Aitana Monzón

 Sovegna vos

¿Es necesario este saber

hacia donde descienden las liturgias?

 

¿Es necesaria esta voz

que vira hacia el mar

y desde el mar renuncia?

 

¿Es su vocación lo que busco?

¿La irreversible danza de los nombres?

¿Si acaso quemadura?

¿Si acaso lentitud?

¿Si acaso obstinación en la memoria?

¿Llegar tarde a decir lo que se intuye?

 

Sin embargo, volver

el rostro hacia las cosas,

al tiempo propicio de las cosas.

 

Esto no es, en el fondo, lo que busco.

 

Lo que busco es un mar inaprehensible.

 

No.

No es eso

(¿no es eso?)

lo que busco

 

es abismarme de mirar

las voces que he amado

con estas manos mías fatigadas

de asombro. Estar

como se está

en lo agudo del mundo.

 

Saberme en mi principio y en mi quiebro.

 

Lo que puede ser

y no nombrado.

 

El hueco

sin final de lo que he

perdido.

 

Lo demás es rastro y abandono,

es cierto,

llegar aquí o allí

tomando como tiempo irredimible

el deseo y sus cruces.

 

¿Es necesario, entonces, lo que busco?

¿La danza de los nombres?

¿Su sed?

 

¿Saberme en mi principio y en mi quiebro?

 

Mas qué sé que haga suficiente

este estar rendida

de puro no poder saberle al canto,

no vagar más en círculos,

bregar con los sofismas de los dioses.

 

De qué modo vendré

si todo duele en mí como una luz que parte

con sonidos hermosos.

 

Oh, de qué modo decir

que en mí se vierte lo móvil y lo inmóvil.

 

De qué modo decir la gravedad

de mi amor por todo lo que tiembla.

 

Bendita claridad

—me lo repito.

Aitana Monzón
 
 


De las cosas que arden no queda sino el sol

I

exterior. octubre

pero no acude el cierzo ni el panizo.

me he ido con la luz

serena de algún corzo

amaestrado en su derrota.

II

porque el salmo finisce

y no hay otra virtud

que suceder.

nunca hubo otro cuerpo

que no fuera ascensión.

 

de tanto por arder,

solo mis manos cóncavas

que todo lo repiten.

III

a callarse otra vez,

a darse desde fuera sin preguntas.

 

lo que aquí veis

de mí es una falta

—no se ve lo perdido—.

 

para qué esa palabra

que nada puede urdir.

IV

e tutto ciò che vi assedia

brucerà            —tranne

i vostri occhi.

[Pavese]


Aitana Monzón



Bendita claridad.
Lettera di Sibilla Aleramo nella notte della cometa

Mi bien:

—patria a la que nada debo—

oblicuo yaces

de mí entre la aurora y el ángelus.

Pienso (no digo): nada

sucede que no turbe.

 

Mi bien, acudo a ti

para aguantar las ruinas

de ser Dido carissima

—ya casi sin idioma o caminos—

y llevo un cántaro y estás

dispuesto —como en Blake—

a destenerte.

 

You gave me lilies first four months ago

a mí que te supe por el sol del magnolio

y las adriáticas horas

(el amor es como la gracia de dios,

eso dirá Pavese).

 

Dino, he cruzado una vela,

¿vienes? Heme aquí.

 [Vassalli, Campana]

Aitana Monzón
 
 
 

Nastagio degli Onesti

No más que una doncella

que pidiese mi mano.

 

No más que ese cuchillo

hurgándole —sabed—

su corazón.

 

No más que un gemido

amplísimo

lanzado sobre Rávena.

 

Yo escribí

la misma luz de los mastines

y el sonido terrible

de sus gárgaras.

 

Yo escribí —dixit Nastagio—

la misma sangre repetida:

 

pasión de los perros

que reciben su canto.

 
[Botticelli]
 
Aitana Monzón
 
 
 
Young Spartans Exercising

Éramos nueve

—dispuestos en la tierra

a darnos los unos en

los otros.

 

No andábamos desnudos

ni eran nuestros pechos sacrificio.

 

Yo no aprendí.

No supe detener

aquello que era mío y era

hermoso.

 

Fue el sol.

Fue en ese sol de agosto

que un pájaro pasó y fue su canto

lo que aún puedes ver

—su honda.

Existir

y no existir y ya

no padecer

la propia soledad.

 

El cuerpo de aquel joven

—que no, ya no brincó—

brillando sobre Esparta.
 

[Degas]
 
Aitana Monzón
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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