Al contemplar la inmensidad del espacio presenciamos un
misterio enorme e insondable. El cielo nocturno produce una sensación de
ilimitada profundidad y extensión inconcebible, de intemporalidad e infinitud,
de terror ante la oscuridad ignota, así como el irresistible atractivo de lo
que aún no hemos experimentado. Al mismo tiempo, pone de relieve el enigma de
nuestro origen esencial y la promesa de nuestro futuro lejano. Sentimos que el
universo es a la vez nuestra fuente y nuestra meta, nuestro principio y nuestro
final. El contexto evolutivo de la vida misma: tal es el terreno donde tienen
su origen todas las cosas.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 11
En el universo interdependiente e interconectado que nos ha
revelado la ciencia moderna, ¿es posible que estas tres áreas de exploración
(el mundo interior de la psique, el dominio cuántico y el espacio exterior)
estén conectadas más profundamente de lo que se nos ha hecho creer o de lo que
jamás hubiéramos podido imaginar? ¿Es posible que, en los niveles más
profundos, la psique y el cosmos estén tan relacionados que en cierto sentido
sean idénticos? Por descontado, esta suposición no carece totalmente de precedentes.
La intuición de que existe una conexión entre el macrocosmos celestial y el
microcosmos humano ha estado presente desde hace mucho tiempo en las visiones
del mundo oriental y premoderno, en las filosofías místicas, en la tradición
esotérica y, muy especialmente, en la antigua disciplina de la astrología: el
estudio de la correspondencia entre la experiencia humana y las posiciones y
los movimientos del Sol, la Luna y los cuerpos planetarios del sistema solar.
Si bien muchas personas en las sociedades occidentales modernas se apresurarán
a rechazar en redondo la reivindicación de la veracidad de la astrología, una
sorprendente serie de nuevas evidencias de correlaciones asombrosas entre los
ciclos planetarios y las pautas de la historia mundial, dada a conocer
recientemente por el filósofo e historiador cultural Richard Tarnas, ha
proporcionado a la astrología una inesperada credibilidad y ofrece la prueba
más convincente hasta la fecha de que este antiguo sistema simbólico, tras
décadas de reformulación a través de su encuentro con la psicología analítica,
humanista y transpersonal, es otra vez digno de ser considerado seriamente.'
Apoyada en estos datos, ha surgido una nueva forma de astrología, la astrología
arquetipal, que se basa en la tradición astrológica pero también en las ideas
de la psicología analítica, y que está cada vez más respaldada por los
conceptos teóricos de algunas de nuestras mejores mentes científicas. Conforme
las nuevas ciencias empiezan a revelar una relación inesperada entre el dominio
interior de la psique y el dominio exterior del cosmos, quizá podamos
contemplar otra vez el significado profundo de los modelos planetarios del
sistema solar, en busca de orientación y guía en la siguiente fase de nuestro
trayecto evolutivo. Pues no sólo encontraremos que la astrología arquetipal nos
ayuda a hacer inteligibles las pautas de nuestro pasado evolutivo histórico y
reciente, así como a arrojar luz sobre los desafíos del presente, sino también
que esta nueva forma de astrología nos proporciona, creo, una perspectiva
mítica muy útil para la humanidad en su desarrollo futuro. Tal perspectiva
puede adecuarse a la visión cosmológica y a la consciencia planetaria global
que hemos adquirido recientemente, a la vez que incluye en su ámbito la
sabiduría mitológica y espiritual de otras épocas. Vista con nuevos ojos en
este nuevo milenio, la astrología arquetipal nos capacita para descubrir la
unidad subyacente de la psique y el cosmos y, yendo más allá, para señalar el
orden profundo y los cimientos sobre los que se asientan ambos dominios.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 14
Quizá nuestra búsqueda interior, la exploración de la psique
humana, y nuestra investigación exterior, la exploración del universo, sean
diferentes expresiones de la ubicua búsqueda espiritual, tan antigua como la
humanidad, del origen último, para alcanzar una relación consciente con la
fuente y la base de todo cuanto existe. En tal caso, los patrones arquetípicos,
reflejados en el orden estructural del cosmos y manifestados simultáneamente en
las profundidades del inconsciente humano, tal vez sirvan para iluminar nuestro
camino en este viaje heroico.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 16
La astrología es una perspectiva alternativa que ha sufrido
más que ninguna otra el prejuicio inconsciente implícito en la visión
occidental moderna del mundo. Las ideas dominantes derivadas de la religión, la
filosofía y la ciencia (ideas que son centrales en la comprensión consensuada
del mundo y que han resultado esenciales para modelar la naturaleza de la vida
moderna) han marginado y aparentemente invalidado la astrología, de tal modo
que en la actualidad mucha gente la descarta sin más, o la ve tan sólo como un
curioso entretenimiento para la intelectualidad ingenua e ilusa. Los supuestos
filosóficos de la visión occidental del mundo han creado, especialmente en la
época moderna, un poderoso prejuicio autoperpetuado contra la astrología que se
erige como una imponente barrera contra cualquier replanteamiento sobre la
validez de las correlaciones astrológicas.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 21
Mediante los relatos del mito, la gente de todos los lugares
y todas las épocas ha explicado su relación con el misterio de la vida, con los
dioses, con la naturaleza, con el cosmos y con los demás. Los mitos son tan
esenciales en la formación, cohesión y preservación de las sociedades como
otros factores más tangibles como las leyes, la economía o el desarrollo
tecnológico; según Campbell, son las fuerzas vivas de la sociedad, pues
proporcionan imágenes y símbolos que sirven de guía, siendo capaces de «despertar
y concentrar en un objetivo las energías de la aspiración».
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 24
Cuando las antiguas creencias dejan de explicar
adecuadamente los hechos reales o nuestra experiencia vital, cuando un mito
pierde el contacto con la realidad de la vida cotidiana de los integrantes de
una cultura (como ha ocurrido en el mundo occidental poscristiano), la
experiencia personal y la mitología colectiva entran en conflicto mientras la
gente acepta a duras penas la validez del relato que se le presenta y, en
consecuencia, los valores asociados de la cultura. Entonces, las discrepancias
entre las creencias profesadas y la realidad de la vida humana dan lugar a lo
que el psicólogo Leon Festinger ha denominado disonancia cognitiva, un malestar
psicológico agudo causado por la contradicción irreconciliable entre nuestras
experiencias reales y nuestra idea de cómo se supone que debe ser el mundo. Y,
sin embargo, es de este conflicto psicológico y de esta tensión interior de
donde nacen nuevos conceptos, nuevas visiones del mundo y nuevos mitos. La
propia cristiandad surgió precisamente en respuesta a esa clase de discordia en
los años siguientes a la muerte de Jesús, y en nuestra época necesitamos una
nueva respuesta al desafío espiritual exclusivo de nuestro tiempo. Necesitamos
una nueva perspectiva mítica.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 30
En sus últimos años de vida, Jung escribió que estamos
viviendo en lo que los antiguos griegos llamaban kairós, en el «momento
adecuado» para una «metamorfosis de los dioses», para una gran transformación
de la psique inconsciente humana que conducirá a un cambio profundo de los
«principios y símbolos fundamentales» que orientan la experiencia humana y la
dotan de un significado.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 38
Los dioses son tan relevantes en la actualidad como lo eran
en épocas antiguas, porque representan las potencias vitales, los centros
creativos y los principios dinámicos de la psique humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 44
Los dioses, según Campbell, eran personificaciones de los
poderes de la naturaleza y de las energías que experimentaba el cuerpo humano,
como la fuerza del deseo, la motivación y la voluntad, el instinto y el
impulso, el pensamiento, el sentimiento y la intuición. Además, eran
personificaciones de principios universales trascendentes cuya existencia no
depende del auge o la caída de las civilizaciones, sino que permanecen como
constantes universales a lo largo de la historia y en todas las culturas: amor,
belleza, fuerza, sabiduría, verdad, sobrecogimiento, terror, libertad,
etcétera. La interacción entre los dioses narrada en los mitos representa los
conflictos entre esos principios universales y los diferentes impulsos humanos.
Los relatos en los que aparecen los dioses indican maneras de reconciliar esos
conflictos. En las sociedades premodernas, la adoración a los dioses era una
forma de reconocer las diversas potencias vitales para integrarlas en la
estructura de la vida humana. La suposición moderna de que somos seres
racionales autodeterminados, dueños de nuestro destino, armados con el libre
albedrío y con el poder de modelar nuestra vida a nuestro antojo, crea una
postura psicológica en la que nos aislamos y alienamos de los dioses. Vivimos
ignorantes de su poder, y los dioses, invisibles e irreconocibles, se
transforman en fuerzas peligrosas y destructivas. En la actualidad, como han
puesto de relieve Jung, Hillman y muchos otros psicólogos destacados, tenemos
nuevos dioses, o más bien invocamos a los viejos con nombres nuevos:
obsesiones, compulsiones, neurosis, manías y depresiones, pulsiones y
complejos, síntomas de enfermedad, idiosincrasias y excentricidades. Los
dioses, a los que ya no reconocemos, han asumido connotaciones completamente
negativas y son vistos como intrusiones indeseadas que trastornan nuestros
planes e intenciones conscientes. Un daimon debía ser respetado y un dios
adorado, pero una obsesión debe ser controlada, una neurosis corregida y una
depresión prevenida a toda costa. En nuestra época, una nueva perspectiva
mítica debería proporcionarnos una forma de reconocer conscientemente los
poderes que antaño representaban los dioses y de relacionarnos de manera
constructiva con ellos. Necesitamos con urgencia un sistema de orientación
psicológica mediante el cual podamos reconciliarnos con las poderosas fuerzas
inconscientes de la psique. Para iniciarnos en el «orden de realidades» de la
psique, necesitamos simplemente comprender qué es este orden interior y cómo
estamos relacionados con él. Precisamos de un mapa de este dominio para
orientarnos y dirigirnos hacia nuestro «enriquecimiento y realización
espiritual».
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 44
Creo que una nueva perspectiva mítica para nuestra época nos
puede ofrecer no sólo la posibilidad de beber en las fuentes de los mitos existentes,
sino también ir más allá y concentrarnos directamente en los centros vitales
creativos y los poderes de la naturaleza de los que brota todo lo mítico.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 48
La idea de que los mitos poseen un valor psicológico
instructivo (que expresan principios subyacentes en la psique) ha contribuido a
recuperar su relevancia en la civilización moderna. Campbell debería recibir
alabanzas por los esfuerzos que dedicó a equilibrar y rechazar la
desacreditación de los mitos basada en una evaluación de su valor literal.
También habría que elogiarlo por sus intentos de revelar la sabiduría profunda
de las concepciones de la realidad premodernas y no occidentales, flagrantemente
desestimadas con el auge del pensamiento científico moderno. El valor
imperecedero de la obra de Campbell es su demostración de que el mito es
progresivo, no regresivo, en su función y su propósito.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 49
Para la minoría creativa, si no para el grueso de la
humanidad, la individuación o algún tipo de vía espiritual individual se ha
convertido en el mundo moderno, según el punto de vista de Jung, en una
«necesidad psicológica ineludible». Es el impulso hacia la individuación que se
oculta tras el ascenso de la mitología individual de nuestra época.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 58
Individuarse y descubrir la propia relación mítica con el
universo es afrontar el desafío evolutivo único suscitado por las
circunstancias del mundo moderno.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 58
Colectivamente, por supuesto, apenas hemos empezado a asumir
los cambios profundos que nacieron durante las vidas de Goethe, Emerson,
Nietzsche, Jung y otros. Al prefigurar lo que aún debe desarrollarse a una
escala cultural más amplia, estos pioneros modernos del espíritu anticiparon y
representaron durante su propia experiencia vital un proceso de transformación
de la manera fundamental en que el ser humano está en el mundo. Sus vidas
tienen una gran importancia evolutiva, pues jugaron un papel decisivo en el
modelado de una nueva forma de realización espiritual que ahora empieza a
imponerse en la consciencia humana. Y sospecho que esta transformación espera a
mucha más gente en los años y décadas venideros de la era de la mitología
individual. Sin embargo, en nuestra búsqueda de una nueva forma de mito, el
descubrimiento y la exploración del dominio interior (el «orden de realidades»
de la psique) son sólo la mitad de la historia. Al igual que la humanidad
necesita orientarse hacia los poderes interiores, también necesitamos crear en
la psique, como hemos visto, una relación con los poderes externos del cosmos.
La psicología analítica satisface únicamente la función psicológica del mito,
pero fracasa al tratar la función cosmológica. No podemos empezar a ver otra
vez el mundo como una «gran imagen sagrada única», ni discernir nuestra
relación con los poderes de la naturaleza y los ciclos y ritmos del cosmos si
nuestro tratamiento es tan sólo interior y psicológico, si lo restringirnos al
interior del sujeto humano. Si la psicología analítica constituye una primera
etapa en el desarrollo de una nueva perspectiva mítica, una segunda etapa debe
permitirnos conectar los poderes de nuestro interior, los de la psique
inconsciente, con los poderes de la naturaleza exterior. Necesitarnos una
manera de relacionar y reconectar el orden de realidades de la psique con el
orden del cosmos. Corno consecuencia de los cambios trascendentales que ha
experimentado nuestra comprensión del universo y la psique humana, y a causa de
la transición a la nueva era de la mitología individual y creativa, cualquier
nueva visión del mundo y cualquier nueva perspectiva mítica universal (si ha de
existir una) deben ser cualitativamente diferentes a cualquier cosa anterior.
Una nueva visión del mundo para la edad posrnoderna probablemente no se
construirá sobre una religión universal homogénea o un mito único al que todos
nos podamos adscribir: no debemos esperar que surjan un nuevo cristianismo o un
nuevo budismo. Por el contrario, una nueva visión del mundo debe permitir una
diversidad, pluralidad, eclecticismo y sincretismo religioso del mundo
contemporáneo sin precedentes. Debe ser capaz de sustentar una «galaxia de
mitologías», cada una de las cuales expresará una perspectiva diferente dentro
del universo, dando forma a los poderes de la naturaleza que han animado y
orientado la vida humana a lo largo de las épocas. Y dentro de esta gran
diversidad, una nueva visión del mundo, si queremos que sea algo más que una
mezcolanza de puntos de vista sin relación entre sí, también debe proporcionar
una perspectiva unificadora única para la comunidad global, que contenga dentro
de su ámbito todas esas formas míticas. Debe sustentar y dar coherencia a una
multitud de perspectivas mitológicas, religiosas, filosóficas y artísticas.
Para encontrar un contexto que sustente la «galaxia de mitologías» de nuestra
época, debemos por tanto buscar no en cualquier instancia específica del mito,
la religión o la filosofía, sino en el terreno del que brotan todas ellas.
Debemos buscar en el propio cosmos.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 58
En cierto sentido, la astrología es a la vez el origen y,
quizá ahora, la legítima heredera de una gran tradición mítico-filosófica que
ha reconocido de diferentes formas la existencia de principios universales que
ordenan la experiencia humana e influyen en ella. Esta tradición, que hunde sus
raíces en los inicios de la civilización humana, prosperó en la cultura mítica
de la Grecia antigua y, posteriormente, recibió una interpretación más racional
en la filosofía de Pitágoras y de Platón, cuyo énfasis en las Ideas
trascendentes y en las Formas matemáticas sustentó el mundo fenoménico. En la
época moderna, el reconocimiento de estos principios formativos profundos
prosigue adoptando en la filosofía occidental diferentes aspectos: Kant
identificó categorías a priori innatas de la psique humana que condicionan y
organizan la cognición y nuestra experiencia perceptiva del mundo; Schopenhauer
postuló la existencia de «prototipos» que son la forma original de todos los
fenómenos, y, más recientemente, Whitehead desarrolló su filosofía organicista
del proceso, en la cual los «objetos eternos», como los denominaba, son las
formas universales constituyentes de todos los sucesos u «ocasiones reales» de
la experiencia. Jung, situando en esta tradición su propia idea de los
arquetipos, reformuló estas perspectivas míticas y filosóficas con el lenguaje
de la psicología analítica. Especialmente a través de la obra de Jung, la
astrología ha empezado a restablecer su conexión con este linaje, y ha surgido
una nueva forma de astrología digna de sus antecedentes filosóficos. Este nuevo
movimiento y enfoque, que debe mucho a la investigación y a la erudición de
Richard Tarnas, se conoce como astrología arquetipal. Aunque se inspira sobre
todo en el pensamiento de Jung, la astrología arquetipal bebe extensamente de
la psicología arquetipal posjunguiana de Hillman, así como de algunas
perspectivas teóricas transpersonales que derivan de las investigaciones sobre
la consciencia moderna.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 61
Debería quedar claro que la interpretación arquetípica de la
astrología está muy lejos de las predicciones fatalistas que durante largo
tiempo han estado asociadas a sus formas tradicionales y populares. La
astrología, según la útil definición de Tarnas, no debe tomarse como la
predicción literal de sucesos futuros y, por tanto, como un indicador de la
actividad ineludible de un destino preordenado; la astrología es más bien
arquetípicamente predictiva, en el sentido de que muestra los factores arquetípicos
de fondo, los temas y motivos generales, evidentes en nuestras experiencias,
pero no las manifestaciones de estos arquetipos Para entender cómo un factor
astrológico puede manifestarse en los detalles particulares concretos de la
vida, es necesario tener en cuenta muchas otras variables que no pertenecen a
la astrología en sí: trasfondo cultural, condiciones económicas y sociales,
herencia genética y, como factor crucial, el grado de consciencia que guía
nuestras acciones y decisiones. La astrología arquetipal se basa en una
percepción fundamental de la compleja naturaleza participativa de la
experiencia humana; en el reconocimiento de que dicha experiencia humana, si
bien ocurre dentro de un marco de significados con base cósmica, está modelada
por la implicación decisiva de la voluntad individual. Además, los principios
astrológicos, pese a la constancia de su significado, son radicalmente
indeterminados en sus formas de expresión específicas por lo que respecta a los
detalles concretos de las vidas humanas. Como ha señalado Tarnas, los
principios que se estudian en la astrología arquetipal son a la vez
multivalentes (presentan un rango de expresiones, aunque permanecen
consistentes dentro de un núcleo central de significado) y multidimensionales
(se manifiestan de formas diferentes en las diversas dimensiones de la
experiencia humana).
Sin embargo, en muchas de sus formas contemporáneas, la
astrología merece el escepticismo que despierta porque traiciona su notable
herencia. A menudo se la emplea en generalizaciones simplistas de los signos
solares del horóscopo, en descripciones personales manidas o en la predicción
de sucesos. Pero dentro del corpus astrológico, enterrado bajo la oscuridad de
su lenguaje, sus proclamas fatalistas y su análisis superficial del carácter,
se oculta una sabiduría imperecedera.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 62
La astrología arquetipal revela patrones de significado que
existen psicológica y cosmológicamente en la naturaleza y tienen su origen en
un terreno más profundo y trascendente. A través de la astrología arquetipal se
puede realizar la segunda etapa de la transición a una nueva forma del mito, a
medida que redescubrimos los patrones de significado subyacentes tanto en la
psique como en el cosmos. Mediante la astrología arquetipal, por tanto,
podremos ser de nuevo conscientes de nuestra participación en un universo vivo
con significado y propósito.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 64
Al igual que la psicología analítica junguiana, la
astrología guarda una estrecha relación con la mitología, como admiten algunos
de los astrólogos más destacados de la época reciente. Stephen Arroyo, por
ejemplo, sostiene que la astrología es una «mitología utilizable
conscientemente» y que, de hecho, «puede considerarse el marco mitológico más
exhaustivo que ha existido jamás en la cultura humana». Liz Greene está de
acuerdo y afirma que la astrología es «la representación individual de los
patrones humanos universales» y que «el mito traza el mapa de los patrones
humanos universales, mientras que las cartas natales [astrológicas] trazan el
mapa del individuo». Dado que existe esta relación tan estrecha, los astrólogos
han recurrido a los relatos y temas del mito para arrojar luz sobre el
significado de los símbolos astrológicos (planetas, signos, casas y aspectos),
una tarea que ha elevado sustancialmente el nivel de comprensión transmitido
por las interpretaciones astrológicas. Sin embargo, como la astrología ha
permanecido aislada y no ha ejercido influencia alguna más allá de un grupo
social bastante pequeño, la cultura en general aún debe captar la importancia
de la relación entre astrología y mitología, y entender del todo por qué la
astrología bien puede ser el «marco mitológico más exhaustivo». Por otro lado,
al carecer de un marco filosófico adecuado para sus ideas, los propios
astrólogos se han mostrado incapaces de formular, con la claridad que habrían
deseado, su reconocimiento intuitivo de las implicaciones profundas y la
relevancia de su oficio. Pues no sólo los relatos y los temas del mito son
similares a los temas astrológicos, y por tanto compatibles; y no sólo la
mitología y la astrología trazan el mapa del mismo territorio desde diferentes
perspectivas, o emplean un lenguaje simbólico parecido para describir la
experiencia humana. Además, la astrología se centra directamente en el nivel o
dimensión de la realidad que está por encima y más allá de las manifestaciones
concretas del mito: guarda relación con el territorio arquetípico en el que se
originan todos los mitos. Los planetas, en la astrología, representan las
energías y los principios arquetípicos que se expresan dramática y vívidamente
en la mitología. El Sol, la Luna y los planetas del sistema solar, en sus
posiciones y sus ciclos, así como en su relación cambiante entre sí y con los
lugares de la Tierra, simbolizan la correspondencia entre los arquetipos -los
centros creadores de la vida, los poderes de la naturaleza y las «entradas secretas»
de las que emanan y con las que se relacionan todos los mitos-.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 68
Puesto que está relacionada directamente con los arquetipos,
la astrología nos proporciona una perspectiva más allá del mito; un punto de
vista, podría decirse, más amplio o elevado, una metaperspectiva. La astrología
no es un mito en sí misma. Ni un relato simbólico que explique nuestra relación
con el cosmos, los dioses, la naturaleza, o entre nosotros. La astrología es
más bien un marco mitológico potencialmente capaz de acomodar en su ámbito
todas las variaciones del mito, todos los temas y motivos expresados en la
mitología universal. La astrología puede ser considerada entonces una
metamitología: meta significa «más alto», «por encima» o «sobre», y también
«detrás de», pues los principios y poderes arquetípicos son las energías que
están detrás del mito, las que le permiten alzarse. Los mitos son el resultado
de las emanaciones creativas de estos arquetipos. Por tanto, la astrología,
como metamitología, nos proporciona un marco para entender cuáles son los
significados simbólicos generales asociados a los arquetipos que pueden
completarse e iluminarse con ejemplos específicos de la mitología, de la
literatura y las artes, de la religión y la filosofía; en definitiva, de
cualquier área de la experiencia humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 69
Podemos empezar a apreciar la distinción entre los
principios arquetípicos (el territorio del mito) y la forma en que éstos se
expresan en los relatos del mito (el contenido) si consideramos, por ejemplo,
el arquetipo planetario astrológico de Venus, bien conocido por nosotros como
la diosa romana del mismo nombre. Mientras que el Venus astrológico representa
el principio arquetípico universal del amor romántico, la belleza, el placer y
la armonía, los mitos se componen de relatos que tratan mediante ejemplos
específicos la experiencia del amor y la belleza, o muestran a dioses y diosas
que personifican algunas de esas cualidades, como Cupido, Eros y Afrodita.
Mitos, películas, música, literatura y obras de arte proporcionan inflexiones,
interpretaciones y contextos específicos a los principios arquetípicos
centrales y los representan mediante relatos, símbolos, imagen y sonido. De
este modo, cualquier película u obra literaria que narre una historia de amor
expresa de algún modo las cualidades arquetípicas de Venus. La película o la
novela son partícipes del arquetipo de Venus, por decirlo así; crean una
expresión concreta del arquetipo universal. El reino de los arquetipos,
representado por el simbolismo astrológico, es la dimensión de la realidad que
es fuente creadora no sólo del mito sino, más fundamentalmente, de las energías
que animan y definen dinámicamente la vida humana en todas sus formas de
expresión. Todos estamos representando a cada momento temas míticos y
arquetípicos a través de nuestras experiencias personales. Y esto lo digo
literalmente, no como una licencia poética. Las mismas energías arquetípicas
representadas en el mito, las mismas energías de las que nacen los mitos, están
también detrás de las experiencias de nuestras vidas. Estas energías actúan a
través de nosotros en todos y cada uno de los instantes, modelando y dando
forma inconscientemente a nuestras experiencias, invadiendo nuestra
imaginación. Las experimentamos de manera somática, intelectual y emocional.
Los mismos principios y poderes representados en el mito se expresan en todas
las vidas humanas, en cada acto e idea, en cada impulso y sentimiento. Así, el
arquetipo de Venus no se expresa solamente en el mito y el arte, en el cine, la
literatura o la música, sino en cada experiencia de amor romántico, belleza,
amistad o placer.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 70
La carta natal se puede considerar como un mapa arquetípico
que describe las relaciones entre los diferentes principios arquetípicos que
modelan el carácter y las experiencias biográficas de un individuo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 72
La astrología
arquetipal
La astrología arquetipal se basa en el estudio de temas,
cualidades e impulsos específicos asociados a los principios y las categorías
temáticas universales conocidos como arquetipos planetarios. Al igual que en el
caso de Venus, cada cuerpo planetario del sistema solar, así como el Sol y la
Luna, está asociado a un principio arquetípico diferente que posee un conjunto
de significados. Por ejemplo, el planeta Marte está relacionado con una serie
compleja de cualidades y temas asociados al arquetipo del guerrero y, más
generalmente, a los principios de aserción, acción y fuerza agresiva, mientras
que Júpiter, en sus términos más simples, está relacionado con los principios
de expansión, amplificación, elevación y abundancia. El método utilizado para
analizar e interpretar las dinámicas arquetípicas de la experiencia humana
según las posiciones de los planetas se basa en la consideración del
alineamiento geométrico (el ángulo específico de la relación) formado entre los
diferentes planetas en sus órbitas respectivas. El significado de cada
alineamiento planetario, o «aspecto», depende de las características
arquetípicas asociadas a los planetas implicados y al ángulo concreto de la
relación entre éstos. Al igual que en el punto de vista pitagórico, en la astrología
los principios del número y la geometría se reconocen como fundamentales en la
estructura profunda y la organización del cosmos, y los principios numéricos se
reflejan en las relaciones geométricas entre los planetas. En la astrología
existen dos aproximaciones principales al estudio de los arquetipos
planetarios: el análisis natal y el análisis de tránsito. El análisis natal
tiene como premisa que las posiciones de los planetas en el momento del
nacimiento de una persona, en relación con la localidad de nacimiento, pueden
revelar un patrón de significado arquetípico que se expresa en la personalidad
del individuo y en los sucesos y experiencias de su biografía personal. La
segunda aproximación, el análisis de tránsito, se basa en el estudio de los ciclos
de los planetas a lo largo del tiempo y en las relaciones geométricas
cambiantes que se establecen entre los distintos planetas dentro de tales
ciclos. Estas relaciones planetarias («tránsitos») se consideran importantes
desde el punto de vista simbólico: muestran los cambios correspondientes en el
contenido temático y en la cualidad de la experiencia humana. En la astrología
arquetipal se analizan dos tipos de tránsitos: tránsitos mundiales y tránsitos
personales. Los tránsitos mundiales tienen que ver con el mundo entero, con los
patrones cambiantes de la experiencia humana colectiva. Los tránsitos
personales, por su parte, atañen específicamente a los individuos y derivan de
la comparación de las posiciones de los planetas en un momento dado con las de
la carta natal del individuo.
