DESIERTO
Jamás pensé que me ahogaría así.
Yo, que pasé años regando mi cuerpo
con litros y litros de agua
y tendiéndolo al sol,
que crecí rodeada de hilos y volantes
y crías que pían, que recorrí países
y libros con los ojos sin sueño,
que trabajé y trabajé y escribí y bebí
y mantuve una dieta equilibrada,
me veo ahora repleta de sed,
desbordada de sed,
hecha desierto.
Ahora un vacío, flores en el balcón de otros
y mi anatomía una extensión áspera
de montículos y cicatrices.
El dolor barre con un viento sordo cuanto toca,
hace planicie.
Tras el dolor todo es desierto.
Ana Castro
LAS HILANDERAS
Mi hermana es la primera mujer de mi familia que no sabe coser.
Perplejas, nos miramos las unas a las otras
y nos culpamos en silencio.
Cómo ha podido pasar,
si las mujeres de mi familia arreglamos todo así,
cosiendo,
si las mujeres de mi familia hilvanamos la aguja siempre a la primera
y sentimos que así se calma un poco el mundo.
Comentamos este hecho aterradas
y nos preguntamos cómo será su vida cuando esté sola.
Cómo criará a sus hijos, cómo cuidará las plantas,
cómo se asomará al balcón, si no sabe coser.
Nos parece imposible que sin saber coser
una pueda salir adelante en la vida.
Luego, nos acordamos de los tiempos de ahora,
la vida moderna,
y nos decimos que lo que importa no tiene arreglo.
La abuela no quería que sus hijas aprendieran a coser.
Pensaba que así tendrían un trabajo. Yo, que trabajo,
también sé coser y me resulta inconcebible
no tener una aguja y un dedal a mano
(por lo que pueda pasar).
Al fin y al cabo, nos criaron así,
al calor de una mesa camilla, viendo
las horas pasar al ritmo de los pespuntes.
Mi hermana no conoció estas costumbres.
Cuando ella llegó,
el tiempo de los hilos ya había pasado,
la abuela ya había muerto,
la manada se había roto.
Y todo eso queda lejos.
Las muchachas de ahora,
como mi hermana, no saben coser
y no se preocupan. Es mejor así:
que tengan un trabajo y no cosan
-como quería la abuela-,
que salgan adelante así,
sin árbol genealógico,
todo pólvora y futuro.
Ana Castro
MATERNIDAD
Sobrellevar el dolor
es criar un hijo:
una ciencia exacta que sólo conocen las madres.
La madre del hijo y la madre del dolor;
vientre por vientre.
La ruta silenciosa
por el cordón umbilical de luz
que conecta los cuerpos,
algo de lo que sólo saben
los ojos que alimentan
el defecto y la raíz.
Ana Castro
MI DOLOR
Los moratones y las cicatrices son sólo marcas.
Se ven. Se reconocen.
La gente es capaz de intuir
si aquello o lo otro.
Pero el dolor no,
el dolor es transparente-casi-invisible,
acaso una vibración en el rostro
o una súbita contracción del vientre.
Por eso hay que nombrarlo, decir MI DOLOR,
reivindicar su existencia como parte
de un compromiso con la salud pública,
porque a menudo ni siquiera
los diagnósticos médicos o el amor lo creen.
Por eso cada día cruzo las puertas del metro
y salgo al campo de batalla.
Encaro este pulso entre la normalidad con prisas y el dolor y yo.
Asisto a él como las mujeres acuden cada día a trabajar:
con uñas, con dientes.
Este mi compromiso político:
hacer que corra una suave brisa en los ojos,
que se vea lo que golpea dentro.
MI DOLOR es mi dolor y existe:
existe más que yo.
Ana Castro
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