Keiron Le Grice El Cosmos Arquetipal

 
Al contemplar la inmensidad del espacio presenciamos un misterio enorme e insondable. El cielo nocturno produce una sensación de ilimitada profundidad y extensión inconcebible, de intemporalidad e infinitud, de terror ante la oscuridad ignota, así como el irresistible atractivo de lo que aún no hemos experimentado. Al mismo tiempo, pone de relieve el enigma de nuestro origen esencial y la promesa de nuestro futuro lejano. Sentimos que el universo es a la vez nuestra fuente y nuestra meta, nuestro principio y nuestro final. El contexto evolutivo de la vida misma: tal es el terreno donde tienen su origen todas las cosas.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 11
 
 
En el universo interdependiente e interconectado que nos ha revelado la ciencia moderna, ¿es posible que estas tres áreas de exploración (el mundo interior de la psique, el dominio cuántico y el espacio exterior) estén conectadas más profundamente de lo que se nos ha hecho creer o de lo que jamás hubiéramos podido imaginar? ¿Es posible que, en los niveles más profundos, la psique y el cosmos estén tan relacionados que en cierto sentido sean idénticos? Por descontado, esta suposición no carece totalmente de precedentes. La intuición de que existe una conexión entre el macrocosmos celestial y el microcosmos humano ha estado presente desde hace mucho tiempo en las visiones del mundo oriental y premoderno, en las filosofías místicas, en la tradición esotérica y, muy especialmente, en la antigua disciplina de la astrología: el estudio de la correspondencia entre la experiencia humana y las posiciones y los movimientos del Sol, la Luna y los cuerpos planetarios del sistema solar. Si bien muchas personas en las sociedades occidentales modernas se apresurarán a rechazar en redondo la reivindicación de la veracidad de la astrología, una sorprendente serie de nuevas evidencias de correlaciones asombrosas entre los ciclos planetarios y las pautas de la historia mundial, dada a conocer recientemente por el filósofo e historiador cultural Richard Tarnas, ha proporcionado a la astrología una inesperada credibilidad y ofrece la prueba más convincente hasta la fecha de que este antiguo sistema simbólico, tras décadas de reformulación a través de su encuentro con la psicología analítica, humanista y transpersonal, es otra vez digno de ser considerado seriamente.' Apoyada en estos datos, ha surgido una nueva forma de astrología, la astrología arquetipal, que se basa en la tradición astrológica pero también en las ideas de la psicología analítica, y que está cada vez más respaldada por los conceptos teóricos de algunas de nuestras mejores mentes científicas. Conforme las nuevas ciencias empiezan a revelar una relación inesperada entre el dominio interior de la psique y el dominio exterior del cosmos, quizá podamos contemplar otra vez el significado profundo de los modelos planetarios del sistema solar, en busca de orientación y guía en la siguiente fase de nuestro trayecto evolutivo. Pues no sólo encontraremos que la astrología arquetipal nos ayuda a hacer inteligibles las pautas de nuestro pasado evolutivo histórico y reciente, así como a arrojar luz sobre los desafíos del presente, sino también que esta nueva forma de astrología nos proporciona, creo, una perspectiva mítica muy útil para la humanidad en su desarrollo futuro. Tal perspectiva puede adecuarse a la visión cosmológica y a la consciencia planetaria global que hemos adquirido recientemente, a la vez que incluye en su ámbito la sabiduría mitológica y espiritual de otras épocas. Vista con nuevos ojos en este nuevo milenio, la astrología arquetipal nos capacita para descubrir la unidad subyacente de la psique y el cosmos y, yendo más allá, para señalar el orden profundo y los cimientos sobre los que se asientan ambos dominios.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 14
 
 
Quizá nuestra búsqueda interior, la exploración de la psique humana, y nuestra investigación exterior, la exploración del universo, sean diferentes expresiones de la ubicua búsqueda espiritual, tan antigua como la humanidad, del origen último, para alcanzar una relación consciente con la fuente y la base de todo cuanto existe. En tal caso, los patrones arquetípicos, reflejados en el orden estructural del cosmos y manifestados simultáneamente en las profundidades del inconsciente humano, tal vez sirvan para iluminar nuestro camino en este viaje heroico.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 16
 
 
La astrología es una perspectiva alternativa que ha sufrido más que ninguna otra el prejuicio inconsciente implícito en la visión occidental moderna del mundo. Las ideas dominantes derivadas de la religión, la filosofía y la ciencia (ideas que son centrales en la comprensión consensuada del mundo y que han resultado esenciales para modelar la naturaleza de la vida moderna) han marginado y aparentemente invalidado la astrología, de tal modo que en la actualidad mucha gente la descarta sin más, o la ve tan sólo como un curioso entretenimiento para la intelectualidad ingenua e ilusa. Los supuestos filosóficos de la visión occidental del mundo han creado, especialmente en la época moderna, un poderoso prejuicio autoperpetuado contra la astrología que se erige como una imponente barrera contra cualquier replanteamiento sobre la validez de las correlaciones astrológicas.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 21
 
 
Mediante los relatos del mito, la gente de todos los lugares y todas las épocas ha explicado su relación con el misterio de la vida, con los dioses, con la naturaleza, con el cosmos y con los demás. Los mitos son tan esenciales en la formación, cohesión y preservación de las sociedades como otros factores más tangibles como las leyes, la economía o el desarrollo tecnológico; según Campbell, son las fuerzas vivas de la sociedad, pues proporcionan imágenes y símbolos que sirven de guía, siendo capaces de «despertar y concentrar en un objetivo las energías de la aspiración».
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 24
 
 
Cuando las antiguas creencias dejan de explicar adecuadamente los hechos reales o nuestra experiencia vital, cuando un mito pierde el contacto con la realidad de la vida cotidiana de los integrantes de una cultura (como ha ocurrido en el mundo occidental poscristiano), la experiencia personal y la mitología colectiva entran en conflicto mientras la gente acepta a duras penas la validez del relato que se le presenta y, en consecuencia, los valores asociados de la cultura. Entonces, las discrepancias entre las creencias profesadas y la realidad de la vida humana dan lugar a lo que el psicólogo Leon Festinger ha denominado disonancia cognitiva, un malestar psicológico agudo causado por la contradicción irreconciliable entre nuestras experiencias reales y nuestra idea de cómo se supone que debe ser el mundo. Y, sin embargo, es de este conflicto psicológico y de esta tensión interior de donde nacen nuevos conceptos, nuevas visiones del mundo y nuevos mitos. La propia cristiandad surgió precisamente en respuesta a esa clase de discordia en los años siguientes a la muerte de Jesús, y en nuestra época necesitamos una nueva respuesta al desafío espiritual exclusivo de nuestro tiempo. Necesitamos una nueva perspectiva mítica.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 30
 
 
En sus últimos años de vida, Jung escribió que estamos viviendo en lo que los antiguos griegos llamaban kairós, en el «momento adecuado» para una «metamorfosis de los dioses», para una gran transformación de la psique inconsciente humana que conducirá a un cambio profundo de los «principios y símbolos fundamentales» que orientan la experiencia humana y la dotan de un significado.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 38
 
 
Los dioses son tan relevantes en la actualidad como lo eran en épocas antiguas, porque representan las potencias vitales, los centros creativos y los principios dinámicos de la psique humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 44
 
 
Los dioses, según Campbell, eran personificaciones de los poderes de la naturaleza y de las energías que experimentaba el cuerpo humano, como la fuerza del deseo, la motivación y la voluntad, el instinto y el impulso, el pensamiento, el sentimiento y la intuición. Además, eran personificaciones de principios universales trascendentes cuya existencia no depende del auge o la caída de las civilizaciones, sino que permanecen como constantes universales a lo largo de la historia y en todas las culturas: amor, belleza, fuerza, sabiduría, verdad, sobrecogimiento, terror, libertad, etcétera. La interacción entre los dioses narrada en los mitos representa los conflictos entre esos principios universales y los diferentes impulsos humanos. Los relatos en los que aparecen los dioses indican maneras de reconciliar esos conflictos. En las sociedades premodernas, la adoración a los dioses era una forma de reconocer las diversas potencias vitales para integrarlas en la estructura de la vida humana. La suposición moderna de que somos seres racionales autodeterminados, dueños de nuestro destino, armados con el libre albedrío y con el poder de modelar nuestra vida a nuestro antojo, crea una postura psicológica en la que nos aislamos y alienamos de los dioses. Vivimos ignorantes de su poder, y los dioses, invisibles e irreconocibles, se transforman en fuerzas peligrosas y destructivas. En la actualidad, como han puesto de relieve Jung, Hillman y muchos otros psicólogos destacados, tenemos nuevos dioses, o más bien invocamos a los viejos con nombres nuevos: obsesiones, compulsiones, neurosis, manías y depresiones, pulsiones y complejos, síntomas de enfermedad, idiosincrasias y excentricidades. Los dioses, a los que ya no reconocemos, han asumido connotaciones completamente negativas y son vistos como intrusiones indeseadas que trastornan nuestros planes e intenciones conscientes. Un daimon debía ser respetado y un dios adorado, pero una obsesión debe ser controlada, una neurosis corregida y una depresión prevenida a toda costa. En nuestra época, una nueva perspectiva mítica debería proporcionarnos una forma de reconocer conscientemente los poderes que antaño representaban los dioses y de relacionarnos de manera constructiva con ellos. Necesitamos con urgencia un sistema de orientación psicológica mediante el cual podamos reconciliarnos con las poderosas fuerzas inconscientes de la psique. Para iniciarnos en el «orden de realidades» de la psique, necesitamos simplemente comprender qué es este orden interior y cómo estamos relacionados con él. Precisamos de un mapa de este dominio para orientarnos y dirigirnos hacia nuestro «enriquecimiento y realización espiritual».
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 44
 
 
Creo que una nueva perspectiva mítica para nuestra época nos puede ofrecer no sólo la posibilidad de beber en las fuentes de los mitos existentes, sino también ir más allá y concentrarnos directamente en los centros vitales creativos y los poderes de la naturaleza de los que brota todo lo mítico.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 48
 
 
La idea de que los mitos poseen un valor psicológico instructivo (que expresan principios subyacentes en la psique) ha contribuido a recuperar su relevancia en la civilización moderna. Campbell debería recibir alabanzas por los esfuerzos que dedicó a equilibrar y rechazar la desacreditación de los mitos basada en una evaluación de su valor literal. También habría que elogiarlo por sus intentos de revelar la sabiduría profunda de las concepciones de la realidad premodernas y no occidentales, flagrantemente desestimadas con el auge del pensamiento científico moderno. El valor imperecedero de la obra de Campbell es su demostración de que el mito es progresivo, no regresivo, en su función y su propósito.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 49
 
 
Para la minoría creativa, si no para el grueso de la humanidad, la individuación o algún tipo de vía espiritual individual se ha convertido en el mundo moderno, según el punto de vista de Jung, en una «necesidad psicológica ineludible». Es el impulso hacia la individuación que se oculta tras el ascenso de la mitología individual de nuestra época.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 58
 
 
Individuarse y descubrir la propia relación mítica con el universo es afrontar el desafío evolutivo único suscitado por las circunstancias del mundo moderno.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 58
 
 
Colectivamente, por supuesto, apenas hemos empezado a asumir los cambios profundos que nacieron durante las vidas de Goethe, Emerson, Nietzsche, Jung y otros. Al prefigurar lo que aún debe desarrollarse a una escala cultural más amplia, estos pioneros modernos del espíritu anticiparon y representaron durante su propia experiencia vital un proceso de transformación de la manera fundamental en que el ser humano está en el mundo. Sus vidas tienen una gran importancia evolutiva, pues jugaron un papel decisivo en el modelado de una nueva forma de realización espiritual que ahora empieza a imponerse en la consciencia humana. Y sospecho que esta transformación espera a mucha más gente en los años y décadas venideros de la era de la mitología individual. Sin embargo, en nuestra búsqueda de una nueva forma de mito, el descubrimiento y la exploración del dominio interior (el «orden de realidades» de la psique) son sólo la mitad de la historia. Al igual que la humanidad necesita orientarse hacia los poderes interiores, también necesitamos crear en la psique, como hemos visto, una relación con los poderes externos del cosmos. La psicología analítica satisface únicamente la función psicológica del mito, pero fracasa al tratar la función cosmológica. No podemos empezar a ver otra vez el mundo como una «gran imagen sagrada única», ni discernir nuestra relación con los poderes de la naturaleza y los ciclos y ritmos del cosmos si nuestro tratamiento es tan sólo interior y psicológico, si lo restringirnos al interior del sujeto humano. Si la psicología analítica constituye una primera etapa en el desarrollo de una nueva perspectiva mítica, una segunda etapa debe permitirnos conectar los poderes de nuestro interior, los de la psique inconsciente, con los poderes de la naturaleza exterior. Necesitarnos una manera de relacionar y reconectar el orden de realidades de la psique con el orden del cosmos. Corno consecuencia de los cambios trascendentales que ha experimentado nuestra comprensión del universo y la psique humana, y a causa de la transición a la nueva era de la mitología individual y creativa, cualquier nueva visión del mundo y cualquier nueva perspectiva mítica universal (si ha de existir una) deben ser cualitativamente diferentes a cualquier cosa anterior. Una nueva visión del mundo para la edad posrnoderna probablemente no se construirá sobre una religión universal homogénea o un mito único al que todos nos podamos adscribir: no debemos esperar que surjan un nuevo cristianismo o un nuevo budismo. Por el contrario, una nueva visión del mundo debe permitir una diversidad, pluralidad, eclecticismo y sincretismo religioso del mundo contemporáneo sin precedentes. Debe ser capaz de sustentar una «galaxia de mitologías», cada una de las cuales expresará una perspectiva diferente dentro del universo, dando forma a los poderes de la naturaleza que han animado y orientado la vida humana a lo largo de las épocas. Y dentro de esta gran diversidad, una nueva visión del mundo, si queremos que sea algo más que una mezcolanza de puntos de vista sin relación entre sí, también debe proporcionar una perspectiva unificadora única para la comunidad global, que contenga dentro de su ámbito todas esas formas míticas. Debe sustentar y dar coherencia a una multitud de perspectivas mitológicas, religiosas, filosóficas y artísticas. Para encontrar un contexto que sustente la «galaxia de mitologías» de nuestra época, debemos por tanto buscar no en cualquier instancia específica del mito, la religión o la filosofía, sino en el terreno del que brotan todas ellas. Debemos buscar en el propio cosmos.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 58
 
 
En cierto sentido, la astrología es a la vez el origen y, quizá ahora, la legítima heredera de una gran tradición mítico-filosófica que ha reconocido de diferentes formas la existencia de principios universales que ordenan la experiencia humana e influyen en ella. Esta tradición, que hunde sus raíces en los inicios de la civilización humana, prosperó en la cultura mítica de la Grecia antigua y, posteriormente, recibió una interpretación más racional en la filosofía de Pitágoras y de Platón, cuyo énfasis en las Ideas trascendentes y en las Formas matemáticas sustentó el mundo fenoménico. En la época moderna, el reconocimiento de estos principios formativos profundos prosigue adoptando en la filosofía occidental diferentes aspectos: Kant identificó categorías a priori innatas de la psique humana que condicionan y organizan la cognición y nuestra experiencia perceptiva del mundo; Schopenhauer postuló la existencia de «prototipos» que son la forma original de todos los fenómenos, y, más recientemente, Whitehead desarrolló su filosofía organicista del proceso, en la cual los «objetos eternos», como los denominaba, son las formas universales constituyentes de todos los sucesos u «ocasiones reales» de la experiencia. Jung, situando en esta tradición su propia idea de los arquetipos, reformuló estas perspectivas míticas y filosóficas con el lenguaje de la psicología analítica. Especialmente a través de la obra de Jung, la astrología ha empezado a restablecer su conexión con este linaje, y ha surgido una nueva forma de astrología digna de sus antecedentes filosóficos. Este nuevo movimiento y enfoque, que debe mucho a la investigación y a la erudición de Richard Tarnas, se conoce como astrología arquetipal. Aunque se inspira sobre todo en el pensamiento de Jung, la astrología arquetipal bebe extensamente de la psicología arquetipal posjunguiana de Hillman, así como de algunas perspectivas teóricas transpersonales que derivan de las investigaciones sobre la consciencia moderna.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 61
 
 
Debería quedar claro que la interpretación arquetípica de la astrología está muy lejos de las predicciones fatalistas que durante largo tiempo han estado asociadas a sus formas tradicionales y populares. La astrología, según la útil definición de Tarnas, no debe tomarse como la predicción literal de sucesos futuros y, por tanto, como un indicador de la actividad ineludible de un destino preordenado; la astrología es más bien arquetípicamente predictiva, en el sentido de que muestra los factores arquetípicos de fondo, los temas y motivos generales, evidentes en nuestras experiencias, pero no las manifestaciones de estos arquetipos Para entender cómo un factor astrológico puede manifestarse en los detalles particulares concretos de la vida, es necesario tener en cuenta muchas otras variables que no pertenecen a la astrología en sí: trasfondo cultural, condiciones económicas y sociales, herencia genética y, como factor crucial, el grado de consciencia que guía nuestras acciones y decisiones. La astrología arquetipal se basa en una percepción fundamental de la compleja naturaleza participativa de la experiencia humana; en el reconocimiento de que dicha experiencia humana, si bien ocurre dentro de un marco de significados con base cósmica, está modelada por la implicación decisiva de la voluntad individual. Además, los principios astrológicos, pese a la constancia de su significado, son radicalmente indeterminados en sus formas de expresión específicas por lo que respecta a los detalles concretos de las vidas humanas. Como ha señalado Tarnas, los principios que se estudian en la astrología arquetipal son a la vez multivalentes (presentan un rango de expresiones, aunque permanecen consistentes dentro de un núcleo central de significado) y multidimensionales (se manifiestan de formas diferentes en las diversas dimensiones de la experiencia humana).
 
Sin embargo, en muchas de sus formas contemporáneas, la astrología merece el escepticismo que despierta porque traiciona su notable herencia. A menudo se la emplea en generalizaciones simplistas de los signos solares del horóscopo, en descripciones personales manidas o en la predicción de sucesos. Pero dentro del corpus astrológico, enterrado bajo la oscuridad de su lenguaje, sus proclamas fatalistas y su análisis superficial del carácter, se oculta una sabiduría imperecedera.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 62
 
 
La astrología arquetipal revela patrones de significado que existen psicológica y cosmológicamente en la naturaleza y tienen su origen en un terreno más profundo y trascendente. A través de la astrología arquetipal se puede realizar la segunda etapa de la transición a una nueva forma del mito, a medida que redescubrimos los patrones de significado subyacentes tanto en la psique como en el cosmos. Mediante la astrología arquetipal, por tanto, podremos ser de nuevo conscientes de nuestra participación en un universo vivo con significado y propósito.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 64
 
 
Al igual que la psicología analítica junguiana, la astrología guarda una estrecha relación con la mitología, como admiten algunos de los astrólogos más destacados de la época reciente. Stephen Arroyo, por ejemplo, sostiene que la astrología es una «mitología utilizable conscientemente» y que, de hecho, «puede considerarse el marco mitológico más exhaustivo que ha existido jamás en la cultura humana». Liz Greene está de acuerdo y afirma que la astrología es «la representación individual de los patrones humanos universales» y que «el mito traza el mapa de los patrones humanos universales, mientras que las cartas natales [astrológicas] trazan el mapa del individuo». Dado que existe esta relación tan estrecha, los astrólogos han recurrido a los relatos y temas del mito para arrojar luz sobre el significado de los símbolos astrológicos (planetas, signos, casas y aspectos), una tarea que ha elevado sustancialmente el nivel de comprensión transmitido por las interpretaciones astrológicas. Sin embargo, como la astrología ha permanecido aislada y no ha ejercido influencia alguna más allá de un grupo social bastante pequeño, la cultura en general aún debe captar la importancia de la relación entre astrología y mitología, y entender del todo por qué la astrología bien puede ser el «marco mitológico más exhaustivo». Por otro lado, al carecer de un marco filosófico adecuado para sus ideas, los propios astrólogos se han mostrado incapaces de formular, con la claridad que habrían deseado, su reconocimiento intuitivo de las implicaciones profundas y la relevancia de su oficio. Pues no sólo los relatos y los temas del mito son similares a los temas astrológicos, y por tanto compatibles; y no sólo la mitología y la astrología trazan el mapa del mismo territorio desde diferentes perspectivas, o emplean un lenguaje simbólico parecido para describir la experiencia humana. Además, la astrología se centra directamente en el nivel o dimensión de la realidad que está por encima y más allá de las manifestaciones concretas del mito: guarda relación con el territorio arquetípico en el que se originan todos los mitos. Los planetas, en la astrología, representan las energías y los principios arquetípicos que se expresan dramática y vívidamente en la mitología. El Sol, la Luna y los planetas del sistema solar, en sus posiciones y sus ciclos, así como en su relación cambiante entre sí y con los lugares de la Tierra, simbolizan la correspondencia entre los arquetipos -los centros creadores de la vida, los poderes de la naturaleza y las «entradas secretas» de las que emanan y con las que se relacionan todos los mitos-.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 68
 
 
Puesto que está relacionada directamente con los arquetipos, la astrología nos proporciona una perspectiva más allá del mito; un punto de vista, podría decirse, más amplio o elevado, una metaperspectiva. La astrología no es un mito en sí misma. Ni un relato simbólico que explique nuestra relación con el cosmos, los dioses, la naturaleza, o entre nosotros. La astrología es más bien un marco mitológico potencialmente capaz de acomodar en su ámbito todas las variaciones del mito, todos los temas y motivos expresados en la mitología universal. La astrología puede ser considerada entonces una metamitología: meta significa «más alto», «por encima» o «sobre», y también «detrás de», pues los principios y poderes arquetípicos son las energías que están detrás del mito, las que le permiten alzarse. Los mitos son el resultado de las emanaciones creativas de estos arquetipos. Por tanto, la astrología, como metamitología, nos proporciona un marco para entender cuáles son los significados simbólicos generales asociados a los arquetipos que pueden completarse e iluminarse con ejemplos específicos de la mitología, de la literatura y las artes, de la religión y la filosofía; en definitiva, de cualquier área de la experiencia humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 69
 
 
Podemos empezar a apreciar la distinción entre los principios arquetípicos (el territorio del mito) y la forma en que éstos se expresan en los relatos del mito (el contenido) si consideramos, por ejemplo, el arquetipo planetario astrológico de Venus, bien conocido por nosotros como la diosa romana del mismo nombre. Mientras que el Venus astrológico representa el principio arquetípico universal del amor romántico, la belleza, el placer y la armonía, los mitos se componen de relatos que tratan mediante ejemplos específicos la experiencia del amor y la belleza, o muestran a dioses y diosas que personifican algunas de esas cualidades, como Cupido, Eros y Afrodita. Mitos, películas, música, literatura y obras de arte proporcionan inflexiones, interpretaciones y contextos específicos a los principios arquetípicos centrales y los representan mediante relatos, símbolos, imagen y sonido. De este modo, cualquier película u obra literaria que narre una historia de amor expresa de algún modo las cualidades arquetípicas de Venus. La película o la novela son partícipes del arquetipo de Venus, por decirlo así; crean una expresión concreta del arquetipo universal. El reino de los arquetipos, representado por el simbolismo astrológico, es la dimensión de la realidad que es fuente creadora no sólo del mito sino, más fundamentalmente, de las energías que animan y definen dinámicamente la vida humana en todas sus formas de expresión. Todos estamos representando a cada momento temas míticos y arquetípicos a través de nuestras experiencias personales. Y esto lo digo literalmente, no como una licencia poética. Las mismas energías arquetípicas representadas en el mito, las mismas energías de las que nacen los mitos, están también detrás de las experiencias de nuestras vidas. Estas energías actúan a través de nosotros en todos y cada uno de los instantes, modelando y dando forma inconscientemente a nuestras experiencias, invadiendo nuestra imaginación. Las experimentamos de manera somática, intelectual y emocional. Los mismos principios y poderes representados en el mito se expresan en todas las vidas humanas, en cada acto e idea, en cada impulso y sentimiento. Así, el arquetipo de Venus no se expresa solamente en el mito y el arte, en el cine, la literatura o la música, sino en cada experiencia de amor romántico, belleza, amistad o placer.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 70
 
 
La carta natal se puede considerar como un mapa arquetípico que describe las relaciones entre los diferentes principios arquetípicos que modelan el carácter y las experiencias biográficas de un individuo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 72
 
 
La astrología arquetipal
 
La astrología arquetipal se basa en el estudio de temas, cualidades e impulsos específicos asociados a los principios y las categorías temáticas universales conocidos como arquetipos planetarios. Al igual que en el caso de Venus, cada cuerpo planetario del sistema solar, así como el Sol y la Luna, está asociado a un principio arquetípico diferente que posee un conjunto de significados. Por ejemplo, el planeta Marte está relacionado con una serie compleja de cualidades y temas asociados al arquetipo del guerrero y, más generalmente, a los principios de aserción, acción y fuerza agresiva, mientras que Júpiter, en sus términos más simples, está relacionado con los principios de expansión, amplificación, elevación y abundancia. El método utilizado para analizar e interpretar las dinámicas arquetípicas de la experiencia humana según las posiciones de los planetas se basa en la consideración del alineamiento geométrico (el ángulo específico de la relación) formado entre los diferentes planetas en sus órbitas respectivas. El significado de cada alineamiento planetario, o «aspecto», depende de las características arquetípicas asociadas a los planetas implicados y al ángulo concreto de la relación entre éstos. Al igual que en el punto de vista pitagórico, en la astrología los principios del número y la geometría se reconocen como fundamentales en la estructura profunda y la organización del cosmos, y los principios numéricos se reflejan en las relaciones geométricas entre los planetas. En la astrología existen dos aproximaciones principales al estudio de los arquetipos planetarios: el análisis natal y el análisis de tránsito. El análisis natal tiene como premisa que las posiciones de los planetas en el momento del nacimiento de una persona, en relación con la localidad de nacimiento, pueden revelar un patrón de significado arquetípico que se expresa en la personalidad del individuo y en los sucesos y experiencias de su biografía personal. La segunda aproximación, el análisis de tránsito, se basa en el estudio de los ciclos de los planetas a lo largo del tiempo y en las relaciones geométricas cambiantes que se establecen entre los distintos planetas dentro de tales ciclos. Estas relaciones planetarias («tránsitos») se consideran importantes desde el punto de vista simbólico: muestran los cambios correspondientes en el contenido temático y en la cualidad de la experiencia humana. En la astrología arquetipal se analizan dos tipos de tránsitos: tránsitos mundiales y tránsitos personales. Los tránsitos mundiales tienen que ver con el mundo entero, con los patrones cambiantes de la experiencia humana colectiva. Los tránsitos personales, por su parte, atañen específicamente a los individuos y derivan de la comparación de las posiciones de los planetas en un momento dado con las de la carta natal del individuo.
 
