Dan Brown El último secreto

 
 

—De acuerdo —prosiguió—, ¿el símbolo religioso más común? ¿Alguna suposición?

—Lo han visto ustedes muchas veces —insistió—. ¿Tal vez en las representaciones del dios egipcio Horajti? —Se quedó un momento callado—. ¿O quizá en el relicario del rey budista Kanishka? ¿O en el célebre Cristo Pantocrátor?

Silencio. Miradas inexpresivas.

«Vaya —pensó Langdon—. Definitivamente, un público de ciencias».

—También aparece en cientos de las más celebradas pinturas del Renacimiento: en la segunda Virgen de las rocas, de Leonardo da Vinci, en la Anunciación, de Fra Angelico, en la Lamentación sobre Cristo muerto, de Giotto, en la Tentación de Cristo, de Tiziano, y en incontables representaciones de la Virgen María con el Niño Jesús.

Todavía nada.

—El símbolo al que estoy refiriéndome —dijo— es el halo.

Katherine sonrió. Efectivamente, sabía que esa sería la respuesta.

—El halo —siguió Langdon— es el disco de luz que aparece sobre la cabeza de un ser iluminado. En el cristianismo portan halos Jesús, María y los santos. Retrocediendo más en el tiempo, un disco solar se cierne sobre la cabeza del antiguo dios egipcio Ra, y en las religiones orientales un nimbo aparece sobre Buda y las deidades hindúes.

—Debería añadir —continuó él mientras el público reía apreciativamente— que existen halos de todas las formas, los tamaños y las representaciones artísticas. Algunos son discos de oro sólidos, otros son transparentes y algunos son incluso cuadrados. Las escrituras judías antiguas describen la cabeza de Moisés rodeada por una hila, la palabra hebrea para «halo» o «emanación de luz». En algunas formas especializadas, los halos emanan rayos de luz, largos haces relucientes que la cabeza irradia en todas direcciones. —Langdon se volvió hacia Katherine con una sonrisa pícara y extendió el micrófono en su dirección—. ¿A lo mejor la doctora Solomon sabe qué nombre recibe este tipo de halo?

—Una corona radiada —respondió ella al instante.

«Alguien ha hecho la tarea». Langdon volvió a acercarse el micrófono a los labios.

—En efecto. Las coronas radiadas son un símbolo particularmente significativo. Aparecen a lo largo de la historia adornando las cabezas de Horus, Helios, Ptolomeo, Julio César…, o incluso la del imponente Coloso de Rodas. —Sonrió con complicidad al público—. Pocas personas son conscientes de ello, pero el objeto más fotografiado de toda Nueva York resulta ser una corona radiada.

Miradas de desconcierto, incluso de Katherine.

—¿Alguna suposición? —preguntó entonces—. ¿Ninguno de ustedes ha fotografiado la corona radiada que se eleva casi cien metros por encima del puerto de Nueva York? —Langdon esperó mientras un murmullo de reconocimiento se extendía entre el público.

—¡La Estatua de la Libertad! —exclamó alguien.

—Exacto. La Estatua de la Libertad lleva en la cabeza una corona radiada, ese símbolo universal que hemos usado a lo largo de la historia para identificar a individuos especiales a los que atribuimos una iluminación divina o un avanzado estado de… conciencia.

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El último secreto, página 11-12



—Señora, ¿cómo definiría usted la conciencia?

La mujer se lo pensó un momento.

—Supongo que… ¿la percepción de mi propia existencia?

—Perfecto. ¿Y de dónde surge esa percepción?

—De mi cerebro, supongo —contestó la mujer—. De mis pensamientos, mis ideas, las cosas que imagino… La actividad cerebral es lo que me convierte en quien soy.

—Muy buena respuesta, gracias. —Katherine alzó la mirada hacia el público—. Podemos comenzar poniéndonos de acuerdo en lo esencial, pues. La conciencia emana del cerebro, ese órgano de poco más de un kilo que contiene ochenta y seis mil millones de neuronas y que se encuentra en nuestros cráneos. Lo cual significa que está localizada en el interior de nuestras cabezas.

La mayoría de la gente asintió.

—Maravilloso —dijo Katherine—. Acabamos de ponernos de acuerdo en el modelo de conciencia humana aceptado en la actualidad. —Un segundo después, exhaló un dramático suspiro—. El problema es que… este modelo es completamente erróneo. La conciencia humana no emana del cerebro; de hecho, ni siquiera está localizada en el interior de la cabeza.

Un estupefacto silencio sobrevoló la sala.

—Pero si mi conciencia no se encuentra localizada dentro de mi cabeza…, ¿dónde está? —preguntó la mujer con lentes de la primera fila.

—Me alegro de que me haga esa pregunta —había respondido Katherine sonriendo a la audiencia congregada—. Prepárense, damas y caballeros. Les espera una velada de lo más apasionante.

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El último secreto, página 13



Estamos a punto de experimentar un cambio radical en nuestra comprensión del funcionamiento del cerebro, la naturaleza de la conciencia y, de hecho, la naturaleza de la realidad misma.
 
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El último secreto, página 28
 
 
A veces estamos tan ocupados mirando el lugar equivocado que no vemos lo que se encuentra justo frente a nuestros ojos.
 
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El último secreto, página 29
 
 
Los efectos del Éter ya habían pasado, y el Golěm yacía desnudo sobre el colchón de cáñamo. Su viaje había culminado, como siempre, con oleadas de euforia y la abrumadora sensación de estar conectado espiritualmente con todas las cosas. Recibir el Éter venía a ser un orgasmo no sexual, una poderosa ola de dicha mística que abría un portal desde el cual podía vislumbrarse la Realidad tal como era en realidad. Muchos menospreciaban esos viajes místicos y los consideraban meras fantasías ilusorias, pero a aquellos que habían visto la Verdad no podía importarles menos la opinión de personas con miras tan estrechas. El Golěm sabía por experiencia que el universo era mucho más complejo y hermoso de lo que la mayoría podía comprender. La sociedad moderna todavía no podía aceptar la Verdad que las civilizaciones de la Antigüedad habían entendido de forma intuitiva: el cuerpo humano no era más que un recipiente temporal mediante el cual experimentar el mundo terrenal.
 
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El último secreto, página 40
 
 
«No me conoces, pero estoy aquí para librarte del mal».
 
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El último secreto, página 41
 
 
«La coincidencia es la manera que tiene Dios de permanecer en el anonimato», rezaba una famosa cita de Einstein.
 
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El último secreto, página 48
 
 
El auditorio permanecía en silencio. —Al parecer —continuó—, el cerebro no solo reacciona antes de que el sujeto vea la imagen…, ¡sino antes incluso de que la computadora haya escogido de forma por completo aleatoria qué imagen le mostrará! Es como si, más que predecir la realidad, el cerebro estuviera creándola.
 
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El último secreto, página 50
 
 
«El papel de un gólem consiste en soportar la carga de un alma más débil».
 
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El último secreto, página 78
 
 
A continuación, Katherine mostró otra fotografía de un disco DVD sobre una mesa.
—Esto es un DVD normal. Puede almacenar una cantidad impresionante de información, 4,7 gigabytes —siguió diciendo—, lo cual equivale a unas dos mil fotografías de alta definición. Ahora bien, ¿saben ustedes cuántos DVD serían necesarios para almacenar la memoria aproximada de un cerebro humano corriente? Les daré una pista: si los apilaran uno encima de otro superarían, con mucho, la altura de este edificio. —Al afirmar eso, señaló los altos techos del Salón de Vladislao—. De hecho, ¡la pila sería tan alta que alcanzaría la Estación Espacial Internacional!
Katherine se dio entonces unos golpecitos en la cabeza con un dedo.
—Nuestros cerebros almacenan millones de gigabytes de datos: imágenes, recuerdos, estudios, habilidades específicas, idiomas…, todo debidamente clasificado y organizado en un espacio diminuto. La tecnología moderna todavía requiere un almacén de datos para igualar esa capacidad.
En ese momento apagó el PowerPoint y se dirigió al centro del escenario.
—Los científicos materialistas siguen sin comprender cómo un órgano tan pequeño es capaz de contener una cantidad tan vasta de información. Y lo cierto es que estoy de acuerdo, parece una imposibilidad física…, razón por la cual no soy materialista.
 
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El último secreto, página 105
 
 
«Materialismo versus noética».
Los materialistas creían que todos los fenómenos, incluida la conciencia, solo podían explicarse en términos de materia física y sus interacciones. Según ellos, la conciencia era el resultado de una serie de procesos físicos: la actividad de las redes neuronales junto con otros procesos químicos que tenían lugar en el interior del cerebro. La concepción de los noéticos, en cambio, era infinitamente menos restringida. Estos creían que la conciencia no estaba creada por procesos cerebrales, sino que era un aspecto fundamental del universo —de forma similar al espacio, el tiempo o la energía—, y que ni tan siquiera se encontraba localizada dentro del cuerpo.
 
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El último secreto, página 106
 
 
Señor, imagine que arroja usted ese teléfono contra la pared y que, cuando lo recoge, su galería de fotos contiene nuevas imágenes de lugares en los que nunca ha estado. —Imposible —dijo el hombre mostrándose de acuerdo con ella. El Golěm, claro, comprendía cómo era posible, comprendía por qué las señales cósmicas se cruzaban. Y estaba claro que Katherine Solomon también.
 
