Joan Garriga Constelar la vida

 
Hay palabras y libros que generan experiencias de las que se deducen comprensiones, y palabras y libros que señalan un cuerpo de conocimiento que la mente debe asumir.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 2
 
 
Una realidad innegable es que somos muchos.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 7
 
 
Los vínculos forman la materia prima en el trabajo de las constelaciones.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 7
 
 
El célebre mitólogo Joseph Campbell, quien descubrió un esquema narrativo común a muchas culturas y tradiciones al que denominó monomito, se refirió a la vida como un viaje heroico en el que recorremos un camino que nos lleva a morir a lo viejo y a renacer a lo nuevo una y otra vez a lo largo de nuestros pasos vitales. Siguiendo la llamada de la aventura, abandonamos nuestra vida rutinaria, nos enfrentamos a peligros y oponentes, hallamos guías y aliados, experimentamos la muerte simbólica y renacemos. Todos esos movimientos en la senda de la vida destilan la ambrosía de la conciencia, el servicio a los demás y el regocijo de llegar a casa, es decir, al ser interior desprovisto de ropajes.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 8
 
 
En el trabajo de constelaciones familiares, abrir los ojos equivale a abrirse a la vida. En este proceso se hace evidente que los sentimientos y las vivencias de nuestros padres, abuelos y otros anteriores tienen una influencia profunda en nosotros, puesto que a través de ellos fluye la savia ancestral de nuestro propio árbol genealógico. Abrir los ojos significa también ganar consciencia de las dinámicas que operan en este gran árbol, lo que a su vez nos brinda libertad. Saber de dónde venimos, cuáles son los asuntos clave de nuestra genealogía, los secretos de nuestro sistema familiar, las heridas que sufrieron nuestros anteriores y no supieron o quisieron mirar, o trataron de encubrir para que no dolieran, nos sitúa en una nueva conciencia más amplia y profunda que habrá de fortalecernos y ampararnos, y que tendrá un efecto evidente en nuestra predisposición a nutrirnos de vida y a recibir sus frutos.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 10
 
 
Explorar nuestras raíces se convierte en un asunto fundamental en el viaje de la vida. Al desbrozar la maleza de nuestro pasado y arrojar luz sobre las sombras de quienes nos precedieron, completamos el puzle de la historia familiar. Este proceso no solo aumenta nuestra conciencia y libertad, sino que también nos permite liberar a nuestros descendientes de las cargas familiares que podrían heredar, brindándoles una mayor ligereza en el inicio de la vida.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 12
 
 
Así entiendo las constelaciones familiares: como una herramienta de exploración de la felicidad y la infelicidad en las tramas vinculares familiares y relacionales, una fenomenología que nos sirve para adentrarnos en el laberinto de la vida, sus recovecos, sus zonas grises y sus secretos, una dramatización a través de la cual salen a la luz las ataduras y tramas de la infancia y de la familia. Las constelaciones se comportan como un campo de sabiduría y conocimiento, dotado de memoria histórica, y actúan como una llave maestra que puede abrir incluso las puertas que llevan generaciones cerradas, permitiendo que el aire corra por todas las estancias de nuestro sistema familiar.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 13
 
 
Anteriormente, he comparado la vida con un laberinto. En mi libro La llave de la buena vida, explico que la vida tiene muchas puertas y que algunas se abren y otras se cierran, motivadas por las propias bifurcaciones, elecciones y enredos de la existencia. Algunas de estas puertas nos llevan a la ganancia, a la suma y a la expansión, mientras que otras nos conducen a la pérdida y la caída y nos obligan a soltar. La vida, que tiene una medida exacta de las cosas, impone un perfecto balance existencial entre ellas: todo lo que ganamos lo perderemos algún día; todo lo que somos, eventualmente, dejaremos de serlo. Las constelaciones familiares a menudo ofrecen metáforas o mapas de ese laberinto: nos muestran los caminos que nos unen, los que nos separan, los vínculos que se forman cuando una puerta se abre, o que cambian y se distorsionan cuando se cierra. Así, cada sistema familiar tiene algo de laberinto o de embrollo. De la misma manera, cada individuo experimenta su vida como un laberinto, con sus múltiples yoes, sus contradicciones, oposiciones, incongruencias y extravíos.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 14
 
 
La labor de las constelaciones consiste en identificar el precioso material que reside en el centro del corazón y se plasma en nuestras conexiones, nuestros vínculos, nuestros amores y nuestros desamores, y observar todo esto con una amplitud lo suficientemente amplia como para albergar toda ganancia y toda pérdida. No se centran en el yo introspectivo, sino que lo integran y, quizá, lo diluyen un poco en la red familiar. Son sistémicas en el sentido de que comprenden que el individuo es en parte una ficción o una función ligada a las relaciones, la familia y la sociedad.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 17
 
 
Las constelaciones reordenan el amor, al mismo tiempo que identifican las ideas y las actitudes que lo ponen en riesgo (más adelante hablaremos de los «órdenes del amor», concepto central del trabajo). Son una forma de acceder con rapidez y eficacia al núcleo de los asuntos más complejos de nuestras vidas, que siempre son vinculares y relacionales. Van a la médula de nuestros grandes temas, tales como la salud, la pareja, el trabajo, la familia, los amigos o la espiritualidad. Al mismo tiempo, nos conectan con el vasto repertorio de recursos que emana del amor, el orden en la familia, la gratitud, el respeto y la integración de las heridas.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 18
 
 
Las guerras, el hambre, las matanzas y los genocidios dejan huellas epigenéticas en los descendientes de aquellos que los sufrieron.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 19
 
 
Si trabajamos en el trauma, creo posible detener el proceso epigenético y evitar que las futuras generaciones hereden el sufrimiento de los padres y otros anteriores.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 19
 
 
El éxito de las constelaciones familiares se debe a su audaz afirmación de que el campo familiar, y también el social, guarda una memoria: en la biología de cada persona viene escrita la biografía de todo su sistema, con especial influencia de las tres o cuatro generaciones precedentes.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 19
 
 
Reitero: cada uno de nosotros no es uno solo, sino muchos. Esta idea puede ser perturbadora para aquellos que alberguen la creencia de que son los dueños de su destino, en línea con la concepción actual de la individualidad omnipotente e ilimitada que prevalece en nuestra cultura occidental. No niego que puede resultar incómodo aceptar que la influencia de lo sistémico se extiende a todos los aspectos de nuestra vida, pero la realidad es intrínsecamente sistémica y relacional.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 19
 
 
Las constelaciones familiares comulgan, a mi entender, con la idea tan oriental de que la espiritualidad consiste más en quitar que en añadir, más en vaciar que en llenar. Recurriendo a la metáfora taoísta del río que fluye, podemos decir que la vida espiritual acude a nosotros por sí misma, sin que debamos forzarla, cuando logramos apartar los obstáculos neuróticos que empantanan las aguas del ser. O sea, cuando aprendemos a restar en lugar de sumar.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 23
 
 
La vida no siempre nos complace, e incluso cuando nos quita cosas, nos ofrece algo aún más importante. Esta reflexión se destaca en una historia protagonizada por el dios Krishna. Durante las fiestas en su honor, eran muchas las personas que se presentaban ante Él. Cuando alguien llegaba con veinte camellos, Krishna celebraba su riqueza diciendo: «Te regalo veinte camellos más». Si alguien tenía cuatro hijos, le concedía cuatro más. Pero de pronto se acercó un hombre harapiento que traía consigo una vaca desnutrida, su único sustento. Entonces, Krishna levantó la mano, señaló la vaca y esta cayó fulminada. Se hizo un grave silencio: la actitud de Krishna resultaba incomprensible. ¿Por qué les concedía tanto a quienes tanto tenían y, en cambio, le quitaba lo poco que tenía a quien prácticamente no poseía nada? La respuesta de Krishna fue contundente: «Era lo único que aún le alejaba de mí». Sus palabras confirman que todos deberemos perderlo todo en algún punto para estar realmente cerca de Dios. No me refiero a nuestras vacas o a nuestros hijos, sino a perder cualquier idea acerca de lo que somos, permitiendo que todas aquellas identidades que tan en serio nos tomamos mueran o se transformen. A menudo, cuando alguien acude a trabajar un tema en uno de mis talleres, le pregunto: «¿Quién sufre dentro de ti?». La respuesta es siempre la misma: sufre aquel que quiere algo distinto de lo que la realidad le está ofreciendo. Sufre quien no es capaz de aceptar los hechos tal como son. Sufre aquel que se siente incapaz de decir sí a la vida. Sufre el perezoso, el asustado, el indolente, el orgulloso, el omnipotente, el ventajista, el esforzado, el salvador, y tantos otros que viven en nuestro interior, es decir, todos los pasajeros del taxi. Sufre aquel que aún no ha tenido la suerte de ser invitado al cumpleaños de Krishna. Sufre aquel que todavía se aferra a su vaquita.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 23
 
 
Los filósofos estoicos, como Séneca, Marco Aurelio o Epicteto, entendieron que nada es bueno ni malo en sí mismo, y que aceptar lo que nos depara el destino, cultivando una cierta imperturbabilidad, nos acerca al ideal de la ataraxia o la «tranquilidad en ausencia de todo deseo y temor», lo que en última instancia pone la felicidad, o al menos cierto grado de felicidad, en nuestras propias manos. «Recuerda que morirás», «todos somos iguales», «nada es bueno ni malo», «acércate a la naturaleza», «no sufras por lo que aún no ha ocurrido» y, sobre todo, «abraza tu destino» son consejos estoicos tan válidos en la antigua Roma como en la sociedad actual.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 25
 
 
La postura del anciano del cuento ( r un anciano labrador, muy pobre, al que la vida le trajo un hermoso caballo salvaje.
 
Pronto, la noticia de aquel fantástico regalo corrió por la aldea, también muy pobre, y los vecinos se acercaron a felicitar al anciano por su buena suerte.
 
Pero él respondió: «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!». Y todos se quedaron perplejos por su respuesta.
 
Al cabo de poco, el vigoroso caballo logró saltar la valla y regresó a las montañas, y los vecinos acudieron de nuevo a la casa del labrador, esta vez para ofrecerle sus condolencias por aquella desgracia. Pero este replicó:
 
«¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!». Y volvieron a quedar perplejos.
 
Unas semanas más tarde, el caballo regresó de las montañas llevando consigo a toda una manada, de modo que el anciano labrador se volvió rico de la noche a la mañana. «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!»,
 
volvió a responder cuando acudieron los vecinos, que empezaban a dudar de que el anciano estuviera en sus cabales.
 
Al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar al caballo líder de la manada y este lo derribó, rompiéndose una pierna. De nuevo acudieron los vecinos a lamentar la mala suerte del anciano, quien repitió: «¿Mala suerte?
 
¿Buena suerte? ¡Quién sabe!».
 