Éstos son, definidos brevemente, los elementos esenciales de la teoría astrológica. Aunque la astrología tradicional es muy amplia y compleja, y presenta un apabullante conjunto de factores susceptibles de ser considerados, la astrología arquetipal se centra habitualmente en tres únicas formas de correspondencia, como las ha denominado Richard Tarnas: la carta natal, que muestra las posiciones de los planetas en el momento del nacimiento del individuo; las posiciones planetarias cambiantes a lo largo del tiempo respecto a la Tierra (tránsitos mundiales), y la relación entre las dos anteriores (tránsitos personales).
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 74
 
 
El panteón planetario
 
Vamos a estudiar ahora con más atención los diez principios arquetípicos asociados a los planetas en la astrología.
 
Si bien debemos ser cautos a la hora de reducir los arquetipos planetarios a unos pocos significados elementales, el siguiente resumen nos servirá como punto de partida: Planeta y símbolo
 
Significados y asociaciones arquetípicas El Sol
 
La luz de la consciencia; individualidad e 0 identidad; principio central de voluntad e intención; percepción consciente; energía vital y poder creador; individualidad y anhelo de autoexpresión; el héroe, el animus y las cualidades del yang.
 
La Luna
 
Los sentimientos y las respuestas y reaccio-1) nes emocionales; el yo interior; el principio de empatía y cariño, cuidado y dependencia; la madre y el hijo; la familia, el hogar y el pasado; el útero, la matriz del ser, el anima, la Gran Madre y las cualidades del yin.
 
Mercurio
 
Pensamiento, percepción, comunicación y conocimiento; el impulso de comprender y explicar; el intelecto, el análisis y la información.
 
Venus
 
Amor romántico, belleza, placer, atracción, 9 armonía, el impulso de complacer y ser complacido y de dar y recibir afecto, el sentido estético, el ánima (en su conexión con la imagen interior del ideal femenino).
 
Marte
 
Autoaserción, energía física, acción, lucha y es-cf' fuerzo, valor e iniciativa, fuerza y agresión, el guerrero arquetípico y el animus ( en su conexión con la imagen interior del ideal masculino).
 
Júpiter
 
Expansión, magnitud, amplificación, elevación, crecimiento, recompensa y abundancia, optimismo y confianza, la necesidad apremiante de mejorar, el impulso de adquirir experiencia, el deseo de conectar con totalidades mayores.
 
Saturno
 
Contracción y restricción, estructuras y límites, lo tradicional y lo establecido, presión y disciplina, limitación y miedo, deber y responsabilidad, autoridad y juicio, ancianidad, tiempo y mortalidad, muerte y finales, cristalización de la forma.
 
Urano
 
Libertad e individualismo, rebelión y revolución, liberación y emancipación, cambios y reversiones súbitos e inesperados, lo nuevo y lo revolucionario, la invención y el genio creativo, el despertar y la experiencia de romper límites.
 
Neptuno
 
Trascendencia y experiencia espiritual, disolución y síntesis, unidad oceánica y unidad indiferenciada, lo ideal y lo imaginario, mitos y sueños, lo encantado y lo sagrado, lo elusivo y lo ilusorio, lo sutil y lo sensible.
 
Plutón
 
El poder primario de la destrucción y la creación; potenciación e intensidad; compulsión inconsciente; evolución y transformación; energía instintiva; el «inframundo» del inconsciente reprimido; el ciclo natural de nací-miento, sexo, muerte y renacimiento.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 76
 
 
En la astrología se considera que la personalidad humana es una expresión de la interacción compleja de estos principios relativamente diferentes: el Sol representa la consciencia del ego y la identidad propia; la Luna, los sentimientos; Mercurio, la mente racional, etcétera. El estudio y la interpretación de las relaciones dinámicas entre esos principios han centrado el interés de la astrología psicológica moderna.
 
Sin embargo, los arquetipos planetarios no son sólo principios psicológicos experimentados dentro de la psique individual, sino también factores transpersonales cuya influencia se puede percibir rápidamente en los asuntos del mundo, en nuestra experiencia colectiva. Mientras que la mente moderna hace distinciones claras y a menudo crea dicotomías artificiales entre lo individual y lo colectivo, lo interno y lo externo, lo psicológico y lo físico y lo humano y lo natural, la perspectiva astrológica (en su forma arquetípica) postula la existencia de factores trascendentes que se abren paso entre tales dicotomías.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 78
 
 
La variedad de maneras en que el arquetipo planetario de Plutón halla su expresión en la experiencia humana. La investigación astrológica ha establecido que la función primaria del arquetipo plutoniano es potenciar, intensificar, profundizar, destruir y transformar. Simboliza la experiencia en la vida humana, tanto la interna como la externa, la individual como la colectiva, de la fuerza instintiva de la naturaleza,
 
Consideremos, por ejemplo, la variedad de maneras en que el arquetipo planetario de Plutón halla su expresión en la experiencia humana. La investigación astrológica ha establecido que la función primaria del arquetipo plutoniano es potenciar, intensificar, profundizar, destruir y transformar. Simboliza la experiencia en la vida humana, tanto la interna como la externa, la individual como la colectiva, de la fuerza instintiva de la naturaleza, el poder evolutivo que busca su propia transformación mediante el encuentro con la consciencia autorreflexiva humana. Por tanto, el arque-92 tipo de Plutón se experimenta intrasubjetivamente como una fuerza instintiva persuasiva, como el impulso o la voluntad de utilizar el poder propio y como el acicate hacia la transformación; pero también se manifiesta externamente como el poder elemental primario de la naturaleza que deja su impronta en la experiencia colectiva humana, produciendo a menudo la transformación y reestructuración radical del mundo externo. Plutón hace referencia al titánico poder instintivo que surge de nuestro interior y, también, al poder titánico que surge de las profundidades de la Tierra en las erupciones volcánicas, o a la energía nuclear y a la inmensa energía almacenada en la materia. E igualmente remite a nuestra naturaleza animal instintiva e incivilizada y al aspecto salvaje del mundo animal que se encuentra, por ejemplo, en la selva o en el bosque: el mundo darwiniano de la naturaleza «de dientes y garras rojas» donde domina el instinto de «matar o que te maten». En la filosofía, el principio plutoniano lo representan el principio de la voluntad de poder de Nietzsche y la idea de la voluntad ciega e inexorable de la naturaleza de Schopenhauer. Más específicamente, en la epistemología vemos expresarse con la mayor claridad el principio plutoniano en la obra de Foucault, con su énfasis en la motivación subyacente de poder que existe detrás de todo conocimiento. En la psicología, el arquetipo plutoniano se describe según la noción freudiana del id, los impulsos del inconsciente biológico-instintivo que deben ser controlados y subyugados por el ego racional a instancias del superego, la autoridad moral interiorizada. El principio plutoniano también guarda relación con el arquetipo junguiano de la sombra, el lado oscuro de la psique que contiene el poder y la fuerza reprimidos y enterrados bajo lo inconsciente y que equilibra la parcialidad de la personalidad consciente. Y un elemento del arquetipo plutoniano aparece descrito asimismo en el concepto de Alfred Adler del impulso de poder del individuo. Los temas de Plutón se expresan en el mito y en la manifestación simbólica de los temas míticos y arquetípicos de la realidad concreta. Por ejemplo, Plutón se relaciona con el inframundo mítico, que estaba gobernado, por supuesto, por el dios romano Plutón (el griego Hades); con el «inframundo» de la psique explorado en la psicología analítica, y con el submundo mafioso de los sindicatos del crimen, donde los temas del inframundo psicológico y mítico se representan a un nivel sociocultural. La dimensión plutoniana de la experiencia abarca también aquellas cualidades universales u «objetos eternos», por usar la terminología de Whitehead, que se asocian al tema del inframundo: olores repugnantes, sabores desagradables, el color negro, el frío y el calor extremos, etcétera. Plutón está relacionado con los procesos de putrefacción, deterioro y destrucción, y con todo lo que ha sido reprimido o descartado, obligado a hundirse en el vientre de la Tierra, por así decirlo: heces, basura, desechos y cosas parecidas. Aun así, conforme aprendemos sobre los mitos del mundo descubrimos que entre el lodo del inframundo hay muchas cosas de gran valor, y, como veremos más adelante, la tarea del héroe es penetrar en las profundidades abismales guiado por la luz de la consciencia del ego para sacar a la superficie el «tesoro difícil de conseguir». En cuanto a la psicología humana, Plutón se relaciona con la catarsis del poder instintivo-emocional, tanto en los individuos ( como ocurre durante las sesiones terapéuticas experienciales, por ejemplo, o en la descarga sexual y otras actividades de expresión instintiva) como colectivamente, cuando los instintos primitivos enterrados bajo la naturaleza humana salen a la superficie en períodos de guerra o de colapso del imperio de la ley, en los que a me nudo cautivan de manera poderosa e hipnótica la psique colectiva con efectos devastadores. A nivel mítico, la experiencia plutoniana de la catarsis y la liberación del instinto están personificadas por los dioses helenos Pan (el dios mitad cabra con cuernos de sátiro que reaparecerá como el Demonio en el cristianismo) y Dioniso (el dios del vino, que, como mostró Nietzsche, está asociado a estados de posesión frenéticos, poder vital sin restricciones, el impulso de abandonarse a los instintos y la aniquilación del yo individual). A nivel social, los aspectos del arquetipo plutoniano se manifiestan, por ejemplo, en la licenciosidad sexual desbocada o en cualquier actividad en la que la consciencia humana individual se disuelve en la psicología de una masa mayor y, en consecuencia, se produce una descarga de energías instintivo-emocionales acumuladas, como en las aglomeraciones de los conciertos de rock, las ferias, las manifestaciones de protesta o los acontecimientos deportivos. Ya sean míticas o psicológicas, individuales o colectivas, elevadas o destructoras, todas las formas de catarsis y potenciación del instinto caen dentro del rango multidimensional de significados arquetípicos del Plutón astrológico.
 
Lo que es cierto para Plutón, lo es para todos los planetas.
 
Cada uno está asociado a significados universales arquetípicos que impregnan la realidad a todos los niveles (físico, psicológico, emocional, intelectual, sociocultural, mítico y espiritual) y que indican la existencia de principios y poderes trascendentes que estructuran y animan dinámicamente la experiencia humana. Estos arquetipos planetarios son los poderes que en el pasado modelaron los mitos y que en el futuro, en el contexto cultural e histórico de la era moderna, modelarán nuevas formas de expresión mítica individual.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 79
 
 
Aunque aquí me he centrado en el panteón mítico occidental (pues es el que resultará más familiar a la mayoría de los lectores y el que guarda una relación más clara con la tradición astrológica de Occidente), debo subrayar que los arquetipos planetarios astrológicos son de naturaleza transcultural, por mucho que la expresión de tales principios siempre esté enmarcada en el contexto cultural, histórico y geográfico en el que se manifiesta. Las características y cualidades de Plutón no las expresan únicamente los dioses helenos Hades, Dioniso y Pan, o la gorgona Medusa, sino que aparecen también en deidades de todas las tradiciones míticas. En la mitología hindú, por ejemplo, el dios Siva, que representa el ardiente ritmo perpetuo del proceso cósmico de creación y destrucción, personifica un aspecto esencial del arquetipo plutoniano, como ocurre asimismo con Sakti, la contraparte femenina de Siva. Otros elementos importantes del significado de Plutón los representan las diosas hindúes Kalt y Durga, la demoníaca Mara de la tradición budista y el dios germánico Wotan. El dios-hombre alquímico Mercurio expresa también en muchos aspectos la dimensión plutoniana de la experiencia, al igual que el motivo gnóstico-alquímico de la serpiente Uróboros devorándose a sí misma.'
 
A partir de estos ejemplos se ve claramente que el significado de los principios arquetípicos no se limita a determinados temas míticos ni está personificado por un solo tipo de dios. En la naturaleza de los arquetipos resulta esencial que exista algo de la ambigüedad inherente del mito, pues los principios arquetípicos no tienen un significado único que pueda describirse exhaustivamente con unas cuantas palabras clave. Los arquetipos son más bien poderes creativos multidimensionales y complejos cuyos significados, como señaló Jung, se transmiten a menudo más evocadoramente y con mayor precisión mediante la fluidez, la flexibilidad y el dinamismo del mito que a través de conceptos: «El mitologema proteico y el símbolo reluciente», sostiene, «expresan los procesos de la psique de una manera mucho más incisiva y, en última instancia, clara que el más claro de los conceptos».
 
Es erróneo, o más bien imposible, llevar a cabo cualquier intento de reducir los principios arquetípicos a un conjunto de significados fijos, como Jung pone de manifiesto: Los principios de base, los archai [arquetipos], del inconsciente son indescriptibles debido a su riqueza de referencias, aunque sean reconocibles en sí mismos. Obviamente, el intelecto discriminador sigue intentando establecer su unicidad de significado, y de esta manera yerra el objetivo esencial; lo que podemos establecer por encima de todo como lo único consistente con su naturaleza es su significado múltiple, su abundancia de referencias casi ilimitada, lo que hace imposible cualquier formulación unilateral.
 
Dicho esto, a pesar de la amplitud y la diversidad de expresiones de los arquetipos, todos parecen relacionarse con significados centrales inmutables:
 
Las representaciones arquetípicas [...] son estructuras muy variadas que apuntan en su totalidad a una forma básica esencialmente «irrepresentable». Esta última está caracterizada por ciertos elementos formales y por ciertos significados fundamentales.
 
Los arquetipos planetarios de la astrología guardan relación con estos significados fundamentales; el reto del astrólogo es explorar la manera en que estos significados se pueden manifestar en detalles concretos de la vida humana y, a la inversa, reconocer el significado arquetípico en esos detalles concretos.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 84
 
 
Abordar nuestra experiencia vital desde un punto de vista arquetípico, como estoy sugiriendo aquí, es centrarse en lo universal más que en lo particular; es centrarse en los elementos comunes de la experiencia humana y en aquellos factores subyacentes que están más allá de la volición y el control de los seres humanos, pero guardan una íntima relación con los sentimientos, las motivaciones, las pulsiones, las pasiones, las ideas y los actos. Por trazar una analogía sencilla, del mismo modo que se pueden observar diferentes combinaciones de colores en nuestro campo de percepción, se observan diferentes combinaciones de cualidades, significados y principios arquetípicos inherentes a la experiencia humana. Y del mismo modo que el color verde aparece en muchas de nuestras percepciones, pero siempre en distintos contextos y combinaciones con otros colores y formas, los arquetipos planetarios están presentes en cada vida individual, pero se expresan de una manera única en función de las circunstancias, el contexto y nuestra participación consciente. El arquetipo planetario de Venus, retomando nuestro ejemplo anterior, habita en todos nosotros, pero cada uno lo expresamos de una forma específica: nuestros gustos son singulares, nos enamoramos de una persona concreta, nuestras respuestas estéticas siempre responden a manifestaciones individuales de la belleza. La perspectiva astrológica no dirige nuestra atención hacia los elementos particulares, sino hacia los factores universales que subyacen a esas manifestaciones específicas. El uso de los planetas del sistema solar como representaciones simbólicas de los principios arquetípicos nos permite identificar y distinguir dichos universales, y mediante la astrología podemos ex-99 plorar cómo se expresan a través de nuestras experiencias personales.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 11
 
 
Cada mito mejora nuestra comprensión de los principios arquetípicos que expresa.
 
Así pues, los arquetipos planetarios son factores dinámicos, ocultos en el trasfondo de la existencia, que dan forma a la experiencia humana. De manera semejante a la noción popular de los dioses griegos que viven por encima de nosotros en su hogar olímpico, colaborando o compitiendo entre sí para influir en el destino de los seres humanos en el mundo que se extiende a sus pies, los arquetipos planetarios actúan sobre la experiencia humana desde una zona trascendente muy alejada de nuestra consciencia normal. Al interpretar mediante la astrología el significado de las posiciones de los planetas en el sistema solar, se podría decir que los dioses se vuelven visibles a nuestros ojos. De hecho, se antoja un acto de cortesía cósmica que las formas planetarias visibles de los poderes arquetípicos trascendentes se hayan vuelto accesibles para nosotros, permitiéndonos conocer el orden profundo de la vida y embelesarnos ante él, así como orientarnos en nuestro viaje espiritual gracias a los trayectos ordenados de estos grandes indicadores celestiales.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 88
 
 
Un detalle notable sobre la astrología, que hace que potencialmente resulte de gran valor para la humanidad, es que, al tener en cuenta nuestra relación física con los planetas del sistema solar, nos permite entender cómo nos relacionamos con los correspondientes principios arquetípicos en la psique.
 
Por ejemplo, si alguien considera la posición de Plutón en el momento de su nacimiento respecto al lugar donde vino al mundo, puede empezar a comprender, de acuerdo con los principios bien establecidos de la interpretación astrológica, la naturaleza de su relación personal con las cualidades, las energías y los temas arquetípicos asociados a este planeta. La posición del planeta Plutón y su relación geométrica con otros planetas se puede interpretar simbólicamente para determinar cuál es nuestra relación con el arquetipo Plutón, es decir, de qué manera el principio plutoniano se relaciona con los otros principios arquetípicos y cómo se experimentará esto en nuestra vida.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 91
 
 
Insisto en que, debido a que los planetas representan simbólicamente los principios arquetípicos, determinar nuestra relación física con ellos nos permite determinar también cómo nos relacionamos con los principios arquetípicos que simbolizan. En términos de la analogía entre arquetipos y dioses, esto equivale a conocer cuál es nuestra relación personal con los diferentes dioses.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 92
 
 
La astrología nos muestra el papel que representa cada dios en nuestra vida, de qué manera se relacionan entre sí los distintos dioses en nuestra experiencia vital y en qué épocas se activarán o acentuarán los temas míticos específicos asociados a determinados dioses o arquetipos.
 
De este modo, una perspectiva astrológica puede proporcionar a la experiencia humana un punto de vista mítico y revelar un significado arquetípico más profundo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 92
 
 
Aniela Jaffé, que trabajó con Jung y se convirtió en una de las principales intérpretes de su obra, señaló que la experiencia del significado de la vida se relaciona con «el reconocimiento o la experiencia de los arquetipos intemporales como los operadores que se ocultan tras las escenas de la vida». De ser así, la astrología arquetipal, al hacer posible la identificación de estos temas y principios arquetípicos ocultos, podría restaurar en cada vida individual el sentimiento de la existencia de significado, derivado no de cierta religión o doctrina ni de cierta filosofía o credo, sino de nuestra propia relación personal con los poderes arquetípicos del cosmos. Por supuesto, el significado de la vida humana, aunque sea único para cada individuo y potencialmente distinto de los valores y objetivos de la cultura general, está ligado de manera inextricable al contexto histórico-cultural específico en el que uno vive. Para entender una vida individual hay que tener presentes los ciclos colectivos en los que todos somos partícipes. Otra dimensión importante de la astrología arquetipal, tratada extensamente por Richard Tarnas en su obra de 2006, Cosmos y Psique, es el análisis de los patrones arquetípicos de los sucesos de la historia mundial. Tras examinar los patrones de la historia desde la Era Axial en el primer milenio a.C. hasta la actualidad, la investigación de Tarnas sugiere que cuando dos o más planetas en sus órbitas forman un alineamiento geométrico significativo, los sucesos del mundo en esa época (revoluciones y guerras, movimientos sociales y políticos, expresiones artísticas y descubrimientos científicos, cambios culturales y transformaciones espirituales) y el Zeitgeist dominante reflejan los significados arquetípicos asociados en la astrología a esa combinación planetaria.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 92
 
 
En uno de los ejemplos más impactantes, Tarnas observa que los períodos de la historia en los que Urano y Plutón se han encontrado geométricamente alineados o, 90º aproximadamente ( como los períodos 1787-1798, centrado en la Revolución francesa, y 1845-1856, caracterizado por revoluciones en toda Europa y en el resto del mundo, así como la década de 1960) destacaron por varios temas relacionados con la interacción dinámica de los dos arquetipos asociados a estos planetas, incluyendo la erupción de poderosos impulsos revolucionarios, la liberación de los instintos (libidinosos o agresivos), la potenciación de los movimientos de liberación de las masas, una aceleración decisiva del avance tecnológico y la innovación cultural, y un ambiente de cambio tumultuoso y de turbulencia! Por ejemplo, el radical cambio social y cultural de los sesenta (la revolución sexual, la explosión del rock and roll, el auge de la contracultura juvenil, los memorables avances tecnológicos que culminaron en el viaje a la Luna, el movimiento feminista y la liberación gay) refleja el significado combinado de los arquetipos de Urano y Plutón. Por una parte, señala Tarnas, el arquetipo de Urano (relacionado con el cambio súbito, la revolución, la rebelión y la revuelta, el anhelo de libertad, el despertar, la invención, etcétera) se ve activado por el arquetipo de Plutón, que intensifica y potencia el principio de Urano; y por otra, de manera simultánea, el arquetipo de Plutón (asociado al poder de los instintos sexuales y agresivos, la energía acumulada en la psique inconsciente, la destrucción y la transformación, el tema del inframundo, etcétera) se libera, despierta y, de repente, sale a la luz empujado por el arquetipo de Urano. Tarnas descubrió también que en las artes y las ciencias, durante los meses y años en que Júpiter y Urano presentan un alineamiento geométrico significativo, tienden a producirse avances creativos y saltos hacia delante más breves y frecuentes, mientras que los alineamientos significativos entre 106 Saturno y Plutón a menudo se correlacionan con períodos históricos de gran tensión, crisis, opresión, privaciones y «sucesos de gran peso con consecuencias duraderas», como el comienzo de las dos guerras mundiales y los ataques al World Trade Center y al Pentágono el 11 de septiembre de 2012
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 93
 
 
La estimulación mutua de dos o más principios arquetípicos, indicada por el correspondiente alineamiento planetario en un momento dado, crea patrones y campos de significado arquetípico que definen el contexto de nuestras vidas.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 94
 
 
Por supuesto, en la época moderna no estamos acostumbrados a pensar en términos de mitos y arquetipos; no relacionamos nuestra experiencia cotidiana con los temas universales del mito y la religión, ni reconocemos la expresión de poderes arquetípicos definidos en nuestra vida o en la historia mundial. Fomentar esta capacidad es un primer requisito crucial para desarrollar una perspectiva mitológica de la vida. Aprender a detectar lo mítico y lo arquetípico en el mundo cotidiano nos abre el paso a una relación consciente con las fuerzas profundas del cosmos, nos franquea la entrada a un cosmos con significado. La astrología puede ser muy valiosa para alcanzar este fin, al permitirnos determinar con precisión nuestra relación personal con estas fuerzas, comprender el patrón arquetípico de nuestra «relación original con el universo», de modo que desarrollemos no sólo nuestra propia filosofía y poesía, como alentaba Emerson, sino también nuestra propia mitología, nuestra propia historia vital arquetípica basada en nuestra relación personal con el cosmos; una historia en la que cada uno de nosotros puede, a su manera única, convertirse en el héroe arquetípico de su vida.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 95
 
 
El desafío en adelante es vivir no a través de la conquista de la naturaleza y el control del entorno, como antes, sino a través de la conquista de uno mismo. Deben afrontarse el miedo y el deseo que sustentan la estructura del ego humano, transformarlos y trascenderlos. «El hombre», como declaró Nietzsche, «es algo que debe ser superado.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 105
 
 
A través de la individuación, uno se puede convertir en un conducto a través del cual el sí-mismo, y el espíritu de la totalidad, se exprese en el mundo: una vocación heroica verdadera.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 110
 
 
Ya se trate de la persona que emprende la búsqueda de una identidad mundana o del artista que lidia con el proceso creativo, ya se aplique al surgimiento del ego racional o a su trascendencia, al camino del místico o incluso al viaje del alma a través de la vida y hacia la muerte, el mito del héroe puede servir como patrón válido para orientar la vida del individuo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 111
 
 
Cualquiera que desee dar a luz algo genuinamente creativo, que pretenda alcanzar sus propias profundidades de realización y visión, descubrirá que está representando algún tipo de patrón arquetípico del mito del héroe. La persona creativa, de hecho, es la que no encaja en los patrones vitales estandarizados de la cultura convencional, aquella a la que le seducen el misterio y la soledad de una vida al margen de las normas sociales, para quien el modelo del viaje del héroe resulta de gran valor. Ser consciente del mito del héroe mientras se afrontan las experiencias de la propia vida puede servir como un esquema y una guía poderosa hacia la transformación psicológica profunda. Si uno es fiel al héroe en su propia alma, como suplicaba Nietzsche, vivirá con una valentía y una convicción mayores, aspirará a algo más allá de lo convencional y trascenderá la mediocridad, y de este modo alcanzará su propio y único potencial creativo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 111
 
 
La astrología arquetipal puede proporcionarnos una perspectiva mítica que nos ayude a descubrir y comprender nuestro propio mito individual.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 112
 
 
El mito del héroe nos da la idea del camino o viaje a través de la vida (un camino de crecimiento, desafío, transformación, realización), y la astrología arquetipal un medio para conocer y entender mejor los poderes a los que nos debemos enfrentar y las fases por las que hemos de pasar en este viaje.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 112
 
 
La astrología puede emplearse para individualizar el monomito, para comprender la relación de uno mismo con los principios arquetípicos, de modo que la estructura general del viaje del héroe y el patrón vital arquetípico específico, juntos, sustenten y orienten la mitología individual propia.
 
