Cristina Martín Jiménez La tiranía de la mentira


 
Guarda mi memoria que, desde que era una niña, siempre quise ser periodista. Y, aunque suene excesivo —incluso desafiante—, creo que amo el periodismo más que nadie lo ha amado jamás. Debe de haber mucha verdad en lo que siento porque, hasta hoy, no hallo una causa más sólida que la locura de un amor para entender mis primeros cincuenta años de vida. Y para explicar por qué, cuando empecé a darme cuenta de lo que la tiranía estaba haciendo con él y de él, el rayo antiguo me partió el alma en dos y, como a Pablo en su camino hacia Damasco, el fuerte impacto me tiró del caballo. Sucedió entonces que una tenebrosa angustia me horadó la mente, y por el hueco penetró la perturbadora lucidez de la Verdad mirándome de frente. Sin embargo, en mi caso, el Cielo no brilló a mi alrededor, sino todo lo contrario. Me dejó en la más inquietante de las oscuridades, en el estado más tenebroso que jamás había conocido. Pasó el tiempo y ahora siento que ese desgarro herrumbroso no fue más que una mera fruslería si lo comparo con las amargas experiencias que aún me quedaban por vivir debido a mi obstinación —quizá absolutamente irracional— por ser una periodista de verdad.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 5
 
 
El poder odia a los periodistas libres. Odia todo lo que no puede controlar ni someter. Odia lo que no logra comprar con sus dólares manchados de sangre.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 8
 
 
A menudo me preguntan qué podemos hacer para acabar con las injusticias y las mentiras, a lo que yo siempre respondo que el primer paso es conocer.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 8
 
 
Yo investigo porque quiero que todos conozcamos, pues ese es el paso previo a la rebeldía moral. Lo que buscan los mensajes mentirosos del periodismo controlado por el sistema es llevarnos a la confusión para que no seamos capaces de distinguir el Bien del Mal. Pero se olvidan de que los seres humanos tenemos conciencia, y cuando esta se percata de que hemos sido engañados, nos lleva a rebelarnos. Ese es el valor del conocimiento: puede hacer que las cosas cambien.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 9
 
 
El hecho de que en el núcleo de los principales periódicos y programas informativos de Occidente haya agencias de inteligencia —que son las que, en última instancia, construyen el «relato» que todos debemos comprar— ha provocado la crisis del periodismo como «cuarto poder», es decir, como el encargado de fiscalizar a los gobernantes y sus brazos armados. Ahora sabemos que tanto la CIA como la USAID crearon noticias falsas (desinformación) que eran publicadas por ciertos medios de comunicación, que de ese modo se convertían en «fuentes» para otros medios que las reproducían en sus páginas o en sus programas informativos como si fueran hechos veraces y contrastados. En mi opinión, este ha sido el secreto mejor guardado del periodismo, la mayor estafa. Y al resultado de esa estafa yo lo llamo tiranía de la mentira, porque mantener a las personas alejadas del conocimiento y sometidas a la esclavitud de la ignorancia es uno de los mayores actos de despotismo que se pueden realizar. Sin embargo, por mucho que se empeñen en cambiar el significado de las palabras y en crear una neolengua delirante y perversa, las palabras están inventadas y su significado no se puede ni borrar, ni censurar, ni cancelar. La verdad de la palabra siempre prevalecerá frente a la ignorancia que emana de la mentira de quienes viven prisioneros y gobernados por la codicia.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 10
 
 
Fue en este contexto internacional de guerra encubierta entre Estados Unidos y la Unión Soviética cuando las respectivas élites gobernantes proyectaron usar el periodismo en un nuevo campo de batalla ideológico-cultural para conquistar los territorios del enemigo, lo que implicaba invadir y apropiarse de las mentes de los ciudadanos de ambos bloques. Tanto es así que con la Guerra Fría comenzó la era de la manipulación ideológica posbélica, donde la Verdad fue concebida como un objeto utilitarista que, por su peligroso potencial, no debía caer en manos de cualquiera. En esta época, la Verdad fue sustituida por una bomba mucho más potente que aquella con la que se entretenía a las masas iletradas —la nuclear—; una bomba capaz de arrasar y aniquilar los valores, las religiones, las creencias inmutables, la ciencia, los Gobiernos, las empresas y las personas. Una bomba incendiaria y destructora: la bomba de la mentira.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 26
 
 
Ya desde la época de entreguerras, la élite estadounidense estaba ansiosa por conocer de qué manera influían los estímulos publicitarios y propagandísticos lanzados a la población desde los medios de comunicación, principalmente desde la radio. Para responder a esta inquietud, en 1927, Harold D. Lasswell publicó el libro Propaganda Technique in the World War, que originó el nacimiento del centro de análisis Mass Communication Research (MCR). Uno de los estudios más importantes del MCR fue el The Radio Research Project, financiado por la Fundación Rockefeller —bajo los auspicios de la Universidad de Princeton— y dirigido por el citado Paul F. Lazarsfeld. Como supervisor actuaba el considerado «pionero de la televisión», Frank Stanton, quien, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1971, fue presidente de la cadena CBS, la empresa de radiodifusión más poderosa y prestigiosa del mundo en aquel momento. Como nunca antes, el poder disponía de instrumentos en el campo de la sociología para analizar el cambio de percepción que provocaba la transmisión de mensajes manipulados. Esto permitía a los científicos adelantarse a las reacciones del pueblo y, por tanto, predecirlas. Y de predecirlas a alterarlas solo hay un paso. Con la aparición de estos estudios se podían subvertir valores religiosos y morales, y modificar así las opiniones y los comportamientos de las masas para que las élites consiguieran aún más poder y dinero, mientras el pueblo perdía conocimiento y libertad. ¿Les suena a lo que está sucediendo en la actualidad?
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 48
 
