La crisis actual de la atención está ligada al hecho de que
queramos comerlo todo, consumirlo todo, en lugar de mirarlo. La percepción
voraz no requiere atención alguna. Se traga cuanto se le ofrezca. Solo el alma
que ayuna puede mirar, contemplar. Durante el ayuno se pone en marcha una
autofagia en la que el alma consume su parte baja, su parte voraz. Esta
autofagia del alma es lo único que nos salva y que nos conduce hasta Dios:
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 3
El alma que sigue comiendo sin mirar pierde capacidad de
contemplación. En lugar de autofagia, desarrolla adiposis. Su parte natural y
mortal, encargada de comer, crece y engorda. En cambio, su parte divina se
atrofia y se contrae. La atención contemplativa es esencial para mirar. Esa
atención observa las cosas sin pretender apropiarse de ellas, sin pretender
anexionárselas. Quien sabe mirar se vacía, se convierte en nadie. Crea dentro
de sí un vacío: «La belleza de un paisaje en el momento en que nadie lo ve,
absolutamente nadie...».
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 3
Solo alcanzamos el vacío liberador cuando nos desprendemos
de todo apego, de toda voluntad.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 5
Para encontrar a Dios bastaría con que mirásemos atentamente
a todas partes
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 6
Lo que genera adicción no necesita atención alguna para
desplegar sus efectos. La adicción funciona mejor cuanta menos atención le
prestemos. Los estímulos que nos hacen adictos adormecen la atención. La actual
sociedad de la adicción es una sociedad sin atención. La percepción se guía por
la adicción y la dopamina. La adicción y la atención constituyen fuerzas
antagónicas. También las redes sociales recurren a los adictivos algoritmos
para convertir a las personas en dependientes y, de esa forma, controlarlas y
dirigirlas. El smartphone es una máquina digital de adicción. En último
término, incluso los buscadores, que no son sino máquinas de búsqueda,
constituyen igualmente máquinas de adicción. Avivan la sed de caza.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 6
Quien no es capaz de mantener una atención contemplativa, de
mirar, no puede acceder a la verdad, al verdadero y duradero orden de las
cosas.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 7
Quien no está atento es incapaz de tejer una relación con
los dioses.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 13
La floreciente industria del mindfulness reduce la
espiritualidad hasta convertirla en una técnica para aumentar el rendimiento y
la eficiencia, una técnica para la autooptimización o para la reducción del
estrés. Estamos aquí ante un consumo espiritual. La atención se somete al
autocuidado y a la autogestión neoliberal. Una vez más, todo gira
fundamentalmente en torno al ego. Se silencia la atención social en cuanto
atención al otro.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 24
El capitalismo lo somete todo al consumo y a la producción.
Acapara incluso la espiritualidad. La religión y el capitalismo vuelven a
entablar una estrecha relación entre sí, como ocurrió antaño con el
protestantismo, que se puso al servicio del capital, haciendo que la salvación
dependiera de aspectos económicos. El éxito en la adquisición de capital es lo
único que proporciona la certitudo salutis, es decir, la certeza de que se
escapará a la condenación, esto es, de que se forma parte del grupo de los elegidos.
El mindfulness es la espiritualidad del régimen neoliberal. Pone la
espiritualidad a entera disposición de la producción y del rendimiento. De ese
modo, excluye por completo la posibilidad de espiritualizar la tarea futura, el
trabajo en sí.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 24
Nos apoderamos de las cosas para satisfacer nuestros
objetivos y necesidades, y, al hacerlo, las contaminamos, les arrebatamos su
belleza.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 31
Solo si nos desprendemos por completo del yo se nos
manifestará la realidad auténtica, que no es nuestra realidad imaginada.
Generamos la realidad del mundo a partir de nuestra imaginación. Esa es la
realidad del yo, que proyectamos sobre las cosas. Sin embargo, la realidad
auténtica, el orden auténtico de las cosas, solo se puede experimentar a través
de la extinción del yo. Cualquier apego distorsiona la realidad. Al retirarme,
al retraerme, al romper con las cosas, les devuelvo su realidad no
distorsionada, les devuelvo su belleza.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 31
En la descreación, el yo desaparece para participar en la
verdadera creación. La obediencia a Dios se diferencia, por principio, de la
obediencia de un siervo a su amo. Cuanto más sumiso es el siervo, más se
agranda la brecha, el desequilibrio de ser y poder que existe entre él y el amo
que le da las órdenes. En cambio, Dios no es autoritario. No da órdenes. Dios
es amor. Quien obedece a Dios, quien entrega su yo por amor a Dios, pasa a ser
él mismo divino. Se eleva hacia la autoridad divina: «La humildad en la espera
nos asemeja a Dios». Aquí nos hallamos ante una obediencia absoluta. Por amor a
Dios nos vaciamos. Pero ese vacío se colma con la luz divina. Quien renuncia a
su yo por Dios, quien se descrea, se vuelve tan transparente como el límpido
cristal de la ventana por la que penetra, a raudales y sin trabas, la luz de
Dios.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 34
Detenerse, retenerse, es crear vacío en el propio interior.