Unas semanas más tarde llegaron los reclutadores del ejército, pues se había declarado una guerra, y se llevaron a todos los muchachos en buenas condiciones, excepto al hijo del anciano. Los vecinos acudieron a felicitar al anciano por su buena suerte, a lo que este respondió, una vez más: «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!».) reúne todas estas virtudes: es el sabio que ha entendido el significado de las palabras amor a la realidad. En el capítulo anterior, sembré algunos atisbos sobre este tipo de amor, al que Nietzsche llamaba en latín amor fati, y que, en mi opinión, constituye el principio fundamental de las constelaciones familiares. Amor fati significa amar la realidad, el destino. Aceptar todas las circunstancias de la vida, asintiendo a todo, incluso al sufrimiento y la pérdida. También significa «decir sí a la vida», como postulaba Nietzsche. Este es el alfa y el omega, el fondo y la forma, del trabajo en constelaciones, y de todo mi trabajo terapéutico. «Decir sí a la vida» implica un inquebrantable respeto a los hechos tal como fueron y tal como se desarrollan momento a momento. El amor a la realidad, el asentimiento a la vida tal como fue, exige el despliegue de un amor espiritual. Por ello, al concepto de amor fati de Nietzsche quiero agregar otro que lo completa y amplía: el amor del espíritu, una expresión que Bert Hellinger solía utilizar en sus libros, cursos y conferencias. Resistirse a lo que fue implica sufrimiento; rendirse a ello e integrarlo como parte del camino que nos toca recorrer significa liberación. Lo que es y ha sido debe ser reconocido e integrado de la manera exacta que es o fue, más allá de todo juicio. La realidad preside la vida y, con suerte, podemos convertirnos en sus discípulos. Este discipulado conlleva una actitud espiritual. La espiritualización del amor, aplicada en terapia, expresa y representa un componente crucial en mi enfoque y comprensión de las constelaciones.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 26
 
RESPETAR LOS HECHOS
 
Cuando los eventos en la biografía de alguno de mis consultantes resultan dolorosos o trágicos, trato de ayudarles a aceptarlos, lo cual a menudo conlleva largos y profundos procesos emocionales y cognitivos. Esto significa sumergirnos sin temor en el lodazal del sufrimiento humano para que pueda ser abrazado, y rozar territorios traumáticos con el mayor respeto y compasión. Además, implica desarrollar una mirada más amorosa, comprensiva y, de algún modo, desprendida del propio ego personal que observa la vida con desconfianza. Siempre procuro ofrecer ayuda de manera sencilla y respetuosa, ajustándose a la realidad de cada cual. Mi trabajo consiste en acompañar a las personas para que sean capaces de asentir, de desarrollar respeto por los hechos como una forma de integrarlos y, de esta manera, sintonizarse con la realidad, sea cual sea, tal y como fue y es, de la forma en que se manifestó y se expresa en cada momento. Para lograr esto, procuro abandonar cualquier posición ideológica, moral, indignada, de blanco o negro, así como cualquier tendencia a sentir lástima por quienes me visitan. Trato de mantener a raya mis propios prejuicios y mapas mentales. Durante la sesión de constelaciones, mi alianza principal es con los hechos y el impacto que han tenido en las personas. Ya sean dulces o adversos, estos hechos nos guían y moldean en relaciones de causa y efecto, a menudo vividas de manera inconsciente. Mi actitud está enfocada en ponerme del lado de las personas y de las familias, así como de la sabiduría o del azar que las guía. De este modo, puedo ofrecer una ayuda eficaz para que el consultante integre el dolor inevitable, junto con la cadena de vivencias que conlleva y las tensiones que se alojan en el cuerpo cuando el dolor hace acto de presencia. Según mi manera de entender el trabajo terapéutico, conviene desarrollar una alianza inquebrantable entre el terapeuta y la realidad. Para lograrlo, el terapeuta debe doblegar o suavizar sus propios yoes o tendencias neuróticas, que suelen filtrarse en forma de intenciones y expectativas, interfiriendo con la verdad desnuda de las personas y el destino que les tocó vivir. La ayuda está mal enfocada cuando el ayudador se deja llevar por pretensiones como querer salvar al otro, o cuando se rasga las vestiduras ante su padecimiento, o cuando cae en una excesiva indignación ante los hechos o las conductas de sus clientes. Hay un antídoto para evitarlo: el cultivo del centro vacío e indiferenciado del propio ser. Desde el centro vacío de uno mismo, el péndulo de nuestros sentimientos y acciones puede oscilar con desapego en la dirección adecuada. El buen terapeuta deberá cultivar la confianza básica en la regulación espontánea de la vida y de sus procesos. En terapia Gestalt, esto se conoce como «autorregulación organísmica». Se trata de no interferir, de permitir que las cosas sean como son y de seguir la máxima de «no empujes el río», es decir, de no empeñarse por medio de nuestra obstinación o capricho. Esta misma mirada es la que vertebra el taoísmo. En Vivir en el Alma, afirmé que la primera regla de la buena ayuda consiste en apreciar, respetar, acoger, incluso amar aquello que resulta problemático para el consultante. En última instancia, este se encuentra ante la necesidad de mirarlo de frente e integrarlo si desea liberarse de sus efectos adversos. Por ejemplo, es beneficioso abordar sensaciones corporales molestas, sumergiéndonos en ellas en lugar de evadirnos. Un caso común es el de los abusos sexuales. Perpetuar la indignación no ayuda en asuntos como estos; en cambio, es más efectivo abrir espacio para un acompañamiento amoroso que permita la integración del abuso, curando así el yo herido. Esto evita que el pasado siga atándonos y dificultando nuestro presente, empobreciéndolo de sus dones y llenándolo de asperezas.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 27
 
 
Un buen taller de constelaciones tendría que compartir la atmósfera de un buen funeral, uno en el que las lágrimas por la pérdida y el final de la vida se mezclaran con la gratitud por lo vivido. Todos albergamos en nuestro interior ciertos estereotipos risibles, ciertos tics de carácter que nos vuelven dignos de una carcajada, incluso en nuestro propio entierro. Como dijo Chaplin: «Mirada de cerca, la vida parece trágica, pero vista de lejos parece una comedia».
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 30
 
 
Mi tarea consiste en lograr que la gente conecte con su propio saber, con su propia resiliencia, con la convicción de que pueden enfrentar lo que sucedió, amparados por su sabiduría interior. Para afrontar el sufrimiento, es determinante sentirse respetado, escuchado, aceptado, querido y acompañado.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 31
 
 
De la misma manera que para los niños es crucial sentir que los padres están ahí, pase lo que pase, cuando somos adultos seguimos considerando indispensable la compañía incondicional de los demás. Esta es la función de todo terapeuta: estar presente, en especial cuando fallan los recursos propios, relacionales y familiares del consultante. Es un «estar ahí» de una manera especial: no invasiva, no directiva, no invalidante, profundamente respetuosa y compasiva. Con un poco de suerte, en el intercambio con el terapeuta, el consultante se contagiará de esta actitud.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 31
 
 
Las constelaciones tienen un fuerte componente escénico, psico o sociodramático. En su representación más habitual, se crea una disposición espacial con personajes reales que asumen los roles de personas significativas en la vida e historia del consultante: aquellas involucradas en la raíz de su problema, en la búsqueda de soluciones y en el ordenamiento de sus vínculos. Imaginemos un grupo reunido en una sala. Entre los participantes, alguien hace de madre, otro representa a un padre, a un hermano o a una hermana, a una pareja o expareja, a un hijo, a un tío difunto, a una abuela con una herida emocional abierta, a un abuelo fusilado en la guerra. Estos representantes se encuentran en el espacio escénico, interactuando entre sí y enfrentándose a una experiencia desafiante, ya que no disponen de un guion. No deben hacer nada, absolutamente nada, ni decidir nada, ni inventar nada; simplemente, deben dejarse tomar por los sentimientos y movimientos espontáneos que aparezcan. Ese «dejarse tomar» se convierte para muchos representantes en una experiencia misteriosa y única que solo se comprende cuando se experimenta. Si el representante, actor o auxiliar, no se resiste mediante sus propios patrones, si no interfiere en el proceso con sus propias ideas o rasgos de carácter, el proceso resultará, la mayoría de las veces, en algo creativo y misteriosamente repleto de sentido. Si todo va bien, los representantes se verán tomados por los sentimientos o las emociones de los representados.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 31
 
 
Entiendo las constelaciones como una representación donde el autor del libreto es la vida misma, la historia de la familia con sus encrucijadas y sus vivencias, y donde el terapeuta no es más que un director de actores con la consigna de que no interpreten, de que tan solo escuchen sus cuerpos y sus sentimientos para que los guíen. De esta forma, emergen dinámicas desordenadas que deben ser abordadas y atendidas, o que pueden encontrar su resolución espontánea, como también ocurre a menudo.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 33
 
 
Las constelaciones familiares no son una terapia verbal e interpretativa, sino una exposición a un campo de información en el que lo invisible puede hacerse visible, lo inconsciente, consciente. En ellas, prevalece la hondura de la existencia, el humanismo puro y duro. ¿Cómo podría ser de otro modo si el propio Bert Hellinger afirmaba que su foco eran los asuntos de vida y muerte?
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 33
 
 
Las constelaciones son un enfoque sistémico que ve lo familiar como una mente colectiva que dirige el destino de sus miembros. Por tanto, una tarea importante en el viaje de la vida es poner atención a esta mente común, y las constelaciones ofrecen la oportunidad de escenificar las dinámicas de esta red de vínculos para comprenderla más profundamente.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 33
 
 
Durante las constelaciones, los representantes manifiestan síntomas en el cuerpo que encajan con los experimentados por los representados. Por ejemplo, durante una constelación, el representante que encarna al padre de una consultante puede adoptar una postura específica doblando el brazo de una forma peculiar. Más tarde, la consultante revela que su padre sufrió una hemiplejia que le dejó con el brazo en esta posición. Esta clase de paralelismos son muy frecuentes. Al reflexionar sobre este hecho con la mente abierta, surge un elemento innovador y significativo, que enriquece el trabajo de constelaciones familiares y que nos coloca en un escenario que muchos psicoterapeutas y otros profesionales de la ayuda intuyen: que la información se comunica no solo a través del verbo o del cuerpo, sino también de una manera intuitiva y misteriosa, difícil de explicar. Se trata de una afirmación muy atrevida y que desafía las coordenadas cartesianas que generalmente guían nuestra racionalidad. No es fácil aceptar que los representantes sienten, experimentan y acceden a los sentimientos de los representados. Las constelaciones generan mucha controversia por esa razón, y lo cierto es que gran parte de su dinámica queda fuera de toda lógica racional consensuada. Aun así, Hellinger se sintió con la autoridad, la audacia y la locura suficientes como para ir más allá de dicha lógica, lo cual le granjeó bastantes críticas. Sin embargo, conviene recordar que el conocimiento no habría prosperado demasiado si no fuera por todos aquellos que se atrevieron a desafiar las ideas establecidas. Hoy, la existencia de la gravedad o el heliocentrismo se han convertido en una obviedad para todos. ¿Se reconocerá en el futuro que existen también campos de información que trascienden el espacio y el tiempo? Sé que no puedo aportar una respuesta racional sobre la existencia de estos campos, pero convivo bien con el no saber. A un nivel intuitivo, no tengo duda de su existencia, dadas las abundantes sincronicidades y coincidencias que se pueden observar en una constelación.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 33
 
