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El amor era una forma de yo y el amor estaba destrozado. Era lógico que no fuera capaz de reconocerse en un espejo, proferir una frase completa, acercarse al otro y acariciarlo.
En un principio, el otro era múltiple y era rostro y era lingüístico. Las herramientas para su comprensión eran complejas y siempre que intentaba utilizarlas le sobrevenía un llanto ordenado y previsto, la impotencia acumulada y repetida, la narración.
Amar al otro era una cuestión impredecible que podía asaltarle en cualquier momento o no asaltarle nunca, y con esa incertidumbre de lenguaje debía uno coexistir para mantener un orden.
Amar era una dualidad, o un cuerpo celeste de múltiples caras; los múltiplos de un prisma octogonal. En el entendimiento de lo plural, se asume la fractura, el momento en que el habla cesa y continúa, cesa y continúa. ¿Quién dijo que el amor no podía suceder, y que de hecho no sucediera ahí? Las imprecisiones de lo lingüístico anunciaban el amor como se anuncia un fenómeno atmosférico. Primero, los pequeños signos en animales, plantas; los signos del cielo. Segundo, las marcas en la propia presencia; erizamiento del vello en la nuca, resquebrajamiento de la piel, dolor de huesos. El amor se anunciaba también así, y se desbordaban las pupilas, y se fracturaba algo a la altura del estómago; amar era una tarea imposible, era una tarea multiplicada, insectos iridiscentes en la noche, los cuerpos que se iluminan en total oscuridad y que, de algún modo, te pertenecen por esa particularidad en los ojos que los empequeñece o agranda pero que los arrastra hasta donde te sitúas, en el centro de un sonido terrible que no cesa y continúa.
Se ama por fuerza o por desasosiego, se ama por castigo o temor. Se ama por razones obvias o insospechadas, con fuego y fuerza mayúscula que deja marcas en la estructura, alterando la fisionomía. Amar implicaba una deformación como la que no se había anunciado antes; la pérdida del rostro, su cambio en superficie deslizante o barrizal, su cambio en perpetuidades en lo ajeno, su cambio en alteraciones moleculares; la pérdida de las huellas dactilares, su confusión en una corriente de aire, en una brizna de hierba, en el corte que marca las palmas de las manos, las palmas de los pies, los cien cortes en el costado. Se ama porque sí, porque no había razones, porque todas eran un sí, un sí irreconocible y tremendo, como una figura de no, como decir un número al azar, como cualquier cosa repetida y diaria y deslumbrante.
Ruth Llana
Casa de madera
En la carcomida en la desvencijada tallado con suerte y deseo, sin cimientos honrarás tu nombre nombrarás destellos luz agua acercamiento calcinación de hueco húmedo es el fuego te advertirán al asombrarte en la estructura carcomida la polilla honrará tu casa, la estructura regalada al cobijo diseño perpetuación erigirás monumento erigirás y sin embargo no te será todo dado, habrás de «cortar la madera» «lijar la madera» «barnizar la madera», tratarla con las manos «sopla sale brizna» centelleo dentro del ojo no se queja al posar la mano clavo contra clavo pulir sus bordes colocar tabla contra tabla tablón no conduce la electricidad pero sí el fuego, construirás casa ceniza en la boca cuando pronuncies «hogar» el nombre del ser amado un refugio que se sucede, manos vacías, una casa calcinada cabe en la palma de la mano
Ruth Llana
Construcción con falso lateral
Building with False Brick Siding
de William Christenberry
Warsaw, Alabama: 1974, 1982, 1991, 1994
Hay cuatro edificios que se multiplican (no los defino no los correspondo) hay cuatro edificios que se colocan uno tras de otro o uno al lado del otro hay cuatro edificios hay cinco edificios hay cuatro casas construcciones de yeso cada una se manifiesta en su multiplicidad; hay una casa con la parte de atrás descubierta y piensas en todos sus elementos los que la construyen y no los que la edifican. Piensas ¿qué sería de esa pared qué sería de esa grieta? Qué sería qué sería de todo lo que estaba retenido entre la argamasa unas voces unas caricias las caras apoyadas para escuchar el suelo con su olor tenue a azulejo. ¿A qué olió la ropa vestida a qué las mesas las sillas a qué la pluma del faisán la textura? Qué se vio por la rendija que permite qué se vio; por qué ahora los muebles pertenecen quietos a la espera al ojo que se pasea y define: dónde los que dieron la casa por dejada no pensaron en el arriendo dónde los que ausencia de pared ahora muebles para los insectos.
Observé el hormiguero, en su pequeña estructura sus habitantes no necesitan el respaldo de los objetos, sólo finísimos túneles como hilos; no el alabastro no su dureza. Las construcciones se dependen sólo si ellas mismas; pero has de ser sabio. Retener es tener de nuevo. Lo que se retiene se tiene dos veces. Lo que se retiene se tiene para siempre.
Ruth Llana
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