La lógica que está detrás de esta idea es simple: puesto que los principios arquetípicos dirigen el proceso de individuación y los planetas simbolizan estos principios arquetípicos, al determinar de qué manera uno mismo está relacionado con los planetas en un momento concreto, podemos entender mejor cómo estamos relacionados con los arquetipos correspondientes. O, en términos míticos, puesto que el viaje del héroe lo inician, modelan y determinan parcialmente las intervenciones de los dioses, y puesto que los planetas representan las energías y principios arquetípicos personificados por estos dioses, saber cómo uno mismo está relacionado con los planetas equivale a comprender mejor la actividad de los «dioses» en la vida propia.
 
La aplicación de este enfoque es también relativamente simple: mantener en mente el esquema mitológico del viaje del héroe al afrontar las experiencias vitales; utilizar la astrología arquetipal para identificar los temas y motivos del patrón vital individual (astrología natal) y para comprender mejor las psicodinámicas cambiantes de las experiencias biográficas (astrología de tránsito). Entonces, con el conocimiento de cuáles son los temas arquetípicos que están activados en la vida propia en un momento dado, servirse de la sabiduría de los mitos del mundo, las enseñanzas espirituales y las grandes obras de arte para sentir el núcleo más profundo de los complejos arquetípicos, para reconocer sus potenciales creativos y obrar de acuerdo con ellos, y para gobernar con habilidad sus aspectos más desafiantes.
 
La idea de que es posible arrojar luz sobre las experiencias humanas si consideramos el paralelismo que guardan con los relatos y temas del mito se ha explorado en la psicología analítica junguiana, en la psicología arquetipal y en el campo de los estudios mitológicos. Como extensión de estas aproximaciones, la astrología arquetipal conecta eficazmente los patrones míticos y arquetípicos identificados por Jung, Hillman, Campbell y otros en la psicología, la historia, el arte y la cultura, con los principios arquetípicos universales fundamentales reconocidos en la astrología, que, como ha confirmado la investigación de Tarnas, mantienen una correlación consistente con los movimientos y alineamientos de los planetas.
 
Así pues, la astrología arquetipal enlaza las formidables percepciones de la psicología analítica con las bases metafísicas y mitológicas de los antiguos griegos, proporcionando un contexto cosmológico a la propia psicología analítica. Utiliza los movimientos y alineamientos planetarios como indicadores cosmológicos para seguir el rastro en el transcurso del tiempo a las cambiantes dinámicas arquetípicas de la experiencia humana.
 
Por tanto, los temas míticos y arquetípicos relevantes para la propia vida en un momento concreto se pueden determinar objetivamente considerando la forma en que las dinámicas arquetípicas se reflejan en los ciclos de los planetas y en las relaciones entre ellos. La exploración del trasfondo arquetípico de la propia experiencia mediante la astrología puede ofrecernos un mapa temático, por decirlo así, de la propia aventura heroica, del propio viaje espiritual a través de la vida.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 113
 
 
Al prestar atención a los alineamientos planetarios en un momento concreto, uno puede llegar a sintonizar con el contexto arquetípico de su situación vital, lo que desvía el foco desde las metas puramente personales hacia la consideración del significado más profundo de los sucesos vitales. Esta estrategia es particularmente útil para manejar períodos complicados. Al centrarse en las dinámicas arquetípicas subyacentes de la propia experiencia, aquellos aspectos de la vida que cabe considerar negativos o fútiles por completo, como los períodos de sufrimiento sin sentido o las consecuencias arbitrarias de la suerte caprichosa, pueden observarse de acuerdo con su valor y su propósito mitológicos y psicoespirituales más profundos. Las épocas de aislamiento forzoso, por ejemplo, o de pobreza e indigencia relativa cuando las posibilidades vitales se reducen y se restringe la estimulación externa, admiten ser vistas desde una perspectiva mítica como fases de disciplina ascética, pedagogía hermética y transformación interior semejantes a un período de cuarenta días en el desierto, o de años vagabundeando como un ermitaño, o al entrenamiento disciplinado de un bodhisattva o un monje.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 114
 
 
La evocación consciente de la imaginación mítica, orientada por una comprensión del contexto arquetípico, puede conducirnos a un compromiso más profundo con la vida. Para la mirada entrenada arquetípicamente, hasta la más difícil de las experiencias puede verse en términos de su importancia psicoespiritual y mítica. Incluso experiencias traumáticas como una crisis psicológica o una enfermedad física tienen sus indicadores cosmológicos, sus motivos arquetípicos. Al ver a través de las circunstancias vitales externas la realidad mítica profunda que ocultan, somos capaces de identificar efectivamente (incluso entre los sucesos vitales banales, mundanos o en apariencia aleatorios) diferentes fases del viaje mítico propio, de la odisea espiritual propia. Vista de esta manera, la vida del individuo es ciertamente una aventura, un viaje a lo desconocido, con pruebas y tribulaciones que debe afrontar y superar. La combinación de la astrología arquetipal y el mito del héroe nos permite reconocer esto y vivir conscientes de ello. Este enfoque hace que todas las crisis y esfuerzos, así como todos los triunfos y oportunidades, se tornen profundamente significativos.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 115
 
 
La astrología arquetipal proporciona una visión iluminadora del significado subyacente de nuestras experiencias y una manera de asegurar la validación externa de lo que ocurre en nuestra vida en cualquier momento. Nos permite comprender qué temas arquetípicos concretos están activados actualmente en nuestra vida, y nos aporta una escala temporal de las fases concretas de nuestra vida y una perspectiva de las diferentes facetas de nuestro carácter. Sitúa nuestras experiencias en un contexto más amplio, revelando la interconexión íntima entre lo que experimentamos y la situación histórico-cultural global y los ciclos colectivos que afectan a la humanidad en su conjunto. Contribuye a cultivar una perspectiva orientada al crecimiento en nuestra vida y promueve el reconocimiento del desarrollo evolutivo inherente de la vida. Aumenta nuestra habilidad de empatizar con los demás y de comprender con más claridad lo que experimentan. Y, no menos importante, nos capacita para apreciar el orden profundo y el patrón estético que conectan a todos los sucesos. Con el tiempo, de todos estos factores surge el sentimiento de que la vida no es, como a menudo parece, una colisión aleatoria de voluntades y deseos en conflicto, sino una gran sinfonía orquestada de destinos mutuamente entrelazados en la que cada uno de nosotros es en potencia uno de sus protagonistas más importantes.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 116
 
 
El hecho más patente y fundamental en torno a la astrología es que se basa en el orden planetario de nuestro sistema solar, que ha sido estudiado y descrito por la astronomía moderna. Pero en la astrología, por supuesto, a las relaciones y ciclos planetarios se les atribuye mucho más que un significado físico y astronómico, pues se considera que también reflejan y simbolizan significados arquetípicos evidentes en la experiencia humana. Sin embargo, ¿cuál es la justificación de esto? ¿Cómo puede ser que el orden del sistema solar y las posiciones de los planetas guarden relación con los temas míticos y arquetípicos que han orientado a las civilizaciones humanas a lo largo de las épocas? Si se quiere abordar la astrología como una perspectiva mitológica válida, es imprescindible que concibamos y expresemos, tan claramente como sea posible, la base probable de la relación astrológica entre los cuerpos planetarios y la experiencia humana. La función cosmológica del mito, recordémoslo, es presentar «una imagen cosmológica en el marco de la ciencia de la época». Así pues, será necesario, si la astrología 133 va a utilizarse de esta forma, plantear una nueva cosmología, apoyada hasta donde sea posible por los conocimientos científicos, en la que la astrología cobre más sentido.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 118
 
 
Los físicos modernos han descubierto un nivel de realidad subyacente, un orden supersensible más profundo, impregnado de patrones de interconexión. El patrón, en este sentido, se considera ahora un atributo fundamental de la naturaleza del universo. De forma similar, en la teoría de sistemas se reconoce el patrón como un elemento constituyente o dimensión fundamental de todo tipo de sistemas. El patrón se define aquí como la capacidad del sistema para autoorganizarse dinámicamente. «El patrón de organización de cualquier sistema, vivo o no», según Capra, «es la configuración de relaciones entre los componentes del sistema que determina las características esenciales de éste.» Si aplicamos esta definición de patrón al sistema solar (si consideramos el sistema solar holísticamente, como un sistema orgánico), veremos que los componentes primarios del sistema son el Sol, su estrella central; los cuerpos planetarios desde Mercurio y Venus hasta Urano y Neptuno; Plutón y el plutoide recientemente descubierto Eris, así como otros planetas enanos (incluyendo a Sedna y Ceres), y las lunas planetarias y los asteroides. El patrón del sistema solar lo dan por tanto las relaciones entre esos componentes celestiales. Vemos que los diferentes cuerpos planetarios están organizados de cierta forma y tienen una velocidad orbital específica, y que se encuentran a una determinada distancia del Sol y de los demás cuerpos; vemos también que están situados en cierto orden dentro del sistema solar y que en cada momento del tiempo establecen ciertas relaciones angulares entre sí. Júpiter, por ejemplo, está más cerca de la Tierra que Saturno, y Marte, más cerca que Júpiter; sabemos que Urano tarda 84,01 años en completar su órbita en torno al Sol, mientras que Venus emplea sólo 224,7 días; y en el momento de escribir estas líneas (verano de 2006), Saturno y Neptuno están separados aproximadamente 180º, mientras que Júpiter y Urano lo están unos 120º. Vistos como una totalidad, pues, los cuerpos planetarios en sus órbitas y en sus alineamientos geométricos cambiantes forman un único patrón dinámico. Este patrón, aunque podría no haberse pensado antes en ello de esta manera, es fácil de imaginar, pues en cierto modo es similar a los patrones de las estrellas que llamamos constelaciones. Sin embargo, más allá de esta simple identificación de un patrón planetario físico, se puede inferir algo más desde la perspectiva sistémica: que las relaciones entre el Sol, la Luna, los planetas y los asteroides son consecuencia de la acción de un principio de autoorganización subyacente invisible. Desde esta perspectiva, la naturaleza y la apariencia física del sistema solar no se explican totalmente en términos de la interacción mecánica de las fuerzas gravitacionales entre los cuerpos planetarios o la curvatura del espacio-tiempo; más bien cabe interpretarlos como la expresión de una capacidad de ordenamiento y autoorganización intrínseca, pero aún oculta, que está presente dentro de este sistema y por todo el universo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 126
 
 
Al asociar el concepto de patrón de la teoría de sistemas con la astrología y con las filosofías premodernas y orientales, estamos realizando una transición teórica de los sistemas físicos a la metafísica. Mientras que la teoría de sistemas se centra por lo general en patrones totalmente físicos de organización o en la organización dinámica de los grupos sociales, por ejemplo, la perspectiva astrológica reconoce un orden metafísico y un patrón de significados arquetípicos que domina la totalidad de la existencia. Por tanto, cuando el modelo sistémico se aplica al universo en su totalidad, debemos tener en cuenta que el principio de autoorganización está conectado no sólo con el funcionamiento físico del universo, sino también con el espectro multidimensional de experiencias, sucesos y procesos que ocurren en él, incluyendo la experiencia humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 130
 
 
Por supuesto, debemos señalar que, al asociar el concepto de patrón de la teoría de sistemas con la astrología y con las filosofías premodernas y orientales, estamos realizando una transición teórica de los sistemas físicos a la metafísica. Mientras que la teoría de sistemas se centra por lo general en patrones totalmente físicos de organización o en la organización dinámica de los grupos sociales, por ejemplo, la perspectiva astrológica reconoce un orden metafísico y un patrón de significados arquetípicos que domina la totalidad de la existencia. Por tanto, cuando el modelo sistémico se aplica al universo en su totalidad, debemos tener en cuenta que el principio de autoorganización está conectado no sólo con el funcionamiento físico del universo, sino también con el espectro multidimensional de experiencias, sucesos y procesos que ocurren en él, incluyendo la experiencia humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 130
 
 
Atribuir una existencia independiente a cualquier entidad (imaginarla como algo que existe separadamente en su propia y definida región del espacio y el tiempo) es caer en lo que Whitehead denomina la «falacia de la concreción injustificada». Es atribuir una realidad sustancial a lo que sólo puede concebirse de manera independiente mediante un acto de abstracción intelectual. Para Whitehead y para los físicos modernos, «la realidad es el proceso». Sin embargo, si queremos comprender mejor este proceso, necesitamos dirigir nuestra atención no únicamente a la propia estructura manifiesta, que es el punto final momentáneo del proceso, sino, por debajo de la superficie de las cosas, a las dimensiones cuánticas de la realidad y a los procesos subyacentes que generan la estructura resultante. En lo que se refiere a la astrología, debemos dirigir nuestra atención a los procesos invisibles que, guiados por patrones, generan continuamente la estructura que observamos en los cuerpos planetarios de nuestro sistema solar y en sus movimientos y relaciones cambiantes. Si queremos comprender la autopoiesis, o autocreación, del sistema solar dentro del universo en su conjunto, debemos fijarnos no sólo en la emergencia del universo en el tiempo lineal, sino en los procesos que crean realmente nuestra experiencia del espacio-tiempo en cada momento.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 135
 
 
El patrón y el orden planetario Los conceptos de patrón, estructura y proceso, aplicados al sistema solar, son extremadamente importantes porque nos capacitan para explorar el orden cosmológico en el que se basa la astrología y para formular una interpretación de ésta de acuerdo con los conceptos de la teoría de sistemas. En particular, es crucial la distinción entre patrón y estructura. El patrón es evidente en la estructura de cualquier sistema, pues determina su forma física, pero no depende por entero de la estructura material, sino que parece tener una autonomía y una independencia relativas. En una entidad hay algo que difiere de sus constituyentes físicos, pero mantiene la integridad de su forma estructural, y ese algo es el principio al que llamamos patrón. Así, a pesar de los considerables cambios que se producen dentro de un organismo, tanto por el intercambio dinámico de materia y energía con su entorno como por su regeneración física, su forma estructural es consistente debido al carácter perdurable y a la autonomía del patrón del sistema. Capra pone como ejemplo las células y los seres humanos, que, aunque deben hacer frente a la decadencia y a la sustitución de sus componentes, mantienen la misma estructura general. El ser humano conserva un aspecto físico relativamente estable y una memoria persistente a pesar de que las células que constituyen su cuerpo se van reemplazando con nuevas células, en un proceso continuo de creación de estructura de acuerdo con un patrón perdurable. El patrón, por tanto, no puede ser completamente dependiente de la estructura, ya que es posible que la estructura física cambie por entero a lo largo del tiempo, aunque la forma estructural permanezca constante., Esto sugiere que el patrón está «superordinado» a la estructura y posee cierta autonomía ontológica. Así pues, a pesar de que patrón y estructura siempre surjan juntos en nuestra experiencia de la realidad y estén íntimamente relacionados, deben considerarse dimensiones relativamente diferentes de la realidad. Ahora bien, dado que la estructura de cualquier sistema es la encarnación de su patrón, podemos descubrir el patrón subyacente de un sistema observando la relación de sus componentes estructurales principales; en el caso del sistema solar, los planetas. En otras palabras, debido a que la configuración de los planetas es una expresión de la capacidad de autoorganización del sistema solar, seguir la pista a las alteraciones que sufren los movimientos planetarios y a sus relaciones a lo largo del tiempo nos proporciona información sobre cómo cambian a su vez las dinámicas de autoorganización del sistema solar. Los cambios percibidos en la estructura visible del sistema solar (la configuración de las relaciones entre los planetas) revelan el patrón que orienta esta estructura, que a su vez está relacionada con el principio de autoorganización subyacente que influye en todos los niveles de la vida dentro del sistema solar. Desde la perspectiva de los sistemas podemos decir que la astrología nos permite entender cómo las dinámicas de autoorganización que están en funcionamiento en el sistema solar afectan a la experiencia humana en cualquier momento dado. El patrón de alineamientos cíclicos de los planetas no es un patrón físico compuesto por trozos de roca, hielo y gas que orbitan alrededor del Sol en un movimiento mecánico sin sentido; en realidad, se trata de la forma estructural externa de un patrón subyacente de autoorganización con significado, que modela no sólo el orden planetario visible del sistema solar, sino también las dinámicas más profundas de la experiencia humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 138
 
 
Hemos establecido, pues, que el patrón puede percibirse a través de su encarnación en una estructura, y hemos definido el patrón de un sistema como su dinámica autoorganizada, su principio de ordenación inherente. Sin embargo, aún debemos abordar qué significa realmente este patrón para la vida humana. Tenemos que establecer exactamente por qué estamos interesados en comprender el funcionamiento de las dinámicas autoorganizadas que operan en el sistema solar. Necesitamos determinar, en definitiva, cómo y por qué la astrología estima importante y significativo el patrón de autoorganización. Cuando tratemos estas cuestiones en los capítulos siguientes, consideraremos significados e interpretaciones del concepto de patrón diferentes, pero aun así relacionados, y afrontaremos esta tarea desde dos direcciones. Por un lado, consideraremos el patrón en su aspecto exterior, como patrón físico formado por los cuerpos planetarios y que puede conceptualizarse mediante la teoría de sistemas. Nos desplazaremos de fuera adentro, por decirlo así, para explorar el modo en que este patrón físico se relaciona con la mente y con el significado interno de las experiencias humanas. Por otro lado, consideraremos la dimensión interior de la experiencia humana y el patrón arquetípico de la mente humana. Desde ahí, nos desplazaremos de dentro afuera para explorar el modo en que este patrón parece estar encarnado simbólicamente en la disposición física de los planetas del sistema solar. Entonces, reuniendo estas dos perspectivas (relacionando el patrón externo del sistema solar con el patrón interno de la mente), podremos postular una nueva forma de entender la astrología.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 140
 
 
Creo que las correspondencias astrológicas, no dependen de fuerzas materiales que ejerzan una influencia en nuestros cuerpos, sino de nuestra participación en el patrón de organización subyacente del sistema solar, un patrón que también parece manifestarse, en la estructura de la psique humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 146
 
 
La astrología está basada en esta noción pitagórica de que el número es un fundamento de la estructura y la organización profundas del cosmos: las relaciones entre los planetas se interpretan simbólicamente según los principios del número y la geometría. En la visión del mundo pitagórica, el número se entiende no tanto en su sentido cuantitativo, como un sistema de recuento y aritmética, sino más especialmente en su sentido cualitativo, según el cual todos los números, sobre todo los enteros pequeños, poseen un significado psicológico inherente. El número uno, por ejemplo, está lógicamente asociado a la unidad (esto es: unidad), la totalidad y el comienzo; el dos, a la dualidad y la separación de la unidad en opuestos; y el tres, a la síntesis de tales opuestos, a un punto de mediación entre los dos. Estos significados se trasladan naturalmente a la geometría: el número uno se relaciona por igual con un punto aislado en el espacio y con el círculo -con la unidad del espacio íntegro que contiene en su interior-; el dos, con la línea entre dos puntos y con la división diametral del círculo en hemisferios separados; y el tres, obviamente, con el triángulo, en el que dos puntos opuestos se conectan con un tercero. El número cuatro, según el razonamiento pitagórico, nos lleva a lo que se ha denominado «la finalización del cuadrado», pues la suma de los cuatro primeros números naturales vuelve a ser uno (r + 2 + 3 + 4 = ro, y r + o = r), lo que indica simbólicamente un retorno a la unidad, la completitud y la perfección. A través del movimiento de la unidad a la «cuatridad», nace un nuevo estado de unidad. Interpretado de esta forma, el número es una especie de lógica simbólica y arquetípica que parece intrínseca no sólo al intelecto y la imaginación del ser humano, sino también, más fundamentalmente, a la organización estructural subyacente del universo y al orden más profundo de la psique inconsciente humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 154
 
 
En la astrología arquetipal, el significado de cada alineamiento planetario depende de las características arquetípicas asociadas a los planetas implicados y del ángulo concreto de la relación entre los planetas, que a su vez está vinculado con el significado simbólico y psicológico del número por el que se divide el círculo para producir el aspecto. De este modo, una conjunción (dos planetas posicionados con una separación de cerca de 0º en la carta astrológica) se basa en el significado simbólico del número 1 (360º + 1). Las conjunciones se asocian por tanto con la expresión unificada (aunque no necesariamente armoniosa) de los principios arquetípicos correspondientes, con la fusión o síntesis de las cualidades vinculadas con estos principios y con la intensa liberación de energía a través de la acción iniciadora. Una oposición (dos planetas separados aproximadamente 180º), basada en la división del círculo en dos, está lógicamente asociada a la dualidad, en la que los arquetipos planetarios correspondientes se estimulan dinámicamente entre sí de una forma mutuamente desafiante y a menudo antagonista, y crean una tensión de opuestos altamente cargada. Se considera que el aspecto trígono de 120º, producido al dividir por tres los 360º del círculo, y relacionado por tanto con la síntesis de los opuestos mediante un tercer factor, representa una expresión equilibrada y sustentadora de la energía de los arquetipos planetarios, e indica una combinación relativamente armoniosa y establecida de estos principios. Finalmente, el aspecto cuadratura de 90º (360º -;- 4) está relacionado con el significado simbólico del número cuatro y, al igual que la oposición, a la que está estrechamente asociado, señala una tensión o conflicto inherente entre los planetas implicados; a menudo se siente como el impulso de liberar presión mediante la acción, lo que idealmente promueve un movimiento hacia una mayor consciencia y completitud. Ahora bien, si los principios arquetípicos son de hecho análogos a los dioses de los mitos, entonces es el número el que nos permite comprender la relación entre los «dioses». De acuerdo con nuestro modelo sistémico, por expresarlo de otra forma, el número parece estar relacionado con el patrón de autoorganización del sistema solar que revelan las relaciones geométricas entre los planetas. Al analizar los alineamientos geométricos entre los planetas e interpretar su significado, podemos comprender las relaciones entre los principios arquetípicos asociados con los planetas. De este modo, con su síntesis compleja de los principios arquetípicos temáticos y el orden numérico, la astrología nos permite interpretar el significado profundo del patrón de autoorganización del sistema solar. Al apuntar más allá de las apariencias superficiales del orden planetario que nos muestran la percepción sensorial y el análisis racional, la astrología atrae nuestra atención hacia su significado simbólico.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 155
 
 
El pensamiento chino, con su suposición de que el universo está impregnado de un vasto orden oculto a través del cual todas las cosas están correlacionadas significativamente, influyó mucho en Jung. Fue en parte durante su investigación del sistema adivinatorio chino del Yijing (I Ching) cuando empezó a contemplar la posibilidad de la existencia de un «orden acausal», como lo llamó, subyacente a la psique humana y al mundo exterior, una correspondencia entre los mundos interior y exterior que podría explicar la sorprendente precisión de las lecturas adivinatorias y también otras conexiones y coincidencias desconcertantes que había presenciado en su práctica terapéutica y en su experiencia personal. Para Jung, lo que ordinariamente cabría considerar puras coincidencias fortuitas entre ciertos estados de la mente y sucesos externos, a veces podrían clasificarse de forma más precisa como instancias de sincronicidad (o coincidencia significativa) cuyo significado interior (o experiencia subjetiva del significado) se refleja externamente en el mundo en general. Si, por ejemplo, alguien atravesaba un estado mental profundamente atribulado o luchaba contra un problema en apariencia irresoluble y, en ese preciso instante, ocurría en el mundo exterior algo que parecía relacionarse sobrecogedora y específicamente con tal dilema, Jung lo llamaba instancia de sincronicidad.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 158
 
 
La sincronicidad, en su definición más amplia, puede adoptar muchas formas diferentes: una serie relacionada de sucesos inusuales casualmente desconectados pero unidos por un hilo común de significado; un encuentro o una conversación fortuitos que sintonizan asombrosamente con la situación personal; el descubrimiento oportuno e involuntario del libro concreto que se necesita para arrojar luz sobre una situación o problema particulares; un solemne presagio que anuncia el comienzo de un curso de acción o el momento crítico en que hay que tomar una decisión; o quizá la conjunción de un sueño con un suceso externo que ocurre después. Sea cual sea la forma particular que adopte una sincronicidad, cada caso se caracteriza por la sensación de que hemos entrado en un mundo de significado superior y de que participamos en una dimensión de la realidad más amplia y profunda, que trasciende las preocupaciones puramente personales de nuestra vida, pero aun así se relaciona en lo más íntimo con nuestra situación personal.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 159
 
 
En los casos de sincronicidad, parece como si la coincidencia extraordinaria de ciertos sucesos o la correlación asombrosa entre algo externo que nos ocurre y nuestro propio estado interior de consciencia estuvieran intentando transmitirnos realmente un mensaje significativo de gran importancia personal. Por eso resultan tan desconcertantes las instancias de sincronicidad: es como si el propio cosmos supiera qué estamos pensando y sintiendo, como si fuera consciente de nuestra situación personal y pretendiera transmitirnos un mensaje sobre nuestra vida a través de una línea de comunicación simbólica. En consecuencia, las sincronicidades son acompañadas a menudo de un sentimiento de numinosidad. Los instantes de sincronicidad están preñados de significado y misterio, y suscitan la sensación de un orden apenas creíble que conecta los sucesos de la vida. Al confrontarnos con una sincronicidad, el universo parece ciertamente infundido de significado y tenemos la impresión de que nuestra propia vida, lejos de ser irrelevante o fortuita, tiene en realidad una inmensa importancia. En tales ocasiones sentimos que el universo, o algún poder organizador detrás del universo, se preocupa por nosotros, por decirlo así, y que lo que estamos haciendo obedece a un propósito mayor. Por eso las sincronicidades llegan a veces con la fuerza de una revelación espiritual.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 160
 
