Penelope Fitzgerald

"La lluvia le corría a Fairly en cascadas por la cara y se acumulaba en la punta de su nariz antes de caer. Más que a una choza, el cobertizo se parecía a la capota antirrociones del puente de un barco, bajo la cual, como mucho, quizá se pudiera estar un poco más seco que fuera. De una sola zancada, sin embargo, se plantó bajo el Arco del Fundador y de ahí pasó al patio interior, con su gran nogal solitario. Allí, con los firmes muros bloqueándole el paso, apenas se notaba el viento. Con cierta sensación de aturdimiento, como sumido en un sueño, Fairly comenzó a cruzar el césped en diagonal, rumbo a su habitación en el ala noroeste. Una pequeña porción de oscuridad se desprendió de la penumbra que reinaba bajo los árboles. Era el director del college, cuya toga se mecía levemente en la serena atmósfera del patio del St. Angelicus."

Penelope Fitzgerald
La puerta de los ángeles


"Pero Francia sigue luchando fue cancelado y devuelto a las estanterías para dejar sitio a las crecientes instrucciones de defensa. Quizá, a decir verdad, nunca había estado programado. Solo el DPP estaba en condiciones de dar una respuesta.
Eddie Waterlow tuvo considerables dificultades para librarse de Fred Shotto. El viejo, que había empezado como bailarín de zuecos a los cuatro años, había aprendido a ser persistente en una escuela mucho más dura, como hizo notar, que la guerra de Hitler, y, además de eso, estaba convencido de que, al conseguir trabajo, le guardaba el sitio caliente a su hijo. Mucho después de que se hubiera despedido al reparto, él se aferraba aún a la silla, y Eddie se vio obligado, finalmente, a hacer una grabación de I’ve Got The You Don’t Know The Half Of It, Dearie Blues, a toda velocidad, temblorosa, que podría haberse convertido en una pieza de coleccionista si no hubiera sido catalogada enseguida como desecho. Despachado por fin, se le ofreció una copita de despedida. Fred se puso entonces cariñoso a la antigua usanza del teatro, empezó a contarle a quienquiera que se le pusiera a tiro que el señor Waterlow lo había hecho un hombre feliz, y a todos aconsejaba que confiaran en Jesús hasta que los nubarrones se disipasen. Resultaba que Fred había pasado algunos años duros, también, como predicador evangelista.
Después de perder el programa, Eddie vagó por el edificio y echó una mano aquí y otra allá, pensionista del arte al que la Broadcasting House, por muy en guerra que estuvieran, no tenía corazón de desalentar. Le dijeron que Francia sigue luchando «podía haber comportado falsedad»: la BBC seguía fiel a la verdad, aun cuando la estiraran un poco para no herir los sentimientos de sus empleados.
Como institución incapaz de mentir, era única en la invención de dioses y hombres desde el oráculo de Delfos. Como gestores, no eran más que pasables, pero ahora, al acercarse el otoño, y con los exiliados amontonándose en las nuevas secciones, transmitían en el sentido estricto del término, difundiendo voces humanas en las tinieblas de Europa, seguros de que más de la mitad habían de perderse, algunas comidas por los pájaros, otras en pedregales y entre espinos, para que solo unas pocas dejaran huella. Y todos los que trabajaban allí, que se quejaban amargamente de la cortedad de miras de sus colegas, de la vanidad de los locutores de noticias, de la inaccesibilidad de los interventores y de la restrictiva naturaleza de la única cucharita de té del comedor, sentían cierto orgullo, que no tenían manera de expresar entonces, ni tendrían después."

Penelope Fitzgerald
Voces humanas


"Probablemente era la incertidumbre lo que la mantenía despierta. Una vez había visto volar por encima del estuario a una garza que intentaba, mientras estaba en el aire, tragarse una anguila que acababa de pescar. La anguila, a su vez, luchaba por escapar del gaznate de la garza y se le veía un cuarto, la mitad o a veces tres cuartos del cuerpo colgando. La indecisión que expresaban ambas criaturas era lastimosa. Se habían propuesto demasiado. Florence tenía la sensación de que si no había dormido nada—y la gente a menudo dice esto cuando quiere decir algo muy diferente— debía de haber sido por pensar en aquella garza.
Florence tenía buen corazón, aunque eso sirve de bien poco cuando de lo que se trata es de sobrevivir. Durante más de ocho años, a lo largo de media vida, había subsistido en Hardborough con la pequeña cantidad de dinero que su marido le había dejado al morir, y últimamente se había empezado a preguntar si no tendría la obligación de demostrarse a sí misma, y posiblemente a los demás, que ella existía por derecho propio. La supervivencia a menudo se consideraba lo único que se podía exigir en el frío y claro aire del este de Inglaterra. Muerte o curación, pensaban sus vecinos, una vida longeva o el envío inmediato a la tierra salina del cementerio."

