Jaime Cedillo

Al vuelo

Un poema aletea
delante de tus ojos,
se posa en tu nariz,
huye un segundo antes
de que lo atrapes. Vuelve
con un verso en la boca.
Te lo deja en un hombro,
cuando miras no está. Ríe
desde las sombras. Sabe
que ha de entregarse pronto.
La poesía también
es lo que ocurre antes
de interrumpir el vuelo.

Jaime Cedillo




Certeza de una sombra

¿Quién advirtió primero la presencia de la sombra
y anunció que lo muerto seguiría
sospechosamente vivo a la vuelta de nosotros?
¿Cuándo mi padre dijo:
la luz a media tarde, la ropa por los aires,
las sábanas calientes, el güisqui, la alegría,
la lumbre de los ojos de mi abuela,
las geometrías de luz tras la persiana,
el idioma exclusivo de los novios,
la caricia espontánea, los besos, la esperanza,
la rebeldía en el pecho, la lucha, la palabra
no será tuyo un día?

Quién osó obviar el drama,
establecer la norma,
hermetizar la conciencia.

Y, después de aquello, quién
tuvo agallas aún para tomar partido
contra el reloj de arena, cuya inercia
aplastará los sueños y los cuerpos.
¿Quién vino a levantarse un día por todos,
consumió su jornada
y convenció a los otros?

Jaime Cedillo





Me habría gustado, padre

«Me habría gustado, padre, que vinieras.
Contemplar tu silueta traslúcida a lo lejos
a través del cristal de aquella sala
donde vine a morir.
¿Por qué me abandonaste
a la vida?»,
me diría mi hijo si naciera.

Jaime Cedillo




Trastos

Los objetos que viven
callados en mi alcoba
tienen memoria, conciencia.

La taza del café de esta mañana,
el marcapáginas de un libro perdido,
una foto sin marco de cara a la pared…

Mi madre los llama trastos.

Ella cree que este nudo de cables
o esa caja amarilla donde guardo papeles
llenos de tachaduras
sólo invaden mi espacio.

Ella siempre ha pensado
que un hombre sólo progresa
si distingue una senda transitable,

y supongo que está
cansada de verme aquí,
exiliado entre ruinas.

Objetos que están callados
y se ponen a hablarme
cuando cierra la puerta.

Jaime Cedillo




Un futuro de cuerpo presente

Llega mi vanidad
hasta tramar mi muerte.
Manipular los rostros
de quienes queden vivos
y lloren ante un cuerpo
que se parezca al mío.

No volveré a ser joven,
pensaré boca arriba
burlándome de mí y de quienes dicen:
qué enormes puñaladas
traperas da la vida.
(Qué estampa tan patética).

Mi madre llorará
por los años vencidos
que vendrán desde entonces.
Mi padre pensará:
aún me queda uno.
Mis otros familiares
creerán que aquella muerte
se corresponde al fin
y al cabo con mi vida.

Los que me relacionan
con la literatura
pensarán que así, al menos,
alguien publicará esto.
Y que unos pocos críticos
podrán hacerse eco
de una “prometedora trayectoria
cruelmente interrumpida”.

Mi muerte servirá como pretexto
a mis amigos para
recordarme entre copas
con las conversaciones desgastadas.
Mis enemigos no
podrán hablar de mí,
en realidad yo sólo
me he hecho daño a mí mismo.

Jaime Cedillo


















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