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El último secreto, página 131
 
 
Nuestra concepción científica del funcionamiento del cerebro humano ya no es válida. Ha llegado el momento de un nuevo modelo. Ha llegado el momento de admitir que no conocemos la respuesta a una pregunta muy sencilla: ¿de dónde proceden nuestros pensamientos, nuestro talento, nuestras ideas?
 
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El último secreto, página 132
 
 
«Las redes sociales —pensó Dana—. La mayor bendición para el espionaje desde que la Iglesia católica inventó la confesión».
 
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El último secreto, página 144
 
 
En su charla de la noche anterior, Katherine se había referido a la epilepsia como uno de los estados alterados de conciencia que tenían lugar en la mente de forma natural. Al parecer, al observar un ataque con una máquina de resonancia magnética, su firma eléctrica mostraba una sorprendente similitud con la de ciertos alucinógenos, las experiencias cercanas a la muerte o incluso los orgasmos.
 
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El último secreto, página 150
 
 
Era extraño, pero el capitán se sentía como si estuviera alejándose… de sí mismo; distanciado de su forma física, ajeno a todo dolor o herida, como si se elevara por encima de su cuerpo y dejara tras de sí las complicaciones mundanas.
No sentía miedo, tan solo una oleada de serenidad. No se parecía a nada que hubiera experimentado en su vida.
 
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El último secreto, página 157
 
 
Siempre que emergía de un ataque epiléptico, le daba la sensación de que el cerebro se le reiniciaba como si fuera una computadora y, partiendo de cero, comenzaba a cargar un software poco a poco.
 
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El último secreto, página 161
 
 
«¿Dónde estoy?», se preguntó Sasha. Sentía un familiar hormigueo por todo el cuerpo. Era suave y agradable, como si tuviera burbujas de champán en las venas. Siempre que emergía de un ataque epiléptico, le daba la sensación de que el cerebro se le reiniciaba como si fuera una computadora y, partiendo de cero, comenzaba a cargar un software poco a poco.
 
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El último secreto, página 161
 
 
—¿Para arreglarme? —preguntó la joven con escepticismo. —No estás rota, querida. Es solo que, a veces, tu cerebro sufre tormentas eléctricas. Pero puedo ayudarte a controlarlas.
 
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El último secreto, página 165
 
 
«Una mente obstinada puede ser una montaña inamovible»
 
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El último secreto, página 186
 
 
—Si crees que los fanáticos religiosos se aferran de un modo irracional a sus creencias, deberías conocer a los académicos que pululan por las universidades.
 
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El último secreto, página 187
 
 
A veces Langdon tenía la sensación de que, hoy en día, la única razón para hacer algo era publicarlo en alguna red social para que el resto del mundo lo viera.
 
Dan Brown
El último secreto, página 240
 
 
El profesor reconoció el antiguo lenguaje de inmediato, pero no conseguía comprender qué diablos hacía eso en el celular de ella. «¿Me ha enviado algo en… enoquiano?». El enoquiano, a menudo llamado lengua angelical, era un idioma «descubierto» en Praga, en 1583, por dos autoproclamados místicos ingleses, John Dee y su compañero Edward Kelley. Supuestamente, era el lenguaje mediante el que los médiums se comunicaban con los espíritus y obtenían «conocimientos del otro reino».
 
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El último secreto, página 246
 
 
La traducción del enoquiano al inglés consistía en una sustitución muy sencilla. Al profesor siempre le había parecido sospechosamente conveniente que la lengua mística descubierta por un clarividente británico se basara en una transliteración letra por letra del inglés.
 
Dan Brown
El último secreto, página 248
 
 
Frustrado y con la vista puesta en el paisaje boscoso, Langdon trató de decidir qué paso dar a continuación. De pronto, una enorme bandada de pájaros alzó el vuelo de entre los árboles; las aves comenzaron a dar vueltas en el aire, moviéndose como si fueran una sola.
«El universo se está burlando de mí», decidió mientras contemplaba la nube amorfa de pájaros que ondeaba en el cielo. Katherine había investigado el vuelo sincronizado de las bandadas de estorninos, y había declarado que ese fenómeno era una prueba científica de la conexión invisible entre los seres vivos.
—La separación es una ilusión —le había dicho Solomon a Jonas, en su comida del año anterior, mientras le mostraba un video de unos estorninos volando al unísono—. A este fenómeno se le llama sincronización conductual, y podemos encontrar múltiples ejemplos en la naturaleza.
A continuación había mostrado varios videos más: un banco de peces azules girando a derecha e izquierda en perfecta sincronía; una infinita manada de gacelas en plena migración, todas brincando y saltando al mismo tiempo; un enjambre de luciérnagas, iluminadas y parpadeando al unísono; un nido de cientos de tortugas marinas saliendo del huevo con apenas segundos de diferencia.
—Increíble —reconoció Faukman.
—A mí nunca deja de sorprenderme —dijo ella—. Hay científicos tradicionales que aseguran que la sincronización conductual no es más que una ilusión, y que estos organismos simplemente reaccionan unos con otros con tal rapidez que el desfase temporal nos resulta imperceptible. —Se encogió de hombros—. Por desgracia para ellos, un par de videocámaras de alta velocidad, vinculadas a relojes atómicos y situadas delante y detrás de un banco de peces, demostraron que su supuesto tiempo de reacción es menor que la velocidad de la luz.
—Ups —dijo Langdon.
—Exacto. —Katherine sonrió—. En nuestro actual modelo de la física eso es imposible. Existe, sin embargo, un punto de vista desde el que estas sincronizaciones no son milagrosas. Si, en vez de considerar que una bandada de estorninos es un conjunto de muchos pájaros individuales, lo vemos como un organismo completo, la sincronización es previsible. Los estorninos se mueven como uno solo porque son un solo sistema interconectado. Sin separación. Como las células individuales de tu cuerpo, que forman un todo integrado que eres tú.
Faukman estaba fascinado.
—Y creo que lo mismo es válido para cada uno de nosotros como seres humanos —explicó Katherine. La excitación era perceptible en su tono de voz—. Nos vemos a nosotros mismos como individuos aislados cuando, de hecho, somos parte de un organismo mucho más grande. La soledad que sentimos se debe a que no podemos ver la verdad: en realidad, formamos parte de un todo completo; la separación es una ilusión compartida.
 
Dan Brown
El último secreto, página 249
 
 
Hoy en día, sin embargo, son un creciente número de físicos cuánticos quienes se hacen eco de la creencia de la interconexión de todas las cosas… y todas las personas. —Katherine sonrió a Faukman—. Admito que cuesta visualizar nuestra conexión con un mundo que no podemos ver, pero, créanme, las generaciones futuras lo comprenderán. Un día nos daremos cuenta de que nuestra percepción individualista del mundo no ha sido más que el mayor engaño compartido de la humanidad.
 
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El último secreto, página 251
 
 
—Caballeros, los resultados de mis experimentos no solo nos recordarán que estamos todos conectados, sino que además iluminarán el camino a una forma completamente nueva de comprender tanto nuestra realidad como el potencial humano.
 
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El último secreto, página 251
 
 
«A veces, el universo señala el camino», pensó Langdon.
 
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El último secreto, página 256
 
 
—La teoría se llama conciencia no local —le había explicado la científica—. Y se basa en la premisa de que la conciencia no está localizada en el cerebro, sino que se encuentra en todas partes; es decir, que la conciencia está presente en todo el universo. La conciencia es, de hecho, uno de los componentes básicos de nuestro mundo.
 
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El último secreto, página 277
 