 
Para encontrarle sentido a la astrología, no basta con estudiar la relación física entre los planetas y los seres humanos; puesto que la astrología pertenece a la vida psicológica humana, al dominio privado de la experiencia subjetiva y al reconocimiento humano del significado, necesitamos además tender un puente sobre el abismo aparentemente enorme que se abre entre el mundo exterior y el interior. Para permitirnos comprender mejor la correspondencia entre el orden profundo de la psique humana y los patrones planetarios del cosmos, cualquier explicación de la astrología debe tener en cuenta la cuestión filosófica de la relación entre mente y materia.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 165
 
 
Aunque la astrología no es necesariamente incongruente con el dualismo per se, sí lo es con el híbrido formado por el dualismo sustancial cartesiano, el determinismo causal interactivo y el reduccionismo materialista que ha dominado la época moderna.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 166
 
 
Los principios del Tao en la filosofía china y Brahman en el hinduismo, así como las nociones griegas de un logos universal, un nous divino o un anima mundi, apuntan a cierta forma de inteligencia universal o mente ordenadora presente en todos los niveles de la realidad. Estas concepciones de unos principios ordenadores universales y una «Gran Mente», por usar la terminología de Aldous Huxley, siguen siendo fundamentales en la interpretación mítica de la naturaleza de la realidad.3
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 170
 
 
El ser humano moderno posee una forma de consciencia agudamente enfocada, pero que se ha distanciado cada vez más de los fundamentos instintivos de la vida, de los sentimientos y del cuerpo. De hecho, la psicología analítica ha mostrado que en la actualidad la identidad humana descansa principalmente no ya en el cuerpo, sino en cierta autoimagen fabricada medio conscientemente, un ideal-ego, una proyección de lo que a uno le gustaría ser o como le gustaría que lo vieran, más que en una reflexión acerca de qué o quién es verdaderamente. Entretanto, a pesar de nuestras pretensiones bienintencionadas de alcanzar una racionalidad cultivada y un autogobierno consciente, a menudo estamos sujetos a la influencia inconsciente y a las distorsiones emocionales de los instintos y sentimientos reprimidos, y -en un equilibrio ecológico cada vez más precario- a merced del dominio material explotado y devaluado. Y en esta situación, muchos observadores perspicaces, sensibles a la trayectoria evolutiva más amplia en la que se desarrollan nuestras vidas, coinciden en que parecemos atravesar un momento crítico de nuestra evolución. Existen indicadores de que el largo proceso evolutivo de la separación de la consciencia respecto de sus orígenes naturales y de su matriz cósmica ha alcanzado una coyuntura crítica. En este momento, mientras la consciencia del ego se ve forzada a un aislamiento extremo, quizá empezamos a presenciar el comienzo de una gran reversión, una enantiodromia, en la que el abismo existencial entre la consciencia y su base debe cerrarse, y el ego racional participar en el surgimiento de un yo más profundo, para que nazca un nuevo modo del ser. Pues si el ego-yo moderno ha tenido que negar y reprimir cualquier consciencia intuitiva de su propia base profunda, si el yo ha tenido que sufrir una diferenciación psicológica e incluso una disociación de la naturaleza, del cosmos y de sus orígenes psíquicos más profundos para establecer su propia existencia separada, entonces podemos suponer que, en la siguiente fase de nuestro viaje evolutivo, el yo deberá participar en la recuperación de su relación con la base profunda; deberá descender a sus propias profundidades y lidiar con lo que haya reprimido.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 1175
 
 
La probabilidad de que la consciencia humana llegara a existir alguna vez es tan remota, está hasta tal punto ligada a tantos sucesos necesarios pero improbables, ocurridos desde el principio de los tiempos, que parece extremadamente improbable que la consciencia pudiera haber surgido por pura casualidad. El principio antrópico es por tanto una variante moderna del argumento del diseño, pues sugiere que es el diseño inherente del universo el que ha permitido que la consciencia humana llegase a existir. Por supuesto, esto no implica que los seres humanos hayan sido colocados en la Tierra por un creador omnipotente o que seamos más importantes que otras formas de vida, sino simplemente que ocupamos una posición privilegiada dentro de la naturaleza y que, por tanto, debemos asumir la responsabilidad asociada a ese estatus. Pues, hasta donde sabemos, la consciencia humana es lo único que permite que la vida sea reflexivamente conocedora de sí misma.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 77
 
 
El principio antrópico cosmológico sugiere que la consciencia humana ha evolucionado a partir de la naturaleza y ha sido impulsada por el propio cosmos; lo único que la ha hecho posible es la estructura específica del cosmos. Teniendo en cuenta este origen, se nos puede convencer perfectamente de que el propósito de la consciencia humana no debe reducirse a seguir la agenda personal del ego, satisfacer cada uno de 194 sus caprichos y deseos, gratificar sus instintos y cumplir los imperativos biológicos. Al contrario: parece probable que la consciencia humana tiene que cumplir en última instancia un fin más elevado y que, a su debido tiempo, el ser humano será requerido para servir los propósitos evolutivos del universo que lo ha visto nacer, para afrontar los objetivos y fines de la naturaleza y alinearse a sí mismo con el destino más amplio del planeta Tierra.
 
En este contexto evolutivo, conforme superamos la suposición antropocéntrica de que la mente es dominio exclusivo del ser humano, será imprescindible abrazar una nueva interpretación de la naturaleza de la mente. Así como una concepción estrecha y atomista de la mente parece haber sido esencial para el surgimiento evolutivo del ego individual, ahora que mucha más gente se esfuerza por trascender el ego y alcanzar una relación más significativa con la naturaleza, la psique y el mundo, debemos empezar a revisar y expandir nuestra interpretación de la mente. Si vamos a «ir más allá de los límites de esta isla, el universo, dentro de la cual se encuentra contenido cada individuo», como lo expresó Aldous Huxley, si vamos a cumplir nuestro papel «intencionado» en el cosmos, debemos abrirnos al anima mundi y al mundo espiritual; debemos sintonizamos con la Gran Mente e intentar comprender nuestra propia relación con esos sistemas más amplios en los que está inserta la vida humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 180
 
 
En los últimos años, sin duda como reflejo o anticipación de esta transición evolutiva, e impulsadas por los avances en la física y la psicología analítica, han surgido nuevas concepciones de la mente y de su relación con la materia en diferentes disciplinas; teorías que intentan salvar la división ontológica y epistemológica entre la consciencia humana y el cosmos, entre el conocedor y lo conocido, lo cual desafía radicalmente al dualismo cartesiano que ha guiado la visión moderna del mundo. En las interpretaciones filosóficas de la física moderna, presentadas por Fritjof Capra y David Bohm; en la biología organicista de Rupert Sheldrake; en la teoría evolutiva de sistemas de Capra, Ervin László y Erich J antsch; en la cosmología y ecología de Brian Swimme y Thomas Berry; en la psicología analítica y transpersonal de Jung, James Hillman y Stanislav Grof; en la fenomenología de Martin Heidegger y Maurice Merleau-Ponty, y en la ecología de la mente de Gregory Bateson: en todas éstas existe, a pesar de algunas diferencias importantes, una visión común de la mente y la materia, y la mente y la naturaleza, como una «unidad necesaria», por usar el término de Bateson.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 181
 
 
La teoría cuántica de campos ha demostrado que, en última instancia, la demarcación física o separación entre las entidades y el entorno es sólo una abstracción de la realidad indivisa que resulta aparente a nivel cuántico: los seres humanos, aunque relativamente separados y autónomos, son parte de un campo de energía ininterrumpido; pertenecen a lo que David Bohm denominó el orden universal de la totalidad no dividida. De esto se sigue que, del mismo modo que el ser humano está integrado en sistemas físicos más amplios, la mente humana individual lo está en sistemas mentales mayores. Capra sostiene:
 
En el orden estratificado de la naturaleza, las mentes humanas individuales están integradas en las mentes mayores de los sistemas social y ecológico, y éstas están integradas en el sistema mental planetario -la mente de Gaia-, que a su vez debe participar en algún tipo de Mente Cósmica o universal.
 
Aunque esta noción de mente cósmica es por supuesto totalmente hipotética, es al mismo tiempo una consecuencia lógica de nuestra aplicación de los conceptos sistémicos a la cosmología. Porque, al igual que la mente humana individual está relacionada con las dinámicas de autoorganización del ser humano, el cosmos, entendido como un sistema por derecho propio, debe tener su propia mente, que, como Capra sugiere, estará relacionada con «las dinámicas de autoorganización del universo». La mente cósmica, que se halla presente en la estructura del universo y proporciona forma y orden a la estructura material, es en esta visión el principio autoorganizador que dirige el proceso de la vida.
 
De manera parecida, el sistema solar, con su propio patrón de organización, también debe tener su propia forma de mente. Y si, como se ha apuntado, el orden planetario es una expresión de este patrón de organización, entonces, por definición, debe ser una expresión de la mente del sistema solar. Está claro que esto tiene implicaciones importantes para comprender la astrología, ya que sugiere que el patrón de los planetas, en vez de una mera colección de cuerpos materiales inertes en movimiento mecánico, es en sí mismo el resultado de una dimensión organizadora interior del ser. Así pues, las posiciones, movimientos y alineamientos geométricos de los planetas deben ser en realidad una expresión de la mente del sistema solar.
 
Lo que sostengo aquí, entonces, es que cuando los astrólogos estudian las posiciones planetarias y sus relaciones y movimientos, quizá lo que están haciendo es interpretar la forma en que las vidas humanas son influenciadas, modeladas y animadas por esta mente superior. Quizá la razón de que los movimientos planetarios tengan un significado, de que simbolicen los patrones psicológicos profundos y los temas arquetípicos de la vida humana, es que el propio sistema solar posee una dimensión interior. Quizá el orden planetario refleje un principio de orden más profundo que también influye en el mundo interior de la psique humana y lo dirige. Si es así, la astrología puede definirse como el estudio de la mente del sistema solar.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 186
 
 
Es cierto que nos resulta muy inusual considerar la existencia de una mente cósmica o pensar que el sistema solar tiene alguna forma de mente, porque ello contradice radicalmente nuestra interpretación habitual de lo que es la mente. Como hemos visto, estamos acostumbrados a asociar la mente casi exclusivamente con los seres humanos: la mente se interpreta en términos humanos como la capacidad exclusivamente humana para el pensamiento, la reflexión, el proceso inteligente de orden superior, la razón y la abstracción. Huelga decir que no es necesario atribuir esas mismas cualidades a la mente cósmica; no estoy sugiriendo que la Tierra o el sistema solar y el universo tengan el mismo tipo de mente que el ser humano. Pero esto no excluye que existan otras formas de mente, de un tipo distinto al de la mente humana (diferentes formas de inteligencia y de consciencia), que, aunque quizá no estén tan agudamente enfocadas como la consciencia humana y carezcan de la capacidad distintivamente humana para la reflexión, aun así trasciendan y subsuman la mente humana individual por su profundidad y alcance. Pues si los organismos simples poseen una inteligencia autoorganizadora y una dimensión interior de algún tipo, entonces no cabe duda de que el universo en su conjunto puede poseer también una inteligencia organizadora y una interioridad propias que estén a la altura de su magnitud y grandeza. ¿ Es realmente posible que sistemas autopoiéticos simples como las bacterias tengan mente pero el universo en sí mismo, del que han surgido todas las formas de vida, carezca de una inteligencia autoorganizadora o una dimensión interior y, por tanto, esté desprovisto de mente?
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 188
 
 
La visión alternativa de la mente como coextensiva con la materia, como algo que está interfusionado con el cosmos, representa obviamente un alejamiento radical de nuestra interpretación habitual de la mente. Sin embargo, creo que esta concepción sistémica de la mente, así como la idea de que la mente es el «interior» del universo, resulta tan viable como la perspectiva ortodoxa y, de hecho, ofrece ventajas explicativas importantes que pueden ayudarnos a encontrar sentido a las sincronicidades y a las correspondencias astrológicas, fenómenos inexplicables desde la perspectiva convencional. Si la mente es inherente al sistema solar (si el sistema solar tiene su propia dimensión interior), entonces apreciaremos mejor cómo las posiciones de los planetas en el sistema solar pueden tener un significado interior, aplicable a la vida humana. Si la mente no está localizada exclusivamente dentro del ser humano, sino que se encuentra 205 en el «interior» del universo entero, y si la mente humana individual está integrada en este «interior» universal, entonces resulta mucho menos sorprendente que hallemos coincidencias significativas y correspondencias simbólicas fuera de nosotros, en el mundo externo, que guarden relación con nuestra propia experiencia subjetiva de significado. Y, de nuevo, si la mente está relacionada con patrones y con las dinámicas de autoorganización, y el orden planetario es una expresión de estos patrones, tampoco debería extrañarnos que el estudio de las posiciones planetarias en la astrología nos permita interpretar el significado interior de nuestro lugar en el sistema solar.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 190
 
 
Aunque es comprensible que la astrología parezca compleja, es de hecho una idea bastante sencilla. Simplemente transmite la noción de que existe cierta forma de principio de ordenación universal responsable del orden físico del cosmos, y que la experiencia humana está relacionada de manera natural con este gran principio ordenador. Lo único que implica es que la astrología puede ayudarnos a entender de qué modo este orden universal afecta a las vidas humanas en la Tierra. Si bien esta interpretación de la astrología no es totalmente nueva, lo más importante, creo, es que esta definición admite ser formulada mediante la teoría moderna de sistemas; que los conceptos y principios empleados en la teoría de sistemas nos permiten, cuando los aplicamos al sistema solar, llegar a esta definición y expresar las bases psicológicas de la astrología en un lenguaje moderno. Lejos de tratarse de un sistema esotérico arcaico incompatible con el conocimiento moderno, como se suele creer, la astrología resulta notablemente comprensible cuando se formula desde la perspectiva organicista-sistémica emergente.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 191
 
 
Mientras que la teoría de sistemas nos proporciona un marco conceptual para interpretar la relación de las partes individuales con el todo e identificar el patrón de autoorganización inherente a la estructura del sistema solar, la astrología nos puede permitir determinar el significado de este patrón autoorganizado en las vidas humanas y, por tanto, añadir al enfoque sistémico una profundidad arquetípica y simbólica. Mediante el estudio del orden planetario del sistema solar, y relacionando con precisión este orden con las vidas humanas individuales ubicadas en localidades específicas de la Tierra, podemos expresar en un lenguaje arquetípico la «influencia» de este todo mayor sobre sus partes: sobre las vidas humanas individuales. Así pues, es posible considerar la práctica de la astrología, creo, como la interpretación de los significados (cualitativos, temáticos, arquetípicos, míticos) del patrón de autoorganización dinámico del sistema solar en su relación con la experiencia humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 192
 
 
En la exploración de la psique humana llevada a cabo en la investigación transpersonal, lo que empieza como una búsqueda interior, un gran viaje hacia dentro en el dominio de lo inconsciente, conduce paradójicamente hacia el exterior, hacia el cosmos. Más allá del mundo de los sentidos, más allá de nuestros estados ordinarios de consciencia, encontramos una realidad profundamente interconectada donde las rígidas dicotomías que parecen indiscutibles y absolutas se disuelven para mostrarse bajo una luz diferente, revelando su honda unidad e interdependencia. Y aunque apenas ha empezado a recibir la consideración que merece dentro de las múltiples aproximaciones a la psicología transpersonal, la astrología (en su forma arquetipal) ocupa en potencia un lugar especial en la visión transpersonal, puesto que proporciona una perspectiva cosmológica que nos permite entender mejor el contenido mítico y arquetípico de todos nuestros estados de consciencia, ya sean mundanos o numinosos, personales o transpersonales. De manera crucial, la astrología arquetipal restaura la antigua conexión entre mythos y lagos, entre la imaginación mítica y el orden del mundo racional-espiritual, y entre el mundo interior y la cosmología. Esta capacidad debe mucho a Jung, cuya vida y obra unen en una síntesis creativa las corrientes divergentes del empirismo racional-científico y su propia sensibilidad mitológico-religiosa altamente desarrollada.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 200
 
 
Los arquetipos y lo inconsciente colectivo Tras romper con sus orígenes en el psicoanálisis freudiano clásico, la psicología analítica junguiana ejerció una enorme influencia en el subsiguiente desarrollo del movimiento de la psicología transpersonal y, en general, en nuestra comprensión emergente del paisaje interior de la psique humana. Con Jung encontramos un modelo de la psique que postula específicamente la existencia de niveles colectivos profundos de la mente. Su psicología proporciona también la explicación más clara del orden estructural inherente que existe en la psique humana, alrededor del cual se organizan temáticamente nuestros pensamientos, imágenes, fantasías y pulsiones.
 
Durante su trayectoria, Jung observó que las fantasías y sueños descritos por sus pacientes no se podían rastrear en sus propias historias personales. Algunas imágenes fantásticas estaban pobladas por motivos y símbolos que parecían extraídos de las tradiciones mitológicas de nuestro pasado colectivo. Para dar cuenta del origen del material fantástico mitológico y arquetípico, Jung postuló que el modelo freudiano de lo inconsciente (de un inconsciente biográfico personal consistente en memorias reprimidas y pulsiones, deseos y miedos moralmente inaceptables) descansa sobre otro «nivel» adicional más profundo, al que llamó inconsciente colectivo o psique objetiva. Descubrió que la vida humana no sólo estaba motivada por pulsiones instintivas enraizadas en la fisiología humana y en el material biográfico reprimido en lo inconsciente personal, como creía Freud, sino que también se encontraba modelada en lo inconsciente colectivo por imágenes y patrones mitológicos universales. Desde el punto de vista de Jung, esta base profunda y estrato colectivo de la psique sirve como «almacén» o «repositorio» de instintos, imágenes arquetípicas y formas dinámicas detrás de la existencia humana; asimismo, es «la matriz de experiencia», el terreno preexistente del cual surge la personalidad individual centrada en el complejo del yo.
 
Jung descubrió que las imágenes y motivos de los mitos griegos, el cristianismo, la alquimia, la mitología egipcia, los misterios arcanos, el hermetismo y muchas tradiciones más se hallaban registrados en los sueños y fantasías de los individuos modernos, a menudo modelando inconscientemente nuestras experiencias a pesar de nuestras intenciones conscientes. A través de la obra de Jung, los temas imperecederos de los mitos demostraron ser parte integral de la estructura y el trasfondo del funcionamiento de la psique.
 
Como hemos visto, estos temas están conectados a arquetipos subyacentes, como el héroe, la sombra, el anima, el animus, el anciano sabio, el niño, la gran madre y el sí-mismo.
 
Jung descubrió que la interacción de estos arquetipos es la que forma el trasfondo inconsciente de las crisis, las aventuras y las experiencias personales de la vida. Cada vida humana es la representación de un drama con matices míticos y universales en un escenario contemporáneo personal. Los motivos arquetípicos son siempre evidentes si miramos más allá del contexto cultural y temporal en el que se desarrolla la vida. De ahí que las grandes obras literarias muestren cierta cualidad intemporal; que las obras de Shakespeare, por ejemplo, sean para nosotros tan relevantes como lo fueron en su época, pues tratan los grandes temas arquetípicos de la experiencia humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 201
 
 
Jung concebía los arquetipos como principios a la vez instintivos y espirituales, naturales y trascendentes. De hecho, el carácter de los arquetipos es tan complejo que Jung creyó necesario emplear una amplia variedad de términos para describirlos: dioses, patrones de comportamiento, factores condicionantes, imágenes primordiales, dominantes inconscientes, formas organizadoras, principios formativos, poderes instintivos o dinamismos, por mencionar algunos. Sostiene además que los arquetipos son «disposiciones activas y vivientes, ideas en el sentido platónico, que prefiguran nuestros pensamientos, sentimientos y acciones e influyen en ellos de continuo». Por tanto, Jung sitúa firmemente su teoría de los arquetipos en la tradición mítico-platónica. Al igual que los dioses mitológicos, los arquetipos son los principios formativos, superordinados a la consciencia y la voluntad humanas, que estructuran, ordenan y animan nuestra experiencia vital. La obra de Jung demostró que los dioses y los temas del mito siguen vivos en las profundidades de la mente humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 203
 
 
Como detalle destacado, el fracaso al tratar las suposiciones filosóficas implícitas en la psicología junguiana ha encontrado limitaciones conceptuales cuando el pensamiento de Jung ha sido importado por la astrología. Esto ha llevado en algunos casos a malinterpretar tanto la naturaleza de los principios planetarios astrológicos como el significado de la carta astrológica natal. Los críticos de la astrología psicológica han alegado que al conectar de manera simplista los planetas con los arquetipos junguianos, por ejemplo, y al definir la carta astrológica natal como un mapa de la psique, la astrología ha sido reducida en la práctica a mera psicología, preocupada únicamente por la interioridad humana y relacionada sólo de forma incidental con el mundo exterior. La influencia de las psicologías analítica, humanista y transpersonal del siglo XX ( cada una de las cuales adoptó hasta hace poco una perspectiva individualista, centrada en la persona, o fijó principalmente su atención en la naturaleza intrapsíquica de la experiencia humana) ha conducido, en la astrología moderna, a un énfasis exagerado en la psicología del individuo, a menudo a expensas de la valoración de nuestras relaciones con otras personas y nuestra participación en los ciclos planetarios colectivos referentes al Zeitgeist y a los sucesos del mundo. Bajo la influencia de la psicología y la ciencia, la astrología psicológica ha asumido con frecuencia un punto de partida antropocéntrico y cartesiano, de modo que la psique individual se ha interpretado tácitamente como algo que existe de forma bastante independiente del mundo exterior y de las demás psiques individuales. En la raíz de estas dificultades yace la interpretación filosófica de la relación entre psique y cosmos y entre los planetas y los principios arquetípicos.
 
(…)
 
Así pues, en la teoría de Jung de los arquetipos tenemos un modelo psicológico que identifica explícitamente un patrón inherente de autoorganización dentro de la psique inconsciente. De este modo, permite una comparación directa con nuestro modelo de sistemas del sistema solar. Tanto la psique como el cosmos pueden conceptualizarse en cuanto sistemas. Ambos modelos reconocen que los patrones de organización dentro de estos sistemas son pluralistas, en el sentido de que están formados a partir de múltiples centros o componentes. Mientras que los planetas se identifican como los componentes principales del patrón del sistema solar, los arquetipos son los componentes principales del patrón de organización de la psique humana. Ambos patrones, además, parecen estar organizados según los principios del número y la geometría. Y en los dos casos, estos patrones forman un contexto de fondo más amplio de la experiencia humana: el orden planetario es el contexto de fondo de nuestra vida física en la Tierra, y el orden arquetípico es el contexto de fondo de nuestra vida psicológica. Simbólicamente, los dos patrones existen en paralelo: uno en el espacio exterior, rodeando la vida en la Tierra, y el otro en lo inconsciente colectivo, el entorno psicológico que «rodea» la consciencia del ego; un patrón es exterior, se halla en lo profundo del espacio, mientras que el otro es interior, se halla en lo profundo de la psique humana. Dadas estas similitudes y paralelismos sugerentes entre los sistemas cosmológicos y la teoría arquetípica, resulta razonable preguntarse si de hecho el patrón de autoorganización del sistema solar y el orden arquetípico de la psique no serán, en la raíz, uno y el mismo. Si la mente y la materia son aspectos diferentes del proceso unitario de la vida, entonces, lógicamente, tendría sentido que compartieran el mismo patrón de organización y que existiera un orden subyacente único común a la psique y al cosmos. Parece factible, por tanto, que la idea sistémica de la mente del sistema solar (de la dimensión interior del sistema solar) se relacione con la idea de Jung de lo inconsciente colectivo. Quizá, abordado desde el interior a través de la experiencia psicológica humana, el orden arquetípico de la psique inconsciente sea la forma en la que experimentamos en realidad la mente del sistema solar.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 205-212
 
 
En sus últimos trabajos, Jung traza cuidadosamente una distinción entre la forma más profunda de arquetipo (el arquetipo per se) y las imágenes arquetípicas o representaciones que brotan de esta forma subyacente. Para Jung, los arquetipos son, en su naturaleza esencial, «factores trascendentales irrepresentables» de los que surgen las imágenes arquetípicas asociadas. De acuerdo con Jung, lo que experimentamos en sueños y fantasías son las imágenes arquetípicas, emanaciones del arquetipo, pero no el arquetipo en sí, cuya naturaleza «trascendental» definitiva no se puede experimentar conscientemente, sino sólo intuirse o suponerse. La forma básica del arquetipo sigue trascendiendo a la consciencia que la percibe y a su forma particular de manifestarse. Por tanto, los arquetipos parecen tener dos dimensiones relativamente distintas: por un lado, son imágenes arquetípicas que experimenta la psique humana y, por otro, los principios trascendentales y formas organizadoras que parecen subyacer en la psique y el cosmos, proporcionando a ambos un orden formativo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 218
 
 
Los arquetipos planetarios en la astrología parecen estar relacionados con estos principios arquetípicos trascendentes más profundos, en el sentido de que las imágenes y dioses del mito son derivaciones más específicas. Por ejemplo, el arquetipo planetario de la Luna incluye en su abanico de significados los tres arquetipos junguianos del anima, la madre y el hijo, y posee asociaciones adicionales con otras situaciones y fenómenos arquetípicos, incluyendo el hogar, el útero, la matriz del ser, la mujer en general y el principio femenino. De manera similar, el arquetipo planetario de Júpiter, como principio general de expansión, elevación y abundancia, es transmitido en parte por muchos roles arquetípicos diferentes, como el profesor, el predicador, el explorador, el aventurero, el derrochador libertino y el jugador profesional. Se relaciona también con las experiencias arquetípicas del éxito, el botín y la gloria suprema, y cada uno de esos motivos y roles reflejan de formas diferentes el significado central subyacente en el arquetipo planetario. Aunque puede existir una imagen arquetípica asociada a cada situación típica de la vida, como dijo Jung, parece existir un número limitado de principios centrales de los que surgen las imágenes y representaciones arquetípicas más específicas, y por lo visto los arquetipos planetarios de la astrología guardan relación con esos principios centrales.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 218
 
 
«Un contenido arquetípico», explica Jung, se expresa a sí mismo, en primer lugar y ante todo, mediante metáforas. Si un contenido debe hablar del Sol y se identifica con el león, el rey, el oro atesorado por un dragón o el poder que garantiza la vida y la salud del hombre, no es una u otra de estas cosas, sino más bien una tercera desconocida, que encuentra una expresión más o menos adecuada en todos estos símiles, pero que permanece ignota y no se puede encajar en una fórmula, para disgusto constante del intelecto.
 