 
Siempre me he identificado como escéptico, no en el sentido de no creer en lo que veo, sino más bien en la idea de no necesitar una teoría para explicarlo todo. Así pues, soy un escéptico entregado con alegría a fenómenos que de momento nadie sabe explicar.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 36
 
 
La magia y misterio de las constelaciones puede explicarse también con otra teoría: las neuronas espejo. Hoy en día, sabemos que las neuronas espejo no son simplemente redes de imitación, sino que tienen implicaciones muy profundas que afectan a nuestro sentido de la empatía, el amor, el aprendizaje y el entendimiento profundo de las otras personas. Las neuronas espejo son la base de nuestro comportamiento social, nos permiten adivinar las intenciones del otro y, por tanto, también su sufrimiento, su estado interior y sus necesidades. Esta podría ser la base de una futura explicación científica de los mecanismos de acción terapéutica de las constelaciones familiares. Tal vez en algún momento se verifique por completo la hipótesis de los campos morfogenéticos enunciada por Rupert Sheldrake. O quizá se demuestre que todos los consteladores somos víctimas de una fantasía colectiva sin pies ni cabeza, aunque paradójicamente funcional y terapéutica. También es posible que nunca logremos respondernos completamente a la pregunta de cómo nos alcanza en una constelación la información de las vivencias energéticas y emocionales de otras personas. En cualquier caso, la capacidad de renarrar el conflicto que tienen las constelaciones familiares las convierte en una herramienta terapéutica de enorme eficacia. Lo más importante es que la verdad siempre se reconoce por su capacidad para sanar.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 36
 
 
¿No sería extraordinario que el viaje de la muerte incluyera algo así, un «Día de la Ojeada» cada trescientos años, o incluso cada cien? Te mueres, pero puedes estar seguro de que cien años después hay un día en que sales de la tumba a dar un paseo.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 37
 
 
En constelaciones, como en todo, hay una buena y una mala praxis, y la mala praxis tiene que ver con la arrogancia del terapeuta y con un exceso de pensamiento propio o de pensamiento mágico. Una constelación puede ayudar a confrontar el relato familiar establecido con otro relato emergente y silenciado, siempre en la comprensión de que lo curativo no consiste en reemplazar una verdad absoluta por otra verdad, sino en brindar espacio a la otredad, al relato alternativo, y al choque, diálogo y coexistencia de diferentes miradas. Es decir, aunque se pueda reconocer que, en ciertas ocasiones, las constelaciones reflejan la realidad, lo que es, o hacen emerger lo no resuelto, considero que lo más crucial es lo que el consultante escucha, asimila, elabora y, sobre todo, aquello que lo pone en movimiento interior. Ahí se inicia un espacio creativo y novedoso.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 39
 
 
A lo sumo, la constelación puede reflejar la verdad obvia, o las dudas de los consultantes, pero no deja de ser una narrativa con la que debemos entablar un diálogo. Todo constelador es un ayudador, y cualquier forma de ayuda que vaya tan solo un paso por delante de la persona atendida probablemente tendrá malos resultados y generará juegos psicológicos entre terapeuta y consultante. Los movimientos fenomenológicos de una constelación pueden generar interrogantes en los consultantes, que irán encontrando respuesta y significado más adelante. Con el tiempo, muchos encuentran significado y experimentan transformaciones internas, pero no ocurre lo mismo para todos.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 40
 
 
Algunas personas experimentan un gran alivio cuando un hecho o una trama que habían intuido de repente se revela y puede ser enfrentado. No obstante, nunca tomaremos los hechos que se muestran en la constelación como una verdad absoluta, sino como un diálogo entre las distintas narrativas vitales posibles. Lo más importante es la persona, no la constelación. Mi enfoque consiste en ir siempre un paso por detrás del consultante, nunca un paso por delante, una norma que se debería aplicar a toda intervención terapéutica. Por tanto, cuenta lo que el consultante o cliente percibe, asume, procesa, integra, libera. La clave en psicoterapia es lo que el paciente puede escuchar y asumir, no tanto las aportaciones del terapeuta. ¿Qué sé yo de tu vida? Tu vida es tuya, y yo te sigo para que exploremos juntos aquello que te concierne, que tiene un sentido para ti; tú decides qué permites que entre en tu psique. Eres responsable de tu vida y tu camino. Como terapeuta que trabaja en constelaciones, puedo acompañarte, señalarte dinámicas y comportamientos, siempre y cuando tenga en cuenta que tú pones los límites, que tu vida es un material valioso ante el que yo no soy un juez, ni un fiscal ni un profeta.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 41
 
 
La terapia, decía Fritz Perls, consiste en pasar del heteroapoyo al autoapoyo: que cada palo aguante su vela, que cada quien sostenga su vida, más allá del hecho de que, juntos, nos acompañamos.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 42
 
 
No es posible desempeñar el oficio del terapeuta sin experimentar un estado interior de espontánea benevolencia y espíritu compasivo. Digo «estado» porque las emociones y sentimientos son cambiantes, van y vienen, pero los estados son más bien estables y se asemejan a actitudes: están ahí o no lo están, aunque afortunadamente pueden desarrollarse. Deberíamos preguntarnos a nosotros mismos de vez en cuando cómo andamos de benevolencia, sobre todo si pretendemos dedicarnos a la ayuda o al servicio a los demás. Creo que no deberíamos acompañar profesionalmente a personas en situaciones difíciles si no sentimos benevolencia, que no es otra cosa que el deseo espontáneo y genuino de querer el bien, de que el otro esté bien, de que al otro le vaya bien, de que se conozca más y mejor a sí mismo, de que tenga buena vida, de que su corazón lata con fuerza ante los envites de su camino.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 42
 
 
La buena ayuda se basa en asumir la propia ignorancia acerca del otro y en desarrollar la capacidad de escucha y de exploración. El terapeuta actúa como un explorador, y su método consiste en ir en pos del fenómeno. Esto no implica un significado predefinido a cada movimiento, a cada gesto: «Si fulanito se rasca en el lado derecho, es que su padre no es su padre». No funciona así. Ir en pos del fenómeno, actuar fenomenológicamente, significa que, si una persona experimenta un dolor, realiza un gesto o grita, el fenómeno se está revelando por sí mismo. Del laberinto se sale mirando hacia su interior, recorriendo sus oscuros pasadizos. No hace falta forzar una interpretación.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 44
 
 
Hay demasiados dogmas, lugares manidos, análisis sesgados en el mundo terapéutico. A menudo se deja de lado la importancia de la fenomenología como principio rector en la relación de ayuda. Se olvida preguntar «¿qué sientes?», «¿qué experimentas?», «¿cómo es para ti?»: preguntas que operan como candil que alumbra el camino. Los dogmas calman nuestra ansiedad, pero en realidad no ayudan. No es serio pensar que, si se me manifiesta un dolor en la rodilla izquierda, existe automáticamente una implicación con mi madre. Este tipo de interpretaciones tienen mucho éxito y hay docenas de libros con esta orientación. En cambio, lo fenomenológico, lo experiencial, se revela a sí mismo sin necesitar la intermediación de una teoría. Esto nos confronta con la cruda realidad de que los terapeutas vamos escasos de fe y sobrados de conceptos. Tal vez nos falta fe en la vida, en la fenomenología, en la espontaneidad de los procesos, en lo experiencial, en el vacío y en el poder creativo y sanador del vínculo y del encuentro terapéutico. Como resultado, nos anticipamos con nuestras ideas acerca de las cosas, o queremos interpretarlas para manipularlas. Así que los terapeutas también vivimos en nuestra narrativa, en nuestro relato, y lo cierto es que la mayoría de los relatos de los terapeutas cumplen un par de propósitos: calmar su propia inseguridad y alimentar las angustias infantiles que no han sido integradas. El minotauro también nos persigue.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 44
 
 
A mi entender, existe una dimensión genuinamente psicoespiritual en el trabajo de constelaciones familiares. Además de desbrozar la maleza de las dinámicas familiares, las constelaciones incentivan una relación más sana con uno mismo mediante una mejor y profunda autoescucha y observación compasiva. En consecuencia, favorecen el desarrollo de la preciada cualidad de la conciencia: la capacidad de experimentar el presente momento a momento y de ser consciente de la conciencia misma. El objetivo último, o el regalo inesperado que las constelaciones nos traen, es un encuentro con el espíritu.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 46
 
 
¡Qué difícil nos resulta asumir la esencial lección de la transitoriedad y finitud de todo lo existente, tal como insiste el budismo! Cuando nos enfrentamos al abismo existencial en nuestras vidas, las maniobras estrictamente psicológicas se revelan insuficientes. Todos los utensilios que empleamos como psicólogos o terapeutas para escarbar y transformar los contenidos de la mente, las emociones y el cuerpo se tornan pequeños, porque tocamos algo que va más allá, que es trascendente, inasible, existencial, de otro calado. Acariciamos el misterio.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 47
 
 
No hay duda de que las constelaciones tienen una vertiente psicológica capaz de revelar con detalle los embrollos e implicaciones en las familias, y también una vertiente espiritual, que nos impulsa a rendirnos al gran misterio de las cosas como son y regresar al simbólico paraíso infantil, previo a la caída en la cárcel del yo personal, cuando cabalgábamos a lomos de la realidad y no en su contra.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 53
 
 
La vertiente psicológica del trabajo personal comienza por asumir y entender la naturaleza de nuestra esclavitud. En otras palabras, nos ayuda a comprender y dilucidar qué atmósferas familiares cargamos. Por atmósferas familiares me refiero, especialmente, a la amplia historia de nuestros anteriores, a los lugares que ocupan los padres, los hermanos o los bisabuelos, a la relación que existe entre ellos. También a nuestro propio lugar, nuestro sentir, nuestra capacidad de amar y sacrificarnos en relación con todos ellos. Es crucial comprender que existe una geometría de vínculos configurada en nuestro interior.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 53
 
 
El aspecto psicológico nos insta a comprender, reconstruir y transformar internamente las dinámicas que nos atraparon, creando espacio para otras más saludables. Las constelaciones aspiran a que prevalezca el amor, el buen amor. Y, en última instancia, buscan que el padre, la madre y todos los que forman parte de nuestro sistema ocupen un lugar de paz, respeto y aceptación en nuestro interior. La geometría constitutiva de nuestro guion de vida y, por tanto, de nuestra esclavitud puede ser trabajada, ordenada y liberada, desvelando implicaciones, desamores, desórdenes y sacrificios vinculados a un padre, a una madre u otros. De este modo, podemos promover cambios profundos, crear vivencias y relatos alternativos, y fortalecer nuestra capacidad de acción.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 53
 