Éstos son, definidos brevemente, los elementos esenciales de
la teoría astrológica. Aunque la astrología tradicional es muy amplia y
compleja, y presenta un apabullante conjunto de factores susceptibles de ser
considerados, la astrología arquetipal se centra habitualmente en tres únicas
formas de correspondencia, como las ha denominado Richard Tarnas: la carta
natal, que muestra las posiciones de los planetas en el momento del nacimiento
del individuo; las posiciones planetarias cambiantes a lo largo del tiempo
respecto a la Tierra (tránsitos mundiales), y la relación entre las dos
anteriores (tránsitos personales).
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 74
El panteón
planetario
Vamos a estudiar ahora con más atención los diez principios
arquetípicos asociados a los planetas en la astrología.
Si bien debemos ser cautos a la hora de reducir los
arquetipos planetarios a unos pocos significados elementales, el siguiente
resumen nos servirá como punto de partida: Planeta y símbolo
Significados y asociaciones arquetípicas El Sol
La luz de la consciencia; individualidad e 0 identidad;
principio central de voluntad e intención; percepción consciente; energía vital
y poder creador; individualidad y anhelo de autoexpresión; el héroe, el animus
y las cualidades del yang.
La Luna
Los sentimientos y las respuestas y reaccio-1) nes
emocionales; el yo interior; el principio de empatía y cariño, cuidado y
dependencia; la madre y el hijo; la familia, el hogar y el pasado; el útero, la
matriz del ser, el anima, la Gran Madre y las cualidades del yin.
Mercurio
Pensamiento, percepción, comunicación y conocimiento; el
impulso de comprender y explicar; el intelecto, el análisis y la información.
Venus
Amor romántico, belleza, placer, atracción, 9 armonía, el
impulso de complacer y ser complacido y de dar y recibir afecto, el sentido
estético, el ánima (en su conexión con la imagen interior del ideal femenino).
Marte
Autoaserción, energía física, acción, lucha y es-cf' fuerzo,
valor e iniciativa, fuerza y agresión, el guerrero arquetípico y el animus ( en
su conexión con la imagen interior del ideal masculino).
Júpiter
Expansión, magnitud, amplificación, elevación, crecimiento,
recompensa y abundancia, optimismo y confianza, la necesidad apremiante de
mejorar, el impulso de adquirir experiencia, el deseo de conectar con
totalidades mayores.
Saturno
Contracción y restricción, estructuras y límites, lo
tradicional y lo establecido, presión y disciplina, limitación y miedo, deber y
responsabilidad, autoridad y juicio, ancianidad, tiempo y mortalidad, muerte y
finales, cristalización de la forma.
Urano
Libertad e individualismo, rebelión y revolución, liberación
y emancipación, cambios y reversiones súbitos e inesperados, lo nuevo y lo
revolucionario, la invención y el genio creativo, el despertar y la experiencia
de romper límites.
Neptuno
Trascendencia y experiencia espiritual, disolución y
síntesis, unidad oceánica y unidad indiferenciada, lo ideal y lo imaginario,
mitos y sueños, lo encantado y lo sagrado, lo elusivo y lo ilusorio, lo sutil y
lo sensible.
Plutón
El poder primario de la destrucción y la creación;
potenciación e intensidad; compulsión inconsciente; evolución y transformación;
energía instintiva; el «inframundo» del inconsciente reprimido; el ciclo
natural de nací-miento, sexo, muerte y renacimiento.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 76
En la astrología se considera que la personalidad humana es
una expresión de la interacción compleja de estos principios relativamente
diferentes: el Sol representa la consciencia del ego y la identidad propia; la
Luna, los sentimientos; Mercurio, la mente racional, etcétera. El estudio y la
interpretación de las relaciones dinámicas entre esos principios han centrado
el interés de la astrología psicológica moderna.
Sin embargo, los arquetipos planetarios no son sólo
principios psicológicos experimentados dentro de la psique individual, sino
también factores transpersonales cuya influencia se puede percibir rápidamente
en los asuntos del mundo, en nuestra experiencia colectiva. Mientras que la
mente moderna hace distinciones claras y a menudo crea dicotomías artificiales
entre lo individual y lo colectivo, lo interno y lo externo, lo psicológico y
lo físico y lo humano y lo natural, la perspectiva astrológica (en su forma
arquetípica) postula la existencia de factores trascendentes que se abren paso
entre tales dicotomías.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 78
La variedad de maneras en que el arquetipo planetario de
Plutón halla su expresión en la experiencia humana. La investigación
astrológica ha establecido que la función primaria del arquetipo plutoniano es
potenciar, intensificar, profundizar, destruir y transformar. Simboliza la experiencia
en la vida humana, tanto la interna como la externa, la individual como la
colectiva, de la fuerza instintiva de la naturaleza,
Consideremos, por ejemplo, la variedad de maneras en que el
arquetipo planetario de Plutón halla su expresión en la experiencia humana.
La investigación astrológica ha establecido que la función primaria del
arquetipo plutoniano es potenciar, intensificar, profundizar, destruir y
transformar. Simboliza la experiencia en la vida humana, tanto la interna como
la externa, la individual como la colectiva, de la fuerza instintiva de la
naturaleza, el poder evolutivo que busca su propia transformación mediante el
encuentro con la consciencia autorreflexiva humana. Por tanto, el arque-92 tipo
de Plutón se experimenta intrasubjetivamente como una fuerza instintiva
persuasiva, como el impulso o la voluntad de utilizar el poder propio y como el
acicate hacia la transformación; pero también se manifiesta externamente como
el poder elemental primario de la naturaleza que deja su impronta en la
experiencia colectiva humana, produciendo a menudo la transformación y
reestructuración radical del mundo externo. Plutón hace referencia al titánico
poder instintivo que surge de nuestro interior y, también, al poder titánico
que surge de las profundidades de la Tierra en las erupciones volcánicas, o a
la energía nuclear y a la inmensa energía almacenada en la materia. E igualmente
remite a nuestra naturaleza animal instintiva e incivilizada y al aspecto
salvaje del mundo animal que se encuentra, por ejemplo, en la selva o en el
bosque: el mundo darwiniano de la naturaleza «de dientes y garras rojas» donde
domina el instinto de «matar o que te maten». En la filosofía, el principio
plutoniano lo representan el principio de la voluntad de poder de Nietzsche y
la idea de la voluntad ciega e inexorable de la naturaleza de Schopenhauer. Más
específicamente, en la epistemología vemos expresarse con la mayor claridad el
principio plutoniano en la obra de Foucault, con su énfasis en la motivación
subyacente de poder que existe detrás de todo conocimiento. En la psicología,
el arquetipo plutoniano se describe según la noción freudiana del id, los
impulsos del inconsciente biológico-instintivo que deben ser controlados y
subyugados por el ego racional a instancias del superego, la autoridad moral
interiorizada. El principio plutoniano también guarda relación con el arquetipo
junguiano de la sombra, el lado oscuro de la psique que contiene el poder y la
fuerza reprimidos y enterrados bajo lo inconsciente y que equilibra la
parcialidad de la personalidad consciente. Y un elemento del arquetipo
plutoniano aparece descrito asimismo en el concepto de Alfred Adler del impulso
de poder del individuo. Los temas de Plutón se expresan en el mito y en la
manifestación simbólica de los temas míticos y arquetípicos de la realidad
concreta. Por ejemplo, Plutón se relaciona con el inframundo mítico, que estaba
gobernado, por supuesto, por el dios romano Plutón (el griego Hades); con el
«inframundo» de la psique explorado en la psicología analítica, y con el
submundo mafioso de los sindicatos del crimen, donde los temas del inframundo
psicológico y mítico se representan a un nivel sociocultural. La dimensión
plutoniana de la experiencia abarca también aquellas cualidades universales u
«objetos eternos», por usar la terminología de Whitehead, que se asocian al
tema del inframundo: olores repugnantes, sabores desagradables, el color negro,
el frío y el calor extremos, etcétera. Plutón está relacionado con los procesos
de putrefacción, deterioro y destrucción, y con todo lo que ha sido reprimido o
descartado, obligado a hundirse en el vientre de la Tierra, por así decirlo:
heces, basura, desechos y cosas parecidas. Aun así, conforme aprendemos sobre
los mitos del mundo descubrimos que entre el lodo del inframundo hay muchas
cosas de gran valor, y, como veremos más adelante, la tarea del héroe es
penetrar en las profundidades abismales guiado por la luz de la consciencia del
ego para sacar a la superficie el «tesoro difícil de conseguir». En cuanto a la
psicología humana, Plutón se relaciona con la catarsis del poder
instintivo-emocional, tanto en los individuos ( como ocurre durante las
sesiones terapéuticas experienciales, por ejemplo, o en la descarga sexual y
otras actividades de expresión instintiva) como colectivamente, cuando los
instintos primitivos enterrados bajo la naturaleza humana salen a la superficie
en períodos de guerra o de colapso del imperio de la ley, en los que a me nudo
cautivan de manera poderosa e hipnótica la psique colectiva con efectos
devastadores. A nivel mítico, la experiencia plutoniana de la catarsis y la
liberación del instinto están personificadas por los dioses helenos Pan (el
dios mitad cabra con cuernos de sátiro que reaparecerá como el Demonio en el
cristianismo) y Dioniso (el dios del vino, que, como mostró Nietzsche, está
asociado a estados de posesión frenéticos, poder vital sin restricciones, el
impulso de abandonarse a los instintos y la aniquilación del yo individual). A
nivel social, los aspectos del arquetipo plutoniano se manifiestan, por
ejemplo, en la licenciosidad sexual desbocada o en cualquier actividad en la
que la consciencia humana individual se disuelve en la psicología de una masa mayor
y, en consecuencia, se produce una descarga de energías instintivo-emocionales
acumuladas, como en las aglomeraciones de los conciertos de rock, las ferias,
las manifestaciones de protesta o los acontecimientos deportivos. Ya sean
míticas o psicológicas, individuales o colectivas, elevadas o destructoras,
todas las formas de catarsis y potenciación del instinto caen dentro del rango
multidimensional de significados arquetípicos del Plutón astrológico.
Lo que es cierto para Plutón, lo es para todos los planetas.
Cada uno está asociado a significados universales
arquetípicos que impregnan la realidad a todos los niveles (físico,
psicológico, emocional, intelectual, sociocultural, mítico y espiritual) y que
indican la existencia de principios y poderes trascendentes que estructuran y
animan dinámicamente la experiencia humana. Estos arquetipos planetarios son
los poderes que en el pasado modelaron los mitos y que en el futuro, en el
contexto cultural e histórico de la era moderna, modelarán nuevas formas de
expresión mítica individual.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 79
Aunque aquí me he centrado en el panteón mítico occidental
(pues es el que resultará más familiar a la mayoría de los lectores y el que
guarda una relación más clara con la tradición astrológica de Occidente), debo
subrayar que los arquetipos planetarios astrológicos son de naturaleza
transcultural, por mucho que la expresión de tales principios siempre esté
enmarcada en el contexto cultural, histórico y geográfico en el que se
manifiesta. Las características y cualidades de Plutón no las expresan únicamente
los dioses helenos Hades, Dioniso y Pan, o la gorgona Medusa, sino que aparecen
también en deidades de todas las tradiciones míticas. En la mitología hindú,
por ejemplo, el dios Siva, que representa el ardiente ritmo perpetuo del
proceso cósmico de creación y destrucción, personifica un aspecto esencial del
arquetipo plutoniano, como ocurre asimismo con Sakti, la contraparte femenina
de Siva. Otros elementos importantes del significado de Plutón los representan
las diosas hindúes Kalt y Durga, la demoníaca Mara de la tradición budista y el
dios germánico Wotan. El dios-hombre alquímico Mercurio expresa también en
muchos aspectos la dimensión plutoniana de la experiencia, al igual que el
motivo gnóstico-alquímico de la serpiente Uróboros devorándose a sí misma.'
A partir de estos ejemplos se ve claramente que el
significado de los principios arquetípicos no se limita a determinados temas
míticos ni está personificado por un solo tipo de dios. En la naturaleza de los
arquetipos resulta esencial que exista algo de la ambigüedad inherente del
mito, pues los principios arquetípicos no tienen un significado único que pueda
describirse exhaustivamente con unas cuantas palabras clave. Los arquetipos son
más bien poderes creativos multidimensionales y complejos cuyos significados,
como señaló Jung, se transmiten a menudo más evocadoramente y con mayor
precisión mediante la fluidez, la flexibilidad y el dinamismo del mito que a
través de conceptos: «El mitologema proteico y el símbolo reluciente»,
sostiene, «expresan los procesos de la psique de una manera mucho más incisiva
y, en última instancia, clara que el más claro de los conceptos».
Es erróneo, o más bien imposible, llevar a cabo cualquier
intento de reducir los principios arquetípicos a un conjunto de significados
fijos, como Jung pone de manifiesto: Los principios de base, los archai
[arquetipos], del inconsciente son indescriptibles debido a su riqueza de
referencias, aunque sean reconocibles en sí mismos. Obviamente, el intelecto
discriminador sigue intentando establecer su unicidad de significado, y de esta
manera yerra el objetivo esencial; lo que podemos establecer por encima de todo
como lo único consistente con su naturaleza es su significado múltiple, su
abundancia de referencias casi ilimitada, lo que hace imposible cualquier
formulación unilateral.
Dicho esto, a pesar de la amplitud y la diversidad de
expresiones de los arquetipos, todos parecen relacionarse con significados
centrales inmutables:
Las representaciones arquetípicas [...] son estructuras muy
variadas que apuntan en su totalidad a una forma básica esencialmente
«irrepresentable». Esta última está caracterizada por ciertos elementos
formales y por ciertos significados fundamentales.
Los arquetipos planetarios de la astrología guardan relación
con estos significados fundamentales; el reto del astrólogo es explorar la
manera en que estos significados se pueden manifestar en detalles concretos de
la vida humana y, a la inversa, reconocer el significado arquetípico en esos
detalles concretos.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 84
Abordar nuestra experiencia vital desde un punto de vista
arquetípico, como estoy sugiriendo aquí, es centrarse en lo universal más que
en lo particular; es centrarse en los elementos comunes de la experiencia
humana y en aquellos factores subyacentes que están más allá de la volición y
el control de los seres humanos, pero guardan una íntima relación con los
sentimientos, las motivaciones, las pulsiones, las pasiones, las ideas y los
actos. Por trazar una analogía sencilla, del mismo modo que se pueden observar
diferentes combinaciones de colores en nuestro campo de percepción, se observan
diferentes combinaciones de cualidades, significados y principios arquetípicos
inherentes a la experiencia humana. Y del mismo modo que el color verde aparece
en muchas de nuestras percepciones, pero siempre en distintos contextos y
combinaciones con otros colores y formas, los arquetipos planetarios están
presentes en cada vida individual, pero se expresan de una manera única en
función de las circunstancias, el contexto y nuestra participación consciente.
El arquetipo planetario de Venus, retomando nuestro ejemplo anterior, habita en
todos nosotros, pero cada uno lo expresamos de una forma específica: nuestros
gustos son singulares, nos enamoramos de una persona concreta, nuestras
respuestas estéticas siempre responden a manifestaciones individuales de la
belleza. La perspectiva astrológica no dirige nuestra atención hacia los
elementos particulares, sino hacia los factores universales que subyacen a esas
manifestaciones específicas. El uso de los planetas del sistema solar como
representaciones simbólicas de los principios arquetípicos nos permite
identificar y distinguir dichos universales, y mediante la astrología podemos
ex-99 plorar cómo se expresan a través de nuestras experiencias personales.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 11
Cada mito mejora nuestra comprensión de los principios
arquetípicos que expresa.
Así pues, los arquetipos planetarios son factores
dinámicos, ocultos en el trasfondo de la existencia, que dan forma a la
experiencia humana. De manera semejante a la noción popular de los dioses
griegos que viven por encima de nosotros en su hogar olímpico, colaborando o
compitiendo entre sí para influir en el destino de los seres humanos en el
mundo que se extiende a sus pies, los arquetipos planetarios actúan sobre la
experiencia humana desde una zona trascendente muy alejada de nuestra
consciencia normal. Al interpretar mediante la astrología el significado de las
posiciones de los planetas en el sistema solar, se podría decir que los dioses
se vuelven visibles a nuestros ojos. De hecho, se antoja un acto de cortesía
cósmica que las formas planetarias visibles de los poderes arquetípicos
trascendentes se hayan vuelto accesibles para nosotros, permitiéndonos conocer
el orden profundo de la vida y embelesarnos ante él, así como orientarnos en
nuestro viaje espiritual gracias a los trayectos ordenados de estos grandes
indicadores celestiales.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 88
Un detalle notable sobre la astrología, que hace que
potencialmente resulte de gran valor para la humanidad, es que, al tener en
cuenta nuestra relación física con los planetas del sistema solar, nos permite
entender cómo nos relacionamos con los correspondientes principios arquetípicos
en la psique.
Por ejemplo, si alguien considera la posición de Plutón
en el momento de su nacimiento respecto al lugar donde vino al mundo, puede
empezar a comprender, de acuerdo con los principios bien establecidos de la
interpretación astrológica, la naturaleza de su relación personal con las
cualidades, las energías y los temas arquetípicos asociados a este planeta. La
posición del planeta Plutón y su relación geométrica con otros planetas se
puede interpretar simbólicamente para determinar cuál es nuestra relación con
el arquetipo Plutón, es decir, de qué manera el principio plutoniano se
relaciona con los otros principios arquetípicos y cómo se experimentará esto en
nuestra vida.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 91
Insisto en que, debido a que los planetas representan
simbólicamente los principios arquetípicos, determinar nuestra relación física
con ellos nos permite determinar también cómo nos relacionamos con los
principios arquetípicos que simbolizan. En términos de la analogía entre
arquetipos y dioses, esto equivale a conocer cuál es nuestra relación personal
con los diferentes dioses.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 92
La astrología nos muestra el papel que representa cada dios
en nuestra vida, de qué manera se relacionan entre sí los distintos dioses en
nuestra experiencia vital y en qué épocas se activarán o acentuarán los temas
míticos específicos asociados a determinados dioses o arquetipos.
De este modo, una perspectiva astrológica puede proporcionar
a la experiencia humana un punto de vista mítico y revelar un significado
arquetípico más profundo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 92
Aniela Jaffé, que trabajó con Jung y se convirtió en una de
las principales intérpretes de su obra, señaló que la experiencia del
significado de la vida se relaciona con «el reconocimiento o la experiencia de
los arquetipos intemporales como los operadores que se ocultan tras las escenas
de la vida». De ser así, la astrología arquetipal, al hacer posible la
identificación de estos temas y principios arquetípicos ocultos, podría
restaurar en cada vida individual el sentimiento de la existencia de significado,
derivado no de cierta religión o doctrina ni de cierta filosofía o credo, sino
de nuestra propia relación personal con los poderes arquetípicos del cosmos.
Por supuesto, el significado de la vida humana, aunque sea único para cada
individuo y potencialmente distinto de los valores y objetivos de la cultura
general, está ligado de manera inextricable al contexto histórico-cultural
específico en el que uno vive. Para entender una vida individual hay que tener
presentes los ciclos colectivos en los que todos somos partícipes. Otra
dimensión importante de la astrología arquetipal, tratada extensamente por
Richard Tarnas en su obra de 2006, Cosmos y Psique, es el análisis de los
patrones arquetípicos de los sucesos de la historia mundial. Tras examinar los
patrones de la historia desde la Era Axial en el primer milenio a.C. hasta la
actualidad, la investigación de Tarnas sugiere que cuando dos o más planetas en
sus órbitas forman un alineamiento geométrico significativo, los sucesos del
mundo en esa época (revoluciones y guerras, movimientos sociales y políticos,
expresiones artísticas y descubrimientos científicos, cambios culturales y
transformaciones espirituales) y el Zeitgeist dominante reflejan los
significados arquetípicos asociados en la astrología a esa combinación
planetaria.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 92
En uno de los ejemplos más impactantes, Tarnas observa que
los períodos de la historia en los que Urano y Plutón se han encontrado
geométricamente alineados o, 90º aproximadamente ( como los períodos 1787-1798,
centrado en la Revolución francesa, y 1845-1856, caracterizado por revoluciones
en toda Europa y en el resto del mundo, así como la década de 1960) destacaron
por varios temas relacionados con la interacción dinámica de los dos arquetipos
asociados a estos planetas, incluyendo la erupción de poderosos impulsos
revolucionarios, la liberación de los instintos (libidinosos o agresivos), la
potenciación de los movimientos de liberación de las masas, una aceleración
decisiva del avance tecnológico y la innovación cultural, y un ambiente de
cambio tumultuoso y de turbulencia! Por ejemplo, el radical cambio social y
cultural de los sesenta (la revolución sexual, la explosión del rock and roll,
el auge de la contracultura juvenil, los memorables avances tecnológicos que
culminaron en el viaje a la Luna, el movimiento feminista y la liberación gay)
refleja el significado combinado de los arquetipos de Urano y Plutón. Por una
parte, señala Tarnas, el arquetipo de Urano (relacionado con el cambio súbito,
la revolución, la rebelión y la revuelta, el anhelo de libertad, el despertar,
la invención, etcétera) se ve activado por el arquetipo de Plutón, que
intensifica y potencia el principio de Urano; y por otra, de manera simultánea,
el arquetipo de Plutón (asociado al poder de los instintos sexuales y
agresivos, la energía acumulada en la psique inconsciente, la destrucción y la
transformación, el tema del inframundo, etcétera) se libera, despierta y, de
repente, sale a la luz empujado por el arquetipo de Urano. Tarnas descubrió
también que en las artes y las ciencias, durante los meses y años en que
Júpiter y Urano presentan un alineamiento geométrico significativo, tienden a
producirse avances creativos y saltos hacia delante más breves y frecuentes,
mientras que los alineamientos significativos entre 106 Saturno y Plutón a
menudo se correlacionan con períodos históricos de gran tensión, crisis,
opresión, privaciones y «sucesos de gran peso con consecuencias duraderas»,
como el comienzo de las dos guerras mundiales y los ataques al World Trade
Center y al Pentágono el 11 de septiembre de 2012
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 93
La estimulación mutua de dos o más principios arquetípicos,
indicada por el correspondiente alineamiento planetario en un momento dado,
crea patrones y campos de significado arquetípico que definen el contexto de
nuestras vidas.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 94
Por supuesto, en la época moderna no estamos acostumbrados a
pensar en términos de mitos y arquetipos; no relacionamos nuestra experiencia cotidiana
con los temas universales del mito y la religión, ni reconocemos la expresión
de poderes arquetípicos definidos en nuestra vida o en la historia mundial.
Fomentar esta capacidad es un primer requisito crucial para desarrollar una
perspectiva mitológica de la vida. Aprender a detectar lo mítico y lo
arquetípico en el mundo cotidiano nos abre el paso a una relación consciente
con las fuerzas profundas del cosmos, nos franquea la entrada a un cosmos con
significado. La astrología puede ser muy valiosa para alcanzar este fin, al
permitirnos determinar con precisión nuestra relación personal con estas
fuerzas, comprender el patrón arquetípico de nuestra «relación original con el
universo», de modo que desarrollemos no sólo nuestra propia filosofía y poesía,
como alentaba Emerson, sino también nuestra propia mitología, nuestra propia
historia vital arquetípica basada en nuestra relación personal con el cosmos;
una historia en la que cada uno de nosotros puede, a su manera única,
convertirse en el héroe arquetípico de su vida.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 95
El desafío en adelante es vivir no a través de la conquista
de la naturaleza y el control del entorno, como antes, sino a través de la
conquista de uno mismo. Deben afrontarse el miedo y el deseo que sustentan la
estructura del ego humano, transformarlos y trascenderlos. «El hombre», como
declaró Nietzsche, «es algo que debe ser superado.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 105
A través de la individuación, uno se puede convertir en un
conducto a través del cual el sí-mismo, y el espíritu de la totalidad, se
exprese en el mundo: una vocación heroica verdadera.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 110
Ya se trate de la persona que emprende la búsqueda de una
identidad mundana o del artista que lidia con el proceso creativo, ya se
aplique al surgimiento del ego racional o a su trascendencia, al camino del
místico o incluso al viaje del alma a través de la vida y hacia la muerte, el
mito del héroe puede servir como patrón válido para orientar la vida del
individuo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 111
Cualquiera que desee dar a luz algo genuinamente creativo,
que pretenda alcanzar sus propias profundidades de realización y visión,
descubrirá que está representando algún tipo de patrón arquetípico del mito del
héroe. La persona creativa, de hecho, es la que no encaja en los patrones
vitales estandarizados de la cultura convencional, aquella a la que le seducen
el misterio y la soledad de una vida al margen de las normas sociales, para
quien el modelo del viaje del héroe resulta de gran valor. Ser consciente del
mito del héroe mientras se afrontan las experiencias de la propia vida puede
servir como un esquema y una guía poderosa hacia la transformación psicológica
profunda. Si uno es fiel al héroe en su propia alma, como suplicaba Nietzsche,
vivirá con una valentía y una convicción mayores, aspirará a algo más allá de
lo convencional y trascenderá la mediocridad, y de este modo alcanzará su
propio y único potencial creativo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 111
La astrología arquetipal puede proporcionarnos una
perspectiva mítica que nos ayude a descubrir y comprender nuestro propio mito
individual.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 112
El mito del héroe nos da la idea del camino o viaje a través
de la vida (un camino de crecimiento, desafío, transformación, realización), y
la astrología arquetipal un medio para conocer y entender mejor los poderes a
los que nos debemos enfrentar y las fases por las que hemos de pasar en este
viaje.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 112
La astrología puede emplearse para individualizar el
monomito, para comprender la relación de uno mismo con los principios
arquetípicos, de modo que la estructura general del viaje del héroe y el patrón
vital arquetípico específico, juntos, sustenten y orienten la mitología
individual propia.
