I – La costumbre de amanecer
Duermes como si hubieses olvidado
que hay otro mundo.
Tu llave respiración
rasguña
la cerradura de la sombra.
Pego mi herida a tu cama. Cuando pase, las noches siguientes pondré mi oreja en la
herida y escucharé las olas de tu cuerpo, como si el mío fuese una caracola.
Recuerde el zumbar de mosca
en la sala atán callada
sobr’el oxo.
El postrero aliento embosca
una puerta non çerrada
a reyno floxo
por do paresçe el Rey,
mas la mosca pone en frente
el su azul,
ante el cielo do estey,
ante la eternal füente
de la luz. [i]
Miro la muerte
crecerse lenta por tu oscuro,
redondearse,
hacerse tu mirada blanca y llena.
Sergio Navarro
V – Un cementerio es un lenguaje 
Digo tu nombre en vano.
Tu cuerpo se ha olvidado de ser tú. 
Leo lápidas. Los nombres son el lugar donde no están los muertos.
El silencio nos sila
en sus dedos de anémona.
Esta tu agua delgada
en poca marea baña
los navíos.
Quand el agua es baxada
tu muerte seca nos dapña
e tu vazío.
Somos encalladas barcas.
Lid de tormenta nos hiende,
váse la vida,
quedamos cual viexas cartas
con que una voz su amor tiende
non respondidas.
La boca, su sal de pipa hueca. Encierra un vacío anterior a ella misma, como una palabra fuera de un instante.
Cuándo sabré
que te hiciste esa nada
para ponerte fruto en mi lengua.
Sergio Navarro
VII – Cena en la salita de no estar
En la noche silençiosa
gritaron los hombres “¡Llamas!
Por mi centro
se inçindieron espantosas,
por la casa que más ama
mi muxer dentro.
De la çeniza elebo
voz cual fumo de dolor
en la ruina,
mas habrá el mundo nuevo
e carne e cassa mexor
por devinas.
Quito la taza.
Debajo está la mesa.
Las cosas sangran cosas, se suceden.
Si alguna vez quitase
esta taza sin mesa
que la suceda y tape el hueco,
abriría un sumidero.
Desaguaría esta sombra
y tú aparecerías
por él, niña escondida
cansada de esconderse.
Al apagar la tele
inunda el cuarto
la noche, su verdad.
Hay que perder los ojos
para hablar con los muertos.
Sergio Navarro
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