 
—La teoría se llama conciencia no local —le había explicado la científica—. Y se basa en la premisa de que la conciencia no está localizada en el cerebro, sino que se encuentra en todas partes; es decir, que la conciencia está presente en todo el universo. La conciencia es, de hecho, uno de los componentes básicos de nuestro mundo.
—Entiendo —dijo Faukman, que se esforzaba en seguir las explicaciones de Solomon.
—Según este modelo no local —prosiguió ella—, el cerebro no crea la conciencia, sino que más bien experimenta aquello que ya existe fuera de él. —Su mirada pasó de Faukman a Langdon y volvió al editor—. En lenguaje llano, nuestros cerebros interactúan con una matriz de percepción ya existente.
—¿Eso es lenguaje llano? —Faukman parecía divertido.
—Da las gracias —le dijo Langdon—. Podría arruinarnos la comida intentando explicar el paradigma dimensional triádico y vorticial.
—¿En serio, Robert? —replicó ella—. Un hombre con tu capacidad intelectual no debería tener problemas para comprender una realidad volumétrica de nueve dimensiones cuantificadas e integradas en una continuidad infinita.
El profesor puso los ojos en blanco.
—¿Ves lo que quiero decir?
—¡Chicos! —Faukman levantó las manos—. Paren el tren.
Langdon sirvió más vino mientras Katherine retomaba su explicación.
—Trataré de explicárselos del modo más sencillo posible. Miren ese altavoz. —Señaló un estante cercano sobre el cual había un pequeño altavoz inalámbrico que reproducía música clásica—. Imaginemos que Mozart viajara en el tiempo y se uniera a nuestra comida; sin duda, le sorprendería oír música procedente de esa pequeña caja. En su mundo no había grabaciones, de modo que cada vez que escuchaba música, había una orquesta presente. Al ver este altavoz, pues, podría concluir que hay una orquesta oculta detrás de la pared o, incluso, una orquesta en miniatura dentro del altavoz. Para él no habría otras explicaciones posibles; nunca podría concluir que unas silenciosas ondas de radio transmiten la música por el aire y que, de algún modo, el altavoz las recibe y las reproduce.
Faukman miró a su alrededor y se imaginó la sala llena de ondas de radio invisibles.
—Podríamos intentar explicarle nuestra realidad a Mozart —siguió diciendo ella—, pero carecería del marco de referencia necesario para comprenderla. Las técnicas de grabación más primitivas no se inventaron hasta pasados cien años de su muerte. A lo que voy con todo esto es a que estamos sentados a esta mesa, en el moderno Manhattan, y, sin embargo, explicarles la conciencia no local es algo parecido a tratar de describirle las ondas de radio a Mozart. En su realidad, la música solo procede de músicos que tocan instrumentos en directo; no existe ninguna otra posibilidad.
En la mesa reinó el silencio, mientras los dos hombres asimilaban las ideas que acababa de exponer Katherine.
—En nuestra realidad, en cambio, las cosas son distintas. —Se inclinó hacia delante—. En el mundo de la conciencia no local, la música está en todas partes; nuestros cerebros solo «sintonizan» con ella para poder oírla.
Faukman lo consideró durante largos segundos.
—¿Estás diciendo que la conciencia es como un servicio de streaming al cual están suscritos nuestros cerebros?
—Algo muy parecido… Diría que más bien es un dial de radio increíblemente grande. Imagina la conciencia como una nube infinita de ondas de radio. Tu cerebro viene a ser un receptor que sintoniza con su propia emisora. En tu caso, la emisora «Jonas Faukman».
El editor frunció el ceño.
—No quiero sonar como Mozart, pero eso parece… imposible.
—No estoy en desacuerdo —le dijo Langdon a Faukman—. Pero, para ser justos, muchos descubrimientos científicos al principio fueron considerados absurdos: el heliocentrismo, la esfericidad de la Tierra, la radiactividad, el universo en expansión, la teoría de los gérmenes, la epigenética y muchos otros. Desde un punto de vista histórico, muchas verdades importantes han empezado siendo consideradas imposibilidades absolutas. Y solo porque no podamos imaginar que algo pueda ser cierto no significa que no podamos observarlo. Los antiguos griegos proclamaron que la Tierra era redonda casi dos mil años antes de que Newton explicara cómo los océanos permanecían en su lugar gracias a la gravedad.
Touché. —Faukman sonrió—. Ya debería haber aprendido que no puedo debatir con un profesor de Harvard.
—Creo que lo que Robert intenta decir —intervino Katherine— es que, si bien todavía estamos descubriendo cómo funciona exactamente la conciencia no local, lo que ya hemos conseguido demostrar es que se trata de una teoría que ofrece respuestas claras a una gran cantidad de fenómenos que, según el modelo actual, parecen incomprensibles.
—Ajá…
—Es más —continuó—, a diferencia de Mozart, tú tienes la ventaja de vivir en un mundo en el que interactúas a diario con un modelo muy parecido.
—¿Parecido a la conciencia no local? —A Faukman no se le ocurría ningún modelo homólogo.
—¿Y si te dijera que puedo incluir toda la información del mundo en una cajita del tamaño de una baraja de cartas? ¿Verdadero o falso?
—Imposible. Falso.
Katherine alzó su celular.
—Está todo aquí. ¿Qué quieres saber?
—Un razonamiento ingenioso… —concedió Faukman—, pero la información no se encuentra dentro del celular. Este necesita acceder a los datos contenidos en incontables bancos de datos desperdigados por todo el mundo.
—Exacto —asintió ella, y el editor se dio cuenta entonces de que Solomon lo estaba conduciendo a algún lado—. Un muy buen argumento. ¿Y si te dijera que puedo almacenar millones de gigabytes de datos en el interior de un órgano humano del tamaño de…, bueno, qué tal del de un cerebro?
Faukman frunció el ceño. «Eso ha sido muy rápido. Jaque mate en tres movimientos».
—Es la misma idea —declaró ella—. La inconcebible capacidad de almacenaje del cerebro humano es una imposibilidad física. Del mismo modo que lo es disponer de acceso a todas las canciones del mundo en un celular. No tiene sentido. A no ser que…
—A no ser que el cerebro esté accediendo a unos datos situados en otro lugar —admitió Faukman.
—Unos datos no locales —añadió Langdon impresionado.
—Exacto. —Katherine sonrió—. El cerebro no es más que un receptor inimaginablemente complejo y avanzado que escoge qué señales específicas quiere recibir de la nube de conciencia global existente. Igual que una señal wifi, las ondas de la conciencia global siempre están ahí, a nuestro alrededor, intactas, tanto si se accede a ellas como si no.
—Las civilizaciones antiguas postulaban algo muy parecido —intervino Langdon, consciente ahora de la miríada de paralelismos que había a lo largo de la historia—. Casi todas las tradiciones espirituales hacen referencia a una suerte de conciencia universal: el campo akáshico, la mente universal, la conciencia cósmica o el Reino de Dios, por nombrar algunas.
—¡Eso es! —exclamó Katherine—. Esta «nueva» teoría es, en realidad, análoga a algunas de nuestras creencias religiosas más antiguas.
A continuación describió cómo cada vez más descubrimientos en numerosos campos científicos, como la física de plasmas, las matemáticas no lineales o la antropología de la conciencia, respaldaban la idea de la conciencia no local. Nuevos conceptos como la superposición y el entrelazamiento desvelaban un universo en el que todas las cosas existían en todo momento en todas partes. En otras palabras, la naturaleza del universo estaba unificada, o, como el título de una película galardonada recientemente con varios premios Óscar describía con mucho acierto, existía Todo en todas partes al mismo tiempo.
—Lo que está dando mucho que hablar —continuó Katherine— es que este nuevo modelo proporciona explicaciones lógicas a todas las «anomalías paranormales» que han asolado el modelo tradicional durante tanto tiempo: la percepción extrasensorial, el síndrome del sabio repentino, la precognición, la visión ciega, las experiencias extracorporales… La lista es interminable.
—Pero ¿cómo puede ningún modelo explicar que un niño normal reciba un golpe en la cabeza con un bate de beisbol y, de repente, se convierta en un virtuoso violinista? —preguntó Faukman.
—Bueno, pues sucede. El síndrome del sabio repentino ha sido publicado en documentos médicos en numerosas ocasiones.
—¡Sí, he leído al respecto! —repuso él con una risa ahogada—. Pero siempre he optado por ignorarlo.
—Precisamente… —dijo la científica—, así es como los humanos solemos lidiar con los fenómenos que no encajan en nuestra realidad. Preferimos ignorar cualquier rareza ocasional en vez de admitir que todo nuestro modelo es incorrecto.
—Y ¿tú crees que la conciencia no local explica todo esto? ¿Lo de tener un accidente y de pronto ser capaz de hablar en mandarín con fluidez?
Katherine asintió.
—Así es. Imagina que tu cerebro es un receptor que funciona como la radio de un coche clásico, con diales físicos. Esta radio está sintonizada con tu emisora de rock habitual y recibes ese contenido, que conoces, con una señal clarísima. Un día, sin embargo, pasas por encima de un bache y la sacudida mueve el dial. Ahora, además de rock, también oyes, al mismo tiempo, al locutor español de una emisora completamente distinta.
Faukman parecía no tener claro qué estaba intentando decirle.
—¿Qué hace falta para convertirse en un violinista virtuoso? —preguntó entonces Katherine.
—Práctica —respondió Faukman.
—¿Y para convertirse en un gran golfista?
—Práctica.
—Y ¿por qué la práctica te convierte en mejor golfista?
—Te ayuda a desarrollar la memoria muscular y, con ello, mejoras tu swing.
—Incorrecto —dijo ella—. No existe lo que llamas memoria muscular. Es un oxímoron. Los músculos no tienen memoria. En realidad, cuando practicas, estás afinando el cerebro, reajustándolo poco a poco para recibir información de la conciencia universal con más claridad y mayor consistencia. De este modo, tu cerebro podrá ordenar a tus músculos que se contraigan siguiendo un determinado patrón y que, así, realicen la tarea de un modo perfecto.
Una vez más, Faukman arrugó el entrecejo.
—¿Sugieres que hay un canal de golf en la conciencia universal?
—Lo que digo es que ahí fuera ya existe todo, y que la práctica lo que hace es ayudar a aclarar la señal que tu cerebro está recibiendo. Así es como nos volvemos más habilidosos en algo: poco a poco adquirimos acceso a una nueva señal. Algunos cerebros nacen ya predispuestos a recibir una señal determinada, razón por la cual hay estrellas del atletismo, virtuosos y genios.
—Ajá…
—Y lo mismo es válido para mucha gente con ásperger u otros trastornos del espectro autista —añadió—. A menudo poseen receptores altamente especializados que les proporcionan acceso a habilidades y conocimientos extraordinarios, pero que al mismo tiempo les dificultan la ejecución de tareas rutinarias. Vendría a ser un poco como llevar prismáticos en vez de lentes; con ellos podrías ver más lejos que la mayoría, pero tus contornos inmediatos permanecerían borrosos.
«Una perspectiva única», pensó él.
—¿Y dices que este modelo también explica las experiencias extrasensoriales?
—Por completo —confirmó Katherine—. Esa «sensibilidad extra» que atribuimos a dichas experiencias no es más que un cerebro sintonizando información que acostumbra a ser filtrada. Según esta nueva teoría, cuando tienes una intuición o un presentimiento, es como si esa radio del coche sintonizara por un instante una emisora distinta que habitualmente no recibe. En algunos casos, si el cerebro recibe varias emisoras con demasiada claridad, la experiencia puede llegar a resultar muy confusa, incluso debilitante. Esquizofrenia, trastorno de identidad disociativo, voces en la cabeza…, todos estos trastornos pueden explicarse con este modelo.
—Fascinante —intervino Langdon—. ¿Y un fenómeno como la precognición?
—A veces, las ondas de radio de las emisoras rebotan de un lado a otro de la atmósfera, creando ecos y demoras temporales —respondió ella—. Según este modelo, estos sucesos se manifiestan en nuestras mentes como déjà vu o, en el caso contrario, como precognición.
 