La lógica que está detrás de esta idea es simple: puesto que
los principios arquetípicos dirigen el proceso de individuación y los planetas
simbolizan estos principios arquetípicos, al determinar de qué manera uno mismo
está relacionado con los planetas en un momento concreto, podemos entender
mejor cómo estamos relacionados con los arquetipos correspondientes. O, en
términos míticos, puesto que el viaje del héroe lo inician, modelan y
determinan parcialmente las intervenciones de los dioses, y puesto que los
planetas representan las energías y principios arquetípicos personificados por
estos dioses, saber cómo uno mismo está relacionado con los planetas equivale a
comprender mejor la actividad de los «dioses» en la vida propia.
La aplicación de este enfoque es también relativamente
simple: mantener en mente el esquema mitológico del viaje del héroe al afrontar
las experiencias vitales; utilizar la astrología arquetipal para identificar
los temas y motivos del patrón vital individual (astrología natal) y para
comprender mejor las psicodinámicas cambiantes de las experiencias biográficas
(astrología de tránsito). Entonces, con el conocimiento de cuáles son los temas
arquetípicos que están activados en la vida propia en un momento dado, servirse
de la sabiduría de los mitos del mundo, las enseñanzas espirituales y las
grandes obras de arte para sentir el núcleo más profundo de los complejos
arquetípicos, para reconocer sus potenciales creativos y obrar de acuerdo con
ellos, y para gobernar con habilidad sus aspectos más desafiantes.
La idea de que es posible arrojar luz sobre las experiencias
humanas si consideramos el paralelismo que guardan con los relatos y temas del
mito se ha explorado en la psicología analítica junguiana, en la psicología
arquetipal y en el campo de los estudios mitológicos. Como extensión de estas
aproximaciones, la astrología arquetipal conecta eficazmente los patrones
míticos y arquetípicos identificados por Jung, Hillman, Campbell y otros en la
psicología, la historia, el arte y la cultura, con los principios arquetípicos
universales fundamentales reconocidos en la astrología, que, como ha confirmado
la investigación de Tarnas, mantienen una correlación consistente con los
movimientos y alineamientos de los planetas.
Así pues, la astrología arquetipal enlaza las formidables
percepciones de la psicología analítica con las bases metafísicas y mitológicas
de los antiguos griegos, proporcionando un contexto cosmológico a la propia
psicología analítica. Utiliza los movimientos y alineamientos planetarios como
indicadores cosmológicos para seguir el rastro en el transcurso del tiempo a
las cambiantes dinámicas arquetípicas de la experiencia humana.
Por tanto, los temas míticos y arquetípicos relevantes para
la propia vida en un momento concreto se pueden determinar objetivamente
considerando la forma en que las dinámicas arquetípicas se reflejan en los
ciclos de los planetas y en las relaciones entre ellos. La exploración del
trasfondo arquetípico de la propia experiencia mediante la astrología puede
ofrecernos un mapa temático, por decirlo así, de la propia aventura heroica,
del propio viaje espiritual a través de la vida.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 113
Al prestar atención a los alineamientos planetarios en un
momento concreto, uno puede llegar a sintonizar con el contexto arquetípico de
su situación vital, lo que desvía el foco desde las metas puramente personales
hacia la consideración del significado más profundo de los sucesos vitales.
Esta estrategia es particularmente útil para manejar períodos complicados. Al
centrarse en las dinámicas arquetípicas subyacentes de la propia experiencia,
aquellos aspectos de la vida que cabe considerar negativos o fútiles por
completo, como los períodos de sufrimiento sin sentido o las consecuencias
arbitrarias de la suerte caprichosa, pueden observarse de acuerdo con su valor
y su propósito mitológicos y psicoespirituales más profundos. Las épocas de
aislamiento forzoso, por ejemplo, o de pobreza e indigencia relativa cuando las
posibilidades vitales se reducen y se restringe la estimulación externa,
admiten ser vistas desde una perspectiva mítica como fases de disciplina
ascética, pedagogía hermética y transformación interior semejantes a un período
de cuarenta días en el desierto, o de años vagabundeando como un ermitaño, o al
entrenamiento disciplinado de un bodhisattva o un monje.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 114
La evocación consciente de la imaginación mítica, orientada
por una comprensión del contexto arquetípico, puede conducirnos a un compromiso
más profundo con la vida. Para la mirada entrenada arquetípicamente, hasta la
más difícil de las experiencias puede verse en términos de su importancia
psicoespiritual y mítica. Incluso experiencias traumáticas como una crisis
psicológica o una enfermedad física tienen sus indicadores cosmológicos, sus
motivos arquetípicos. Al ver a través de las circunstancias vitales externas la
realidad mítica profunda que ocultan, somos capaces de identificar
efectivamente (incluso entre los sucesos vitales banales, mundanos o en
apariencia aleatorios) diferentes fases del viaje mítico propio, de la odisea
espiritual propia. Vista de esta manera, la vida del individuo es ciertamente
una aventura, un viaje a lo desconocido, con pruebas y tribulaciones que debe
afrontar y superar. La combinación de la astrología arquetipal y el mito del
héroe nos permite reconocer esto y vivir conscientes de ello. Este enfoque hace
que todas las crisis y esfuerzos, así como todos los triunfos y oportunidades,
se tornen profundamente significativos.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 115
La astrología arquetipal proporciona una visión
iluminadora del significado subyacente de nuestras experiencias y una manera de
asegurar la validación externa de lo que ocurre en nuestra vida en cualquier
momento. Nos permite comprender qué temas arquetípicos concretos están activados
actualmente en nuestra vida, y nos aporta una escala temporal de las fases
concretas de nuestra vida y una perspectiva de las diferentes facetas de
nuestro carácter. Sitúa nuestras experiencias en un contexto más amplio, revelando
la interconexión íntima entre lo que experimentamos y la situación
histórico-cultural global y los ciclos colectivos que afectan a la humanidad en
su conjunto. Contribuye a cultivar una perspectiva orientada al crecimiento en
nuestra vida y promueve el reconocimiento del desarrollo evolutivo inherente de
la vida. Aumenta nuestra habilidad de empatizar con los demás y de comprender
con más claridad lo que experimentan. Y, no menos importante, nos capacita para
apreciar el orden profundo y el patrón estético que conectan a todos los
sucesos. Con el tiempo, de todos estos factores surge el sentimiento de que la
vida no es, como a menudo parece, una colisión aleatoria de voluntades y deseos
en conflicto, sino una gran sinfonía orquestada de destinos mutuamente
entrelazados en la que cada uno de nosotros es en potencia uno de sus
protagonistas más importantes.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 116
El hecho más patente y fundamental en torno a la astrología
es que se basa en el orden planetario de nuestro sistema solar, que ha sido
estudiado y descrito por la astronomía moderna. Pero en la astrología, por
supuesto, a las relaciones y ciclos planetarios se les atribuye mucho más que
un significado físico y astronómico, pues se considera que también reflejan y
simbolizan significados arquetípicos evidentes en la experiencia humana. Sin
embargo, ¿cuál es la justificación de esto? ¿Cómo puede ser que el orden del
sistema solar y las posiciones de los planetas guarden relación con los temas
míticos y arquetípicos que han orientado a las civilizaciones humanas a lo
largo de las épocas? Si se quiere abordar la astrología como una perspectiva
mitológica válida, es imprescindible que concibamos y expresemos, tan
claramente como sea posible, la base probable de la relación astrológica entre
los cuerpos planetarios y la experiencia humana. La función cosmológica del
mito, recordémoslo, es presentar «una imagen cosmológica en el marco de la
ciencia de la época». Así pues, será necesario, si la astrología 133 va a
utilizarse de esta forma, plantear una nueva cosmología, apoyada hasta donde
sea posible por los conocimientos científicos, en la que la astrología cobre
más sentido.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 118
Los físicos modernos han descubierto un nivel de realidad
subyacente, un orden supersensible más profundo, impregnado de patrones de
interconexión. El patrón, en este sentido, se considera ahora un atributo
fundamental de la naturaleza del universo. De forma similar, en la teoría de
sistemas se reconoce el patrón como un elemento constituyente o dimensión
fundamental de todo tipo de sistemas. El patrón se define aquí como la
capacidad del sistema para autoorganizarse dinámicamente. «El patrón de organización
de cualquier sistema, vivo o no», según Capra, «es la configuración de
relaciones entre los componentes del sistema que determina las características
esenciales de éste.» Si aplicamos esta definición de patrón al sistema solar
(si consideramos el sistema solar holísticamente, como un sistema orgánico),
veremos que los componentes primarios del sistema son el Sol, su estrella
central; los cuerpos planetarios desde Mercurio y Venus hasta Urano y Neptuno;
Plutón y el plutoide recientemente descubierto Eris, así como otros planetas
enanos (incluyendo a Sedna y Ceres), y las lunas planetarias y los asteroides.
El patrón del sistema solar lo dan por tanto las relaciones entre esos
componentes celestiales. Vemos que los diferentes cuerpos planetarios están
organizados de cierta forma y tienen una velocidad orbital específica, y que se
encuentran a una determinada distancia del Sol y de los demás cuerpos; vemos
también que están situados en cierto orden dentro del sistema solar y que en
cada momento del tiempo establecen ciertas relaciones angulares entre sí.
Júpiter, por ejemplo, está más cerca de la Tierra que Saturno, y Marte, más
cerca que Júpiter; sabemos que Urano tarda 84,01 años en completar su órbita en
torno al Sol, mientras que Venus emplea sólo 224,7 días; y en el momento de
escribir estas líneas (verano de 2006), Saturno y Neptuno están separados
aproximadamente 180º, mientras que Júpiter y Urano lo están unos 120º. Vistos
como una totalidad, pues, los cuerpos planetarios en sus órbitas y en sus alineamientos
geométricos cambiantes forman un único patrón dinámico. Este patrón, aunque
podría no haberse pensado antes en ello de esta manera, es fácil de imaginar,
pues en cierto modo es similar a los patrones de las estrellas que llamamos
constelaciones. Sin embargo, más allá de esta simple identificación de un
patrón planetario físico, se puede inferir algo más desde la perspectiva
sistémica: que las relaciones entre el Sol, la Luna, los planetas y los
asteroides son consecuencia de la acción de un principio de autoorganización
subyacente invisible. Desde esta perspectiva, la naturaleza y la apariencia
física del sistema solar no se explican totalmente en términos de la
interacción mecánica de las fuerzas gravitacionales entre los cuerpos
planetarios o la curvatura del espacio-tiempo; más bien cabe interpretarlos
como la expresión de una capacidad de ordenamiento y autoorganización
intrínseca, pero aún oculta, que está presente dentro de este sistema y por
todo el universo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 126
Al asociar el concepto de patrón de la teoría de sistemas
con la astrología y con las filosofías premodernas y orientales, estamos
realizando una transición teórica de los sistemas físicos a la metafísica.
Mientras que la teoría de sistemas se centra por lo general en patrones
totalmente físicos de organización o en la organización dinámica de los grupos
sociales, por ejemplo, la perspectiva astrológica reconoce un orden metafísico
y un patrón de significados arquetípicos que domina la totalidad de la existencia.
Por tanto, cuando el modelo sistémico se aplica al universo en su totalidad,
debemos tener en cuenta que el principio de autoorganización está conectado no
sólo con el funcionamiento físico del universo, sino también con el espectro
multidimensional de experiencias, sucesos y procesos que ocurren en él,
incluyendo la experiencia humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 130
Por supuesto, debemos señalar que, al asociar el concepto de
patrón de la teoría de sistemas con la astrología y con las filosofías
premodernas y orientales, estamos realizando una transición teórica de los
sistemas físicos a la metafísica. Mientras que la teoría de sistemas se centra
por lo general en patrones totalmente físicos de organización o en la
organización dinámica de los grupos sociales, por ejemplo, la perspectiva
astrológica reconoce un orden metafísico y un patrón de significados arquetípicos
que domina la totalidad de la existencia. Por tanto, cuando el modelo sistémico
se aplica al universo en su totalidad, debemos tener en cuenta que el principio
de autoorganización está conectado no sólo con el funcionamiento físico del
universo, sino también con el espectro multidimensional de experiencias,
sucesos y procesos que ocurren en él, incluyendo la experiencia humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 130
Atribuir una existencia independiente a cualquier entidad
(imaginarla como algo que existe separadamente en su propia y definida región
del espacio y el tiempo) es caer en lo que Whitehead denomina la «falacia de la
concreción injustificada». Es atribuir una realidad sustancial a lo que sólo
puede concebirse de manera independiente mediante un acto de abstracción
intelectual. Para Whitehead y para los físicos modernos, «la realidad es el
proceso». Sin embargo, si queremos comprender mejor este proceso, necesitamos
dirigir nuestra atención no únicamente a la propia estructura manifiesta, que
es el punto final momentáneo del proceso, sino, por debajo de la superficie de
las cosas, a las dimensiones cuánticas de la realidad y a los procesos
subyacentes que generan la estructura resultante. En lo que se refiere a la
astrología, debemos dirigir nuestra atención a los procesos invisibles que,
guiados por patrones, generan continuamente la estructura que observamos en los
cuerpos planetarios de nuestro sistema solar y en sus movimientos y relaciones
cambiantes. Si queremos comprender la autopoiesis, o autocreación, del sistema
solar dentro del universo en su conjunto, debemos fijarnos no sólo en la
emergencia del universo en el tiempo lineal, sino en los procesos que crean
realmente nuestra experiencia del espacio-tiempo en cada momento.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 135
El patrón y el orden planetario Los conceptos de patrón,
estructura y proceso, aplicados al sistema solar, son extremadamente
importantes porque nos capacitan para explorar el orden cosmológico en el que
se basa la astrología y para formular una interpretación de ésta de acuerdo con
los conceptos de la teoría de sistemas. En particular, es crucial la distinción
entre patrón y estructura. El patrón es evidente en la estructura de cualquier
sistema, pues determina su forma física, pero no depende por entero de la
estructura material, sino que parece tener una autonomía y una independencia
relativas. En una entidad hay algo que difiere de sus constituyentes físicos,
pero mantiene la integridad de su forma estructural, y ese algo es el principio
al que llamamos patrón. Así, a pesar de los considerables cambios que se
producen dentro de un organismo, tanto por el intercambio dinámico de materia y
energía con su entorno como por su regeneración física, su forma estructural es
consistente debido al carácter perdurable y a la autonomía del patrón del
sistema. Capra pone como ejemplo las células y los seres humanos, que, aunque
deben hacer frente a la decadencia y a la sustitución de sus componentes,
mantienen la misma estructura general. El ser humano conserva un aspecto físico
relativamente estable y una memoria persistente a pesar de que las células que
constituyen su cuerpo se van reemplazando con nuevas células, en un proceso
continuo de creación de estructura de acuerdo con un patrón perdurable. El
patrón, por tanto, no puede ser completamente dependiente de la estructura, ya
que es posible que la estructura física cambie por entero a lo largo del
tiempo, aunque la forma estructural permanezca constante., Esto sugiere que el
patrón está «superordinado» a la estructura y posee cierta autonomía
ontológica. Así pues, a pesar de que patrón y estructura siempre surjan juntos
en nuestra experiencia de la realidad y estén íntimamente relacionados, deben
considerarse dimensiones relativamente diferentes de la realidad. Ahora bien,
dado que la estructura de cualquier sistema es la encarnación de su patrón,
podemos descubrir el patrón subyacente de un sistema observando la relación de
sus componentes estructurales principales; en el caso del sistema solar, los
planetas. En otras palabras, debido a que la configuración de los planetas es
una expresión de la capacidad de autoorganización del sistema solar, seguir la
pista a las alteraciones que sufren los movimientos planetarios y a sus
relaciones a lo largo del tiempo nos proporciona información sobre cómo cambian
a su vez las dinámicas de autoorganización del sistema solar. Los cambios
percibidos en la estructura visible del sistema solar (la configuración de las
relaciones entre los planetas) revelan el patrón que orienta esta estructura,
que a su vez está relacionada con el principio de autoorganización subyacente
que influye en todos los niveles de la vida dentro del sistema solar. Desde la
perspectiva de los sistemas podemos decir que la astrología nos permite
entender cómo las dinámicas de autoorganización que están en funcionamiento en
el sistema solar afectan a la experiencia humana en cualquier momento dado. El
patrón de alineamientos cíclicos de los planetas no es un patrón físico
compuesto por trozos de roca, hielo y gas que orbitan alrededor del Sol en un
movimiento mecánico sin sentido; en realidad, se trata de la forma estructural
externa de un patrón subyacente de autoorganización con significado, que modela
no sólo el orden planetario visible del sistema solar, sino también las
dinámicas más profundas de la experiencia humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 138
Hemos establecido, pues, que el patrón puede percibirse a
través de su encarnación en una estructura, y hemos definido el patrón de un
sistema como su dinámica autoorganizada, su principio de ordenación inherente.
Sin embargo, aún debemos abordar qué significa realmente este patrón para la
vida humana. Tenemos que establecer exactamente por qué estamos interesados en
comprender el funcionamiento de las dinámicas autoorganizadas que operan en el
sistema solar. Necesitamos determinar, en definitiva, cómo y por qué la
astrología estima importante y significativo el patrón de autoorganización.
Cuando tratemos estas cuestiones en los capítulos siguientes, consideraremos
significados e interpretaciones del concepto de patrón diferentes, pero aun así
relacionados, y afrontaremos esta tarea desde dos direcciones. Por un lado,
consideraremos el patrón en su aspecto exterior, como patrón físico formado por
los cuerpos planetarios y que puede conceptualizarse mediante la teoría de
sistemas. Nos desplazaremos de fuera adentro, por decirlo así, para explorar el
modo en que este patrón físico se relaciona con la mente y con el significado
interno de las experiencias humanas. Por otro lado, consideraremos la dimensión
interior de la experiencia humana y el patrón arquetípico de la mente humana.
Desde ahí, nos desplazaremos de dentro afuera para explorar el modo en que este
patrón parece estar encarnado simbólicamente en la disposición física de los
planetas del sistema solar. Entonces, reuniendo estas dos perspectivas (relacionando
el patrón externo del sistema solar con el patrón interno de la mente),
podremos postular una nueva forma de entender la astrología.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 140
Creo que las correspondencias astrológicas, no dependen
de fuerzas materiales que ejerzan una influencia en nuestros cuerpos, sino de
nuestra participación en el patrón de organización subyacente del sistema
solar, un patrón que también parece manifestarse, en la estructura de la psique
humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 146
La astrología está basada en esta noción pitagórica de que
el número es un fundamento de la estructura y la organización profundas del
cosmos: las relaciones entre los planetas se interpretan simbólicamente según
los principios del número y la geometría. En la visión del mundo pitagórica, el
número se entiende no tanto en su sentido cuantitativo, como un sistema de
recuento y aritmética, sino más especialmente en su sentido cualitativo, según
el cual todos los números, sobre todo los enteros pequeños, poseen un
significado psicológico inherente. El número uno, por ejemplo, está lógicamente
asociado a la unidad (esto es: unidad), la totalidad y el comienzo; el dos, a
la dualidad y la separación de la unidad en opuestos; y el tres, a la síntesis
de tales opuestos, a un punto de mediación entre los dos. Estos significados se
trasladan naturalmente a la geometría: el número uno se relaciona por igual con
un punto aislado en el espacio y con el círculo -con la unidad del espacio
íntegro que contiene en su interior-; el dos, con la línea entre dos puntos y
con la división diametral del círculo en hemisferios separados; y el tres,
obviamente, con el triángulo, en el que dos puntos opuestos se conectan con un
tercero. El número cuatro, según el razonamiento pitagórico, nos lleva a lo que
se ha denominado «la finalización del cuadrado», pues la suma de los cuatro
primeros números naturales vuelve a ser uno (r + 2 + 3 + 4 = ro, y r + o = r),
lo que indica simbólicamente un retorno a la unidad, la completitud y la perfección.
A través del movimiento de la unidad a la «cuatridad», nace un nuevo estado de
unidad. Interpretado de esta forma, el número es una especie de lógica
simbólica y arquetípica que parece intrínseca no sólo al intelecto y la
imaginación del ser humano, sino también, más fundamentalmente, a la
organización estructural subyacente del universo y al orden más profundo de la
psique inconsciente humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 154
En la astrología arquetipal, el significado de cada
alineamiento planetario depende de las características arquetípicas asociadas a
los planetas implicados y del ángulo concreto de la relación entre los
planetas, que a su vez está vinculado con el significado simbólico y
psicológico del número por el que se divide el círculo para producir el
aspecto. De este modo, una conjunción (dos planetas posicionados con una
separación de cerca de 0º en la carta astrológica) se basa en el significado
simbólico del número 1 (360º + 1). Las conjunciones se asocian por tanto con la
expresión unificada (aunque no necesariamente armoniosa) de los principios
arquetípicos correspondientes, con la fusión o síntesis de las cualidades
vinculadas con estos principios y con la intensa liberación de energía a través
de la acción iniciadora. Una oposición (dos planetas separados aproximadamente
180º), basada en la división del círculo en dos, está lógicamente asociada a la
dualidad, en la que los arquetipos planetarios correspondientes se estimulan
dinámicamente entre sí de una forma mutuamente desafiante y a menudo
antagonista, y crean una tensión de opuestos altamente cargada. Se considera
que el aspecto trígono de 120º, producido al dividir por tres los 360º del
círculo, y relacionado por tanto con la síntesis de los opuestos mediante un
tercer factor, representa una expresión equilibrada y sustentadora de la
energía de los arquetipos planetarios, e indica una combinación relativamente
armoniosa y establecida de estos principios. Finalmente, el aspecto cuadratura
de 90º (360º -;- 4) está relacionado con el significado simbólico del número
cuatro y, al igual que la oposición, a la que está estrechamente asociado,
señala una tensión o conflicto inherente entre los planetas implicados; a
menudo se siente como el impulso de liberar presión mediante la acción, lo que
idealmente promueve un movimiento hacia una mayor consciencia y completitud.