Los arquetipos planetarios apuntan a este algo desconocido que está detrás de las imágenes y los motivos específicos. En este caso, las diversas imágenes y motivos citados por Jung (el sol, el león, el rey, el oro, la vitalidad, la fuerza vital) se asocian en todos los casos con el arquetipo planetario del Sol y se relacionan con el signo zodiacal de Leo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 11
 
 
De forma similar, Joseph Campbell reconoce en la mitología que las formas específicas de los dioses son expresiones de unos principios subyacentes más fundamentales. «El dios», observa, «puede aparecerse bajo una forma o varias a la vez: antropomórfica, teriomórfica, vegetal, celestial o elemental [...], que deben reconocerse como aspectos de un único principio polimorfo, simbolizado en todos ellos pero que va más allá.»' Los dioses deben permanecer «transparentes a la trascendencia», como le gustaba decir a Campbell, de manera que más allá de cualquier forma particular de un dios podamos ver el misterio y el poder profundo que oculta dicha forma.' Aquí puede resultar útil trazar una distinción entre la función ordinaria del arquetipo (que estructura y anima temáticamente la experiencia humana) y la experiencia arquetípica directa. En la exploración psicológica analítica, o en instantes culminantes de apertura, receptividad e inspiración, podemos tener un encuentro directo con el dominio de los arquetipos en todo su poder e intensidad, sin ataduras, una experiencia que se distingue por un sentimiento de lo numinoso, de misterio y sobrecogimiento, por un poder inmenso que recorre el cuerpo, una conmoción religiosa, una excitación emocional, una sensación de tener los nervios a flor de piel, una ardiente elevación moral, una fuerza demoníaca o incluso maligna, una belleza abrumadora y un acusado sentido de la certeza o verdad. En momentos así, nos da la impresión de que nos hemos adentrado verdaderamente en el reino de los dioses. «Siempre que entramos en contacto con un arquetipo», observa Jung, «establecemos una relación con factores transconscientes y metafísicos.» De hecho, la experiencia numinosa de los arquetipos proporciona un sentimiento de certeza, de haber hallado una auténtica realidad superior, por decirlo así; de que ciertamente hemos sido tocados por un poder trascendente.3º Aunque no podemos asegurarlo, cualquiera que haya experimentado de esta manera un encuentro directo con el poder numinoso de un arquetipo, que haya vivido el impacto de un proceso arquetípico activado, tendrá la firme convicción de que estos poderes dinámicos son las verdaderas fuerzas que modelan la realidad, no meras imágenes psicológicas interiores o impresas fisiológicamente en los hábitos biológicos. A la vista de su estatus como principios que trascienden su manifestación en la psique y en el cosmos, somos capaces de presentar con más confianza la idea de que los principios arquetípicos pueden estar relacionados con el patrón de autoorganización subyacente en el sistema solar. Pues al igual que la cosmología sistémica, en la que el orden cosmológico externo está también relacionado con la mente y con la dimensión interior de las cosas, en la psicología analítica junguiana el orden arquetípico se relaciona tanto con el dominio interior de la psique humana como con el exterior del cosmos. Las dos formulaciones (la cosmología sistémica y la psicología junguiana) reconocen un orden subyacente intrínseco a la psique y al cosmos, pero que parece trascender sus manifestaciones en cada dominio, lo que apunta, creo, a un orden más profundo que sustenta a ambos.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 220
 
 
Así pues, cuando Jung descubrió la base arquetípica de la psique fue como si no sólo se tropezara con un orden psicológico dentro de una mente humana encapsulada, sino también con un orden inherente al tejido de la realidad en su conjunto. Y aunque este orden se tornaba visible a partir del examen de los productos imaginales de la psique (en los sueños y fantasías, por ejemplo), se mostraba asimismo en la disposición temática y en los patrones de sucesos del mundo exterior y de la naturaleza, como revelan las sincronicidades.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 221
 
 
La interpretación cosmológica de la psicología junguiana, de manera parecida a la cosmología sistémica, implica que lo que normalmente imaginaríamos como un patrón cosmológico externo formado por los planetas en el sistema solar y como un orden psicológico interno formado por los arquetipos son, muy posiblemente, diferentes formas de manifestación del mismo patrón de autoorganización subyacente, diferentes formas en que este patrón organizador se manifiesta en nuestra experiencia vital. Parece probable que estos dos patrones que hemos examinado (el planetario y el arquetípico) sean de hecho expresiones de un único y mismo patrón de organización perteneciente a una dimensión subyacente o trascendente de la realidad, que es la base común de la psique y el cosmos. Creo que es en este patrón subyacente común donde se fundamenta la correspondencia astrológica entre los planetas y los arquetipos planetarios. Si todos los individuos están relacionados unos con otros a través de la dimensión arquetípica de la psique; si la psique inconsciente colectiva es semejante a un campo, al mar o a la atmósfera que nos rodea, y no un dominio interior encapsulado; si los arquetipos son principios ordenadores multidimensionales que influyen en la naturaleza y el mundo externo a la vez que en la psique; y si existe una identidad subyacente de las dimensiones psicológica y física de la realidad (todas ellas proposiciones presentadas por Jung), entonces nos queda una visión de la psique como algo muy parecido al antiguo concepto de anima mundi o psique cósmica.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 231
 
 
Aunque Jung pretendía hacer una distinción clara entre la psique individual (es decir, el ego y lo inconsciente personal) y la psique transpersonal (lo inconsciente colectivo), su interpretación de la relación entre las dos está lejos de no resultar ambigua, especialmente teniendo en cuenta que su visión de la naturaleza de lo inconsciente colectivo parece haber sufrido un cambio importante en sus últimos trabajos. En sus períodos temprano y medio, aunque reparó en que la psique era una dimensión colectiva o transpersonal, la concebía como una mente humana individual con una «capa» colectiva. Intentó localizar la base de lo inconsciente colectivo o transpersonal dentro de la persona individual, en la estructura del cerebro humano. Más tarde pareció empezar a interpretar la psique como una especie de campo universal en el que se situaba la consciencia humana. Lo inconsciente colectivo, desde este último punto de vista, no depende de la estructura del cerebro ni se halla dentro de la persona individual, sino que es más bien un único campo psicológico colectivo o transpersonal (en palabras de Jung, «un campo de experiencia de extensión ilimitada») en el que vivimos todos, que impregna el mundo que nos rodea y en el cual está integrado el ego consciente, la personalidad individual.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 231
 
 
La astrología y la psique cósmica
 
Las consideraciones anteriores en conjunto nos deparan dos maneras nítidamente distintas de ver la psicología de Jung, que ahora intentaré resumir y contrastar de manera sucinta. En los modelos tradicionales, originados en los períodos inicial e intermedio de Jung, el término psique parece referirse a una mente individual separada, situada «dentro»
 
de la persona individual, que proyecta significado en una realidad objetiva incognoscible esencialmente neutral. Lo inconsciente colectivo es una capa profunda en el interior de cada psique individual, y los arquetipos se encuentran replicados dentro de cada uno de nosotros en esta capa colectiva.
 
Todos estamos relacionados con lo inconsciente colectivo porque en nuestro interior se encuentran replicadas las mismas estructuras psicológicas, heredadas al nacer. Cada uno tenemos un ego, un inconsciente personal, un inconsciente colectivo, una sombra, una persona, un anima o un animus, etcétera, debido a nuestra estructura psicológica innata, y esto está relacionado de algún modo con la estructura hereditaria del cerebro.
 
Por contraste, según nuestra interpretación cosmológica alternativa, que se basa en su mayor parte en las ideas tardías de Jung, el término psique se refiere en primer lugar a una única psique cósmica en cuyo interior se sitúan todas las psiques individuales. En vez de muchas psiques individuales, cada una con su propia capa de inconsciente colectivo, existe un solo inconsciente colectivo que todos compartimos y en el que todos participamos. Existe un solo conjunto de principios arquetípicos multidimensionales subyacentes en la psique y en el cosmos con el que todos estamos relacionados. Aunque se experimenta principalmente a través de la interioridad humana, la psique cósmica no está contenida realmente dentro de nosotros, sino que es más bien una especie de campo universal que nos rodea, conectado íntimamente con el mundo exterior, con la naturaleza y con el cosmos. Los principios arquetípicos son las formas organizadoras y los poderes creativos de esta psique cósmica transpersonal. Todos tenemos una relación única con los principios arquetípicos, y esto, en la psicología individual, se refleja en nuestros propios complejos personales y en nuestras experiencias individuales de las imágenes arquetípicas junguianas.
 
La transición del pensamiento de Jung, presentada más arriba en términos crudamente contrastados para que se identifiquen con facilidad, nos ayuda a apreciar y comprender sus diversos intentos de encontrar una base física o material de los arquetipos. Podemos ver que mientras la psique se conciba sólo como una mente individual separada con su propia capa colectiva, tendrá sentido buscar una base material para lo inconsciente colectivo y los arquetipos en la fisiología humana, en el cuerpo humano individual. De ahí el punto de vista temprano de Jung de los arquetipos como vías cableadas en el cerebro y el sistema nervioso. Sin embargo, si lo inconsciente colectivo pertenece a una psique cósmica en la que todos participamos, entonces su base material o correlación no puede ser el cuerpo o el cerebro individual, sino el propio cosmos. Al igual que la mente individual está relacionada necesariamente con el cuerpo individual, la psique cósmica debe relacionarse con el «cuerpo» del cosmos, por decirlo así. Y si los principios arquetípicos tienen en sí mismos una dimensión material, entonces tendría más sentido que ésta estuviera situada o reflejada en el «organismo» más amplio del cosmos, y no dentro del ser humano individual.
 
Cuando se aplican a la astrología, las dos interpretaciones de las ideas de Jung proporcionan explicaciones radicalmente diferentes de la relación entre los planetas y la experiencia humana. En línea con el primer modelo, y con una visión de la astrología que Jung mantuvo al parecer hasta bien avanzada su vida, la relación entre los planetas y la experiencia humana se explica generalmente como una forma de proyección antropomórfica de la psique en los cielos, es decir, como una proyección de lo inconsciente colectivo (entendido como un dominio interior radicalmente separado) en el cosmos exterior. En esta interpretación, los planetas se ven, bastante correctamente, no como influencias causales materiales detrás de la vida humana sino (y aquí es donde el asunto se vuelve más problemático) como entidades que pueden ser utilizadas simplemente para reflejar los patrones arquetípicos de la experiencia humana. El significado arquetípico de los planetas, según esta explicación, existe sólo dentro de la psique humana individual (de nuevo interpretada en términos cartesiano-kantianos como un dominio interior radicalmente separado del cosmos).
 
Los propios planetas están inherentemente desprovistos de significado, excepto por el que se les atribuye mediante actos de proyección simbólica inconsciente. Se supone que los cuerpos planetarios sirven como un medio adecuado y conveniente en el que proyectar las cualidades y principios arquetípicos contenidos en lo inconsciente colectivo, en el sentido de que son matemáticamente predecibles y forman un patrón objetivo en el cielo que se nos puede aplicar a todos. La relación entre el planeta y el arquetipo, entendida como una forma de proyección, no tiene bases ontológicas firmes; no existe una forma de relación más profunda inherente a la naturaleza de las cosas que vincule específicamente los planetas con los arquetipos.
 
Sin embargo, la interpretación cosmológica sugiere una relación mucho más estrecha entre planetas y arquetipos.
 
Si los arquetipos son principios organizadores multidimensionales que pertenecen a la psique y al cosmos, no se plantea la cuestión de proyectar significados arquetípicos por encima de la división cartesiana entre lo inconsciente colectivo y los cielos; más bien, el significado arquetípico ya está presente a través del cosmos como su capacidad de autoorganización, estructurando el mundo en que vivimos y modelando nuestra experiencia psicológica simultáneamente. Lo inconsciente colectivo no es un dominio psicológicamente separado, sino que en sí mismo forma parte de la naturaleza: es la dimensión interior del mundo material.
 
De este modo, los patrones de la naturaleza y del cosmos son expresiones de lo inconsciente colectivo. Nos transmiten su significado de forma física. La propia estructura profunda de la psique se manifiesta a la vez en la estructura profunda del cosmos.
 
La interpretación cosmológica de la psicología junguiana, de manera parecida a la cosmología sistémica, implica que lo que normalmente imaginaríamos como un patrón cosmológico externo formado por los planetas en el sistema solar y como un orden psicológico interno formado por los arquetipos son, muy posiblemente, diferentes formas de manifestación del mismo patrón de autoorganización subyacente, diferentes formas en que este patrón organizador se manifiesta en nuestra experiencia vital. Parece probable que estos dos patrones que hemos examinado (el planetario y el arquetípico) sean de hecho expresiones de un único y mismo patrón de organización perteneciente a una dimensión subyacente o trascendente de la realidad, que es la base común de la psique y el cosmos. Creo que es en este patrón subyacente común donde se fundamenta la correspondencia astrológica entre los planetas y los arquetipos planetarios.
 
Si todos los individuos están relacionados unos con otros a través de la dimensión arquetípica de la psique; si la psique inconsciente colectiva es semejante a un campo, al mar o a la atmósfera que nos rodea, y no un dominio interior encapsulado; si los arquetipos son principios ordenadores multidimensionales que influyen en la naturaleza y el mundo externo a la vez que en la psique; y si existe una identidad subyacente de las dimensiones psicológica y física de la realidad (todas ellas proposiciones presentadas por Jung), entonces nos queda una visión de la psique como algo muy parecido al antiguo concepto de anima mundi o psique cósmica. Dado este hecho, nos vemos obligados a considerar seriamente este tipo de lectura cosmológica de la psicología de Jung que he esbozado aquí.
 
Por supuesto, enfatizar la naturaleza cósmica de la psique de esta manera no reduce la integridad y la independencia de la psique individual, que sigue siendo en este planteamiento un todo relativamente autónomo contenido en el todo mayor de la psique cósmica. Como hemos visto, la psique individual, al centrarse en el ego consciente, ha emergido a lo largo de la historia y se ha ido diferenciando gradualmente de su matriz colectiva. La psique individual, con su consciencia claramente definida, parece ser un logro del proceso entero de la evolución cósmica, y es esta consciencia diferenciada la que ahora puede, según creo, iluminar y prestar servicio a la gran psique de la cual ha surgido.
 
La interpretación cosmológica del pensamiento de Jung sitúa a la psique individual en el interior de un inconsciente colectivo transpersonal que es coextensivo con el cosmos, y esta psique transpersonal debe ser revelada y dada a conocer a sí misma, en la consciencia del ego individual y a través de ésta.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 227
 
 
Desde una perspectiva filosófica, Jung, Bohm, Capra y Teilhard de Chardin pueden considerarse abogados de una forma de monismo de doble aspecto, a la vez que incorporan algunos aspectos del monismo neutral. Según la perspectiva del doble aspecto, la realidad se compone de una única sustancia (a la que me estoy refiriendo como energía) que adquiere dos formas fundamentales: materia y mente. En el análisis filosófico, el monismo de doble aspecto suele representarse como epistémicamente dualista y ontológicamente monista. Esto significa que existe una unidad subyacente de mente y materia, en el sentido de que son aspectos de la misma realidad, aunque el conocimiento humano de los dos dominios es relativamente distinto. Además, de acuerdo con la forma concreta de monismo de doble aspecto que estoy manejando aquí, existe una especie de paralelismo simbólico entre mente y materia, ya que ambas están estructuradas y ordenadas por el mismo conjunto de arquetipos fundamentales." El elemento monista neutral, presente en las ideas de Jung y especialmente de Bohm, es la suposición de que mente y materia, como dos aspectos de una realidad unitaria, son expresiones de una tercera categoría más fundamental (y en última instancia son reducibles a ella), una sustancia subyacente única que no es ni mente ni materia. Aunque estas dos respuestas al problema mente-materia no estén libres de críticas, un monismo de doble aspecto o neutral del tipo esbozado vagamente por Jung y Bohm presenta, a mi modo de ver, las mejores perspectivas para unir el pensamiento científico moderno y la psicología analítica dentro de un marco espiritual y metafísico.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 243
 
 
En su asociación con el significado y la organización subyacente de la realidad, la noción de Bohm del orden superimplicado parece corresponderse en líneas generales con la dimensión arquetípica de la psique y la capacidad autoorganizadora de la mente cósmica. El orden superimplicado puede así ser la base de las relaciones significativas entre fenómenos que no están relacionados causalmente, el medio que sustenta los patrones de significado arquetípico reconocidos en la astrología. Claramente, si en el nivel implicado las cosas se interpenetran mutuamente, como postula Bohm, entonces no tienen que estar necesariamente en contacto físico directo, o ser parte de una cadena causal lineal en el orden explicado, para que exista algún tipo de relación entre ellas. Si en el nivel implicado de la realidad todo está en esencia plegado con todo lo demás en un campo unificado de energía, entonces resulta imposible imaginar cómo cosas que están espacial y temporalmente desconectadas en el orden explicado del espacio y el tiempo pueden todavía guardar relación a través del significado en este nivel más profundo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 247
 
 
Ciencia y espiritualidad
 
Con la hipótesis de Bohm, tenemos una explicación teórica que es congruente con nuestra anterior conjetura (y que por tanto la sustenta) sobre la identidad subyacente de la psique y el cosmos y su base arquetípica común. Las ideas de Bohm, basadas en una interpretación filosófica consistente con las ecuaciones matemáticas y los descubrimientos experimentales de la física cuántica, parecen casar con la conjetura de Jung sobre el unus mundus y el trasfondo arquetípico trascendental más profundo de la realidad. Como hemos visto, tanto Jung como Bohm reconocían que nuestra experiencia del mundo tiene un trasfondo inconsciente desconocido. Los dos llegaron a la conclusión de que la psique y el cosmos son aspectos diferentes de una realidad unitaria. Los dos sentían que el concepto de energía sería fundamental para expresar una visión del mundo unificada que tendiera un puente sobre el abismo que se abre entre las dimensiones interior y exterior de la realidad. Y, por último, ambos pensadores reconocían que el significado es intrínseco a la organización profunda del universo. Sin embargo, a pesar de que estos paralelismos demuestran que, a nivel teórico al menos, existe una convergencia claramente discernible, en la práctica las ciencias de la física y la psicología analítica siguen manteniéndose a cierta distancia. Con el tiempo, no es imposible que se alcance algún tipo de síntesis plausible. Mucho depende de la respuesta de la comunidad científica en las próximas décadas.
 
Es este tipo de síntesis entre la psicología analítica y las ciencias físicas lo que puede proporcionar la base para una nueva visión del mundo fundamentada espiritualmente, que sea capaz de contribuir a conciliar la división dañina entre la interioridad humana y el mundo exterior. Esta síntesis puede permitirnos expresar con una terminología moderna una visión del mundo que comparte ciertos elementos esenciales con las concepciones mística y mítica de la naturaleza de la realidad. Para la visión mística de la realidad resulta esencial la idea de que detrás de los dominios físico y mental hay un territorio espiritual más profundo que es la fuente creadora y generadora de todo cuanto existe; la revelación de este territorio unitario detrás de la diversidad superficial y la separación aparente es una característica definitoria de la experiencia mística. En el gnosticismo, por ejemplo, el territorio del ser recibe el nombre de pleroma, la «plenitud divina», que despliega a partir de sí misma la sucesión de eones cósmicos y contiene los arquetipos prefísicos que el Creador inferior o Demiurgo replica de manera imperfecta en la forma de dioses planetarios o arcontes.
 
En el misticismo cabalista judío, una idea similar se designa como «el mundo del "Sefirot"», que, según Gershom Scholem, emerge del EinSof (el Dios Desconocido) y es «un dominio completo de divinidad, que subyace en el mundo de nuestros sentidos-datos y que está presente y activo en todo cuanto existe». En el hinduismo, el término Brahman designa el territorio generador del ser del que surgen todas las formas. Y la filosofía idealista alemana también articula el concepto de un territorio subyacente. Tanto Schelling como Von Hartmann, por ejemplo, sostienen que lo inconsciente es la base de la existencia consciente y que, como lo expresa Von Hartmann, hay «una identidad absoluta de la Mente en nosotros y la Naturaleza fuera de nosotros».3º Esta idea también está presente en el concepto de la Voluntad de Schopenhauer.
 
En las tradiciones platónica, pitagórica y gnóstica no se hace hincapié en el territorio subyacente de la realidad, sino en el reino metafísico trascendente de las Formas. La idea de una dimensión ordenadora trascendente es otra suposición fundamental en muchas concepciones místico-filosóficas de la naturaleza de la realidad. De hecho, la conjetura de Jung sobre la naturaleza pitagórica de los arquetipos numéricos y la teoría de Bohm de un orden superimplicado recuerdan en ciertos aspectos a las filosofías platónicas y neoplatónicas de las Formas y las Ideas que guían la psique humana y estructuran el mundo material. Antes de Platón, el filósofo griego Heráclito postuló la existencia de un logos universal, un principio según el cual todas las cosas del flujo fenoménico están ordenadas y relacionadas. Y en la filosofía taoísta china, flujo y orden se reconcilian en el término único Tao.
 
Interpretado normalmente como «el camino», el Tao es el principio cósmico del orden fluyente que constituye el patrón oculto de significado en el cosmos y proporciona la fuente y el sentido subyacente de todos los cambios.
 
Así pues, en esencia el modelo de Bohm es una reelaboración en lenguaje científico de lo que sólo admite ser descrito como la concepción espiritual de la naturaleza de la realidad.
 
Se apoya en estos dos postulados fundamentales: una base dinámica de energía subyacente en la psique y el cosmos, y una dimensión ordenadora de la realidad de un nivel más elevado. Si unimos lo que hemos considerado sobre Jung y la psicología arquetipal, sobre la teoría de sistemas y el nuevo organicismo, sobre Bohm y la visión de la física moderna, si sacamos de todo ello una síntesis creativa, podemos esbozar provisionalmente una fórmula cosmológica, por decirlo así, que nos capacita para vislumbrar el complejo proceso de despliegue ontológico necesario para comprender la astrología. Esta fórmula tiene tres elementos:
 
1. Una base dinámica de energía, el orden implicado del holomovimiento, que es la matriz generadora de la existencia.
 
2. Esta base se despliega en la realidad manifiesta según un patrón de autoorganización subyacente, al que Bohm denomina el orden superimplicado.
 
3. El patrón subyacente permea y guía los dominios explicados de la psique y el cosmos manifiestos y se encarna en ellos.
 
En un lenguaje más esotérico, lo anterior se puede expresar así: r. Espíritu como la base divina de todo.
 
2. El despliegue del Espíritu está guiado y ordenado por el logos universal, la inteligencia de la mente cósmica.
 
3. Este proceso crea y sustenta el unus mundus del cosmos físico y la psique. A continuación, la psique y el cosmos se diferencian en dominios relativamente distintos dentro de esta realidad unitaria; son diferentes formas de expresión de la base subyacente de energía espiritual Y esta combinación de la teoría de Bohm con nuestra cosmología arquetipal nos permite seguir desarrollando nuestro intento de comprender las bases de las correlaciones astrológicas, al proporcionarnos una apreciación más profunda del significado asociado al orden planetario del sistema solar y expresado por éste. Aunque el sistema solar puede verse en su superficie como un mero sistema físico y los movimientos de los planetas explicarse mediante modelos mecanicistas, al mirar debajo de la superficie podemos imaginar el sistema solar como un proceso de energía dinámico dentro de la totalidad universal, con su propia autoorganización inherente, un orden inherente que da lugar a su forma física exterior y la recrea por completo en todos y cada uno de los momentos. Si Bohm tiene razón, tanto mente como materia se despliegan a partir de la base dinámica del holomovimiento según un principio de ordenación superimplicado; y si Capra tiene razón, ambas poseen un patrón de organización que permite afirmar que los patrones materiales sustentan la emergencia progresiva de la mente, si bien estos patrones materiales son modelados a su vez por niveles de organización de la mente más profundos. Mente y materia están mutuamente implicadas. En el contexto de nuestra cosmología arquetipal, podemos decir que, en un proceso de emanación ontológica, el holomovimiento se despliega de acuerdo con un patrón dimensional superior de significado, creando tanto el dominio psicológico como el dominio físico de la experiencia. Podemos imaginar que el flujo dinámico de energía (proceso) y la dimensión autoorganizada arquetípica (patrón) dan lugar al universo material resultante, desplegado en el espacio y el tiempo (estructura). Así pues, tanto el cosmos como la psique admiten ser considerados expresiones derivadas de una energía vital fundamental, que se despliegan a partir del holomovimiento y se ajustan a un patrón conforme a un orden arquetípico subyacente, de modo que el significado sea inherente a la realidad manifiesta del orden explicado.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 247
 
 
La conclusión lógica de lo anterior es que la totalidad del universo físico puede verse como una expresión de la base del ser en su forma manifiesta tridimensional. El universo sería entonces la apariencia exterior de la base, y la psique, su aspecto interior. Por tanto, la realidad física es una suerte de dinamismo congelado, recreado momento a momento, que revela algo esencial sobre las fuerzas modeladoras subyacentes que la originan, descubriendo el significado profundo de la realidad espiritual sobre la que descansa.
 