Dan Brown
El último secreto, página 277
 
 
—La interpretación de los halos es absolutamente incorrecta —le había dicho ella—. Siempre se han considerado radiantes haces de luz que rodean la cabeza y que representan la energía que fluye de una mente iluminada hacia fuera. Para mí, en cambio, es al revés: en realidad, esos rayos representan haces de conciencia que fluyen hacia el interior. Decir que alguien tiene una «mente iluminada» no es más que otro modo de decir que posee un «mejor receptor».
 
Dan Brown
El último secreto, página 295
 
 
El símbolo del halo estaba ampliamente asociado al cristianismo, pero Robert Langdon sabía que había mucha imaginería anterior —del mitraísmo, el budismo o el zoroastrismo, por ejemplo— en la que surgían rayos de energía alrededor de la cabeza de sus sujetos. Cuando el cristianismo adoptó el símbolo del halo, los rayos fueron remplazados de forma gradual por un sencillo disco alrededor de la cabeza. Así, un importante elemento simbólico del halo se había perdido, y Katherine creía que esa versión perdida confirmaba una sabiduría antigua ya olvidada, unos conocimientos desaparecidos que ahora habían pasado a constituir la teoría de la conciencia no local.
 
Dan Brown
El último secreto, página 296
 
 
«El cerebro es un receptor, y la conciencia fluye hacia dentro, no hacia fuera».
 
Dan Brown
El último secreto, página 296
 
 
—En mi opinión —le explicó ella—, tu memoria eidética debería ser prueba suficiente, Robert. Sé que crees que tu mente ha atesorado todas y cada una de las imágenes que has visto, pero las memorias cien por cien fotográficas son una imposibilidad física. Incluso con los métodos de almacenaje digital más avanzados, la información de todas las imágenes que has visto a lo largo de tu vida ocuparía un almacén entero y, sin embargo, tú puedes recordarlas a la perfección. Lo cierto es que el cerebro humano, incluso el tuyo, es demasiado pequeño para albergar tanta información.
Esa idea despertó la curiosidad de Langdon.
—¿Estás diciendo que nuestra memoria funciona como un sistema de computación en la nube, y que toda la información está almacenada en alguna parte…, esperando a que accedamos a ella?
—Así es. Básicamente, tu memoria eidética posee un mecanismo superior para manejar determinados datos. Tú cuentas con un sofisticado receptor que está afinado para acceder, en especial, a imágenes. —Sonrió—. Aunque quizá está menos sintonizado con cuestiones que requieren fe y confianza…
 
Dan Brown
El último secreto, página 297
 
 
El artículo «Sintiendo el futuro» de Daryl Bem describía un experimento durante el cual se había mostrado a los participantes una lista de palabras aleatorias y luego, ya sin la lista, se les había pedido que trataran de recordar tantas palabras como les fuera posible. Al día siguiente, los participantes recibieron una breve selección de palabras, escogidas de forma aleatoria de la lista original, y se les pidió que las memorizaran. Por increíble que pudiera parecer, los resultados indicaban claramente que los participantes tenían muchas más probabilidades de recordar palabras que, sin saberlo, volverían a ver otra vez el segundo día, es decir, después de la prueba.
«¡Un momento! —había pensado Langdon desconcertado—. ¿Es posible estudiar después de un examen? ¿El futuro afecta al pasado?».
Perplejo, el profesor había acudido con los resultados de Bem a un colega del departamento de Física —un graduado en Oxford que solía llevar pajarita llamado Townley Chisholm—, que ni siquiera se inmutó. Este le aseguró que, en efecto, la «retrocausalidad» era real y que había sido observada en numerosos experimentos, incluido uno llamado borrador cuántico de elección retardada.
Chisholm lo describió como «una versión modificada del experimento de la doble rendija». El original, Langdon lo sabía, había dejado perplejo al mundo al demostrar que la luz que viajaba a través de una barrera con dos rendijas podía hacerlo como partícula o como onda, y que, por inconcebible que pudiera parecer, todo apuntaba a que «decidía» cómo hacerlo en base a si alguien la observaba.
La versión de la «elección retardada», le explicó el físico, incorporaba el uso de fotones entrelazados y de espejos para «retrasar» de forma efectiva la decisión de observar la luz o no hasta que esta hubiera revelado cómo iba a actuar. En otras palabras: los científicos obligaban a la luz a reaccionar a una decisión que todavía no se había tomado. El alucinante resultado era que la luz no se dejaba engañar; de algún modo, anticipaba qué elección iba a tomar el observador, como si el universo ya supiera qué iba a pasar antes de que hubiera ocurrido.
 
Dan Brown
El último secreto, página 355
 
 
Algunas mentes muy inteligentes creían que los acontecimientos futuros podían afectar a los acontecimientos pasados… y que el tiempo podía fluir a la inversa.
 
Dan Brown
El último secreto, página 356
 
 
Lo máximo que Langdon estaba dispuesto a aceptar era que algunas mentes muy inteligentes creían que los acontecimientos futuros podían afectar a los acontecimientos pasados… y que el tiempo podía fluir a la inversa.
 
Dan Brown
El último secreto, página 356
 
 
—Debo admitir —dijo el profesor con el ceño fruncido— que la mera idea de la retrocausalidad me provoca disonancia cognitiva.
—Y no eres el único —contestó Katherine—. Deberías ver cómo reaccionan mis visitas a la placa que tengo sobre el escritorio. En ella puede leerse: «Las experiencias de hoy son resultado de las decisiones de mañana».
Por más que Langdon intentara abrir su mente a la retrocausalidad, le resultaba imposible de aceptar.
—Pero ¡no tiene ningún sentido que el tiempo se mueva hacia atrás! Debe de haber otra explicación…
—La hay, pero tampoco te gustará demasiado —respondió ella—. La otra posibilidad es que todos los locos que defendemos la idea de la conciencia universal tengamos razón… y el universo ya sepa todo lo que va a suceder. Desde este punto de vista, no estaría sujeto a un tiempo lineal, tal como lo percibimos los humanos, sino que operaría como un todo eterno en el que coexisten pasado, presente y futuro.
 
Dan Brown
El último secreto, página 356
 
 
Se sabe que el mundo cuántico es impredecible; de hecho, esa impredecibilidad es, literalmente, su rasgo más característico.
 
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El último secreto, página 357
 
 
—El lenguaje del mundo cuántico —prosiguió ella, hablando con más rapidez— describe hechos impredecibles: ondas de probabilidad, fluctuaciones cuánticas, principios de incerteza, probabilidad de tunelamiento, caos, interferencia cuántica, decoherencia, superposiciones, dualidades…, y todo podría traducirse en: «No sabemos qué sucede porque nada de esto se rige por las reglas de la física clásica».
—De acuerdo, ¿y la conciencia…?
—La conciencia no es un órgano del cuerpo. La conciencia existe en el reino cuántico, y resulta, por tanto, extremadamente difícil observarla de un modo predecible y repetible. Puedes usar tu conciencia para observar una pelota botando, pero si la usas para observar tu propia conciencia, entras en un bucle infinito; es como intentar ver de qué color son tus ojos sin usar un espejo: por más inteligente o persistente que seas, no lograrás hacerlo porque no puedes ver tus ojos con tus ojos, del mismo modo que no puedes observar tu conciencia con tu conciencia.
 
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El último secreto, página 357
 
 
La conciencia es una bestia difícil de cazar.
 
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El último secreto, página 358
 
 
—Según el modelo de conciencia no local —siguió contándole Katherine—, el cerebro es una especie de radio que recibe la señal de la conciencia, y, como ocurre con las radios, incontables emisoras lo bombardean continuamente con sus ondas. Por esa razón, las radios tienen un dial para sintonizar la frecuencia deseada, un mecanismo que nos permite elegir cuál en concreto queremos captar. La radio, en sí, tiene la capacidad de recibir todas las emisoras, pero, sin un modo de filtrarlas, las emitiría todas a la vez. Los cerebros humanos funcionan de la misma manera: poseen una compleja serie de filtros que evita que la mente se sature con demasiados estímulos sensoriales, permitiéndonos con ello concentrarnos en una pequeña porción de la conciencia universal.
 