Ahora bien, si los principios arquetípicos son de hecho análogos a los dioses
de los mitos, entonces es el número el que nos permite comprender la relación
entre los «dioses». De acuerdo con nuestro modelo sistémico, por expresarlo de
otra forma, el número parece estar relacionado con el patrón de
autoorganización del sistema solar que revelan las relaciones geométricas entre
los planetas. Al analizar los alineamientos geométricos entre los planetas e
interpretar su significado, podemos comprender las relaciones entre los
principios arquetípicos asociados con los planetas. De este modo, con su síntesis
compleja de los principios arquetípicos temáticos y el orden numérico, la
astrología nos permite interpretar el significado profundo del patrón de
autoorganización del sistema solar. Al apuntar más allá de las apariencias
superficiales del orden planetario que nos muestran la percepción sensorial y
el análisis racional, la astrología atrae nuestra atención hacia su significado
simbólico.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 155
El pensamiento chino, con su suposición de que el universo
está impregnado de un vasto orden oculto a través del cual todas las cosas
están correlacionadas significativamente, influyó mucho en Jung. Fue en parte
durante su investigación del sistema adivinatorio chino del Yijing (I Ching)
cuando empezó a contemplar la posibilidad de la existencia de un «orden
acausal», como lo llamó, subyacente a la psique humana y al mundo exterior, una
correspondencia entre los mundos interior y exterior que podría explicar la
sorprendente precisión de las lecturas adivinatorias y también otras conexiones
y coincidencias desconcertantes que había presenciado en su práctica
terapéutica y en su experiencia personal. Para Jung, lo que ordinariamente
cabría considerar puras coincidencias fortuitas entre ciertos estados de la
mente y sucesos externos, a veces podrían clasificarse de forma más precisa
como instancias de sincronicidad (o coincidencia significativa) cuyo
significado interior (o experiencia subjetiva del significado) se refleja
externamente en el mundo en general. Si, por ejemplo, alguien atravesaba un
estado mental profundamente atribulado o luchaba contra un problema en
apariencia irresoluble y, en ese preciso instante, ocurría en el mundo exterior
algo que parecía relacionarse sobrecogedora y específicamente con tal dilema,
Jung lo llamaba instancia de sincronicidad.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 158
La sincronicidad, en su definición más amplia, puede adoptar
muchas formas diferentes: una serie relacionada de sucesos inusuales
casualmente desconectados pero unidos por un hilo común de significado; un
encuentro o una conversación fortuitos que sintonizan asombrosamente con la
situación personal; el descubrimiento oportuno e involuntario del libro
concreto que se necesita para arrojar luz sobre una situación o problema
particulares; un solemne presagio que anuncia el comienzo de un curso de acción
o el momento crítico en que hay que tomar una decisión; o quizá la conjunción
de un sueño con un suceso externo que ocurre después. Sea cual sea la forma
particular que adopte una sincronicidad, cada caso se caracteriza por la
sensación de que hemos entrado en un mundo de significado superior y de que
participamos en una dimensión de la realidad más amplia y profunda, que
trasciende las preocupaciones puramente personales de nuestra vida, pero aun
así se relaciona en lo más íntimo con nuestra situación personal.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 159
En los casos de sincronicidad, parece como si la
coincidencia extraordinaria de ciertos sucesos o la correlación asombrosa entre
algo externo que nos ocurre y nuestro propio estado interior de consciencia
estuvieran intentando transmitirnos realmente un mensaje significativo de gran
importancia personal. Por eso resultan tan desconcertantes las instancias de
sincronicidad: es como si el propio cosmos supiera qué estamos pensando y
sintiendo, como si fuera consciente de nuestra situación personal y pretendiera
transmitirnos un mensaje sobre nuestra vida a través de una línea de
comunicación simbólica. En consecuencia, las sincronicidades son acompañadas a
menudo de un sentimiento de numinosidad. Los instantes de sincronicidad están
preñados de significado y misterio, y suscitan la sensación de un orden apenas
creíble que conecta los sucesos de la vida. Al confrontarnos con una
sincronicidad, el universo parece ciertamente infundido de significado y
tenemos la impresión de que nuestra propia vida, lejos de ser irrelevante o
fortuita, tiene en realidad una inmensa importancia. En tales ocasiones
sentimos que el universo, o algún poder organizador detrás del universo, se
preocupa por nosotros, por decirlo así, y que lo que estamos haciendo obedece a
un propósito mayor. Por eso las sincronicidades llegan a veces con la fuerza de
una revelación espiritual.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 160
Para encontrarle sentido a la astrología, no basta con
estudiar la relación física entre los planetas y los seres humanos; puesto que
la astrología pertenece a la vida psicológica humana, al dominio privado de la
experiencia subjetiva y al reconocimiento humano del significado, necesitamos
además tender un puente sobre el abismo aparentemente enorme que se abre entre
el mundo exterior y el interior. Para permitirnos comprender mejor la
correspondencia entre el orden profundo de la psique humana y los patrones
planetarios del cosmos, cualquier explicación de la astrología debe tener en
cuenta la cuestión filosófica de la relación entre mente y materia.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 165
Aunque la astrología no es necesariamente incongruente con
el dualismo per se, sí lo es con el híbrido formado por el dualismo sustancial
cartesiano, el determinismo causal interactivo y el reduccionismo materialista
que ha dominado la época moderna.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 166
Los principios del Tao en la filosofía china y Brahman en el
hinduismo, así como las nociones griegas de un logos universal, un nous divino
o un anima mundi, apuntan a cierta forma de inteligencia universal o mente
ordenadora presente en todos los niveles de la realidad. Estas concepciones de
unos principios ordenadores universales y una «Gran Mente», por usar la
terminología de Aldous Huxley, siguen siendo fundamentales en la interpretación
mítica de la naturaleza de la realidad.3
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 170
El ser humano moderno posee una forma de consciencia
agudamente enfocada, pero que se ha distanciado cada vez más de los fundamentos
instintivos de la vida, de los sentimientos y del cuerpo. De hecho, la
psicología analítica ha mostrado que en la actualidad la identidad humana
descansa principalmente no ya en el cuerpo, sino en cierta autoimagen fabricada
medio conscientemente, un ideal-ego, una proyección de lo que a uno le gustaría
ser o como le gustaría que lo vieran, más que en una reflexión acerca de qué o
quién es verdaderamente. Entretanto, a pesar de nuestras pretensiones
bienintencionadas de alcanzar una racionalidad cultivada y un autogobierno
consciente, a menudo estamos sujetos a la influencia inconsciente y a las
distorsiones emocionales de los instintos y sentimientos reprimidos, y -en un
equilibrio ecológico cada vez más precario- a merced del dominio material
explotado y devaluado. Y en esta situación, muchos observadores perspicaces,
sensibles a la trayectoria evolutiva más amplia en la que se desarrollan
nuestras vidas, coinciden en que parecemos atravesar un momento crítico de
nuestra evolución. Existen indicadores de que el largo proceso evolutivo de la
separación de la consciencia respecto de sus orígenes naturales y de su matriz
cósmica ha alcanzado una coyuntura crítica. En este momento, mientras la
consciencia del ego se ve forzada a un aislamiento extremo, quizá empezamos a
presenciar el comienzo de una gran reversión, una enantiodromia, en la que el
abismo existencial entre la consciencia y su base debe cerrarse, y el ego
racional participar en el surgimiento de un yo más profundo, para que nazca un
nuevo modo del ser. Pues si el ego-yo moderno ha tenido que negar y reprimir
cualquier consciencia intuitiva de su propia base profunda, si el yo ha tenido
que sufrir una diferenciación psicológica e incluso una disociación de la
naturaleza, del cosmos y de sus orígenes psíquicos más profundos para
establecer su propia existencia separada, entonces podemos suponer que, en la
siguiente fase de nuestro viaje evolutivo, el yo deberá participar en la
recuperación de su relación con la base profunda; deberá descender a sus
propias profundidades y lidiar con lo que haya reprimido.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 1175
La probabilidad de que la consciencia humana llegara a
existir alguna vez es tan remota, está hasta tal punto ligada a tantos sucesos
necesarios pero improbables, ocurridos desde el principio de los tiempos, que
parece extremadamente improbable que la consciencia pudiera haber surgido por
pura casualidad. El principio antrópico es por tanto una variante moderna del
argumento del diseño, pues sugiere que es el diseño inherente del universo el
que ha permitido que la consciencia humana llegase a existir. Por supuesto,
esto no implica que los seres humanos hayan sido colocados en la Tierra por un
creador omnipotente o que seamos más importantes que otras formas de vida, sino
simplemente que ocupamos una posición privilegiada dentro de la naturaleza y
que, por tanto, debemos asumir la responsabilidad asociada a ese estatus. Pues,
hasta donde sabemos, la consciencia humana es lo único que permite que la vida
sea reflexivamente conocedora de sí misma.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 77
El principio antrópico cosmológico sugiere que la
consciencia humana ha evolucionado a partir de la naturaleza y ha sido
impulsada por el propio cosmos; lo único que la ha hecho posible es la
estructura específica del cosmos. Teniendo en cuenta este origen, se nos puede
convencer perfectamente de que el propósito de la consciencia humana no debe
reducirse a seguir la agenda personal del ego, satisfacer cada uno de 194 sus
caprichos y deseos, gratificar sus instintos y cumplir los imperativos
biológicos. Al contrario: parece probable que la consciencia humana tiene que
cumplir en última instancia un fin más elevado y que, a su debido tiempo, el
ser humano será requerido para servir los propósitos evolutivos del universo
que lo ha visto nacer, para afrontar los objetivos y fines de la naturaleza y
alinearse a sí mismo con el destino más amplio del planeta Tierra.
En este contexto evolutivo, conforme superamos la suposición
antropocéntrica de que la mente es dominio exclusivo del ser humano, será
imprescindible abrazar una nueva interpretación de la naturaleza de la mente.
Así como una concepción estrecha y atomista de la mente parece haber sido
esencial para el surgimiento evolutivo del ego individual, ahora que mucha más
gente se esfuerza por trascender el ego y alcanzar una relación más
significativa con la naturaleza, la psique y el mundo, debemos empezar a revisar
y expandir nuestra interpretación de la mente. Si vamos a «ir más allá de los
límites de esta isla, el universo, dentro de la cual se encuentra contenido
cada individuo», como lo expresó Aldous Huxley, si vamos a cumplir nuestro
papel «intencionado» en el cosmos, debemos abrirnos al anima mundi y al mundo
espiritual; debemos sintonizamos con la Gran Mente e intentar comprender
nuestra propia relación con esos sistemas más amplios en los que está inserta
la vida humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 180
En los últimos años, sin duda como reflejo o anticipación de
esta transición evolutiva, e impulsadas por los avances en la física y la
psicología analítica, han surgido nuevas concepciones de la mente y de su
relación con la materia en diferentes disciplinas; teorías que intentan salvar
la división ontológica y epistemológica entre la consciencia humana y el
cosmos, entre el conocedor y lo conocido, lo cual desafía radicalmente al
dualismo cartesiano que ha guiado la visión moderna del mundo. En las interpretaciones
filosóficas de la física moderna, presentadas por Fritjof Capra y David Bohm;
en la biología organicista de Rupert Sheldrake; en la teoría evolutiva de
sistemas de Capra, Ervin László y Erich J antsch; en la cosmología y ecología
de Brian Swimme y Thomas Berry; en la psicología analítica y transpersonal de
Jung, James Hillman y Stanislav Grof; en la fenomenología de Martin Heidegger y
Maurice Merleau-Ponty, y en la ecología de la mente de Gregory Bateson: en
todas éstas existe, a pesar de algunas diferencias importantes, una visión
común de la mente y la materia, y la mente y la naturaleza, como una «unidad
necesaria», por usar el término de Bateson.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 181
La teoría cuántica de campos ha demostrado que, en última
instancia, la demarcación física o separación entre las entidades y el entorno
es sólo una abstracción de la realidad indivisa que resulta aparente a nivel
cuántico: los seres humanos, aunque relativamente separados y autónomos, son
parte de un campo de energía ininterrumpido; pertenecen a lo que David Bohm
denominó el orden universal de la totalidad no dividida. De esto se sigue que,
del mismo modo que el ser humano está integrado en sistemas físicos más
amplios, la mente humana individual lo está en sistemas mentales mayores. Capra
sostiene:
En el orden estratificado de la naturaleza, las mentes
humanas individuales están integradas en las mentes mayores de los sistemas
social y ecológico, y éstas están integradas en el sistema mental planetario
-la mente de Gaia-, que a su vez debe participar en algún tipo de Mente Cósmica
o universal.
Aunque esta noción de mente cósmica es por supuesto
totalmente hipotética, es al mismo tiempo una consecuencia lógica de nuestra
aplicación de los conceptos sistémicos a la cosmología. Porque, al igual que la
mente humana individual está relacionada con las dinámicas de autoorganización
del ser humano, el cosmos, entendido como un sistema por derecho propio, debe
tener su propia mente, que, como Capra sugiere, estará relacionada con «las
dinámicas de autoorganización del universo». La mente cósmica, que se halla
presente en la estructura del universo y proporciona forma y orden a la
estructura material, es en esta visión el principio autoorganizador que dirige
el proceso de la vida.
De manera parecida, el sistema solar, con su propio patrón
de organización, también debe tener su propia forma de mente. Y si, como se ha
apuntado, el orden planetario es una expresión de este patrón de organización,
entonces, por definición, debe ser una expresión de la mente del sistema solar.
Está claro que esto tiene implicaciones importantes para comprender la
astrología, ya que sugiere que el patrón de los planetas, en vez de una mera
colección de cuerpos materiales inertes en movimiento mecánico, es en sí mismo
el resultado de una dimensión organizadora interior del ser. Así pues, las
posiciones, movimientos y alineamientos geométricos de los planetas deben ser
en realidad una expresión de la mente del sistema solar.
Lo que sostengo aquí, entonces, es que cuando los astrólogos
estudian las posiciones planetarias y sus relaciones y movimientos, quizá lo
que están haciendo es interpretar la forma en que las vidas humanas son
influenciadas, modeladas y animadas por esta mente superior. Quizá la razón de
que los movimientos planetarios tengan un significado, de que simbolicen los
patrones psicológicos profundos y los temas arquetípicos de la vida humana, es
que el propio sistema solar posee una dimensión interior. Quizá el orden
planetario refleje un principio de orden más profundo que también influye en el
mundo interior de la psique humana y lo dirige. Si es así, la astrología puede
definirse como el estudio de la mente del sistema solar.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 186
Es cierto que nos resulta muy inusual considerar la
existencia de una mente cósmica o pensar que el sistema solar tiene alguna
forma de mente, porque ello contradice radicalmente nuestra interpretación
habitual de lo que es la mente. Como hemos visto, estamos acostumbrados a
asociar la mente casi exclusivamente con los seres humanos: la mente se
interpreta en términos humanos como la capacidad exclusivamente humana para el
pensamiento, la reflexión, el proceso inteligente de orden superior, la razón y
la abstracción. Huelga decir que no es necesario atribuir esas mismas
cualidades a la mente cósmica; no estoy sugiriendo que la Tierra o el sistema
solar y el universo tengan el mismo tipo de mente que el ser humano. Pero esto
no excluye que existan otras formas de mente, de un tipo distinto al de la
mente humana (diferentes formas de inteligencia y de consciencia), que, aunque
quizá no estén tan agudamente enfocadas como la consciencia humana y carezcan
de la capacidad distintivamente humana para la reflexión, aun así trasciendan y
subsuman la mente humana individual por su profundidad y alcance. Pues si los
organismos simples poseen una inteligencia autoorganizadora y una dimensión
interior de algún tipo, entonces no cabe duda de que el universo en su conjunto
puede poseer también una inteligencia organizadora y una interioridad propias
que estén a la altura de su magnitud y grandeza. ¿ Es realmente posible que
sistemas autopoiéticos simples como las bacterias tengan mente pero el universo
en sí mismo, del que han surgido todas las formas de vida, carezca de una
inteligencia autoorganizadora o una dimensión interior y, por tanto, esté
desprovisto de mente?
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 188
La visión alternativa de la mente como coextensiva con la
materia, como algo que está interfusionado con el cosmos, representa obviamente
un alejamiento radical de nuestra interpretación habitual de la mente. Sin
embargo, creo que esta concepción sistémica de la mente, así como la idea de
que la mente es el «interior» del universo, resulta tan viable como la
perspectiva ortodoxa y, de hecho, ofrece ventajas explicativas importantes que
pueden ayudarnos a encontrar sentido a las sincronicidades y a las correspondencias
astrológicas, fenómenos inexplicables desde la perspectiva convencional. Si la
mente es inherente al sistema solar (si el sistema solar tiene su propia
dimensión interior), entonces apreciaremos mejor cómo las posiciones de los
planetas en el sistema solar pueden tener un significado interior, aplicable a
la vida humana. Si la mente no está localizada exclusivamente dentro del ser
humano, sino que se encuentra 205 en el «interior» del universo entero, y si la
mente humana individual está integrada en este «interior» universal, entonces
resulta mucho menos sorprendente que hallemos coincidencias significativas y
correspondencias simbólicas fuera de nosotros, en el mundo externo, que guarden
relación con nuestra propia experiencia subjetiva de significado. Y, de nuevo,
si la mente está relacionada con patrones y con las dinámicas de
autoorganización, y el orden planetario es una expresión de estos patrones,
tampoco debería extrañarnos que el estudio de las posiciones planetarias en la
astrología nos permita interpretar el significado interior de nuestro lugar en
el sistema solar.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 190
Aunque es comprensible que la astrología parezca compleja,
es de hecho una idea bastante sencilla. Simplemente transmite la noción de que
existe cierta forma de principio de ordenación universal responsable del orden
físico del cosmos, y que la experiencia humana está relacionada de manera
natural con este gran principio ordenador. Lo único que implica es que la
astrología puede ayudarnos a entender de qué modo este orden universal afecta a
las vidas humanas en la Tierra. Si bien esta interpretación de la astrología no
es totalmente nueva, lo más importante, creo, es que esta definición admite ser
formulada mediante la teoría moderna de sistemas; que los conceptos y
principios empleados en la teoría de sistemas nos permiten, cuando los
aplicamos al sistema solar, llegar a esta definición y expresar las bases
psicológicas de la astrología en un lenguaje moderno. Lejos de tratarse de un
sistema esotérico arcaico incompatible con el conocimiento moderno, como se
suele creer, la astrología resulta notablemente comprensible cuando se formula
desde la perspectiva organicista-sistémica emergente.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 191
Mientras que la teoría de sistemas nos proporciona un marco
conceptual para interpretar la relación de las partes individuales con el todo
e identificar el patrón de autoorganización inherente a la estructura del
sistema solar, la astrología nos puede permitir determinar el significado de
este patrón autoorganizado en las vidas humanas y, por tanto, añadir al enfoque
sistémico una profundidad arquetípica y simbólica. Mediante el estudio del
orden planetario del sistema solar, y relacionando con precisión este orden con
las vidas humanas individuales ubicadas en localidades específicas de la
Tierra, podemos expresar en un lenguaje arquetípico la «influencia» de este
todo mayor sobre sus partes: sobre las vidas humanas individuales. Así pues, es
posible considerar la práctica de la astrología, creo, como la interpretación
de los significados (cualitativos, temáticos, arquetípicos, míticos) del patrón
de autoorganización dinámico del sistema solar en su relación con la
experiencia humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 192
En la exploración de la psique humana llevada a cabo en la
investigación transpersonal, lo que empieza como una búsqueda interior, un gran
viaje hacia dentro en el dominio de lo inconsciente, conduce paradójicamente
hacia el exterior, hacia el cosmos. Más allá del mundo de los sentidos, más
allá de nuestros estados ordinarios de consciencia, encontramos una realidad
profundamente interconectada donde las rígidas dicotomías que parecen
indiscutibles y absolutas se disuelven para mostrarse bajo una luz diferente,
revelando su honda unidad e interdependencia. Y aunque apenas ha empezado a
recibir la consideración que merece dentro de las múltiples aproximaciones a la
psicología transpersonal, la astrología (en su forma arquetipal) ocupa en
potencia un lugar especial en la visión transpersonal, puesto que proporciona
una perspectiva cosmológica que nos permite entender mejor el contenido mítico
y arquetípico de todos nuestros estados de consciencia, ya sean mundanos o
numinosos, personales o transpersonales. De manera crucial, la astrología
arquetipal restaura la antigua conexión entre mythos y lagos, entre la
imaginación mítica y el orden del mundo racional-espiritual, y entre el mundo
interior y la cosmología. Esta capacidad debe mucho a Jung, cuya vida y obra
unen en una síntesis creativa las corrientes divergentes del empirismo
racional-científico y su propia sensibilidad mitológico-religiosa altamente
desarrollada.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 200
Los arquetipos y lo inconsciente colectivo Tras romper con
sus orígenes en el psicoanálisis freudiano clásico, la psicología analítica
junguiana ejerció una enorme influencia en el subsiguiente desarrollo del
movimiento de la psicología transpersonal y, en general, en nuestra comprensión
emergente del paisaje interior de la psique humana. Con Jung encontramos un
modelo de la psique que postula específicamente la existencia de niveles
colectivos profundos de la mente. Su psicología proporciona también la explicación
más clara del orden estructural inherente que existe en la psique humana,
alrededor del cual se organizan temáticamente nuestros pensamientos, imágenes,
fantasías y pulsiones.
Durante su trayectoria, Jung observó que las fantasías y
sueños descritos por sus pacientes no se podían rastrear en sus propias
historias personales. Algunas imágenes fantásticas estaban pobladas por motivos
y símbolos que parecían extraídos de las tradiciones mitológicas de nuestro
pasado colectivo. Para dar cuenta del origen del material fantástico mitológico
y arquetípico, Jung postuló que el modelo freudiano de lo inconsciente (de un
inconsciente biográfico personal consistente en memorias reprimidas y
pulsiones, deseos y miedos moralmente inaceptables) descansa sobre otro «nivel»
adicional más profundo, al que llamó inconsciente colectivo o psique objetiva.
Descubrió que la vida humana no sólo estaba motivada por pulsiones instintivas
enraizadas en la fisiología humana y en el material biográfico reprimido en lo
inconsciente personal, como creía Freud, sino que también se encontraba
modelada en lo inconsciente colectivo por imágenes y patrones mitológicos
universales. Desde el punto de vista de Jung, esta base profunda y estrato
colectivo de la psique sirve como «almacén» o «repositorio» de instintos,
imágenes arquetípicas y formas dinámicas detrás de la existencia humana;
asimismo, es «la matriz de experiencia», el terreno preexistente del cual surge
la personalidad individual centrada en el complejo del yo.
Jung descubrió que las imágenes y motivos de los mitos
griegos, el cristianismo, la alquimia, la mitología egipcia, los misterios
arcanos, el hermetismo y muchas tradiciones más se hallaban registrados en los
sueños y fantasías de los individuos modernos, a menudo modelando
inconscientemente nuestras experiencias a pesar de nuestras intenciones
conscientes. A través de la obra de Jung, los temas imperecederos de los mitos
demostraron ser parte integral de la estructura y el trasfondo del
funcionamiento de la psique.
Como hemos visto, estos temas están conectados a arquetipos
subyacentes, como el héroe, la sombra, el anima, el animus, el anciano sabio,
el niño, la gran madre y el sí-mismo.
Jung descubrió que la interacción de estos arquetipos es la
que forma el trasfondo inconsciente de las crisis, las aventuras y las
experiencias personales de la vida. Cada vida humana es la representación de un
drama con matices míticos y universales en un escenario contemporáneo personal.
Los motivos arquetípicos son siempre evidentes si miramos más allá del contexto
cultural y temporal en el que se desarrolla la vida. De ahí que las grandes
obras literarias muestren cierta cualidad intemporal; que las obras de
Shakespeare, por ejemplo, sean para nosotros tan relevantes como lo fueron en
su época, pues tratan los grandes temas arquetípicos de la experiencia humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 201
Jung concebía los arquetipos como principios a la vez
instintivos y espirituales, naturales y trascendentes. De hecho, el carácter de
los arquetipos es tan complejo que Jung creyó necesario emplear una amplia
variedad de términos para describirlos: dioses, patrones de comportamiento,
factores condicionantes, imágenes primordiales, dominantes inconscientes,
formas organizadoras, principios formativos, poderes instintivos o dinamismos,
por mencionar algunos. Sostiene además que los arquetipos son «disposiciones
activas y vivientes, ideas en el sentido platónico, que prefiguran nuestros
pensamientos, sentimientos y acciones e influyen en ellos de continuo». Por
tanto, Jung sitúa firmemente su teoría de los arquetipos en la tradición
mítico-platónica. Al igual que los dioses mitológicos, los arquetipos son los
principios formativos, superordinados a la consciencia y la voluntad humanas,
que estructuran, ordenan y animan nuestra experiencia vital. La obra de Jung
demostró que los dioses y los temas del mito siguen vivos en las profundidades
de la mente humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 203
Como detalle destacado, el fracaso al tratar las
suposiciones filosóficas implícitas en la psicología junguiana ha encontrado
limitaciones conceptuales cuando el pensamiento de Jung ha sido importado por
la astrología. Esto ha llevado en algunos casos a malinterpretar tanto la
naturaleza de los principios planetarios astrológicos como el significado de la
carta astrológica natal. Los críticos de la astrología psicológica han alegado
que al conectar de manera simplista los planetas con los arquetipos junguianos,
por ejemplo, y al definir la carta astrológica natal como un mapa de la psique,
la astrología ha sido reducida en la práctica a mera psicología, preocupada
únicamente por la interioridad humana y relacionada sólo de forma incidental
con el mundo exterior. La influencia de las psicologías analítica, humanista y
transpersonal del siglo XX ( cada una de las cuales adoptó hasta hace poco una
perspectiva individualista, centrada en la persona, o fijó principalmente su
atención en la naturaleza intrapsíquica de la experiencia humana) ha conducido,
en la astrología moderna, a un énfasis exagerado en la psicología del
individuo, a menudo a expensas de la valoración de nuestras relaciones con
otras personas y nuestra participación en los ciclos planetarios colectivos
referentes al Zeitgeist y a los sucesos del mundo. Bajo la influencia de la
psicología y la ciencia, la astrología psicológica ha asumido con frecuencia un
punto de partida antropocéntrico y cartesiano, de modo que la psique individual
se ha interpretado tácitamente como algo que existe de forma bastante
independiente del mundo exterior y de las demás psiques individuales. En la
raíz de estas dificultades yace la interpretación filosófica de la relación
entre psique y cosmos y entre los planetas y los principios arquetípicos.
(…)
Así pues, en la teoría de Jung de los arquetipos tenemos un
modelo psicológico que identifica explícitamente un patrón inherente de
autoorganización dentro de la psique inconsciente. De este modo, permite una
comparación directa con nuestro modelo de sistemas del sistema solar. Tanto la
psique como el cosmos pueden conceptualizarse en cuanto sistemas. Ambos modelos
reconocen que los patrones de organización dentro de estos sistemas son
pluralistas, en el sentido de que están formados a partir de múltiples centros
o componentes. Mientras que los planetas se identifican como los componentes
principales del patrón del sistema solar, los arquetipos son los componentes
principales del patrón de organización de la psique humana. Ambos patrones,
además, parecen estar organizados según los principios del número y la
geometría. Y en los dos casos, estos patrones forman un contexto de fondo más
amplio de la experiencia humana: el orden planetario es el contexto de fondo de
nuestra vida física en la Tierra, y el orden arquetípico es el contexto de
fondo de nuestra vida psicológica. Simbólicamente, los dos patrones existen en
paralelo: uno en el espacio exterior, rodeando la vida en la Tierra, y el otro
en lo inconsciente colectivo, el entorno psicológico que «rodea» la consciencia
del ego; un patrón es exterior, se halla en lo profundo del espacio, mientras
que el otro es interior, se halla en lo profundo de la psique humana. Dadas
estas similitudes y paralelismos sugerentes entre los sistemas cosmológicos y
la teoría arquetípica, resulta razonable preguntarse si de hecho el patrón de
autoorganización del sistema solar y el orden arquetípico de la psique no
serán, en la raíz, uno y el mismo. Si la mente y la materia son aspectos
diferentes del proceso unitario de la vida, entonces, lógicamente, tendría
sentido que compartieran el mismo patrón de organización y que existiera un
orden subyacente único común a la psique y al cosmos. Parece factible, por
tanto, que la idea sistémica de la mente del sistema solar (de la dimensión
interior del sistema solar) se relacione con la idea de Jung de lo inconsciente
colectivo. Quizá, abordado desde el interior a través de la experiencia
psicológica humana, el orden arquetípico de la psique inconsciente sea la forma
en la que experimentamos en realidad la mente del sistema solar.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 205-212
En sus últimos trabajos, Jung traza cuidadosamente una
distinción entre la forma más profunda de arquetipo (el arquetipo per se) y las
imágenes arquetípicas o representaciones que brotan de esta forma subyacente.
Para Jung, los arquetipos son, en su naturaleza esencial, «factores
trascendentales irrepresentables» de los que surgen las imágenes arquetípicas
asociadas. De acuerdo con Jung, lo que experimentamos en sueños y fantasías son
las imágenes arquetípicas, emanaciones del arquetipo, pero no el arquetipo en
sí, cuya naturaleza «trascendental» definitiva no se puede experimentar
conscientemente, sino sólo intuirse o suponerse. La forma básica del arquetipo
sigue trascendiendo a la consciencia que la percibe y a su forma particular de
manifestarse. Por tanto, los arquetipos parecen tener dos dimensiones
relativamente distintas: por un lado, son imágenes arquetípicas que experimenta
la psique humana y, por otro, los principios trascendentales y formas
organizadoras que parecen subyacer en la psique y el cosmos, proporcionando a
ambos un orden formativo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 218
Los arquetipos planetarios en la astrología parecen estar
relacionados con estos principios arquetípicos trascendentes más profundos, en
el sentido de que las imágenes y dioses del mito son derivaciones más
específicas. Por ejemplo, el arquetipo planetario de la Luna incluye en su
abanico de significados los tres arquetipos junguianos del anima, la madre y el
hijo, y posee asociaciones adicionales con otras situaciones y fenómenos
arquetípicos, incluyendo el hogar, el útero, la matriz del ser, la mujer en
general y el principio femenino. De manera similar, el arquetipo planetario de
Júpiter, como principio general de expansión, elevación y abundancia, es transmitido
en parte por muchos roles arquetípicos diferentes, como el profesor, el
predicador, el explorador, el aventurero, el derrochador libertino y el jugador
profesional. Se relaciona también con las experiencias arquetípicas del éxito,
el botín y la gloria suprema, y cada uno de esos motivos y roles reflejan de
formas diferentes el significado central subyacente en el arquetipo planetario.
