Jacques Collin de Plancy

“Evitad al herético cuando hayáis fallado en aclararlo, dice San Pablo. Durante los primeros siglos de la iglesia católica, San Ignacio, San Ireneo, San Justino, Orígenes, San Clemente de Alejandría, Tertuliano y otros, se contentaron con escribir contra los heréticos, e, incluso, cuando un pueblo fanático estuvo a punto de matar al hereje Manés, el obispo Arquelao corrió a tomar su defensa y lo salvó de ser linchado por la multitud… Hasta entonces a los heterodoxos se les había infligido penas solamente canónicas; pero Teodosio y sus sucesores ordenaron se les impusieran penas corporales. Los maniqueos eran los más perseguidos: en 382 Teodosio publicó una ley que los condenaba al suplicio y la muerte, confiscaba sus bienes en beneficio del Estado y encargaba al prefecto pretoriano crear delatores e inquisidores que los descubrieran y persiguieran. Poco tiempo después, el emperador Máximo hizo morir en Tréveris, por mano de sus verdugos y a petición de los obispos españoles, al gallego Prisciliano y a sus seguidores, a quienes se acusó, entre otras cosas, de haber obedecido a la herejía maniquea. Los prelados de Hispania y otros exigieron el suplicio de los priscilianistas con tan ardiente caridad que Máximo no pudo negarse, y en poco estuvo que también se le hubiese cortado el cuello a hombre tan santo como Martín de Tours, quien osó pedir que la pena de muerte dictada contra Prisciliano y sus partidarios fuera conmutada por exilio. El mismo San Martín tuvo feliz suerte en poder salir de Tréveris y retornar a Tours.”

Jacques Auguste Simon Collin de Plancy
Diccionario infernal



























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