 
A partir de 1991, los medios de comunicación, tanto del antiguo bloque del Este como occidentales, sufrieron importantes transformaciones. La más destacada fue, como es lógico, cierta apertura y liberalización, pues tanto en la antigua Unión Soviética como en sus países satélite se crearon nuevos medios, a la vez que se redujeron las restricciones estatales sobre la prensa. Paralelamente, en Occidente se produjo una importante expansión de empresas mediáticas multinacionales, que comenzaron a establecerse en mercados antes restringidos. Esto permitió que la uniformidad cultural y mediática occidental —es decir, estadounidense— fuera más intensa aún que en los años precedentes. Occidente había ganado la batalla por el relato, y ahora se trataba de construir uno nuevo que llegara a todos los rincones del planeta. Ya no era necesario hablar de las «bondades» del capitalismo y de la economía de mercado —nadie podía ya ponerlos en duda—, sino construir un nuevo orden informativo y comunicativo que transmitiera una única «verdad» —es decir, una «verdad global»— para que todo el mundo la creyera sin cuestionamientos ni críticas. Es verdad «porque lo dice la tele» y, además, porque lo dicen todas las teles a la vez. Y todas no pueden mentir… ¿O sí? En esta fase, la invasión del pensamiento —y del sentimiento— único, es decir, la imposición, en el sistema periodístico, de las verdades construidas en los laboratorios de los servicios secretos— a las órdenes del imperio estadounidense—, vivirían otro momento estelar.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 67
 
 
… por democratizar entendemos «llegar a todos» o «que todos participen», en efecto, la aparición de Internet produjo una clara «democratización» de la información, puesto que permitió que cualquier persona con conexión pudiera acceder a una vasta cantidad de datos y noticias en tiempo real. Antes de Internet, acceder a información específica requería tiempo y esfuerzo, como visitar bibliotecas o esperar a que se publicaran periódicos y libros. Hoy en día, motores de búsqueda como Google —el principal buscador de Internet— permiten encontrar información en segundos, lo que, supuestamente, dota de poder a los ciudadanos para investigar y formarse opiniones basadas en una variedad de fuentes. Pero ¿de verdad esto es así? ¿De verdad la información está ahí, en la Red, para que cualquiera la busque, la encuentre y la use? Tan solo con echar un vistazo a la biografía y currículum profesional de los dos fundadores de Google, Larry Page y Sergei Brin3, vemos que ni mucho menos las cosas son tan bonitas como nos las pintan. La idea de crear un motor de búsqueda en Internet surgió en el invierno de 1998, cuando, siendo aún estudiantes de la Universidad de Stanford (California), estos dos «pioneros de la información», frustrados por la lentitud de los sistemas de búsqueda que entonces había, decidieron construir otro más avanzado y rápido. Se cuenta que una mañana se encontraron en el campus de la universidad con Andy Bechtolsheim, un inversor de la firma Sun Microsystems y exalumno de la facultad, a quien explicaron los detalles de su idea. De inmediato, Bechtolsheim les extendió un cheque por 100.000 dólares para que la aventura diera comienzo. Y bien que comenzó… Tras lograr que las firmas de capital de riesgo más relevantes de Estados Unidos (Kleiner Perkins Caufield & Byers y Sequoia Capital) les financiaran con nada menos que 25 millones de dólares, el proyecto pasó a ser una realidad. En solo cinco años, Google se convirtió en el sinónimo de búsqueda de información en Internet. En 2003 tenía alrededor de 112 millones de búsquedas diarias, mientras que su principal competidor, Yahoo!, tan solo recibía aproximadamente 42 millones4. Nadie podía hacerle sombra a Google, que se convirtió en el buscador hegemónico en Internet y en una de las cinco empresas más poderosas del planeta, junto con Microsoft (Bill Gates), Apple (Steve Jobs), Amazon (Jeff Bezos) y Aramco (Mohammed bin Salmán)5. La pregunta es obligada: ¿la civilización puede permitirse que semejante poder se concentre en las manos de dos personas que lo único que hicieron fue «sistematizar» y «jerarquizar» —gracias a los famosos algoritmos, que se han convertido en una de las nuevas formas de censura del siglo XXI— la información que hay en Internet, hasta el punto de construir un mundo paralelo basado en que solo existe lo que Google dice que existe? Ahora ya sabemos que la recopilación, el uso y la manipulación de los datos personales de quienes entran en Google en busca de información son totalmente intencionados y persiguen un único fin: la homogeneización de las mentes. Porque, en realidad, en Google solo aparece lo que Google quiere que aparezca. Es decir, que de la «democratización» de la información hemos pasado, y en un santiamén, al control de las opiniones y de las ideas en una suerte de totalitarismo —aún más feroz y represor que los vistos y sufridos en el siglo XX— que las élites políticas y económicas pretenden vendernos bajo la máscara del pluralismo, la diversidad y el libre acceso al conocimiento.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 72
 
 
Debido a su función como arma propagandística, el periodismo ha dejado de ser reconocido y alabado como el gran héroe que en algún momento fue —o pudo ser—, al actuar como fiscalizador y verificador independiente de lo que se decidía en los despachos de los políticos y gobernantes. La propaganda ideológica y el terrorismo emocional llevados a cabo por el periodismo durante la Guerra Fría crearon una escuela, una forma de conducta que ni mucho menos se ha abandonado a día de hoy, cuando la guerra por el control de las mentes de las personas sigue más viva que nunca. El totalitarismo necesita dominar psicológica y sentimentalmente al individuo y, para lograrlo, debe controlar toda la maquinaria mundial de la comunicación, centro neurálgico de las comunidades, grupos y sociedades en las que viven y se desarrollan las personas. Así, hemos pasado de la libertad de información a la libertad de manipulación y, de esta, a la libertad de represión, de censura, de cancelación y de desprestigio a través de insultos y ataques deshonestos, amorales e ilegales. En esta guerra, la tiranía de la mentira actúa con total impunidad, porque cree que se ha ganado el derecho a «conspirar para el bien» (un «bien» que las élites se han encargado de definir y señalar) con el viejo argumento de que el fin justifica los medios.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 83
 
 
Los tiranos actuales —las élites globócratas— se han apropiado de la Verdad como quien se apropia de una habitación que no le pertenece para después, en nombre de la libertad, decorarla como les viene en gana y usarla para celebrar sus propios éxitos. Pero la Verdad no tiene dueño; está ahí para ser descubierta y contada por quienes sean capaces de acercarse a ella con decisión y valentía. Esa búsqueda de la Verdad era la función del periodismo, que, ha renunciado a ella para, a cambio, pasar a formar parte del establishment político, cultural, financiero y militar que tiraniza el mundo.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 83
 
 
¡Bienvenidos a la fundación de la Era del Caos!
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 86
 