 
Además de vivir anclados en relaciones de amor y de apoyo, la vida requiere una apertura hacia un plano más elevado, hacia una dimensión espiritual que dote de sentido al gran laberinto de la existencia. A veces, el sufrimiento y las adversidades que experimentamos son tan cruentas que lo meramente psicológico, aquello que entendemos como dirigido por el yo personal, no es suficiente para abordar la situación, para aplacar el dolor, para no caer en el sinsentido. ¿Cómo se integra la muerte de un hijo desde el yo personal? ¿O una violación, o un trauma de guerra, o un asesinato? Sencillamente, es muy difícil sin la dimensión espiritual. Como decía el poeta y místico sufí Rumi, cuando tu casa ha quedado destruida, cuando lo has perdido todo, descubres que, enterrado en la tierra que sostiene tus cimientos, siempre hubo un tesoro escondido. Y ese tesoro no tiene una voz: es el ser, la luz y la vida, es el gran espacio que contiene los hechos.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 54
 
 
La vida nos plantea una dialéctica intrigante: la que se entabla entre la voluntad del yo y la voluntad de la existencia. Las constelaciones familiares exploran esta dualidad, destacando la importancia tanto de la voluntad personal como del misterio del ser, dos caras de la misma moneda. Su regalo consiste en proporcionarnos la capacidad de afinar el diálogo entre estas dos instancias fundamentales. En este proceso de exploración, nos damos cuenta de que la voluntad de la vida trasciende la voluntad personal. La vida tiene sus propios anhelos e impone límites que van más allá de nuestros deseos individuales. Esta revelación se convierte en una experiencia universal, ya que todos compartimos el envejecimiento, la enfermedad y, en última instancia, la muerte.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 54
 
 
Cuando las constelaciones familiares proponen amar a aquellos que nos han causado dolor, no están hablando de un amor emocional. Frente a los «enemigos» que nos maldicen, aborrecen, ultrajan o simplemente nos causan daño, no es necesario, y a menudo ni siquiera posible, experimentar amor como sentimiento realmente sentido o como una voluntad de cercanía y cariño. Se requiere un tipo diferente de amor: aquel que no impide el enojo, la tristeza o la repulsión. Un amor que solo exige que nos rindamos, que nos inclinemos ante la realidad tal como ha sido, abarcando todo y a todos tal como fueron y son. Bert Hellinger llamó a este amor «amor del espíritu». Podemos recurrir a este amor espiritual, no porque nos guste lo que sucedió, ni siquiera porque lo aprobemos, sino solamente porque así fue y porque todos merecen ser mirados, incluso los peores perpetradores, para privar al odio de su poder destructor sobre la vida.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 60
 
 
Un trabajo central en las constelaciones es remarcar la importancia de la inclusión. Inclusión no solo de las personas, sino también de los hechos, de la realidad tal como es en cada momento. Un principio existencial de las constelaciones afirma que todo lo que es tiene derecho a ser de la manera en que ha sido, y que todos los que son tienen derecho a ser y a formar parte, independientemente de lo que hayan hecho. Además, todo lo que somos, momento a momento, también reclama nuestro acogimiento. En la vida, necesitamos ascender a otra dimensión amorosa que va un poco más allá de las elementales pasiones humanas. Estas pasiones emplean herramientas emocionales muy precarias, como son el excesivo rechazo o la excesiva apropiación, la alocada apertura o el cierre extremo al contacto y al amor.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 61
 
 
Cuando se dice que la única cura es la del amor, creo que es literalmente cierto. Aquello que podemos amar y apreciar nos libera. Y aquello que no podemos apreciar ni amar nos ata y drena nuestra energía de vida.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 63
 
 
Las constelaciones familiares son sistémicas, relacionales y fenomenológicas.
 
A la par, también son existenciales, pues vibran en ese lugar donde nos lo jugamos todo: la frontera entre el amor y la muerte, los vínculos y las relaciones. También son humanistas, porque propician la veracidad, la honestidad y el encuentro dialógico, más allá de ciertas derivas directivas, esotéricas y autoritarias por parte de quienes se toman las constelaciones como un tipo de magia popular. Son igualmente comunales, porque agregan mucho valor cuando se trabaja en grupo. Y, por último, son espirituales, pues gozan de un marcado carácter transpersonal. También podemos hablar de lo que no son. No son una pseudociencia ni pretenden convertirse en ciencia, al menos no es mi intención, a pesar de que cada vez existen más evidencias académicas de su validez terapéutica. Tampoco son la panacea, si no se acompañan de un buen proceso terapéutico o de una voluntad decidida en crecer como seres humanos y desarrollar nuestra conciencia. Y, por supuesto, no tienen que ver con la magia o la brujería.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 69
 
 
Mi impresión es que la realidad no puede ser eludida: debe ser reconocida.
 
Los mejores relatos son los que la incluyen y la respetan, los que abren puertas y caminos de vida; por el contrario, los peores son aquellos que nos atrapan en sufrimientos y parálisis. Se sabe que ninguna creencia es verdadera en sí misma, porque toda creencia es un «saber sabiendo», y no un «no saber sabiendo», como decía san Juan de la Cruz en sus hermosos versos.
 
Por ende, la pregunta determinante es si una creencia es útil o no, si es un vehículo o un obstáculo.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 74
 
 
Más allá de que una constelación familiar pueda mostrar «lo que es» o se trate de una mera construcción, acaba planteando, sin duda, una confrontación entre el relato familiar del consultante y sus vivencias concomitantes. La constelación le devuelve la narrativa y propicia un diálogo creativo del que puede surgir un movimiento de mayor salud, paz y reconciliación. Ayuda a revisar y reconstruir los relatos partidistas, arbitrarios o interesados de nuestra historia, a clarificar nuestras limitantes creencias con sus raíces emocionales. Debemos considerar que la manera en que nos contamos la infancia, el papel del padre, de la madre, la dinámica familiar, nuestro lugar en el mundo, la esencia del mundo, entre otros aspectos, configuran relatos determinantes. Es conveniente que lo que nos contemos se acerque a la verdad, aunque duela, pues así seremos más libres.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 75
 
 
EL «RELATOR OFICIAL» DE LA FAMILIA
 
Una parte de estos relatos familiares ha sido transmitida por el «relator oficial» de la familia, es decir, la persona con más ascendente en el sistema, que toma el papel de guionista del clan y construye una historia en la que algunas cosas o personas aparecen como maravillosas u heroicas, y otras como desastrosas o villanas. Este relator oficial, por alguna razón que se me escapa, es en un porcentaje mayor de casos una mujer: la madre. El hijo o la hija recibe un relato familiar que la madre le transmite, y si este relato dice: «Mi padre es un hombre muy valioso y extraordinario», así lo veré; y si dice: «Mi padre es un monstruo maltratador», entonces no habrá amor, ni comida ni agua para el padre: lo dejaré fuera de mi corazón, será excluido. A veces, la madre puede excluir al padre. Claro está que, en algunas circunstancias, la dinámica se invierte. He sido testigo de diversos casos en los que el padre y su relato excluyen a la madre, o, por el contrario, la retratan como una heroína. Estos relatos, bajo la perspectiva patriarcal, tienden a presentarla en el mejor de los casos como sumisa y abnegada, mientras que en otros casos la presentan como pérfida. El meollo de este poder narrativo reside en que el relato oficial con frecuencia funciona como una herramienta de exclusión. En situaciones donde este relato ha afirmado que el padre era un indeseable, la constelación puede proporcionar una narrativa diferente. Este nuevo relato también puede revelar aspectos desconocidos de la madre, sin descalificar ni reemplazar al primero; más bien, lo complementa y ofrece una perspectiva desde otro ángulo, dotando a las relaciones familiares de humanidad. La intención no es cambiar una retórica maniquea por otra igual, sino al revés. Las cosas no suelen ser lo que parecen. Corresponderá a los hijos iluminar los hechos familiares, investigándolos hasta alcanzar un lugar de objetividad, y fenomenológico, más allá de las apariencias. Por supuesto, los roles de buenos y malos en las familias suelen ser intercambiables. Cuando uno de los dos miembros de la pareja no se aferra adecuadamente a la vida o tiene un deseo inconsciente de morir, puede crear un vínculo relacional lleno de demandas hacia el otro, generando malestar en la relación. Si no me sujeto bien a la vida, por mucho que exija a mi pareja que me sostenga en ella, no va a lograrlo completamente, ya que ninguna vida está en manos de otra persona. En estas danzas de relación predomina el desencuentro y la infelicidad, y tienen consecuencias. Por ejemplo, ante esta situación, mi pareja se retira emocionalmente, porque le falta mi calor y mi amor, y posiblemente intente llenar la carencia emocional sustituyéndola por el alcohol. A continuación, cuanto más bebe, más me retiro de él... Jamás busco que las personas se sientan obligadas a aceptar que una constelación pueda determinar la verdad por encima de los relatos interesados. No otorgaría a ninguna constelación el estatus de «verdad oficial», incluso si estuviera convencido de ello. En el mejor de los casos, la constelación sugiere una explicación sanadora y coherente, que opera como representación para ayudarnos a reflexionar. Lo importante es el diálogo entre la constelación y el consultante, intermediado u oficiado por el terapeuta. Como he dicho anteriormente, algunos consteladores piensan que lo que muestra una constelación es la verdad y la imponen. Aunque fuera así, el resultado no sería funcional, dado que investiría al terapeuta con un aura sacerdotal y profética fuera de lugar. Imaginemos al terapeuta como ungido transmisor de la verdad revelada por una constelación: el trabajo interior y responsable del consultante habría terminado antes de empezar y la constelación quedaría invalidada, sin alcanzar un lugar de una cierta objetividad.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 75
 
 
Una constelación ofrece la oportunidad de dilucidar las raíces de nuestros problemas en la red de vínculos que conformamos, permitiéndonos comprender más profundamente nuestra identidad en este entramado relacional. También nos invita a confrontar la narrativa que hemos interiorizado y a desarrollar una narrativa diferente y funcional. Difícilmente la constelación nos devolverá la misma historia que llevamos dentro; si lo hace, será agregando matices nuevos. Podríamos afirmar que nuestras narrativas, ideas y relatos nos mantienen atrapados en las problemáticas que experimentamos. Tenemos problemas porque somos ignorantes de nosotros mismos, no vemos la totalidad de la situación o no somos capaces de confrontar los hechos pasados ni de aceptar la verdad acerca de nuestra familia o de nosotros mismos. Así que, potencialmente, las constelaciones nos exponen a las verdades ocultas de ciertas dinámicas familiares o propias, que a veces están muy distorsionadas. Al constelar, nos vemos ante la oportunidad de observar con claridad el propio árbol genealógico, sus dinámicas, sus sombras, de un modo en que lo que nos daña del sistema podemos convertirlo en nutriente, en semilla o abono.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 77
 
 
Las constelaciones familiares se fundamentan en la idea de que vivimos en una mente colectiva, parecida a una colmena de abejas. En este marco, cada persona está inmersa o influenciada por esa mente colectiva. Nuestra mente personal está totalmente condicionada por esta mente grupal, gregaria y más grande, que de alguna manera une y dirige a aquellos que forman parte de ella. En la mente grupal se cuece y define nuestra identidad, quién y qué somos, aquello que nos mueve y nos sucede. A esta mente colectiva, en constelaciones, a veces la llamamos «alma familiar».
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 78
 
 
Las leyes de las que habló Hellinger son lo que en constelaciones familiares llamamos los órdenes del amor, término acuñado por san Agustín para referirse a una cierta ética u orientación virtuosa sobre lo que debe ser amado.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 79
 
 
Suelo decir que hay cinco preguntas que me guían a la hora de trabajar en cada consulta. Estas cinco preguntas, que considero una forma de aplicar la teoría de los órdenes del amor al trabajo práctico en constelaciones, son las siguientes:
 
¿Qué o quién tiene que ser reintegrado al corazón del sistema para evitar que alguien sufra al representarlo?
 
