"Parpadeé. «Cierto. Los libros.» Me di una bofetada mental por haber perdido el hilo solo por encontrarme con una cara bonita. Apenas llevaba veinte minutos con mi propio apellido y los hombres estaban fuera del menú en mi futuro más inmediato. Además, él ni siquiera era de por aquí. Dieciocho horas de viaje o no, resultaba evidente que llevaba un pantalón hecho a medida; las mangas de su camisa de lino blanco estaban remangadas en ese estilo informal y despreocupado que era de todo menos despreocupado. Los hombres de Poplar Grove no se molestaban en comprar pantalones de mil dólares ni tenían acento neoyorquino.
—Mucho —contesté—. Chico conoce a chica, se enamoran, viven una tragedia, alguien muere. —Me encogí de hombros, orgullosa de no sentir que el calor subía a mis mejillas y me delataba—. Añadamos un poco de dramatismo legal en los tribunales, algo de sexo insatisfactorio, aunque poético, quizá una escena de playa, y eso es todo. Si es lo que le gusta, no puede equivocarse con ninguno de esos libros.
—¿Insatisfactorio? —Frunció el ceño, miró ambos volúmenes y luego me observó a mí—. No siempre muere alguien."
Rebecca Yarros
El amor que dejamos atrás
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