 
El uso masivo de las redes sociales ha derivado en una pandemia desinformativa y tiránica, en una matriz censora que nos envuelve y que ha tomado al asalto los espacios públicos y privados, dando como resultado una fusión de la ficción con la realidad de consecuencias aún impredecibles.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 93
 
 
A algunos no les basta con ser los hombres más ricos del mundo, sino que aspiran a controlar el universo y convertirse en las piezas clave con las que se dibujará el futuro de la humanidad.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 110
 
 
El 28 de diciembre de 2022, Musk escribió en un tuit que el virus de la Covid-19 fue producto de una investigación de «ganancia de función»5, es decir, un arma biológica concebida para matar. Desde entonces, la plataforma no ha dejado de publicar archivos y noticias sobre la falsa pandemia de la OMS, como que los gestores (el Gobierno) imposibilitaron el debate científico legítimo al censurar las informaciones de médicos, periodistas y otros disidentes que trataron de exponer la verdad —entre los que me incluyo— porque atentaban contra los intereses de las farmacéuticas y los planes del establishment.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 113
 
 
La tiranía de la mentira dicta que, puesto que todo el mundo tiene opinión, por «derecho democrático» todas las opiniones valen lo mismo. Sin embargo, esta idea no es más que un subterfugio para acabar afirmando que solo la opinión —sugestionada— que coincide con la de la autoridad es legítima. En realidad, a los ignorantes les han hecho creer que son sabios, llevándolos a pensar que leer y transmitir un mensaje es conocer a fondo un tema.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 140
 
 
La nueva Santa Inquisición, como el Ministerio de la Verdad de la novela de George Orwell, en realidad tiene un único objetivo: la fabricación en masa de analfabetos funcionales obedientes a la autoridad tiránica.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 154
 
 
El periodista y el científico son observadores de patrones que se repiten, y de ellos se deducen, a posteriori, los modelos y las teorías objetivas, no al revés.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 167
 
 
Esa es la rutina de la era de la desinformación: nos han inmunizado contra el dolor, la muerte y los crímenes, y hemos normalizado el mal. Nos hemos acostumbrado a que los culpables no paguen por sus crímenes, a que las víctimas sean abandonadas a su suerte y a que, en definitiva, la mentira gane la partida e imponga su perversa tiranía. Pero todo tiene un final. Y la cuenta atrás ya ha comenzado.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 177
 
 
En efecto, ese cambio de mentalidad de los ciudadanos es la piedra angular de todo este siniestro plan, concebido para implantar un modelo económico —basado, en una primera fase, en la «colaboración público-privada»— que permita la construcción de un futuro «esperanzador y lleno de posibilidades», ya definitivamente en manos privadas…. Un futuro completamente entregado a los brazos de la inteligencia artificial. Todo lo anterior es viejo, inservible, obsoleto. Las posibilidades solo llegarán gracias a gigantes como Siemens, Hitachi, Toshiba, HP, Lufthansa, Aviatar o Hyperion Group —además de las citadas más arriba—, que justo se instalaron en Valencia antes de la «operación DANA». Argumentan su interés por la región debido a que, desde hace una década, en ella se está construyendo un ecosistema dinámico, «haciendo coincidir los intereses de inversoras, aceleradoras, escuelas de negocio, universidades y demás piezas clave de dicho ecosistema». Ahora, con el impulso que la catástrofe ha supuesto, se frotan las manos ante lo que está por llegar. No hay duda de que esta dinámica recuerda demasiado a la de la pandemia de la Covid-19, un evento que, según el comité de investigación del Congreso estadounidense, no fue natural, sino provocado. Por mi parte, no guardo ninguna duda de que la «operación DANA» de Valencia también lo ha sido. A fin de cuentas, tanto la ciudad como las zonas más afectadas por el desastre se han convertido en el espacio ideal para desarrollar sistemas de seguridad y vigilancia basados en la inteligencia artificial. Y como las élites globalistas no dejan nada al azar, la tragedia les ha brindado la «posibilidad» de embolsarse una buena partida del dinero público —es decir, de todos— destinado a la reconstrucción. Y, claro, esta se hará siguiendo el modelo de «ciudad inteligente» que se pretende implantar en todo el mundo, un modelo que, como se señala en la Agenda 2030, busca el «equilibrio entre personas, instituciones, tecnología y sostenibilidad» para «reducir el impacto medioambiental, aumentar la competitividad económica y garantizar la seguridad de los ciudadanos»7. Traducción: el objetivo real es acabar con la actividad agropecuaria y ganadera, con los pequeños y mediados empresarios y propietarios; fomentar la llegada de las grandes empresas tecnológicas, y vigilar a los ciudadanos. Por mucha palabrería que usen, la verdad es la que es: están atacando con sus nuevas armas de guerra nuestras formas y modos de vida para implantar su tiranía basada en la mentira, el robo, la vigilancia y el mercantilismo más salvaje. Había que destruir Valencia para reconstruirla siguiendo el modelo de las «ciudades inteligentes», donde las empresas tecnológicas necesitan la electricidad de las placas solares y el espacio que ahora ocupan las huertas y los pueblos. Por ello, a los agricultores se les instiga desde hace tiempo a abandonar sus propiedades para instalar en ellas granjas de paneles solares… Y por eso sobraban las barracas, las alquerías, los animales y las personas, y había que echarlas barranco abajo.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 201
 
 
Detrás de toda la desinformación, la mentira y propaganda con la que el poder nos bombardea a diario a cuenta del cambio climático se ocultan intereses de dominación, expolio y manipulación ideológica. Porque de lo que se trata es de «poseer» el mundo, y para ello es fundamental «desposeer» a los habitantes de sus bienes, de su libertad e incluso de su identidad. Las «ciudades inteligentes» responden a este perverso plan: nos venden la idea de que son la única solución al cambio climático —se parte de la falsa premisa de que el cambio climático es el principal peligro al que nos enfrentamos— cuando, en realidad, el objetivo es construir un mundo deshumanizado y sometido en el que nadie se atreva a disentir.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 202
 
 
Como ya sabemos, la filantropía es el recurso habitual de quienes mueven los hilos del planeta para ocultar sus verdaderos intereses, que, sobre todo, pasan por controlar a los ciudadanos, impedir que se salgan del camino marcado y, de paso, llenar aún más sus bolsillos.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 203
 
