El astrólogo, intérprete de sueños y fisionomista
Cardano puso su piedra en los edificios de tres saberes que él y muchos contemporáneos tenían por legítimos y nosotros hoy arrojamos al infierno de las ciencias supersticiosas o vanas: la astrología, la oniromancia y la fisionomía. En la primera compuso su Comentario al Quadripartito de Tolomeo; en la segunda un libro sobre la interpretación de los sueños «a la manera de Sinesio»[41]; en la tercera, en fin, un tratado sobre metoposcopia o adivinación mediante el examen de los rasgos de la cara. El Comentario al Quadripartito supuso un ambicioso intento de renovar la astrología antigua en el punto en que quedó suspendida y con el espíritu de los orígenes, pues nuestro autor conocía bien su tradición nunca interrumpida. Al comentario añadió horóscopos de amigos y familiares, de personajes famosos y el suyo propio. Gran escándalo suscitó el horóscopo de Cristo, por más que no fue Cardano el primero que se atrevió a trazarlo[42]. El libro sobre la interpretación de los sueños[43] tiene cuatro partes. Las tres primeras se ocupan, por orden, de los factores básicos de toda investigación en esta materia: las imágenes del sueño, la forma de vida del soñador y, por último, su carácter como individuo; la cuarta sección —la de mayor interés para el biógrafo— es un catálogo de ensueños ajenos y propios con su interpretación correspondiente. Estos ensueños —sobre todo, claro es, los del autor— están narrados y descritos con extraordinario detallismo y las interpretaciones no siempre miran a la previsión adivinatoria del futuro sino que también atienden a otras cosas como los recuerdos, las inquietudes y el ambiente del soñador. Cardano estaba tan familiarizado con lo que hoy en la jerga de la ciencia del alma llamamos el ‘subsconsciente’, que a veces lo vemos hacer interpretaciones e incluso dirigir un sueño en un sentido u otro ¡mientras lo está soñando! Su ciencia aquí, como en todo, muestra un fuerte sello subjetivo, es la obra de un individuo que nunca paró de observarse y examinarse a sí mismo como el objeto viviente más a mano y más intrigante y misterioso.
Francisco Socas
En la Introducción del libro Mi vida de Gerolamo Cardano, página 28
Esta excursión, no sé si demasiado larga, por otras vidas más o menos contemporáneas, nos hace ver coincidencias casi exactas con muchos casos de superstición evidentes que nos contará nuestro personaje. La similitud en el espíritu que las anima es todavía más grande, sin embargo. También aquí se muestra Cardano como hijo de su tiempo y su ambiente: su padre tuvo tratos con un genio o demonio durante largos años y la Italia de entonces presenta un cuadro típico donde los textos clásicos ennoblecen estas creencias y la época y los hombres ponen su angustia[47]. El talante supersticioso de Cardano se reafirma en las fuentes antiguas de una parte —oyéndolo parece que oímos a un hermano de raza de aquellos romanos antiguos tan precavidos ante toda suerte de omina, monstra, prodigia y demás avisos que del ultramundo pudieran llegarles— y, de otra, se alimenta de creencias populares sin prestigio ni ecos clásicos (por ej. el creer y estar convencido de que cuando le zumba la oreja de este o aquel lado es que en su ausencia están hablando bien o mal de su persona). Ahora bien, no hay que confundir a Cardano con un místico delirante ni con un mago. Jamás practicó una charlatanería interesada ni presentó confusión u oscuridades para hacerlas pasar por ciencia arcana. En la lectura de sus libros respiramos un aire muy distinto del que se respira en los de un Agripa, un Paracelso o un della Porta. Es a su modo un pensador muy racionalista y lógico. Es verdad que siempre queda en su pensamiento un algo de salvaje e irreductiblemente primitivo, pero su obra de escritura supone un esfuerzo, todo lo tosco que se quiera, por alcanzar una cultura superior como la que en tiempos posteriores alcanzarían los sabios de la Ilustración.
Nunca, con todo y eso, se ha de olvidar que, formalmente al menos, no es factible distinguir entre el Ars magna y el Comentario al Quadripartito: en ambos libros hay orden, claridad, rigor, deducciones a partir de unas premisas, cantidades exactas, cálculo; en una palabra, todo lo que caracteriza como tal a una ciencia[48]. Sólo que la ciencia de los horóscopos parte de un monumental malentendido: que los astros gobiernan las vidas de los hombres y la naturaleza sublunar toda.
Para dejar las cosas en su sitio: cuando Cardano observa con terror la tierra removida junto a la hornilla de su casa (¿ratones o demonios?), es supersticioso; cuando traza horóscopos o interpreta sueños, es científico (añadamos: para su tiempo); cuando resuelve ecuaciones, estaba haciendo ciencia entonces, ahora y (no sabemos si) siempre.