Aunque puede existir una imagen arquetípica asociada a cada situación típica de
la vida, como dijo Jung, parece existir un número limitado de principios
centrales de los que surgen las imágenes y representaciones arquetípicas más
específicas, y por lo visto los arquetipos planetarios de la astrología guardan
relación con esos principios centrales.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 218
«Un contenido arquetípico», explica Jung, se expresa a sí
mismo, en primer lugar y ante todo, mediante metáforas. Si un contenido debe
hablar del Sol y se identifica con el león, el rey, el oro atesorado por un
dragón o el poder que garantiza la vida y la salud del hombre, no es una u otra
de estas cosas, sino más bien una tercera desconocida, que encuentra una
expresión más o menos adecuada en todos estos símiles, pero que permanece
ignota y no se puede encajar en una fórmula, para disgusto constante del intelecto.
Los arquetipos planetarios apuntan a este algo desconocido
que está detrás de las imágenes y los motivos específicos. En este caso, las
diversas imágenes y motivos citados por Jung (el sol, el león, el rey, el oro,
la vitalidad, la fuerza vital) se asocian en todos los casos con el arquetipo
planetario del Sol y se relacionan con el signo zodiacal de Leo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 11
De forma similar, Joseph Campbell reconoce en la mitología
que las formas específicas de los dioses son expresiones de unos principios
subyacentes más fundamentales. «El dios», observa, «puede aparecerse bajo una
forma o varias a la vez: antropomórfica, teriomórfica, vegetal, celestial o
elemental [...], que deben reconocerse como aspectos de un único principio
polimorfo, simbolizado en todos ellos pero que va más allá.»' Los dioses deben
permanecer «transparentes a la trascendencia», como le gustaba decir a
Campbell, de manera que más allá de cualquier forma particular de un dios
podamos ver el misterio y el poder profundo que oculta dicha forma.' Aquí puede
resultar útil trazar una distinción entre la función ordinaria del arquetipo
(que estructura y anima temáticamente la experiencia humana) y la experiencia
arquetípica directa. En la exploración psicológica analítica, o en instantes
culminantes de apertura, receptividad e inspiración, podemos tener un encuentro
directo con el dominio de los arquetipos en todo su poder e intensidad, sin
ataduras, una experiencia que se distingue por un sentimiento de lo numinoso,
de misterio y sobrecogimiento, por un poder inmenso que recorre el cuerpo, una
conmoción religiosa, una excitación emocional, una sensación de tener los
nervios a flor de piel, una ardiente elevación moral, una fuerza demoníaca o
incluso maligna, una belleza abrumadora y un acusado sentido de la certeza o
verdad. En momentos así, nos da la impresión de que nos hemos adentrado
verdaderamente en el reino de los dioses. «Siempre que entramos en contacto con
un arquetipo», observa Jung, «establecemos una relación con factores
transconscientes y metafísicos.» De hecho, la experiencia numinosa de los
arquetipos proporciona un sentimiento de certeza, de haber hallado una
auténtica realidad superior, por decirlo así; de que ciertamente hemos sido
tocados por un poder trascendente.3º Aunque no podemos asegurarlo, cualquiera
que haya experimentado de esta manera un encuentro directo con el poder
numinoso de un arquetipo, que haya vivido el impacto de un proceso arquetípico
activado, tendrá la firme convicción de que estos poderes dinámicos son las
verdaderas fuerzas que modelan la realidad, no meras imágenes psicológicas
interiores o impresas fisiológicamente en los hábitos biológicos. A la vista de
su estatus como principios que trascienden su manifestación en la psique y en
el cosmos, somos capaces de presentar con más confianza la idea de que los
principios arquetípicos pueden estar relacionados con el patrón de
autoorganización subyacente en el sistema solar. Pues al igual que la
cosmología sistémica, en la que el orden cosmológico externo está también
relacionado con la mente y con la dimensión interior de las cosas, en la
psicología analítica junguiana el orden arquetípico se relaciona tanto con el
dominio interior de la psique humana como con el exterior del cosmos. Las dos
formulaciones (la cosmología sistémica y la psicología junguiana) reconocen un
orden subyacente intrínseco a la psique y al cosmos, pero que parece trascender
sus manifestaciones en cada dominio, lo que apunta, creo, a un orden más
profundo que sustenta a ambos.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 220
Así pues, cuando Jung descubrió la base arquetípica de la
psique fue como si no sólo se tropezara con un orden psicológico dentro de una
mente humana encapsulada, sino también con un orden inherente al tejido de la
realidad en su conjunto. Y aunque este orden se tornaba visible a partir del
examen de los productos imaginales de la psique (en los sueños y fantasías, por
ejemplo), se mostraba asimismo en la disposición temática y en los patrones de
sucesos del mundo exterior y de la naturaleza, como revelan las
sincronicidades.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 221
La interpretación cosmológica de la psicología junguiana, de
manera parecida a la cosmología sistémica, implica que lo que normalmente
imaginaríamos como un patrón cosmológico externo formado por los planetas en el
sistema solar y como un orden psicológico interno formado por los arquetipos
son, muy posiblemente, diferentes formas de manifestación del mismo patrón de
autoorganización subyacente, diferentes formas en que este patrón organizador
se manifiesta en nuestra experiencia vital. Parece probable que estos dos
patrones que hemos examinado (el planetario y el arquetípico) sean de hecho
expresiones de un único y mismo patrón de organización perteneciente a una
dimensión subyacente o trascendente de la realidad, que es la base común de la
psique y el cosmos. Creo que es en este patrón subyacente común donde se
fundamenta la correspondencia astrológica entre los planetas y los arquetipos
planetarios. Si todos los individuos están relacionados unos con otros a través
de la dimensión arquetípica de la psique; si la psique inconsciente colectiva
es semejante a un campo, al mar o a la atmósfera que nos rodea, y no un dominio
interior encapsulado; si los arquetipos son principios ordenadores
multidimensionales que influyen en la naturaleza y el mundo externo a la vez
que en la psique; y si existe una identidad subyacente de las dimensiones
psicológica y física de la realidad (todas ellas proposiciones presentadas por
Jung), entonces nos queda una visión de la psique como algo muy parecido al
antiguo concepto de anima mundi o psique cósmica.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 231
Aunque Jung pretendía hacer una distinción clara entre la
psique individual (es decir, el ego y lo inconsciente personal) y la psique
transpersonal (lo inconsciente colectivo), su interpretación de la relación
entre las dos está lejos de no resultar ambigua, especialmente teniendo en
cuenta que su visión de la naturaleza de lo inconsciente colectivo parece haber
sufrido un cambio importante en sus últimos trabajos. En sus períodos temprano
y medio, aunque reparó en que la psique era una dimensión colectiva o
transpersonal, la concebía como una mente humana individual con una «capa»
colectiva. Intentó localizar la base de lo inconsciente colectivo o
transpersonal dentro de la persona individual, en la estructura del cerebro
humano. Más tarde pareció empezar a interpretar la psique como una especie de
campo universal en el que se situaba la consciencia humana. Lo inconsciente
colectivo, desde este último punto de vista, no depende de la estructura del
cerebro ni se halla dentro de la persona individual, sino que es más bien un
único campo psicológico colectivo o transpersonal (en palabras de Jung, «un
campo de experiencia de extensión ilimitada») en el que vivimos todos, que
impregna el mundo que nos rodea y en el cual está integrado el ego consciente,
la personalidad individual.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 231
La astrología y la psique cósmica
Las consideraciones anteriores en conjunto nos deparan dos
maneras nítidamente distintas de ver la psicología de Jung, que ahora intentaré
resumir y contrastar de manera sucinta. En los modelos tradicionales,
originados en los períodos inicial e intermedio de Jung, el término psique
parece referirse a una mente individual separada, situada «dentro»
de la persona individual, que proyecta significado en una
realidad objetiva incognoscible esencialmente neutral. Lo inconsciente
colectivo es una capa profunda en el interior de cada psique individual, y los
arquetipos se encuentran replicados dentro de cada uno de nosotros en esta capa
colectiva.
Todos estamos relacionados con lo inconsciente colectivo
porque en nuestro interior se encuentran replicadas las mismas estructuras
psicológicas, heredadas al nacer. Cada uno tenemos un ego, un inconsciente
personal, un inconsciente colectivo, una sombra, una persona, un anima o un
animus, etcétera, debido a nuestra estructura psicológica innata, y esto está
relacionado de algún modo con la estructura hereditaria del cerebro.
Por contraste, según nuestra interpretación cosmológica
alternativa, que se basa en su mayor parte en las ideas tardías de Jung, el
término psique se refiere en primer lugar a una única psique cósmica en cuyo
interior se sitúan todas las psiques individuales. En vez de muchas psiques
individuales, cada una con su propia capa de inconsciente colectivo, existe un
solo inconsciente colectivo que todos compartimos y en el que todos
participamos. Existe un solo conjunto de principios arquetípicos multidimensionales
subyacentes en la psique y en el cosmos con el que todos estamos relacionados.
Aunque se experimenta principalmente a través de la interioridad humana, la
psique cósmica no está contenida realmente dentro de nosotros, sino que es más
bien una especie de campo universal que nos rodea, conectado íntimamente con el
mundo exterior, con la naturaleza y con el cosmos. Los principios arquetípicos
son las formas organizadoras y los poderes creativos de esta psique cósmica
transpersonal. Todos tenemos una relación única con los principios
arquetípicos, y esto, en la psicología individual, se refleja en nuestros
propios complejos personales y en nuestras experiencias individuales de las
imágenes arquetípicas junguianas.
La transición del pensamiento de Jung, presentada más arriba
en términos crudamente contrastados para que se identifiquen con facilidad, nos
ayuda a apreciar y comprender sus diversos intentos de encontrar una base
física o material de los arquetipos. Podemos ver que mientras la psique se
conciba sólo como una mente individual separada con su propia capa colectiva,
tendrá sentido buscar una base material para lo inconsciente colectivo y los
arquetipos en la fisiología humana, en el cuerpo humano individual. De ahí el
punto de vista temprano de Jung de los arquetipos como vías cableadas en el
cerebro y el sistema nervioso. Sin embargo, si lo inconsciente colectivo
pertenece a una psique cósmica en la que todos participamos, entonces su base
material o correlación no puede ser el cuerpo o el cerebro individual, sino el
propio cosmos. Al igual que la mente individual está relacionada necesariamente
con el cuerpo individual, la psique cósmica debe relacionarse con el «cuerpo»
del cosmos, por decirlo así. Y si los principios arquetípicos tienen en sí
mismos una dimensión material, entonces tendría más sentido que ésta estuviera
situada o reflejada en el «organismo» más amplio del cosmos, y no dentro del
ser humano individual.
Cuando se aplican a la astrología, las dos interpretaciones
de las ideas de Jung proporcionan explicaciones radicalmente diferentes de la
relación entre los planetas y la experiencia humana. En línea con el primer
modelo, y con una visión de la astrología que Jung mantuvo al parecer hasta
bien avanzada su vida, la relación entre los planetas y la experiencia humana
se explica generalmente como una forma de proyección antropomórfica de la
psique en los cielos, es decir, como una proyección de lo inconsciente
colectivo (entendido como un dominio interior radicalmente separado) en el
cosmos exterior. En esta interpretación, los planetas se ven, bastante
correctamente, no como influencias causales materiales detrás de la vida humana
sino (y aquí es donde el asunto se vuelve más problemático) como entidades que
pueden ser utilizadas simplemente para reflejar los patrones arquetípicos de la
experiencia humana. El significado arquetípico de los planetas, según esta
explicación, existe sólo dentro de la psique humana individual (de nuevo
interpretada en términos cartesiano-kantianos como un dominio interior
radicalmente separado del cosmos).
Los propios planetas están inherentemente desprovistos de
significado, excepto por el que se les atribuye mediante actos de proyección
simbólica inconsciente. Se supone que los cuerpos planetarios sirven como un
medio adecuado y conveniente en el que proyectar las cualidades y principios
arquetípicos contenidos en lo inconsciente colectivo, en el sentido de que son
matemáticamente predecibles y forman un patrón objetivo en el cielo que se nos
puede aplicar a todos. La relación entre el planeta y el arquetipo, entendida
como una forma de proyección, no tiene bases ontológicas firmes; no existe una
forma de relación más profunda inherente a la naturaleza de las cosas que
vincule específicamente los planetas con los arquetipos.
Sin embargo, la interpretación cosmológica sugiere una
relación mucho más estrecha entre planetas y arquetipos.
Si los arquetipos son principios organizadores
multidimensionales que pertenecen a la psique y al cosmos, no se plantea la
cuestión de proyectar significados arquetípicos por encima de la división
cartesiana entre lo inconsciente colectivo y los cielos; más bien, el
significado arquetípico ya está presente a través del cosmos como su capacidad
de autoorganización, estructurando el mundo en que vivimos y modelando nuestra
experiencia psicológica simultáneamente. Lo inconsciente colectivo no es un
dominio psicológicamente separado, sino que en sí mismo forma parte de la
naturaleza: es la dimensión interior del mundo material.
De este modo, los patrones de la naturaleza y del cosmos son
expresiones de lo inconsciente colectivo. Nos transmiten su significado de
forma física. La propia estructura profunda de la psique se manifiesta a la vez
en la estructura profunda del cosmos.
La interpretación cosmológica de la psicología junguiana, de
manera parecida a la cosmología sistémica, implica que lo que normalmente
imaginaríamos como un patrón cosmológico externo formado por los planetas en el
sistema solar y como un orden psicológico interno formado por los arquetipos
son, muy posiblemente, diferentes formas de manifestación del mismo patrón de
autoorganización subyacente, diferentes formas en que este patrón organizador
se manifiesta en nuestra experiencia vital. Parece probable que estos dos
patrones que hemos examinado (el planetario y el arquetípico) sean de hecho
expresiones de un único y mismo patrón de organización perteneciente a una
dimensión subyacente o trascendente de la realidad, que es la base común de la
psique y el cosmos. Creo que es en este patrón subyacente común donde se
fundamenta la correspondencia astrológica entre los planetas y los arquetipos
planetarios.
Si todos los individuos están relacionados unos con otros a
través de la dimensión arquetípica de la psique; si la psique inconsciente
colectiva es semejante a un campo, al mar o a la atmósfera que nos rodea, y no
un dominio interior encapsulado; si los arquetipos son principios ordenadores
multidimensionales que influyen en la naturaleza y el mundo externo a la vez
que en la psique; y si existe una identidad subyacente de las dimensiones
psicológica y física de la realidad (todas ellas proposiciones presentadas por
Jung), entonces nos queda una visión de la psique como algo muy parecido al
antiguo concepto de anima mundi o psique cósmica. Dado este hecho, nos vemos
obligados a considerar seriamente este tipo de lectura cosmológica de la
psicología de Jung que he esbozado aquí.
Por supuesto, enfatizar la naturaleza cósmica de la psique
de esta manera no reduce la integridad y la independencia de la psique
individual, que sigue siendo en este planteamiento un todo relativamente
autónomo contenido en el todo mayor de la psique cósmica. Como hemos visto, la
psique individual, al centrarse en el ego consciente, ha emergido a lo largo de
la historia y se ha ido diferenciando gradualmente de su matriz colectiva. La
psique individual, con su consciencia claramente definida, parece ser un logro
del proceso entero de la evolución cósmica, y es esta consciencia diferenciada
la que ahora puede, según creo, iluminar y prestar servicio a la gran psique de
la cual ha surgido.
La interpretación cosmológica del pensamiento de Jung sitúa
a la psique individual en el interior de un inconsciente colectivo
transpersonal que es coextensivo con el cosmos, y esta psique transpersonal
debe ser revelada y dada a conocer a sí misma, en la consciencia del ego
individual y a través de ésta.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 227
Desde una perspectiva filosófica, Jung, Bohm, Capra y Teilhard
de Chardin pueden considerarse abogados de una forma de monismo de doble
aspecto, a la vez que incorporan algunos aspectos del monismo neutral. Según la
perspectiva del doble aspecto, la realidad se compone de una única sustancia (a
la que me estoy refiriendo como energía) que adquiere dos formas fundamentales:
materia y mente. En el análisis filosófico, el monismo de doble aspecto suele
representarse como epistémicamente dualista y ontológicamente monista. Esto
significa que existe una unidad subyacente de mente y materia, en el sentido de
que son aspectos de la misma realidad, aunque el conocimiento humano de los dos
dominios es relativamente distinto. Además, de acuerdo con la forma concreta de
monismo de doble aspecto que estoy manejando aquí, existe una especie de
paralelismo simbólico entre mente y materia, ya que ambas están estructuradas y
ordenadas por el mismo conjunto de arquetipos fundamentales." El elemento
monista neutral, presente en las ideas de Jung y especialmente de Bohm, es la
suposición de que mente y materia, como dos aspectos de una realidad unitaria,
son expresiones de una tercera categoría más fundamental (y en última instancia
son reducibles a ella), una sustancia subyacente única que no es ni mente ni
materia. Aunque estas dos respuestas al problema mente-materia no estén libres
de críticas, un monismo de doble aspecto o neutral del tipo esbozado vagamente
por Jung y Bohm presenta, a mi modo de ver, las mejores perspectivas para unir
el pensamiento científico moderno y la psicología analítica dentro de un marco
espiritual y metafísico.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 243
En su asociación con el significado y la organización
subyacente de la realidad, la noción de Bohm del orden superimplicado parece corresponderse
en líneas generales con la dimensión arquetípica de la psique y la capacidad
autoorganizadora de la mente cósmica. El orden superimplicado puede así ser la
base de las relaciones significativas entre fenómenos que no están relacionados
causalmente, el medio que sustenta los patrones de significado arquetípico
reconocidos en la astrología. Claramente, si en el nivel implicado las cosas se
interpenetran mutuamente, como postula Bohm, entonces no tienen que estar
necesariamente en contacto físico directo, o ser parte de una cadena causal
lineal en el orden explicado, para que exista algún tipo de relación entre
ellas. Si en el nivel implicado de la realidad todo está en esencia plegado con
todo lo demás en un campo unificado de energía, entonces resulta imposible
imaginar cómo cosas que están espacial y temporalmente desconectadas en el
orden explicado del espacio y el tiempo pueden todavía guardar relación a
través del significado en este nivel más profundo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 247
Ciencia y espiritualidad
Con la hipótesis de Bohm, tenemos una explicación teórica
que es congruente con nuestra anterior conjetura (y que por tanto la sustenta)
sobre la identidad subyacente de la psique y el cosmos y su base arquetípica
común. Las ideas de Bohm, basadas en una interpretación filosófica consistente
con las ecuaciones matemáticas y los descubrimientos experimentales de la
física cuántica, parecen casar con la conjetura de Jung sobre el unus mundus y
el trasfondo arquetípico trascendental más profundo de la realidad. Como hemos
visto, tanto Jung como Bohm reconocían que nuestra experiencia del mundo tiene
un trasfondo inconsciente desconocido. Los dos llegaron a la conclusión de que
la psique y el cosmos son aspectos diferentes de una realidad unitaria. Los dos
sentían que el concepto de energía sería fundamental para expresar una visión
del mundo unificada que tendiera un puente sobre el abismo que se abre entre
las dimensiones interior y exterior de la realidad. Y, por último, ambos
pensadores reconocían que el significado es intrínseco a la organización
profunda del universo. Sin embargo, a pesar de que estos paralelismos
demuestran que, a nivel teórico al menos, existe una convergencia claramente
discernible, en la práctica las ciencias de la física y la psicología analítica
siguen manteniéndose a cierta distancia. Con el tiempo, no es imposible que se
alcance algún tipo de síntesis plausible. Mucho depende de la respuesta de la
comunidad científica en las próximas décadas.
Es este tipo de síntesis entre la psicología analítica y las
ciencias físicas lo que puede proporcionar la base para una nueva visión del
mundo fundamentada espiritualmente, que sea capaz de contribuir a conciliar la
división dañina entre la interioridad humana y el mundo exterior. Esta síntesis
puede permitirnos expresar con una terminología moderna una visión del mundo
que comparte ciertos elementos esenciales con las concepciones mística y mítica
de la naturaleza de la realidad. Para la visión mística de la realidad resulta
esencial la idea de que detrás de los dominios físico y mental hay un
territorio espiritual más profundo que es la fuente creadora y generadora de
todo cuanto existe; la revelación de este territorio unitario detrás de la
diversidad superficial y la separación aparente es una característica
definitoria de la experiencia mística. En el gnosticismo, por ejemplo, el
territorio del ser recibe el nombre de pleroma, la «plenitud divina», que
despliega a partir de sí misma la sucesión de eones cósmicos y contiene los
arquetipos prefísicos que el Creador inferior o Demiurgo replica de manera
imperfecta en la forma de dioses planetarios o arcontes.
En el misticismo cabalista judío, una idea similar se
designa como «el mundo del "Sefirot"», que, según Gershom Scholem,
emerge del EinSof (el Dios Desconocido) y es «un dominio completo de divinidad,
que subyace en el mundo de nuestros sentidos-datos y que está presente y activo
en todo cuanto existe». En el hinduismo, el término Brahman designa el
territorio generador del ser del que surgen todas las formas. Y la filosofía
idealista alemana también articula el concepto de un territorio subyacente.
Tanto Schelling como Von Hartmann, por ejemplo, sostienen que lo inconsciente
es la base de la existencia consciente y que, como lo expresa Von Hartmann, hay
«una identidad absoluta de la Mente en nosotros y la Naturaleza fuera de
nosotros».3º Esta idea también está presente en el concepto de la Voluntad de
Schopenhauer.
En las tradiciones platónica, pitagórica y gnóstica no se
hace hincapié en el territorio subyacente de la realidad, sino en el reino
metafísico trascendente de las Formas. La idea de una dimensión ordenadora
trascendente es otra suposición fundamental en muchas concepciones
místico-filosóficas de la naturaleza de la realidad. De hecho, la conjetura de
Jung sobre la naturaleza pitagórica de los arquetipos numéricos y la teoría de
Bohm de un orden superimplicado recuerdan en ciertos aspectos a las filosofías platónicas
y neoplatónicas de las Formas y las Ideas que guían la psique humana y
estructuran el mundo material. Antes de Platón, el filósofo griego Heráclito
postuló la existencia de un logos universal, un principio según el cual todas
las cosas del flujo fenoménico están ordenadas y relacionadas. Y en la
filosofía taoísta china, flujo y orden se reconcilian en el término único Tao.
Interpretado normalmente como «el camino», el Tao es el
principio cósmico del orden fluyente que constituye el patrón oculto de
significado en el cosmos y proporciona la fuente y el sentido subyacente de
todos los cambios.
Así pues, en esencia el modelo de Bohm es una reelaboración
en lenguaje científico de lo que sólo admite ser descrito como la concepción
espiritual de la naturaleza de la realidad.
Se apoya en estos dos postulados fundamentales: una base
dinámica de energía subyacente en la psique y el cosmos, y una dimensión
ordenadora de la realidad de un nivel más elevado. Si unimos lo que hemos
considerado sobre Jung y la psicología arquetipal, sobre la teoría de sistemas
y el nuevo organicismo, sobre Bohm y la visión de la física moderna, si sacamos
de todo ello una síntesis creativa, podemos esbozar provisionalmente una
fórmula cosmológica, por decirlo así, que nos capacita para vislumbrar el complejo
proceso de despliegue ontológico necesario para comprender la astrología. Esta
fórmula tiene tres elementos:
1. Una base dinámica de energía, el orden implicado del
holomovimiento, que es la matriz generadora de la existencia.
2. Esta base se despliega en la realidad manifiesta según un
patrón de autoorganización subyacente, al que Bohm denomina el orden
superimplicado.
3. El patrón subyacente permea y guía los dominios
explicados de la psique y el cosmos manifiestos y se encarna en ellos.
En un lenguaje más esotérico, lo anterior se puede expresar
así: r. Espíritu como la base divina de todo.
2. El despliegue del Espíritu está guiado y ordenado por el
logos universal, la inteligencia de la mente cósmica.
3. Este proceso crea y sustenta el unus mundus del cosmos
físico y la psique. A continuación, la psique y el cosmos se diferencian en
dominios relativamente distintos dentro de esta realidad unitaria; son
diferentes formas de expresión de la base subyacente de energía espiritual Y
esta combinación de la teoría de Bohm con nuestra cosmología arquetipal nos
permite seguir desarrollando nuestro intento de comprender las bases de las
correlaciones astrológicas, al proporcionarnos una apreciación más profunda del
significado asociado al orden planetario del sistema solar y expresado por
éste. Aunque el sistema solar puede verse en su superficie como un mero sistema
físico y los movimientos de los planetas explicarse mediante modelos
mecanicistas, al mirar debajo de la superficie podemos imaginar el sistema
solar como un proceso de energía dinámico dentro de la totalidad universal, con
su propia autoorganización inherente, un orden inherente que da lugar a su
forma física exterior y la recrea por completo en todos y cada uno de los
momentos. Si Bohm tiene razón, tanto mente como materia se despliegan a partir
de la base dinámica del holomovimiento según un principio de ordenación
superimplicado; y si Capra tiene razón, ambas poseen un patrón de organización
que permite afirmar que los patrones materiales sustentan la emergencia
progresiva de la mente, si bien estos patrones materiales son modelados a su
vez por niveles de organización de la mente más profundos. Mente y materia
están mutuamente implicadas. En el contexto de nuestra cosmología arquetipal,
podemos decir que, en un proceso de emanación ontológica, el holomovimiento se
despliega de acuerdo con un patrón dimensional superior de significado, creando
tanto el dominio psicológico como el dominio físico de la experiencia. Podemos
imaginar que el flujo dinámico de energía (proceso) y la dimensión
autoorganizada arquetípica (patrón) dan lugar al universo material resultante,
desplegado en el espacio y el tiempo (estructura). Así pues, tanto el cosmos
como la psique admiten ser considerados expresiones derivadas de una energía
vital fundamental, que se despliegan a partir del holomovimiento y se ajustan a
un patrón conforme a un orden arquetípico subyacente, de modo que el
significado sea inherente a la realidad manifiesta del orden explicado.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 247
La conclusión lógica de lo anterior es que la totalidad del
universo físico puede verse como una expresión de la base del ser en su forma
manifiesta tridimensional. El universo sería entonces la apariencia exterior de
la base, y la psique, su aspecto interior. Por tanto, la realidad física es una
suerte de dinamismo congelado, recreado momento a momento, que revela algo
esencial sobre las fuerzas modeladoras subyacentes que la originan,
descubriendo el significado profundo de la realidad espiritual sobre la que
descansa.