El Cosmos Arquetipal, página 256
 
 
Cada planeta del sistema solar es una forma material derivada de un principio arquetípico subyacente inherente a la base dinámica. Así como la base se despliega creando, destruyendo y recreando el cosmos a partir de sí en cada momento, los principios arquetípicos, las fuerzas modeladoras de significado y poder que hay detrás de este proceso están representadas en la estructura resultante del cosmos. La disposición y la composición del sistema solar son tales que cada planeta es una representación significativa de un principio arquetípico específico. Si esta interpretación es correcta, bien puede ser que mientras contemplamos el orden planetario del sistema solar, mientras admiramos con embeleso el cielo estrellado, estemos mirando, en cierto sentido, la parte del universo físico que corresponde a las profundidades de la psique, una expresión simbólica de la base subyacente tanto en la psique como en el cosmos. Cuando miramos el cielo estrellado en pos de los movimientos de los cuerpos planetarios, tal vez lo que presenciamos sea una expresión material visible del patrón cambiante de relaciones que se establecen entre los principios arquetípicos inherentes a la base del ser.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 257
 
 
Cuando abordamos la relación entre los planetas y los arquetipos planetarios, observamos, como regla general, que la distancia física de los planetas al Sol parece guardar relación, hasta cierto punto, con la «distancia» psicológica a la consciencia humana de los principios arquetípicos correspondientes. Es como si existiera una correlación simbólica entre la extensión del espacio exterior y la profundidad de la psique (sugerida metafóricamente por términos como «espacio profundo» y «las profundidades del espacio»), de modo que la distancia de los planetas parece reflejar la «profundidad» de esos principios arquetípicos en la psique, y, en consecuencia, indica lo difícil que será relacionarlos con el ego consciente e integrarlos constructivamente en la vida humana. Dado que todos los arquetipos planetarios parecen estar enraizados en la base subyacente de la realidad, todos son, en este sentido, igual de fundamentales; ninguno es más profundo o importante que otro cualquiera. De modo que la belleza, relacionada con el arquetipo de Venus, lo impregna todo; la Luna está asociada con la matriz que contiene al propio ser; la estructura saturnina se halla presente por todas partes en el universo. Desde otra perspectiva, sin embargo, parece evidente cierta secuencia significativa cuando consideramos el lugar y la función de los arquetipos planetarios en la evolución de la consciencia humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 258
 
 
Los astrólogos han reconocido que, si se aplican específicamente a la psicología humana, las luminarias ( el Sol y la Luna) y los planetas interiores (Mercurio, Venus y Marte), ubicados relativamente cerca de la Tierra, están relacionados con las dinámicas básicas de la personalidad humana, como la identidad consciente y la individualidad ( el Sol), la dimensión emocional basada en sentimientos de la personalidad (la Luna), la inteligencia, la comunicación y la percepción (Mercurio), el placer, el amor romántico, las evaluaciones y las respuestas estéticas (Venus), y la autoaserción, la agresión y el impulso a actuar (Marte). Aunque estos princ1p1os arquetípicos poseen una autonomía relativa y nunca están del todo bajo nuestro control consciente (no podemos, por ejemplo, invocar la ira a voluntad o elegir si algo nos gusta o no), son sin embargo inmediatamente accesibles a la consciencia y parte integral del funcionamiento de la personalidad en todas las dimensiones de la experiencia humana. Se relacionan, en sí mismos, con la dimensión personal de la vida humana. Desplazándonos hacia fuera, alejándonos del Sol y más allá del cinturón de asteroides al otro lado de Marte, la díada planetaria de Júpiter y Saturno simboliza principios arquetípicos que, según los astrólogos, forman un «puente» entre el dominio de la experiencia personal y el de la colectiva, con referencia en particular a la relación del individuo con la sociedad y la cultura en general. Júpiter representa el principio arquetípico de la expansión, la elevación, la amplitud de miras, y por tanto remite, cuando se aplica a la vida del individuo, al impulso de moverse más allá de la esfera de interés personal, expandiendo el ámbito de la consciencia y el interés propios para incorporar cada vez más cosas del mundo. Saturno, por otro lado, representa el principio de la contracción, la frontera, la limitación. Se relaciona con la estructura del mundo, el orden establecido, la propia participación en la sociedad a través de la asunción de responsabilidades, cargas o algún papel definido, y la aceptación de la limitación y la presión que esto conlleva por fuerza.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 259
 
 
En un lenguaje más explícitamente psicológico, se interpreta que Saturno hace referencia a lo que Alan Watts denominó «el ego encapsulado bajo la piel»: los límites de la personalidad individual, las barreras del propio ego que aparecen en conexión con la propia identidad mundana y las presiones materiales de la individualidad. Júpiter y Saturno nos muestran, pues, una transición de los principios arquetípicos relacionados con las dinámicas básicas de la personalidad humana a principios más profundos que pertenecen al lugar del individuo en el tejido de la sociedad, la civilización y el orden mundial, así como a las dimensiones correspondientes de la estructura de la psique humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 260
 
 
Si continuamos alejándonos, más allá de la órbita de Saturno están los lejanos planetas exteriores: Urano, Neptuno y Plutón, que representan principios arquetípicos de una potencia y un potencial transformador enormes, cuya naturaleza exige un autoconocimiento profundo y un esfuerzo prolongado para llevar estos principios a una relación constructiva con la consciencia y para aceptar la profunda transformación psicológica suscitada por tales fuerzas. Muy alejados de la esfera de la vida humana puramente personal, estos principios ejercen sin embargo sobre nosotros una influencia de largo alcance, y a menudo dramática, desde las profundidades de la psique inconsciente. En el caso de Urano, descubrimos que, al igual que el planeta Urano es el planeta del sistema solar más alejado de nosotros después de Saturno, el arquetipo Urano está asociado a la experiencia de ir más allá del umbral tradicional saturnino: se relaciona con el rebelde o el revolucionario que altera el orden establecido; es la intuición creativa o la inventiva que atraviesa los límites existentes del conocimiento; es la energía prometeica que empuja a la humanidad hacia la libertad y la liberación de todas las formas de limitación y restricción; está asociado con el poder de la psique inconsciente para llevar a cabo cambios inesperados y radicales en la sociedad, provocar una inversión súbita del orden establecido y perturbar el mundo ordenado de la consciencia del ego. Urano simboliza la energía inquieta e intensamente cargada que escapa de lo inconsciente y no puede ser contenida en la estructura consciente de la personalidad, lo que promueve la adaptación creativa o transforma la energía sobrante en una neurosis problemática y dolorosa. En todos estos sentidos, entre otros, el arquetipo de Urano lleva a la humanidad más allá de Saturno: representa un principio arquetípico más profundo, y quizá más poderoso, que está más alejado de la percepción consciente humana que el principio saturnino. Cuando nos encontramos con la energía arquetípica de Urano, estamos sujetos a un principio que decididamente no responde a nuestra voluntad, que se origina más allá de los dominios personal o social-colectivo de la experiencia humana, el cual nos es otorgado como un obsequio creativo (como en el «momento eureka» del descubrimiento científico) o se nos arroja encima en contra de nuestras intenciones conscientes ( como un error, un accidente o un encuentro fortuito que altera inesperadamente la dirección de nuestra vida).
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 260
 
 
Debido a que es el planeta más distante visible a ojo desnudo, Saturno fue considerado durante siglos el planeta más exterior, el que marcaba el límite del sistema solar. Los planetas exteriores más allá de Saturno sólo se pudieron conocer con la ayuda del telescopio, lo que sugiere una asociación con principios arquetípicos más profundos y a menudo más inconscientes en sus formas de expresión. Al igual que los propios planetas exteriores, los arquetipos planetarios correspondientes yacen fuera de nuestra visión ordinaria; representan vías de transformación ocultas a nuestra percepción consciente. Aquí encontramos de nuevo la asociación simbólica de Saturno con los límites, con el umbral de la experiencia humana. De hecho, en la mitología, el principio saturnino se acostumbra a representar simbólicamente como el «guardián del umbral», la presencia temible que señala la entrada al dominio transpersonal de la psique. En este contexto, el principio arquetípico de Urano (junto con los de Neptuno y Plutón) es el que nos impele a ir más allá de Saturno. Es un impulso transpersonal cuyo propósito definitivo es, al parecer, liberar a la humanidad de las viejas formas establecidas, rígidamente cristalizadas y resistentes a la vida, que bloquean el cambio creativo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 262
 
 
Más allá de la órbita de Urano, desplazándonos en dirección a los límites exteriores de nuestro sistema solar, llegamos a Neptuno y a Plutón. Mientras que Urano representa el principio que rompe esporádicamente las estructuras y las limitaciones saturninas, el arquetipo de Neptuno actúa para disolver por completo todas las estructuras definidas y los límites separados, y conduce a un estado indiferenciado de unicidad «oceánica» o al éxtasis de la iluminación trascendente de la experiencia místico-espiritual. Hace referencia al mundo de la imaginación mítica y arquetípica, al reino de los sueños y la fantasía, que sirve de base al orden saturnino y que modela y en última instancia abarca civilizaciones enteras a través de sus mitos fundacionales y sus religiones.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 256
 
 
Plutón, que se halla aún más lejos que Neptuno (excepto en las raras ocasiones en que su órbita excéntrica lo coloca en el interior de la de Neptuno), representa lo que en ciertos aspectos es un principio aún más profundo, el poder primario de destrucción y creación del que depende el ciclo de la experiencia vital, así como la dinámica evolutiva contenida en la naturaleza que origina continuamente la metamorfosis radical de todas las formas. Como hemos visto, el arquetipo de Plutón representa el poder de destruir y aniquilar por completo todas las estructuras de la vida que existen, como en la erupción catastrófica de un volcán o en la erupción similar de la psique inconsciente, algo que demostraron con creces las guerras mundiales del siglo XX.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 256
 
 
Aunque todos los arquetipos planetarios están asociados íntimamente con la psique inconsciente colectiva (en la que en última instancia se encuentran enraizados), los principios vinculados a los tres planetas exteriores parecen guardar relación en particular con las dinámicas esenciales del proceso de individuación. Los principios arquetípicos asociados con los planetas exteriores son poderes de un potencial creativo y evolutivo inmenso, y, a la vez, de una destrucción aniquiladora también inmensa. Son en esencia inconscientes, instintivos y arcaicos, pero asimismo transformadores, espirituales y progresistas. Pueden actuar para sensibilizar, inspirar y profundizar nuestra experiencia consciente, pero también para destruir, disolver y perturbar. Los principios arquetípicos transpersonales se relacionan con el poder transformador de la base del ser, y que este poder se experimente como una fuerza para el bien o para el mal parece depender, al menos en parte, de la actitud consciente del individuo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 264
 
 
Al reflexionar sobre los significados de los arquetipos planetarios en relación con la secuencia de los planetas en el sistema solar, podemos discernir claramente una lógica inherente al orden planetario. El carácter particular de un arquetipo planetario lo transmite, hasta cierto punto, la posición correspondiente del planeta en el sistema solar y su distancia al Sol. En general, cuanto más lejos del Sol está un planeta, más profunda e importante es la naturaleza del principio arquetípico correspondiente.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 264
 
 
Sincronicidades históricas con el descubrimiento de los planetas exteriores
 
Notablemente, la correspondencia simbólica entre el cosmos, la psique humana y la base dinámica es evidente no sólo en conexión con el espacio (esto es, con la organización estructural del sistema solar, como hemos expuesto antes), sino también en relación con el tiempo, pues entre el período histórico en el que se descubrió cada uno de los planetas modernos y el significado astrológico de éstos parece haber, en su carácter subyacente, una correspondencia sorprendente. Los astrólogos saben bien que la primera observación de cada uno de los planetas modernos (Urano, Neptuno y Plutón) coincidió con un período de la historia en el que los temas y rasgos arquetípicos asociados con los principios arquetípicos correspondientes eran evidentes en los grandes acontecimientos históricos y en el Zeitgeist dominante.
 
El ejemplo paradigmático es el de la sincronicidad entre el descubrimiento del planeta Urano en 1781 y los principales acontecimientos históricos de la época (la Revolución americana, la Revolución francesa y el inicio de la era industrial), cada uno de los cuales reflejaba algo de la naturaleza esencial del arquetipo de Urano en su asociación con la revolución, la innovación tecnológica, el cambio progresivo, y así sucesivamente.
 
También podemos ver claramente este tipo de paralelismo sincronístico en el caso del descubrimiento de Plutón en 1930, que coincidió con la primera vez que se usó la energía nuclear ( el núcleo de un átomo se dividió por primera vez en 1932), el marcado predominio del fascismo y las dictaduras (Stalin, Mao, Hitler, Mussolini), la posesión psíquica colectiva detrás de la erupción de la violencia de masas en las guerras mundiales del siglo, la gran época de la mafia y el submundo del crimen en conexión con la ley seca de 1920-1933, o la exploración de los aspectos oscuros y enterrados del inconsciente humano (El malestar en la cultura, de Freud, se publicó en 1930, cuando sus ideas empezaban a difundirse más extensamente). Todos estos hechos ocurrieron en fechas cercanas al descubrimiento del planeta, y cada uno refleja la asociación astrológica de Plutón con los impulsos profundos del poder, la fuerza elemental, el inframundo, el inconsciente instintivo, los estados de posesión, etcétera. Estos sucesos no sólo se cuentan entre los más relevantes de aquel momento de la historia, sino que también fueron en cierto sentido emergencias nuevas en la consciencia colectiva, relativamente diferentes de los acontecimientos de la época anterior.
 
Se observa lo mismo en el caso de Neptuno, pues el descubrimiento del planeta en 1846 coincidió ese mismo año con el del dominio de la psique inconsciente por C. G. Carus (autor de la primera referencia al inconsciente en un texto de psicología), un hecho sin parangón en la historia humana (aunque había antecedentes claros, por supuesto), y ello se relaciona directamente con la asociación de Neptuno con el inconsciente transpersonal y colectivo.37 Acompañando al descubrimiento de Neptuno, y bajo el ámbito temático de su arquetipo, como señala Tarnas, se produjeron desarrollos sin precedentes en la fotografía y en las imágenes animadas, que en última instancia establecieron las bases para la creación de la televisión y el cine, lo cual concedió a la gente un inaudito poder para crear, transmitir y manipular imágenes. Otros acontecimientos que Tarnas cita como relevantes son el ascenso de las visiones sociopolíticas de la utopía (El manifiesto comunista de Marx y Engels se publicó en 1848), el inicio de la industria farmacéutica, la expansión del espiritualismo, el auge de la teosofía en la década de 1870, el florecimiento pleno del romanticismo tardío y la primera penetración importante de las ideas y religiones orientales en Occidente. Fue en aquella época, concretamente en las décadas de 1860 y 1870, cuando comenzó a desarrollarse el campo de los estudios mitológicos con la teoría de Bastian de las «ideas elementales», un concepto que, como hemos visto, ejercería después una gran influencia en Jung y su noción de los arquetipos. Estos sucesos, de un carácter mucho más sutil que los que coincidieron con el descubrimiento de Plutón y Urano, reflejan quizá la naturaleza sutil e intangible del arquetipo neptuniano. Observamos también que la asociación de Neptuno con la espiritualidad, la imaginería, el idealismo, nuestra unidad colectiva, etcétera, es evidente en los acontecimientos de esa época, incluso teniendo en cuenta el ethos materialista y positivista de la ciencia del siglo XIX.
 
La existencia de estas sincronicidades históricas con el descubrimiento de los planetas exteriores no sólo concuerda con nuestra hipótesis de una relación simbólica entre psique y cosmos, sino que además sugiere que la base dinámica se está revelando progresivamente a la consciencia humana en el transcurso de la historia; que, según la terminología de Bohm, la proyección del holomovimiento en una serie de momentos discretos en el tiempo es un despliegue ordenado de significado, y que los procesos cosmológicos e históricos están íntimamente conectados con los procesos que se desarrollan en la psique humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 266
 
 
La astrología parece mostrar el orden, tal como se expresa en nuestro sistema solar, de acuerdo con el cual la energía del cosmos, el poder que genera y sustenta el cosmos, se manifiesta en el universo físico. Los movimientos regulares y matemáticamente predecibles de los planetas representan los cambios en el patrón de energía cósmica y proporcionan un mapa visual de este proceso desplegado. En este sentido, la astrología existe en la frontera entre lo implicado y lo manifiesto, entre el mundo relativista y el real; se relaciona con el despliegue de la base dinámica intemporal en la historia, de lo no espacial en una forma concreta. La descripción de Will Keepin de las cartas astrológicas como «una especie de índice cósmico del proceso creativo de la evolución cósmica» expresa bien esta idea.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 268
 
 
Otra forma notable de esta correspondencia entre la consciencia humana y los procesos evolutivos históricos se refleja en el nombre dado a los planetas. Antes hemos señalado la conexión entre los principios arquetípicos y los dioses y temas del mundo de los mitos, algo que por añadidura también resulta claro cuando, en los arquetipos planetarios de la astrología, se considera que el carácter del dios grecorromano con el que se bautiza el planeta correspondiente revela, hasta cierto punto, su significado arquetípico. Mencionemos los dos ejemplos más obvios: el Venus astrológico, relacionado con la experiencia de la belleza, el placer y el amor romántico, guarda un estrecho parecido con la diosa romana del mismo nombre (y con la diosa griega Afrodita), y lo mismo ocurre con el arquetipo planetario de Marte, que, como el dios romano Marte y el griego Ares, gobierna la guerra, la agresión y la fuerza física. Por lo visto, estos antiguos planetas fueron nombrados intencionadamente en homenaje a los dioses griegos, y el parecido entre nombres y significado puede explicarse como una forma de sincretismo mítico de las deidades griegas con las primitivas divinidades planetarias mesopotámicas. Sin embargo, tras la denominación de los planetas modernos no existe ese sincretismo o percepción de la astrología. Por eso resulta más sorprendente aún que el significado arquetípico de Plutón lo sugiera claramente el dios romano Plutón (y su equivalente griego, Hades), conectado con el inframundo mítico, cuando se podría haber elegido cualquier otra figura mítica para dar nombre al planeta y, hasta donde sabemos, no se tuvo en cuenta en absoluto la relevancia mitológica de «Plutón». Ocurrió igual con Neptuno, denominado así por el antiguo dios romano del mar y su equivalente griego, Poseidón; el nombre del planeta apunta a la asociación simbólica astrológica de Neptuno con el mar y a la unicidad oceánica característica de la dimensión neptuniana de la experiencia. Por supuesto, hay muchos elementos en los caracteres astrológicos de Plutón y Neptuno que no forman parte de estos paralelismos mitológicos, o que incluso los contradicen, pero en cualquier caso permanece una asociación fácilmente reconocible. Estas asociaciones sugieren de nuevo una interconexión profunda entre el espacio exterior, la psique inconsciente y la base dinámica de la realidad. Implican que nuestra relación consciente con los planetas de nuestro sistema solar, y nuestra consciencia de ello, representa en cierto modo nuestra relación psicológica interior con los principios arquetípicos. Y en cuanto al estudio de la astrología en sí, estas conexiones simbólicas apuntan a una relación subyacente compleja entre la consciencia humana, la evolución y transformación de la psique, la exploración del espacio exterior, la imaginación mítica, la sincronización temporal de los acontecimientos históricos y el nombre que se ha dado a los planetas. Parecen estar actuando aquí una inteligencia y un orden profundamente interpenetrados. «Esta poderosa configuración, que opera en tantos niveles de lo humano y de los mundos naturales», concluye Richard Tarnas cuando considera las implicaciones de la astrología arquetipal y la sincronicidad, «guarda íntima relación con la posibilidad de que en "todas las cosas" -tanto en las profundidades de la psique humana como en las de la propia naturaleza- resida un anima mundi, esto es, una profunda interioridad arquetípicamente informada.»
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 268
 
 
Dentro de la perspectiva cosmológica de un universo en evolución ordenado por un patrón arquetípico subyacente y sustentado en una base dinámica, es importante no perder de vista el hecho de que la astrología se relaciona con las vidas humanas individuales en el mundo de los asuntos cotidianos en el que vivimos. Debemos recordar que un elemento clave de la astrología no es sólo su universalidad (su aplicabilidad a la vida humana en todos los lugares y momentos de la historia), sino también su especificidad individual. Asimismo, debemos tener presente que el orden cósmico revelado por el patrón de los planetas está en realidad relacionado íntimamente con las acciones diarias y las experiencias personales de las vidas humanas individuales. La astrología es una gran perspectiva universal, pero las cartas astrológicas nos proporcionan una perspectiva individual privilegiada, precisa, que nos permite determinar la forma en que cada vida individual se relaciona con el orden planetario. Esta perspectiva puede por tanto sustentar, como ya he planteado, una gran cantidad de mitologías individuales basadas en la comprensión de la relación específica de todos y cada uno de los individuos con los principios arquetípicos, aquellos poderes creadores representados en el mito. Un elemento central para entender un patrón arquetípico individual es la carta natal, que muestra el conjunto de relaciones planetarias en el cielo en el momento del nacimiento. Las disposiciones planetarias en la carta natal simbolizan el patrón arquetípico específico en el instante en que nacemos, y este patrón es una especie de prefiguración simbólica de las dinámicas y los temas arquetípicos que definen subsiguientemente nuestro carácter individual y nuestras experiencias biográficas.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 271
 
 
Los psiquiatras y psicólogos clínicos suelen descartar la importancia psicológica de la experiencia del nacimiento, porque se cree que el cerebro del recién nacido aún no se ha desarrollado lo suficiente para almacenar recuerdos de este suceso. No obstante, este punto de vista está basado en la discutida suposición de que el cerebro es la fuente de toda cognición y memoria. Sin embargo, Grof descubrió no sólo que la psique conserva un recuerdo inconsciente del nacimiento, sino también que la memoria y las consecuencias psicosomáticas del trauma no resuelto de la experiencia de nacer tienen tal importancia que son la base de varias formas de trastornos psicopatológicos y emocionales que se desarrollan en la vida adulta. En consecuencia, los individuos que se someten a la psicoterapia experiencial profunda son capaces de obtener beneficios terapéuticos considerables al revivir la experiencia del nacimiento biológico en estados no ordinarios de consciencia.
 
Este encuentro experiencial con lo que Grof denomina el dominio perinatal de la psique produce una catarsis de la memoria traumática del sufrimiento del niño cuando abandona el útero y desciende por el canal del parto. Para el niño a punto de nacer, este paso representa una intensa lucha a vida o muerte. Reexperimentar de forma consciente este encuentro con la muerte en un estado no ordinario puede ser fundamental para dirigir al individuo hacia la experiencia concomitante de la muerte del ego o «segundo nacimiento», que, como descubrió Grof, supone una transformación psicoespiritual profunda.
 
Según Grof, la psique está compuesta de tres dominios: el personal-biográfico (que incluye el inconsciente personal), el perinatal (relacionado con la experiencia de nacer) y el transpersonal (que incorpora lo inconsciente colectivo). Descubrió que el dominio perinatal funciona como «una puerta a lo inconsciente colectivo» y que «la confrontación experiencial con el nacimiento y la muerte parece derivar automáticamente en una apertura espiritual y en el hallazgo de las dimensiones místicas de la psique y la existencia».' El momento de nacer es una suerte de punto de intersección misterioso entre lo personal-biográfico y lo transpersonal, entre el individuo y el colectivo y entre la causalidad determinista lineal y la causalidad arquetípica formal. No es sólo un suceso biológico sino una experiencia multidimensional de profunda importancia física, emocional, psicológica y espiritual. Grof llega a la conclusión de que sus investigaciones sobre la relevancia psicológica del proceso del nacimiento «apoyan la astrología, que desde hace mucho ha atribuido una importancia mayúscula al momento de nacer como el precursor simbólico del patrón vital completo».3
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 274-275
 
 
La experiencia del nacimiento parece servir como un tipo de impronta o sello arquetípico, por decirlo así, en el que los «recuerdos» biográfico, perinatal, familiar, cultural, ancestral, filogenético y transpersonal se agrupan alrededor del patrón arquetípico del momento de nacer. Cada vida individual parece dar una forma concreta a las dinámicas arquetípicas subyacentes de ese momento como una expresión particularizada del cosmos. En este sentido, no podemos separar de la vida del universo en su totalidad el propósito y el significado de nuestro nacimiento. Éste, que es nuestro propio comienzo individual, también es en cierto modo un acontecimiento cósmico. Cobramos existencia en un acto creativo del cosmos en su conjunto. En el nacimiento biológico, el todo parece individualizarse en el ser humano y a través de él.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 275
 
 
El trabajo de Grof nos ayuda a entender un motivo por el que el momento del nacimiento (más que el de la concepción o cualquier otro momento significativo en el tiempo) tiene una importancia tan crucial en la astrología: el nacimiento parece marcar la culminación de numerosos procesos y la intersección de mundos, posibilidades arquetípicas y diferentes detalles particulares. Como hemos visto, cuando estudiamos los alineamientos planetarios en la carta natal y determinamos su significado basándonos en los principios establecidos de la interpretación astrológica, obtenemos conocimiento sobre las dinámicas arquetípicas evidentes en la personalidad y la biografía del individuo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 276
 
 
Los alineamientos planetarios en el nacimiento muestran las precondiciones de las experiencias vitales, que se mantienen intactas, aunque los planetas sigan su órbita y cambien de posición con el tiempo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 277
 
 
La idea de que el individuo asume un patrón arquetípico en el momento de nacer suscita algunas preguntas apremiantes: teniendo en cuenta que los planetas continúan avanzando en su órbita y, por supuesto, no permanecen en las posiciones que ocupaban en el momento del nacimiento de una persona (y por tanto el patrón arquetípico sim- balizado por los planetas cambia de un momento a otro), ¿cómo es posible que el patrón arquetípico del momento natal se conserve de manera que permanezca relacionado continuamente con esa persona a lo largo de toda su vida? Y algo más fundamental: ¿cómo, en primer lugar, el patrón de los arquetipos planetarios en un momento particular queda relacionado específicamente con la persona individual que nació en ese instante? Si, como expusimos antes, la experiencia del nacimiento crea una impronta arquetípica de algún tipo, ¿cuál es el medio de transmisión entre el patrón arquetípico y la vida humana? Para formular una posible respuesta a estas preguntas, podemos apoyarnos en otra nueva teoría del paradigma, esta vez originada en el campo de la biología, y recurrir a la obra del científico británico Rupert Sheldrake para valorar su relevancia en nuestra cosmología sistémica arquetipal. Cuando consideramos el patrón arquetípico de una vida humana individual, debemos conectar la psicología arquetipal no sólo a la cosmología sino también a la biología, y para ello los conceptos de Sheldrake resultarán fundamentales.
 