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El último secreto, página 359
 
 
Él mismo estaba familiarizado con el concepto de «realidad filtrada», pues era un tema recurrente en varios textos de la Antigüedad. El Vedanta hindú, que había inspirado a grandes físicos teóricos como Niels Bohr o Erwin Schrödinger, describía la mente física como un «factor limitante» que podía percibir solo una fracción de la conciencia universal, y era conocida como Brahman. Los sufíes definían la mente como un velo que ocultaba la luz de la conciencia divina. Los cabalistas la describían como una klipot, una suerte de barrera metafísica que impedía que la luz divina llegara a una persona. Y los budistas explicaban que el ego era una lente deficiente que nos hacía sentir que estábamos separados del universo: Uni-versum, literalmente «todo en uno».
 
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El último secreto, página 361
 
 
La caótica tormenta eléctrica de una crisis epiléptica es lo opuesto a la mente en blanco de un monje en plena meditación; los ataques están relacionados con un déficit de GABA, y la meditación con un exceso. Yo ya estaba familiarizada con todo eso, pero el artículo de Gessner me recordó que las crisis epilépticas suelen ir seguidas de un periodo refractario conocido como dicha postictal, un estado de conciencia apacible y expansivo caracterizado por arrebatos de empatía, creatividad, iluminación espiritual y experiencias extracorporales.
 
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El último secreto, página 365
 
 
Al reactivarse el cerebro, tiene lugar una inhibición neuronal, pero no de forma inmediata. Resulta que hay otra cosa que sucede primero: el cerebro se reinicia. Todo el sistema se apaga y, cuando vuelve a arrancar, lo hace de forma gradual, ganando así tiempo para que el cerebro restaure sus niveles de GABA y, con ello, se reactiven sus filtros y se proteja el cerebro, que está despertándose de una sobrecarga de estímulos.
—Me recuerda al modo en el que nos despertamos por las mañanas, abriendo despacio los ojos para darles tiempo a nuestras pupilas a constreñirse y filtrar parte de la luz matutina.
—¡Exacto! Salvo que en este escenario nunca llegamos a ver la luz porque, a medida que nos despertamos, alguien va cerrando unas tupidas cortinas para que no podamos ver lo que hay fuera en realidad.
—E imagino que ese alguien es el GABA…
—Efectivamente. El GABA suele cerrar las cortinas a tiempo, antes de que abramos los ojos, pero, si llega tarde y las cortinas no se cierran con la suficiente rapidez…
—Conseguimos atisbar el mundo exterior.
—Sí. —Katherine sonrió—. Y, al parecer, es precioso: la realidad sin filtros, la dicha postictal, la conciencia pura.
«Extraordinario», se dijo él, preguntándose si algunos de los celebrados «destellos de genialidad» de la historia podrían atribuirse a un desajuste temporal, a ese breve momento en el que la puerta que daba a la realidad había quedado, por un instante, entreabierta.
 
Dan Brown
El último secreto, página 364
 
 
—Cuanto más pensaba en el GABA —prosiguió ella—, más me daba cuenta de que era la clave que había estado buscando.
—¿La clave para…?
—¡La clave para comprender la conciencia! —exclamó—. El ser humano posee una mente muy poderosa, pero también unos filtros tremendamente eficientes que evitan las sobrecargas de estímulos. El GABA es el velo protector de nuestros cerebros; impide que estos experimenten lo que no podemos procesar, limita lo expansiva que puede ser nuestra conciencia. Este compuesto químico es tal vez la razón por la que los humanos somos incapaces de percibir la realidad tal como es.
Langdon recostó la espalda en el mullido asiento trasero de la limusina y consideró la provocativa idea.
—¿Estás sugiriendo que existe una realidad circundante que no podemos percibir?
—Eso es justo lo que estoy sugiriendo, Robert —respondió Katherine con un destello de excitación en los ojos—. Aunque no es ni mucho menos todo.
 
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El último secreto, página 364
 
 
—Solo hay dos caminos —murmuró el viento entre los árboles—. Verdad o Muerte.
El Golěm ya había llevado a cabo su elección.
«Escojo ambas cosas».
 
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El último secreto, página 366
 
 
«¿Hay una realidad circundante que no podemos percibir?».
 
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El último secreto, página 366
 
 
—¡Lo que pasó fue justo lo contrario! Al morir, sus niveles de GABA disminuyeron de forma drástica y, hacia el final, se acercaron a cero, lo cual significa que todos los filtros de su cerebro estaban apagados. El sujeto estaba percibiendo el proceso de fallecimiento en su totalidad, sin nada que lo bloqueara.
—¿Y eso… es bueno o malo?
—¡Yo diría que es maravilloso, Robert! Significa que, cuando morimos, los filtros de nuestra mente se abren y nos convertimos en una radio que puede oír todo el espectro. Nuestra conciencia se abre a toda la realidad.
 
Esa es nada menos que la razón por la que la gente que vive una experiencia cercana a la muerte describe una sensación de conexión total y de dicha omnisciente. ¡La química lo demuestra! Al morir, nuestros cuerpos se apagan… y nuestros cerebros despiertan.
 
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El último secreto, página 295
 
 
—Es más —prosiguió Katherine—, en los sesenta segundos previos a que el corazón del paciente se detuviera, su cerebro experimentó unas oscilaciones de alta frecuencia que incluían ondas gamma, que se asocian a procesos de rememoración intensa. El caso es que, en esos momentos, sus niveles eran fuera de lo común.
—¿Quieres decir que estaba… recordando algo?
—No exactamente. A juzgar por sus niveles, estaba recordándolo todo. Los números de esas ondas gamma sugieren que la leyenda según la cual la vida de uno pasa ante sus ojos cuando fallece es, en definitiva, cierta.
 
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El último secreto, página 368
 
 
—En un momento determinado —dijo ella—, el cerebro muere y nuestro receptor se apaga. De acuerdo con mis experimentos, estoy convencida de que el proceso de fallecimiento augura lo que viene a continuación, es como si fuera un avance de las atracciones venideras: la capacidad de percibir mucho más que antes.
—¿Estás diciendo entonces que, cuando el cerebro muere y ya no podemos percibir nada más…, no ha llegado, aún, el fin?
Katherine sonrió con aire pensativo.
—Gracias a las experiencias cercanas a la muerte sabemos que el fallecimiento implica la liberación de nuestra forma física, así como una intensa sensación de dicha y de conexión con todas las cosas. Si consideramos que nuestra conciencia individual no se encuentra en nuestro cerebro, tal como la mayoría de las investigaciones noéticas sugieren en la actualidad, yo diría que es más bien como si la conciencia abandonara el reino físico en el momento de la muerte y se reintegrara en el todo. Dejamos de necesitar el cuerpo para recibir la señal… porque somos la señal.
 
Dan Brown
El último secreto, página 368
 
 
A pesar de sus recelos respecto a la idea de que la conciencia seguía existiendo más allá de la muerte, Langdon no albergaba duda alguna de que, si Katherine tenía razón sobre esos filtros cerebrales que limitaban la percepción de la realidad, su descubrimiento suponía un auténtico punto de inflexión: postulaba que todos los seres humanos estaban equipados con las herramientas necesarias para percibir la verdadera naturaleza del universo y que, sin embargo, estaban químicamente incapacitados para usarlas hasta el momento de la muerte.
 
Dan Brown
El último secreto, página 369
 
 
—La muerte no es más que el camino a la iluminación, Robert.
 
Dan Brown
El último secreto, página 369
 
 
Era una afirmación extraordinaria, y Langdon la consideró con detenimiento. Katherine sugería que el cerebro poseía un potencial ilimitado para recibir conciencia, pero que estaba encerrado dentro de una jaula protectora de la que solo podía escapar mediante la muerte o, en menor grado, sufriendo una crisis epiléptica o mediante la ingesta de ciertas sustancias psicodélicas.
 
Dan Brown
El último secreto, página 371
 
 
La cuestión de las drogas psicodélicas parecía estar en todas partes últimamente; de pronto, expertos en salud de todo el mundo ensalzaban las virtudes de la «microdosificación» de hongos psicodélicos y proclamaban que la psilocibina era la panacea para tratar problemas de ansiedad, depresión o concentración.
 
Dan Brown
El último secreto, página 371
 
 
«Solo hay dos caminos… Verdad o Muerte».
 
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El último secreto, página 396
 
 
De camino a la puerta hecha añicos del bastión, recordó las palabras de su legendario predecesor, el gólem de Praga. «Solo hay dos caminos… Verdad o Muerte». El Golěm había elegido ambos. Desvelar la Verdad. Aceptar la Muerte.
 
Dan Brown
El último secreto, página 396
 
 
—No soy lo que crees —susurró el monstruo mirándola a los ojos mientras le apretaba con más fuerza el cuello—. Soy el Golěm.
 
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El último secreto, página 400
 
 
—En el mundo de la inteligencia, solo hay una auténtica fuente de poder: la información.
 
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El último secreto, página 412
 
 
«La mente humana es el próximo campo de batalla de la humanidad».
 