El Cosmos Arquetipal, página 256
Cada planeta del sistema solar es una forma material
derivada de un principio arquetípico subyacente inherente a la base dinámica.
Así como la base se despliega creando, destruyendo y recreando el cosmos a
partir de sí en cada momento, los principios arquetípicos, las fuerzas
modeladoras de significado y poder que hay detrás de este proceso están
representadas en la estructura resultante del cosmos. La disposición y la
composición del sistema solar son tales que cada planeta es una representación
significativa de un principio arquetípico específico. Si esta interpretación es
correcta, bien puede ser que mientras contemplamos el orden planetario del
sistema solar, mientras admiramos con embeleso el cielo estrellado, estemos
mirando, en cierto sentido, la parte del universo físico que corresponde a las
profundidades de la psique, una expresión simbólica de la base subyacente tanto
en la psique como en el cosmos. Cuando miramos el cielo estrellado en pos de
los movimientos de los cuerpos planetarios, tal vez lo que presenciamos sea una
expresión material visible del patrón cambiante de relaciones que se establecen
entre los principios arquetípicos inherentes a la base del ser.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 257
Cuando abordamos la relación entre los planetas y los
arquetipos planetarios, observamos, como regla general, que la distancia física
de los planetas al Sol parece guardar relación, hasta cierto punto, con la
«distancia» psicológica a la consciencia humana de los principios arquetípicos
correspondientes. Es como si existiera una correlación simbólica entre la
extensión del espacio exterior y la profundidad de la psique (sugerida
metafóricamente por términos como «espacio profundo» y «las profundidades del
espacio»), de modo que la distancia de los planetas parece reflejar la
«profundidad» de esos principios arquetípicos en la psique, y, en consecuencia,
indica lo difícil que será relacionarlos con el ego consciente e integrarlos
constructivamente en la vida humana. Dado que todos los arquetipos planetarios
parecen estar enraizados en la base subyacente de la realidad, todos son, en
este sentido, igual de fundamentales; ninguno es más profundo o importante que
otro cualquiera. De modo que la belleza, relacionada con el arquetipo de Venus,
lo impregna todo; la Luna está asociada con la matriz que contiene al propio
ser; la estructura saturnina se halla presente por todas partes en el universo.
Desde otra perspectiva, sin embargo, parece evidente cierta secuencia
significativa cuando consideramos el lugar y la función de los arquetipos
planetarios en la evolución de la consciencia humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 258
Los astrólogos han reconocido que, si se aplican
específicamente a la psicología humana, las luminarias ( el Sol y la Luna) y
los planetas interiores (Mercurio, Venus y Marte), ubicados relativamente cerca
de la Tierra, están relacionados con las dinámicas básicas de la personalidad
humana, como la identidad consciente y la individualidad ( el Sol), la
dimensión emocional basada en sentimientos de la personalidad (la Luna), la
inteligencia, la comunicación y la percepción (Mercurio), el placer, el amor romántico,
las evaluaciones y las respuestas estéticas (Venus), y la autoaserción, la
agresión y el impulso a actuar (Marte). Aunque estos princ1p1os arquetípicos
poseen una autonomía relativa y nunca están del todo bajo nuestro control
consciente (no podemos, por ejemplo, invocar la ira a voluntad o elegir si algo
nos gusta o no), son sin embargo inmediatamente accesibles a la consciencia y
parte integral del funcionamiento de la personalidad en todas las dimensiones
de la experiencia humana. Se relacionan, en sí mismos, con la dimensión
personal de la vida humana. Desplazándonos hacia fuera, alejándonos del Sol y
más allá del cinturón de asteroides al otro lado de Marte, la díada planetaria
de Júpiter y Saturno simboliza principios arquetípicos que, según los
astrólogos, forman un «puente» entre el dominio de la experiencia personal y el
de la colectiva, con referencia en particular a la relación del individuo con
la sociedad y la cultura en general. Júpiter representa el principio
arquetípico de la expansión, la elevación, la amplitud de miras, y por tanto
remite, cuando se aplica a la vida del individuo, al impulso de moverse más
allá de la esfera de interés personal, expandiendo el ámbito de la consciencia
y el interés propios para incorporar cada vez más cosas del mundo. Saturno, por
otro lado, representa el principio de la contracción, la frontera, la
limitación. Se relaciona con la estructura del mundo, el orden establecido, la
propia participación en la sociedad a través de la asunción de responsabilidades,
cargas o algún papel definido, y la aceptación de la limitación y la presión
que esto conlleva por fuerza.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 259
En un lenguaje más explícitamente psicológico, se interpreta
que Saturno hace referencia a lo que Alan Watts denominó «el ego encapsulado
bajo la piel»: los límites de la personalidad individual, las barreras del
propio ego que aparecen en conexión con la propia identidad mundana y las
presiones materiales de la individualidad. Júpiter y Saturno nos muestran,
pues, una transición de los principios arquetípicos relacionados con las
dinámicas básicas de la personalidad humana a principios más profundos que pertenecen
al lugar del individuo en el tejido de la sociedad, la civilización y el orden
mundial, así como a las dimensiones correspondientes de la estructura de la
psique humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 260
Si continuamos alejándonos, más allá de la órbita de Saturno
están los lejanos planetas exteriores: Urano, Neptuno y Plutón, que representan
principios arquetípicos de una potencia y un potencial transformador enormes,
cuya naturaleza exige un autoconocimiento profundo y un esfuerzo prolongado
para llevar estos principios a una relación constructiva con la consciencia y
para aceptar la profunda transformación psicológica suscitada por tales
fuerzas. Muy alejados de la esfera de la vida humana puramente personal, estos
principios ejercen sin embargo sobre nosotros una influencia de largo alcance,
y a menudo dramática, desde las profundidades de la psique inconsciente. En el
caso de Urano, descubrimos que, al igual que el planeta Urano es el
planeta del sistema solar más alejado de nosotros después de Saturno, el
arquetipo Urano está asociado a la experiencia de ir más allá del umbral
tradicional saturnino: se relaciona con el rebelde o el revolucionario que
altera el orden establecido; es la intuición creativa o la inventiva que
atraviesa los límites existentes del conocimiento; es la energía prometeica que
empuja a la humanidad hacia la libertad y la liberación de todas las formas de
limitación y restricción; está asociado con el poder de la psique inconsciente
para llevar a cabo cambios inesperados y radicales en la sociedad, provocar una
inversión súbita del orden establecido y perturbar el mundo ordenado de la
consciencia del ego. Urano simboliza la energía inquieta e intensamente cargada
que escapa de lo inconsciente y no puede ser contenida en la estructura
consciente de la personalidad, lo que promueve la adaptación creativa o
transforma la energía sobrante en una neurosis problemática y dolorosa. En
todos estos sentidos, entre otros, el arquetipo de Urano lleva a la humanidad
más allá de Saturno: representa un principio arquetípico más profundo, y quizá
más poderoso, que está más alejado de la percepción consciente humana que el
principio saturnino. Cuando nos encontramos con la energía arquetípica de Urano,
estamos sujetos a un principio que decididamente no responde a nuestra
voluntad, que se origina más allá de los dominios personal o social-colectivo
de la experiencia humana, el cual nos es otorgado como un obsequio creativo
(como en el «momento eureka» del descubrimiento científico) o se nos arroja
encima en contra de nuestras intenciones conscientes ( como un error, un
accidente o un encuentro fortuito que altera inesperadamente la dirección de
nuestra vida).
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 260
Debido a que es el planeta más distante visible a ojo
desnudo, Saturno fue considerado durante siglos el planeta más exterior, el que
marcaba el límite del sistema solar. Los planetas exteriores más allá de
Saturno sólo se pudieron conocer con la ayuda del telescopio, lo que sugiere
una asociación con principios arquetípicos más profundos y a menudo más
inconscientes en sus formas de expresión. Al igual que los propios planetas
exteriores, los arquetipos planetarios correspondientes yacen fuera de nuestra
visión ordinaria; representan vías de transformación ocultas a nuestra
percepción consciente. Aquí encontramos de nuevo la asociación simbólica de
Saturno con los límites, con el umbral de la experiencia humana. De hecho, en
la mitología, el principio saturnino se acostumbra a representar simbólicamente
como el «guardián del umbral», la presencia temible que señala la entrada al
dominio transpersonal de la psique. En este contexto, el principio arquetípico
de Urano (junto con los de Neptuno y Plutón) es el que nos impele a ir más allá
de Saturno. Es un impulso transpersonal cuyo propósito definitivo es, al
parecer, liberar a la humanidad de las viejas formas establecidas, rígidamente
cristalizadas y resistentes a la vida, que bloquean el cambio creativo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 262
Más allá de la órbita de Urano, desplazándonos en dirección
a los límites exteriores de nuestro sistema solar, llegamos a Neptuno y
a Plutón. Mientras que Urano representa el principio que rompe esporádicamente
las estructuras y las limitaciones saturninas, el arquetipo de Neptuno actúa
para disolver por completo todas las estructuras definidas y los límites
separados, y conduce a un estado indiferenciado de unicidad «oceánica» o al
éxtasis de la iluminación trascendente de la experiencia místico-espiritual.
Hace referencia al mundo de la imaginación mítica y arquetípica, al reino de
los sueños y la fantasía, que sirve de base al orden saturnino y que modela y
en última instancia abarca civilizaciones enteras a través de sus mitos
fundacionales y sus religiones.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 256
Plutón, que se halla aún más lejos que Neptuno
(excepto en las raras ocasiones en que su órbita excéntrica lo coloca en el
interior de la de Neptuno), representa lo que en ciertos aspectos es un
principio aún más profundo, el poder primario de destrucción y creación del que
depende el ciclo de la experiencia vital, así como la dinámica evolutiva
contenida en la naturaleza que origina continuamente la metamorfosis radical de
todas las formas. Como hemos visto, el arquetipo de Plutón representa el poder
de destruir y aniquilar por completo todas las estructuras de la vida que
existen, como en la erupción catastrófica de un volcán o en la erupción similar
de la psique inconsciente, algo que demostraron con creces las guerras
mundiales del siglo XX.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 256
Aunque todos los arquetipos planetarios están asociados
íntimamente con la psique inconsciente colectiva (en la que en última instancia
se encuentran enraizados), los principios vinculados a los tres planetas
exteriores parecen guardar relación en particular con las dinámicas esenciales
del proceso de individuación. Los principios arquetípicos asociados con los
planetas exteriores son poderes de un potencial creativo y evolutivo inmenso,
y, a la vez, de una destrucción aniquiladora también inmensa. Son en esencia
inconscientes, instintivos y arcaicos, pero asimismo transformadores,
espirituales y progresistas. Pueden actuar para sensibilizar, inspirar y
profundizar nuestra experiencia consciente, pero también para destruir,
disolver y perturbar. Los principios arquetípicos transpersonales se relacionan
con el poder transformador de la base del ser, y que este poder se experimente
como una fuerza para el bien o para el mal parece depender, al menos en parte,
de la actitud consciente del individuo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 264
Al reflexionar sobre los significados de los arquetipos
planetarios en relación con la secuencia de los planetas en el sistema solar,
podemos discernir claramente una lógica inherente al orden planetario. El
carácter particular de un arquetipo planetario lo transmite, hasta cierto
punto, la posición correspondiente del planeta en el sistema solar y su
distancia al Sol. En general, cuanto más lejos del Sol está un planeta, más
profunda e importante es la naturaleza del principio arquetípico correspondiente.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 264
Sincronicidades históricas con el descubrimiento de los planetas
exteriores
Notablemente, la correspondencia simbólica entre el cosmos,
la psique humana y la base dinámica es evidente no sólo en conexión con el
espacio (esto es, con la organización estructural del sistema solar, como hemos
expuesto antes), sino también en relación con el tiempo, pues entre el período
histórico en el que se descubrió cada uno de los planetas modernos y el
significado astrológico de éstos parece haber, en su carácter subyacente, una
correspondencia sorprendente. Los astrólogos saben bien que la primera
observación de cada uno de los planetas modernos (Urano, Neptuno y Plutón)
coincidió con un período de la historia en el que los temas y rasgos
arquetípicos asociados con los principios arquetípicos correspondientes eran
evidentes en los grandes acontecimientos históricos y en el Zeitgeist
dominante.
El ejemplo paradigmático es el de la sincronicidad entre el
descubrimiento del planeta Urano en 1781 y los principales acontecimientos
históricos de la época (la Revolución americana, la Revolución francesa y el
inicio de la era industrial), cada uno de los cuales reflejaba algo de la
naturaleza esencial del arquetipo de Urano en su asociación con la revolución,
la innovación tecnológica, el cambio progresivo, y así sucesivamente.
También podemos ver claramente este tipo de paralelismo
sincronístico en el caso del descubrimiento de Plutón en 1930, que coincidió
con la primera vez que se usó la energía nuclear ( el núcleo de un átomo se
dividió por primera vez en 1932), el marcado predominio del fascismo y las
dictaduras (Stalin, Mao, Hitler, Mussolini), la posesión psíquica colectiva
detrás de la erupción de la violencia de masas en las guerras mundiales del
siglo, la gran época de la mafia y el submundo del crimen en conexión con la
ley seca de 1920-1933, o la exploración de los aspectos oscuros y enterrados
del inconsciente humano (El malestar en la cultura, de Freud, se publicó en
1930, cuando sus ideas empezaban a difundirse más extensamente). Todos estos
hechos ocurrieron en fechas cercanas al descubrimiento del planeta, y cada uno
refleja la asociación astrológica de Plutón con los impulsos profundos del
poder, la fuerza elemental, el inframundo, el inconsciente instintivo, los
estados de posesión, etcétera. Estos sucesos no sólo se cuentan entre los más
relevantes de aquel momento de la historia, sino que también fueron en cierto
sentido emergencias nuevas en la consciencia colectiva, relativamente
diferentes de los acontecimientos de la época anterior.
Se observa lo mismo en el caso de Neptuno, pues el
descubrimiento del planeta en 1846 coincidió ese mismo año con el del dominio
de la psique inconsciente por C. G. Carus (autor de la primera referencia al
inconsciente en un texto de psicología), un hecho sin parangón en la historia
humana (aunque había antecedentes claros, por supuesto), y ello se relaciona
directamente con la asociación de Neptuno con el inconsciente transpersonal y
colectivo.37 Acompañando al descubrimiento de Neptuno, y bajo el ámbito temático
de su arquetipo, como señala Tarnas, se produjeron desarrollos sin precedentes
en la fotografía y en las imágenes animadas, que en última instancia
establecieron las bases para la creación de la televisión y el cine, lo cual
concedió a la gente un inaudito poder para crear, transmitir y manipular
imágenes. Otros acontecimientos que Tarnas cita como relevantes son el ascenso
de las visiones sociopolíticas de la utopía (El manifiesto comunista de Marx y
Engels se publicó en 1848), el inicio de la industria farmacéutica, la
expansión del espiritualismo, el auge de la teosofía en la década de 1870, el
florecimiento pleno del romanticismo tardío y la primera penetración importante
de las ideas y religiones orientales en Occidente. Fue en aquella época, concretamente
en las décadas de 1860 y 1870, cuando comenzó a desarrollarse el campo de los
estudios mitológicos con la teoría de Bastian de las «ideas elementales», un
concepto que, como hemos visto, ejercería después una gran influencia en Jung y
su noción de los arquetipos. Estos sucesos, de un carácter mucho más sutil que
los que coincidieron con el descubrimiento de Plutón y Urano, reflejan quizá la
naturaleza sutil e intangible del arquetipo neptuniano. Observamos también que
la asociación de Neptuno con la espiritualidad, la imaginería, el idealismo,
nuestra unidad colectiva, etcétera, es evidente en los acontecimientos de esa
época, incluso teniendo en cuenta el ethos materialista y positivista de la
ciencia del siglo XIX.
La existencia de estas sincronicidades históricas con el
descubrimiento de los planetas exteriores no sólo concuerda con nuestra
hipótesis de una relación simbólica entre psique y cosmos, sino que además
sugiere que la base dinámica se está revelando progresivamente a la consciencia
humana en el transcurso de la historia; que, según la terminología de Bohm, la
proyección del holomovimiento en una serie de momentos discretos en el tiempo
es un despliegue ordenado de significado, y que los procesos cosmológicos e
históricos están íntimamente conectados con los procesos que se desarrollan en
la psique humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 266
La astrología parece mostrar el orden, tal como se expresa
en nuestro sistema solar, de acuerdo con el cual la energía del cosmos, el
poder que genera y sustenta el cosmos, se manifiesta en el universo físico. Los
movimientos regulares y matemáticamente predecibles de los planetas representan
los cambios en el patrón de energía cósmica y proporcionan un mapa visual de
este proceso desplegado. En este sentido, la astrología existe en la frontera
entre lo implicado y lo manifiesto, entre el mundo relativista y el real; se
relaciona con el despliegue de la base dinámica intemporal en la historia, de
lo no espacial en una forma concreta. La descripción de Will Keepin de las
cartas astrológicas como «una especie de índice cósmico del proceso creativo de
la evolución cósmica» expresa bien esta idea.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 268
Otra forma notable de esta correspondencia entre la
consciencia humana y los procesos evolutivos históricos se refleja en el nombre
dado a los planetas. Antes hemos señalado la conexión entre los principios
arquetípicos y los dioses y temas del mundo de los mitos, algo que por
añadidura también resulta claro cuando, en los arquetipos planetarios de la
astrología, se considera que el carácter del dios grecorromano con el que se
bautiza el planeta correspondiente revela, hasta cierto punto, su significado
arquetípico. Mencionemos los dos ejemplos más obvios: el Venus astrológico,
relacionado con la experiencia de la belleza, el placer y el amor romántico,
guarda un estrecho parecido con la diosa romana del mismo nombre (y con la
diosa griega Afrodita), y lo mismo ocurre con el arquetipo planetario de Marte,
que, como el dios romano Marte y el griego Ares, gobierna la guerra, la
agresión y la fuerza física. Por lo visto, estos antiguos planetas fueron
nombrados intencionadamente en homenaje a los dioses griegos, y el parecido
entre nombres y significado puede explicarse como una forma de sincretismo
mítico de las deidades griegas con las primitivas divinidades planetarias
mesopotámicas. Sin embargo, tras la denominación de los planetas modernos no
existe ese sincretismo o percepción de la astrología. Por eso resulta más
sorprendente aún que el significado arquetípico de Plutón lo sugiera claramente
el dios romano Plutón (y su equivalente griego, Hades), conectado con el
inframundo mítico, cuando se podría haber elegido cualquier otra figura mítica
para dar nombre al planeta y, hasta donde sabemos, no se tuvo en cuenta en
absoluto la relevancia mitológica de «Plutón». Ocurrió igual con Neptuno,
denominado así por el antiguo dios romano del mar y su equivalente griego,
Poseidón; el nombre del planeta apunta a la asociación simbólica astrológica de
Neptuno con el mar y a la unicidad oceánica característica de la dimensión
neptuniana de la experiencia. Por supuesto, hay muchos elementos en los
caracteres astrológicos de Plutón y Neptuno que no forman parte de estos
paralelismos mitológicos, o que incluso los contradicen, pero en cualquier caso
permanece una asociación fácilmente reconocible. Estas asociaciones sugieren de
nuevo una interconexión profunda entre el espacio exterior, la psique
inconsciente y la base dinámica de la realidad. Implican que nuestra relación
consciente con los planetas de nuestro sistema solar, y nuestra consciencia de
ello, representa en cierto modo nuestra relación psicológica interior con los principios
arquetípicos. Y en cuanto al estudio de la astrología en sí, estas conexiones
simbólicas apuntan a una relación subyacente compleja entre la consciencia
humana, la evolución y transformación de la psique, la exploración del espacio
exterior, la imaginación mítica, la sincronización temporal de los
acontecimientos históricos y el nombre que se ha dado a los planetas. Parecen
estar actuando aquí una inteligencia y un orden profundamente interpenetrados.
«Esta poderosa configuración, que opera en tantos niveles de lo humano y de los
mundos naturales», concluye Richard Tarnas cuando considera las implicaciones
de la astrología arquetipal y la sincronicidad, «guarda íntima relación con la
posibilidad de que en "todas las cosas" -tanto en las profundidades
de la psique humana como en las de la propia naturaleza- resida un anima mundi,
esto es, una profunda interioridad arquetípicamente informada.»
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 268
Dentro de la perspectiva cosmológica de un universo en
evolución ordenado por un patrón arquetípico subyacente y sustentado en una
base dinámica, es importante no perder de vista el hecho de que la astrología
se relaciona con las vidas humanas individuales en el mundo de los asuntos
cotidianos en el que vivimos. Debemos recordar que un elemento clave de la
astrología no es sólo su universalidad (su aplicabilidad a la vida humana en
todos los lugares y momentos de la historia), sino también su especificidad individual.
Asimismo, debemos tener presente que el orden cósmico revelado por el patrón de
los planetas está en realidad relacionado íntimamente con las acciones diarias
y las experiencias personales de las vidas humanas individuales. La astrología
es una gran perspectiva universal, pero las cartas astrológicas nos
proporcionan una perspectiva individual privilegiada, precisa, que nos permite
determinar la forma en que cada vida individual se relaciona con el orden
planetario. Esta perspectiva puede por tanto sustentar, como ya he planteado,
una gran cantidad de mitologías individuales basadas en la comprensión de la
relación específica de todos y cada uno de los individuos con los principios
arquetípicos, aquellos poderes creadores representados en el mito. Un elemento
central para entender un patrón arquetípico individual es la carta natal, que
muestra el conjunto de relaciones planetarias en el cielo en el momento del
nacimiento. Las disposiciones planetarias en la carta natal simbolizan el
patrón arquetípico específico en el instante en que nacemos, y este patrón es
una especie de prefiguración simbólica de las dinámicas y los temas
arquetípicos que definen subsiguientemente nuestro carácter individual y
nuestras experiencias biográficas.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 271
Los psiquiatras y psicólogos clínicos suelen descartar la
importancia psicológica de la experiencia del nacimiento, porque se cree que el
cerebro del recién nacido aún no se ha desarrollado lo suficiente para
almacenar recuerdos de este suceso. No obstante, este punto de vista está
basado en la discutida suposición de que el cerebro es la fuente de toda
cognición y memoria. Sin embargo, Grof descubrió no sólo que la psique conserva
un recuerdo inconsciente del nacimiento, sino también que la memoria y las consecuencias
psicosomáticas del trauma no resuelto de la experiencia de nacer tienen tal
importancia que son la base de varias formas de trastornos psicopatológicos y
emocionales que se desarrollan en la vida adulta. En consecuencia, los
individuos que se someten a la psicoterapia experiencial profunda son capaces
de obtener beneficios terapéuticos considerables al revivir la experiencia del
nacimiento biológico en estados no ordinarios de consciencia.
Este encuentro experiencial con lo que Grof denomina el
dominio perinatal de la psique produce una catarsis de la memoria traumática
del sufrimiento del niño cuando abandona el útero y desciende por el canal del
parto. Para el niño a punto de nacer, este paso representa una intensa lucha a
vida o muerte. Reexperimentar de forma consciente este encuentro con la muerte
en un estado no ordinario puede ser fundamental para dirigir al individuo hacia
la experiencia concomitante de la muerte del ego o «segundo nacimiento», que,
como descubrió Grof, supone una transformación psicoespiritual profunda.
Según Grof, la psique está compuesta de tres dominios: el
personal-biográfico (que incluye el inconsciente personal), el perinatal
(relacionado con la experiencia de nacer) y el transpersonal (que incorpora lo
inconsciente colectivo). Descubrió que el dominio perinatal funciona como «una
puerta a lo inconsciente colectivo» y que «la confrontación experiencial con el
nacimiento y la muerte parece derivar automáticamente en una apertura
espiritual y en el hallazgo de las dimensiones místicas de la psique y la
existencia».' El momento de nacer es una suerte de punto de intersección
misterioso entre lo personal-biográfico y lo transpersonal, entre el individuo
y el colectivo y entre la causalidad determinista lineal y la causalidad
arquetípica formal. No es sólo un suceso biológico sino una experiencia
multidimensional de profunda importancia física, emocional, psicológica y
espiritual. Grof llega a la conclusión de que sus investigaciones sobre la
relevancia psicológica del proceso del nacimiento «apoyan la astrología, que
desde hace mucho ha atribuido una importancia mayúscula al momento de nacer
como el precursor simbólico del patrón vital completo».3
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 274-275
La experiencia del nacimiento parece servir como un tipo de
impronta o sello arquetípico, por decirlo así, en el que los «recuerdos»
biográfico, perinatal, familiar, cultural, ancestral, filogenético y
transpersonal se agrupan alrededor del patrón arquetípico del momento de nacer.
Cada vida individual parece dar una forma concreta a las dinámicas arquetípicas
subyacentes de ese momento como una expresión particularizada del cosmos. En
este sentido, no podemos separar de la vida del universo en su totalidad el
propósito y el significado de nuestro nacimiento. Éste, que es nuestro propio
comienzo individual, también es en cierto modo un acontecimiento cósmico.
