"Hete aquí secuestrada en casa de mi abuela. Estás tumbada en un mullido sofá en el salón. Hace bueno. Una madre alimenta a su hija, que alimenta a su bebé. Las manos de mi abuela se afanan. Prepara la comida de la cocina emana un olor delicioso y dulce a arroz aromatizado con azafrán.
Yo ya quiero a mi abuela, mi gran protectora. Reconozco de inmediato su timbre de voz desde el interior de ese vientre agitado. Mama Masumeh, quisiera que nos tomaras como rehenes en tu casa para siempre, que no nos dejaras marcharnos nunca. Danos más platos suculentos, más té, más calor y más golosinas. Cuida de mi primera casa. Envuélvenos, haz callar los gritos del mundo, sigue hablándonos. Oigo el ruido de la tetera que silba en el fuego. La parra se balancea sobre los muros, un gato pasa furtivamente, mi madre se acaricia el vientre. Al fin descansa como una embarazada razonable. Lejos de las manifestaciones, de las octavillas, de los clavos hincados en el cráneo de la juventud. Cierra los ojos con el propósito de olvidar, pero las imágenes macabras desfilan sin cesar ante ella para atormentarla. Ejército de fantasmas sin boca, reclamáis vuestro testimonio, pero ahora no, tened piedad, dejadnos en paz, marchaos. Os doy patadas para ahuyentaros. Mi madre se sobresalta. Ya está, te he hecho volver al umbral de la vida, al igual que la voz de mi abuela. Entre las dos te mantendremos alejada de ellos"
Maryam Madjidi
Marx y la muñeca
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