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El último secreto, página 415
 
 
—La psicotrónica —repitió ella—. Es el término que los rusos usaron para sus primeras investigaciones acerca de los fenómenos paranormales: telepatía, percepción extrasensorial, control mental, estados alterados de conciencia… La psicotrónica está considerada la precursora de la ciencia noética moderna.
 
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El último secreto, página 432
 
 
La práctica de la proyección astral, había escrito Langdon, se remontaba al antiguo Egipto, cuyas pirámides incluían unos conductos cuidadosamente inclinados para permitir que el alma del faraón, o Ka, pudiera salir y entrar en sus viajes a las estrellas. La palabra «Ka», señalaba en su libro, solía traducirse de forma errónea como «alma» cuando en realidad significaba «vehículo»; es decir, era un modo de transportar la conciencia a otras ubicaciones. La sabiduría adquirida por los faraones en los viajes de sus almas a las estrellas solo era posible gracias a su comprensión del funcionamiento del Ka sin ataduras o, dicho de otra forma, de la conciencia no local. La idea de un «alma eterna e incorpórea», en palabras de Langdon, era una constante universal que aparecía en todas las religiones.
 
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El último secreto, página 434
 
 
«Nuestros últimos instantes vivos… se convierten en los primeros instantes en los que comprendemos la verdad».
 
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El último secreto, página 437
 
 
A pesar de su escepticismo respecto a la visión remota, el profesor sabía que el concepto básico tenía más de siete mil años de antigüedad. Los sumerios habían escrito acerca de sus místicos «viajes estelares»; es decir, experiencias extracorporales en las que sus mentes viajaban a las estrellas y visitaban mundos lejanos. «Por supuesto, implicaba el uso de mucho opio», recordó Langdon, preguntándose si en Umbral no estarían explorando estados alterados con drogas y, quizá, incluso relacionándolos con la conciencia no local. Katherine había mencionado un nuevo tipo de droga disociativa cuyo consumo, al parecer, provocaba la sensación de estar desconectado del propio cuerpo, y la verdad era que la CIA tenía un largo historial de proyectos secretos relacionados con el uso de drogas.
 
Dan Brown
El último secreto, página 443
 
 
—Nunca te lo he preguntado, Katherine —dijo él con despreocupación—: ¿tu investigación sobre la conciencia ha requerido que tú misma tomaras drogas?
Ella se volvió y lo miró un largo rato. Parecía hacerle gracia que él se hubiera atrevido a formular semejante pregunta.
—¡¿En serio, Robert?! —saltó—. ¡El cerebro es un mecanismo delicadísimo, y tratar de alterarlo con alucinógenos es como intentar ajustar un Rolex con un mazo! La forma en que las drogas provocan estados alterados es mediante una reacción en cadena de perturbaciones neurológicas que pueden tener efectos permanentes. Por iluminadora que alguien pueda encontrar esa breve experiencia, se arriesga a debilitar a largo plazo tanto la integridad sináptica como el equilibrio neurotransmisor del cerebro. En el caso de la mayoría de los alucinógenos, el mecanismo principal consiste en la desregulación de la serotonina, algo terrible, ya que puede provocar con facilidad déficits cognitivos, inestabilidad emocional o incluso estados psicóticos duraderos.
Langdon asintió con una sonrisa.
—Me lo tomaré como un no.
 
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El último secreto, página 444
 
 
—Si te digo la verdad —repuso él—, no estoy seguro de haber comprendido del todo ese experimento… Si el cerebro registra la imagen antes de que la computadora la haya escogido siquiera, ¿no es como si, en realidad, el cerebro estuviera tomando una decisión y luego comunicándole a la computadora cuál es?
—Desde ese punto de vista, la conciencia crea la realidad. Esa es una posibilidad, sí.
—¿Es eso lo que crees tú?
—No exactamente. En mi modelo, el cerebro no toma la decisión, sino que la recibe.
Langdon la miró un segundo.
—¿La recibe? ¿De dónde?
—Del campo de conciencia que nos rodea. Aunque creamos que tomamos las decisiones de forma activa, en realidad estas decisiones ya han sido tomadas, y están siendo transmitidas a nuestro cerebro.
—Ahí es donde ya no te sigo. Si solo «imagino» que soy yo quien toma las decisiones… ¡Entonces no hay libre albedrío!
—Cierto. Pero quizá el libre albedrío esté sobrevalorado.
—¿Cómo puedes decir que…?
Katherine se inclinó hacia delante y le dio un beso en los labios. Luego volvió a enderezar la espalda y sonrió.
—No tengo ni idea de dónde proviene esa decisión, pero ¿acaso importa? ¿No es suficiente contar con la ilusión de que disponemos de libre albedrío?
Langdon lo consideró un momento y le puso una mano en el muslo.
—Creo que hace falta investigar más.
Ella se rio.
—¿Es que tiene ganas de disfrutar de una experiencia extracorporal, profesor?
—En realidad, creo que preferiría permanecer en mi cuerpo para esa actividad en particular…
—No estés tan seguro. Al parecer, el sexo está íntimamente relacionado con la visión que tiene la ciencia noética de las experiencias extracorporales.
Langdon soltó un gruñido.
—¿Es que contigo todo está relacionado con el trabajo?
—En este caso, sí. Como sabes, durante el clímax sexual la mente experimenta un gozoso momento de inconsciencia en el cual el mundo corpóreo desaparece por completo. En todas las culturas, ese clímax se considera la experiencia más placentera que puede disfrutar una persona. En ella, nos distanciamos de nosotros mismos y abandonamos toda preocupación, dolor y miedo. ¿Sabes cómo lo llaman los franceses?
Oui —contestó él—. La petite mort.
—Así es. La pequeña muerte. Y eso se debe a que ese distanciamiento de uno mismo que nos invade durante el orgasmo es la misma sensación que han descrito aquellas personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte.
—Eso resulta perversamente fascinante.
—Es ciencia cerebral, Robert. Por supuesto, el problema del clímax sexual es su frustrante fugacidad. Tras unos segundos en los que la mente se siente liberada de todas las cosas, debe regresar al cuerpo y reconectar con el reino físico y con todos los dolores, agobios y sentimientos de culpa que eso conlleva. —Katherine sonrió—. Esa es la razón por la que queremos disfrutarlo una y otra vez. La experiencia del clímax sobrecarga el sistema nervioso… y libera la mente; se trata de algo muy parecido a una crisis epiléptica.
Langdon no había relacionado nunca los orgasmos con la muerte o con los ataques epilépticos, y sospechaba que, a partir de entonces, no podría evitar establecer esa conexión en los momentos más inapropiados. «Muchas gracias».
 
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El último secreto, página 446
 
 
—Como saben —proseguía ella—, los fractales poseen una propiedad sorprendente: cuando ampliamos cualquiera de sus partes, el resultado es una réplica exacta del conjunto, en una interminable repetición telescópica de autorreferencias; en otras palabras, cada porción individual contiene el todo. No existe el individuo, sino solo el conjunto. En la actualidad cada vez más físicos creen que nuestro universo está organizado como un fractal, lo que permitiría pensar que cada persona en esta sala contiene a todas las demás y que no hay separación entre nosotros: somos una única conciencia. Es difícil visualizarlo, lo reconozco, pero si buscan imágenes del copo de nieve de Kock o de la esponja de Menger, o, mejor aún, si leen El universo holográfico…
 
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El último secreto, página 505
 
 
No disponemos de ningún método cuantificable ni tenemos máquinas o tecnologías capaces de recibir señales del plano cósmico. Solo el cerebro puede hacerlo. —Se encogió de hombros—. Por eso propuse un chip hipotético que, implantado en el cerebro, redujera sus niveles de GABA, ampliando así su longitud de onda para convertirlo en un receptor mucho más potente.
 
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El último secreto, página 521
 
 
Aún faltan generaciones para fabricar una neurona artificial.
 
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El último secreto, página 523
 
 
Los biólogos solían decir que la humanidad tendría colonias en Marte antes de que se fabricara una neurona artificial.
 
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El último secreto, página 528
 
 
—El futuro será de aquellos que consigan la primera interfaz auténtica de humano a máquina —empezó el hombre—, la comunicación directa entre las personas y la electrónica sin necesidad de teclear, ni de dictar, ni de visualizar…, solo con el pensamiento. Las ramificaciones económicas serían suficientes, por sí solas, para crear una superpotencia mundial, pero las aplicaciones prácticas, sobre todo en el área de la inteligencia militar…, son inimaginables.
 
Dan Brown
El último secreto, página 577
 
 
—No es posible que hayan fabricado… —Incapaz de encontrar las palabras adecuadas, Katherine no terminó la frase.
—Lo hemos hecho —replicó el hombre con evidente orgullo—. Umbral ha creado un implante capaz de captar lo que ve el ojo de la mente. Podemos monitorear toda la gama de imágenes que produce el cerebro y verlas en tiempo real, hasta en sus más pequeños detalles.
 
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El último secreto, página 580
 
 
«¿Puede Umbral espiar la imaginación?».
 
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El último secreto, página 580
 
 
Langdon notó que Katherine palidecía mientras se volvía para contemplar las relucientes cápsulas EPR, dispuestas radialmente bajo la cúpula.
—Animación suspendida… —susurró ella, y miró otra vez al hombre con expresión temerosa—. ¿Están llevando a los pacientes al borde de la muerte… para averiguar lo que ven? ¿Están monitoreando sus experiencias cercanas a la muerte?
—En cierto sentido, sí, por supuesto —respondió él—. Como usted bien sabe, el fino umbral entre la vida y la muerte es un espacio místico.
 