Cobramos existencia en un acto creativo del cosmos en su conjunto. En el
nacimiento biológico, el todo parece individualizarse en el ser humano y a
través de él.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 275
El trabajo de Grof nos ayuda a entender un motivo por el que
el momento del nacimiento (más que el de la concepción o cualquier otro momento
significativo en el tiempo) tiene una importancia tan crucial en la astrología:
el nacimiento parece marcar la culminación de numerosos procesos y la
intersección de mundos, posibilidades arquetípicas y diferentes detalles
particulares. Como hemos visto, cuando estudiamos los alineamientos planetarios
en la carta natal y determinamos su significado basándonos en los principios
establecidos de la interpretación astrológica, obtenemos conocimiento sobre las
dinámicas arquetípicas evidentes en la personalidad y la biografía del
individuo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 276
Los alineamientos planetarios en el nacimiento muestran las
precondiciones de las experiencias vitales, que se mantienen intactas, aunque
los planetas sigan su órbita y cambien de posición con el tiempo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 277
La idea de que el individuo asume un patrón arquetípico en
el momento de nacer suscita algunas preguntas apremiantes: teniendo en cuenta
que los planetas continúan avanzando en su órbita y, por supuesto, no
permanecen en las posiciones que ocupaban en el momento del nacimiento de una
persona (y por tanto el patrón arquetípico sim- balizado por los planetas
cambia de un momento a otro), ¿cómo es posible que el patrón arquetípico del
momento natal se conserve de manera que permanezca relacionado continuamente
con esa persona a lo largo de toda su vida? Y algo más fundamental: ¿cómo, en
primer lugar, el patrón de los arquetipos planetarios en un momento particular
queda relacionado específicamente con la persona individual que nació en ese
instante? Si, como expusimos antes, la experiencia del nacimiento crea una
impronta arquetípica de algún tipo, ¿cuál es el medio de transmisión entre el
patrón arquetípico y la vida humana? Para formular una posible respuesta a
estas preguntas, podemos apoyarnos en otra nueva teoría del paradigma, esta vez
originada en el campo de la biología, y recurrir a la obra del científico
británico Rupert Sheldrake para valorar su relevancia en nuestra cosmología
sistémica arquetipal. Cuando consideramos el patrón arquetípico de una vida
humana individual, debemos conectar la psicología arquetipal no sólo a la
cosmología sino también a la biología, y para ello los conceptos de Sheldrake
resultarán fundamentales.
La teoría de la causación formativa fue desarrollada por
Sheldrake a principios de la década de 1980. Se presentó por primera vez en Una
nueva ciencia de la vida y posteriormente en La presencia del pasado, en las
que se postula la idea radical de que una información y una memoria de algún
tipo son en realidad inherentes a la naturaleza. De acuerdo con Sheldrake, la
memoria existe dentro de lo que denomina campos mórficos, que son «regiones no
materiales de influencia» e información asociadas con todos los sistemas
naturales, desde los átomos y las células hasta los animales y los seres
humanos.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 278
Sheldrake cree que la existencia de los campos mórficos
contribuiría a explicar, por ejemplo, los patrones de migración, apareo,
alimentación y anidamiento de las aves, un fenómeno que escapa al dominio de la
herencia genética y al estudio del ADN. Desde este punto de vista, las aves
individuales adquieren o heredan los hábitos de su especie a través de una
memoria colectiva acumulada de los patrones de comportamiento de todos los
miembros anteriores de la especie. Sheldrake sostiene que esto también es cierto
para los seres humanos: la vida humana está modelada por patrones habituales de
comportamiento humano previamente establecidos y por una memoria acumulada de
todo lo que ha sucedido antes.
Memoria cósmica
La teoría de Sheldrake desafía la suposición ampliamente
mantenida de que los recuerdos se almacenan en el cerebro.
Para el científico británico, el cerebro es el órgano que
accede a los recuerdos y los procesa, pero no es su fuente ni su ubicación. De
hecho, postula que la memoria puede existir sin que haya un sustrato material
que la sustente. Esto implica que la memoria no estaría restringida
exclusivamente a los organismos vivos, sino que se extendería a totalidades
inorgánicas. Sheldrake sugiere que es posible aplicar el concepto de los campos
mórficos a totalidades más grandes como los ecosistemas, y también, añade,
«considerar los planetas enteros como organismos con campos mórficos
característicos, algo igualmente válido para los sistemas planetarios, las
estrellas, las galaxias y los cúmulos de galaxias». Con este razonamiento
introduce la posibilidad de que exista un campo universal asociado al planeta
Tierra, que, como una versión moderna de la idea platónica del alma del mundo o
anima mundi, sería «la fuente creadora[...] de todos los campos de la
naturaleza» y contendría los «hábitos de la naturaleza» que guían y organizan
toda la vida en nuestro planeta. Más allá de esto, si concebimos el universo en
su totalidad como un sistema en sí, entonces también debería tener su propio
campo mórfico, un campo mórfico universal que, según Sheldrake, podría
«incluir, influenciar e interconectar los campos mórficos de todos los
organismos que contiene» Este campo mórfico universal se asemejaría a una
memoria cósmica inmensa que lo abarca todo y guía los «hábitos del cosmos» que
continúan influyendo en el despliegue del presente y dándole forma.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 282
Ervin László, uno de los más destacados teóricos de
sistemas, ha desarrollado una propuesta similar que postula la existencia de lo
que ha llamado el campo-A, un campo informacional subyacente que forma la base
del dominio cuántico, de la cosmología y la biología, y de la consciencia. Esta
idea del campo-A, señala László, guarda un estrecho parecido con el concepto
esotérico indio del akasa, o registro akásico, descrito como un «repositorio
cósmico de información y recuerdos» al que presuntamente han accedido psíquicos
y videntes en todas las épocas.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 284
La investigación de Grof sobre el contenido del dominio
transpersonal del inconsciente también apoyaría la existencia de algún tipo de
memoria cósmica. Como hemos visto, Grof descubrió que en estados no ordinarios
de consciencia podemos tener acceso a lo que supuestamente son recuerdos de
acontecimientos históricos, colectivos, interculturales, kármicos,
filogenéticos y evolutivos. Además, estos recuerdos parecen estar organizados
arquetípica y temáticamente de modo que las experiencias traumáticas de nuestra
biografía personal, por ejemplo, estén conectadas con experiencias cualitativa
y arquetípicamente similares de nuestro pasado colectivo.
Más allá de esto, sin embargo, la aplicación de la hipótesis
de Sheldrake de los campos mórficos al cosmos en su totalidad sugiere que los
arquetipos pueden concebirse en su forma más profunda como «hábitos» que
pertenecen no sólo al campo mórfico de la especie humana sino también a un
campo mórfico universal. Desde una perspectiva cosmológica, la psique,
recordemos, no es una mera psique humana; es la interioridad del cosmos entero,
una mente cósmica. Una vez entendido esto, creo que los arquetipos planetarios
pueden verse como «hábitos» del cosmos que funcionan dentro de un campo mórfico
universal y se expresan a sí mismos, en ciertas formas temáticamente
consistentes, en todos los niveles de la existencia. Por supuesto, mientras que
los hábitos de la especie humana o del reino animal, o incluso del mundo,
reflejarían tendencias biológicas específicas y patrones socioculturales, los
«hábitos» del cosmos deberían ser por fuerza de una naturaleza más general y
aplicarse al conjunto de todos los fenómenos y a los diferentes niveles de la
vida, incluyendo los procesos cosmológicos, la geología, la vida vegetal, el
reino animal y la experiencia humana. Además, los arquetipos, como hemos visto,
no son sólo hábitos que se repiten ciegamente sino centros de significado
numinosos que crean significado, poder, propósito y dirección, orientados tanto
a un futuro emergente indeterminado como al pasado condicionado habitualmente.
Para Sheldrake, sin embargo, los «hábitos» del cosmos, al igual que los
arquetipos, son principios creativos que dirigen la evolución y orientan el
despliegue del cosmos en todos los niveles de la vida. La creatividad dentro de
los campos mórficos de la naturaleza debe explicarse por su origen definitivo
en el «Campo Universal primario» del que han emergido todos los demás campos de
la naturaleza durante el proceso de la evolución.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 284
Más recientemente, los teóricos junguianos han introducido
la idea relacionada de los complejos culturales «basados en experiencias
grupales históricas repetitivas que han enraizado en lo inconsciente cultural
del grupo», algo que recuerda sorprendentemente a la noción de Sheldrake de la
resonancia mórfica correspondiente a grupos y especies. En otro nivel,
insertado dentro del medio cultural, podemos identificar en las familias
ciertas dinámicas inconscientes que se representan generación tras generación, de
modo que cabe hablar legítimamente de un nivel familiar de lo inconsciente.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 287
La persistencia del patrón natal
Como hemos visto, el patrón arquetípico del momento del
nacimiento continúa resonando en los años siguientes, como una Gestalt activa o
plantilla temática subyacente a partir de la cual se despliegan todas las
experiencias de la vida. La hipótesis de los campos módicos de Sheldrake nos
ayuda a comprender este fenómeno, pues sugiere que existe un campo específico
de información activa asociado a cada entidad individual. A mi modo de ver,
cuando nace una persona, cobra existencia un campo mórfico resonante que en su
nivel más profundo se basa en el patrón arquetípico de ese momento. Este patrón
arquetípico, perteneciente quizá a un campo módico universal, se «imprime» o
queda contenido en el campo mórfico propio de la persona en el instante de su
nacimiento, y perdura a lo largo de toda su vida. Simplemente por ser parte de
la totalidad cósmica, el individuo capta el patrón arquetípico de su momento
natal a través de su propio campo mórfico. Estas dinámicas arquetípicas,
existentes en la dimensión más profunda de un campo mórfico individual,
fundamentan y estructuran la relación del individuo con todos los demás campos
mórficos, entre ellos los que se relacionan con la cultura o con la especie.
Aunque no está claro de qué modo se produce exactamente este modelado o
impresión arquetípica durante la experiencia del nacimiento o, en este caso,
cómo se crean los campos mórficos, la investigación de Grof en psicología
transpersonal sugiere que un proceso de este tipo tiene lugar realmente. Grof
descubrió que, al igual que en la hipótesis del campo mórfico, los hábitos del
carácter y el comportamiento perduran en la forma de lo que llamó sistemas COEX
(«sistemas de experiencia condensada»), un concepto cuyo significado se asemeja
al del concepto junguiano de los complejos. Grof explica que «cada COEX tiene
un tema básico que permea todos sus niveles y representa su denominador común.
Las capas individuales contienen variaciones de este tema básico que se
producen en diferentes períodos de la vida de la persona». Por ejemplo, la
experiencia de las reacciones claustrofóbicas en espacios cerrados resulta de
la activación de un sistema COEX asociado a la fase del proceso de nacimiento
anterior al parto, cuando el feto experimenta una sensación de constricción
abrumadora en el útero. Esta experiencia puede a su vez estar relacionada con
recuerdos transpersonales de experiencias de encarcelamiento o asfixia, cuyo
origen se remonta a episodios tomados de nuestro pasado kármico personal y
colectivo. Las experiencias biográficas de otras situaciones de confinamiento
se añaden entonces al COEX, nivel tras nivel. Al observar este tipo de patrones
en muchos individuos, Grof se dio cuenta de que «cada una de las constelaciones
COEX parece sobreimpuesta a un aspecto particular del trauma del nacimiento y
que se halla anclada en él». Por tanto, los complejos arquetípicos de la
personalidad adulta parecen estar relacionados específicamente con las
psicodinámicas de la experiencia del nacimiento, y estos complejos se preservan
y persisten modelando continuamente la experiencia individual. En un desarrollo
posterior de la teoría de los COEX, Grof y Tarnas, trabajando juntos en el
Esalen Institute de California en las décadas de 1970 y 1 980, realizaron el
«sorprendente descubrimiento de que la naturaleza y el contenido de importantes
sistemas COEX en la psique de un individuo tienden a mostrar asombrosas
correlaciones con los principales aspectos planetarios de su carta astrológica
natal». Es decir, descubrieron que podemos interpretar, desde una perspectiva
arquetípica, los complejos o sistemas COEX de la psicología personal en
términos de las configuraciones planetarias en la carta natal. Las dinámicas
arquetípicas en el momento de nacer, manifestadas durante esa experiencia,
generan el nivel más profundo de los sistemas COEX, que a su vez reflejan estas
dinámicas arquetípicas en la psicología personal. La teoría de Grof de los COEX
y la hipótesis del campo mórfico de Sheldrake presentan por tanto formas
compatibles de interpretar la retención y la representación continua de los
temas arquetípicos asociados con el patrón del momento natal. La teoría de los
COEX deriva de la investigación de la psique inconsciente en estados no
ordinarios de consciencia, mientras que la hipótesis del campo mórfico se basa
en el estudio de la morfogénesis de los organismos biológicos y los hábitos de
la naturaleza.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 290
A mi modo de ver, la autopoiesis o autocreación de un
organismo viviente no sólo se produce a través de sus procesos fisiológicos e
interacciones con el entorno que tienen lugar en el espacio y en el tiempo en
el orden explicado, sino que, de una manera más fundamental, sucede cuando un
organismo nace continuamente en el campo del espacio y el tiempo a partir del
holomovimiento. En el proceso de autocreación del universo, el organismo
individual se recrea y se destruye efectivamente en cada instante, y este
proceso creador está dirigido por el campo mórfico asociado con el organismo
individual como parte de la dimensión superimplicada de la realidad. Los campos
mórficos, creo, pueden por tanto intervenir en el nacimiento de un organismo de
acuerdo con un patrón arquetípico específico vinculado al momento de nacer.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 294
Si pretendemos emprender una interpretación cosmológica de
Jung, resulta esencial comprender la relevancia cosmológica de la
individuación.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 298
El complejo del ego es la sede de la consciencia
autorreflexiva; es la base de lo que parece ser la característica capacidad
humana para conocer lo que conocemos. En la extensa evolución cosmológica, el
ego es un desarrollo extremadamente reciente. Por lo visto surgió de un proceso
que Teilhard describe como «plegarse» en uno mismo en un acto de reflexividad.
Mediante este proceso, los humanos cobran consciencia de sí mismos como seres
autónomos e independientes. El nuevo mamífero pensante, poseído por la incipiente
consciencia de su propia existencia, se centra cada vez más, conforme pasan los
siglos, en la realidad de su ser, en su propia identidad. Alejándose de la
espontaneidad y la naturalidad de sus fundamentos instintivos, el humano entró
en un nuevo mundo interior de pensamiento, reflexión y simbolización, y el ego
racional se convirtió en el principal foco y objetivo de la agencialidad en
este mundo. Según se desarrollaba la consciencia reflexiva, las energías que
fluían a través de la vida humana y que podían descargarse instintiva e
inconscientemente en los actos vitales se fueron limitando, restringiendo y
disciplinando cada vez más para cumplir los requisitos de la vida en comunidad,
con reglas y códigos de conducta que había que obedecer para que el grupo
sobreviviera. Desde fuera, como señaló Freud, se veía ciertamente una
incongruencia, si no un conflicto declarado, entre la civilización humana y la
naturaleza, y la autoconsciencia reflexiva debió de desarrollarse como
resultado de esta tensión. Sin embargo, la estructura del ego que surgió como
portadora de la sensibilidad consciente no parece ser el estado final del
desarrollo psicológico humano, tan sólo un puente hacia algo más grande, hacia
una nueva identidad más profunda. Como en el nacimiento del pensamiento,
nuestra época vive una transición evolutiva crítica. Participamos de un cambio
radical en la estructura psicológica del humano, una transformación cuyos
propósitos y consecuencias definitivos no podemos anticipar totalmente.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 303
Al igual que el nacimiento del pensamiento marcó un avance
evolutivo trascendental del universo en su totalidad, el proceso de
individuación, mediante el cual se establece una nueva estructura psicológica y
un nuevo centro capaz de reflejar y expresar la totalidad, es otro salto
evolutivo sin precedentes. Lo que ahora está ocurriendo con la consciencia
humana individual a través de las transformaciones personales que experimenta
mucha gente no es un proceso arbitrario desconectado de lo que sucede en el cosmos
o de los cambios evolutivos anteriores; más bien, la cosmología evolutiva de
Teilhard nos ayuda a ver que estas transformaciones personales son una
continuación de la evolución y que están conectadas íntimamente con el contexto
cosmológico en el que se producen. Por supuesto, es extremadamente difícil
imaginar en estos términos nuestras transformaciones psicológicas personales.
Aunque la física moderna ha demostrado que el universo es una totalidad
interconectada y continua, todavía interpretamos habitualmente el mundo como
una colección de partes separadas; nos resulta extraño imaginar las vidas
humanas individuales como expresiones del cosmos. Nos hemos acostumbrado tanto
a ver a la gente y a las cosas en términos abstractos y atomistas, como
entidades radicalmente separadas contra un entorno de fondo fijo, que cuesta ir
más allá y aplicar la totalidad desvelada por la física a nuestra
interpretación de la experiencia humana. Nuestra visión de la realidad,
sustentada en lo que nos dictan el sentido común y la mayor parte de nuestro
conocimiento teórico, sigue estando totalmente condicionada por la imagen del
mundo cartesiano-newtoniana. La perspectiva de Teilhard representa por
consiguiente un correctivo, tanto para este paradigma como para el
antropocentrismo humanista de la época moderna, en el que lo humano, y no el
cosmos, es la medida de todas las cosas. El enfoque de Teilhard le da la vuelta
a la forma habitual de ver las cosas, concediendo prioridad a la totalidad, al
cosmos, frente a la parte, a lo humano.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 307
Igual que Teilhard aplicó su interpretación de la evolución
a determinar la posible dirección futura de la transformación psicológica de la
especie humana, Jung halló en su exploración de las profundidades de la psique
humana pruebas de una especie de evolución interior. Si los individuos
participan de este proceso, sostenía, sus vidas adquirirán un sentido
enormemente satisfactorio y así contrarrestarán la tendencia de la mentalidad
materialista moderna y la sociedad de consumo a fomentar la alienación y la
ausencia de significado.
De manera parecida, Teilhard consideraba que el despertar
del humano a la realidad de la evolución era fundamental para la siguiente fase
de la propia evolución. «Nos hemos vuelto conscientes del movimiento que nos
transporta», declaró, y si nos alineamos con ese movimiento será posible
activar reservas profundas de energía y restaurar en la experiencia humana un
«entusiasmo» del que carece a menudo. La individuación puede ser entendida por
tanto como la transformación involucrada en el proceso de alinearnos
conscientemente con el movimiento evolutivo del cosmos. A través de este
proceso, la consciencia humana individual, con su propia voluntad y sus propias
intenciones, propósitos y deseos, es capaz de alinearse con la voluntad cósmica
o, como se ha concebido tradicionalmente en términos religiosos, con la
Voluntad de Dios, el logos o el Tao. Un desafío fundamental al que se enfrentan
los individuos que emprenden este proceso es el de encontrar e integrar las
energías latentes y primordiales del cosmos cuando se activan y volcarlas en la
experiencia humana consciente.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 310
Ambos pensadores concebían el centro de la interioridad en
términos religiosos. «Existe un centro», argumenta Teilhard, «que es el centro
de todos los centros», y lo equipara al Omega y a Cristo. De forma parecida,
para Jung, tanto Cristo como Buda eran símbolos del sí-mismo, pues proporcionan
dos de los mejores ejemplos de una vida humana en la que el ego queda
subordinado a los dictados del sím1smo. Jung y Teilhard coincidían en que el
establecimiento de este nuevo centro de una totalidad mayor sólo puede ser
alcanzado a través del desarrollo creciente de la consciencia del ego y no
mediante la disolución de la separación individual. Debe llegar a través de una
diferenciación aún mayor de la psique Jung) y una personalización aún mayor
(Teilhard). Por medio de la personalización, que para Teilhard casi equivale al
amor («la afinidad del ser por el ser»), la integridad de la parte individual
se preserva, o incluso se desarrolla, a través de la comunión profunda con los
demás, de un centro a otro. De hecho, la visión de Teilhard es la de un
universo entero encendido de amor, un universo «amarizado», en el que cada
elemento constituyente está personalizado por completo. Este énfasis en el
desarrollo creciente de la persona humana, que va en contra de muchas
concepciones orientales de la realización espiritual, constituye la única
posición, argumenta Teilhard, que es consistente con la tendencia del universo,
observada en distintas etapas de su evolución, a centrarse en sí mismo, a
promover una mayor diferenciación y una mayor complejidad de organización. De
este modo, la persona humana no debe trascender en algún tipo de unidad
impersonal, como ocurre en el panteísmo o en ciertas religiones orientales,
sino ser retenida, afirmada y desarrollada. Para Teilhard, la personalización
se extiende más allá de lo humano hasta el cosmos completo. Cada átomo,
sugiere, está en proceso de ser personalizado.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 310
Si la individuación es de hecho una forma psicológica de la
evolución del cosmos, entonces los arquetipos que impelen y guían la
individuación deben ser ellos mismos factores cosmológicos. Los arquetipos no
pueden ser únicamente imágenes interiores dentro de la psique; deben ser
principios dinámicos evidentes en el propio cosmos. En palabras del cosmólogo
Brian Swimme, los principios arquetípicos estudiados en la astrología también
pueden verse como poderes cosmológicos.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 321
Swimme identifica un conjunto de diez «poderes del universo»
o «poderes cosmológicos», como los llama, con un undécimo adicional (continuidad)
subyacente a los otros,
Tabla de los poderes cosmológicos de Brian Swimme
Poderes cosmológicos
Cualidades, atributos, capacidades
Continuidad
La base generadora del ser, la fuente de todos los demás
poderes, el vacío cuántico, el «abismo que todo lo nutre», el dominio de la
absorción, lo que sustenta las conexiones no locales o entrelazamiento
cuántico, el orden implicado, el todo, la totalidad, la disolución y la
generación creativas.
Centramiento
El poder del universo para centrarse en sí mismo, el poder
de formar nuevos centros y totalidades relativamente autónomas, autofoco,
reacciones autocatalíticas auto-amplificadas, formación de la identidad,
autonomía y singularidad.
Atractivo
El poder de atracción, el deseo de intimidad y unión, el
poder de avanzar en una relación, el poder transformador de la belleza.
Emergencia
Experimentación creativa, ir más allá de los límites
establecidos, carga energética, excitación incansable, extremos polarizados;
romper con lo confortable, normal y familiar; el poder de dar a luz nuevas
formas.
Homeostasis
El poder de mantener la forma estructural, protección de
alcances evolutivos, estructuras automantenidas, autoconservación, límites
protectores, conservación y tradición, instituciones y estructuras de apoyo.
Cataclismo
El poder de la inmensa destrucción, muerte, ruptura de
procesos, extinción, catástrofe, aniquilación de estructuras obsoletas.
Sinergia
El poder de cooperar, asociación, energía en relación, el
poder de todas las cosas trabajando unidas en grupos amplios y totalidades,
ordenaciones, redes de relaciones, contextos y entornos.
Transmutación
El poder de las entidades individuales para cambiar la forma
estructural, el poder que mueve la evolución de una etapa o fase a la
siguiente, el que fuerza al universo a abandonar estados estables, cambio
provocado por la necesidad.
Transformación
El poder del cosmos entero para experimentar cambios
radicales, del nacimiento inicial del universo al momento presente; un cambio
en la macroestructura del cosmos como consecuencia de un cambio a nivel
microscópico.
Interrelacionalidad
La capacidad del universo de preocuparse, sensibilidad a las
necesidades ajenas, relaciones sin juicios de valor, dependencia y autopérdida,
crianza, servicio, cuidado parental, cuidar de algo, ternura, el arquetipo de
la Gran Madre.
Esplendor
El descubrimiento del esplendor del ser por debajo de todas
las formas; la experiencia de la resonancia y la reverberación con los
fenómenos naturales, la revelación festiva del misterio profundo del cosmos; la
revelación consciente de la continuidad.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 324
Los cosmólogos tienen cada vez más claro que el universo se
centra en el ser humano de una serie de maneras notables, como si cada vida
humana individual se situara en el centro del cosmos en evolución. Como
analizan Joel Primack y Nancy Abrams en The View from the Center of the
Universe, los seres humanos existen en el centro de la expansión del universo;
nos encontramos en el centro de lo que denominan las esferas cósmicas del
tiempo; estamos centrados en la escala de magnitud del universo, y cada uno de nosotros
es individualmente el centro de nuestra propia perspectiva que mira hacia el
cosmos. El fenómeno de la sincronicidad sugiere, además, que de vez en cuando
el universo parece organizarse significativamente a sí mismo en respuesta a la
experiencia subjetiva individual, centrarse significativamente en personas
individuales.
También la perspectiva astrológica refleja este centramiento
en el ser humano al adoptar un punto de vista focalizado en la persona,
geocéntrico. Los antiguos astrónomos, explican Primack y Abrams, «estaban
astronómicamente equivocados al suponer que la Tierra era el centro del
universo, pero tenían razón psicológicamente: el universo debe verse desde el
interior, desde nuestro centro, donde de hecho nos hallamos, y no desde alguna
perspectiva en la periferia o incluso fuera».3º Una vez entendido esto, el punto
de vista astrológico, que usa cartas centradas en individuos específicos o
localidades concretas de la Tierra, está en general de acuerdo con la
concepción cosmológica moderna de un universo omnicéntrico, con infinitos
centros.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 325
La homeostasis incluye un aspecto fundamental del arquetipo
de Saturno: las fronteras protectoras. Como Saturno, la homeostasis es una
conservadora deformas, asociada con el impulso de la supervivencia, con el
mantenimiento del orden establecido. Como ya hemos visto, es esencial para la
existencia y el funcionamiento del complejo del ego, la forma estructural de la
identidad humana consciente, construida a lo largo de miles de años de
evolución. «Cada ser centrado tiene fronteras y bordes», sostiene Swimme, con
lo cual quiere decir que se diferencia del ambiente que lo rodea. Una de las
cuestiones más importantes de nuestra época es si nuestras propias fronteras
psicológicas se volverán rígidas, como los muros de una cárcel, o bien
permeables, permitiendo un intercambio incesante de energía con el ambiente,
algo que, como nos ha demostrado la obra de Ilya Prigogine, es esencial para
las capacidades autoorganizativas de los sistemas vivientes. El desafío
fundamental de los seres humanos es convertirse en centros universales
diferenciados con fronteras que permitan una relación mutuamente beneficiosa
con el ancho mundo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 339
En la astrología, el principio de Saturno, asociado con las
fronteras y con la forma estructural, se relaciona también con la experiencia
del miedo, la inferioridad, el dolor y la aguda consciencia de uno mismo. La
incapacidad de experimentar esos sentimientos negativos y enfrentarse a ellos
puede mantener a la gente presa en una situación vital y en una estructura
psicológica demasiado estrechas, demasiado opresivas, que impiden la expresión
de su naturaleza más profunda y de sus impulsos creativos.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 340
El poder de la emergencia, estrechamente asociado al
arquetipo planetario de Urano, es también esencial para la individuación, de
muchas maneras que son a la vez positivas y problemáticas. La emergencia, según
Swimme, se corresponde con la tendencia a desplazarnos hacia los extremos, a ir
más allá de lo cómodo y del statu quo, a ser más radicales, más polarizados,
cualidades todas ellas que también se corresponden con el arquetipo de Urano.
