FORTUNA IMPERATRIX MUNDI
“Sors immanis et inanis, rota tu volubilis”
Cánticos de Beuern
La Fortuna,
variable como la fiebre de un vals
donde no puedes apurar el paso,
sentada a ahorcajadas sobre un avestruz
favorece siempre a los necios.
Suerte cruel
un día, jugando,
sorprendes a los jóvenes ávidos
de acompasar al tiempo,
sus cuerpos desnudos
divididos por un viento contrario
tocan el vacío entre las manos.
El único poder es el de una sola hora,
bella entre bellas,
la primavera que nunca podrás mirar
ahí donde florecen los árboles
no hay nada otra vez.
Destino monstruoso,
colgar de las agujas del reloj
y abajo un cementerio marino
rugiente de leviatanes batiendo la orilla.
La virtud está en no consumar
nada hasta el fondo,
pescar una trucha, cazar al faisán,
azotar las olas y reunir el ganado.
Hay vacas que nunca ordeñarás.
Incluso en el momento en que toquen
las cuerdas del corazón,
música de flautas y coro de niñas,
procura sostener el momento
que los vientos alisios empujan,
conservando para el amor otra sombra.
No te está dado ir más allá.
Muy cerca el destino arrastra
un pantanoso lodo de palabras
donde la serpiente semidespierta
se repliega en sí misma
y el poeta susurra asombrado entre los pinos.
No seas curioso del bien y el mal.
Algunos utilizarán el conocimiento
a pesar de ti, en contra de ti.
Ayer el ajetreado mundo de los navegantes,
el sonido de copas en el corazón de la ciudad.
Mañana las naciones invocando la muerte,
la Historia sin sus operarios,
en el delirio y sin timón,
te guiarán hacia la luna
espléndida de terrores privados.
Rodrigo Arriagada-Zubieta
HOMO VIATOR
Hemos nacido tarde
para comenzar los viajes en primavera.
Ya nadie ora con los pies
pero a Toledo aún vienen
flotantes peregrinos en noches de invierno
para sentirse parte de la historia
avivados por una pasión oscura.
La tarde duerme apacible
anestesiada por las faldas
que se arrastran en los adoquines.
No les bastó con Venecia París y Roma
y tomarán el tren de las ocho
cuando la tarde atea y somnolienta
vuelca una taza de café
sobre los ruiseñores del convento.
Caminan desde el Zocodover
iluminados por vitrinas
que absorben a las damas elegantes
sonriendo inclinadas ante mazapanes
relojes y damasquinados.
Se asemejan a una raza automática del futuro
flotas de nómades ardientes
que se unen a ciegos guías de rutina
y contemplan con culpable devoción alguna virgen
como endemoniados que de día matan a las palomas.
Ninguna ciudad se les hace extraña
y ni siquiera titubean
ante la alargada frialdad del Greco
quizás porque han entendido
que de eso se trata el espíritu
y confirman lo que ya sabían—
eran ellos mismos
los que estaban muertos hace cientos de años
congelados en la luz azul de los maestros.
Rodrigo Arriagada-Zubieta
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