La teoría de la causación formativa fue desarrollada por Sheldrake a principios de la década de 1980. Se presentó por primera vez en Una nueva ciencia de la vida y posteriormente en La presencia del pasado, en las que se postula la idea radical de que una información y una memoria de algún tipo son en realidad inherentes a la naturaleza. De acuerdo con Sheldrake, la memoria existe dentro de lo que denomina campos mórficos, que son «regiones no materiales de influencia» e información asociadas con todos los sistemas naturales, desde los átomos y las células hasta los animales y los seres humanos.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 278
 
 
Sheldrake cree que la existencia de los campos mórficos contribuiría a explicar, por ejemplo, los patrones de migración, apareo, alimentación y anidamiento de las aves, un fenómeno que escapa al dominio de la herencia genética y al estudio del ADN. Desde este punto de vista, las aves individuales adquieren o heredan los hábitos de su especie a través de una memoria colectiva acumulada de los patrones de comportamiento de todos los miembros anteriores de la especie. Sheldrake sostiene que esto también es cierto para los seres humanos: la vida humana está modelada por patrones habituales de comportamiento humano previamente establecidos y por una memoria acumulada de todo lo que ha sucedido antes.
 
Memoria cósmica
 
La teoría de Sheldrake desafía la suposición ampliamente mantenida de que los recuerdos se almacenan en el cerebro.
 
Para el científico británico, el cerebro es el órgano que accede a los recuerdos y los procesa, pero no es su fuente ni su ubicación. De hecho, postula que la memoria puede existir sin que haya un sustrato material que la sustente. Esto implica que la memoria no estaría restringida exclusivamente a los organismos vivos, sino que se extendería a totalidades inorgánicas. Sheldrake sugiere que es posible aplicar el concepto de los campos mórficos a totalidades más grandes como los ecosistemas, y también, añade, «considerar los planetas enteros como organismos con campos mórficos característicos, algo igualmente válido para los sistemas planetarios, las estrellas, las galaxias y los cúmulos de galaxias». Con este razonamiento introduce la posibilidad de que exista un campo universal asociado al planeta Tierra, que, como una versión moderna de la idea platónica del alma del mundo o anima mundi, sería «la fuente creadora[...] de todos los campos de la naturaleza» y contendría los «hábitos de la naturaleza» que guían y organizan toda la vida en nuestro planeta. Más allá de esto, si concebimos el universo en su totalidad como un sistema en sí, entonces también debería tener su propio campo mórfico, un campo mórfico universal que, según Sheldrake, podría «incluir, influenciar e interconectar los campos mórficos de todos los organismos que contiene» Este campo mórfico universal se asemejaría a una memoria cósmica inmensa que lo abarca todo y guía los «hábitos del cosmos» que continúan influyendo en el despliegue del presente y dándole forma.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 282
 
 
Ervin László, uno de los más destacados teóricos de sistemas, ha desarrollado una propuesta similar que postula la existencia de lo que ha llamado el campo-A, un campo informacional subyacente que forma la base del dominio cuántico, de la cosmología y la biología, y de la consciencia. Esta idea del campo-A, señala László, guarda un estrecho parecido con el concepto esotérico indio del akasa, o registro akásico, descrito como un «repositorio cósmico de información y recuerdos» al que presuntamente han accedido psíquicos y videntes en todas las épocas.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 284
 
 
La investigación de Grof sobre el contenido del dominio transpersonal del inconsciente también apoyaría la existencia de algún tipo de memoria cósmica. Como hemos visto, Grof descubrió que en estados no ordinarios de consciencia podemos tener acceso a lo que supuestamente son recuerdos de acontecimientos históricos, colectivos, interculturales, kármicos, filogenéticos y evolutivos. Además, estos recuerdos parecen estar organizados arquetípica y temáticamente de modo que las experiencias traumáticas de nuestra biografía personal, por ejemplo, estén conectadas con experiencias cualitativa y arquetípicamente similares de nuestro pasado colectivo.
 
Más allá de esto, sin embargo, la aplicación de la hipótesis de Sheldrake de los campos mórficos al cosmos en su totalidad sugiere que los arquetipos pueden concebirse en su forma más profunda como «hábitos» que pertenecen no sólo al campo mórfico de la especie humana sino también a un campo mórfico universal. Desde una perspectiva cosmológica, la psique, recordemos, no es una mera psique humana; es la interioridad del cosmos entero, una mente cósmica. Una vez entendido esto, creo que los arquetipos planetarios pueden verse como «hábitos» del cosmos que funcionan dentro de un campo mórfico universal y se expresan a sí mismos, en ciertas formas temáticamente consistentes, en todos los niveles de la existencia. Por supuesto, mientras que los hábitos de la especie humana o del reino animal, o incluso del mundo, reflejarían tendencias biológicas específicas y patrones socioculturales, los «hábitos» del cosmos deberían ser por fuerza de una naturaleza más general y aplicarse al conjunto de todos los fenómenos y a los diferentes niveles de la vida, incluyendo los procesos cosmológicos, la geología, la vida vegetal, el reino animal y la experiencia humana. Además, los arquetipos, como hemos visto, no son sólo hábitos que se repiten ciegamente sino centros de significado numinosos que crean significado, poder, propósito y dirección, orientados tanto a un futuro emergente indeterminado como al pasado condicionado habitualmente. Para Sheldrake, sin embargo, los «hábitos» del cosmos, al igual que los arquetipos, son principios creativos que dirigen la evolución y orientan el despliegue del cosmos en todos los niveles de la vida. La creatividad dentro de los campos mórficos de la naturaleza debe explicarse por su origen definitivo en el «Campo Universal primario» del que han emergido todos los demás campos de la naturaleza durante el proceso de la evolución.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 284
 
 
Más recientemente, los teóricos junguianos han introducido la idea relacionada de los complejos culturales «basados en experiencias grupales históricas repetitivas que han enraizado en lo inconsciente cultural del grupo», algo que recuerda sorprendentemente a la noción de Sheldrake de la resonancia mórfica correspondiente a grupos y especies. En otro nivel, insertado dentro del medio cultural, podemos identificar en las familias ciertas dinámicas inconscientes que se representan generación tras generación, de modo que cabe hablar legítimamente de un nivel familiar de lo inconsciente.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 287
 
 
La persistencia del patrón natal
 
Como hemos visto, el patrón arquetípico del momento del nacimiento continúa resonando en los años siguientes, como una Gestalt activa o plantilla temática subyacente a partir de la cual se despliegan todas las experiencias de la vida. La hipótesis de los campos módicos de Sheldrake nos ayuda a comprender este fenómeno, pues sugiere que existe un campo específico de información activa asociado a cada entidad individual. A mi modo de ver, cuando nace una persona, cobra existencia un campo mórfico resonante que en su nivel más profundo se basa en el patrón arquetípico de ese momento. Este patrón arquetípico, perteneciente quizá a un campo módico universal, se «imprime» o queda contenido en el campo mórfico propio de la persona en el instante de su nacimiento, y perdura a lo largo de toda su vida. Simplemente por ser parte de la totalidad cósmica, el individuo capta el patrón arquetípico de su momento natal a través de su propio campo mórfico. Estas dinámicas arquetípicas, existentes en la dimensión más profunda de un campo mórfico individual, fundamentan y estructuran la relación del individuo con todos los demás campos mórficos, entre ellos los que se relacionan con la cultura o con la especie. Aunque no está claro de qué modo se produce exactamente este modelado o impresión arquetípica durante la experiencia del nacimiento o, en este caso, cómo se crean los campos mórficos, la investigación de Grof en psicología transpersonal sugiere que un proceso de este tipo tiene lugar realmente. Grof descubrió que, al igual que en la hipótesis del campo mórfico, los hábitos del carácter y el comportamiento perduran en la forma de lo que llamó sistemas COEX («sistemas de experiencia condensada»), un concepto cuyo significado se asemeja al del concepto junguiano de los complejos. Grof explica que «cada COEX tiene un tema básico que permea todos sus niveles y representa su denominador común. Las capas individuales contienen variaciones de este tema básico que se producen en diferentes períodos de la vida de la persona». Por ejemplo, la experiencia de las reacciones claustrofóbicas en espacios cerrados resulta de la activación de un sistema COEX asociado a la fase del proceso de nacimiento anterior al parto, cuando el feto experimenta una sensación de constricción abrumadora en el útero. Esta experiencia puede a su vez estar relacionada con recuerdos transpersonales de experiencias de encarcelamiento o asfixia, cuyo origen se remonta a episodios tomados de nuestro pasado kármico personal y colectivo. Las experiencias biográficas de otras situaciones de confinamiento se añaden entonces al COEX, nivel tras nivel. Al observar este tipo de patrones en muchos individuos, Grof se dio cuenta de que «cada una de las constelaciones COEX parece sobreimpuesta a un aspecto particular del trauma del nacimiento y que se halla anclada en él». Por tanto, los complejos arquetípicos de la personalidad adulta parecen estar relacionados específicamente con las psicodinámicas de la experiencia del nacimiento, y estos complejos se preservan y persisten modelando continuamente la experiencia individual. En un desarrollo posterior de la teoría de los COEX, Grof y Tarnas, trabajando juntos en el Esalen Institute de California en las décadas de 1970 y 1 980, realizaron el «sorprendente descubrimiento de que la naturaleza y el contenido de importantes sistemas COEX en la psique de un individuo tienden a mostrar asombrosas correlaciones con los principales aspectos planetarios de su carta astrológica natal». Es decir, descubrieron que podemos interpretar, desde una perspectiva arquetípica, los complejos o sistemas COEX de la psicología personal en términos de las configuraciones planetarias en la carta natal. Las dinámicas arquetípicas en el momento de nacer, manifestadas durante esa experiencia, generan el nivel más profundo de los sistemas COEX, que a su vez reflejan estas dinámicas arquetípicas en la psicología personal. La teoría de Grof de los COEX y la hipótesis del campo mórfico de Sheldrake presentan por tanto formas compatibles de interpretar la retención y la representación continua de los temas arquetípicos asociados con el patrón del momento natal. La teoría de los COEX deriva de la investigación de la psique inconsciente en estados no ordinarios de consciencia, mientras que la hipótesis del campo mórfico se basa en el estudio de la morfogénesis de los organismos biológicos y los hábitos de la naturaleza.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 290
 
 
A mi modo de ver, la autopoiesis o autocreación de un organismo viviente no sólo se produce a través de sus procesos fisiológicos e interacciones con el entorno que tienen lugar en el espacio y en el tiempo en el orden explicado, sino que, de una manera más fundamental, sucede cuando un organismo nace continuamente en el campo del espacio y el tiempo a partir del holomovimiento. En el proceso de autocreación del universo, el organismo individual se recrea y se destruye efectivamente en cada instante, y este proceso creador está dirigido por el campo mórfico asociado con el organismo individual como parte de la dimensión superimplicada de la realidad. Los campos mórficos, creo, pueden por tanto intervenir en el nacimiento de un organismo de acuerdo con un patrón arquetípico específico vinculado al momento de nacer.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 294
 
 
Si pretendemos emprender una interpretación cosmológica de Jung, resulta esencial comprender la relevancia cosmológica de la individuación.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 298
 
 
El complejo del ego es la sede de la consciencia autorreflexiva; es la base de lo que parece ser la característica capacidad humana para conocer lo que conocemos. En la extensa evolución cosmológica, el ego es un desarrollo extremadamente reciente. Por lo visto surgió de un proceso que Teilhard describe como «plegarse» en uno mismo en un acto de reflexividad. Mediante este proceso, los humanos cobran consciencia de sí mismos como seres autónomos e independientes. El nuevo mamífero pensante, poseído por la incipiente consciencia de su propia existencia, se centra cada vez más, conforme pasan los siglos, en la realidad de su ser, en su propia identidad. Alejándose de la espontaneidad y la naturalidad de sus fundamentos instintivos, el humano entró en un nuevo mundo interior de pensamiento, reflexión y simbolización, y el ego racional se convirtió en el principal foco y objetivo de la agencialidad en este mundo. Según se desarrollaba la consciencia reflexiva, las energías que fluían a través de la vida humana y que podían descargarse instintiva e inconscientemente en los actos vitales se fueron limitando, restringiendo y disciplinando cada vez más para cumplir los requisitos de la vida en comunidad, con reglas y códigos de conducta que había que obedecer para que el grupo sobreviviera. Desde fuera, como señaló Freud, se veía ciertamente una incongruencia, si no un conflicto declarado, entre la civilización humana y la naturaleza, y la autoconsciencia reflexiva debió de desarrollarse como resultado de esta tensión. Sin embargo, la estructura del ego que surgió como portadora de la sensibilidad consciente no parece ser el estado final del desarrollo psicológico humano, tan sólo un puente hacia algo más grande, hacia una nueva identidad más profunda. Como en el nacimiento del pensamiento, nuestra época vive una transición evolutiva crítica. Participamos de un cambio radical en la estructura psicológica del humano, una transformación cuyos propósitos y consecuencias definitivos no podemos anticipar totalmente.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 303
 
 
Al igual que el nacimiento del pensamiento marcó un avance evolutivo trascendental del universo en su totalidad, el proceso de individuación, mediante el cual se establece una nueva estructura psicológica y un nuevo centro capaz de reflejar y expresar la totalidad, es otro salto evolutivo sin precedentes. Lo que ahora está ocurriendo con la consciencia humana individual a través de las transformaciones personales que experimenta mucha gente no es un proceso arbitrario desconectado de lo que sucede en el cosmos o de los cambios evolutivos anteriores; más bien, la cosmología evolutiva de Teilhard nos ayuda a ver que estas transformaciones personales son una continuación de la evolución y que están conectadas íntimamente con el contexto cosmológico en el que se producen. Por supuesto, es extremadamente difícil imaginar en estos términos nuestras transformaciones psicológicas personales. Aunque la física moderna ha demostrado que el universo es una totalidad interconectada y continua, todavía interpretamos habitualmente el mundo como una colección de partes separadas; nos resulta extraño imaginar las vidas humanas individuales como expresiones del cosmos. Nos hemos acostumbrado tanto a ver a la gente y a las cosas en términos abstractos y atomistas, como entidades radicalmente separadas contra un entorno de fondo fijo, que cuesta ir más allá y aplicar la totalidad desvelada por la física a nuestra interpretación de la experiencia humana. Nuestra visión de la realidad, sustentada en lo que nos dictan el sentido común y la mayor parte de nuestro conocimiento teórico, sigue estando totalmente condicionada por la imagen del mundo cartesiano-newtoniana. La perspectiva de Teilhard representa por consiguiente un correctivo, tanto para este paradigma como para el antropocentrismo humanista de la época moderna, en el que lo humano, y no el cosmos, es la medida de todas las cosas. El enfoque de Teilhard le da la vuelta a la forma habitual de ver las cosas, concediendo prioridad a la totalidad, al cosmos, frente a la parte, a lo humano.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 307
 
 
Igual que Teilhard aplicó su interpretación de la evolución a determinar la posible dirección futura de la transformación psicológica de la especie humana, Jung halló en su exploración de las profundidades de la psique humana pruebas de una especie de evolución interior. Si los individuos participan de este proceso, sostenía, sus vidas adquirirán un sentido enormemente satisfactorio y así contrarrestarán la tendencia de la mentalidad materialista moderna y la sociedad de consumo a fomentar la alienación y la ausencia de significado.
 
De manera parecida, Teilhard consideraba que el despertar del humano a la realidad de la evolución era fundamental para la siguiente fase de la propia evolución. «Nos hemos vuelto conscientes del movimiento que nos transporta», declaró, y si nos alineamos con ese movimiento será posible activar reservas profundas de energía y restaurar en la experiencia humana un «entusiasmo» del que carece a menudo. La individuación puede ser entendida por tanto como la transformación involucrada en el proceso de alinearnos conscientemente con el movimiento evolutivo del cosmos. A través de este proceso, la consciencia humana individual, con su propia voluntad y sus propias intenciones, propósitos y deseos, es capaz de alinearse con la voluntad cósmica o, como se ha concebido tradicionalmente en términos religiosos, con la Voluntad de Dios, el logos o el Tao. Un desafío fundamental al que se enfrentan los individuos que emprenden este proceso es el de encontrar e integrar las energías latentes y primordiales del cosmos cuando se activan y volcarlas en la experiencia humana consciente.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 310
 
 
Ambos pensadores concebían el centro de la interioridad en términos religiosos. «Existe un centro», argumenta Teilhard, «que es el centro de todos los centros», y lo equipara al Omega y a Cristo. De forma parecida, para Jung, tanto Cristo como Buda eran símbolos del sí-mismo, pues proporcionan dos de los mejores ejemplos de una vida humana en la que el ego queda subordinado a los dictados del sím1smo. Jung y Teilhard coincidían en que el establecimiento de este nuevo centro de una totalidad mayor sólo puede ser alcanzado a través del desarrollo creciente de la consciencia del ego y no mediante la disolución de la separación individual. Debe llegar a través de una diferenciación aún mayor de la psique Jung) y una personalización aún mayor (Teilhard). Por medio de la personalización, que para Teilhard casi equivale al amor («la afinidad del ser por el ser»), la integridad de la parte individual se preserva, o incluso se desarrolla, a través de la comunión profunda con los demás, de un centro a otro. De hecho, la visión de Teilhard es la de un universo entero encendido de amor, un universo «amarizado», en el que cada elemento constituyente está personalizado por completo. Este énfasis en el desarrollo creciente de la persona humana, que va en contra de muchas concepciones orientales de la realización espiritual, constituye la única posición, argumenta Teilhard, que es consistente con la tendencia del universo, observada en distintas etapas de su evolución, a centrarse en sí mismo, a promover una mayor diferenciación y una mayor complejidad de organización. De este modo, la persona humana no debe trascender en algún tipo de unidad impersonal, como ocurre en el panteísmo o en ciertas religiones orientales, sino ser retenida, afirmada y desarrollada. Para Teilhard, la personalización se extiende más allá de lo humano hasta el cosmos completo. Cada átomo, sugiere, está en proceso de ser personalizado.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 310
 
 
Si la individuación es de hecho una forma psicológica de la evolución del cosmos, entonces los arquetipos que impelen y guían la individuación deben ser ellos mismos factores cosmológicos. Los arquetipos no pueden ser únicamente imágenes interiores dentro de la psique; deben ser principios dinámicos evidentes en el propio cosmos. En palabras del cosmólogo Brian Swimme, los principios arquetípicos estudiados en la astrología también pueden verse como poderes cosmológicos.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 321
 
 
Swimme identifica un conjunto de diez «poderes del universo» o «poderes cosmológicos», como los llama, con un undécimo adicional (continuidad) subyacente a los otros,
 
Tabla de los poderes cosmológicos de Brian Swimme
 
Poderes cosmológicos
 
Cualidades, atributos, capacidades
 
Continuidad
 
La base generadora del ser, la fuente de todos los demás poderes, el vacío cuántico, el «abismo que todo lo nutre», el dominio de la absorción, lo que sustenta las conexiones no locales o entrelazamiento cuántico, el orden implicado, el todo, la totalidad, la disolución y la generación creativas.
 
Centramiento
 
El poder del universo para centrarse en sí mismo, el poder de formar nuevos centros y totalidades relativamente autónomas, autofoco, reacciones autocatalíticas auto-amplificadas, formación de la identidad, autonomía y singularidad.
 
Atractivo
 
El poder de atracción, el deseo de intimidad y unión, el poder de avanzar en una relación, el poder transformador de la belleza.
 
Emergencia
 
Experimentación creativa, ir más allá de los límites establecidos, carga energética, excitación incansable, extremos polarizados; romper con lo confortable, normal y familiar; el poder de dar a luz nuevas formas.
 
Homeostasis
 
El poder de mantener la forma estructural, protección de alcances evolutivos, estructuras automantenidas, autoconservación, límites protectores, conservación y tradición, instituciones y estructuras de apoyo.
 
Cataclismo
 
El poder de la inmensa destrucción, muerte, ruptura de procesos, extinción, catástrofe, aniquilación de estructuras obsoletas.
 
Sinergia
 
El poder de cooperar, asociación, energía en relación, el poder de todas las cosas trabajando unidas en grupos amplios y totalidades, ordenaciones, redes de relaciones, contextos y entornos.
 
Transmutación
 
El poder de las entidades individuales para cambiar la forma estructural, el poder que mueve la evolución de una etapa o fase a la siguiente, el que fuerza al universo a abandonar estados estables, cambio provocado por la necesidad.
 
Transformación
 
El poder del cosmos entero para experimentar cambios radicales, del nacimiento inicial del universo al momento presente; un cambio en la macroestructura del cosmos como consecuencia de un cambio a nivel microscópico.
 
Interrelacionalidad
 
La capacidad del universo de preocuparse, sensibilidad a las necesidades ajenas, relaciones sin juicios de valor, dependencia y autopérdida, crianza, servicio, cuidado parental, cuidar de algo, ternura, el arquetipo de la Gran Madre.
 
Esplendor
 
El descubrimiento del esplendor del ser por debajo de todas las formas; la experiencia de la resonancia y la reverberación con los fenómenos naturales, la revelación festiva del misterio profundo del cosmos; la revelación consciente de la continuidad.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 324
 
 
Los cosmólogos tienen cada vez más claro que el universo se centra en el ser humano de una serie de maneras notables, como si cada vida humana individual se situara en el centro del cosmos en evolución. Como analizan Joel Primack y Nancy Abrams en The View from the Center of the Universe, los seres humanos existen en el centro de la expansión del universo; nos encontramos en el centro de lo que denominan las esferas cósmicas del tiempo; estamos centrados en la escala de magnitud del universo, y cada uno de nosotros es individualmente el centro de nuestra propia perspectiva que mira hacia el cosmos. El fenómeno de la sincronicidad sugiere, además, que de vez en cuando el universo parece organizarse significativamente a sí mismo en respuesta a la experiencia subjetiva individual, centrarse significativamente en personas individuales.
 