¿Qué lugar debemos ocupar claramente para evitar alteraciones y sufrimientos para todos?
 
¿Qué equilibrio en el intercambio debe ser restaurado o reequilibrado para que nadie tenga problemas?
 
¿Qué destinos deben ser respetados para evitar su repetición?
 
¿Qué estaba separado y ahora necesita ser unido y reconciliado?
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 79
 
 
Una constelación ofrece la oportunidad de dilucidar las raíces de nuestros problemas en la red de vínculos que conformamos, permitiéndonos comprender más profundamente nuestra identidad en este entramado relacional. También nos invita a confrontar la narrativa que hemos interiorizado y a desarrollar una narrativa diferente y funcional. Difícilmente la constelación nos devolverá la misma historia que llevamos dentro; si lo hace, será agregando matices nuevos. Podríamos afirmar que nuestras narrativas, ideas y relatos nos mantienen atrapados en las problemáticas que experimentamos. Tenemos problemas porque somos ignorantes de nosotros mismos, no vemos la totalidad de la situación o no somos capaces de confrontar los hechos pasados ni de aceptar la verdad acerca de nuestra familia o de nosotros mismos. Así que, potencialmente, las constelaciones nos exponen a las verdades ocultas de ciertas dinámicas familiares o propias, que a veces están muy distorsionadas. Al constelar, nos vemos ante la oportunidad de observar con claridad el propio árbol genealógico, sus dinámicas, sus sombras, de un modo en que lo que nos daña del sistema podemos convertirlo en nutriente, en semilla o abono. Esta metamorfosis de lo que nos ata en lo que nos libera fue expresada magistralmente por el poeta Machado en estos versos célebres: Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!, que una colmena tenía dentro de mi corazón; y las doradas abejas iban fabricando en él, con las amarguras viejas, blanca cera y dulce miel.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 77
 
 
El trabajo de constelaciones se apoya en la constatación de que aquello que puede ser unido nos libera y, si hay algo que no se puede unir en la vida, al menos puede integrarse en nuestro interior.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 85
 
 
Esta es una de las dialécticas fundamentales de las constelaciones, comparable a las dialécticas entre el yo y la voluntad o entre la energía de vida y de muerte.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 85
 
 
Unir y reconciliar libera, mientras que separar y escindir enferma. Esta es una de las dialécticas fundamentales de las constelaciones, comparable a las dialécticas entre el yo y la voluntad o entre la energía de vida y de muerte. El trabajo de constelaciones se apoya en la constatación de que aquello que puede ser unido nos libera y, si hay algo que no se puede unir en la vida, al menos puede integrarse en nuestro interior.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 85
 
 
Animo a tener presentes las cinco preguntas que he enumerado y comentado, ya sea aplicándolas a la propia vida o incorporándolas al repertorio teórico de terapeutas consteladores y sistémicos. Estas preguntas contribuyen a incrementar el orden y el bienestar en los ámbitos familiar, personal y existencial, promoviendo así la paz en el corazón, deseo y norte de todo ser humano.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 86
 
 
Además, insto a consteladores y consultantes a que tengan en cuenta que, en realidad, constelar no siempre es lo más importante en un taller de constelaciones. De lo que se trata, como he dicho a menudo, es de trabajar con uno mismo a través de la constelación. Lo verdaderamente significativo es el trabajo personal de toma de conciencia, el procesamiento emocional y corporal, bien sea mediante la constelación u otros métodos terapéuticos o psicoespirituales. No sé si el universo conspira para que avancemos y maduremos en nuestro camino hacia la conciencia (debo reconocer que me resultaría sorprendente que el universo se tomara la molestia de ocuparse de cada uno de una manera tan personalizada), pero no hay duda de que a veces parece que conspira para que aprendamos. Y, si no lo hacemos ni cambiamos, usa la vía de la azotaina.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 86
 
 
Más importante que hacer una constelación es tener un para qué hacerla, un asunto real, un sufrimiento muy concreto. Es necesario que algo madure dentro de uno, que haya un objetivo. Hay que sentir la necesidad, y verse en ese momento en el que uno necesita mucho y desea poco, tal como ilustra el cuento de Mushkil Gushá, el leñador que, a pesar de su humildad y pobreza, confió en una voz interior. Siguiendo sus indicaciones, se colocó frente a un precipicio y dio un paso hacia el vacío. En ese instante, apareció una escalera de la nada que lo llevó a descubrir un tesoro entre las nubes. Enfrentar una constelación es de alguna manera similar a la experiencia de este personaje de la tradición oriental, requiere entrega y confianza en que algo positivo sucederá, permitiendo ordenar, reparar y abrir nuevos caminos en la vida.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 87
 
 
Me parece que pensar en términos de solución, hablando de constelaciones, resulta pretencioso. Creo que habría que pensar más en términos de dirección, de proceso, de encontrar caminos, de orientación, de integración. De lo contrario, es como pretender que sean un producto acabado, cuando en realidad son más bien un movimiento. Todo trabajo terapéutico cumple una función principal, que es ponernos más cerca de nosotros mismos y en contacto con nuestras propias fuerzas para sanar.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 88
 
 
En el crisol familiar se tejen las tramas que eventualmente darán forma a un carácter, lo que sugiere que su desarrollo suele contar con un marcado componente sistémico, al menos según lo que he observado con el transcurso de los años. La teoría psicológica preponderante nos dice que el carácter se crea en la primera infancia, hasta los seis o siete años. En mi opinión, no es así. Prefiero pensar que el carácter se despliega o se confirma, no que se crea o construye. Aunque es innegable la importancia de las vivencias infantiles, ¿y si el carácter se cuece de una manera muy sutil en el caldero familiar, amplio y transgeneracional? Todo cuenta. No caemos a la vida como tabula rasa, sino como legatarios de mucho pasado.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 90
 
 
En su libro Trauma y memoria, Peter Levine narra un experimento en el que condicionaron a ratones asociando un estímulo con una respuesta. Les hacían oler un aroma específico y luego les aplicaban una descarga eléctrica, sin posibilidad de atacar ni huir. Un trauma inmisericorde en toda regla. Los ratones quedaron condicionados a asociar ese olor con una respuesta traumática, contractiva y angustiosa: estrés en estado máximo. Lo increíble es que los descendientes de estos ratones por cinco generaciones repetían el comportamiento traumático de contracción al oler ese aroma. Imaginemos que los ratoncitos hijos, nietos, biznietos y tataranietos fuesen conscientes de lo que los investigadores hicieron a sus antepasados, y que pudieran comprender por fin sus propias respuestas inconscientes a esa situación, sus devastadores automatismos ante ese olor específico. Imaginemos, además, que pudieran ver, reconocer, llorar, respetar lo que sucedió. De alguna manera, esto es exactamente lo que las constelaciones logran para nosotros.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 94
 
 
Somos libros escritos hace mucho tiempo que se siguen escribiendo.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 95
 
 
No solo lo biográfico, sino también lo transbiográfico nos afecta de algún modo. Como decía, no hay nada que haya ocurrido que no esté escrito en nuestro cuerpo. Ahí está todo lo que hemos vivido y lo que vivieron nuestros padres, nuestros abuelos y otros anteriores. Somos libros escritos hace mucho tiempo que se siguen escribiendo. Nuestro cuerpo es un historial y una narración somática cuyos capítulos principales incluyen, además de los aspectos biográficos, los de las dos, tres o cuatro últimas generaciones. Por eso digo que los secretos son sonoros, porque se escuchan en la atmósfera familiar. ¿O acaso los hijos no perciben que a los padres les tocó vivir tal trauma o tragedia? Tal vez no lo sepan, pero lo notan. De nuevo, podemos inferir que hay un «saber no sabiendo» en el que el cuerpo (y el corazón) conoce, mientras que la cabeza ignora.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 95
 
 
El amor fati de Nietzsche, en mi opinión, encuentra un equivalente en el amor del espíritu que propone Hellinger. Ambos abogan por reconocer los hechos tal como son, aceptar que la realidad es perfecta tal y como es, sin negar la posibilidad de trabajar para cambiar ciertos aspectos. Y, por encima de todo, este tipo de amor supone una apertura empática a todos los seres. Como Nietzsche, Hellinger entendió el poder de la grey, del grupo al cual anhelamos pertenecer y al que nos apegamos a través de una buena conciencia que no siempre prioriza nuestro propio bienestar. Nos va el rebaño, para decirlo en términos vulgares, aunque nos cueste la vida. Preferimos apego y pertenencia a autenticidad y autorrespeto. Hellinger, sin embargo, se separó del grupo, viajó de lo religioso a lo espiritual por la vía mística de la purificación, simbolizada en la travesía del desierto, y por la vía iluminativa que supone el ascenso a la montaña. Considero a Bert más un místico que un filósofo. Por esta razón, cuando falleció en 2019, escribí una reseña a modo de homenaje en la que decía que, de la misma manera que se recuerda a Gandhi como el apóstol de la no violencia, a Osho como el apóstol de la sexualidad y a Nietzsche como el avatar de Dionisos, a Hellinger habría que recordarlo como el apóstol de la inclusión.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 99
 
 
Una constelación cobra sentido cuando sirve de inicio, realce y marco para un movimiento interior que surge en el contexto de un proceso terapéutico o psicoespiritual más amplio y duradero.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 100
 
 
La constelación no es el elemento central, sino más bien una herramienta que facilita este proceso.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 101
 
 
Las constelaciones están de moda, y su práctica sin la debida pericia o competencia en relaciones de ayuda puede generar una falta de contención y sostén hacia los consultantes. No obstante, un grupo de trabajo terapéutico con un profesional bregado en su práctica, capaz de guiar procesos con destreza, debería ser capaz de proporcionar un entorno lo suficientemente seguro. Se podría decir que hay tantas formas y tan distintas de abordar las constelaciones como facilitadores.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 101
 
Años después de su paso por Sudáfrica, y con ese bagaje de vida tan especial, Hellinger vivió una anécdota especialmente significativa que entiendo como un colofón a su historia con la religión cristiana. Él mismo contaba que, siendo ya terapeuta y constelador, fue invitado a participar en una reunión de sacerdotes de las diversas iglesias protestantes de Alemania. Una vez allí, notó que los párrocos lo miraban mal, con censura, seguramente debido a que por aquel entonces él ya no era considerado un padre de la Iglesia. Bert decidió entonces vengarse proponiendo una dinámica de grupo. Cuando le tocó el turno de hablar, puso una silla en el centro de la sala. «Esta silla representa a Jesucristo», dijo. Entonces, pidió a cada uno de los asistentes que saliera y le dijera a la silla cómo se sentía frente a ella. La dinámica se intensificó cuando algunos empezaron a empujar la silla. Después llegaron los insultos, los golpes, hasta hubo uno que salió con un palo o un hacha y empezó a destrozarla. El último en salir fue el propio Hellinger, y su venganza, delante de todos, consistió en decirle a lo que quedaba de la silla: «Yo, contigo, no tengo ningún problema, estoy bien».
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 105
 
 
Participar por primera vez en una constelación puede ser impactante y difícil de encajar en los mapas mentales o sociales convencionales. Algunas personas sienten una suerte de respeto sagrado ante los acontecimientos sorprendentes que se desarrollan en el escenario, especialmente cuando se dan cuenta de que un movimiento involuntario o una emoción, que no se identifica como propia, las conecta con el representado.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 106
 
 
Hellinger desterró la suposición, imperante en algunos modelos terapéuticos que copian el modelo médico, de que el terapeuta está por encima del cliente o paciente, relegándolo a un rol de ignorante. El encuentro terapéutico no establece asimetrías significativas más allá de los papeles que asume cada cual; en constelaciones, además, se busca que la dinámica se establezca en un encuentro entre dos personas que son igualmente adultas. Hellinger definió esta manera de encontrarse con el consultante con un concepto al que llamó los «órdenes de la ayuda», que se podrían resumir de la siguiente manera: 1. Los dos —terapeuta y consultante— son adultos e igualmente responsables.
 
