Javier Martínez-Pinna

Además de en Jerusalén, los estudiosos de la reliquia han centrado su atención en otro enclave sagrado para el judaísmo, el monte Nebo, identificado en numerosas ocasiones como el lugar en donde fue enterrado el legendario Moisés. Según se contaba en el Libro de los Macabeos, el profeta Jeremías había escondido el arca en este lugar, antes de la destrucción del Templo. Allí se dirigió un tal Frederick Futterer, para reconocer este monte y su vecino, el Pisgá. Los resultados de su investigación fueron a primera vista asombrosos, ya que logró descubrir un pasadizo secreto en el Nebo, bloqueado por un muro que no pudieron atravesar, en el que había una inscripción que decía lo siguiente: «Aquí dentro está, el arca de oro de la alianza».

El final de la búsqueda parecía haber llegado a su fin, pero no fue así. Cuando se le pidieron más explicaciones, y que revelase el lugar exacto en donde se produjo el hallazgo, Futterer optó por un sospechoso silencio. Nunca dijo dónde estaba el pasadizo, ni siquiera quién fue el experto que le tradujo la inscripción, negándose en vida a volver al lugar de los hechos. Esta historia fue cayendo en el olvido, pero medio siglo más tarde fue rescatada por Tom Crotser, un individuo al que no podemos considerar ni iluminado ni vidente, sino un auténtico jeta que llegó al monte dispuesto a protagonizar una de las acciones más vergonzantes en esta larga aventura que fue la búsqueda del arca.

En el currículum de este tipo figuraban unos descubrimientos que solo existían en su imaginación: el de la Torre de Babel, el arca de Noé y la Ciudad de Adán, y con estos antecedentes se presentó en el monte con un croquis realizado por Futterer en donde se mostraba el acceso al pasadizo. Después de varias jornadas investigando en sus escarpadas y desérticas laderas, él y su equipo decidieron desistir y marcharon al Pisgá, donde felizmente localizaron el tortuoso pasadizo. El 31 de octubre de 1981, el mismo año que en los cines de medio mundo se estrenaba En busca del arca perdida, lograron penetrar en el interior de la montaña, profundizando unos seiscientos pies hasta llegar a una cripta excavada en la roca que albergaba un cofre rectangular de oro en donde estaría cobijada el arca de la alianza. Con la certeza de haber resuelto el enigma, Tom Crotser decidió no mover la pieza, pero en cambio tomó una serie de fotografías como prueba de su hallazgo. De vuelta a casa, anunció a bombo y platillo por toda Norteamérica esta impactante noticia, pero cuando se le pidió que mostrase las fotos reveló una nueva información que dejó a todos boquiabiertos. Al parecer, Dios le había ordenado no enseñar a nadie las fotos hasta que el Tercer Templo fuese reconstruido, y por eso decidió guardarlas y solo mostrarlas a unos pocos elegidos, la mayor parte de ellos videntes, hechiceros y pitonisos, hasta que finalmente, en 1982, un arqueólogo llamado Horn, después de varias horas estudiando las imágenes, afirmó haber visto una caja realizada no de oro, sino de latón, estampada con un dibujo de rombos hechos claramente con maquinaria moderna. Y lo más revelador, en la esquina superior de la caja observó que sobresalía un clavo actual.

Javier Martínez-Pinna
Tomada del libro El colegio invisible de Lorenzo Fernández Bueno;Laura Falcó Lara;Jesús Ortega Rubio y Josep Guijarro Triadó, página 88













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