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El último secreto, página 580
 
 
—Correcto —repuso Finch—. Cuando llevemos a un sujeto al borde mismo de la muerte en una de estas cápsulas, su conciencia perderá todas las ataduras; su poderosa mente se convertirá en un espíritu disociado del cuerpo, una conciencia libre de toda base material. A una persona en ese estado la llamamos psiconauta.
 
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El último secreto, página 582
 
 
Langdon pensó en los numerosos relatos de pacientes que habían «muerto» en un quirófano antes de ser reanimados. Muchos recordaban haber flotado en el aire por encima de su cuerpo o, incluso, del propio hospital. «Al morir, abandonamos nuestros cuerpos». —Correcto —repuso Finch—. Cuando llevemos a un sujeto al borde mismo de la muerte en una de estas cápsulas, su conciencia perderá todas las ataduras; su poderosa mente se convertirá
 
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El último secreto, página 582
 
 
—Las personas al borde de la muerte —prosiguió Finch— ven, conocen y entienden cosas que por lo general están fuera de nuestro alcance. La agencia lleva más de medio siglo estudiando los fenómenos psíquicos con el propósito de utilizar todo el potencial desaprovechado del cerebro humano para reunir información de interés nacional. Hemos trabajado con mentalistas, médiums, videntes, personas con el don de la visión remota, expertos en precognición y soñadores lúcidos, pero ni siquiera las mentes mejor dotadas del mundo consiguen acercarse a las prestaciones que ofrece el estado alterado asociado con la muerte.
«Y estos son los temas sobre los que ha escrito Katherine en su libro», pensó el profesor, y recordó su explicación acerca de la química de la muerte: cuando estamos a punto de morir, nuestros niveles de GABA bajan bruscamente, los filtros cerebrales se esfuman y entonces captamos la realidad en un ancho de banda mucho mayor. Langdon sintió que si esa percepción ampliada era de verdad el regalo místico que acompañaba a la muerte, entonces su utilización para los fines de la inteligencia militar era de algún modo… un sacrilegio.
—El problema —dijo Finch— es que las experiencias cercanas a la muerte son fugaces y confusas. Cuando el sujeto emerge de ese estado y trata de recordar, es como si intentara acordarse de un sueño por la mañana; las imágenes son borrosas y no tardan en desvanecerse.
—¿Y ahora ustedes pueden grabar esas experiencias? —inquirió Katherine con expresión de profundo asombro.
—Sí, y además podemos guiarlas y verlas desde fuera en tiempo real. —El hombre señaló las pantallas de video y los terminales, cada uno asociado con una cápsula semejante a un ataúd—. Cuando las instalaciones de Umbral estén en funcionamiento, podremos ver sobre estos muros transmisiones en directo de mentes humanas en el estado alterado definitivo, el instante inmediatamente anterior a la muerte, que, como usted sabe, doctora Solomon, produce por lo general…
—Una experiencia extracorporal —terminó ella en voz baja—. Conciencia no local…
Langdon pensó en los numerosos relatos de pacientes que habían «muerto» en un quirófano antes de ser reanimados. Muchos recordaban haber flotado en el aire por encima de su cuerpo o, incluso, del propio hospital. «Al morir, abandonamos nuestros cuerpos».
—Correcto —repuso Finch—. Cuando llevemos a un sujeto al borde mismo de la muerte en una de estas cápsulas, su conciencia perderá todas las ataduras; su poderosa mente se convertirá en un espíritu disociado del cuerpo, una conciencia libre de toda base material. A una persona en ese estado la llamamos psiconauta. Cuando todo esté listo, podremos monitorear con exactitud lo que percibe el psiconauta mientras se eleva por encima de la cápsula, asciende a lo alto de la bóveda y sale al mundo exterior. Esas pantallas nos mostrarán las percepciones en primera persona de una mente sin lazos materiales… Será, por así decirlo, la experiencia completa de la conciencia no local.
 
Dan Brown
El último secreto, página 581
 
 
«A partir de cierto punto, el propio escepticismo se vuelve irracional».
 
Dan Brown
El último secreto, página 584
 
 
Para mantener la incredulidad ante las declaraciones de Finch, Langdon necesitaba dejar a un lado la lógica y hacer caso omiso de una montaña creciente de pruebas racionales. En primer lugar, existían miles de experiencias cercanas a la muerte documentadas por la medicina, que describían ese fenómeno exacto; en segundo lugar, el mundo de la física cuántica había revelado, con pruebas contundentes, que la conciencia no era local y que funcionaba de formas que los científicos aún no entendían, y, por último, había miles de casos reconocidos de fenómenos «paranormales»: telepatía, precognición, médiums, sueños compartidos, síndrome del sabio repentino y otros casos imposibles en el marco de nuestro modelo establecido, que requerían de Langdon o bien un cambio radical de perspectiva o bien la voluntad de clasificar todos esos fenómenos en el apartado que le resultaba más incómodo: el de los «milagros».
 
Dan Brown
El último secreto, página 584
 
 
«Yo creía en el proyecto y aún sigo creyendo en él. Era real. Funcionaba».
 
Dan Brown
El último secreto, página 589
 
 
—La prueba definitiva de la conciencia de un hombre es su voluntad de sacrificar algo hoy por las generaciones futuras, cuyas palabras de agradecimiento ni siquiera podrá escuchar.
 
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El último secreto, página 595
 
 
—Yo soy el Golěm —respondió el personaje—. He muerto muchas veces.
 
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El último secreto, página 599
 
 
«Un ángel de la guarda no puede dormir».
 
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El último secreto, página 612
 
 
—La seguridad requiere compartimentar la información.
 
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El último secreto, página 621
 
 
A raíz de sus años en la CIA, Nagel estaba convencida de que los teóricos de la conspiración padecían una especie de pareidolia cognitiva; veían pautas sospechosas donde no las había e interpretaban el caos como si fuera el resultado de un orden oculto. Everett Finch era todo lo contrario: descubría patrones que de verdad existían y los utilizaba para crear el caos…, en un esfuerzo por preservar algún tipo de orden mundial.
 
Dan Brown
El último secreto, página 648
 
 
La obra de arte más inquietante y eficaz de Europa, en opinión de Langdon, era el Monumento a las víctimas del comunismo, una instalación consistente en seis hombres de bronce a escala natural que bajaban por una ancha escalera de hormigón; demacrados y con la barba crecida, todos estaban situados en escalones diferentes. Lo más extraño e inquietante era que los seis representaban al mismo individuo, pero cada uno mostraba un grado distinto de quebranto: a uno le faltaba un brazo; a otro, media cabeza, y otro tenía un hueco abierto en medio del pecho. «Rebeldía y resistencia —recordó el profesor—. Ese es el mensaje del artista. Por muy intenso que sea el sufrimiento, este hombre se mantiene en pie».
 
Dan Brown
El último secreto, página 656
 
 
El día anterior, mientras visitaban el Vyšehrad, se habían topado con un relicario desusadamente morboso que contenía un omóplato humano, y Katherine lo había sorprendido con una pregunta que parecía sencilla, pero no lo era.
—¿Cómo defines la muerte?
Como nunca antes se había planteado esa pregunta, el profesor se le quedó mirando y, al final, arriesgó una endeble definición circular que jamás le habría aceptado a ninguno de sus alumnos.
—La ausencia de vida.
Para su asombro, Katherine le aseguró que su respuesta era muy semejante a la definición médica oficial: «El cese irreversible de toda función celular». Y a continuación afirmó que la definición médica oficial era del todo incorrecta.
—La muerte —le explicó— no tiene nada que ver con el cuerpo físico. Definimos la muerte en términos de conciencia. Considera, por ejemplo, un paciente con nula actividad cerebral conectado a un sistema de soporte vital. Siendo estrictos, su cuerpo está vivo y, sin embargo, a nadie le sorprenderá que lo desconecten. Desprovisto de conciencia, vemos el cuerpo humano como esencialmente muerto…, aunque sus funciones físicas se mantengan intactas.
«Es verdad», pensó Langdon.
—Lo contrario es también cierto —prosiguió la doctora—. Un paciente tetrapléjico que ha perdido la función física de todo su cuerpo y, aun así, se sigue manteniendo consciente, está tan vivo como cualquiera de nosotros. Stephen Hawking era una mente sin cuerpo. ¡Imagínate que alguien hubiera sugerido desconectarlo!
El profesor nunca había oído formular ese argumento desde aquella óptica.
—Robert —dijo Katherine para terminar—, no podemos seguir cerrando los ojos a toda una marea de pruebas de que la conciencia puede existir fuera del cuerpo, más allá de los confines del cerebro. Ha llegado la hora de proponer una definición distinta de la conciencia y, por consiguiente, de llegar a una redefinición total del concepto de la muerte.
 
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El último secreto, página 658
 
 
En su faceta más espiritual, se preguntaba a menudo si la milenaria promesa de vida eterna no sería incluso anterior a la religión, con raíces en la antigua sabiduría perdida, una época en que la mente humana estaba lo bastante despejada para percibir las verdades más profundas que impregnaban el universo.
 