2. El terapeuta observa al paciente dentro del contexto más amplio de sus relaciones.
 
3. Es respetuoso con los hechos, la historia y el destino del consultante.
 
4. Entrega lo que es y lo que tiene, y lo que el otro pide, puede tomar y necesita.
 
5. Opera sin juicios, con plena aceptación del ser del otro.
 
Bert tomaba el lugar del terapeuta con una gran presencia y poder natural, prescindiendo de juegos y embrollos psicológicos. Ejercía una autoridad natural basada en su saber y experiencia. No se distanciaba de esa atmósfera
 
de igualdad con el consultante, aunque en momentos puntuales también podía asumir el personaje de un sumo sacerdote incuestionable. Sabía evitar aquellas manipulaciones psicológicas que degradan al cliente como adulto, lo infantilizan y le impiden asumir su responsabilidad personal. Su manera de estar en el mundo era, en general, la de alguien amoroso y respetuoso con todos, sin importar su procedencia o filiación. Más de una vez lo escuché repetir estos fragmentos del Evangelio según san Mateo: «Él hace que el sol salga sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos e injustos».
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 107
 
 
También era contundente al decir que el trabajo de constelaciones no admite una relación terapéutica. Esta es una afirmación totalmente imposible, porque todo es relación, incluso cuando guardamos silencio y aparentemente no nos comunicamos. La relación ocurre, lo queramos o no. Lo que quería decir con esto es que no admitía ningún tipo de relación transferencial, en el sentido psicoanalítico, lo cual implicaba evitar que el consultante proyectara en él a sus padres. Se necesita ser un gran artesano de las relaciones humanas para convertir el encuentro terapéutico en un espacio de nutrición, en el que uno más uno sume un poquito más que dos, en lugar de un espacio de juegos psicológicos, por muy revestidos que vengan de buenas razones o intenciones. Bert era un experto en frustrar las expectativas de aquellos que se acercaban a él con ciertas demandas y necesidades. Aquellos que esperaban que asumiera el control de sus vidas se encontraban con una negativa. Los que anhelaban ser salvados se veían frustrados. Los que buscaban una compasión excesivamente empática no la encontraban. Los que buscaban alianzas y querían complicidad no la hallaban. Su poderosa voz comunicaba alto y claro que solo trabajaba con adultos dispuestos a estar en su lugar y con honestidad. Se puede expresar con palabras de este tipo: «Estoy ante ti como adulto y podemos danzar una danza desde la propia responsabilidad, en la que te puedo acompañar para que explores aquello que necesitas en tu camino, en tu vida, en tus sensaciones físicas, en tus vínculos, en tus dinámicas inconscientes o en tu familia, por muy terrible o traumático que haya sido».
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 108
 
 
El terapeuta de constelaciones ni promueve ni considera necesaria la transferencia. La relación terapéutica en sí misma es un campo dentro de un contexto donde el terapeuta debe manejarse con humildad y sabiduría.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 110
 
 
Durante la representación escénica de la constelación, para clarificar las dinámicas con los padres o con otros miembros de nuestro universo vincular, el terapeuta se mantiene en un lugar tangencial, periférico, en absoluto importante, como alguien que está de paso y que, desde su experiencia, aprovecha la oportunidad para acompañar al cliente.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 110
 
 
La palabra constelar puede sonar demasiado grande, especialmente para aquellos consteladores que están dando sus primeros pasos y que necesitan cultivar una humildad de base. El nombre no favorece esta actitud, pues «constelar» parece una invitación a inventar explicaciones cósmicas y estelares de los fenómenos que se observan. Por cierto, es importante destacar que el nombre proviene de una traducción no del todo exacta de la palabra alemana Familienaufstellung, que podría traducirse de manera más directa como «alineamiento familiar». Quizá habría sido más apropiado llamar a las constelaciones «configuraciones» o «Gestalts familiares».
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 110
 
 
Yo creo que no es posible trabajar en constelaciones, ni en ningún otro tipo de terapia o ayuda, sin benevolencia y compasión, en el sentido de experimentar un respeto genuino hacia la vida del otro, así como hacia la propia, y un genuino desear que el otro esté bien.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 111
 
 
Hellinger sumó a su particular abordaje de las constelaciones una enorme capacidad para la atención y la presencia. Estas dos cualidades son esenciales para cualquier constelador. El cultivo de la atención plena es uno de los puntos centrales de muchos abordajes terapéuticos. Sufrimos porque padecemos de falta de presencia, y porque hay espacios vivenciales en nosotros mismos que están excluidos o escindidos de nuestra atención. Excluimos la tristeza o la rabia; excluimos el dolor cruento que experimentamos ante un abuso; excluimos muchas cosas que percibimos como difíciles, dolorosas o desagradables, o que no encajan con lo que se espera de nosotros, o con nuestra autoimagen idealizada. Excluimos también, apartándolas de nuestra conciencia, una porción de nuestras sensaciones corporales. Así, un proceso terapéutico no deja de ser un proceso de inclusión, de presenciar, de abrazar, de aflojar, de reconocer, de habitar también aquello que fue difícil y quedó en la sombra, pero que a menudo alberga potencialidades reprimidas o partes maravillosas de uno mismo. La alquimia, en el trabajo de constelaciones, surge desde la inclusión, la presencia y el reconocimiento, y no desde la exigencia de que el «tratamiento» tenga un efecto concreto, aunque lo acabe teniendo. Se trata más bien de pensar en términos de integración, y no de solución o curación. A menudo, los consteladores consideran que el trabajo es la constelación en sí misma, la mera técnica, y no el cultivo de la presencia y el seguimiento fenomenológico estricto, que es el punto que hace la diferencia. El diálogo que la constelación establece con el consultante no apela únicamente a su sistema familiar y geometría. También es importante atender al lenguaje del cuerpo, a las sensaciones, sentimientos y comprensiones o insights. Generalmente, después de la constelación, llegan más comprensiones que, de nuevo, requieren atención: sueños, recuerdos antiguos que emergen, síntomas físicos que se disipan o recrudecen. El valor del trabajo de la constelación es, pues, su capacidad para invitarnos a estar más presentes en los procesos que este desencadena.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 112
 
 
La plena salud pasa por un asentimiento total a la realidad. En constelaciones, tratamos de habitar, en el sentido de reconocer y darle un lugar en el corazón, todo lo que somos y todo lo que fue, incluyendo a todos los que son y forman parte de nuestra red de vínculos. Somos dueños de un enorme palacio interior, hecho de miles y millones de sensaciones corporales y vivenciales siempre cambiantes; la atención y la presencia tienen el efecto de expandir nuestro territorio interior, sobre todo al hacerlo presente, al abrazarlo hasta que no quede ni una sola célula que no pueda considerarse parte de nuestro yo, aquí y ahora. Como puede verse, es un trabajo de vida, de integración constante.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 113
 
 
Nos hacemos más conscientes e íntegros en la medida en que podemos aceptar los contenidos no atendidos de nuestra psique.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 115
 
 
Tal vez, las constelaciones sean también una filosofía o ética para la vida, y no solamente una terapia. Entendidas así, podemos leerlas como una «ética de la inclusión».
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 116
 
 
Morimos de sed sin comprender qué es el agua.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 117
 
 
En la antigua Grecia, se llamaba idiota al que no participaba en la vida pública y solo miraba por sí mismo.
 
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 120
 
 
Hay tan poco cuidado y desarrollo de lo fraterno, del reconocimiento del otro como un legítimo ser que es igual a uno mismo, que entramos con suma facilidad en el paisaje de la guerra. La guerra significa «yo soy mejor que tú». O también «tú eres peor que yo». O, a veces, paradójicamente, «yo soy peor que tú». Y la guerra más grande que existe en este momento en el mundo no se libra en los campos de batalla, sino dentro de las familias, especialmente entre hombres y mujeres. Como escribí en El buen amor en la pareja, en el encuentro del amor «asciende una savia inmemorial», en palabras de Rilke. Esto implica que en la pareja convergen muchas vidas: en cada hombre residen cientos de hombres anteriores, y en cada mujer, cientos de mujeres anteriores. Muchas de estas mujeres anteriores sufrieron brutalmente bajo el yugo del patriarcado y fueron explotadas por hombres dominantes. Por lo tanto, hoy en día, encontramos a muchas mujeres indignadas en nombre de sus antecesoras, y a muchos hombres que se sienten culpables y temerosos, también en nombre de los suyos. Algunas mujeres vengan a sus abuelas enfadándose con sus parejas actuales, y algunos hombres expían las culpas de sus anteriores debilitándose y empequeñeciéndose. El resultado es la perpetuación de la guerra de sexos, que a veces toma formas violentas y de una inagotable sordidez. Para llegar a la reconciliación, a lo fraternal, necesitamos de un nuevo acto de fe: reconocernos como iguales ante la Gran Alma colectiva. No olvidemos que la idea de una libertad individual, incluso la idea de un yo o individuo, es relativamente reciente. Si le pregunto a alguien quién es, afirmará sin dudar su nombre y otros datos personales, dirá «soy yo». En cambio, si le pudiera preguntar a alguien que vivió hace quince mil años, seguramente no entendería la pregunta. Probablemente diría «soy nosotros». En este no tan lejano pasado, no existía una emergencia de la idea del yo individual como la entendemos hoy en día.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 121
 