Francisco Socas
En la Introducción del libro Mi vida de Gerolamo Cardano, página 32
La Metoposcopia aborda un tipo de indagaciones que entonces se encuadraban dentro de la que llamaban coniectura naturalis, expresión que no podemos verter al romance como ‘adivinación natural’ simplemente, pues el futuro es sólo una parte de lo que revela la fisionomía. Se acompaña también de la quiromancia y es ciencia muy legítima y científica:
«De tres cosas se ocupa la metoposcopia: de la forma de la frente, de sus rayas y de los lunares y manchas de la cara toda […]. Es una teoría muy racional, que exige cálculo y participación de la reglas de la lógica».
Francisco Socas
En la Introducción del libro Mi vida de Gerolamo Cardano, página 30
¿Puede pedirse más?
La superstición se organiza como ciencia sin perder un aura de religioso prestigio. La fe de los hombres es tan grande como su angustia ante el porvenir incierto. Nuestra vida es un bordado de hilos finísimos que no sabemos qué dibujo trazan. En todo tiempo el hombre ha experimentado una honda zozobra ante las veleidades de la Fortuna. Religión y ciencia son bálsamos que alivian la llaga viva del azar poderoso que es el verdadero rostro de la divinidad y del mundo. Pero también está la superstición en estado puro. El supersticioso ignora y rechaza estos alivios y quiere pelear él solo contra esa fuerza oscura. Hurga en la herida y pretende hallar mensajes y sentido en la obra pura del acaso: unas manchas, un pájaro que cruza, unas palabras oídas al descuido. Cardano no sólo es el cultivador de ciencias supersticiosas sino que además hace a maravilla la figura del supersticioso. El lector de Mi vida encontrará en ella muchos casos de superstición evidente, unos divertidos y raros, otros vulgares y chocantes. Porque ni siquiera el influjo benéfico de la religión o la ciencia quita que las gentes atiendan a estas menudencias. Lo que no depende de nuestra voluntad, como dice el pueblo, «es que está de Dios», ¿por qué no pueden muy bien revelar sus designios los pequeños acontecimientos espontáneos? ¿Cómo no interpretar estos automatismos del acontecer como una señal de aviso? También en el ámbito de las religiones monoteístas (en el paganismo nos parece, en cierto sentido, natural), pese a su coherencia, su racionalismo unificador y sus propósitos de dejar atrás como cosa vieja y pueril tales actitudes, brota de vez en cuando el anhelo de topar con una señal privada, el deseo de que me hable Dios. No por justificar a Cardano sino por ayudar a comprenderlo mejor, voy a ejemplificar este afloramiento ocasional de lo supersticioso en ambiente cristiano con dos pasajes sacados de autobiografías castellanas. Sus autores son el burgalés Francisco de Enzinas (Burgos ca. 1520-Estrasburgo 1552), un protestante de la primera hora, y Teresa de Ávila, la santa, que no requiere presentación ninguna. Cuenta el burgalés en sus Memorias lo que le pasó momentos antes de escapar de la cárcel donde lo tenía preso el Santo Oficio. Dudaba entre la huida y el martirio, pero Dios le manda un aviso del que Casualidad es mensajera:
«El primer día de febrero, cuando estaba cenando no sé por qué más apenado que de costumbre, me levanté y dejé a mis compañeros [de cárcel], cosa que solía yo hacer con cierta frecuencia, pues no aguantaba el estar demasiado tiempo a la mesa con aquella gente. Daba vueltas bastante triste por una misma estancia, cuando todos los de la casa empezaron a darme ánimos para que me desentendiera de aquel abatimiento y me alegrara un poquito. ‘Alegraos’ —les dije— ‘con vuestras copas; yo voy a tomar el fresco y a ver lo que pasa en la calle’. Fueron éstas palabras agoreras (fatidica vox) que todos oyeron y ninguno entendió; ni siquiera yo pude darme cuenta entonces de por qué Dios me inspiró aquel deseo y aquella frase».
El otro pasaje, que tomo del Libro de la vida de la santa abulense, aunque posterior en el tiempo, muestra un color y un sabor popular mucho más semejante a otros de Cardano. Dice así:
«Estando otra vez con la mesma persona, vimos venir hacia nosotros (y otras personas que estaban allí también lo vieron) una cosa a manera de sapo grande, con mucha más ligereza que ellos suelen andar. De la parte que él vino no puedo yo entender pudiese haber semejante sabandija ni nunca la [ha] habido, y la operación que hizo en mí me parece no era sin misterio; y tampoco esto se me olvidó jamás. ¡Oh grandeza de Dios, y con cuánto cuidado y piedad me estábades avisando de todas maneras y qué poco me aprovechó a mí».
Francisco Socas
En la Introducción del libro Mi vida de Gerolamo Cardano, página 30
"Leer una autobiografía viene a ser como hacerse una trasfusión de recuerdos ajenos, llevar a nuestras venas el humor vital de otro: se producen anticuerpos y rechazos y sólo tras un ascético ejercicio de renuncia deponemos improbables certezas y prejuicios encallecidos y estamos listos para la tarea de comprender, que es modificarnos y hacemos otro."
Francisco Socas
En la Introducción del libro Mi vida de Gerolamo Cardano, página 9
No hay comentarios:
Publicar un comentario