La emergencia se representa mediante la imagen arquetípica del puer aeternus (el
niño eterno), que, atrapado en un estado de perpetua juventud veleidosa, es
incapaz de comprometerse con cualquier tipo de patrón de vida asentado. La
emergencia, de acuerdo con Swimme, se experimenta como la capacidad de vivir al
límite y de soportar la tensión creativa, las energías sumamente cargadas y el
desasosiego perpetuo. Nos empuja a proseguir nuestro propio camino, a adoptar
nuestro propio modo de vida, aunque esto signifique desviarse radicalmente de
la norma y arriesgarse a la exclusión y la alienación. También parece apuntar a
la emergencia el arquetipo del embaucador, cuyo personaje no se ve limitado por
ninguna forma asentada y es en todo momento impredecible y perturbador. La
emergencia es el poder audaz que subyace en la exhortación de Nietzsche a
«vivir peligrosamente». Es el poder creativo capaz de dar vida a nuevas formas.
Mientras que el viejo complejo del ego está en buena parte condicionado por los
patrones socioculturales y por los imperativos biológicos, el nuevo yo es un
centro dinámico de emergencia creativa: impredecible, proteico, libre.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 341
Mediante el cataclismo, tras la ruptura de la homeostasis
que sostiene el complejo del ego, experimentamos un regreso dramático al estado
neptuniano de la continuidad, a la condición amorfa, indiferenciada, acuosa que
los alquimistas llamaron la prima materia, o masa confusa, en la que han
perecido tantas almas sensibles. Es necesario el regreso a la base, a la
fuente, para contactar con las potencialidades más profundas que se han
perdido, excluidas del complejo del ego. La disolución, como se dieron cuenta
los alquimistas, siempre precede a la redención. Cuando «el centro no se
sostiene», escribió W. B. Yeats en el poema «El segundo advenimiento», «la pura
anarquía se abate sobre el mundo». Y, sin embargo, a un cierto nivel esta
anarquía, consecuencia del cataclismo, parece estar siempre al servicio de una
transformación mayor, como la nueva vida que brota de las cenizas de la vieja.
De manera similar, la experiencia psicológica del cataclismo, cuando se afirma
y se maneja creativamente, puede ser aceptada como parte de un proceso más
amplio de transmutación y transformación radical, dos poderes que, como ya
hemos visto, son fundamentales para el proceso de individuación.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 343
La asociación que hemos identificado entre los arquetipos
planetarios y los poderes cosmológicos nos permite emplear la astrología del
tránsito (el estudio de los conjuntos de relaciones cambiantes que se
establecen entre los planetas a lo largo de sus ciclos) para iluminar las
dinámicas cosmológicas más profundas de la individuación. Aplicada a esta
visión de un universo en el que las dinámicas naturales y los principios
homólogos interconectados son responsables de la evolución de la vida a todos
los niveles, la astrología del tránsito puede contribuir a tornar inteligible
el carácter arquetípico de estas dinámicas y principios, a rastrear sus
patrones cambiantes. Nos proporciona un método para comprender en términos
arquetípicos los procesos de transformación que ocurren en la experiencia
humana en cualquier momento concreto.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 345
Para dar un sencillo ejemplo contemporáneo: un alineamiento
de tres planetas: Saturno, Urano y Plutón (conocido en astrología como
cuadratura en T), que comenzó en 2008, ha coincidido en sus primeras etapas con
la crisis financiera global causada por el fracaso regulador del sistema
bancario mundial. En términos de los poderes cosmológicos de Swimme y de su
conexión con los arquetipos planetarios, reconocemos en esta crisis la
emergencia repentina, inesperada (Urano), de una situación de cataclismo
económico potencial (Saturno-Plutón) que conduce a una transformación radical
(Plutón) de las estructuras existentes (Saturno) del mundo financiero.
Podríamos decir, en otras palabras, que la expresión del poder de la
homeostasis (Saturno) ha sido desafiada y alterada por los poderes de la
emergencia, la transmutación y la transformación. Como resultado de esta
crisis, hemos visto movimientos que buscaban establecer normativas nuevas,
límites y fronteras (Saturno-Urano) en el mundo financiero y tal vez los
primeros pasos de la emergencia (Urano) de una nueva forma de gobierno
financiero-político global, forjada en la alianza de las naciones que lideran
económicamente el mundo. Como ha señalado Tarnas, el único otro momento del
siglo XX en el que los planetas Saturno, Urano y Plutón se encontraron en otro
alineamiento de cuadratura en T fue en la época de la Gran Depresión de
principios de la década de 1930, cuando la interacción dinámica de los tres
poderes arquetípicos se manifestó de una forma sorprendentemente similar.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 345
El encuentro consciente con los poderes cosmológicos en
nuestra época, como ha subrayado también Swimme, parece estar conduciéndonos a
una metamorfosis radical en la estructura de la personalidad humana. Es como si
se estuviera produciendo una transición desde el egocentrismo condicionado por
las inquietudes personales, familiares, socioculturales, económicas,
nacionalistas y políticas, hasta un sentido del yo que refleja nuestra
identidad más amplia como seres cosmológicos y espirituales, trascendiendo todas
estas categorías más limitadas. Lo que está surgiendo, al menos en una minoría
de personas, es un nuevo sentido de la identidad cosmológica, en la que el ser
humano podría concebirse, pero también experimentarse realmente, como la
cúspide consciente de la evolución. A través de lo humano, el cosmos se ha
adentrado en un territorio inexplorado en el que un nuevo ser cosmológico lucha
por nacer de la confluencia creativa de los poderes del universo. «Algo se está
desarrollando en el mundo gracias a nuestros medios», escribió Teilhard, «quizá
a nuestra costa».
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 349
La astrología nació en el momento en que la consciencia
humana despertaba de su letargo e intentaba alinear sus patrones de actividad
con los ciclos y ritmos del cosmos.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 360
La astrología arquetipal, con su amplísima comprensión de la
naturaleza de los principios arquetípicos y la psique, ofrece en la actualidad
una cuarta perspectiva sobre el mito y la religión, que incorpora la
interpretación psicológica del mito, pero va más allá. La psicología analítica
y la obra de Joseph Campbell sustentan una interpretación
psicológico-metafórica del mito basada en la relación entre temas míticos e
imágenes y pulsiones arquetípicas intrapsíquicas; en cambio, en la astrología
arquetipal los arquetipos asociados con los planetas se reconocen como
principios y poderes esenciales, arraigados en un fundamento metafísico, que se
manifiestan tanto en el interior, en la psique humana, como en el exterior, en
el cosmos, y que condicionan, modelan e impulsan el desarrollo evolutivo en
todos los niveles de la vida y en todas las estructuras de la consciencia.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 375
La astrología arquetipal se basa en lo que Tarnas ha
denominado una epistemología participativa, en la que la mente humana se
concibe como parte y expresión de la interioridad de la naturaleza y del
universo en su conjunto.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 375
Mediante la astrología arquetipal, la transformación de
nuestra comprensión del mito adopta un giro inesperado: concebidos previamente
como proyecciones psicológicas, como metáforas de procesos intrapsíquicos, los
mitos recuperan la conexión cosmológica entre los temas arquetípicos que
expresan y el orden estructural del cosmos. Los mitos no son necesariamente
descripciones factuales de acontecimientos pasados, ni fantasías y
explicaciones infantiles de la mente «primitiva» o simples metáforas de la psicología
humana, aunque puedan ser cualquiera de estas cosas o todas ellas. Más bien, y
sobre todo, los mitos expresan patrones arquetípicos objetivos de sentido en
los que participamos, inherentes tanto a la psique como al cosmos. Asimismo, la
astrología arquetipal restaura la asociación entre mito e historia. El mito se
relaciona con la historia, pero no de manera literal; no es que los
acontecimientos descritos por el mito ocurrieran necesariamente en la historia,
sino que el proceso histórico refleja los temas míticos y arquetípicos
asociados con las cambiantes relaciones que se dan entre los planetas en
momentos particulares de la historia.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 376
Al restaurar la conexión entre la experiencia interior del
individuo, la cosmología y la historia, la astrología arquetipal contrarresta,
por un lado, la tendencia a reducir el mito y la religión a pura psicología
(psicologismo) y, por otro, el peligro de preocuparse únicamente por el mundo
espiritual propio, lo que reduce la espiritualidad individual a una mera
cuestión personal, a una mera vivencia de los mitos propios, sin relación
necesaria con las perspectivas espirituales y los mitos individuales de otras
personas (solipsismo y narcisismo espiritual). La astrología arquetipal sugiere
que el camino espiritual y la orientación vital única de cada persona reflejan
la configuración psicológica y la perspectiva cultural específica del
individuo. Pero esto implica que las diversas formas de espiritualidad, por
diferentes que puedan parecer, están estructuradas por el mismo conjunto de
principios arquetípico-cosmológicos subyacentes. Dentro de este marco
compartido de significado arquetípico y cosmológico, las diversas formas de
expresión espiritual, religiosa, mítica y artística están íntimamente
relacionadas. La experiencia y la orientación espirituales de un individuo son
un fenómeno único, irrepetible, y al mismo tiempo universal, que descansa en
una concepción arquetípica de la naturaleza de la realidad y da expresión a la
totalidad en la que se inserta la vida individual.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 377
Soy de la opinión de que el reconocimiento de la matriz
arquetípica, en cuanto fundación de una cosmología arquetipal, es coherente con
la aparición de una consciencia integral y, por lo tanto, debe marcar la
siguiente etapa en la evolución de nuestra comprensión de la naturaleza del
mito y de su función en la experiencia humana. La astrología arquetipal podría
sustentar una nueva visión del mundo mítica e integral para nuestra época,
recogiendo cada una de las cuatro funciones del mito, presentando una alternativa
viable a los enfoques actualmente dominantes sobre la comprensión del mito y la
religión, y ofreciendo una alternativa radical a la imagen moder.na de un mundo
desencantado.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 378
La astrología arquetipal podría sustentar una nueva visión
del mundo mítica e integral para nuestra época, recogiendo cada una de las
cuatro funciones del mito, presentando una alternativa viable a los enfoques
actualmente dominantes sobre la comprensión del mito y la religión, y
ofreciendo una alternativa radical a la imagen moder.na de un mundo
desencantado.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 378
La astrología arquetipal ofrece un método para identificar
exactamente los diferentes principios arquetípicos, complejos inconscientes,
pulsiones instintivas, centros de voluntad y funciones psicológicas que, en
conjunto, modelan las dinámicas más profundas de la experiencia humana.
Contribuye así a conectar conscientemente al individuo con «el orden y las
realidades de la psique», realizando por tanto la función psicológica del mito.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 378
Mediante el análisis natal de las cartas astrológicas,
podemos determinar los grandes temas arquetípicos de la biografía individual y
los grandes complejos arquetípicos que configuran la personalidad del
individuo. Mediante el análisis de los tránsitos, somos capaces de cartografiar
los cambios que con el paso del tiempo experimentan las relaciones entre los
principios arquetípicos y, en consecuencia, iluminar los cambios cualitativos y
temáticos de la experiencia humana. Por estas razones he sostenido que el
análisis natal y el análisis de los tránsitos, combinados con el modelo
mitológico del viaje del héroe, podrían servir de ayuda en el proceso de
individuación, contribuyendo a comprender los distintos retos y dinámicas que
plantea dicho proceso, y a guiar al ego individualizante hacia una realización
del sí-mismo. En la nueva era de la mitología individual y creativa, la
astrología arquetipal, tal como la he presentado aquí, quizá nos permita
encontrar y formular un camino espiritual individual y único, y descubrir y
expresar el mito personal de cada cual, reflejo de nuestra posición
espacio-temporal en el cosmos. Al iluminar las dinámicas cosmológicas de la
experiencia humana, la astrología arquetipal se puede emplear para comprender
mejor nuestra relación individual y específica con los «poderes del universo»,
por emplear la expresión de Brian Swimme, para desentrañar el modo en que tales
poderes actúan a través de nosotros. Puesto que conecta toda 393 la experiencia
humana, tanto individual como colectiva, con su contexto cosmológico, la
astrología arquetipal está al servicio de un aspecto esencial de la función
cosmológica del mito. Al apuntar más allá de una estrecha concepción humanista
de la naturaleza humana, la astrología arquetipal sugiere que las dinámicas
profundas que configuran nuestras identidades están enraizadas en el cosmos
como totalidad.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 380
La perspectiva astrológica arquetipal proporciona un marco
en el que reunir los temas y las enseñanzas de los mitos, las religiones, las
filosofías, las psicologías y las artes, para relacionarlos con las
combinaciones específicas de arquetipos planetarios, con vistas a sentar las
bases de una perspectiva mitológica verdaderamente universal. Esta visión del
mundo mitológica e integral, apoyada por la astrología arquetipal, puede
nutrirse de la sabiduría acumulada por todas las tradiciones espirituales y del
valor instructivo de todos los mitos. Sin embargo, en su reconocimiento de la
plurivalencia e indeterminación de la expresión de los arquetipos en los
aspectos concretos de la experiencia humana, la astrología arquetipal también
tiene la capacidad de abrazar el pluralismo, la diversidad y la preocupación
por las diferencias individuales propias de la época posmoderna.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 382
La astrología arquetipal promueve una visión del mundo
radicalmente pluralista pero coherentemente unificada, universal pero orientada
específicamente al individuo, definida por un orden coherente pero
creativamente abierta e indeterminada. Los mitos individuales pueden entenderse
como expresiones y enunciaciones diversas de los principios arquetípicos, cada
uno con sus propias inflexiones culturales, concebido para abarcar una serie de
propósitos y funciones, y para transmitir algo único sobre el lugar de una
cultura o un individuo dados en el espacio y el tiempo. Al presentar una
perspectiva mitológica universal, la astrología arquetipal realiza la función
sociológica del mito ayudando al individuo a penetrar en las dinámicas
arquetípicas que configuran el proceso histórico y evolutivo y que influyen en
el Zeitgeist de una época determinada.
Por último, puesto que demuestra la identidad subyacente de
lo interno y lo externo, la astrología arquetipal desempeña asimismo la función
metafísico-mística del mito. Dirige la consciencia humana hacia el conocimiento
del fundamento espiritual de la realidad y de los poderes y principios
arquetípicos que configuran dicho fundamento. Desde esta perspectiva, los
«dioses» del mito pueden considerarse símbolos y formas personificadas de los
poderes arquetípicos que expresan, apuntando más allá de sí mismos hasta
volverse completamente «transparentes a la trascendencia».
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 382
El universo, en sus profundidades interiores, puede verse
como el útero que contiene todas las divinidades, todos los grandes mitos y
todas las religiones universales.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 383
A mi juicio, la astrología arquetipal se dirige al
cumplimiento de esos criterios en todos sus aspectos y ofrece un enfoque
genuinamente integral del mito, fundamentado en todas las estructuras de la
consciencia identificadas por Gebser: la arcaica, por la comprensión de la
unidad y totalidad de la realidad; la mágica, por el reconocimiento de las
correspondencias sincronísticas entre los alineamientos planetarios y las
dinámicas arquetípicas de la experiencia humana; la mítica, por su uso de la
simbología para representar esas correspondencias y su aceptación del valor
instructivo y pedagógico del mito y la religión; la mental, por su confianza en
el cálculo empírico de los movimientos planetarios y el recurso a las teorías
científicas y psicológicas modernas para entender las correlaciones
astrológicas; y, por último, la integral, por la consciencia viva del
fundamento dinámico subyacente, la matriz arquetípica.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 384
Muchos consideran que nuestro propio momento histórico es un
punto de ruptura crucial: Gebser lo anunciaba como la época de una mutación
capital de la consciencia; Campbell, como un desplazamiento en la mitología,
como la era de la mitología creativa, individual; Hanegraaff y otros
historiadores culturales, como una etapa de revolución espiritual; Jung, como
el kairós, que traía consigo una metamorfosis de los dioses; Capra, como un
punto de inflexión cultural y paradigmático; el historiador Oswald Spengler,
como la «decadencia de Occidente», un período en el que somos testigos de los
estertores de la civilización industrial occidental moderna. Tal vez resulte
aún más significativa la descripción de nuestra época llevada a cabo por el
filósofo Ewert Cousins como la Segunda Era Axial, cuya importancia espiritual,
a su juicio, equivale a la de la primera Era Axial del siglo VI a.C., cuando la
mayoría de las grandes religiones del mundo surgieron o atravesaron desarrollos
críticos como respuesta a la transformación capital que en aquel momento
experimentaba la psique humana.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 388
Un análisis de los tránsitos mundiales de estos dos períodos
apoyaría esta comparación. La Era Axial, como observa Richard Tarnas, fue el
único período registrado por la historia en el que se dio una conjunción de los
tres planetas exteriores: Urano, Neptuno y Plutón. A finales del siglo XIX y
principios del XX, los tres planetas exteriores se situaron de nuevo en un
alineamiento mayor, con Urano en oposición a la conjunción Neptuno-Plutón, un
alineamiento sólo por detrás de la triple conjunción de la Era Axial en lo que
respecta a su potencia arquetípica y significado. Este período produjo las
proclamas de Nietzsche, que marcaron una época; las obras maestras espirituales
orientadas a la evolución de Sri Aurobindo, Teilhard de Chardin y Rudolf
Steiner; el nacimiento de la psicología analítica con Freud y Jung; los
influyentes movimientos pictóricos del impresionismo y el postimpresionismo, y
el nacimiento de la física moderna posnewtoniana. Los avances de ese momento,
como ha subrayado Tarnas, continuaron desplegándose a lo largo de las
siguientes décadas del siglo XX, con las conjunciones de Urano y Plutón en los
sesenta y de Urano y Neptuno a finales de los ochenta y en los noventa. Y, en
muchos sentidos, no fue hasta después de que Neptuno y Plutón se situaran en un
posterior alineamiento sextil, desde la década de 1940 hasta nuestros días,
cuando los desarrollos iniciados a principios del siglo XX realmente
fructificaron y empezaron a comprenderse mejor.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 389
La carta muestra las posiciones de los tres planetas
exteriores el I de enero de 1900. Neptuno y Plutón, situados en el extremo
inferior izquierdo de la carta, se encontraban en un alineamiento conjunto que
había comenzado a finales de la década de 1870 y que duró más de treinta años.
Durante ese tiempo, Urano se colocó en oposición a Plutón, primero, y a
Neptuno, después. En la carta de arriba, Urano, en el extremo superior derecho,
está colocado a 10º de Sagitario, en oposición a Plutón, que está a 5º de
Géminis. Entre otras cosas, la combinación arquetípica Neptuno-Plutón se
relaciona con la muerte y la destrucción de ideas y sistemas metafísicos muy
antiguos, y con períodos de renacimiento y renovación espiritual, lo que
refleja transformaciones en las profundidades de la psique inconsciente.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 390
En términos simbólicos, la «luz» de la consciencia del ego
se representa a menudo en los mitos, en la astrología y en la sabiduría popular
esotérica mediante el Sol. Las metáforas solares se suelen emplear para
expresar el nacimiento y la ascensión de la consciencia, y no sólo en el mito
sino también en los relatos históricos y culturales.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 392
Fue Nietzsche, más que ningún otro, quien a la vez profetizó
y experimentó en su propia vida el «Gran Mediodía», como él lo llamaba, un
momento crucial en el desarrollo cultural y evolutivo humano. Fue con Nietzsche
con quien la consciencia humana del ego, como el Sol en su tránsito diario por
el cielo, comenzó su necesario descenso al inframundo, a las profundidades de
la psique. Mientras que la inquietud principal de la mente occidental desde los
tiempos de los griegos eran los aspectos en primer plano, «a la luz del día»,
de la existencia, la «bajada» de Nietzsche señalaba un foco compensatorio sobre
la «oscuridad» del fondo. Anunciaba el inicio de un período de la cultura
humana que más tarde Heidegger llamaría «la noche del mundo», un período en el
que Dios y el espíritu se han retirado de nuestro conocimiento consciente.
Nietzsche hace que Zaratustra le diga al Sol: «Debo descender a las profundidades:
como haces tú al atardecer, cuando te ocultas tras el mar y arrojas luz también
sobre el inframundo, ¡estrella sobreabundante! Como tú, yo debo descender».
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 393
Sol y Luna representan dimensiones diferentes de la psique
humana: la consciencia y lo inconsciente. También se corresponden, a grandes
rasgos, con la distinción que establece la tradición filosófica occidental
entre el espíritu y el alma, respectivamente, y con los diversos modos de ser
apuntados por los principios del taoísmo chino del yang (activo, creativo,
asertivo, «masculino») y el yin (pasivo, receptivo, flexible, «femenino»). En
la astrología, el arquetipo planetario correspondiente a la Luna se asocia con
el alma y con las cualidades yin de la receptividad, el cuidado y la
relacionalidad. Se relaciona con el principio femenino, la matriz del ser, la
maternidad, el vientre, el hogar, el pasado y el arquetipo del anima, que a su
vez se asocia con las emociones y con la imagen interna de lo femenino en la
psique masculina. Del mismo modo que la Luna es la luz nocturna dominante y
reina en el cielo de noche, la Luna arquetípica gobierna la oscuridad de lo
inconsciente, de los sueños y de la vida íntima, privada, de las emociones y
los sentimientos.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 394
A fin de cuentas, no somos el origen de los actos de
voluntad y volición, ni de los deseos e impulsos, sino su recipiente. En último
término, somos los emisarios de los propósitos, intenciones y telos del
universo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 398
Todos aquellos que se adentren en la senda de la
individuación deben cultivar una respuesta afirmativa no sólo ante el «bien» y
los aspectos positivos de la vida, sino también ante el «mal» y la dimensión
sombría, dolorosa, de la experiencia humana. A través de la afirmación de ambos
polos de la existencia, se pueden asumir los opuestos inherentes a la
naturaleza, reteniendo dentro del propio yo, en una tensión creativa, tanto el
espíritu como la naturaleza, el bien como el mal, el miedo como el deseo. De esta
manera, la individuación, siguiendo un sendero similar al del héroe místico,
podría conducir en último término, como apunta Jung, a la gran unio mystica del
espíritu y la materia, unificando lo trascendente y lo inmanente divino en el
abrazo del hieros gamos, del matrimonio sagrado de lo divino masculino y
femenino.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 399
Estrenada justo un año antes de la llegada a la Luna, la
secuencia final de 2001: Una odisea del espacio, de Kubrick, que muestra la
imagen enigmática de un bebé en su burbuja cósmica semejante a un vientre,
parece remitir a la misteriosa transformación evolutiva en la que todos estamos
participando, consciente o inconscientemente. Pues del hieros gamos del Sol y
la Luna es de donde, en última instancia, podría emerger una nueva forma de
ser. El Übermensch, el humano espiritualizado, el ultrahumano, el sí-mismo:
todos estos términos apuntan al nacimiento de algo nuevo dentro de lo humano y
a través de él; a la emergencia de un ser superior, más completo, más
universal. Este nacimiento estará mediado por el principio lunar y simbolizará
a la vez a la madre y al niño. El sí-mismo, como observaba Jung, es el hijo del
«anima preñada».'' Surgiendo de lo inconsciente, el sí-mismo (la encarnación
individual del anthropos cósmico) lucha para nacer de la experiencia humana a
través del anima.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 400
La astrología arquetipal forma parte de una disciplina
académica más amplia, la cosmología arquetipal, que está siendo desarrollada en
la actualidad por un grupo de estudiosos e investigadores afincados
mayoritariamente en San Francisco (California). Esta disciplina aborda las
correlaciones entre los alineamientos planetarios y los patrones arquetípicos
en la experiencia humana, así como la comprensión de las bases teóricas de
dichas correlaciones y sus implicaciones en la visión general del mundo.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 402
En el enfoque de Bohm, señala Atmanspacher, «las nociones de
los órdenes implicado y explicado reflejan la distinción entre los dominios
óntico y epistémico. A nivel del orden implicado, el término información activa
expresa que este nivel es capaz de "informar" los dominios de la
mente y la materia epistémicamente diferenciados y explicados». En la
psicología analítica de Jung, prosigue Atmanspacher, los arquetipos «se
consideran constituyentes del nivel psicofísicamente neutral y cubren tanto lo
inconsciente colectivo como la realidad holística de la teoría cuántica. Al
mismo tiempo, operan como "factores de ordenación" al ser
responsables de la disposición de sus manifestaciones psíquicas y físicas en
los dominios epistémicamente diferenciados de la mente y la materia [...].
Existe una relación causal (en el sentido de formal, más que en el de causación
eficiente) entre el nivel monista psicofísicamente neutral y los dominios
mental y material epistémicamente diferenciados. Según Pauli y Jung, este tipo
de causación se expresa por la operación de ordenación de arquetipos en lo
inconsciente colectivo [...]. Un rasgo notable [de esta perspectiva] es la
posibilidad de que las manifestaciones mentales y materiales hereden
correlaciones mutuas debido al hecho de que están causadas en conjunto por el
nivel psicofísicamente neutral». Atmanspacher, «Quantum approaches to consciousness».
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 431
Aunque el descubrimiento de lo inconsciente ha sido
atribuido a Coleridge hacia 1800, Jung asigna los comienzos de la psicología de
lo inconsciente a la obra de Carus.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 436
Entre todos los diversos acontecimientos históricos
ocurridos en cualquier época, los más importantes en este tipo de correlaciones
son aquellos que distinguen el período en cuestión de los anteriores, y no
necesariamente los más llamativos. Por ejemplo, en los dos años siguientes al
descubrimiento de Neptuno, las revoluciones que en 1848 estallaron por Europa
se cuentan sin lugar a dudas entre los sucesos más relevantes de la época. Si
no se conoce previamente la asociación de Urano con las revoluciones, se podría
llegar a la conclusión equivocada de que es, de hecho, el Neptuno arquetípico y
no Urano el que está asociado con las revoluciones, el derrocamiento del orden
establecido y ese tipo de cosas. Por tanto, no basta con que un acontecimiento
sea históricamente importante; también debe ser de algún modo singular y
exclusivo de la época, algo que no ocurre con las revoluciones de 1848, que en
realidad seguían la estela de las de la década de 1780. En términos de
tránsitos astrológicos, las revoluciones de 1848 coincidieron con un
alineamiento Urano-Plutón.
Keiron Le Grice
El Cosmos
Arquetipal, página 436
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