 
Morir antes de morir constituye un paso fundamental e inevitable en el viaje de la vida. Esta muerte alegórica, a veces ritualizada por las tradiciones filosóficas y espirituales de la antigüedad, consiste en aceptar y vivir con conciencia la propia muerte física cuando toque, dejándonos caer en ella, abrazándola y asintiendo a que suceda: si lo logramos, nos asomaremos a una nueva dimensión esencial de la vida. Desapegarse de las cadenas de nuestras identificaciones es un acto bendito, una liberación que implica morir a uno mismo para ganar la vida eterna, entendida como la experiencia del esplendor presente en el aquí y ahora.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 125
 
 
Resulta fascinante descubrir que muchas personas, al acercarse a la muerte, experimentan una sensación de placidez, de bienestar, de ligereza o de reconexión con lo esencial, como bien explicaba el doctor Moisès Broggi, un médico y cirujano catalán que vivió más de cien años y que vio morir a mucha gente en los tiempos de la guerra civil española, cuando era médico en un hospital de Barcelona, así como durante los largos años de su práctica profesional. Broggi decía algo impactante: nunca había visto morir a nadie infeliz. Sospecho que se refería a los últimos momentos de la vida, los postreros instantes en que la persona, por fin, lo suelta todo, se relaja y se retira por completo de las identificaciones con su cuerpo y con su historia personal. Parece que, en ese momento, sobreviene una felicidad de otro orden, sin ego, que se basa en la conexión con la nada, o con el todo, y que produce una placidez muy esencial.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 126
 
 
Me acuerdo también de mi amigo Francesc Miralles, que escribió el exitoso libro Ikigai. Los secretos de Japón para una vida larga y feliz. Tener un ikigai significa tener un motivo para existir, ya sea encontrar un propósito al iniciar el día, disfrutar de una pasión o simplemente realizar actividades significativas para uno mismo, como tomar un café, dar un paseo, cuidar una planta o un huerto. Incluso aquello que puede parecer insignificante para los demás puede ser crucial como propósito personal. Los estudios sobre longevidad explican que tener un ikigai es uno de los secretos para vivir más tiempo. Otro elemento clave es cultivar relaciones ricas, conocidas en Japón como tener un moai, las cuales procuran seguridad y amparo. A través de diversas actividades y eventos, tejen lazos de apoyo, solidaridad y afecto duraderos, formando así una auténtica fábrica de vida.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 136
 
 
A veces me han preguntado si, más allá del sufrimiento personal y familiar, existe un mal inherente al simple acto de existir, y tal vez la respuesta sea afirmativa. Somos seres «caídos»; simbólicamente probamos el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, quisimos ser como dioses, despreciamos el árbol de la vida. ¿Y dónde caímos? En el ego. En el yo como entidad separada del tú o de la realidad. Creo que es innegable la presencia de un profundo pathos, una patología marcada en nuestro mundo. Esta patología consiste, sobre todo, en una polaridad o dialéctica entre el yo y el nosotros, expresada también en un divorcio entre la naturaleza y la cultura o civilización. Se ha exacerbado tanto la dimensión de lo individual, del yo, que se ha perdido una vivencia más natural de la vida como mamíferos: el sentido del nosotros. Hay demasiada gente que sufre porque no está insertada o no pertenece a un colectivo significativo. Estamos atomizados. Sin lugar a dudas, nos hemos alejado de un vivir natural y de un contacto mayor con lo biológico y espontáneo. Para comprobarlo, basta con que nos preguntemos: ¿qué guía nuestra existencia? ¿El corazón o el dinero? ¿La pasión o la razón? ¿La agitación o la calma? ¿Lo externo o la vida interior? En la vertiginosa carrera hacia el crecimiento económico, se fomenta que las personas vivan de manera fragmentada, ya que resulta lucrativo para el mercado.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 140
 
 
La fuente más elemental de sufrimiento surge precisamente de la caída en el yo, que nos desconecta de la unidad con los demás y con la naturaleza.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 141
 
 
Las constelaciones no solo trabajan con la mente individual, sino con la mente colectiva de la que cada persona es partícipe.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 141
 
 
La vida se marchita sin vínculos.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 142
 
 
En el marco de uno de mis talleres, una mujer me hizo una consulta. Su abuela había perdido a una hija, que habría sido tía de la consultante. Cuando ella nació, decidieron ponerle el nombre de la niña fallecida. Un sistema familiar anhela completud, pero hay que resistirse a la tentación de buscar la completud a través de la «reposición». Pareciera que el sistema familiar aspira a llenar el vacío de alguien «perdido» mediante un reemplazo. Sin embargo, como hemos observado en repetidas ocasiones, este enfoque no resulta beneficioso.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 143
 
 
Frecuentemente, aquellos que han causado daño a otros desarrollan una dureza, una frialdad extrema, insensibilizándose para evitar que el dolor y la culpa los consuman. En muchos casos, personas que han sido responsables de quitar vidas no pueden soportar la carga de la existencia y terminan por quitarse la propia. No obstante, hay quienes optan por insensibilizarse y volverse más implacables. Las consecuencias de esta elección recaen, en ocasiones, en sus propios descendientes, manifestándose en forma de enfermedades mentales, suicidios u otros problemas similares. Por otro lado, algunos afortunados consiguen suavizar sus corazones y dar un lugar de amor a las víctimas.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 144
 
 
El viaje terapéutico, el camino del autoconocimiento, es también una manera de acercarnos a un saber morir. En terapia, es crucial situar estos temas en el epicentro, ya que subyacen en muchos de los asuntos que causan sufrimiento a las personas. ¿Cómo escapar del dolor de un duelo o de una pérdida?
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 145
 
 
Las constelaciones familiares son el abordaje que mejor nos ayuda a comprender y clarificar las dinámicas sutiles entre los vivos y los muertos, entre la vida y la muerte. Gracias a sus escenificaciones, se evidencia de manera rápida que la vida encuentra su sustento en la muerte. Detrás de cada uno de nosotros se extiende una multitud que ya no está presente: nuestro inmenso legado ancestral. De hecho, ¡los muertos son innumerables! Se ha calculado que nos preceden 100.000 millones de seres humanos ya desaparecidos, mientras que hoy en día somos 8.000 millones, solo un ocho por ciento de todos los que alguna vez han vivido. Así que los muertos, en cierto modo, sostienen la vida al haber transmitido su existencia a los vivos. La llama de la vida continúa encendida porque la hemos ido pasando de mano en mano a través de milenios.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 145
 
 
En constelaciones, se hace presente la mente colectiva de la familia, que abarca a vivos y muertos, revelando así las dinámicas entre ellos. Ahora bien, ¿cómo son tales dinámicas? ¿De implicación sistémica y energía de muerte? ¿De apoyo, bendición y energía de vida? Es importante clarificarlo y redirigirlas en caso de que nos encontremos atrapados en dinámicas más o menos inconscientes que, como hemos explorado anteriormente, implican seguir los pasos de aquellos que ya han fallecido o cargar con sus asuntos pendientes. Los muertos que no son recordados y honrados, incluso los niños cuya pérdida causa tanto dolor, se convierten en una fuente de debilidad e inquietud dentro de las familias. Es esencial comprender que dentro de nosotros siempre coexisten energías de vida y de muerte, cuyas magnitudes y tendencias cambian en función de los hechos que vivimos y de cómo los procesamos e integramos. Cada persona posee un grado único de energía de vida y de muerte que va oscilando en distintos momentos vitales. Naturalmente, hay una energía de muerte que se manifiesta cuando las personas envejecen y gradualmente se ven afectadas por el proceso biológico espontáneo de declinar, que las va retirando de la vida hasta su eventual fallecimiento. En ese caso, estamos hablando de un proceso funcional. Sin embargo, no es funcional que un chico de dieciocho años intente suicidarse, una realidad cada vez más presente en nuestra cultura. O que una persona de treinta y cuatro años esté enfermando constantemente sin motivos aparentes o justificados, o que tenga accidentes recurrentes, algo que también observo con frecuencia. Es necesario examinar la composición de este vínculo entre los vivos y los muertos, entender con qué hilos visibles o invisibles está estructurado.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 145
 
 
En el universo personal y pasional, hay muchas manifestaciones del amor. Existe desde el amor eros (deseo, romance), ágape (compasión y ternura), filia (respeto y amistad), storgé (compromiso), ludus (ligereza y humor) o pragma (conveniencia). Más allá de las distintas formas de amor, quiero destacar la importancia del amor sin más, del amor como vínculo. Los otros seres nos conciernen con independencia de nuestros sentimientos. Tal vez experimentemos sentimientos de indiferencia o de odio hacia ellos, o tal vez deseemos cortar por lo sano con una relación en el plano de la realidad, o ponerle límites estrictos, pero todo ello no deja de remitirnos a una realidad de fondo: estamos vinculados incluso con las personas de las que deseamos alejarnos.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 154
 
 
Podemos comenzar a cuestionar las dinámicas y los relatos familiares cuando identificamos de qué manera o hasta qué punto les somos fieles. Esto tiene un efecto colateral: dejar de comportarnos como niños ciegos ante los introyectos (obligaciones e ideas introyectadas de nuestros padres o de nuestra cultura familiar), los mandatos y las ataduras que hemos recibido. En constelaciones familiares, suele hablarse de fidelidad familiar con buena conciencia. Sabemos que esta fidelidad causa mucho dolor, pues a menudo se expresa en la repetición de destinos desdichados, aunque sea con un sentimiento interior de inocencia. Por tanto, me parece que es mejor la deslealtad dichosa que la lealtad infeliz, y que hay que ser muy valientes para alejarse internamente de los destinos, planes y mochilas del clan para labrarse una vida propia. Si la lealtad a los mandatos familiares nos lleva a la infelicidad, tal vez no sea tan interesante ser fieles a ellos.
 