 
¿Es Palantir Technologies? Básicamente, es una de las empresas pantalla de la CIA, vinculada al escándalo de Cambridge Analytica10 (uso y manipulación de datos), que utiliza tecnología policial predictiva como base para sus sistemas de seguridad. Se trata más o menos de lo que se cuenta en la película Minority Report (de 2002, basada en un cuento de Philip K. Dick de 1956), donde se describe cómo usar la tecnología para detener y condenar a asesinos antes de que cometan sus crímenes… Así pues, los productos de Palantir van dirigidos a sentar las bases de los nuevos programas de seguridad y vigilancia que ya se están implantando en el mundo, unos programas basados en la predicción y en la toma (semi)automatizada de decisiones mediante la inteligencia artificial. De nuevo, no hay que ser un lince para darse cuenta de que esto se traduce en una alta criminalización de los ciudadanos «desobedientes» y en una cada vez más rápida capacidad de acción de las Fuerzas de Seguridad del Estado contra todo aquel que se salga del camino marcado. Desde 2020, Palantir Technologies tiene contratos con la Policía danesa, con la Policía del estado alemán de Hesse y con Europol, y es miembro de Gaia X, la iniciativa europea de empresas y Gobiernos destinada a crear una nube de datos «interoperables»11. Como vemos, la compañía ofrece siempre sus servicios a países «aliados» de Estados Unidos, con el objetivo de establecer con ellos una relación a largo plazo. Es decir, que ha venido para quedarse… Eso sí, no sabemos ni cuántos trabajadores hay en su plantilla ni cuánto dinero maneja: en 2021 —el último ejercicio presentado por la empresa en España—, Palantir Technologies Spain S. L. facturó 2 millones de euros, aunque su beneficio bruto de explotación fue de 38.997 euros. En el mes de diciembre de ese año, en su plantilla no constaba ningún empleado12.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 205
 
 
La verdad es que, ahora, opinar ya puede ser considerado un delito de odio.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 208
 
 
Divide, debilita y vence. Así es como se hacen ahora las guerras, con armas antropolíticas4. Quieren que miremos hacia otro lado, que nos distraigamos con problemas psíquicos, mientras los principales fondos de inversión estadounidenses (BlackRock, JP Morgan, State Street, Fidelity, KKR…) y las Big Tech, con la connivencia de los grandes conglomerados mediáticos, se apropian de nuestras riquezas y de la gobernanza de las naciones. Para eso construyen sus famosas «ciudades inteligentes»; para eso se crean ministerios (en toda la Unión Europea) dedicados a la «Planificación Territorial y la Descentralización», a la Transición Digital y la Agenda 2030… Y por eso, cuando consideran que los avances son demasiado lentos o cuando prevén que un rival político —como el «díscolo» e impredecible Donald Trump— puede poner en peligro sus planes, llevan a cabo un atentado climático coordinando todas las fuerzas (armas) de la macro-red que llevan construyendo desde el final de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría. Como estamos viendo, esas armas son la tecnología, la colonización militar —la OTAN tiene más de ochocientas bases en el mundo—, la economía —implantando un neoliberalismo que en realidad es un monopolio—, la cultura —construyendo valores antihumanistas— y el control informativo —en realidad, desinformativo—, que es su principal arma de guerra.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 222
 
 
En mi opinión, el ataque a Valencia se ejecutó gracias a la alta tecnología bélica y bajo el camuflaje de las condiciones meteorológicas, aunque se ha ocultado al disfrazarlo de fenómeno «natural».
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 237
 
 
La geoingeniería climática es el arma militar perfecta para someter a los pueblos mediante el robo de los recursos vitales, como el agua, la agricultura y la ganadería, y destruir así su soberanía alimentaria.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 238
 
 
Para acabar, quiero subrayar una vez más que nada de lo ocurrido habría sido posible sin la participación del periodismo controlado por el sistema. Desde hace décadas, los medios de comunicación tradicionales le hacen el trabajo sucio al poder global y a sus instituciones, lo que los convierte en cómplices necesarios y en responsables directos de catástrofes como la de Valencia. Al actuar como trasmisores de la propaganda oficial, se han convertido también ellos en culpables. Repito: no investigar a la autoridad ni a los supuestos «expertos» no es ni periodismo ni democracia, sino una dinámica propia de fanatismos y tiranías totalitarias. El periodismo no es una teoría de la conspiración; es una necesidad social y un derecho humano. Que no se quejen ni se rasguen las vestiduras si ahora nadie les cree.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 238
 
 
Mediante la «armamentización del relato», las agencias de inteligencia convirtieron el periodismo en un arma. Quien controla la desinformación pretende controlarlo todo: los recursos naturales de los países (y del planeta), la economía, la educación y formación de las siguientes generaciones, el ocio y las actividades culturales, los resultados electorales —allí donde hay elecciones—, las revoluciones, los estallidos sociales, los debates públicos en los Parlamentos y en las calles…, e incluso, aunque cueste creerlo, las catástrofes naturales vinculadas al clima. Todo pasa por establecer una determinada «narrativa» e imponerla en todos los órdenes de la vida, en un ejercicio constante de manipulación de las mentes de las personas cuyo objetivo en última instancia no es otro que el de volvernos más dóciles, sumisos y obedientes.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 240
 
 
En líneas generales, los objetivos habituales de quienes practican la desinformación son los siguientes: Manipular a la opinión pública respecto a creencias y actitudes de las personas sobre temas políticos, sociales, culturales, científicos y económicos. Es, por ejemplo, lo que hacen con la Agenda 2030 y sus diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible, al marcar unos propósitos «incuestionables» —casi religiosos—, pero completamente alejados de la realidad: erradicar el hambre en el mundo, eliminar las injusticias, luchar contra las desigualdades, permitir el acceso a la educación de calidad a todos los niños y jóvenes, crear «instituciones sólidas» y «alianzas» que promuevan la paz… Todos ellos son conceptos «buenistas», pero vacíos de contenido y altamente propagandísticos, que, en realidad, ocultan propósitos de dominio y saqueo de bienes y riquezas mediante un lavado de cerebro generalizado. Obtener un rédito personal o político, como un enriquecimiento ilícito o ganar unas elecciones mintiendo sobre los rivales. Se trata de una práctica a la que cada vez estamos más acostumbrados en las sociedades supuestamente democráticas, donde el «todo vale» con tal de ganar en las urnas y gobernar —aun cuando las urnas no te respalden— se ha convertido en práctica habitual. Dividir a las sociedades y fomentar la polarización y el conflicto entre diferentes grupos sociales, lo que debilita la cohesión y la unión, al tiempo que se fomentan el fanatismo y el seguidismo más delirante. El «si no estás conmigo, estás contra mí» se vuelve la norma sectaria que rige las conductas y las opiniones de unos ciudadanos que no solo han abandonado el pensamiento crítico —un abandono programado desde la escuela—, sino que consideran que todo aquel que no piense como ellos es el enemigo a batir. Atraer la atención del público mediante prácticas sensacionalistas y convencerlo de que esa (falsa) «verdad» es la única verdad. Es lo que, desde el inicio de la Guerra Fría, hicieron las élites y la plutocracia estadounidenses al construir las poderosas industrias del entretenimiento (cine, series de televisión, espectáculos…), y lo que, sobre todo desde la falsa pandemia de la Covid-19, más practican los medios de comunicación tradicionales.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 242
 
