Aún sigo aquí.
Oigo el vacío
de las horas perfectas.
Juan F. Rivero
Hablar de nuevo aquí
de cualquier cosa,
con los ojos profundos
y cerrados.
También
el olor de otro cuerpo
puede ser un paisaje.
Juan F. Rivero
Luz irreal:
el azul y el vacío,
las ramas jóvenes.
Se ha devuelto a la higuera
su desnudez.
Juan F. Rivero
Otoño. Amo
la claridad,
la tarde extensa,
el primer frío.
Bajo el cielo hay mil pájaros
cuyo nombre no sé.
Juan F. Rivero
Somos lo que más miedo nos da ser
la trayectoria errónea de un satélite que orbita contra otro en el espacio,
la enfermedad que infecta la crisálida
y modifica su metamorfosis.
El olor de otra piel me ayuda a no soñarme cuando duermo,
a no pensar que el brillo de esta luz está en la superficie de la sombra,
a no pensar que me incomoda el miedo a no sentir
y a llenarme de piedras los bolsillos.
Somos lo que el cerebro oculta entre sus ramas.
Las dos manos abiertas,
como discos,
y la memoria siempre al borde de la voz;
ese animal ya muerto en la cuneta
que vaciló al pasar
solo un instante.
Juan F. Rivero
Un recuerdo de Tokio:
en las afueras,
el canto abrumador de las cigarras
y una pagoda verde envuelta en luz.
Donde acaba el jardín empieza el cementerio.
los gatos callan y la lluvia cae.
Alguien ha puesto caperuzas rojas
sobre las cabecitas de los budas.
Juan F. Rivero
No hay comentarios:
Publicar un comentario