el viejo precepto alquimista vivir la muerte, llegar despierto al fondo del sueño. El mismo se nos presenta como un «soñador experto», y sus biógrafos insisten en que soñar era su única fuente de satisfacción. En psiquiatría, por otra parte, se sabe que los alucinógenos provocan precisamente estados oníricos de conciencia. El parentesco entre los sueños, la locura, el efecto de ciertas drogas, la mente infantil y la del primitivo ha sido señalado muchas veces y es idea aceptada corrientemente por la ciencia. En todos los casos citados existe un bajo nivel de conciencia, que en los tres primeros es fruto de un descenso desde el nivel llamado normal y en los últimos obedece a que aún no se ha producido el ascenso propio de la evolución. Una vez más, vemos aquí confirmada la identidad presentida por Lovecraft entre el sueño, la locura, el mundo infantil y el numinoso universo primitivo. En la zona crepuscular y engañosa de la experiencia humana en que él se movía, todas estas palabras carecen de diferencias en cuanto a significado y designan una sola vivencia: la del Otro Mundo, la del paraíso perdido, a cuya recuperación Lovecraft consagró su vida. Nada tiene, pues, de particular que Lovecraft llegara a ser maestro en el arte de viajar al Otro Mundo. Es lógico que un hombre que dedicó su vida entera a un solo menester acabara por ser maestro en él. Y H. P. Lovecraft fue un toxicómano de sueños. Fue un onirómano contumaz, cuya droga ninguna policía del mundo podía intervenir."

Rafael Llopis
En el Prólogo del libro Viajes al otro mundo de H. P. Lovecraft y E. Hoffmann Price y Thomas Owen, página 17



"En cuanto al inglés que escribe Lovecraft, no sólo no es antológico, sino que es francamente detestable. Afirmar que se lee a Lovecraft por la belleza de su lenguaje es como decir que se asiste a un strip-tease para admirar la voz de la artista, es decir, se trata de una racionalización, de un pretexto para poder aceptar, salvando las apariencias, su fondo irracional y terrible, secretamente deseado. No. No nos engañemos. Si leemos a Lovecraft es porque, mediante su lenguaje barroco, desquiciado, confuso y aglomerado, consigue expresar y transmitir parte de sus vivencias numinosas. Lo válido en Lovecraft no es la forma, sino el terrible contenido universal y arquetípico. Leer a Lovecraft no es, pues, distraerse para no pensar, sino bucear por el mundo sin luz del inconsciente colectivo. Es traspasar los umbrales del Otro Mundo y mirar a la cara de las oscuras y amorfas divinidades de los orígenes. Es dar vacaciones al ego y liberar el caos sin forma de nuestras profundidades abismales. Es anular temporalmente nuestros esquemas cotidianos de pensamiento —con lo que tienen no sólo de racional, sino también de represivo— y reactivar estructuras que de puro arcaicas nos resultan nuevas. Leer a Lovecraft es una aventura peligrosa. Leer a Lovecraft equivale a hacer un viaje con LSD. No es una e-vasión, sino más bien una in-vasión.

Surge inmediatamente una pregunta ¿se drogaba Lovecraft? Parece que no. En sus cartas jamás alude a ello ni lo menciona ninguno de sus biógrafos. Sin embargo, de lo que no cabe duda es de que había logrado poner a punto una técnica que le permitía tener acceso al Otro Mundo arquetípico. A este respecto, es bien sabido que las drogas alucinógenas constituyen un «atajo químico» hacia el éxtasis, pero que éste puede alcanzarse mediante numerosas y variadas técnicas."

Rafael Llopis
En el Prólogo del libro Viajes al otro mundo de H. P. Lovecraft y E. Hoffmann Price y Thomas Owen, página 15





"La sociedad aún no está lo bastante cuerda para permitirse la locura."

Rafael Llopis
En el Prólogo del libro Viajes al otro mundo de H. P. Lovecraft y E. Hoffmann Price y Thomas Owen, página 12







































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