 
A mí nadie me paga por informar y opinar; tan solo lo hago porque estoy convencida de que la tiranía de la mentira solo vence cuando la Verdad calla, y porque creo que mi labor como periodista es investigar y fiscalizar al poder, por muy bien que suenen sus discursos «salvadores».
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 246
 
 
LA USAID, UN «ARMA CRIMINAL» EN MANOS DE ESTADOS UNIDOS
 
La deriva que siguió el periodismo durante la segunda mitad del siglo XX, cuando el mundo estaba dividido en dos bloques enfrentados, persiste en la actualidad y con un rostro muy similar al de antes. En la primera parte del libro ya analicé cómo el poder se «instaló» en los principales medios de comunicación occidentales en general, y estadounidenses en particular, y cómo la CIA —principalmente— se convirtió en el director de facto del trabajo «periodístico» llevado a cabo en numerosos países del Tercer Mundo. Estas prácticas, que, ingenuamente, muchos pensaron que se terminarían con la caída del Muro de Berlín (1989) y el final de la Guerra Fría, continuaron desarrollándose en todo el mundo gracias al mantenimiento de instituciones tan enrevesadas y opacas como la Agencia de Estados Unidos para del Desarrollo Internacional (USAID), un organismo supuestamente «humanitario» —creado en 1961, durante la presidencia de John F. Kennedy—, cuyo objetivo era distribuir la «ayuda» exterior estadounidense, de carácter no militar, dirigida a los países en desarrollo o en conflicto. Sin embargo, desde su creación, la USAID ha estado envuelta en la polémica. Se supone que su labor se centraba en promover el desarrollo económico, la salud, la educación y la asistencia humanitaria, pero, como todo el mundo ya sabe, en realidad, su objetivo siempre ha sido influir en las cuestiones políticas de los países en los que actúa e intervenir en sus asuntos internos para someterlos como siervos y esclavos a los intereses de Estados Unidos. Pero es que no solo el trabajo del organismo ha atentado contra la soberanía de las naciones mediante golpes de Estado, manipulando elecciones, realizando magnicidios o promoviendo revoluciones civiles, sino que, como ha quedado demostrado hace apenas cuatro meses —cuando la Administración Trump decidió cerrarlo—, muchas de sus intervenciones han sido claramente delictivas y criminales o, cuando menos, carentes de ética. Por no hablar de la falta de transparencia, pues buena parte de sus programas se han mantenido en secreto durante años. Estos son algunos de los más recientes: LGBTQ+ en Serbia. Ópera transgénero en Colombia. Cómic trans en Perú. Jamaicanos LGBT. Homosexuales en Uganda. Ecología en Georgia. «Lenguaje de género» en Sri Lanka. Shows «inclusivos» para niños en Irak. Financiación de medios de comunicación alineados con el Partido Demócrata estadounidense. Periodismo y propaganda1. Como se aprecia claramente, se trata de implantar la ideología woke en todo el planeta, siguiendo los postulados de la Agenda 2030 y controlando los medios de comunicación. De hecho, cuando el pasado mes de febrero la Administración Trump decidió clausurarla, se supo que la USAID tenía presupuestados 268 millones de dólares para pagar a 6.200 periodistas repartidos por todo el mundo y financiar 707 medios de comunicación, entre los que se encontraban Associated Press, The New York Times, Financial Times, la BBC o POLITICO, dirigida por antiguos altos cargos de The Washington Post, que, como hemos sabido, ordenó en 2020, durante la campaña presidencial estadounidense de aquel año, no publicar noticias sobre la información delictiva encontrada en el ordenador de Hunter Biden (hijo del entonces candidato demócrata, Joe Biden), ni sobre sus impagos de impuestos, ni sobre su adicción a las drogas y al sexo con prostitutas y menores.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 246
 