Simone Weil
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 35
Nuestro mundo actual necesita —tanto como lo necesita una
ciudad devastada por la peste— santos geniales. Todo genio es un genio de la
atención. Solo la atención profunda, entendida como santidad, crea la paz.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 42
En nuestros días, el mercado se ha vuelto aún más extenso
y estridente. El mundo entero se está convirtiendo en un ruidoso mercado. Hoy
todo es una mercancía. Por eso todo es bullicioso y reclama a gritos atención.
La vida misma adquiere forma de mercado y mercancía. Cada persona es ya
empresaria de sí misma y se produce y se presenta a sí misma constantemente,
hasta acabar pareciéndose a un mercader que pregona sus artículos. Al
capitalismo no le gusta el silencio. Cuanto mayor es la productividad, más ruido
se genera. El ruido multiplica el capital. O el capital hace ruido para
multiplicarse. El silencio no produce. La presión neoliberal del rendimiento y
la optimización, como presión interna que es, enferma al alma al someterla a un
exceso de ruido. Las presiones internas producen en el alma un estruendo mayor
que el que desencadenan las presiones externas. Le impiden alcanzar la
serenidad. El síndrome de desgaste profesional se asemeja a una pérdida súbita
de audición provocada por el ruido interno. No oímos ese silencio de dentro que
nos hace felices.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 48
La hipercomunicación digital destruye el silencio. La
información, como tal, es un ruido. Hoy en día lo percibimos todo desde la
perspectiva de la información. De ese modo, la inmundicia de la información y
la comunicación cubre el mundo con su ruido. La información, en tanto que
ruido, arrasa la atención. Solo la atención contemplativa puede acceder al
silencio. El estruendo de la información y la comunicación que asalta al alma
es mucho más destructivo que el estruendo de las máquinas de la modernidad. El
espíritu necesita silencio para producir o para recibir algo que sea
completamente distinto. En el espacio de la creación reina el silencio. El
estado contemplativo del espíritu es un estado de suspensión, un estado liminar
en el que, por un tiempo, lo ya conocido o moldeado se interrumpe y deja margen
para que surja algo totalmente diferente. Así, la poesía sitúa a la lengua en
un estado contemplativo «en el que el idioma ha desactivado su función
comunicativa e informativa o [...] en el que el idioma está en paz consigo
mismo, contempla sus capacidades lingüísticas y, de esa manera, se abren ante
él nuevas posibilidades de uso». Si, por el contrario, el idioma se agota
ejerciendo su función de información y comunicación, no habrá lugar para la
poesía, para la renovación de la lengua.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 48
Hoy en día ya no podemos rezar porque nos encontramos
constantemente expuestos al ruido de la información y la comunicación. No nos
es posible cerrar los ojos porque nuestros ojos están obligados al atracón
constante, a «comer». Cerrar los ojos significa permanecer en silencio
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 52
Allí donde reina el gran silencio, toda voluntad se retira.
El yo muere. Ni siquiera el latido de nuestro corazón rompe el silencio divino.
Esos ojos abiertos están completamente vacíos. O, como diría Simone Weil, se
encuentran colmados del silencio de Dios.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 54
Hoy en día, lo bello carece de toda sacralidad , de toda
espiritualidad . Se desacraliza hasta convertirse en un objeto de consumo. La
inmanencia del consumo lo despoja de toda trascendencia, de toda profundidad y
de toda abisalidad. Su lema es like, «me gusta». Lo bello no debe ni estremecer
ni doler.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 55
Para salvar lo bello, habría que arrebatárselo a la
obligación consumista y volver a espiritualizarlo
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 56
Como diría Simone Weil, Dios observa su creación a través de
los ojos del pintor
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 62
El único grito posible ante una obra de arte verdadera es:
No soy nada. Obedezco.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 64
La comunicación digital produce, sobre todo, mucho ruido. Se
encuentra en el extremo opuesto al del silencio de la naturaleza, de la materia
obediente. La digitalización desmaterializa el mundo. Encarna la voluntad
humana, el poder humano de disposición en estado puro. El mundo digitalizado es
un mundo completamente antropomorfo, un mundo que, en cierto modo, hemos
recubierto con nuestra propia retina. Así pues, permanece completamente oculto
a la mirada de Dios. La pantalla digital no es en modo alguno el cristal
transparente de una ventana por la que penetra a raudales la luz de Dios. En lo
digital, el ser humano solo se cruza consigo mismo. El imperativo digital
requiere una total puesta a disposición de la realidad.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 64
Nuestra sociedad está dominada por la algofobia. Ni siquiera
el amor debe doler. Incluso el arte y la música son víctimas de este delirio
por la complacencia. Todo se pule para adaptarlo al formato del consumo y la
vivencia. Se evita cualquier intensidad, porque la intensidad duele. El «me
gusta» como analgésico del presente no solo gobierna las redes sociales, sino
también todas las áreas de la cultura. Nada debe doler. En consecuencia, hasta
la propia vida adopta una forma adecuada para el consumo y pierde toda su