Penelope Fitzgerald
La librería


"Sidonie repuso que a lo mejor le apetecía escribir.
—¿Escribir? —repitió su madre, desconcertada.
—Sí, y para ello necesitará una mesa. —Sidonie aprovechó la ocasión—. Y, si quiere lavarse, también necesitará una jarra de agua y una palangana, sí, y un cubo para el agua sucia.
—Pero Sidonie, ¿te crees que no va a saber lavarse con la bomba? Todos tus hermanos se lavan así.
—Y tampoco hay sillas en el dormitorio, para que pueda dejar la ropa por la noche.
—¡La ropa! Todavía hace demasiado frío como para desnudarse por la noche. Yo no me desnudo por la noche, ni siquiera en verano, desde hace por lo menos doce años.
—¡Y has tenido ocho hijos! —exclamó Sidonie—. ¡Líbreme Dios de un matrimonio como el tuyo!
La baronesa apenas le hizo caso.
—Además, hay otra cosa en la que no has pensado: tu padre puede alzar la voz.
Esto no inquietó a Sidonie.
—Dietmahler tiene que acostumbrarse a mi padre y amoldarse a nuestros hábitos; si no, que haga las maletas y se vuelva a su casa.
—Pero en ese caso, ¿no puede acostumbrarse también a nuestras habitaciones de invitados? Fritz debería haberle dicho que somos muy austeros y piadosos.
—¿Qué tiene que ver la piedad con un cubo para el agua sucia? —preguntó Sidonie.
—¿Qué palabras son esas? ¿Acaso te avergüenzas de tu familia, Sidonie?
—Sí.
Tenía quince años y era muy apasionada. La impaciencia, convertida en energía espiritual, era una característica de todos los hermanos Hardenberg. Fritz quería llevar a su amigo al río para pasear por el camino de sirga y hablar de poesía y de la vocación del hombre."

Penelope Fitzgerald
La flor azul


"Un libro es la preciosa savia del alma de un maestro, embalsamada y atesorada intencionalmente para una vida más allá de la vida."

Penelope Fitzgerald



"Woodie no estaba de muy buen humor, pues había tenido que dejar el coche en la orilla de Surrey y volver al barco cruzando el puente. Pero la camareta resultaba en verdad acogedora, y la puerta, al cerrarla a sus espaldas, apagó en buena medida las voces del río. Era la única puerta del Dreadnought que podía considerarse en buen estado. Incluso los gritos de las gaviotas, que no cesaban en ningún momento del día, dejaban de oírse allí, y el ruido de las sirenas y las señales sonoras llegaba sólo como un gemido distante. Lo cierto es que a Willis el silencio le resultaba excesivo, aunque esa noche le venía bien, porque tenía invitados.
—¡Que se entere todo el mundo! —exclamó Willis, pensando sin duda en hacer un brindis.
Había abierto varias botellas de Guinness y una lata de Long Life —la bebida de las damas— en atención a la señora Woodie. Pero estaba contrariado porque no tenía vasos.
—Bajo ningún concepto puedo consentir que Janet beba en vaso —exclamó Maurice, que siempre encontraba la frase oportuna. Explicó que aquella cerveza la hacían los daneses, un pueblo de antiguos navegantes, y que había que beberla directamente de la lata para que las burbujas llegaran de inmediato al estómago y contrarrestaran el mareo producido por el balanceo del barco. Para sorpresa de Woodie, Janet se echó a reír.
—Nunca me habías contado que hubiera tanta animación en los barcos —dijo. Woodie se esforzó por sumarse a la alegría general. ¿Por qué diablos tendría que haber menos animación en un barco que en una caravana? Era la primera vez que veía a Janet beber directamente de una lata. Pero no debía olvidar que aquélla era una ocasión muy especial para el viejo Willis, que debía de rondar los sesenta y cinco y en cualquier momento podía sufrir un duro revés."

Penelope Fitzgerald
A la deriva







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