 
La USAID y la CIA Desde sus orígenes en la década de los años sesenta del siglo pasado, la USAID puso sus garras, sobre todo, en los países en vías de desarrollo o en conflicto, con el fin de eliminar movimientos opositores que supusieran una amenaza para Estados Unidos. Esa es la cruel verdad que se esconde tras las afirmaciones con las que la propia agencia y el poder globalista han descrito durante décadas su labor: «ayuda humanitaria», «desarrollo económico», «respuesta a crisis humanitarias» … Algo parecido a como la CIA intentó venderse desde sus inicios; esto es, como un organismo encargado de «llevar la democracia» a todo el mundo. Como vemos, los eufemismos constituyen la norma en el lenguaje de los poderosos de antes y de ahora, que se resisten a llamar a las cosas por su nombre. El caso es que, mientras la CIA recababa «información» sobre cualquier posible «enemigo» de Estados Unidos, su hermana gemela, la USAID, se dedicaba a adoctrinar y a financiar medios de comunicación afines, desarrollar campañas de vacunación (en realidad, de esterilización) en África e Hispanoamérica, promover golpes de Estado, subvencionar grupos subversivos para que cometieran actos de violencia y fraude electoral, o colaborar con entidades dedicadas al desarrollo de armas biológicas (como la Covid-19). Tanto es así que la USAID donó un total de 53 millones de dólares a EcoHealth Alliance, entidad que financió la investigación de ganancia de función2 del coronavirus en el Instituto de Virología de Wuhan, donde, supuestamente, en el otoño de 2019 se inició la pandemia3. Asimismo, la revelación de secretos producida a raíz del cierre de la USAID nos ha permitido conocer otros datos verdaderamente alarmantes, como que la agencia financió a grupos armados en Guatemala, Venezuela, Egipto o Haití, o que en Georgia llevó a cabo planes estratégicos para «fortalecer la integración euroatlántica» (entrada en la OTAN) y frenar así la influencia rusa4 en la zona. En realidad, durante más de sesenta años la USAID, con un presupuesto que superaba los 40.000 millones de dólares, ha actuado como una extensión de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos. De hecho, así lo reconoció Jack Gilligan, exdirector de la USAID, que admitió que la organización estaba «infiltrada de arriba abajo por gente de la CIA» que se dedicaba a desarrollar «las actividades que tuviéramos en el extranjero: gubernamentales, voluntarias, religiosas, de todo tipo»5. Dicho de otro modo: el plan imperialista de Estados Unidos encontró un arma eficaz en esta institución «independiente» dedicada a la «ayuda al desarrollo». Gracias a ella se desestabilizaron Gobiernos, se impulsaron investigaciones homicidas —como la de la Covid-19—, se acallaron y censuraron voces críticas, y se implantaron estrategias belicistas en países clave para la consecución de los intereses de Estados Unidos. Todo esto ha quedado demostrado a raíz del escándalo producido por el cierre de la agencia, que nos ha permitido saber que, por ejemplo, el 90 % de los medios de comunicación ucranianos dependían de la financiación de la USAID, la cual, gracias al apoyo de la Administración Biden y de los países miembros de la OTAN, alentó la resistencia de Volodímir Zelenski a la incursión rusa y, como consecuencia, la prolongación de una guerra que lleva ya más de tres años y que ha causado miles de muertos. Y todo ello mientras el tirano ucraniano cerraba periódicos críticos e ilegalizaba partidos políticos en nombre de la «democracia».
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 248
 
 
Hoy, como entonces, el mayor secreto del periodismo es que la CIA se autoproclamó —y ejerció— como la escuela del periodismo estadounidense contemporáneo, que, a su vez, es el modelo implantado en Occidente y en los programas financiados por la USAID para «formar» periodistas en Europa, Asia, Oriente y África. Se trata de un modelo basado en la mentira y en la corrupción, cuyo fin último es ayudarnos a pensar lo que las élites estadounidenses quieren que pensemos.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 267
 
 
El caso es que, bajo la apariencia del buen samaritano que da agua a los que tienen sed de democracia y libertad, la CIA-USAID llegó a manejar un presupuesto anual de más de 42.000 millones de dólares (según datos de 2023) y a diseñar una agenda política dirigida a interferir en todos los países del mundo para beneficiar a unas élites aristocráticas sociópatas y tiránicas. Los millones de la USAID siguieron llegando a las redacciones de los principales medios de comunicación —desde los tradicionales hasta las redes sociales—, convirtiendo el periodismo en una profesión corrupta y a los periodistas en cómplices del derrocamiento de Gobiernos y de la imposición de dictaduras sanguinarias, como, por ejemplo, recientemente hemos podido ver en Siria.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 269
 
 
UNA FÁBRICA DE MENTIRAS EN SERIE
 
El estado actual del periodismo es el resultado de la perpetuación del sistema de desinformación, censura y confusión activado en la Guerra Fría. Desde entonces, la maquinaria de producción de mentiras ha evolucionado, provocando que tanto el periodismo tradicional como su extensión en las plataformas tecnológicas pasen de ser una herramienta ideológica y propagandística a ser un instrumento de control y vigilancia en manos de la plutocracia y de los gobernantes, si es que hay alguna diferencia entre una y otros.
 
Pero todo tiene un fin, y este podría estar más cerca de lo que muchos piensan. El terremoto de la USAID ha desvelado que cientos de medios de comunicación de todo el mundo estaban al servicio de la CIA y, repito, ya no se puede mirar hacia otro lado. Cuando yo denuncié el modo en que la mayoría de medios controlados por el sistema vendieron a la opinión pública el llamado «asalto al Capitolio» (enero de 2021) o la supuesta «masacre de Bucha» (27 de febrero31 de marzo de 2022) a manos de las fuerzas rusas, cientos de orcos salieron de la ciénaga para tacharme de «prorrusa» y «desinformadora». Un sinfín de periodistas se aunaron para atacar con furia a quienes nos atrevimos a señalar al entonces presidente Joe Biden por sus vínculos con la corrupta compañía ucraniana de gas Burisma, donde el entonces hombre más poderoso del planeta había colocado a su hijo, Hunter Biden, en la junta directiva. Todos lo que entonces denunciamos estos hechos éramos «desinformadores», pero ahora se ha sabido que la USAID era la facilitadora de la trama. De hecho, en 2016, Biden, que entonces era vicepresidente del Gobierno y el encargado de los asuntos sobre Ucrania, presumió en la sede del Consejo de Relaciones Exteriores4 de haber chantajeado al Gobierno ucraniano con un préstamo de 1.000 millones de dólares si destituía al fiscal general, que ya entonces tenía a Burisma en su punto de mira.
 
También hemos sabido que, en febrero de 2022, la USAID le pagó 5 millones de dólares a Sean Penn por ir a Ucrania a hacerse unas fotos con Volodímir Zelenski; 8 millones a Orlando Bloom, y 4 millones a Ben Stiller. Aunque la primera en el ranking fue Angelina Jolie, que recibió 20 millones de dólares… Estas cifras se dieron a conocer en las redes sociales y en algunos medios independientes, pero los fact checkers se pusieron manos a la obra y también ellos cobraron por desmentirlas.
 
Y suma y sigue… Las revelaciones de la USAID también señalan a la agencia por haber financiado el laboratorio chino donde nació la falsa pandemia de la Covid-19, y hemos sabido que, en 2021, la USAID destinó millones de euros a organizaciones de izquierda polacas para derrocar el Gobierno conservador del partido Ley y Justicia. Para lograrlo, la agencia «humanitaria» recomendaba «la cooperación entre gobiernos, organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación» en la lucha contra el «desorden informativo» que se estaba produciendo en Polonia, por lo que aconsejaba «promover y silenciar contenidos a través de motores de búsqueda o excluir de los ingresos publicitarios a los medios» no afines5.
 
