Ernesto Delgado

ÁGUILA

Posada sobre todo lo vivo,
El águila gira brusca su cabeza brusca
Buscando nacimientos, esperándolos.
Y luego asciende y cae en su vuelo,
Dibujando con su vuelo el círculo de todo lo que nace.
Todo lo naciente tiene un águila
Que le hace señas a las cosas que nos encuentran.
El águila toma la forma de tu espíritu
Para que puedas entenderle el idioma a su vuelo.
Un día se posa cerca de tus ojos esperando,
Esperando que empieces a nacer.

Ernesto Delgado




EL DOLOR Y EL CANTO

Pongo mi dolor a cantarme:
lo encierro en mi oído y me duermo doliéndome. Cuando despierto la jaula está
abierta, pero no está abierta, es un canto que duele después, por eso no tiene alas;
es solo un canto que duele después. Pero tú no tienes alas, tú solo
dueles.

Pongo mi dolor a cantarme tu dolor con ese chillido de la demencia
que te escuché soltar en el alambre de la camilla.
Así, con ese chillido, entró la muerte en tus huesos como entra el aire en diciembre por las paredes de los pobres.
Así, con ese chillido, caíste rígida y solemne, carcomida estatua.
Así cantan las hojas cuando el viento las arrastra por los patios.
Es el mismo canto que lanzabas entre las cucharas de aluminio
para que las sombras de la noche fueran cabizbajas hacia el fondo de la casa
con sus hocicos sucios por los huesos tirados en el portal de tus años.
Tú dejas mi oído abierto para que yo te escuche existir.

Por eso pongo mi dolor a cantarme tu dolor.
Yo estoy lleno de pichones,
mi dolor pone huevos en tus muertes.
Tu canto y mi canto chocan, no se reconocen y se siguen buscando:
Desde siempre mi dolor cantó en tu oído y no lo reconocías,
desde siempre cantó junto al tuyo en la jaula de la vida.
Siempre cantó en tu cama de hospital, cantó hasta tener plumas,
hasta posarse en las alambradas con que me cercan y condenan.
Canta fuerte para que yo lo reconozca y encierre. Pero tu dolor no me deja escucharlo.

Ernesto Delgado




EL ENFERMO

Un día enfermas de otra latitud.

Fran Abel Dopico

Enfermas de otra latitud, del cáncer de otra latitud como un exiliado sin exilio. Toses otra latitud, te duelen las latitudes. Te duelen las ciudades y costumbres que el tiempo ha devorado porque el tiempo es el cáncer de las cosas. Pero más te duelen las ciudades que no has devorado. Las hembras y las calles, los templos y bahías, los ríos que engordan de empujar el progreso, los ríos que engordan de ser nombrados: todo esperando que lo devores. Todo esperando que lo devores, pero es a ti a quién devoran. El cáncer de latitudes es el cáncer más extraño. Nos va comiendo los ojos, nos deshila la memoria hasta que somos ajenos a todo lo hilado por el sistema. Hasta que otras tierras y la tierra que eres son dos cantos buscándose. Eres el enfermo que necesita devolverse a lo terrenal para luego devolverse a sus costumbres. Tu cura es el viaje, el viaje sin reposos. Tu cura es el viaje, pero no hay cura. Todas las calles y los cerros, todo lo breve y lo perdurable te pertenecen y a la vez no son tuyos. Estás enfermo de mundo. Estás enfermo de un país enfermo. Tú naciste enfermo de belleza: naciste con un agujero en el alma y solo se llena vaciándole el mundo dentro. Naciste enfermo de belleza y te echaron a los barrotes, los limpios verdugos que fingen ser reyes o empresarios te echaron con asco a los barrotes.

A que te alimentaras de tus muertes. A que padecieras esta realidad invariable, a eso te echaron. No sabían tus verdugos que ya estabas condenado a padecerla, que es estar condenado a disfrutarla. Que al padecerla la vuelves otra y al disfrutarla la vuelves poesía. Que la poesía es tu alivio; tu único alivio; porque tú naciste enfermo de belleza.

Ernesto Delgado






HOSPITALES

De los hospitales se sale a rezar como Jesús en Getsemaní, mientras los otros fríamente duermen. La muerte está soplando y la soledad te hace pequeño. Sales otra vez y rezas, pero nadie responde. El destino nos incomunica. Pides que pase de ti la copa, y ya el llanto te ha manchado como un vino. Las salas del hospital se sacuden como árboles, una noche de espera basta para rezar en cada uno. Sientes palos y gritos. Te sientes el traicionado.

De los hospitales se sale, como un papa del cónclave, cuando alguien se te ha muerto. Una noche te hace enve- jecer hasta convertirte en el escogido: el sumo pontífice y su mensaje de paz por la pérdida de la paz en tu mundo. Afuera está la familia como una multitud en espera de la misa. Debes anunciar lo terrible y debes repartir la miseri- cordia. Debes explicarles el plan de Dios, el primitivo plan, que todavía no acabas de entender.

Ernesto Delgado












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