Por poner un ejemplo: si me mantengo fiel a la desdicha de mi padre y no me permito ser más feliz de lo que él lo fue, tal vez porque le fue mal en los negocios, o en el amor, entonces quizá a mí también me vaya mal con el dinero o con la pareja. Pero ¿qué beneficio tiene una fidelidad que me lleva a la desdicha? En constelaciones, esta forma de fidelidad se conoce como amor ciego. Ciegamente, intento ser como papá o como mamá; ciegamente, me sacrifico por ellos; ciegamente, sigo el mismo destino que mis anteriores, por una fidelidad mal entendida, en un intento vano por cargar con el sufrimiento de otros. Es muy difícil y requiere de mucha valentía dejar atrás esa lealtad ciega y practicar un egoísmo sano. La palabra deslealtad no le gusta a nadie, pero estoy seguro de que si uno que es leal al sufrimiento de los padres pudiera escuchar la voz profunda del corazón de quienes lo trajeron al mundo, oiría algo como: «No es necesario que nos seas leal; sé desleal, sigue tu propio camino, sé feliz, realízate. Este es nuestro mayor deseo».
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 159
 
 
EL SACRIFICIO INÚTIL
 
El amor ciego es simple de explicar: se caracteriza porque no consigue ver con claridad al otro ni respetar su realidad, sus dones propios y su propio sufrimiento. Ver al otro significa un reconocimiento de la diferencia y, por tanto, de los límites entre mi camino y el tuyo, entre mi vida y la tuya, entre mis dones y los tuyos, entre mis cargas y las tuyas. En un nivel, yo soy tú, y tú eres yo, y somos uno; en otro nivel, cada cual sostiene su propia vida con sus particularidades. El respeto a la realidad, del que hemos venido hablando a lo largo del libro, es un gran antídoto, puesto que produce efectos muy beneficiosos en las familias, en la salud y en las relaciones. Su reverso, el amor ciego, genera dinámicas en las que se duplica el sufrimiento. Tales dinámicas simulan la estructura de la tragedia: un individuo toma un rol de héroe, convencido de su responsabilidad de salvar a alguien o evitar alguna catástrofe, sus acciones cosechan una calamidad mayor, y empujan a otros héroes venideros a reproducir sus mismos errores. Pondré el ejemplo de un hijo que no podía reconocer y respetar el sufrimiento de su madre. Ella no quería vivir. Estaba atravesando una depresión por el suicidio de su padre, un hombre que durante años trató de lidiar en vano con graves abusos sufridos durante su infancia. El hijo, empujado por el amor ciego, se involucró con el destino de su madre de tal manera que acabó pagando un alto precio, pues quedó afectada su salud corporal y psíquica. El amor ciego es, por lo tanto, también un amor mágico y sacrificial, que pretende un beneficio que no logra, pero no por ello desiste de tratar de lograrlo. Como expliqué en el capítulo cinco, este tipo de amor goza de un gran prestigio en nuestra cultura, infectada por la idea judeocristiana del sacrificio. Como sociedad, navegamos por las aguas del calvario y la ordalía, sintiéndonos culpables de estar bien. La idea tan simple de que mediante el sacrificio pueden obtenerse beneficios es muy extraña, pero a la vez está muy arraigada en nosotros. Y en las familias campa protegida por la inconsciencia. Existen sacrificios útiles, como el de una madre o un padre que se levanta a las cuatro de la madrugada porque su bebé necesita alimento. O el de alguien que se lanza a la piscina porque otro pide auxilio y necesita ser rescatado. Hay que diferenciarlos de los sacrificios inútiles, que generalmente están imbuidos de la idea de amor ciego. El sacrificio inútil, así como la repetición de destinos desdichados, se caracteriza por ideas como «yo enfermo para que tú sanes, mamá», «yo llevo la culpa por ti, abuelo» o «me enojo con los hombres en tu nombre, abuela, por lo que te pasó con el abuelo, por los abusos que sufriste». O, en términos más personales, por formas como «me desarrollo como exitoso en un trabajo que no me interesa para complacer lo que imagino que esperas de mí», o «suprimo mi ira porque veo cuánto la temes, papá». El amor ciego suele estar instalado en la mente sistémica o alma familiar de manera muy inconsciente. De este modo, este tipo de amor adopta la forma de algo profundamente críptico, pero al mismo tiempo, dirige y domina nuestro cuerpo, nuestro guion de vida y nuestro destino. Somos como Edipo, el desdichado héroe que para solventar una tragedia edificó otra: la suya propia.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 160
 
 
Si de mí dependiera, haría que las personas aprendieran los códigos del amor que da frutos para distinguirlos del amor que sella su floración. Inventaría una educación popular en los asuntos amorosos, basada en el principio de que no hay ni buenos ni malos, ni nosotros ni ellos, ni culpables ni inocentes. Este pensamiento lineal y dicotómico es contrario al pensamiento circular de las constelaciones, que nos hace cocreadores y copartícipes de todo lo que vivimos y, por tanto, menos adictos a culpar o a culparnos, y más responsables. De lo que se trata, en el fondo, es de tener capacidad de acción y de respuesta ante lo que nos pasa y ante el sufrimiento, y de entender que todos vivimos dirigidos por los movimientos profundos de nuestro corazón.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 166
 
 
En constelaciones, no preguntamos cómo son las personas en sus familias, sino qué hechos importantes han sucedido en el sistema familiar.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 167
 
 
Cuando alguien se cree en posesión de la verdad, se bloquea todo diálogo.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 173
 
 
Creo que la ética de las constelaciones, así como de muchos otros abordajes terapéuticos propios del universo humanista y psicodinámico, va a contracorriente: mira la hondura de las personas, sus dinámicas y las pasiones en las que viven sumergidas. Y, por encima de todo, no juzga.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 175
 
 
LOS ÓRDENES DEL AMOR
 
En el capítulo cuatro, he hablado de cómo Hellinger aplicaba los órdenes del amor, un concepto de san Agustín, al ámbito terapéutico y, específicamente, al ejercicio de las constelaciones. Pero los órdenes del amor nos ayudan también a comprender la naturaleza del amor y su práctica. Tendemos a pensar que la vida nos pertenece, cuando probablemente es justo lo contrario: nosotros pertenecemos a la vida y esta, nos guste o no, tiene sus reglas. Decía Hellinger que la vida llena de dicha a quien, humildemente, recoge todo de aquellos que le precedieron, reconoce a sus anteriores y los coloca en su lugar. En cambio, faltar a los órdenes del amor acarrea sufrimiento. Creo que lo que Hellinger quiso expresar con dichos órdenes es que con el amor no es suficiente. El amor no asegura por sí mismo la felicidad y el bienestar. Son muchos los padres que quieren a sus hijos, pero cuando las cosas no van bien entre ellos, los hijos suelen exhibir comportamientos problemáticos o destructivos. Son muchas las parejas que se aman y, sin embargo, su danza relacional es más tormentosa que nutritiva. Repito: el amor no basta, y esto es algo que la gente debería saber, sobre todo la gente joven que aún suscribe la idea popular de que el amor lo puede todo. El amor es potente, pero no omnipotente. A veces, con la excusa del «yo te quiero», sostenemos o creamos situaciones de mucho malestar. «Para que el amor pueda desarrollarse en bienestar, se necesita un orden», dijo Hellinger. Él utilizaba la metáfora de que el amor es el agua y el orden es la vasija. El amor es el agua de un río y el orden es su cauce: no se desparrama ni se pierde. Los órdenes del amor se fundamentan en tres necesidades fundamentales: la necesidad de vinculación y pertenencia, de ocupar el lugar correspondiente y de nutrición e intercambio equilibrado. Dice Hellinger que experimentamos estas tres necesidades con la fuerza del instinto, y que constantemente nos vemos expuestos a su poder. Y añade ese otro gran constelador que es Gunthard Weber: «En ellas se refleja y se cumple la necesidad fundamental de todo ser humano de relacionarse íntimamente con sus congéneres».
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 177
 
 
Los movimientos del amor son muy sutiles y poco sujetos a las leyes de la racionalidad. Un niño se adhiere a su familia de origen sin cuestionarla, sin tener en cuenta los defectos o las peculiaridades de los padres, sin otro particular que el puro sentimiento de pertenencia. Reconoce a su familia como el lugar natural que le corresponde. Un niño estaría dispuesto a sacrificarlo todo, incluso la vida, por el amor que lo une a sus padres, como hemos visto al hablar del amor ciego. Como adultos, a menudo seguimos fijados en esa sensación de necesitar darlo todo por los padres. Qué importante es, pues, recordar que el sacrificio ciego y la inautenticidad inherente al apego desmedido son una violación del orden amoroso, al igual que la excesiva aversión o la exclusión de cualquier miembro del sistema.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 179
 
 
LA ARROGACIÓN
 
Muchas de las dinámicas que se forjan en las familias tienen que ver con la arrogación. En constelaciones, hablamos de arrogación cuando un descendiente toma un rol, carga, derecho o responsabilidad que no le pertenece y se lo apropia. Un ejemplo claro es cuando un hijo toma el lugar del padre, actuando como si fuera el padre del padre, en una forma de parentalización, y ejerciendo autoridad ante sus hermanos cuando deberían pertenecer al mismo plano fraternal. Toda arrogación ante los padres es en sí misma una implicación sistémica. En constelaciones familiares, se habla de implicación sistémica cuando una persona se ve involucrada en los asuntos de sus anteriores sin que sea consciente de ello y sin que, por supuesto, le corresponda ningún rol en tales asuntos, de los que por salud del sistema debería mantenerse al margen. Las implicaciones, según describe Hellinger, suelen producirse a partir de situaciones como la existencia de personas excluidas o que no son respetadas dentro del sistema familiar, personas que murieron prematuramente, abortos, destinos trágicos, culpabilidad por violación o abuso sexual, secretos o tabúes, privación de posesiones materiales, pérdidas de herencias, enfermedades físicas o emocionales graves, accidentes, conversión a otras religiones, hijos ilegítimos o no reconocidos, etcétera. Las consecuencias de las implicaciones sistémicas pueden ser tales como la repetición de destinos familiares, enfermedades, accidentes, muertes prematuras, síntomas de origen desconocido, adicciones, obsesiones, infertilidad, abortos y un largo etcétera. La plena salud, en cierto modo, consiste en tomar plenamente lo que nos ha sido dado en un gesto de humildad y de gratitud profunda.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 181
 
 
Los posteriores deben reconocer la prioridad de los anteriores sin entrometerse en sus asuntos. Si mis padres sufrieron desdichas, las respeto sin necesidad de involucrarme para resolverlas, sabiendo que intervenir solo logrará complicar innecesariamente mi vida y comprometer mi felicidad. Es mejor respetar la realidad tal como fue, tal como es, y los sentimientos de los padres tal como son, sin pretender salvarlos de sus emociones negativas, sin tratar de erigirnos en salvadores de nuestros progenitores. Los anteriores sienten el deseo espontáneo de que a los posteriores les vaya bien, de que los hijos salgan adelante en la vida, de que los nietos sean felices, de que todos los descendientes tengan una vida plena, feliz, realizada. Para ello, pueden contribuir tomando exactamente el lugar que les corresponde en el sistema: de padre si se es el padre; de madre si se es la madre. Esto implica también una igualdad de rango en la pareja: que ambos sean igualmente adultos, hombro con hombro en sus responsabilidades. Y también implica que los hijos estén en el lugar de hijos. Si en la infancia fuimos maltratados, abandonados, sometidos a violencias o menoscabados, lo que sana es adentrarse en esas heridas, curar los traumas sin olvidar que, de todas formas, nuestros padres siguen siendo quienes nos dieron la vida, el regalo más grande. Por ello, siempre merecen nuestra honra y respeto. El hijo solo se siente bien cuando logra honrar a los padres, lo que significa transitar una buena y larga vida sobre la tierra. Para lograrlo, resulta de mucha ayuda dejar de insistir en que los padres sean distintos a como son o han sido. Además, es importante dejar de hacerse cargo de cualquier hecho luctuoso que los padres cometieran, pues la responsabilidad y culpa de un progenitor son exclusivamente suyas y nunca recaen sobre el hijo.
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 183
 
 
Por vida espiritual, entiendo un sentir y reconocer un lugar silencioso, a la vez que luminoso, en el centro de nuestro ser. No es el cuerpo, ni siquiera la mente. Es un centro que nos susurra: «Abrázalo todo, trata todo como si fuera sagrado, porque quizá nada lo sea, siéndolo».
 
Joan Garriga
Constelar la vida (Del amor ciego al amor lúcido), página 191
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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