También la perspectiva astrológica refleja este centramiento en el ser humano al adoptar un punto de vista focalizado en la persona, geocéntrico. Los antiguos astrónomos, explican Primack y Abrams, «estaban astronómicamente equivocados al suponer que la Tierra era el centro del universo, pero tenían razón psicológicamente: el universo debe verse desde el interior, desde nuestro centro, donde de hecho nos hallamos, y no desde alguna perspectiva en la periferia o incluso fuera».3º Una vez entendido esto, el punto de vista astrológico, que usa cartas centradas en individuos específicos o localidades concretas de la Tierra, está en general de acuerdo con la concepción cosmológica moderna de un universo omnicéntrico, con infinitos centros.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 325
 
 
La homeostasis incluye un aspecto fundamental del arquetipo de Saturno: las fronteras protectoras. Como Saturno, la homeostasis es una conservadora deformas, asociada con el impulso de la supervivencia, con el mantenimiento del orden establecido. Como ya hemos visto, es esencial para la existencia y el funcionamiento del complejo del ego, la forma estructural de la identidad humana consciente, construida a lo largo de miles de años de evolución. «Cada ser centrado tiene fronteras y bordes», sostiene Swimme, con lo cual quiere decir que se diferencia del ambiente que lo rodea. Una de las cuestiones más importantes de nuestra época es si nuestras propias fronteras psicológicas se volverán rígidas, como los muros de una cárcel, o bien permeables, permitiendo un intercambio incesante de energía con el ambiente, algo que, como nos ha demostrado la obra de Ilya Prigogine, es esencial para las capacidades autoorganizativas de los sistemas vivientes. El desafío fundamental de los seres humanos es convertirse en centros universales diferenciados con fronteras que permitan una relación mutuamente beneficiosa con el ancho mundo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 339
 
 
En la astrología, el principio de Saturno, asociado con las fronteras y con la forma estructural, se relaciona también con la experiencia del miedo, la inferioridad, el dolor y la aguda consciencia de uno mismo. La incapacidad de experimentar esos sentimientos negativos y enfrentarse a ellos puede mantener a la gente presa en una situación vital y en una estructura psicológica demasiado estrechas, demasiado opresivas, que impiden la expresión de su naturaleza más profunda y de sus impulsos creativos.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 340
 
 
El poder de la emergencia, estrechamente asociado al arquetipo planetario de Urano, es también esencial para la individuación, de muchas maneras que son a la vez positivas y problemáticas. La emergencia, según Swimme, se corresponde con la tendencia a desplazarnos hacia los extremos, a ir más allá de lo cómodo y del statu quo, a ser más radicales, más polarizados, cualidades todas ellas que también se corresponden con el arquetipo de Urano. La emergencia se representa mediante la imagen arquetípica del puer aeternus (el niño eterno), que, atrapado en un estado de perpetua juventud veleidosa, es incapaz de comprometerse con cualquier tipo de patrón de vida asentado. La emergencia, de acuerdo con Swimme, se experimenta como la capacidad de vivir al límite y de soportar la tensión creativa, las energías sumamente cargadas y el desasosiego perpetuo. Nos empuja a proseguir nuestro propio camino, a adoptar nuestro propio modo de vida, aunque esto signifique desviarse radicalmente de la norma y arriesgarse a la exclusión y la alienación. También parece apuntar a la emergencia el arquetipo del embaucador, cuyo personaje no se ve limitado por ninguna forma asentada y es en todo momento impredecible y perturbador. La emergencia es el poder audaz que subyace en la exhortación de Nietzsche a «vivir peligrosamente». Es el poder creativo capaz de dar vida a nuevas formas. Mientras que el viejo complejo del ego está en buena parte condicionado por los patrones socioculturales y por los imperativos biológicos, el nuevo yo es un centro dinámico de emergencia creativa: impredecible, proteico, libre.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 341
 
 
Mediante el cataclismo, tras la ruptura de la homeostasis que sostiene el complejo del ego, experimentamos un regreso dramático al estado neptuniano de la continuidad, a la condición amorfa, indiferenciada, acuosa que los alquimistas llamaron la prima materia, o masa confusa, en la que han perecido tantas almas sensibles. Es necesario el regreso a la base, a la fuente, para contactar con las potencialidades más profundas que se han perdido, excluidas del complejo del ego. La disolución, como se dieron cuenta los alquimistas, siempre precede a la redención. Cuando «el centro no se sostiene», escribió W. B. Yeats en el poema «El segundo advenimiento», «la pura anarquía se abate sobre el mundo». Y, sin embargo, a un cierto nivel esta anarquía, consecuencia del cataclismo, parece estar siempre al servicio de una transformación mayor, como la nueva vida que brota de las cenizas de la vieja. De manera similar, la experiencia psicológica del cataclismo, cuando se afirma y se maneja creativamente, puede ser aceptada como parte de un proceso más amplio de transmutación y transformación radical, dos poderes que, como ya hemos visto, son fundamentales para el proceso de individuación.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 343
 
 
La asociación que hemos identificado entre los arquetipos planetarios y los poderes cosmológicos nos permite emplear la astrología del tránsito (el estudio de los conjuntos de relaciones cambiantes que se establecen entre los planetas a lo largo de sus ciclos) para iluminar las dinámicas cosmológicas más profundas de la individuación. Aplicada a esta visión de un universo en el que las dinámicas naturales y los principios homólogos interconectados son responsables de la evolución de la vida a todos los niveles, la astrología del tránsito puede contribuir a tornar inteligible el carácter arquetípico de estas dinámicas y principios, a rastrear sus patrones cambiantes. Nos proporciona un método para comprender en términos arquetípicos los procesos de transformación que ocurren en la experiencia humana en cualquier momento concreto.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 345
 
 
Para dar un sencillo ejemplo contemporáneo: un alineamiento de tres planetas: Saturno, Urano y Plutón (conocido en astrología como cuadratura en T), que comenzó en 2008, ha coincidido en sus primeras etapas con la crisis financiera global causada por el fracaso regulador del sistema bancario mundial. En términos de los poderes cosmológicos de Swimme y de su conexión con los arquetipos planetarios, reconocemos en esta crisis la emergencia repentina, inesperada (Urano), de una situación de cataclismo económico potencial (Saturno-Plutón) que conduce a una transformación radical (Plutón) de las estructuras existentes (Saturno) del mundo financiero. Podríamos decir, en otras palabras, que la expresión del poder de la homeostasis (Saturno) ha sido desafiada y alterada por los poderes de la emergencia, la transmutación y la transformación. Como resultado de esta crisis, hemos visto movimientos que buscaban establecer normativas nuevas, límites y fronteras (Saturno-Urano) en el mundo financiero y tal vez los primeros pasos de la emergencia (Urano) de una nueva forma de gobierno financiero-político global, forjada en la alianza de las naciones que lideran económicamente el mundo. Como ha señalado Tarnas, el único otro momento del siglo XX en el que los planetas Saturno, Urano y Plutón se encontraron en otro alineamiento de cuadratura en T fue en la época de la Gran Depresión de principios de la década de 1930, cuando la interacción dinámica de los tres poderes arquetípicos se manifestó de una forma sorprendentemente similar.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 345
 
 
El encuentro consciente con los poderes cosmológicos en nuestra época, como ha subrayado también Swimme, parece estar conduciéndonos a una metamorfosis radical en la estructura de la personalidad humana. Es como si se estuviera produciendo una transición desde el egocentrismo condicionado por las inquietudes personales, familiares, socioculturales, económicas, nacionalistas y políticas, hasta un sentido del yo que refleja nuestra identidad más amplia como seres cosmológicos y espirituales, trascendiendo todas estas categorías más limitadas. Lo que está surgiendo, al menos en una minoría de personas, es un nuevo sentido de la identidad cosmológica, en la que el ser humano podría concebirse, pero también experimentarse realmente, como la cúspide consciente de la evolución. A través de lo humano, el cosmos se ha adentrado en un territorio inexplorado en el que un nuevo ser cosmológico lucha por nacer de la confluencia creativa de los poderes del universo. «Algo se está desarrollando en el mundo gracias a nuestros medios», escribió Teilhard, «quizá a nuestra costa».
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 349
 
 
La astrología nació en el momento en que la consciencia humana despertaba de su letargo e intentaba alinear sus patrones de actividad con los ciclos y ritmos del cosmos.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 360
 
 
La astrología arquetipal, con su amplísima comprensión de la naturaleza de los principios arquetípicos y la psique, ofrece en la actualidad una cuarta perspectiva sobre el mito y la religión, que incorpora la interpretación psicológica del mito, pero va más allá. La psicología analítica y la obra de Joseph Campbell sustentan una interpretación psicológico-metafórica del mito basada en la relación entre temas míticos e imágenes y pulsiones arquetípicas intrapsíquicas; en cambio, en la astrología arquetipal los arquetipos asociados con los planetas se reconocen como principios y poderes esenciales, arraigados en un fundamento metafísico, que se manifiestan tanto en el interior, en la psique humana, como en el exterior, en el cosmos, y que condicionan, modelan e impulsan el desarrollo evolutivo en todos los niveles de la vida y en todas las estructuras de la consciencia.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 375
 
 
La astrología arquetipal se basa en lo que Tarnas ha denominado una epistemología participativa, en la que la mente humana se concibe como parte y expresión de la interioridad de la naturaleza y del universo en su conjunto.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 375
 
 
Mediante la astrología arquetipal, la transformación de nuestra comprensión del mito adopta un giro inesperado: concebidos previamente como proyecciones psicológicas, como metáforas de procesos intrapsíquicos, los mitos recuperan la conexión cosmológica entre los temas arquetípicos que expresan y el orden estructural del cosmos. Los mitos no son necesariamente descripciones factuales de acontecimientos pasados, ni fantasías y explicaciones infantiles de la mente «primitiva» o simples metáforas de la psicología humana, aunque puedan ser cualquiera de estas cosas o todas ellas. Más bien, y sobre todo, los mitos expresan patrones arquetípicos objetivos de sentido en los que participamos, inherentes tanto a la psique como al cosmos. Asimismo, la astrología arquetipal restaura la asociación entre mito e historia. El mito se relaciona con la historia, pero no de manera literal; no es que los acontecimientos descritos por el mito ocurrieran necesariamente en la historia, sino que el proceso histórico refleja los temas míticos y arquetípicos asociados con las cambiantes relaciones que se dan entre los planetas en momentos particulares de la historia.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 376
 
 
Al restaurar la conexión entre la experiencia interior del individuo, la cosmología y la historia, la astrología arquetipal contrarresta, por un lado, la tendencia a reducir el mito y la religión a pura psicología (psicologismo) y, por otro, el peligro de preocuparse únicamente por el mundo espiritual propio, lo que reduce la espiritualidad individual a una mera cuestión personal, a una mera vivencia de los mitos propios, sin relación necesaria con las perspectivas espirituales y los mitos individuales de otras personas (solipsismo y narcisismo espiritual). La astrología arquetipal sugiere que el camino espiritual y la orientación vital única de cada persona reflejan la configuración psicológica y la perspectiva cultural específica del individuo. Pero esto implica que las diversas formas de espiritualidad, por diferentes que puedan parecer, están estructuradas por el mismo conjunto de principios arquetípico-cosmológicos subyacentes. Dentro de este marco compartido de significado arquetípico y cosmológico, las diversas formas de expresión espiritual, religiosa, mítica y artística están íntimamente relacionadas. La experiencia y la orientación espirituales de un individuo son un fenómeno único, irrepetible, y al mismo tiempo universal, que descansa en una concepción arquetípica de la naturaleza de la realidad y da expresión a la totalidad en la que se inserta la vida individual.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 377
 
 
Soy de la opinión de que el reconocimiento de la matriz arquetípica, en cuanto fundación de una cosmología arquetipal, es coherente con la aparición de una consciencia integral y, por lo tanto, debe marcar la siguiente etapa en la evolución de nuestra comprensión de la naturaleza del mito y de su función en la experiencia humana. La astrología arquetipal podría sustentar una nueva visión del mundo mítica e integral para nuestra época, recogiendo cada una de las cuatro funciones del mito, presentando una alternativa viable a los enfoques actualmente dominantes sobre la comprensión del mito y la religión, y ofreciendo una alternativa radical a la imagen moder.na de un mundo desencantado.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 378
 
 
La astrología arquetipal podría sustentar una nueva visión del mundo mítica e integral para nuestra época, recogiendo cada una de las cuatro funciones del mito, presentando una alternativa viable a los enfoques actualmente dominantes sobre la comprensión del mito y la religión, y ofreciendo una alternativa radical a la imagen moder.na de un mundo desencantado.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 378
 
 
La astrología arquetipal ofrece un método para identificar exactamente los diferentes principios arquetípicos, complejos inconscientes, pulsiones instintivas, centros de voluntad y funciones psicológicas que, en conjunto, modelan las dinámicas más profundas de la experiencia humana. Contribuye así a conectar conscientemente al individuo con «el orden y las realidades de la psique», realizando por tanto la función psicológica del mito.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 378
 
 
Mediante el análisis natal de las cartas astrológicas, podemos determinar los grandes temas arquetípicos de la biografía individual y los grandes complejos arquetípicos que configuran la personalidad del individuo. Mediante el análisis de los tránsitos, somos capaces de cartografiar los cambios que con el paso del tiempo experimentan las relaciones entre los principios arquetípicos y, en consecuencia, iluminar los cambios cualitativos y temáticos de la experiencia humana. Por estas razones he sostenido que el análisis natal y el análisis de los tránsitos, combinados con el modelo mitológico del viaje del héroe, podrían servir de ayuda en el proceso de individuación, contribuyendo a comprender los distintos retos y dinámicas que plantea dicho proceso, y a guiar al ego individualizante hacia una realización del sí-mismo. En la nueva era de la mitología individual y creativa, la astrología arquetipal, tal como la he presentado aquí, quizá nos permita encontrar y formular un camino espiritual individual y único, y descubrir y expresar el mito personal de cada cual, reflejo de nuestra posición espacio-temporal en el cosmos. Al iluminar las dinámicas cosmológicas de la experiencia humana, la astrología arquetipal se puede emplear para comprender mejor nuestra relación individual y específica con los «poderes del universo», por emplear la expresión de Brian Swimme, para desentrañar el modo en que tales poderes actúan a través de nosotros. Puesto que conecta toda 393 la experiencia humana, tanto individual como colectiva, con su contexto cosmológico, la astrología arquetipal está al servicio de un aspecto esencial de la función cosmológica del mito. Al apuntar más allá de una estrecha concepción humanista de la naturaleza humana, la astrología arquetipal sugiere que las dinámicas profundas que configuran nuestras identidades están enraizadas en el cosmos como totalidad.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 380
 
 
La perspectiva astrológica arquetipal proporciona un marco en el que reunir los temas y las enseñanzas de los mitos, las religiones, las filosofías, las psicologías y las artes, para relacionarlos con las combinaciones específicas de arquetipos planetarios, con vistas a sentar las bases de una perspectiva mitológica verdaderamente universal. Esta visión del mundo mitológica e integral, apoyada por la astrología arquetipal, puede nutrirse de la sabiduría acumulada por todas las tradiciones espirituales y del valor instructivo de todos los mitos. Sin embargo, en su reconocimiento de la plurivalencia e indeterminación de la expresión de los arquetipos en los aspectos concretos de la experiencia humana, la astrología arquetipal también tiene la capacidad de abrazar el pluralismo, la diversidad y la preocupación por las diferencias individuales propias de la época posmoderna.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 382
 
 
La astrología arquetipal promueve una visión del mundo radicalmente pluralista pero coherentemente unificada, universal pero orientada específicamente al individuo, definida por un orden coherente pero creativamente abierta e indeterminada. Los mitos individuales pueden entenderse como expresiones y enunciaciones diversas de los principios arquetípicos, cada uno con sus propias inflexiones culturales, concebido para abarcar una serie de propósitos y funciones, y para transmitir algo único sobre el lugar de una cultura o un individuo dados en el espacio y el tiempo. Al presentar una perspectiva mitológica universal, la astrología arquetipal realiza la función sociológica del mito ayudando al individuo a penetrar en las dinámicas arquetípicas que configuran el proceso histórico y evolutivo y que influyen en el Zeitgeist de una época determinada.
 
Por último, puesto que demuestra la identidad subyacente de lo interno y lo externo, la astrología arquetipal desempeña asimismo la función metafísico-mística del mito. Dirige la consciencia humana hacia el conocimiento del fundamento espiritual de la realidad y de los poderes y principios arquetípicos que configuran dicho fundamento. Desde esta perspectiva, los «dioses» del mito pueden considerarse símbolos y formas personificadas de los poderes arquetípicos que expresan, apuntando más allá de sí mismos hasta volverse completamente «transparentes a la trascendencia».
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 382
 
 
El universo, en sus profundidades interiores, puede verse como el útero que contiene todas las divinidades, todos los grandes mitos y todas las religiones universales.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 383
 
 
A mi juicio, la astrología arquetipal se dirige al cumplimiento de esos criterios en todos sus aspectos y ofrece un enfoque genuinamente integral del mito, fundamentado en todas las estructuras de la consciencia identificadas por Gebser: la arcaica, por la comprensión de la unidad y totalidad de la realidad; la mágica, por el reconocimiento de las correspondencias sincronísticas entre los alineamientos planetarios y las dinámicas arquetípicas de la experiencia humana; la mítica, por su uso de la simbología para representar esas correspondencias y su aceptación del valor instructivo y pedagógico del mito y la religión; la mental, por su confianza en el cálculo empírico de los movimientos planetarios y el recurso a las teorías científicas y psicológicas modernas para entender las correlaciones astrológicas; y, por último, la integral, por la consciencia viva del fundamento dinámico subyacente, la matriz arquetípica.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 384
 
 
Muchos consideran que nuestro propio momento histórico es un punto de ruptura crucial: Gebser lo anunciaba como la época de una mutación capital de la consciencia; Campbell, como un desplazamiento en la mitología, como la era de la mitología creativa, individual; Hanegraaff y otros historiadores culturales, como una etapa de revolución espiritual; Jung, como el kairós, que traía consigo una metamorfosis de los dioses; Capra, como un punto de inflexión cultural y paradigmático; el historiador Oswald Spengler, como la «decadencia de Occidente», un período en el que somos testigos de los estertores de la civilización industrial occidental moderna. Tal vez resulte aún más significativa la descripción de nuestra época llevada a cabo por el filósofo Ewert Cousins como la Segunda Era Axial, cuya importancia espiritual, a su juicio, equivale a la de la primera Era Axial del siglo VI a.C., cuando la mayoría de las grandes religiones del mundo surgieron o atravesaron desarrollos críticos como respuesta a la transformación capital que en aquel momento experimentaba la psique humana.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 388
 
 
Un análisis de los tránsitos mundiales de estos dos períodos apoyaría esta comparación. La Era Axial, como observa Richard Tarnas, fue el único período registrado por la historia en el que se dio una conjunción de los tres planetas exteriores: Urano, Neptuno y Plutón. A finales del siglo XIX y principios del XX, los tres planetas exteriores se situaron de nuevo en un alineamiento mayor, con Urano en oposición a la conjunción Neptuno-Plutón, un alineamiento sólo por detrás de la triple conjunción de la Era Axial en lo que respecta a su potencia arquetípica y significado. Este período produjo las proclamas de Nietzsche, que marcaron una época; las obras maestras espirituales orientadas a la evolución de Sri Aurobindo, Teilhard de Chardin y Rudolf Steiner; el nacimiento de la psicología analítica con Freud y Jung; los influyentes movimientos pictóricos del impresionismo y el postimpresionismo, y el nacimiento de la física moderna posnewtoniana. Los avances de ese momento, como ha subrayado Tarnas, continuaron desplegándose a lo largo de las siguientes décadas del siglo XX, con las conjunciones de Urano y Plutón en los sesenta y de Urano y Neptuno a finales de los ochenta y en los noventa. Y, en muchos sentidos, no fue hasta después de que Neptuno y Plutón se situaran en un posterior alineamiento sextil, desde la década de 1940 hasta nuestros días, cuando los desarrollos iniciados a principios del siglo XX realmente fructificaron y empezaron a comprenderse mejor.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 389
 
 
La carta muestra las posiciones de los tres planetas exteriores el I de enero de 1900. Neptuno y Plutón, situados en el extremo inferior izquierdo de la carta, se encontraban en un alineamiento conjunto que había comenzado a finales de la década de 1870 y que duró más de treinta años. Durante ese tiempo, Urano se colocó en oposición a Plutón, primero, y a Neptuno, después. En la carta de arriba, Urano, en el extremo superior derecho, está colocado a 10º de Sagitario, en oposición a Plutón, que está a 5º de Géminis. Entre otras cosas, la combinación arquetípica Neptuno-Plutón se relaciona con la muerte y la destrucción de ideas y sistemas metafísicos muy antiguos, y con períodos de renacimiento y renovación espiritual, lo que refleja transformaciones en las profundidades de la psique inconsciente.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 390
 
 
En términos simbólicos, la «luz» de la consciencia del ego se representa a menudo en los mitos, en la astrología y en la sabiduría popular esotérica mediante el Sol. Las metáforas solares se suelen emplear para expresar el nacimiento y la ascensión de la consciencia, y no sólo en el mito sino también en los relatos históricos y culturales.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 392
 
 
Fue Nietzsche, más que ningún otro, quien a la vez profetizó y experimentó en su propia vida el «Gran Mediodía», como él lo llamaba, un momento crucial en el desarrollo cultural y evolutivo humano. Fue con Nietzsche con quien la consciencia humana del ego, como el Sol en su tránsito diario por el cielo, comenzó su necesario descenso al inframundo, a las profundidades de la psique. Mientras que la inquietud principal de la mente occidental desde los tiempos de los griegos eran los aspectos en primer plano, «a la luz del día», de la existencia, la «bajada» de Nietzsche señalaba un foco compensatorio sobre la «oscuridad» del fondo. Anunciaba el inicio de un período de la cultura humana que más tarde Heidegger llamaría «la noche del mundo», un período en el que Dios y el espíritu se han retirado de nuestro conocimiento consciente. Nietzsche hace que Zaratustra le diga al Sol: «Debo descender a las profundidades: como haces tú al atardecer, cuando te ocultas tras el mar y arrojas luz también sobre el inframundo, ¡estrella sobreabundante! Como tú, yo debo descender».
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 393
 
 
Sol y Luna representan dimensiones diferentes de la psique humana: la consciencia y lo inconsciente. También se corresponden, a grandes rasgos, con la distinción que establece la tradición filosófica occidental entre el espíritu y el alma, respectivamente, y con los diversos modos de ser apuntados por los principios del taoísmo chino del yang (activo, creativo, asertivo, «masculino») y el yin (pasivo, receptivo, flexible, «femenino»). En la astrología, el arquetipo planetario correspondiente a la Luna se asocia con el alma y con las cualidades yin de la receptividad, el cuidado y la relacionalidad. Se relaciona con el principio femenino, la matriz del ser, la maternidad, el vientre, el hogar, el pasado y el arquetipo del anima, que a su vez se asocia con las emociones y con la imagen interna de lo femenino en la psique masculina. Del mismo modo que la Luna es la luz nocturna dominante y reina en el cielo de noche, la Luna arquetípica gobierna la oscuridad de lo inconsciente, de los sueños y de la vida íntima, privada, de las emociones y los sentimientos.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 394
 
 
A fin de cuentas, no somos el origen de los actos de voluntad y volición, ni de los deseos e impulsos, sino su recipiente. En último término, somos los emisarios de los propósitos, intenciones y telos del universo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 398
 
 
Todos aquellos que se adentren en la senda de la individuación deben cultivar una respuesta afirmativa no sólo ante el «bien» y los aspectos positivos de la vida, sino también ante el «mal» y la dimensión sombría, dolorosa, de la experiencia humana. A través de la afirmación de ambos polos de la existencia, se pueden asumir los opuestos inherentes a la naturaleza, reteniendo dentro del propio yo, en una tensión creativa, tanto el espíritu como la naturaleza, el bien como el mal, el miedo como el deseo. De esta manera, la individuación, siguiendo un sendero similar al del héroe místico, podría conducir en último término, como apunta Jung, a la gran unio mystica del espíritu y la materia, unificando lo trascendente y lo inmanente divino en el abrazo del hieros gamos, del matrimonio sagrado de lo divino masculino y femenino.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 399
 
 
Estrenada justo un año antes de la llegada a la Luna, la secuencia final de 2001: Una odisea del espacio, de Kubrick, que muestra la imagen enigmática de un bebé en su burbuja cósmica semejante a un vientre, parece remitir a la misteriosa transformación evolutiva en la que todos estamos participando, consciente o inconscientemente. Pues del hieros gamos del Sol y la Luna es de donde, en última instancia, podría emerger una nueva forma de ser. El Übermensch, el humano espiritualizado, el ultrahumano, el sí-mismo: todos estos términos apuntan al nacimiento de algo nuevo dentro de lo humano y a través de él; a la emergencia de un ser superior, más completo, más universal. Este nacimiento estará mediado por el principio lunar y simbolizará a la vez a la madre y al niño. El sí-mismo, como observaba Jung, es el hijo del «anima preñada».'' Surgiendo de lo inconsciente, el sí-mismo (la encarnación individual del anthropos cósmico) lucha para nacer de la experiencia humana a través del anima.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 400
 
 
La astrología arquetipal forma parte de una disciplina académica más amplia, la cosmología arquetipal, que está siendo desarrollada en la actualidad por un grupo de estudiosos e investigadores afincados mayoritariamente en San Francisco (California). Esta disciplina aborda las correlaciones entre los alineamientos planetarios y los patrones arquetípicos en la experiencia humana, así como la comprensión de las bases teóricas de dichas correlaciones y sus implicaciones en la visión general del mundo.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 402
 
 
En el enfoque de Bohm, señala Atmanspacher, «las nociones de los órdenes implicado y explicado reflejan la distinción entre los dominios óntico y epistémico. A nivel del orden implicado, el término información activa expresa que este nivel es capaz de "informar" los dominios de la mente y la materia epistémicamente diferenciados y explicados». En la psicología analítica de Jung, prosigue Atmanspacher, los arquetipos «se consideran constituyentes del nivel psicofísicamente neutral y cubren tanto lo inconsciente colectivo como la realidad holística de la teoría cuántica. Al mismo tiempo, operan como "factores de ordenación" al ser responsables de la disposición de sus manifestaciones psíquicas y físicas en los dominios epistémicamente diferenciados de la mente y la materia [...]. Existe una relación causal (en el sentido de formal, más que en el de causación eficiente) entre el nivel monista psicofísicamente neutral y los dominios mental y material epistémicamente diferenciados. Según Pauli y Jung, este tipo de causación se expresa por la operación de ordenación de arquetipos en lo inconsciente colectivo [...]. Un rasgo notable [de esta perspectiva] es la posibilidad de que las manifestaciones mentales y materiales hereden correlaciones mutuas debido al hecho de que están causadas en conjunto por el nivel psicofísicamente neutral». Atmanspacher, «Quantum approaches to consciousness».
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 431
 
 
Aunque el descubrimiento de lo inconsciente ha sido atribuido a Coleridge hacia 1800, Jung asigna los comienzos de la psicología de lo inconsciente a la obra de Carus.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 436
 
 
Entre todos los diversos acontecimientos históricos ocurridos en cualquier época, los más importantes en este tipo de correlaciones son aquellos que distinguen el período en cuestión de los anteriores, y no necesariamente los más llamativos. Por ejemplo, en los dos años siguientes al descubrimiento de Neptuno, las revoluciones que en 1848 estallaron por Europa se cuentan sin lugar a dudas entre los sucesos más relevantes de la época. Si no se conoce previamente la asociación de Urano con las revoluciones, se podría llegar a la conclusión equivocada de que es, de hecho, el Neptuno arquetípico y no Urano el que está asociado con las revoluciones, el derrocamiento del orden establecido y ese tipo de cosas. Por tanto, no basta con que un acontecimiento sea históricamente importante; también debe ser de algún modo singular y exclusivo de la época, algo que no ocurre con las revoluciones de 1848, que en realidad seguían la estela de las de la década de 1780. En términos de tránsitos astrológicos, las revoluciones de 1848 coincidieron con un alineamiento Urano-Plutón.
 
Keiron Le Grice
El Cosmos Arquetipal, página 436
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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