En Rumanía, el candidato Calin Georgescu, muy crítico con la Agenda 2030, la Unión Europea y la OTAN, y contrario a cualquier apoyo militar a Ucrania, se presentó a las elecciones generales de 2024 y las ganó. Pero el Tribunal Constitucional anuló el resultado, alegando «injerencia rusa», al tiempo que la prensa «libre» lo denigraba para evitar que gobernara. Intentó presentarse de nuevo, pero la Comisión Electoral no se lo permitió, no fuera a ser que volviera a ganar… En los medios de comunicación controlados por la USAID —que también compra a los jueces— a este acto de despotismo lo llamaron «democracia».
 
Como vemos, desde hace décadas Europa vive inmersa en la tiranía de la mentira. Y la CIA y la USAID han sido las bestias de las cavernas, a cuyas bocas iba a parar cualquiera que fuera etiquetado como «disidente». La USAID, por medio de sus filiales —muchas de ellas en manos de la Open Society Foundation de George Soros— ha intervenido directa e indirectamente en la llegada al poder —o salida— de gobernantes en multitud de países: Macedonia, Albania, Etiopía, Jordania, Congo, Somalia, Colombia, Bolivia… Y, por supuesto, Ucrania, donde ha estado financiando el Centro de Acción Anticorrupción desde que la llamada «Revolución de Maidán» (noviembre de 2013) derrocó al presidente electo Viktor Yanukovych, contrario a la Unión Europea. Además, en 2019, la USAID ayudó a Volodímir Zelenski a conseguir la victoria en las elecciones presidenciales. Menos de tres años después, en febrero de 2022, se inició la incursión rusa en territorio ucraniano para defender sus fronteras ante el avance de la OTAN, lo que desembocaría en la guerra que a día de hoy aún se libra. No en vano, en 2024, Kaja Kallas, responsable de Exteriores de la Unión Europea, reconoció entre risitas estúpidas que «la derrota de Rusia sería muy positiva, porque podrá ser partida en pequeños países». Esa es la idea maníaca que ha marcado la dirección de Europa y de Estados Unidos en los últimos cien años. Y, por si quedaba alguna duda, la sagaz diplomática estonia concluyó su intervención con una frase que a muchos nos pareció una peligrosísima declaración de intenciones: «Siberia es demasiado grande y rica para ser solo de Rusia»6.
 
El pasado mes de febrero, el presidente Donald Trump calificó a la USAID como un ente dirigido por «lunáticos radicales». Una de las actividades más «lunáticas» es el proyecto de «siembra de nubes» básico para la guerra climática que describimos en el capítulo 13— impulsado por esta agencia tan «humanitaria» a través de la Autoridad del Agua del Sur de Nevada (Estados Unidos), que recibió 2,4 millones de la USAID para provocar lluvias torrenciales en determinados territorios para, posteriormente, saquearlos y adquirirlos a «buen precio». Asimismo, la USAID destinó 2 millones de dólares al Sistema de Educación Superior de Nevada, que controla todas las universidades, colegios e instituciones de investigación financiadas por ese estado para desarrollar la investigación de «siembra de nubes»7. Como vemos, la geoingeniería climática es uno de los asuntos que más interesan a la agencia estadounidense, algo que no debe sorprendemos sabiendo lo que ya sabemos del uso que la CIA ha hecho de esta disciplina desde la década de los años sesenta del siglo pasado, unas prácticas que los valencianos tuvieron que sufrir en carne propia a raíz de la «operación DANA» de octubre-noviembre de 2024.
 
Al mismo tiempo, los vínculos de la USAID-CIA con algunos de los hombres más ricos del planeta —esos que dedican sus fortunas a «salvar la democracia»— es más que evidente. Por ejemplo, encontramos a la USAID dando millones de dólares a George Soros y su Open Society, que, desde el cierre de la agencia a manos de la Administración Trump, se ha visto acorralada, obligándola a buscar otras fuentes de financiación. Es el caso de la Comisión Internacional de Juristas (CIJ), que, junto a más de sesenta organizaciones de la «sociedad civil», pretenden ahora que los europeos paguemos las fiestas que hasta hace unos meses les pagaba la USAID8. Trump ha cortado el grifo9, y numerosos parásitos autodenominados «defensores de los derechos humanos y de la democracia» se han quedado sin sustento, por lo que ahora se lo pedirán —o lo exigirán— a la Unión Europea.
 
Trump también está drenando el pantano del periodismo, haciendo una «selección» de medios. Los que se alineen con su política y sus principios tendrán subvenciones; los otros, no. A fin de cuentas, la CIA y su hermanita de la caridad —la USAID— le hicieron la guerra desde que llegó a la Casa Blanca en 2016 —con intentos de asesinato incluidos—, de manera que ha llegado la hora de tomarse la revancha. Algunos han intentado devolver el golpe, como el ilustrísimo The Washington Post, que hace unos meses puso en su punto de mira a Elon Musk, máximo responsable del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) —desde donde se ha efectuado la limpieza de la USAID—, a quien ha acusado de recibir «38.000 millones de dólares de financiación gubernamental»10 y ha señalado como uno de los mayores beneficiarios de las arcas de los contribuyentes desde hace veinte años.
 
En cualquier caso, la suspensión de la USAID ha provocado un vacío enorme. Cuando en 1975 se descubrió que la CIA financiaba medios de comunicación y se cortaron momentáneamente las ayudas, se acuñó la expresión «huérfanos de la CIA». Ahora hablamos de «huérfanos de la USAID» e incluso de «huérfanos de la Administración Trump», que ha dejado aparentemente abandonados a los belicosos títeres europeos, que, de momento, ya no tienen a su imprescindible «enemigo necesario». En una inesperada inversión de los términos, para el nuevo orden estadounidense los rusos son sus nuevos «amigos», mientras que los «salvadores» de la Unión Europea son ahora los «enemigos». Eso sí, no nos sorprenderemos si las tornas se vuelven a invertir.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 270
 
