Luciana Reif

5

Ese mediodía la abuela almorzó en casa,
desde que está en el geriátrico cada tanto viene de visita.
Yo llegué un poco más tarde y me senté junto a ella,
su impecable vestido, sus ojos enormes que miran al cielo,
y su boca torcida por los antidepresivos.
Apenas me vio me agarró la mano, la besó con fuerza
y se la llevó a su pecho.
Papá seguro le contó que me separé,
al rato hablé con mi viejo y me dijo que sí,
un alivio porque yo no hubiera podido largar esa noticia
frente a los ojos de mi abuela
que absorben y refractan todas mis emociones.
Ella me siguió mirando y me dijo sos preciosa
un sin número de veces,
mi mano aferrada a la suya, contra su pecho, como un ancla
sintiendo el latido de su corazón, el tic tac de esa maquinaria
que estando tan cerca de la muerte, me enseña
cómo podemos seguir viviendo.
 
 Luciana Reif
 
 
 
Hombres como mi padre
mi abuelo,
mis novios,
mis hermanos,
vi sus cabezas llenas de grandes ideas
como un plato de comida que rebalsa,
lustré desde chica esos cráneos,
soy el placebo de tranquilidad
con el que después brillan fuera de casa.

¿Para eso caí en este mundo?

Como bolas de bowling enormes y pesadas,
podría encerar y pulir sus labios,
mi madre pasó la vida entera haciéndolo:
la cabeza de él en altas ceremonias,
la corona de flores tejida por ella
delante de sus jefes,
delante de su maestro,
delante de su propio padre

Vi la inclinación que tienen estos hombres al afirmar,
el mentón hacia abajo, rozando el cuello, cuando dicen:
sí, señor

¿Alguna vez agradecieron el pecho materno,
la comida siempre lista cuando llegan a sus casas?

Estoy cansada de ser la otra del éxito,
estoy cansada de esos hombres,
quiero brillar,
no ser la luna que resplandece
con luz ajena.

Podría arrojar con fuerza una por una sus cabezas,
mis dedos apretando su nariz y su boca,
deslizándose con gracia por el suelo encerado
y pulido de la pista de bowling,
podría verlos estrellarse contra los palos
derribándolos con dolor,
pero manteniendo la sonrisa imperial
de quienes creen -como en una guerra- que han vencido,
que ahora son mejores que antes,
pero después vuelven hacia mí y los lanzo de nuevo.
 
 Luciana Reif
 
 
 
La zafra

La vida durante la zafra
es una dulce y triste refracción del mundo.
Todo comienza en los cañaverales
donde hombres de lugares lejanos
desnudan el campo en un lento y precioso juguetear
con sus dedos, adultos y ásperos por el paso del tiempo
saben más que nadie como tratar a la caña,
hábiles para sacarle todos sus secretos, quedan
exhaustos después de cosecharla; el calor tucumano
se entrevera en forma de gotas que brotan de las manos
ajadas y dolidas de un peón que no ignora que ese fruto vital
concebido con sus fuerzas, será después de todo
azúcar que se derretirá en otra boca.
Peón golondrina conoce más que cualquiera el sabor
agridulce de la tierra, después de despojarla
-terminada la zafra- partirá a otros suelos
a cosechar amargos sabores.
¿Acaso no es ésta la verdadera tristeza,
la de un hombre que llega a abrazar la dulzura toda
y se desprende de ella sin apenas saborearla?
 
Luciana Reif
 
 
 
 Voy construyendo la soledad
como un galope, soy
Juana de Arco,
bella y majestuosa
arriba de mi caballo.
Alrededor mueren
y renacen los hombres,
no es su amor lo que me hace
valiente, es ser quien soy
a pesar de ellos, conservar en mi centro un corazón
capaz de dar batalla.
 
 
Luciana Reif
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

No hay comentarios: