"¡Pum! ¡Oh, Dios! ¡Me dieron en la cabeza! ¡Estaba ciego! [...] ¡Herido! ¡Ciego! Recuerdo perfectamente lo que vino después. [...] Estaba plenamente consciente y pensaba con claridad: sabía lo que había pasado y lo que iba a pasar; recordaba cada detalle. En ese momento mi cabeza estaba inclinada hacia la derecha, porque era la dirección a la que me había girado para gritar instrucciones a mis hombres. Como un relámpago, me vino a la mente el recuerdo de que a unos cincuenta metros hacia mi izquierda había un fuerte enemigo, que todavía estaba ocupado por los alemanes. Una bala había entrado en mi sien izquierda; debió ser algún francotirador de aquel fuerte. Pensé que la bala me había atravesado y había salido por la sien derecha. Estaba equivocado, porque unos días más tarde descubrí que salió por mi ojo derecho. Recuerdo que trataba de agarrarme la cabeza, hundiéndome en la tierra, y que solo pensaba: “Así que esto es el final, después de todo. Me han atravesado la cabeza de un disparo. Estoy mortalmente herido”. Arnold se acercó hasta mí de un salto, me agarró en sus brazos y me llevó de vuelta a la trinchera. Tengo dudas sobre si debo contaros lo que vino a continuación, pero como se supone que estoy intentando dejar constancia de todas las sensaciones que experimenté al recibir la herida en la cabeza, creo que debo describir la siguiente experiencia, simplemente, y dejar al lector que saque sus propias conclusiones. En aquel momento estaba tan ciego como lo estoy ahora [...]. Oí una voz, procedente de algún lugar, que decía: “Esto es la muerte. ¿Vas a venir?”. Entonces, aquella oscuridad se fue volviendo más intensa. Parecía como si estuviera cayendo una cortina lentamente; había paz; había oscuridad, una oscuridad más negra que mi ceguera; todo era pasado. Había paz; la más absoluta nada, pero sentía una felicidad indescriptible. Por un momento, parecía como si aquel vacío estuviera mirando mi cuerpo, tendido ahí abajo, en la trinchera, sangrando por la sien. ¡Estaba muerto! Y aquel era mi cuerpo, pero era feliz. Sin embargo, la voz que había oído aguardaba respuesta. Me esforcé terriblemente, como quien lucha por despertar de un sueño. Dije: “No, todavía no. No voy a morir”. Entonces, la cortina se levantó; mi cuerpo se movió; yo me movía. ¡Estaba vivo! Y hasta aquí, lectores míos, la historia que tanto dudaba en contaros. Es más, diría que no estaba inconsciente. De hecho, perdí la consciencia varios minutos después, y el sentimiento era bastante diferente. Os he contado lo despejada que tenía la mente en el momento de recibir el disparo, y lo único que puedo decir es que, cuando me sucedió lo que os acabo de contar, tenía la mente igual de despejada. Podéis decir que fue una alucinación, un truco del cerebro, o lo que queráis. No voy a intentar convenceros de nada; simplemente, os he dado cuenta del incidente. Lo que yo creo que fue me lo guardo para mí. Sea lo que fuere, ya no siento que exista ningún tipo de misterio alrededor de la muerte. Tampoco la temo."
Gilbert Nobbs
Tomada del libro La prueba de Mado Martínez, página 151
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