EL ÁRBOL
Una persona que no soy yo
vive en mi cuerpo pensando
constantemente y sin descanso
en una persona que no eres tú,
pues yo me enamoré del árbol
en un momento exacto
que el tiempo ya ha barrido
y ahora ese árbol no existe,
igual que no existe este,
porque es otro árbol más grande
sentado en las mismas raíces.
Bullen en mi mente pensamientos,
maldigo a Heráclito y su río
y no veo forma de escapar
de un lugar que ya se ha ido.
Cuando caiga el árbol, quizá
encuentre por fin la salida
y pueda señalar entonces
el anillo preciso y certero
en el que en los años venideros
me quedaría yo atrapada.
María Elena Higueruelo
EL OTRO QUE YO SOY
Un lunes de invierno
en una terraza de Benidorm
También la duda vendrá,
como lo han de hacer todas las cosas,
y en la imposición de su sombra instará
a decidir, llegado el momento,
si por fin rendir la ciudad
o bien, henchidos de amor y bravura,
luchar contra los soldados del tiempo,
invasores intentando instalar
entre tu frente y la mía el absurdo.
Recordaré entonces tu voz
alzándose lenta sobre el mundo,
tus palabras de luz imponiéndo-
se sobre el vino y las frutas;
recordaré cómo el sol no pudo
brillar más fuerte que tu acierto
y sabré que mi yo auténtico
no existe y que en tal caso
me acompaña a todas partes.
Resolveré entonces pisar
a los fantasmas del futuro
y sostendré fuerte tu mano,
querido hacedor de miniaturas,
porque solo a tu lado puede
aflorar la otra que yo soy.
María Elena Higueruelo
EN LA CERRADURA DE UN CANDADO
En la cerradura de un candado, otro
candado, y nunca, por ningún lado,
una llave.
Una puerta que no se abre
ni empujando ni tirando.
Una puerta que no es corredera,
con un cerrojo en ambas partes.
Una puerta por la que no se entra,
una puerta por la que no se sale,
una puerta que separa
una nada de otra nada
y solo dentro del candado
—aun tal vez otro candado—
esconde algo.
Y nunca, por ningún lado,
una llave.
María Elena Higueruelo
HE ENCONTRADO UN ATAJO
Perdidos en la Judería
Muchachas de Jerusalén: yo os invoco.
Muchachas de Jerusalén, dejad que mi amor venga
con las manos vacías,
con las manos
sin frutos ni manjares. Dejad que venga
a mí sin nada; así yo,
imposible Sulamita, pálida y mundana,
llenaré las suyas con las mías.
Muchachas de Jerusalén, dejad que mi amor venga
por este atajo: acortad la distancia
entre su abrazo y el mío;
ya sé que no puede aliviar
de las cosas el peso, pero cuando
permanece aquí cerca sí consigue
que no me importe soportar tamaña carga.
Por favor,
muchachas de Jerusalén, dejad que mi amor venga
para quitarme la corona de espinas
y, en su lugar, trence en mi pelo
una corona de flores azules
que expanda el olor de su nombre.
Así yo le ofrendaré este cantar,
aunque no sea el más bello, aunque no
sea digno de un rey.
Quizá mi amor lo estime
al menos digno de lo nuestro:
Amor, yo repudio
el pasado y el porvenir
por este instante contigo.
María Elena Higueruelo
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