 
Las palabras juegan un papel esencial en la manipulación de las masas, porque las palabras están asociadas a emociones, a sentimientos y a historias. Por ejemplo, ¿qué imagen me provoca a mí la palabra libertad? ¿Significa lo mismo para mí que para ti? Cuando una comunidad se pone de acuerdo en otorgar un significado a una palabra o a un concepto, hay convivencia. Por el contrario, cuando se incentiva la creación ficticia de grupos y los manipulas para que una palabra o un concepto tenga significados distintos, el conflicto civil está garantizado. Más aún si, al mismo tiempo, introduces debates y odios inventados o creados artificialmente. Este modo de actuar es lo más contrario a lo moral, y un régimen amoral es el caos en su máxima expresión.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 276
 
 
Desde hacía tiempo, yo reflexionaba acerca de los contenidos de los programas de entretenimiento y de las noticias que llenan los espacios informativos, y había observado que ni unos ni otros se centraban en fiscalizar al verdadero poder, lo que, en mi opinión, no era sino mala praxis y dejadez de funciones. Había llegado a la conclusión de que la recurrente frase que mis compañeros esgrimían cuando comentábamos el contenido de la parrilla —«Hacemos estos programas porque es lo que demanda la gente»— era una de las mayores falacias de la profesión, pues las personas encienden la tele y ven lo que se emite. Al fin y al cabo, somos animales de costumbres —percatarse de esto es esencial— y si, desde niños, nos habitúan a ver programas que solo emiten «basura», acabamos consumiéndolos sin preguntarnos por los motivos ni por las consecuencias. Los ingenieros sociales lo saben bien: la costumbre determina nuestros actos cotidianos y uno de ellos es tener la televisión encendida cuando estamos en casa.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 284
 
 
El diseño de la parrilla completa es uno de los mayores actos de desinformación que se practican en la actualidad. Y, lo peor del caso, la profesión que debería dedicarse a informar —por el bien de todos— es la principal responsable de esta degradada realidad.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 285
 
 
Es decir, y para que quede claro, que me tachen de «conspiranoica» es un mensaje del poder, un mensaje que replican, por intereses diversos, sus sirvientes y sus soldados. Que se censuren mis libros es un mensaje del poder. Y que se me acuse de «plagiadora» es un mensaje del poder. De mis lectores depende creer o no al poder. De vosotros depende que os usen como polichinelas de sus mensajes.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 288
 
 
Cuando un periodista no investiga al poder comete un acto desinformativo, porque el fundamento del periodismo es, esencial y prioritariamente, investigar a quienes mueven los hilos políticos, financieros y culturales.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 299
 
 
La función social del periodismo es actuar de contrapoder, es decir, de vigilante de quienes abusan, aunque estos tengan a su disposición herramientas tan poderosas como la censura (directa o encubierta) y el control de los medios de comunicación (convencionales o no). Y, por supuesto, sin olvidarnos de la responsabilidad de los gobernantes y de los propios periodistas. Fueron la CIA y los grandes propietarios de los principales medios quienes prostituyeron el periodismo como profesión y quienes inventaron ese concepto tan de moda —el cajón de sastre de las famosas «teorías de la conspiración»— que ha venido a enmarcar cualquier idea que suponga una amenaza al poder.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 299
 
 
Pese al escándalo, y como ya hemos analizado en los capítulos 16 y 17, la CIA siguió operando a través de la USAID —entre otras asociaciones pantalla—, confirmando las viejas historias que la acusaban de tener peligrosos vínculos con instituciones privadas que atentaban contra la justicia, la libertad, los derechos humanos y la democracia, una labor para la que siempre necesitó la «ayuda» de los medios de comunicación. El caso es que la conclusión a la que llegó el «Comité Church» se convierte hoy en una profecía autocumplida: Al examinar el uso pasado y presente de los medios de comunicación estadounidenses por parte de la CIA, el Comité Church encuentra dos motivos de preocupación. El primero es el potencial —inherente a las operaciones encubiertas de los medios de comunicación— de manipular o engañar incidentalmente al público estadounidense. El segundo es el daño que pueden causar las relaciones encubiertas con los periodistas y las organizaciones de medios de comunicación estadounidenses a la credibilidad e independencia de una prensa libre. Es decir, se habla de un doble daño: el causado a las personas que reciben la desinformación y el provocado al propio periodismo por jugar con las cartas marcadas. En enero de 1967, la propia CIA expresó su opinión en un informe titulado «Contracrítica al Informe Warren», que fue clasificado como «Secreto»13. Me parece importante destacar dos fragmentos. El primero: Las teorías de la conspiración han arrojado sospechas con frecuencia sobre nuestra organización [la CIA], por ejemplo, al afirmar falsamente que Lee Harvey Oswald trabajaba para nosotros. El objetivo de este despacho es proporcionar material que contradiga y desacredite las afirmaciones de los teóricos de la conspiración, a fin de inhibir la circulación de tales afirmaciones en otros países. La información de fondo se proporciona en una sección clasificada y en varios anexos no clasificados. Y atención al segundo, porque en él se expone uno de los contraargumentos que presentaba la CIA para combatir las «teorías de la conspiración»: Los críticos se han dejado seducir a menudo por una especie de orgullo intelectual: se topan con alguna teoría y se enamoran de ella.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 300
 
 
Como periodista, he sido atacada por desvelar algunas de las operaciones encubiertas más importantes de la CIA, como la «operación Mockingbird» o la «operación Voz Sincera». Dicho de otro modo: por desvelar la Verdad me han tachado de «teórica de la conspiración». Aunque la última moda es, sin duda, calificarme de «disidente controlada». ¡Suerte con eso, mensajeros del poder!
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 302

 

"La labor de un periodista no consiste en posicionarse ideológicamente junto a un partido que se presenta de izquierda o de derecha, al tiempo que oculta que su orientación está subvencionada por estructuras de poder interesadas. La labor de un periodista consiste en investigar y denunciar las tramas que el poder —sea del color que sea— pone en marcha para imponer un determinado estado de opinión que le beneficie."

 Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 303
 
 
 

Soy una periodista de guerra psicológica.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 308
 
 
Ser periodista de verdad es un acto de valentía, pues sirve para liberar a los esclavos de la tiranía de la mentira.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 309
 
 
Mi misión es informar, con mis errores y mis aciertos, pero informar sobre eso que algunos se empeñan en mantener oculto.
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 310
 
 
En la era de la tiranía de la mentira, ¿podemos permitirnos el lujo de vivir desinformados?
 
Cristina Martín Jiménez
La tiranía de la mentira, página 311
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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