Dan Brown
El último secreto, página 659
 
 
Con un sobresalto, se sentó en la cama, sorprendido de no haber notado hasta ese instante que estaba soñando. Le pareció una paradoja desconcertante de la mente humana la capacidad de hallarse en una situación obviamente imposible y aceptarla como un hecho, sin prestar ninguna atención a sus incongruencias ni sospechar en ningún momento que no fuera real.
 
Dan Brown
El último secreto, página 672
 
 
Aunque pareciera increíble, los experimentos de la doctora habían revelado que un cerebro en medio de un sueño era muy semejante a un cerebro al borde de la muerte. En ambos casos, los niveles de GABA caían en picada, lo que reducía los filtros mentales y provocaba que la mente se volviera receptiva a anchos de banda mucho más amplios. El flujo masivo de datos sin filtrar era la causa de que los sueños se manifestaran como batiburrillos de imágenes e ideas sin la menor lógica, y también explicaba que, pese a nuestros desesperados esfuerzos por recordarlos, incluso los sueños más vívidos comenzaran a desvanecerse tan solo unos segundos después de despertar. El cerebro se reiniciaba, los niveles de GABA aumentaban y los filtros volvían a activarse…, bloqueando parte de la información y regulando, una vez más, nuestra percepción de la realidad.
Katherine le había explicado que la sensación de morir no se diferenciaba mucho de la actividad onírica, y le había hecho notar que, cuando soñamos, nos vemos a menudo como seres ingrávidos e incorpóreos capaces de atravesar obstáculos, volar o cambiar de ubicación en un parpadeo. En esencia, nos convertimos en una conciencia sin forma física.
«El bardo», recordó entonces Langdon, pensando en la lectura de El libro tibetano de los muertos. En muchas culturas, el cuerpo que se experimenta durante el sueño se considera sagrado por su aparente capacidad para ir y venir entre la vida y la muerte. «Cuando la conciencia se desprende de las ataduras físicas, nuestra capacidad de percepción aumenta».
 
Dan Brown
El último secreto, página 672
 
 
—Desinformación mediante falsedades. Es un protocolo habitual de compartimentación de los datos. Los relatos falsos protegen a los empleados que no necesitan conocer todos los detalles; todos mentimos mejor cuando nos creemos la mentira. Como se imaginarán, Stargate no es el único proyecto secreto sobre el cual ha mentido la agencia antes de renovarlo.
 
Dan Brown
El último secreto, página 686
 
 
—¿Ha escrito usted sobre la TGT?
—Es bastante relevante para mi trabajo. —«Y para el suyo», pensó.
La teoría de gestión del terror era un instrumento utilizado por los servicios de inteligencia militar para predecir la respuesta de la población ante ciertas amenazas. Sus hallazgos tenían una amplia aceptación.
 
Dan Brown
El último secreto, página 693
 
 
La TGT —la teoría de gestión del terror— había establecido, entre otras cosas, que si bien la ansiedad tenía innumerables desencadenantes —la perspectiva de una guerra nuclear, el terrorismo, la ruina económica, la soledad—, el temor predominante y el principal factor motivador de la conducta humana era, innegablemente, el miedo a morir. Ante el pánico de una muerte inminente, el cerebro recurría a estrategias muy bien definidas para «gestionar» ese terror.
En circunstancias normales, la desagradable certeza de la muerte —la conciencia de nuestra naturaleza mortal— se gestionaba mediante una amplia gama de estrategias entre las que figuraban la negación, la espiritualidad, la meditación y diversos tipos de reflexión filosófica.
Sin embargo, en condiciones extremas —en caso de guerra, crímenes o enfrentamientos violentos—, todas las personas actuaban de forma predecible sin importar su origen o historia personal: o bien luchaban hasta la muerte para salvarse o bien huían de la amenaza. Era la clásica reacción de lucha o huida, y a los estrategas militares les resultaba muy útil saber cuál de las dos se produciría.
 
Dan Brown
El último secreto, página 693
 
 
—En realidad —dijo Katherine—, huir o luchar no son las únicas respuestas posibles del cerebro ante el miedo a la muerte. Hay algo más gradual que se desarrolla a lo largo de los años, cuando empezamos a temer que el mundo en el que vivimos no sea seguro, algo que le pasa a mucha gente hoy en día.
—Es un temor fundado —comentó Nagel.
—Todos los días, a través de los medios, estamos expuestos a información gráfica que nos recuerda el deterioro del medio ambiente, la amenaza de una guerra nuclear, la eventualidad de nuevas pandemias, los genocidios y las innumerables atrocidades del mundo. Todo eso determina que la estrategia de gestión del terror funcione en un segundo plano del cerebro, a intensidad reducida, sin llegar todavía a la reacción de lucha o huida…, pero previendo lo peor. En esencia, cuanto más terrorífico se vuelve el mundo, más tiempo dedicamos a prepararnos de manera inconsciente para la muerte.
 
Dan Brown
El último secreto, página 694
 
 
Mientras investigaba el cerebro y la conciencia de nuestra naturaleza mortal, observé que un mayor miedo a la muerte producía una serie predecible de respuestas cognitivas, todas ellas egoístas.
—¿A qué se refiere?
—A que el miedo nos vuelve egoístas. Cuanto más tememos la muerte, más nos aferramos a nosotros mismos, a nuestras pertenencias, a los espacios donde nos sentimos seguros y a todo lo que nos resulta familiar. Desobedecemos a la autoridad, hacemos caso omiso de las convenciones sociales, robamos para satisfacer nuestras necesidades y nos volvemos más materialistas; incluso renunciamos a nuestra idea de responsabilidad ambiental, pues sentimos que el planeta es una causa perdida y que todos estamos condenados, hagamos lo que hagamos.
—Es muy inquietante lo que dice —repuso Nagel—.
 
Dan Brown
El último secreto, página 694
 
 
—Es muy inquietante lo que dice —repuso Nagel—. Esas conductas son justo las que alimentan la inseguridad mundial, el terrorismo, las divisiones culturales, la guerra…
—Sí, y las que hacen más difícil la labor de la CIA. Por desgracia, el efecto es semejante al de dos espejos enfrentados: cuanto más se agrava la situación, peor nos comportamos, y cuanto peor nos comportamos, más crítica es la situación.
 
Dan Brown
El último secreto, página 695
 
 
—Y, según su teoría, ¿ese inquietante patrón deriva del miedo a la muerte que tenemos los humanos?
—No es mi teoría —replicó la doctora—. Es un hecho científico demostrado por cantidades ingentes de pruebas estadísticas, reunidas mediante observaciones, análisis, experimentos sobre la conducta y encuestas realizadas con criterios rigurosos. Aun así, uno de los aspectos más interesantes de la investigación es que las personas que no temen a la muerte, por la razón que sea, son más benévolas y tolerantes, están más dispuestas a cooperar y se preocupan más por el medio ambiente. Eso significa, en esencia, que si pudiéramos liberar nuestras mentes de la carga que supone el miedo a la muerte…
—El mundo sería mucho mejor.
 
Dan Brown
El último secreto, página 695
 
 
Creo que nuestra perspectiva de la muerte está a punto de cambiar. Algunos de los científicos más destacados del mundo están cada vez más convencidos de que la realidad es muy distinta de como creemos, y ese punto de vista abarca la revolucionaria idea de que la muerte podría ser una ilusión, de tal forma que nuestra conciencia estaría destinada a trascender la muerte física y seguir viva. Si de verdad es así y logramos demostrarlo, en el espacio de pocas generaciones la mente humana funcionará bajo una premisa por completo diferente: la idea de que, después de todo, la muerte no es tan terrible… —La voz de la doctora transmitía entusiasmo y pasión—. ¡Piénselo! El miedo universal por excelencia, que determina gran parte de la conducta destructiva del ser humano, se esfumaría. Si logramos resistir el tiempo suficiente para llegar a ese cambio de paradigma sin exterminarnos ni destruir el planeta, entonces nuestra especie podrá dar un giro filosófico que desembocará en un futuro inimaginablemente pacífico.
 
Dan Brown
El último secreto, página 696
 
 
Es una idea inusual, pero he llegado a creer que nuestra actual explosión tecnológica en realidad forma parte de una evolución espiritual, una especie de entrenamiento básico para la existencia que, en último término, es nuestro destino final: una conciencia desvinculada del mundo físico, pero conectada con todas las cosas.
 
Dan Brown
El último secreto, página 706
 
 
—Todo desemboca en un único gran concepto —continuó la doctora con ferviente entusiasmo—: la muerte no es el final. Queda mucho trabajo por hacer, pero la ciencia no deja de encontrar pruebas de que hay algo más allá. ¡Ese es el mensaje que deberíamos gritar a los cuatro vientos desde la cima de las montañas, Robert! Es el último secreto. Imagina el impacto que podría tener para el futuro de la humanidad…
 
Dan Brown
El último secreto, página 707
 
 
—Ha quedado demostrado —declamó ampulosamente— que incluso los lactantes pueden tener experiencias conscientes desde el nacimiento, lo que socava el actual concepto de que la conciencia se desarrolla a través del tiempo.
 
Dan Brown
El último secreto, página 716
 
 

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