profundidad, toda su intensidad. El consumo y la religión no son compatibles
entre sí. La algofobia le cierra el paso a Dios.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 69
Nuestro lema actual es wellbeing (‘bienestar’). El mundo ha
de estar formado exclusivamente por zonas de bienestar o confort. Y rendimos
culto al dispositivo de la felicidad. El dolor es una desdicha que hay que
evitar a toda costa. Esta sociedad paliativa, enemiga del dolor, se parece a
ese mundo feliz de Huxley en el que el sufrimiento está estrictamente
prohibido: cualquier necesidad debe satisfacerse de inmediato. Ninguna espera
ha de causar dolor. El consumo y el placer anestesian a los seres humanos. La
vida se rige por la obligación de la felicidad. El Estado proporciona a los
ciudadanos una droga llamada soma para avivar su sensación de dicha... Ya
Nietzsche presintió el advenimiento de esta sociedad de la adicción. En Así
habló Zaratustra escribió: «Un poco de veneno de aquí y de allá para procurarse
sueños agradables. Y muchos venenos para morir agradablemente. [...] Hay un
pequeño placer para el día y un pequeño placer para la noche; pero se respeta
la salud. “Nosotros hemos inventado la felicidad”, exclaman los últimos hombres
y guiñan el ojo». En la sociedad paliativa , dominada por la algofobia , la
felicidad se diluye y se pule hasta convertirse en bienestar. La profunda
felicidad solo es posible cuando está rota. La negatividad del dolor es lo que
da lugar a esta rotura. Pero la actual cultura de lo pulido desconfía de la
rotura en cualquiera de sus formas.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 70
Vivimos en una sociedad de la positividad, que trata de
deshacerse de todo tipo de negatividad. La «psicología positiva» ya no quiere
saber nada del dolor ni del sufrimiento. Considera que su único cometido es
maximizar la felicidad y el bienestar. También la digitalización elimina
radicalmente lo indisponible, haciendo que todo se vuelva accesible y
consumible. Reduce la resistencia del otro y borra de manera progresiva la
contraparte opositora, que podría provocar dolor. El «me gusta» permanente
acaba generando un embotamiento del alma, del espíritu. La digitalización es
anestesiamiento . Sin embargo, las cosas esenciales nacen en medio del dolor.
El dolor también es la matrona de lo nuevo. Sin él, estamos atrapados en el
infierno de lo idéntico
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 70
Hoy en día, en cualquier caso, ya no vivimos en la sociedad
disciplinaria. El régimen disciplinario cede ante el régimen neoliberal, que no
se define por las órdenes y la obediencia, sino que explota la libertad en sí
misma. En la sociedad neoliberal del rendimiento, el esclavo y el amo confluyen
en la misma persona. El esclavo solo se ha liberado en apariencia,
convirtiéndose en amo, concretamente en empresario de sí mismo. Cree que ya no
está sometido a la voluntad ajena, que es libre, auténtico y creativo, pero en
realidad es su propio esclavo. Es ese animal kafkiano que le arrebata el látigo
al amo y que se azota a sí mismo para ser libre. Nos autoexplotamos en el
convencimiento de que nos estamos realizando. La explotación de la libertad,
esto es, la autoexplotación, es más eficiente que la explotación procedente de
fuera y basada en las órdenes y la opresión.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 73
La digitalización, que nos promete más libertad, no produce,
a fin de cuentas, sino una cárcel panóptica. Nos degradamos hasta
transformarnos en paquetes de datos, en ganado de datos que se deja vigilar y
dirigir. Nos volvemos dependientes de las sustancias digitales. Así, somos
adictos a estímulos que arrasan nuestra atención. La consecuencia es la
sociedad de la adicción. La libertad cede ante la adicción. Aunque estamos
convencidos de que somos libres, en el fondo nos movemos, tambaleantes, de una
adicción a otra, de una dependencia a otra.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 73
Vivimos en un cercado digital que nos convierte en ganado de
información, de comunicación y de consumo. Esta inmanencia del consumo y de la
comunicación nos ha alejado de toda trascendencia. El consumo hace que Dios se
vuelva prescindible. El delirio del rendimiento y de lo que se ha dado en
llamar industria «creativa» nos impide ver la belleza de la verdadera creación.
El ganado se diferencia de los esclavos en que no se rebela: no aspira a nada
en su cercado ni tampoco sale de él, porque solo en ese recinto encuentra
alimento. El mundo como cercado no permite la revolución.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 75
Los tres monstruos de la civilización actual son el capital,
la digitalización y la inteligencia artificial. Los tres rebajan al ser humano,
al espíritu, hasta transformarlo en esclavo de la cuantía y de la eficiencia.
Una vez más, nos hemos convertido en esclavos de nuestras propias producciones.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 77
En la actualidad nos encontramos sumidos en la inmanencia
sin sentido de la producción, del consumo y de la comunicación. El ser humano
se convierte en esclavo del trabajo y del rendimiento.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 80
Toda actividad que no albergue en su corazón un silencio
contemplativo se asemeja a la esclavitud. Es el silencio lo que espiritualiza
la acción humana; calma la actividad hasta convertirla en inactividad.
Byung-Chul Han
Sobre Dios: Pensar
con Simone Weil, página 81
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